HELEN TURPAUD BARNES
Nací en Bahía Blanca, Argentina, en octubre de 1976. Crecí en un campo donde además me dediqué a múltiples labores rurales y estudié Letras en la Universidad Nacional del Sur (UNS). Actualmente soy trabajadora docente de nivel medio en las Escuelas Medias de la UNS y escuelas provinciales de Bahía Blanca. Milito en el feminismo y otras organizaciones sociales de mi ciudad. Formé parte de la Cooperativa Editora El Calamar, editorial autogestiva de poesía.
Además viajo mucho y practico montañismo: cuando hago alta montaña, vivencio el cuerpo de una manera absolutamente otra, sobre lo cual espero algún día escribir un texto.
Publiqué un primer libro de poemas en edición de autora titulado Datos del paisaje (2006). Mi nuevo texto, Tonos de verde, está aún inédito.
Vivo en un departamento muy luminoso con mi gato Chopo y mi gata Lanín (que resumen en sus nombres mi fascinación por los álamos y las montañas respectivamente), y muchos, muchos libros.
Contacto: helenturpaud@yahoo.com.ar y sobre todo Facebook, donde aparezco como Helen Turpaud.
Mi proceso de escritura suele basarse en una determinada “afectuación” con las palabras y los sonidos. Toda una sonoridad urbana acechada por lo natural o descompuesta en diferentes emisiones de mi entorno me disparan la escritura. Es así que lo que me insta a escribir es generalmente algún sonido de la ciudad, o un término que me “suena” particular, algún interés por el modo en que pronuncio una palabra, la articulación de un cierto sonido en la boca, los ruidos o espacios callejeros, etc. Y también me sucede que alguna palabra que no escuchaba en mucho tiempo vuelve a mí y entonces recupero el vínculo emocional que tenía con esa palabra (ya sea porque la decía alguien con quien me relacionaba afectivamente, o porque la escuché en un momento especial, etc.). Claro que de la afectividad a la literatura hay un largo trecho, y en ese camino hay un arduo trabajo.
Por estas y otras razones, para mí la escritura también depende de una conciencia del espacio en que estás. Literalidad de la palabra: para leer los viajes de Ella Mailart y Annemarie Schwartzenbach de Turquía a Kabul (El camino cruel) tuve que estar literalmente en Turquía; o para leer De la Patagonia a México de Hebe Uhart debí hacerlo en viaje por México y luego al volver, pasar por Bariloche.
Elijo leer literatura de viajes en viaje. Es una ceremonia que tengo con la lectura de este tipo de textos. Por el contrario, para escribir solamente puedo escribir en Bahía Blanca: mi lectura de los textos de otras/os es nómada, viajera; mi escritura es local, territorializada, enraizada.
Me interesa pensar la escritura y el trabajo sobre ella como una construcción similar a nuestras representaciones de la naturaleza. La bióloga feminista Donna Haraway hace todo un recorrido por los modos de representación de las comunidades de primates en las distintas etapas de desarrollo de la primatología estadounidense. Muestra cómo los modelos de “sociedades” de primates “reflejan” los distintos modos de representación familiar y social que en cada momento eran “deseables” para el status quo estadounidense del siglo XX. Lo que entendemos por naturaleza no es más que una determinada representación que podemos hacer de ella. El discurso biologicista (tan favorable al darwinismo social, al machismo, al racismo) pretende trazar sentidos únicos e inevitables en los seres humanos, cosa que tanto en la literatura como en una representación crítica de la “naturaleza” no es deseable.
Un discurso que pueda cuestionar esta representación biologicista debe criticar la noción de linealidad, de paternalidad, de genealogía. Así como quiero buscar nuevas genealogías de escritura que recuperen los relatos de viajes de mujeres o de mujeres científicas, también considero que se pueden trazar otras genealogías en el proceso mismo de escritura: la noción de reproducción, tanto en la naturaleza, en el ser humano como en la escritura, se entiende habitual (y hegemónicamente) como algo heterocentrado, lineal, falocéntrico, por reproducción sexual, etc. En cambio, una crítica biológico-poética de esta idea de reproducción tanto del ser humano como de las palabras nos impone la necesidad de entender modos de propagación, reproducción y sexualidades no heterocentradas, no deudoras de “padres”, no lineales, no ancladas en la idea del par pasivo/activo, sino donde el lenguaje pueda dar cuenta de filiaciones oblicuas, descolocadas, desgajadas, invisibilizadas. Que la propia escritura, que el propio poema, que el propio verso, pueda ser esto. No quiero decir que toda poesía debe ser así, pero al menos aspiro a que la mía sí. (Esto me recuerda el libro Diario de exploración afuera del cantero de la poeta puntaltense Lucía Bianco, un fabuloso trabajo sobre la sintaxis de la poesía y a la vez una apuesta de construcción de un determinado discurso sobre la naturaleza.)
