sábado, 5 de noviembre de 2016

BLAISE PASCAL [19.470]


Blaise Pascal

Blaise o Blas Pascal; Clermont-Ferrand, Francia, 1623 - París, 1662. Filósofo, físico y matemático francés. Genio precoz y de clara inteligencia, su entusiasmo juvenil por la ciencia se materializó en importantes y precursoras aportaciones a la física y a las matemáticas. En su madurez, sin embargo, se aproximó al jansenismo, y, frente al racionalismo imperante, emprendió la formulación de una filosofía de signo cristiano (truncada por su prematuro fallecimiento), en la que sobresalen especialmente sus reflexiones sobre la condición humana, de la que supo apreciar tanto su grandiosa dignidad como su mísera insignificancia.

Su madre falleció cuando él contaba tres años, a raíz de lo cual su padre se trasladó a París con su familia (1630). Fue un genio precoz a quien su padre inició muy pronto en la geometría e introdujo en el círculo de Mersenne, la Academia, a la que su progenitor pertenecía. Allí Pascal se familiarizó con las ideas de Girard Desargues y en 1640 redactó su Ensayo sobre las cónicas (Essai pour les coniques), que contenía lo que hoy se conoce como teorema del hexágono de Pascal.

La designación de su padre como comisario del impuesto real supuso el traslado a Ruán, donde Pascal desarrolló un nuevo interés por el diseño y la construcción de una máquina aritmética para facilitarle el trabajo a su padre. La máquina, que sería llamada Pascaline, era capaz de efectuar sumas y restas con simples movimientos de unas ruedecitas metálicas situadas en la parte delantera; las soluciones aparecían en unas ventanas situadas en la parte superior. Se conservan todavía varios ejemplares del modelo que ideó, algunos de cuyos principios se utilizaron luego en las modernas calculadoras mecánicas.

En Ruán comenzó Pascal a interesarse también por la física, en especial por la hidrostática, y emprendió sus primeras experiencias sobre el vacío; intervino en la polémica en torno a la existencia del horror vacui en la naturaleza y realizó importantes experimentos (en especial el de Puy de Dôme en 1647) en apoyo de la explicación dada por Torricelli al funcionamiento del barómetro.

Entretanto, en 1645 había abrazado el jansenismo, un movimiento reformista católico que, basándose en la doctrina de San Agustín sobre la gracia y el pecado original, propugnaba un mayor rigorismo moral. Una enfermedad indujo a Pascal a regresar a París en el verano de 1647. Los médicos le aconsejaron distracción e inició un período mundano que terminó con su experiencia mística del 23 de noviembre de 1654, su segunda conversión; convencido de que el camino hacia Dios estaba en el cristianismo y no en la filosofía, Blaise Pascal suspendió su trabajo científico casi por completo.

Pocos meses antes, como testimonia su correspondencia con Fermat, se había ocupado de las propiedades del triángulo aritmético hoy llamado de Pascal y que da los coeficientes de los desarrollos de las sucesivas potencias de un binomio; su tratamiento de dicho triángulo en términos de una «geometría del azar» convirtió a Pascal en uno de los fundadores del cálculo matemático de probabilidades.

En 1658, al parecer con el objeto de olvidarse de un dolor de muelas, Pascal elaboró su estudio de la cicloide, que resultó un importante estímulo en el desarrollo del cálculo diferencial. Desde 1655 frecuentó el más importante centro jansenista, la abadía de Port-Royal, en la que se había retirado su hermana Jacqueline en 1652. Tomó partido en favor de Antoine Arnauld, el general de los jansenistas, y publicó anónimamente sus Provinciales (1656-1657), conjunto de dieciocho cartas en las que defendió el jansenismo de los ataques de los jesuitas.

El éxito de las cartas lo llevó a proyectar una apología de la religión cristiana; el deterioro de su salud a partir de 1658 frustró, sin embargo, el proyecto, y las notas dispersas relativas a él quedaron más tarde recogidas en sus famosos Pensamientos (Pensées sur la religion et sur quelques autres sujets, 1669). Aunque Pascal rechazó siempre la posibilidad de establecer pruebas racionales de la existencia de Dios, cuya infinitud consideró inabarcable para la razón, admitió no obstante que esta última podía preparar el camino de la fe para combatir el escepticismo.

Así, el sentido común nos indica que lo más lógico es obrar como si Dios existiese, pues el beneficio que podemos obtener es infinitamente superior a toda posible pérdida. La famosa apuesta de Pascal analiza la creencia en Dios en términos de apuesta sobre su existencia: creyendo en Dios y observando una conducta virtuosa, podemos ganar la vida eterna; si el hombre cree y finalmente Dios no existe, nada se pierde en realidad. Pero, por más que razonemos, sólo se llega a la fe través del corazón, del sentimiento, en una iluminación súbita que escapa a cualquier intento de elucidación lógica: «El corazón tiene razones que la razón desconoce» es sin duda la más conocida frase de Blaise Pascal.

De este modo, la tensión de su pensamiento entre la ciencia y la religión quedó reflejada en su admisión de dos principios del conocimiento: la razón (esprit géométrique), orientada hacia las verdades científicas y que procede sistemáticamente a partir de definiciones e hipótesis para avanzar demostrativamente hacia nuevas proposiciones, y el corazón (esprit de finesse), que no se sirve de procedimientos sistemáticos porque posee un poder de comprensión inmediata, repentina y total, en términos de intuición. En esta última se halla la fuente del discernimiento necesario para elegir los valores en que la razón debe cimentar su labor.

Pero es acaso en la captación de la naturaleza humana donde reside el aspecto que sentimos como más moderno y perdurable de la obra de Pascal. El filósofo acepta tanto la grandeza como la miseria del ser humano, y de hecho lo define por esta doble condición. El hombre es incapaz de comprender tanto la inmensidad del universo como los diminutos mundos de cada partícula de materia; no puede concebir ni el todo ni la nada; no es un ángel, pero tampoco un animal; tiene nobles aspiraciones que no puede realizar. No obstante, pese a su insignificancia, posee la razón, y con ella conoce el universo, y puede, al conocer sus propias limitaciones, tender a Dios; el hombre no es más que un junco, una caña, pero es una «caña pensante».

Raramente, sin embargo, se enfrenta el ser humano a su propia naturaleza. Ante las cuestiones críticas de la existencia, ante la infelicidad inherente a su propia condición y ante el avance inexorable de la muerte, el hombre se evade de sí mismo y busca el olvido en la febril actividad de la vida cotidiana, ahuyentando así lo que más teme: el aburrimiento. Nada es más insoportable para el hombre que carecer de proyectos, de compromisos o de distracciones; porque entonces, detenido en medio del tedio, no puede sino tomar conciencia de la vacuidad de su vida y sumirse en la angustia o la melancolía. La conciencia de sí mismo, cualidad que lo distingue y enaltece, es también en el hombre fuente de desdicha, al recordarle su pobre condición.

Pero tampoco la actividad resuelve nada, pues no tiene otro objetivo que acallar la conciencia de la finitud y llegar inadvertidamente a la muerte: «Quienes juzgan muy poco razonable que la gente se pase el día entero corriendo detrás de una liebre que se podría haber comprado en el mercado, no entienden nada de la naturaleza humana. La liebre no nos impide la visión de la muerte y de otras miserias, pero la caza sí puede hacerlo, porque nos distrae». Por ese camino llega Pascal a inesperadas afirmaciones que sin embargo, a la luz de su examen sobre la naturaleza humana, cobran un profundo sentido: «toda la infelicidad de los hombres viene de una sola cosa: su incapacidad de permanecer tranquilamente a solas en una habitación». Una capacidad que sí posee (y que a veces envidiamos), por ejemplo, un gato, es decir, un ser no consciente.


