domingo, 6 de noviembre de 2016

VICTORIA ASH [19.493]



VICTORIA ASH

Escritora de nacimiento jienense y de corazón granadino. Licenciada en Comunicación Audiovisual.

Su primer poemario, La culpa es de las musas (Ed. Lapsus Calami), fue publicado en marzo de 2015. 

Su segundo poemario Besos de nadie (Colección ESPASAesPOESÍA, 2016), contiene cuarenta y cuatro poemas inspirados en dos tipos de musas: unas que, en el intento de amarte, te hieren; otras, que hacen de este mundo un lugar mejor.

Su segunda obra publicada fue Detrás de la piel (Ed. Torremozas), un libro de relatos publicado en diciembre de 2015 dispuesto a ayudarnos a descubrir qué tenemos detrás de la piel.



Por todas mujeres

Por todas las mujeres
rompo el grito, la lanza
y la desidia
con la que aplastaron su vuelo
los hijos del odio
contra ellas.
Poca hombría
denota la actitud beligerante.
Querer imponerse para otorgarse
la importancia que
debe ser
que uno por sí mismo
no merece.
Poca hombría.
Porque hombría no debería
ser más
que la elegancia del hombre
en el saber comportarse.
Y yo,
que no diferencio
entre hombres y mujeres,
que los creo a todos iguales,
sigo soñando personas
libres y veraces.

Por todas las mujeres
lloro sangre:
me duele cada una en las entrañas.
Se me enquista cada historia
tan adentro
que dirían que alguna fue
mi hermana
porque hay noches
que no concilio el sueño
pensando en la canción
que crean sus nombres
en algún lugar entre
el dolor y la venganza.

Por todas las mujeres
siento miedo
de que éste sea el mundo
al que yo amaba,
de que los golpes de la vida
los den manos,
de que nadie haga nada
por cambiarlo.
Y me avergüenzo, me enfado
y enloquezco.
Éste no es lugar para el mañana
de los hijos que yo sueño.

Por todas las mujeres
me levanto
para ser de la libertad,
su canto.
Bien alto:
que no nos vamos a dejar morir
ni matar,
que si no nos quieren vivas
los hijos del odio,
los hijos del mal,
les auguro un triste final.

Por todas las mujeres.
Por todos las personas que las saben amar.


Somos todos

Ese niño que parte hacia ningún sitio,
somos nosotros.
Somos todos.
Aquél que yace tendido
en el beso del agua a la tierra
que ahora besa la muerte
de este pequeño cuerpo inerte
que todavía emana calor y sueños,
somos todos.

Ese niño que quiso tentar su suerte
y jugar al escondite con la muerte,
hoy pierde.
Y perdemos todos
que le perdemos a él y a tantos otros
y que, por supuesto,
nos hemos perdido a nosotros.
Ese pequeño perdedor,
somos todos.

Ese niño que ya no verá su vida
desde los recuerdos
que ya no creará,
es uno menos.
De nosotros.
Y sin embargo,
él
somos todos.

Él somos todos
todas las veces que le giramos la cara
a la vida
para no ver la herida
que le creamos al mundo.
Todas las veces
que pudimos salvarle
pero creímos que el aire
compartido
nos podía ahogar.
Todas las veces
que nos dolió su dolor
pero de brazos cruzados
y miradas ausentes.
Todas las veces
que supimos que podíamos
haber sido nosotros
y nuestros hijos
pero en 10 minutos
la pena bebió del olvido
para ignorar.
Todas las veces



Mis miedos al aire

Hoy voy a desnudarme
ante tus ojos.
No esperes formas de mujer
al descubierto.
Que este desnudo
es más bonito:
viene de dentro.
Son mis miedos
al aire
-ojalá viento-.

Hoy quiero
(des)quererme hasta salvarme.
Quizá lo consiga
si te cuento
que con dos años le perdí.
No lo conozco
si no junto de otros
los recuerdos.
Vivo de éstos.
De los míos, que no tengo,
los invento.
Quizá, por eso,
soy soñadora sin remedio.
Incluso, a veces,
me evado
a un mundo paralelo
que he creado para él,
para nosotros.
Para sentir su abrazo
como refugio ante
la vida.

¿Y sabes?
Creo que por eso
en el amor nunca acierto.
Desde entonces,
he querido cuidar y proteger
a mi familia.
Que miro
a mi madre y a mi hermano
y me duele el aire
que les roza
-que diría ella-.
Y me pondría delante
para parar balas
si me aseguran
que son inmunes ellos
si es a mí a quien perforan.
Y puede que, por eso
busque chicas con problemas,
indefensas,
vulnerables,
complicadas.
Que piden a gritos
que las salves o que mueras.
Y yo,
que llego con una sonrisa como capa
sin saber que, al final,
es a mí a quien disparan.
Con cada nombre
muero un poco y vivo más.
El amor real siempre está
a la vuelta de la esquina
y yo siempre
he sido de salir
al encuentro con la vida.