Efectivamente, me he abocado mucho a la investigación para escribir sobre ciertas cosas. Toda una fascinación por las metáforas vinculadas a seres marinos, a la reproducción animal o literaria a través de la partenogénesis, la dispersión, el injerto vegetal-textual me ha llevado a leer bastante de biología.
Además, hace tiempo que estoy tratando de pensar en el sonido en la escritura, pero desde otros discursos, como los de la cineasta Lucrecia Martel. Su planteo de que “es en el punto del sonido donde se une la lengua con el aspecto físico” me ha resultado central para pensar lo que hago con el cuerpo cuando escribo y cuando leo. Hay un proyecto llamado Sonoteca Bahía Blanca, un banco de audios de sonidos en distintos puntos de la ciudad. Ese recorrido sonoro por el espacio urbano me parece interesantísimo.
También he usado mucho los relatos de mujeres viajeras. Así, he tomado textos de Annemarie Schwartzenbach, Isabelle Eberhardt, Virginia Woolf, Hebe Uhart, Beatriz Sarlo, Alexandra David-Neel, Marlo Morgan, la viajera inglesa Florence Dixie o la periodista y corresponsal de guerra Oriana Fallaci. Y cuando a través de una compañera, Viviana Beker, llegué a conocer de la existencia de Ana Beker, caballista campesina que viajó a caballo desde Buenos Aires hasta Ottawa en los cincuenta, superando el viaje del suizo Aimé Tschiffelly, me fasciné por la historia: viajamos con esta compañera al pueblito donde vivió la familia de Beker y donde hay unas placas en su honor, conseguí su relato Amazona de las Américas, etc. Lamentablemente el viaje de Tschiffelly es mucho más conocido, mientras que el viaje de Beker ha sido totalmente invisibilizado, muy previsiblemente porque era mujer y porque fue apoyada por el peronismo (su libro se publica en 1957 y ya se nota la censura). De alguna manera, me he abocado a recuperar estos relatos, injertarlos en poemas y hacer que disgreguen en múltiples direcciones los posibles sentidos que emanan de ellos.
Otro elemento al que le he estado prestando atención y que me parece una preocupación de entre los temas que escribo es la representación del campo, de lo rural: lo vislumbro como un ámbito peligroso, de una tensa calma, nada bucólico como cierta mirada idealizadora lo quiere presentar (el campo es un sueño de la ciudad). Textos como los de Selva Almada, Claire Keegan, Flannery O’Connor, Samanta Schweblin o Sonia Cristoff me han permitido repensar el ámbito rural y el pueblerino, aportándole una mirada ácida y escéptica a la pretendida “pureza” y “tranquilidad” que a veces se le atribuye. Sin el rastreo y el trabajo sobre este tipo de escrituras, mis representaciones de lo rural serían muy diferentes.
La relación entre cuerpo y escritura se me presenta en términos de concentración física: se suspende el sueño, los dedos se vuelven rígidos y veloces sobre el teclado, me terminan doliendo los dedos gordos por la tecla espaciadora, concentro los ojos en un punto, me da sequedad de boca, respiro agitadamente, achico los párpados ante la pantalla. Incluso he terminado con tendinitis en épocas de mucho escribir. Puedo estar hasta doce o trece horas escribiendo, corrigiendo, releyendo, sin moverme de mi lugar. Ahí hay un cuerpo puesto EN la escritura, un cuerpo casi subsidiario de la palabra, pero central para sostenerlo. Además, habitualmente escribo corroborando la eficacia de la escritura con una lectura en voz alta. Y es ahí donde encuentro más comprometido mi cuerpo: escribo poemas largos que requieren de una gran energía corporal. Necesito tener aire, necesito estar “fresca” para escribir/leer. Por otra parte, he optado además por usar a veces términos largos, de muchas sílabas. Y leerlos en voz alta puede ser complicado. En una ocasión me habían invitado a leer a un recital de poesía y nos dieron vino antes de leer, pero no quise beber por miedo a no poder leer adecuadamente los poemas donde aparecían las palabras “vitivinicultor” y “sifonóforos”. A veces, si tengo la voz cansada, decido vocalizar o hacer ejercicios de respiración antes de leer poemas ante el público. Un ascetismo al servicio de la lectura poética. Al ir escribiendo mis poemas, voy pensando en esto, voy poniendo a prueba lo que siento que es casi una gimnasia lingual y diafragmática.