Los imprescindibles: Pascal
(Los pensamientos de un alma en vivo)

Selección, traducción y nota de Luis Valdesueiro


Blas Pascal nació en Clermont (hoy Clermont-Ferrand) en 1623 y murió en París en 1662. A pesar de su temprana muerte, dejó un importante legado como matemático, físico, inventor, apologista, teólogo y filósofo.
Espoleado por el desasosiego religioso, Pascal abrazó el jansenismo y se mantuvo próximo del círculo de la abadía de Port-Royal. “Apóstol del jansenismo”, le motejaría más tarde un descreído Voltaire. Entre 1656 y 1657, Pascal publicó, primero anónimamente, y después con el seudónimo de Louis de Montalte, las 18 “cartas escritas a un provincial por uno de sus amigos a propósito de las disputas actuales de la Sorbona”, conocidas como Provinciales, con las que interviene en el debate teológico sobre la gracia y arremete ferozmente contra los jesuitas.

Publicada póstumamente por los señores de Port-Royal, los Pensamientos (1670) es la obra más conocida de Pascal. Se agavillan en ella los apuntes que fue tomando, durante los últimos años de su vida, con vistas a escribir una “apología de la religión cristiana” que persuadiera a los incrédulos de su necesidad de Dios. La obra se publicó con el título de Pensamientos de Sr. Pascal sobre la religión, y sobre algunos otros temas, que se encontraron después de su muerte entre sus papeles. Imposible es saber en qué habría desembocado ese aluvión de notas y fragmentos si Pascal hubiera concluido la obra proyectada. La intención de Pascal al concebir su apología era doble: por una parte, dejar constancia de la miseria del hombre sin Dios y, por otra, afirmar la grandeza del hombre con Dios y defender razonadamente la religión cristiana. El énfasis puesto en la “miseria del hombre” sublevará, décadas después, a Voltaire. En sus Cartas filosóficas (1734) escribe con su acerada pluma: “Me parece que, en general, el espíritu con el que el Sr. Pascal escribió esos Pensamientos era el de mostrar al hombre desde una perspectiva odiosa. Se encarniza en pintarnos a todos malvados y desdichados. Escribe contra la naturaleza humana poco más o menos como escribía contra los jesuitas. Imputa a la esencia de nuestra naturaleza lo que no pertenece más que a ciertos hombres. Dice elocuentemente injurias contra el género humano. Yo me atrevo a tomar el partido de la humanidad contra este misántropo sublime; me atrevo a asegurar que no somos ni tan malos ni tan desdichados como él dice...”.

A diferencia de las máximas de La Rochefoucauld, Vauvenargues, Chamfort... los apuntes y fragmentos de Pascal no tenían un fin en sí mismo. Algunos, incluso, están a medio terminar. Los pensamientos de Pascal se mueven entre la filosofía y la teología, aunque son los temas filosóficos –la angustia, el yo, el corazón, la razón, la duda, el tedio...– los que sin duda resultan más cercanos al lector actual.

Quizás no sea posible leer estos Pensamientos sin traicionar el pensamiento de su autor, ya que si para Pascal eran el hilo que acabaría llevándole a otros desarrollos, para el lector se convierten en algo acabado y con sentido propio. Xavier Zubiri, que tradujo una selección de los Pensamientos, dejó entrever esa sospecha cuando, tras señalar el carácter no sólo fragmentario sino indeterminado de estos pensamientos, añade con agudeza: “En rigor, pues, lo opuesto a un aforismo”.

Pascal representa al hombre como náufrago en el mar de la existencia, como un ser acosado por la incertidumbre. Para Pascal el hombre es un ser finito y limitado, que vive encerrado y perdido en una “pequeña celda”, sin posibilidades de escapar de su propia condición, tan contradictoria. Si el pensamiento, que empuja al hombre a buscar la verdad, constituye toda su grandeza, no alcanzar nunca esa verdad labra su miseria. Para escapar de su triste estado, el hombre se refugia en la diversión. De esa manera huye de lo esencial, se evade. Al leer los Pensamientos de Pascal se hacen plenamente evidentes las razones del filósofo y las dudas del hombre. Unamuno lo advirtió con claridad: “La lectura de los escritos que nos ha dejado Pascal, y sobre todo la de sus Pensamientos, no nos invita a estudiar una filosofía, sino a conocer a un hombre, a penetrar en el santuario de universal dolor de un alma, de un alma enteramente desnuda, o mejor acaso de un alma en vivo, de un alma que llevaba cilicio”.

Pensamientos

Contrariedades.— El hombre es naturalmente crédulo, incrédulo, tímido, temerario.

Descripción del hombre: dependencia, deseo de independencia, necesidad.

Condición del hombre: inconstancia, tedio, inquietud.

Tedio.— Nada le resulta tan insoportable al hombre como permanecer en absoluto reposo, sin pasiones, sin tareas, sin diversión, sin ocuparse en nada. Siente entonces su nada, su abandono, su insuficiencia, su dependencia, su impotencia, su vacío. Del fondo de su alma surgirá, irrefrenable, el tedio, la maldad, la tristeza, la pena, el despecho, la desesperación.

Somos tan presuntuosos que quisiéramos ser conocidos en toda la tierra, e incluso por quienes vendrán cuando ya no estemos. Y somos tan vanos, que el aprecio de cinco o seis personas de nuestro entorno, nos divierte y nos agrada.

Diversión.— Es más soportable la muerte sin pensar en ella que el pensamiento de la muerte sin peligro.

Miseria.— Lo único que nos consuela de nuestras miserias es la diversión, y sin embargo es la mayor de nuestras miserias. Pues es la que, principalmente, nos impide pensar en nosotros, y la que hace que nos perdamos sin sentirlo. Sin la diversión, seríamos presa del tedio, y ese tedio nos empujaría a buscar un medio más auténtico para salir de él. Pero la diversión nos entretiene, y nos lleva a la muerte sin darnos cuenta.

Corremos sin preocuparnos hacia el precipicio, después de haber colocado delante de nosotros algo que nos impida verlo.

El silencio eterno de esos espacios infinitos me espanta.

Dos excesos: excluir la razón, no admitir más que la razón.

Si se somete todo a la razón, nuestra religión no tendrá nada de misterioso y de sobrenatural. Si choca contra los principios de la razón, nuestra religión será absurda y ridícula.

El corazón tiene razones que la razón no conoce; se sabe por mil cosas. Yo digo que el corazón ama al ser universal naturalmente, y a sí mismo naturalmente, según se entregue a ello, y se endurece contra el uno o el otro a su gusto. Habéis rechazado a uno y conservado al otro: ¿es que os amáis por razón?

Es el corazón el que siente a Dios y no la razón. La fe es eso: Dios sensible al corazón, no a la razón.

La razón nos manda mucho más imperiosamente que un amo, pues desobedeciendo a éste se es desdichado, y desobedeciendo a aquélla se es un necio.

El pensamiento hace la grandeza del hombre.

El hombre no es más que una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña que piensa. No hace falta que el universo entero se arme para aplastarla: un vapor, una gota de agua basta para matarle. Pero, aunque el universo le aplastase, el hombre seguiría siendo más noble que lo que le mata, porque sabe que muere y conoce la ventaja que el universo tiene sobre él, mientras que el universo no sabe nada. Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento. De ahí es de donde tenemos que elevarnos y no del espacio y del tiempo, que no sabríamos llenar. Esforcémonos en pensar bien: éste es el principio de la moral.

El hombre no es ni ángel ni bestia, y la desgracia quiere que quien pretende hacer el ángel haga la bestia.

El poder de las moscas: ganan batallas, impiden actuar a nuestra alma, comen nuestro cuerpo.

La grandeza del hombre es grande cuando se sabe miserable. Un árbol no se sabe miserable.
Es, pues, ser miserable saberse miserable, pero es ser grande saber que se es miserable.

Los hombres son tan necesariamente locos que sería estar loco, con otra clase de locura, el no estar loco.