Aún así,
tengo coraza
-como todos-.
De pequeña era tímida
-quién lo diría-
pero no preguntaba por él
por miedo a herirla.
Me sentía diferente
por ésta y otras cosas
(perdóname si no lo digo,
tienes razón:
no es un desnudo completo.
Pero es que yo,
la ropa interior no me la quito
si no es para hacer el amor,
que eso sí es poesía.
Llámame ‘romántica’ o ‘antigua’).
Y eso,
que era introvertida
hasta que encontré en el humor
mi coraza o mi salida.
La forma
en la que mis dos mundos convivían.
Un instinto de supervivencia,
como la lírica.
Así, te quitas
a todos los que sin dejar huella,
pasan.
Que,
a quien quiere conocerte
no le bastan ‘piel’ y ‘risas’
y quiere descubrir
qué hay detrás de tu mirada.
Por qué te ilusionas todavía
como una niña
-que tú,
si has probado la pérdida,
entenderás que vivir
cobra otro significado-.
Y podría contarte también
por qué hablo sin decir nada
de mí,
o hablarte de mi inseguridad
o de algún complejo.
Pero mejor cojo mis miedos
y los tiro al aire.
A ver si llega
una mujer huracán
y se los lleva
y, por una vez,
no soy yo
quien salve a nadie…



Llorar es otra forma de sonreír

Imagino
que echarte de menos,
debe ser el privilegio
que tengo
frente a los que
no te han conocido.
Qué absurdas y faltas de sentido
me parecen sus vidas
desprovistas
de tus caricias
y de la huella
que deja tu risa en el aire.
Qué estúpidos
me parecen todos los motivos
para llegar a un fin
si no estás tú
en el camino para alentarme.

Imagino
que despedirte es más duro
por asumir que
no volveré a hablar contigo,
por querer plantarle
cara a la vida con tus ojos
y verme tan sola
si solo uso los míos.
Y que,
tal fue mi insistencia
en que estuvieras en primera fila,
que has decidido subir ‘arriba’
para verme mejor.

Quizá no lo sabes, pero
a veces
llorar es otra forma de sonreír.
Y yo, esa primera noche
entre tus brazos,
te estaba sonriendo con lágrimas.
Imagino
que, quizá no lo sabes,
pero tú te quedas en mis labios.
Y, por eso,
todas las sonrisas
desde la boca hasta los ojos
serán siempre por ti.



Muerte para piano

Puedo decirte que si cierro
los ojos
aún la veo.
Incluso podría asegurar
que cuando me toco
el pecho izquierdo
siento un sabor en los labios,
a camino entre un beso
y veneno,
que me recuerda a ella.
Es más,
seguramente todas las flores
de esta ciudad
llevan su nombre
y las aceras echan de menos
el bailar de su falda
cuando sonríe con el cuerpo.
Porque sí, la boca no le basta
para ser feliz
a quien es más alma
que invierno.

Puedo confesarte que el día
que se fue
yo estaba durmiendo:
algo así como mirarla y soñarla
y creer en lo eterno.
Algo así como oír un portazo
y descender al infierno.
Algo así como en qué beso
dejaste de amarme
si yo aún te quiero…

Puedo presentarte a todas
las personas
en las que me he convertido
desde que sus manos
no guían mis pasos.
Odio a cada una de ellas.
Todas son mi ‘yo’ en el olvido.
Y me susurro en voz baja
(lo suficiente como para no oírlo)
que:
“desde que intento olvidarte
me doy cuenta
de que solo me gusto contigo”.
Pero claro,
ya es tarde
y solo me queda este cuerpo
en el que no me reconozco
sin ti.

¿Sabes?
También puedo mentirte.
Decirte, por ejemplo,
que yo quería que se fuera.
Que ya no la quería.
Que me había cansado
de esos ojos que cantan
cada vez que abre la boca,
de esa manera de buscarle
las cosquillas al mundo,
de su sonrisa pícara de
‘hoy no te voy a dejar dormir ni en sueños’.
Ya sabes, de sus cosas.
Que eran nuestras.
Y yo de ella.

Lo podría hacer.
Podría mentirte.
Pero entonces, qué hacemos
con el piano…
Porque no sé cómo lo ha hecho,
pero desde que se fue
se ha quedado sin voz.
Él y el mundo.

‘Y después de todo,
yo me pregunto
qué pueden saber del dolor
los que no te han perdido…’




Gana batallas

Bébete mis días
para que no vea lo que me espera:
corazones amoratados
de contener sentimientos
prohibidos;
palabras sin sonido,
sin dueño ni honor,
huecas;
miradas vacías,
desprovistas de lo que un día
las hizo ser ellas.