Y no hay que olvidar las condiciones materiales económicas para poder sostener la escritura en tanto trabajo realizado con un cuerpo que debe poder mantenerse. Claro, Woolf ya expuso la realidad de este planteo en Un cuarto propio, especialmente pensando en las posibilidades espaciales y materiales para las mujeres escritoras. En mi caso, el trabajo asalariado de una mujer de clase media es mi contexto material-económico, con sus posibilidades y limitaciones. De algo vive el cuerpo que escribe. Y ese sostén lo visibilizo en tanto hay muchos sujetos que no están en las mismas condiciones materiales para sostener corporalmente una escritura.
Poemas de Tonos de verde (libro inédito)
El testimonio
escucho cómo cae un árbol
en medio del bosque
corro en paralelo a un paredón
y sé
(o se sabe)
que del otro lado
alguien que no veo corre también
¿quién queda para contar la historia?
hay libros donde se puede leer
que la apnea de sueño se produce cuando bajamos la guardia corporal
un cuello muy ancho o una lengua muy laxa
pueden obstruir las vías respiratorias
en la anatomía lingual se destaca
que entre la gran flora de papilas y surcos existentes
cerca de la raíz
hay algo llamado “agujero ciego”
un punto de la lengua
que ni vemos ni nos ve
creo que la lengua es un murciélago
que por metátesis es
mitad lago mitad galo
en los casos de acúfenos
¿el oído pasa a ser una parte de la lengua?
la superficie
del mar
no es el mar
ni la superficie
es solo el umbral que nos permite
traducirnos de un ámbito a otro
duele
abrir los ojos bajo el agua salada
la mirada humana no está hecha para tanto ardor
sal
agua
fuego
es difícil estudiar a algunos seres marinos:
las medusas se desmenuzan si las intentamos atrapar
para traerlas a la superficie
y analizarlas en laboratorios
si se las deja en estanques comunes
se depositan en el fondo
y mueren aplastadas por el peso de su propio cuerpo
son como esas ideas que a veces se piensan
pero nos aguantamos de decir
para evitar un desastre
o como los nombres de las cosas que se olvidan
justo cuando queremos recordarlos:
las palabras y la punta de la lengua
las medusas no tienen sangre ni corazón
ni cerebro
pero tienen ojos
aunque aún no se sabe
cómo es que son capaces
de procesar las imágenes
(los murciélagos tienen párpados para los oídos)
una hidra tiene una capacidad regenerativa asombrosa
que bien envidiaría cualquier sujeto mutilado
de hecho la ciencia tantea
tratando de aislar
algún gen especial a partir del cual
pueda extraerse
algún saber para aplicar
con propósitos médicos
si se desea dormir bien
se sugieren algunos ejercicios para la lengua y el paladar
pero si aun así colapsan los músculos de boca y cuello
no queda otra opción que usar una especie
de respirador artificial portátil
o la cirugía para extirpar
úvula
amígdalas
o cualquier sobrante de la base de la lengua
que obture el paso del aire
las avispas marinas
atacan a miles de bañistas por año
abandonando filamentos con diminutos aguijones venenosos
que dejan marcas de por vida en la piel parecidas
al zigzagueo de las eusociales termitas bajo la corteza de un árbol
esto la ciencia no lo puede remediar aún
tampoco
quizás algún día inventen dispositivos
que permitan hacer emerger de las profundidades oceánicas
a todos los cuerpos sanos y salvos
o quizás algún día nos mudemos allá
¿hasta qué distancia es posible escuchar a alguien respirar
abajo del agua?
Eje norte/sur
los árboles se desprenden de sus
frutos
sin remordimientos
lady florence dixie recorre la patagonia a caballo
a fines del siglo xix
las especies se adaptan a su entorno para sobrevivir
quienes no lo logran
sucumben o se disgregan
antígona dice
“cuando no pueda más desistiré”
dixie le envía a darwin un ejemplar de “across patagonia”
y discute con el naturalista algunos aspectos de la vida del tuco-tuco
un pequeño roedor que darwin creía de hábitos nocturnos
pero que dixie registra haber visto de día
(atención:
procure no espantar lo que usted quiere observar)
poco después dixie viaja al áfrica
para cubrir como corresponsal la primera guerra boer
y la caída del poder zulú
el primero de octubre de 1950 ana beker vestida de gaucha
parte en viaje a caballo desde buenos aires hasta ottawa
apoyada por eva perón
(los medios apuntan que una amiga
la despide y la espera agazapada
durante casi cuatro años)
en bolivia ana beker defiende a balazos
a uno de sus caballos atacado por cóndores
que quieren desbarrancarlo sobre un precipicio
para devorar su cuerpo destrozado
las aves se dispersan despavoridas
con los granizados disparos
ana beker no necesita comer
necesita viajar:
seguro se miró en el ojo del agresor y no se reconoció
por eso supo proteger a los suyos
en colombia una impostora local sube y baja de los trenes
para precederla en cada entrada a los pueblos
en procura de los honores
que solo le son debidos a la verdadera caballista
por fortuna
al entrar en territorio de la guerrilla
la argentina deja de sufrir la anticipación de la impostura
y un solo machete corta la selva
un disparo en la noche:
“¿quién viaja ahí?”