Anhelamos la verdad y no encontramos en nosotros más que incertidumbre.

Buscamos la felicidad y no encontramos más que miseria y muerte.

Somos incapaces de no desear la verdad y la felicidad, y somos incapaces  tanto de certidumbre como de felicidad. Se nos ha legado este anhelo tanto para castigarnos como para recordarnos de dónde hemos caído.

Blas Pascal
(Traducción de Luis Valdesueiro)




"A fuerza de hablar de amor, uno llega a enamorarse. Nada tan fácil. Esta es la pasión más natural del hombre."

"A la verdad se llega no sólo por la razón, sino también por el corazón."

"Al no poder conseguir que sea forzoso obedecer a la justicia, se ha hecho que sea justo obedecer a la fuerza."

"Aquel que duda y no investiga, se torna no sólo infeliz, sino también injusto."

"Burlarse de la filosofía es ya filosofar".

"Conocemos la verdad no solo por la razón, sino por el corazón."

"Cuando leemos demasiado deprisa o demasiado despacio, no entendemos nada."

"Cuando no se ama demasiado no se ama lo suficiente."

"Cuando uno se queje de su trabajo, que lo pongan a no hacer nada."

"Cuanto más talento tiene el hombre, más se inclina a creer en el ajeno".

"¿Después de todo qué es el hombre en la naturaleza?, nada en relación con la infinidad, todo en relación a la nada. Un punto central entre la nada y el todo e infinitamente lejos de entender la diferencia entre estas dos posturas."

"Decidor de frases ingeniosas: mal carácter."

"Descripción del hombre: dependencia, deseo de independencia, necesidad."

"Debemos creer, no por las pruebas, sino por convencimiento."

"Dicen que el hábito es una segunda naturaleza. Quién sabe, empero, si la naturaleza no es primero un hábito."

"Dos extremos: excluir la razón y no admitir más que la razón."

"El amor no tiene edad; siempre está naciendo."

"El corazón tiene razones que la razón no entiende".

"El arte de persuadir consiste tanto en el de agradar como en el de convencer; ya que los hombres se gobiernan más por el capricho que por la razón."

"El corazón tiene razones que la razón desconoce."

"El demonio está sobre la lengua del que murmura."

"El egoísta odia la soledad."

"El hombre está dispuesto siempre a negar todo aquello que no comprende."

"El hombre es una caña, la más débil de todas, pero una caña que piensa."

"El hombre está visiblemente hecho para pensar. En ello radica su fin y su esencia (...). Pero ¿en qué piensan las gentes? Jamás en esto, sino en bailar, cantar, hacer versos, correr sortijas, construir seres, hacerse reyes sin saber lo que es ser rey y ser hombre."

"El hombre, por naturaleza, es crédulo, incrédulo, tímido y temerario."

"El hombre se supera a sí mismo infinitamente porque siempre está en camino hacia la plenitud infinita."

"El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene."

"El mundo está lleno de buenas máximas y vacío de gente que las aplique."

"El orgullo contrapesa todas las miserias. O bien las oculta o, si las descubre, se glorifica a sí mismo por haberlas conocido."

"El pasado y el presente solamente son medio para nosotros: el futuro es siempre nuestro fin. Por eso nunca vivimos realmente, sino que esperamos vivir. Alucinados siempre por esta esperanza de ser felices algún día, es inevitable que no lo seamos nunca."

"El placer de amar sin osar confesarlo tiene sus penas, pero también sus dulzuras."

"El rey esta rodeado de gente que no piensan sino en divertirlo y en impedir que piense en sí mismo. Porque, por muy rey que sea, es desgraciado si piensa en ello."

"El tiempo amortigua las pesadumbres y las desavenencias, porque en él cambiamos y nos convertimos en cierto modo en otras personas."

"El universo es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna."

"En el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene la forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa creada. Él puede ser llenado únicamente por Dios, hecho conocido mediante Cristo Jesús."

"En las religiones es preciso ser sinceros; verdaderos paganos, verdaderos judíos, verdaderos cristianos."

"Entre nosotros y el cielo o el infierno no hay más que la vida, que es la cosa más frágil de todas".

"¿Es la prisa la pasión de los necios?"

"Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar su pensamiento sin morir."

"Es más hermoso saber algo de todo que saber todo de una cosa; esta universalidad es más bella. Si se pudiera tener las dos, mucho mejor; pero es preciso elegir."

"Es miserable saberse miserable, pero es ser grande reconocer que se es miserable."

"Es mucho mejor conocer algo acerca de todo, que acerca de una sola cosa. Lo universal es siempre mejor."

"Es sin duda un mal, estar lleno de defectos; pero es todavía un mal mayor estar lleno de ellos y no quererlo reconocer, porque es añadir todavía el de una ilusión voluntaria."

"Esforcémonos en obrar bien: he aquí el principio de la moral."

"Esforzarse en pensar bien; he aquí el principio de la moral."

"Estando siempre dispuestos a ser felices, es inevitable no serlo alguna vez."

"Existen tres medios de crecer: la razón, la costumbre y la inspiración."

"He redactado esta carta más extensa de lo usual porque carezco de tiempo para escribirla más breve."

"La conciencia es el mejor libro moral que tenemos."

"La contradicción no es una señal de falsedad, ni la carencia de contradicción una señal de verdad."

"La curiosidad no es más que vanidad. En la mayoría de los casos, sólo queremos saber algo para hablar de ello."

"La desgracia del hombre se debe a que no quiere permanecer tranquilo en su habitación, que es su lugar."

"La desgracia descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir."

"La elocuencia es la pintura del pensamiento."

"La falsa humildad equivale a orgullo."

"La fantasía es parecida y contraria al sentimiento."

"La fe es esto: Dios que habla al corazón, no a la razón".

"La Fe dice lo que no dicen los sentidos, pero no lo contrario de lo que ven. Está por encima de ellos pero no contra ellos."

"La felicidad es un artículo maravilloso: cuanto más se da, más le queda a uno."

"La felicidad total del hombre consiste en disfrutar de la estimación de los demás."

"La filosofía consiste en reírse de la filosofía."

"La grandeza de un hombre consiste en saber reconocer su propia pequeñez."

"La imaginación dispone de todo; crea belleza, justicia, y felicidad, que es el todo del mundo."

"La justicia sin la fuerza es irrisoria; la fuerza sin justicia es tiranía."

"La mayoría de los males les vienen a los hombres por no quedarse en casa."

"La mayor parte de los errores de los médicos proviene no de malos raciocinios basados en hechos bien estudiados, sino de raciocinios bien establecidos basados en hechos mal observados."

"La moral es la ciencia por excelencia; es el arte de vivir bien y de ser dichoso."

"La naturaleza es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguno."

"La naturaleza tiene perfecciones para demostrar que es imagen de Dios e imperfecciones para probar que sólo es una imagen."

"La razón obra con lentitud, y con tantas miras, sobre tantos principios, que a cada momento se adormece o extravía. La pasión obra en un instante."

"La reina del mundo es la fuerza y no la opinión; pero es la opinión quien usa de la fuerza."

"La verdad de la religión estriba en su misma oscuridad, en la escasa luz que tenemos sobre ella y en nuestra indiferencia por esa luz."

" La verdad es útil a quien la escucha, pero desventajosa a quien la dice, porque lo hace odioso."

"La virtud de un hombre no debe medirse por su esfuerza, sino por sus obras cotidianas."

"Lo que se ve con frecuencia no maravilla... Lo que nunca se vio, cuando ocurre, se tiene por prodigio."

"Lo último que uno sabe es por donde empezar."

"Los extremos se tocan."

"Los hábitos son una segunda naturaleza que destruye a la primera.

"Los hombres no aman naturalmente sino aquello que puede serles útil."

"Los hombres son tan necesariamente locos que sería estar loco, con otro género de locura, no estar loco."