Acaba con mis sueños.
Hazme olvidar una realidad paralela
donde ser feliz,
si aquí no puedo serlo.
Haz que no quiera ansiar
en esta vida
lo que con la imaginación creo,
porque aquí solo hay deseo
bañado en ego.

Borra mi ilusión,
pisa mis ganas,
y hazme débil.
No vaya a ser que quiera seguir luchando,
que mientras ellos lloran
lágrimas sin sal
destruyendo almas,
yo coja una sonrisa como única arma
y le plante cara al invierno.
Que les mire a los ojos
y les recuerde que hasta los presos
pueden despertar el calor de su cuerpo.

Anúlame,
en serio,
hazlo rápido,
porque quiero un mundo de personas,
y un corazón que todavía late
gana batallas al miedo.




A veces me odio

A veces me odio
por creer que no existes,
que te invento para sobrevivir,
que no vivir,
en un mundo marchito
y sombrío.
¿Existes?
Porque a veces creo
que se me acabó el amor
de tanto buscarte.
Te he buscado incluso sin buscar
y te he esperado sin tiempo.

A veces me odio
por olvidarme de mi,
y quererte más a ti,
pese a que todavía
no tengas rostro ni formas,
ni una manera especial
de decirme
“cuánto te he echado de menos”.

A veces me odio
por verte en los ojos
de cualquiera.
No eres tú,
pero podrías serlo.
El destino son siempre nuestras ganas,
pero solo he debido de querer yo
por el momento.
¿Dónde estás?
¿por qué no te siento?

A veces me odio
por soñarte infinita,
etérea,
sutil,
perfecta.
Por no creerme completa,
por pensar que serás la sonrisa
motivo de mi fuerza,
por creer que solo tú puedes salvarme
de la vida,
cuando la realidad es
que soy yo quien me salva
de mi misma cada día.

A veces me odio
por creer que no existes,
pero a veces me quiero
y no quiero que seas.


Un solo segundo

Me preguntó
que por qué lo había hecho.
No le entendí y fue más claro:
– “¿Por qué las has querido sin medida?” –
me dijo,
– Porque no sé querer de otra manera –
balbuceé yo.

¿Acaso crees que no sabía de la existencia
del abismo tras su sonrisa?
¿Que junto a sus manos me acariciaban
también sus dudas?
¿Crees que no la sentía lejos por ser del aire
y que ignoraba que mis alas siempre estuvieron
cosidas
a sus pies?
¿Que no notaba en sus besos un sabor
a otras ciudades, otras personas, otros mares?
¿Crees que no sabía que se iría en algún momento?

Lo sabía.
Pero en esos momentos de miedo,
respirarla un segundo más
eran flores en el pecho,
abrazarla era saber que te
puedes llenar de otro
-y vaciarte en un momento-,
besarla era crear un puente
entre sus palabras y las mías
en el que hubiese dormido cada noche
abrazada a su demencia,
y amarla,
¡amarla era una puta locura!
Eran sueños en los dedos,
cosquillas en los pies.
Y también era dolor, impotencia y muerte…
Pero después de haber probado el cielo,
¿quién le dice a un loco
que vuelva a un mundo inerte?

– “Pero ella se ha ido,
has vuelto de todas formas
no entiendo por qué le diste tu tiempo…”.

– Porque en un solo segundo
ella llenó mi vida para siempre.




Besos de nadie

Tiene muy mal despertar
y, sin embargo,
hasta el sol espera a su vera
para ver cómo abre los ojos
y llenarse de ella
para seguir dando luz.

Se ríe con tantas ganas
que en su boca suena
mi canción favorita
                            y la suya también.
A la vez.

Sabe hacerte sentir tan a gusto
que crees que en su pecho
siempre estuvo tu casa
aunque no tengas llaves
ni sepas abrir.

Quiere tan fuerte y bonito
que sientes que siempre fue así
pese a que no os conocíais
y se deba ir.

Tiene la intuición
de quien ya ha vivido esta vida
y ha venido sólo
para acariciarte
y quedarse en tus sueños
para que estén más cerca.

Cuida como si sangrara
de tu herida.
De esa. La más profunda y dolorosa.
A la vez lucha
como si le hubiesen dado
la oportunidad de salvarte.
Esta vez.
Siente como si sólo existiese hoy.
Especialmente porque hoy te ama
como nunca,
porque no sabe medirse
—ni en tempestad—
y porque sabe que lo más bonito
de su vida le pasó
por dentro
—y ahí te guarda—.

Y besa como si nadie
hubiese tenido nombre antes de ella.

Así es, mi amor,
hasta que te encontré a ti,
todos mis besos fueron de nadie.


.

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