en el camino
intentan convencerla de que tome algún transporte
(total nadie se va a enterar)
en nicaragua somoza le promete un arma nueva
el dictador dilata su palabra
ana beker lo espera a la entrada de su finca privada
sentada bajo un árbol
una vez cara a cara
el hombre le recuerda –pagado de sí mismo-
su condición de mujer
cara a cara la joven le recuerda sonriente
que ave de paso y curtida como es
no es ella una mujer de su tipo
ana beker aparece
desaparece
y vuelve a aparecer
trazando los hitos de un mapa
honesto hasta el desfallecimiento
ella es la única testigo de una totalidad impensable
al retornar de canadá
el barco en que viaja casi naufraga
virginia la espera en el puerto vestida de gala
batiendo el suelo como un caballo inquieto
cuando sobrevino el desastre
justo a mi ex
se le ocurre cantar las hurras
e irse de vacaciones al sur
ella
una gringa mesurada y tímida del litoral
una chica de campo
se hizo desde abajo yéndose de su propia casa a los trece años
para limpiar casas ajenas cama adentro
y costearse los estudios
un ascenso social como crecida de río
no presenció la escena del quiebre
tanto sacrificio para poder pagarse las vacaciones
esta vez no se las iba a perder
florence dixie devino sufragista
una egregia cazadora que pasados los años
se hace vegetariana
todas manejamos un arma de chicas:
en el campo son necesarias
todas matamos algo en un pasado desterrado
hasta que aprendés a vivir de otra cosa
ana beker muere en bahía blanca en diciembre de 1980
rastreo su obituario en las ediciones de la nueva provincia
conservadas en el subsuelo de la biblioteca rivadavia
y me topo con una nota titulada
“otra forma de vida en el fondo del mar”
sobre ciertos gusanos tubulares
descubiertos en fuentes termales del océano pacífico
el mar que hasta entonces
solo ocultaba cadáveres
aislados
revela la sobrevida bajo fuego de todo un colectivo
de simbióticos anélidos cocidos en sulfuro de hidrógeno
(muchos son luminosos y se reproducen por escisión)
el discurso científico sobre su capacidad
no solo de no deshacerse bajo semejante presión
sino hasta de sintetizar fluidos tóxicos para alimentarse de ellos
es la desfasada noticia de contratapa para el diario local
el miércoles 7 de enero de 1981
la bióloga damhnait mchugh
lleva toda una vida estudiando gusanos
a mediados de los ochentas desciende a las fosas marinas
y una ventana de su sumergible
resulta derretida por las emanaciones volcánicas:
la medida de su supervivencia
está en la velocidad con la cual es despedida hacia la superficie
(yo no sé qué se siente algo así)
nada de lo que nos contiene nos protege por entero
nadie puede realmente detener un viaje
a veces
un discurso es solo una serie de anillos que se van desprendiendo
para reproducirse a jirones
desgastamos un poema hasta la última palabra
(las estrellas marinas
-equinodermos de una simetría sospechosamente perfecta-
no sangran porque son hidrovasculares
pero así como los ríos se desmadran
las estrellas se desastran)
en su itinerario ana beker evitó casi por completo las costas
y al igual que dixie prefirió ascender y descender montañas
¿qué sentidos tenía seguir una estructura esquelética
en un continente casi invertebrado?
tener dolor de espalda en todo el cuerpo
(el paraná se lleva un barco hacia el mar
los sauces llorones lo despedimos en silencio)
una vez que salí de mi cicatriz
esperé que la gringuita volviera de su viaje de placer
ella
ojos oro verdes color miel
y empatía cero
La niña cruel
en días de calor el campo
se espesa en víboras
de niña
me entretenía atrapar alguna y colgarla
sobre un alambre electrificado
dejando la cola en contacto con el suelo
de tal modo que el animal sufriese
mudo como era
los golpes de la intermitencia eléctrica
los ojos vacíos no sé si me miraban
cada vez que fluía la corriente por su cuerpo
la cabeza daba un pequeño salto
casi una nada
un día caminando hacia los chañares
tropecé con un alambre caído entre los agropiros
y quedé enredada en la trama de la picana
hasta la tierra flota en el aire
o en una piscina vacía
las acacias aún
no habíamos florecido
http://elinfinitoviajar.blogspot.com.es/2016/06/helen-turpaud-barnes_96.html?view=magazine
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