"Los mejores libros son aquellos que quienes los leen creen que también ellos pudieron haberlos escrito."

"La escencia deontologica de la forma se manifiesta a traves de la sensacion de la angustia existencial"

"Más fácil es aguantar la muerte sin pensar en ella, que el sufrimiento de morir con ella."

"Miseria del hombre sin Dios implica felicidad del hombre con Dios."

"Muy débil es la razón si no llega a comprender que hay muchas cosas que la sobrepasan."

"Nadie habla en nuestra presencia del mismo modo que en nuestra ausencia. La sociedad humana está fundada en este mutuo engaño."

"Ni la contradicción es indicio de falsedad, ni la falta de contradicción es indicio de verdad."

"No conocemos a Dios sino por Jesucristo. De ahí que yo rehúse todas las demás religiones...Todo hombre puede hacer lo que ha hecho Mahoma; porque no ha hecho milagros; no ha sido predicho. Nadie puede hacer lo que ha hecho Jesucristo."

"No creo en las revoluciones que cambian el orden de las cosas y no cambian el corazón del hombre."

"No debo buscar mi dignidad en el espacio, sino en el gobierno de mi pensamiento. No tendré más aunque posea mundos. Si fuera por el espacio, el universo me rodearía y se me tragaría como un átomo; pero por el pensamiento yo abrazo al mundo."

"No es bueno ser demasiado libre. No es bueno tener todo lo que uno quiere."

"No es cierto que todo sea incierto."

"No hay más que dos clases de hombres: unos, los justos, que se creen pecadores; otros, los pecadores, que se creen justos."

"No lo buscarías si no lo hubieras ya encontrado"

"No poseemos la verdad ni el bien nada más que en parte y mezclados con la falsedad y con el mal."

"No vivimos nunca sino que esperamos a vivir; y disponiéndonos siempre a ser felices, es inevitable que no lo seamos nunca."

"Nos consolamos con pequeñeces porque son menudencias las que nos afligen."

"Nos gusta más la caza que la presa."

"Nuestra imaginación nos agranda tanto el tiempo presente, que hacemos de la eternidad una nada, y de la nada una eternidad."

"Nuestra naturaleza está en movimiento. El reposo absoluto es la muerte."

"Ordinariamente, uno se convence mejor por las razones que encuentra por sí mismo que por aquellas que proceden del espíritu de los demás."

"Para quienes no ansían sino ver, hay luz bastante; más para quienes tienen opuesta disposición, siempre hay bastante oscuridad."

"Para ser dichoso y ser o con toda seguridad es necesario procurar que los demás lo sean también. Tus bienes y tus males dependen en gran medida de aquellos con quienes te hayas juntado. La confidencia corrompe la amistad; el mucho contacto la consume, el respeto la conserva."

"Pintar el amor ciego es una sinrazón de los poetas; es preciso quitarle la venda y devolverle para siempre la alegría de sus ojos."

"Pocas amistades quedarían en este mundo si uno supiera lo que su amigo dice de él en ausencia suya, aún cuando sus palabras fueran sinceras y desapasionadas."

"Por lo común, nos persuaden mejor las razones que uno ha encontrado por sí mismo que las encontradas por los demás."

"Por muchas riquezas que un hombre posea y por grandes que sean la salud y las comodidades de las que disfrute, no se siente satisfecho si no cuenta con la estimación de los demás."

"Prefiero equivocarme creyendo en un dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un dios que existe. Porque si después no hay nada nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna; pero si hay algo, si hay alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo."

"¿Puede haber algo más ridículo que la pretensión de que un hombre tenga derecho a matarme porque habita al otro lado del agua y su príncipe tiene una querella con el mío aunque yo no la tenga con él?"

"Que cada uno en su ley busque en paz su luz."

"Quien dice agudezas, tiene mal carácter."

"¿Quién se siente desgraciado por no ser rey, sino un rey destronado?"

"Sabed que el hombre supera infinitamente al hombre."

"Saber más que los otros es fácil... Lo difícil es saber algo mejor que los otros."

"Si el artesano estuviese seguro de soñar por espacio de doce horas que es rey, creo que sería tan feliz como un rey que soñase doce horas que es artesano."

"Si los hombres supieran lo que unos dicen de otros no existirían en el mundo cuatro amigos de verdad."

"Sólo conozco dos tipos de personas razonables: las que aman a Dios de todo corazón porque le conocen, y las que le buscan de todo corazón porque no le conocen."

"Sólo hay dos clases de personas coherentes: los que gozan de Dios porque creen en él y los que sufren porque no le poseen."

"Sólo se es verdaderamente feliz cuando se sueña con la felicidad."

"Somos tan desdichados que no podemos encontrar placer en algo sino con la condición de enfadarnos si no tiene éxito."

"Todas las buenas máximas están en el mundo; sólo hace falta aplicarlas."

"Todas las cosas ocultan algún misterio; todas las cosas son velos que ocultan a dios."

"Todo nuestro razonamiento se reduce a ceder al sentimiento."

"Todos los hombres consideran la felicidad como su objetivo: no hay ninguna excepción. Por diferentes que sean los medios que empleen, todos tienden al mismo fin."

"Todos los infortunios de los hombres derivan una sola cosa: no saber quedarse tranquilos en una habitación." Pensamientos, fragmento 136.

"Una de las principales enfermedades del hombre es su inquieta curiosidad por conocer lo que no puede llegar a saber."

"Vale más saber alguna cosa de todo, que saberlo todo de una sola cosa."

"Ya se han escrito todas las buenas máximas. Sólo falta ponerlas en práctica".

"Y si he escrito esta carta tan larga, ha sido porque no he tenido tiempo de hacerla más corta."




BLAS PASCAL, TRES DISCURSOS SOBRE LA CONDICIÓN DE LOS GRANDES

Author: Antonio Gomez Robledo

Blas Pascal nació el 19 de junio de 1623 en Clermont, hoy Clermont Ferrand, en el seno de una familia acomodada, no precisamente de la nobleza, pero sí de la alta burguesía, con acceso directo a las más altas esferas sociales y políticas, como podrá verse en el discurso de su vida, la cual no llegó ni a los cuarenta años, pues murió en 1662.

Su padre Esteban Pascal, un padre amorosísimo pero sin la menor idea pedagógica, se empeñó, y no por tacañería, sino por creer que era lo mejor, enseñar a su único hijo varón por sí mismo, por lo que el niño y luego el joven Blas no concurrió jamás a ninguna escuela. De ahí que, en términos generales, y sobre todo tal vez en historia y filosofía, su formación haya sido de lo más deficiente. En lo único en que fue excelente, fue en matemáticas, en geometría -sobre todo, y esto porque el adolescente genial pudo completar por sí mismo los rudimentos recibidos del padre. El que por sí mismo haya llegado, según va la leyenda, a la trigésimo segunda proposición de Euclides, ofrece perfiles cuestionables, pero hasta hoy parece verdadera en lo sustancial. Lo que en todo caso no puede cuestionarse es que Pascal, sin ninguna o escasa relevancia en filosofía, conquistó desde el principio renombre de gran matemático.

La pésima escolaridad de Pascal, por otra parte, no dejó de contribuir, bajo otro aspecto, a su formación más íntima y a su ejemplarismo en la historia de las ideas. Si Pascal no aprendió nada de nadie, lo encontró todo, en cambio, en sí mismo, con lo que no hizo sino refrendar la mayéutica socrática, según la cual el conocimiento verdadero no es ninguna verdad prefabricada, sino el parto vital del espíritu. "Saber de memoria no es saber" (savoir par coeur n´est pas savoir) dijo Montaigne, a quien tanto leyó Pascal. En confirmación de lo cual, copiaré esta página de Fortunato Strowski:

"Muchas lagunas tuvo la educación de Pascal. El pasado no se reconstruye sino que se aprende, y Pascal no lo aprendió nunca. La educación solitaria acostumbra al espíritu a considerar cada idea adquirida como una obra personal y como un descubrimiento. En cualquiera de sus escritos, Pascal tiene siempre en sus labios el grito de Cristobal Colón al descubrir América... De otra parte, sin embargo, al inquirir por la razón de todos los efectos, el autodidacto hácese sutil y penetrante, y se habitúa a llevar su propio pensamiento hasta el fondo. No acepta ideas prefabricadas ni hábitos intelectuales impuestos, y está libre de las constricciones tradicionales y sociales que rigen por igual en el mundo de los cuerpos y en el de los espíritus. He ahí a Pascal todo entero. El lector de los Pensamientos ha de estar reconocido al digno magistrado que educó tan bien a su hijo al educarlo tan mal."[Nota 1]

Pascal prosigue así, por sí solo, su brillante carrera científica.

A los dieciséis años compone en latín el Tratado de las secciones cónicas que asombró a Descartes, y a los dieciocho inventa la máquina aritmética, precursora, al parecer, de las computadoras actuales. Cuando la tuvo lista, después de un trabajo ímprobo que lo dejó agotado y que repercutió gravemente en su salud, procedió a enviarla a la reina Cristina de Suecia, a la cual, como es bien sabido, le agradaba verse rodeada, cerca o lejos, de los mejores ingenios de Europa. A Descartes, por cierto, le costó la vida el favor real.

En la carta que Pascal dirigió a la soberana al mandarle su máquina, tropezamos con el párrafo que transcribimos por creerlo de interés:

"Lo que me ha llevado a haceros este envío es la unión que hay en Vuestra Majestad de dos cosas que me llenan igualmente de admiración y respeto, y que son la autoridad soberana y la sólida ciencia. Tengo, en efecto, una veneración muy particular por aquellos que han sido elevados al rango supremo, o de potencia o de ciencia. Los últimos pueden, si no me engaño y no menos que los primeros, pasar por soberanos... El poder de los reyes sobre los súbditos no es, a lo que me parece, sino una imagen del poder de los espíritus sobre los espíritus que les son inferiores. Y este segundo imperio paréceme tanto más elevado cuanto que los espíritus son de un orden más elevado que los cuerpos, y tanto más justo cuanto que no puede compartirse o conservarse sino por el mérito, mientras, que el otro puede serlo por el nacimiento o por la fortuna."

Dudo mucho que a la reina le haya gustado el párrafo anterior, porque lo que viene a decirle Pascal, en fin de cuentas, es que él es el sol, y ella apenas la luna, y por todo lo que sabemos, nunca fue invitado a la corte de Estocolmo. Y ni falta que le hizo, porque Pascal fue siempre un espíritu soberanamente libre. Después de Dios, lo que más amó fue la inteligencia, conforme al verso de nuestro vate jarocho:

Dios sobre todo, y sobre todo lo demás, la idea.

No estará por demás recordar, en esta hora sombría de postración de la inteligencia, la apoteosis del espíritu y del pensamiento en las páginas pascalianas. Espiguemos al azar y ponderémoslo.

"El pensamiento constituye la grandeza del hombre". Pensée fait la grandeur de l'homme.

"Toda nuestra dignidad consiste, pues, en el pensamiento."

Toute notre dignité consiste donc en la pensée.

"El hombre no es sino una caña, la más endeble de la naturaleza, pero es una caña que piensa." L´homme n`est qu´un roseau, le plus faible de la nature, mais c´est un roseau pensant.

"Todos los cuerpos, el firmamento, las estrellas, la tierra y sus reinos, no valen lo que el menor de los espíritus, porque éste conoce todo aquello y a sí mismo, y los cuerpos, nada."

Son pensamientos maravillosos, y sin embargo nos falta aún lo mejor, que es la subsunción de todos ellos en el triple orden de los cuerpos, los espíritus y la caridad, descrito al final de los Pensamientos, y del que, por su belleza y profundidad, trasladamos los párrafos esenciales:

"La distancia infinita entre los cuerpos y los espíritus figura la distancia infinitamente más infinita entre los espíritus y la caridad, por ser ésta sobrenatural.

"Todo el esplendor de las grandezas no tiene lustre para las gentes que se hallan en las investigaciones del espíritu.

"La grandeza de las gentes de espíritu es invisible para los reyes, para los ricos, para los capitanes, para todos los grandes de la carne.

"La grandeza de la sabiduría, que es nula si no es de Dios, es invisible para los carnales y para las gentes de espíritu. Son tres órdenes de diferente género.

"Los grandes genios tienen su imperio, su esplendor, su grandeza, su victoria, su lustre, y no tienen ninguna necesidad de las grandezas carnales, con las que no tienen ninguna relación. Son vistos no de los ojos, sino de los espíritus, y basta.

"Los santos tienen su imperio, su esplendor, su victoria, su lustre. Y no tienen ninguna necesidad de las grandezas carnales o espirituales, con las que no tienen ninguna relación, porque ni quitan ni ponen. Son vistos de Dios y sus ángeles, y no de los cuerpos ni de los espíritus curiosos. Dios les basta."

En máximas como éstas o en otras semejantes que pululan en la obra pascaliana, se inspiró Max Scheler para fundamentar la escala axiológica que va en este orden ascendente: valores vitales, valores espirituales y valores religiosos, y que corresponden fielmente a los tres órdenes que se nos han dado con tal carácter en la cita anterior.

Los fragmentos transcritos son, además, aun si prescindimos del fondo, un prodigio de forma. Ahora bien, y según se reconoce generalmente, por tirios y troyanos, el estilo de los Pensamientos no hace sino prolongar el estilo de las Provinciales, que hoy no se leen más con ánimo filosófico o teológico, pero sí como obra de arte.

Bastará con citar a este respecto el testimonio de Voltaire:

"El primer libro de genio que apareció en prosa fueron las Cartas provinciales. Todos los géneros de elocuencia están allí encerrados. No hay una sola palabra que, desde hace un siglo, se haya resentido del cambio que tan a menudo altera las lenguas vivas. A esta obra hay que atribuir la fijación de la lengua." (Siécle de Louis XIV.)

Este juicio, comenta por su parte Sainte-Beuve, tiene fuerza de ley.

Desde la primera provincial se nos cuenta que su efecto fue tan fulgurante, que al canciller de Francia le sobrevino una apoplejía en acabándola de leer, y que fue preciso sangrarlo hasta siete veces para salvarle la vida. Y este trastorno le venía simplemente de que el drama de la salvación personal, que hasta entonces lo había leído en libros escolásticos que se caían de aburridos, lo veía ahora de manera inmediata que le representaba al hombre concreto encarándose con Dios en la dialéctica trágica de la gracia y la libertad.

Pues otro tanto pasa con los Pensamientos, meros fragmentos escritos al azar y de prisa, pero de los que sin embargo estamos hasta hoy colgados, como de los fragmentos de Heráclito, bebiéndoles su secreto y su transporte. Y sobre todo tal vez en los fragmentos más elaborados, como en El misterio de Jesús, para mí lo mejor que nos dejó Pascal, y que no es sino la noche de Getsemaní, la hora más trágica de Cristo, más aún que las tres horas de la cruz, cuando ya estaba abandonado a lo irremediable.

¿De dónde, una vez más, esta prosa incomparable? Del genio simplemente, se dirá. Está bien, por supuesto, pero aun del genio pueden indagarse las fuentes, aunque reconociéndole a él en exclusiva la síntesis final. De otro modo, en efecto, no habría líteratura crítica de los genios mayores de la cultura occidental: Homero, Virgilio, Dante, Cervantes, Shakespeare y Goethe.

En lo que concierne a Pascal, Fortunato Strowski apunta a tres fuentes de su estilo, que serían la geometría, los salones y Montaigne.

La geometría se comprende, o más bien, si se quiere, las matemáticas en general, que Pascal englobaba, quién sabe porqué, bajo el nombre de geometría, por los hábitos que desarrolla de rigor y claridad, y que con el tiempo pasan del matemático al escritor, por más que haya olvidado las matemáticas, todo lo cual persevera hasta el día de hoy. En Pascal, además, la pasión por la geometría no le abandona nunca, no obstante su tránsito, como en Sócrates, al estudio del hombre.

Lo de los salones, en cambio, hay que ponderarlo más despacio en este país en que vivimos, de donde ha desaparecido por completo el arte de la conversación. Mis últimos recuerdos de su ejercicio remontan a los Contemporáneos: Café Tacuba, cafés de Gante y barandal de Prendes, donde Genaro Estrada tomaba el fresco de la noche con sus amigos, antes de entrar a degustar una colación cualquiera.

En Francia, por el contrario, el salón, presidido de ordinario por una gran dama, ha sido desde tiempos inmemoriales el hogar del buen gusto, de la galantería y de la eclosión del espíritu. No sé de ningún escritor francés que en algún momento de su vida no lo haya frecuentado, y si lo dejaron habrá sido por motivos patológicos, como Proust por su astma.

Pascal, por su parte, nacido no en la nobleza, pero sí en la alta burguesía, tuvo acceso natural, sin la menor necesidad de implorarlo, a los más altos medios, a la corte de Versalles en primer lugar, a la presencia, por tanto, de Luis XIII y Luis XIV. Frecuentó, siendo apenas un adolescente, la academia de ciencias, de hecho y aun antes de asumir el nombre, presidida por el padre Mersenne, y donde se reunían los mejores ingenios, ente ellos Descartes. Y en lo que hace a los salones propiamente dichos, Pascal frecuentó sobre todo los de Mme de Sablé y Mme de Longueville. Fue, como lo reconocen todos, su época mundana, y no porque se hubiera enredado en aventuras galantes (por lo menos nada nos consta a este respecto) sino por haber aspirado a pleno pulmón aquel ambiente de refinamiento en el pensar y en el decir. "El espíritu y el sentimiento, dirá más tarde el propio Pascal, se forman por las conversaciones. El espíritu y el sentimiento se estragan por las conversaciones. Así, las buenas o las malas lo forman o lo estragan. Lo que más importa es, pues, saber escoger, para formarlo y no estragarlo."[Nota 2]

Las buenas conversaciones del tiempo de Pascal formaron su espíritu y su sentimiento, y adiestraron su estilo, y las malas, en cambio, las que hoy por hoy tenemos nosotros, las de cantina y discoteca, las únicas que nos quedan, pervierten entre nosotros el espíritu y el sentimiento.

La época mundana de Pascal conjeturo que habrá terminado con la noche extática y mística del Memorial (1654) cuando Pascal se vuelve totalmente a Dios y no se cura más de las cosas terrenas.

La experiencia anterior, sin embargo, continúa impregnando su estilo, en su brío, en su ímpetu, en su desenvoltura, elementos que son tan visibles en los Pensamientos como en las Provinciales.

De las tres influencias antes enumeradas, la última que pesó definitivamente en el espíritu y el estilo de Pascal, fue Montaigne, a quien leyó y releyó incontables veces, y de quien aprendió la técnica de la observación de sí mismo, con el corolario, además, de que en el yo propio está la forma universal de la humana condición, según decía el propio Montaigne.

Como quiera que sea, y si bien hay todavía quienes le discuten más o menos a Pascal el título de filósofo (entre ellos Maritain, nadie menos) pero nadie le regatea, y a la cabeza de todos Voltaire, su prosa incomparable. Una prosa poética, además, en la cual es patente a menudo el encanto, la gracia y la música de su amigo y contemporáneo Jean Racine, como, para no ir más lejos, en el pasaje antes transcrito de los tres órdenes. Más aún, los críticos han detectado en los Pensamientos no sé cuántos alejandrinos o endecasílabos involuntarios, como en este verso asombroso de El misterio de Jesús:

Il ne prie qu´une fois que le calice passe...

Versión, como salta a la vista, de las palabras de Jesús en la oración del huerto: "Padre, si es posible aparta de mí este cáliz", pero dichas por una sola vez.

De poeta a poeta, por lo demás, han de justificarse estas apreciaciones, y por esto cerramos estas reflexiones con las palabras de Paul Claudel, quien en repetidas ocasiones habló de Pascal como ejemplo de poesía en prosa, como en este pasaje:

"Pascal nos hace oír esta prosa maravillosa impregnada por entero y hasta en sus fibras más secretas, como la madera pastosa y seca de un Stradivarius, del son inteligible... Todos los recursos de la incidencia, todo el concierto de las terminaciones, el más rico y sutil que pueda darse en lengua alguna del mundo, han sido al fin plenamente utilizados. El principio de la rima interior y del tono dominante se desarrolla con una riqueza incomparable de modulaciones."[Nota 3]

De todos los pascalistas que conozco no hay sino Romano Guardini (Christliches Bewusstsein, Versuche über Pascal) que se haya atrevido a decir que a Pascal le es por completo extraño el arte, y sobre todo la música. Y lo que pasa es que Guardini, alemán al fin, enfoca a Pascal con lente kafkiano o kierkegardiano, sin darse cuenta, además, de que los Pensamientos no son un diario íntimo, y que su autor, por ende, no tenía por qué hablarnos de su gusto por la música o por la danza, de todo lo cual habrá quedado bien imbuido a su paso por los salones. Por último, y a quien tenga la noción mínima del ritmo y la armonía, habrá de serie patente el alma musical de Pascal en composiciones como Le mystére de Jesús y el discurso sobre los tres órdenes, el primero un himno al dolor, y el segundo un himno triunfal del espíritu y de lo que está más allá del espíritu.

Con el deseo de comunicar algo de Pascal al público en general, lo que quiere decir al público iletrado o semiletrado, lo mejor me pareció, y sobre todo en este momento del cambio político, trasladar aquí mi humilde versión de los Tres discursos sobre la condición de los grandes. Los grandes de este mundo, ya se entiende, y muchos de los cuales realmente no lo son, como aquel Grande de España que a Sancho se le antojaba tan pequeño.

Trátase, en primer lugar, de un discurso laico (cosa rara en Pascal) donde el nombre de Dios no aparece sino contadas veces, para designar la última fuente del poder político, como en todos los escritores de la época. Toda la fuerza del discurso, todo su vigor argumentativo, está cifrado en la distinción clásica, que nos viene de la sofística, ente la fisis y el nomos, entre la naturaleza y la convención, con todas las consecuencias que de ello resultan en el titular del poder político.

Sin ánimo de disputarle ninguna originalidad a Pascal, el tema estaba en el orden del día, y sobre todo en el declinio del Rey sol, cuando todos se preguntaban cómo podría educarse al Delfín, para que no reinara como un monarca absoluto sobre un reino de la importancia y potencia de Francia. A la muerte de Pascal, Nicole publicó un Tratado sobre la educación de un príncipe, y en general proliferaba esta literatura, como en España la de obras que ostentaban títulos semejantes, como los de Reloj de príncipes, Norte de príncipes o Regimiento de príncipes, y seguramente nos quedamos cortos en esta o semejante nomenclatura.

A este género, pues, pertenecen los tres discursos que parece haber pronunciado Pascal en presencia del joven duque de Chevreuse, a quien su padre, el duque de Luynes, había confiado a la comunidad de Port Royal. La redacción final se cree que fue hecha por Nicole, que se hallaba presente, y como haya sido nadie duda hoy en tenerlos, como de la autoría de Pascal, al contrario de otros que se tienen por apócrifos, como el Discurso sobre las pasiones del amor.

Aparte de su -perfección formal, los discursos representan un documento notable en la evolución del pensamiento democrático y los derechos del hombre. En el primer discurso, pulveriza Pascal la idea de un derecho natural al mando, o como se dirá después, el derecho divino de los reyes. Lo que bajo este nombre pretende cohonestarse no es sino fruto del azar, de encuentros fortuitos, de enlaces afortunados y de la fantasía de las leyes humanas. "Vuestra alma y vuestro cuerpo, dice Pascal al joven príncipe, son de suyo indiferentes al estado de batelero o al de duque. No tenéis nada por vos mismo que os encumbre sobre los demás." La verdad fundamental es la de la "perfecta igualdad entre todos los hombres."

En el segundo discurso vuelve Pascal sobre la distinción, ya expresada en su carta a Cristina de Suecia, entre las grandezas convencionales (d'établissement) y las grandezas naturales, la distinción, una vez más, entre fisis y nomos. Las primeras grandezas son todas ficticias, y sólo las segundas reposan sobre una superioridad real: ciencia, inteligencia, virtud o fuerza. Cuando el príncipe carece de cualquiera superioridad natural, habrá que despreciarlo interiormente por la bajeza de su espíritu (le mépris intérieur pour la bassese de votre esprit) aunque rindiéndole exteriormente el homenaje debido a su superioridad convencional.

En el tercer discurso, en fin, hay al final una súbita irrupción del orden sobrenatural, el de la caridad (recuérdese el discurso de los tres órdenes) de lo que resulta la aparente contradicción o incongruencia de que no dejará de condenarse (sic) quien se atenga a los consejos enunciados en los dos discursos anteriores. No me siento capaz de disolver la contradicción, y me limito a sugerir que la explicación podría estar en el jansenismo de Pascal, conforme al cual las virtudes naturales no tienen valor alguno en la economía de la salvación. Lo digo como lo siento, sin haber visto confirmada esta exégesis en parte alguna. Sería una expresión más del sobrenaturalismo exagerado de los solitarios de PortRoyal.

En conexión con los tres discursos estaría el fragmento de los Pensamientos (Br. 331) que nos limitamos a trasladar:

"Si Platón y Aristóteles escribieron de política, fue como para arreglar un hospital de locos, y si aparentaron hablar de ello como de una gran cosa, es que sabían que los locos a quienes hablaban, pensaban ser reyes y emperadores."

De los Discursos resulta, por último el retrato de Pascal, un retrato moral, se entiende, de su personalidad. Podemos concurrir con Mauriac en destacar en él su desmedido orgullo (nul n´a possedé plus fortement que Pascal la certitude de son excellence) sólo que en este orgullo entra, tanto como la conciencia de su supremacía intelectual, la ufanía de su libertad. Pascal fue un hombre supremamente libre, como lo hace ver, para no ir más lejos, el lenguaje que usa con los grandes de este mundo. De acrisolada religiosidad, Pascal no, quiso, sin embargo, abrazar el estado eclesiástico; y en lo que toca a otras conexiones, está hoy perfectamente claro que nunca fue miembro de la comunidad de PortRoyal. Convivía con ellos, es verdad, pero salía cuando le venía en gana; iba y venía de París sin dar a nadie ninguna razón de sus pasos. Por último, y en la suprema confrontación con Roma en la querella jansenista, Pascal apeló a Jesucristo por encima de su vicario, según lo dejó escrito:

"Si Roma condena mis cartas (las Provinciales) lo que yo condeno lo condena el cielo. Ad tuum, Domine Iesu, tribunal appello."

En las circunstancias actuales es seguro que Pascal habría estado con Marcel Lefebvre, y que habría refrendado el verso de su amigo Pierre Corneille, que con el tiempo hará suyo Gabriel Marcel:

Rome n´est plus dans Rome, elle est toute oje suis.

Pascal murió el 19 de agosto de 1662, a la edad de 39 años. La obra que dejó inédita, los Pensamientos, es, no obstante su carácter inacabado y fragmentario, una de las obras mayores de la literatura universal.




Primer Discurso*

*La traducción de los Tres discursos es obra de Antonio Gómez Robledo.

Para entrar en el verdadero conocimiento de vuestra condición, consideradla en esta imagen.

Un hombre fue arrojado por la tempestad a una isla desconocida, cuyos habitantes afanábanse por encontrar su rey, que se había perdido; y como el náufrago tuviera gran semejanza en su cuerpo y en su rostro con el rey, tomáronlo por él, y en esta calidad fue reconocido por todo el pueblo. En cuanto a él, no sabiendo qué partido tomar, resolvióse al fin por prestarse a su buena fortuna. Recibió todos los respetos que quisieron rendirle y dejóse tratar de rey.

Mas como no podía olvidar su condición natural, pensaba, al par que aceptaba aquellos respetos, que no era el rey que el pueblo buscaba, y que no le pertenecía el reino. Tenía así un doble pensamiento: uno por el que actuaba como rey, y el otro por el que reconocía su verdadero estado, y que no era sino el azar el que le había puesto en el lugar en que estaba. Este último pensamiento lo encubría, y descubría el otro. Por el primero trataba con el pueblo, y por el último trataba consigo mismo.

Por un azar no menor que el del hombre que de repente se encontró ser rey, poseéis las riquezas de que sois dueño. De vos mismo y por vuestra naturaleza, no tenéis sobre aquello ningún derecho, no más que aquél; y no solamente no os encontráis primeramente como hijo de un duque, sino que no habéis venido al mundo sino por una infinidad de azares. De un matrimonio dependió vuestro nacimiento, o por mejor decir, de todos los matrimonios de aquellos de quien descendéis. Y estos matrimonios ¿de quién a su vez dependen? De un encuentro fortuito, de un discurso al viento, de mil ocasiones imprevistas.

Vuestras riquezas, a lo que decís, os vienen de vuestros ancestros, pero no es sino por mil azares como vuestros ancestros las han adquirido y conservado. ¿Podéis imaginaros que por alguna ley natural hayan pasado estos bienes de vuestros antepasados a vos mismo? No hay verdad en esta apreciación. Este orden no reposa sino en la voluntad de los legisladores, los cuales habrán podido tener buenas razones, pero ninguna tomada de un derecho natural que tuvierais sobre estas cosas. Si les hubiera venido en gana ordenar que estos bienes, después de haber sido poseídos por vuestros padres durante su vida, a su muerte volvieran a la república, no hubierais podido tener el menor motivo de queja.

De suerte, pues, que todo el título por el que poseéis vuestro bien, no es un título de naturaleza, sino de una constitución humana. Un giro distinto de imaginación en quienes hacen las leyes, os hubiera dejado pobre; y no es sino esta inclinación del azar la que os ha hecho nacer al amparo fortuito de las leyes que os han sido favorables, y que os han puesto en posesión de todos estos bienes.

No quiero decir que no os pertenezcan legítimamente, o que esté permitido a otro arrebatároslos, ya que Dios, señor de todos ellos, ha permitido a las sociedades hacer leyes para su repartición, y una vez que estas leyes han sido establecidas, es injusto violarlas. Es esto lo que os distingue en algo del náufrago que no habría poseído su reino sino por el error del pueblo, ya que Dios, no habiendo autorizado aquella posesión, le habría obligado a renunciar a ella, al paso que autoriza la vuestra. Mas lo que os es en todo común con él, es que el derecho que tenéis sobre aquello, no tiene mayor fundamento del que tiene aquél, por no consistir en ninguna calidad o mérito de vuestra persona, y tal que os haga digno de aquella posesión. Vuestra alma y vuestro cuerpo son de suyo indiferentes al estado de batelero o al de duque, y no hay ningún vínculo natural que les adscriba a una condición más bien que a otra.

Pues de todo esto ¿qué se sigue? Que debéis tener, como el hombre del que hablamos, un pensamiento doble: que si actuáis al exterior con los hombres según vuestro rango, debéis reconocer, por un pensamiento más oculto pero más verdadero, que por naturaleza no tenéis nada por encima de ellos. Si el dictamen público os eleva por encima del común de los hombres, que el otro, el que lleváis escondido, os abaje y os tenga en una perfecta igualdad con todos los hombres, por ser vuestro estado natural.

El pueblo que os admira no conoce quizás este secreto. El pueblo cree que la nobleza es uña grandeza real y considera a casi todos los grandes como siendo de una naturaleza distinta de los demás. No le descubráis este error, si así os place, mas no abuséis insolentemente de esta elevación, y sobre todo no queráis desconoceros a vos mismo pensando que vuestro ser tiene algo más elevado que el de los demás.

¿Qué diríais del hombre aquel que hubiera sido hecho rey por error del pueblo, si viniera a olvidarse a tal punto de su condición natural que se imaginara que s e le debía el reino, que lo merecía y le pertenecía de derecho?' ¿No quedaríais pasmado de su necedad y locura? Pero entre las personas de categoría, ¿no hay también las que viven en este extraño olvido de su estado natural?

¡Ojo a tan importante aviso! Pues todos los arrebatos, toda la violencia y toda la vanidad de los grandes vienen de que no conocen en absoluto lo que son. Difícil cosa es, en efecto, que quienes se miran en su interior como iguales a todos los hombres, y que estén bien persuadidos que en sí mismos no tienen nada que merezca las menudas ventajas que les ha dado Dios por encima de los demás, puedan tratarlos con insolencia. Para actuar de este modo tendrá uno que olvidarse de sí mismo y creer que se tiene alguna excelencia real por encima de aquéllos, en lo cual consiste la ilusión que trato de describiros.


Segundo Discurso

Es bueno, Señor, que sepáis lo que se os debe, a fin de que no pretendáis exigir de los hombres lo que no os es debido. Sería esto, en efecto, una evidente injusticia, y es, sin embargo, muy común a los de vuestra condición, porque ignoran la naturaleza de la misma.

Hay en el mundo dos especies dé grandezas, y que son las grandezas de constitución y las grandezas naturales. Las grandezas de constitución dependen de la voluntad de los hombres, que han creído con razón deber honrar ciertos estados y rodearlos de ciertos respetos, y de este género son las dignidades y la nobleza. En un país se honra a los nobles y en otro a los villanos; en éste a los mayores y en aquél a los menores, ¿Por qué así? Pues porque así lo han decidido los hombres. La situación era indiferente antes de la constitución, y después de la constitución deviene justa, porque es injusta su alteración.

Las grandezas naturales son aquellas que son independientes de la fantasía de los hombres, porque consisten en las cualidades reales y efectivas del alma o del cuerpo, y tales que toman la una o el otro más estimable, como las ciencias, la luz del espíritu, la virtud, la salud, la fuerza.

Algo debemos a la una y a la otra de estas grandezas; pero como son de una naturaleza diferente, debémosles también respetos diferentes.

A las grandezas de constitución debémosles respetos de constitución, es decir ciertas ceremonias exteriores que deben ser, sin embargo acompañadas, según la razón, de un reconocimiento interior de la justicia de este orden, sin que por ello nos hagan concebir alguna cualidad real en aquellos que de este modo honramos. A los reyes hay que hablarles de rodillas, y estar de pie en la sala de los príncipes, y sería una necedad y una bajeza de espíritu el rehusarles estos deberes.

Mas en lo que ve a los respetos naturales que consisten en la estimación, no los debemos sino a las grandezas naturales, y debemos al contrario desprecio y aversión a las cualidades contrarias a aquellas grandezas naturales. No hace falta que, por ser vos duque, os tenga en estima; lo único que hace falta es que os salude. Si sois duque y hombre de bien, cumpliré con lo que debo a una y otra cualidad. No os escatimaré las ceremonias que merece vuestra calidad de duque, ni la estima que merece la de hombre de bien. Mas si fuereis duque sin ser hombre de bien, os haré aún justicia, porque al par que me descargo de los deberes exteriores que la institución humana ha vinculado a vuestra cuna, no dejaré de tener por vos el desprecio interior que merece la bajeza de vuestro espíritu.

He ahí en qué consiste la justicia de estos deberes. Y la injusticia consiste en rendir los respetos naturales a las grandezas convencionales, o en exigir los respetos convencionales para las grandezas naturales. Si el señor X quiere pasar antes que yo, por ser un geómetra mayor que yo, le diré que de todo esto no entiende nada. La geometría es una grandeza natural que demanda por ello una preferencia estimativa, pero los hombres no le han atribuido ninguna preferencia exterior. Pasaré, pues, antes de él, y lo estimaré más que a mí mismo en su condición de geómetra. Pues de modo semejante, si siendo duque y par no os contentarais con que me tenga descubierto en vuestra presencia, sino que quisierais aún que os estimara, os rogaría yo que me mostrarais las cualidades acreedoras a mi estima. Si lo hiciereis, tendréis la luego, ya que en justicia no podría rehusárosla. Mas si no lo hiciereis, no podréis demandármelo en justicia, y ciertamente no lo obtendréis, así fueseis el mayor príncipe del mundo.


Tercer Discurso

Quiero haceros conocer, Señor, vuestra verdadera condición, por ser en este mundo la cosa que más ignoran las gentes de vuestro rango. ¿Qué es, a vuestro parecer, el ser gran señor? ¿Es el ser dueño de diversos objetos de la concupiscencia de los hombres, a fin de poder satisfacer a las necesidades y deseos de la mayoría? Pues son estas necesidades y deseos los que los arrastran a vuestro alrededor, y que hacen que se os sometan. Si por esto no fuera, ni siquiera os mirarían, y lo que esperan, por los servicios y deferencias que os rinden, es obtener de vos alguna parte de los bienes que desean, y de los que, por lo que ven, disponéis vos mismo.

Dios está rodeado de gentes llenas de caridad queje demandan los bienes de la caridad que están en su poder, por lo que es él propiamente el rey de la caridad.

Vos estáis igualmente rodeado de un pequeño número de personas sobre las que reináis a vuestro modo. Estas gentes están llenas de concupiscencia y os demandan los bienes de la concupiscencia, porque es la concupiscencia la que los vincula a vos. Sois así propiamente un rey de concupiscencia. Vuestro reino es de poca extensión, pero sois en esto igual a los grandes reyes de la tierra, al igual que vos mismo reyes de concupiscencia. La concupiscencia es el factor de su fuerza, es decir la posesión de las cosas que desea la avidez de los hombres.

Conociendo empero vuestra condición natural, usad de los medios que os da y no pretendáis reinar por otra vía que por la que os ha hecho rey. No ha sido vuestra fuerza ni vuestra potencia natural la que ha hecho de estas personas vuestros súbditos. No pretendáis, pues, dominarlos por la fuerza ni tratarlos con dureza. Satisfaced sus justos deseos, aliviadles en sus necesidades, poned vuestro contento en ser su bienhechor, promovedlos en lo que podáis, y seréis así verdadero rey de concupiscencia.

Lo que os digo no va muy lejos, y si a ello os atenéis, no dejaréis de perderos, pero al menos os perderéis como hombre de bien. ¡Hay gentes que se condenan tan estúpidamente por la avaricia, por la brutalidad, por el libertinaje, por la violencia, por los arrebatos, por las blasfemias! El medio que os sugiero es sin duda más honesto, mas en verdad que es una gran locura condenarse, y por esto no hay que contentarse con aquello. Hay que despreciar la concupiscencia y su reino, y aspirar al reino de la caridad, donde todos sus súbditos no respiran sino caridad y no desean sino los bienes de la caridad. Otros, y no yo, os dirán el camino, y a mí básteme el haberos apartado de aquellas vías brutales por las que, a lo que veo, se dejan llevar muchas personas de vuestra condición, por no conocer bien el estado verdadero de esta condición.

ESTUDIOS. filosofía-historia-letras
Primavera 1989
ITAM
http://biblioteca.itam.mx/estudios/estudio/letras16/dossier/sec_1.html








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