miércoles, 2 de noviembre de 2016

MELBIN CERVANTES [19.439]


Melbin Cervantes

Cancún, Quintana Roo, México 1991. Ha colaborado en revistas literarias digitales como Sak-ha de la Escuela de Escritores de Yucatán, Bistró Magazine, literatura y poesía y Válvula Magazine. En 2015 obtuvo mención honorifica en el concurso de poesía Flores a Cozumel, y en 2016 segundo lugar de Narrativa Memorias de Una Isla. Autor de Las huellas que dejó el silencio (2016). Actualmente radica en Cozumel.



Adán silbó
Eva no estaba
Adán fue feliz.


OLD MAN

La vida es breve
y mis plegarias son inmundas.
Escúchelas aquel
que pueda oírlas…
Un compañero me ha dejado
y a esta tierra soy ajeno.
Hacia donde me dirija, hay un dedo
señalando con escarnio el camino
que me conduzca fuera de su patria.
¿Pero, a dónde podre ir siendo viejo?
Mi compañero era joven y presto
a socorrer mis necesidades…, mas ahora,
si camino, los huesos me atormentan,
lo soporto, pero quién me alimentará.
Pues cuando ando lo hago para rogar;
para apelar con fe a la magnanimidad del hombre.
Oigo murmullos; mis ojos aprecian sombras,
mi cuerpo recibe escupitajos y empujones…

 

Morphée

Me ha secundado la mirada tuya
a lograr soñar como un plácido
infante, al caer en mi memoria
aquellas pupilas fascinantes.
Aun lánguido, febril, y agonizante
hallase mi cuerpo su estancia
en el mundo sofocante;
siempre en el onírico palacio
mi esperanza se aferrará a tus ojos.
¡Así que no tardes más en completarme!
Cómo sombra fiel te seguiré hasta el borde del río Nepente
y aunque me obligues a sumergirme en él, jamás te olvidaría.
Arden unos verdes leños,
en lo que inició como un benigno sueño.
De repente, en la cabaña de mis suspiros donde mohíno y calinoso
se volvió el entorno: brotó una espesa bruma de infortunio y de despiadada negrura, que mandó en contra mía
a unas extrañas sombras; para acechar con saña a mi alma trémula y abatida. Pero la penumbra se quebrantó…
¡Y, triunfante! ¡Triunfante! ¡Triunfante!
¡Llegó el sol a encantarme!
Oh, sinfónico y beneplácito sonido…
Aquel ígneo coral hizo su llamado y con ansias, ahora le he respondido:
Te ruego bella mujer que urjas tus pasos.
Ven a limpiar mi faz que está en llanto.
Ven a desatar los gélidos lazos
que frenan a la mártir ventura que en mis manos
se resguarda con celo santo.
Que tu piel fresca conceda la salud
a mis heridas, y tu frente se corone
de las flores más hermosas, de aquellas
que se acuestan sobre los rosales
y por los nardos son perfumadas,
las que enjoyan soberanas al prado
de la siempre menospreciada gratitud.
Que el brillo de mi cara la tuya sonroje;
y tus caricias enciendan a mis mejillas y las ataduras arrojen
en el abismo devorador de los mares.
Pero a pesar de toda amada benevolencia
que tan sólo con la autoridad de los sueños
puedo yo recrear.
Qué sea deseo de Dios que nunca en tierra
de Morfeo me puedas besar.
Que nunca imploren tus sonrosados labios a los míos, que tan secos, fantasmas que deambulan, son ya.
Aquellos despojos míos; tu boca jamás toquen, porque si no, lo más terrible sucederá…, pues, cuando tus pétalos labios me rocen, tendré, maldito Yo, que despertar.

 


Las huellas que dejó el silencio (Ediciones O, 2016) es su primer libro.

 
AL NACER SENTIMOS el ahogo
y el presagio de un vacío
para declararnos la semilla
de la Salamandra.
Las raíces pulverizadas nos perfuman de luto,
el cielo se va aclarando ante nuestra visión,
apenas polvo, y no creemos en el final de la vida.
Tanta claridad es misterio, una mano luminosa
que no asimos para guiarnos.
Somos el espejismo de lo cincelado por el aire, por un hechizo,
del cual no podremos huir, y continuará golpeándonos hasta
derrumbar nuestro espíritu.
Somos apenas de polvo, y deseamos acallar el más
armonioso canto de los cuervos.
Apagada lámpara, en el olvido de la noche, es la esperanza.



SIGO LAS HUELLAS QUE DEJÓ EL SILENCIO,
atiendo en suspenso las voces de la playa
que llamean entre el fuego líquido del Caribe.
Es Leviatán quien desea jugar en estas aguas,
trayendo cantos y sollozos.
La gran serpiente baja sofocada de los muros
blanquecinos del cielo,
conmoviendo la marea; en su vientre,
nacen de espuma: golondrinas blancas.
Veo caras en la linfa agitada de los cangrejos de pardo flabelo,
devorados por la clara serpiente.
Soy tan sólo un rostro de brillo que dura un instante
en el vientre azul vertido en el mar.
Entre piedras y silencios, la oscura noche vuelve,
paseando un vestido de marismas y vientos,
la marea me regresa a los restos calcinados de la playa.
Puedo seguir buscando, el cuerpo derrocado del silencio.
Puedo, lo encuentro, agitando, borrando las huellas,
repartidas en la médula de la arena.




SALÍ AL ENCUENTRO de mi sueño,
porque era fresca y ligera la noche,
cuando el triste oro de la luna llena
cayó sobre la charca de mi mente.
Todo se agitó en el reflejo de los árboles;
entre sombras balbuceaban las lechuzas,
y las orugas murmuraron tras el paso de
las golondrinas.
Se encendió de pronto el paisaje con los ecos
de la floresta otoñal.
¡Sesenta watts, recorrieron mi cuerpo, abriendo
mis parpados aceitados!
«Bienvenido hijo mío, al bullicio citadino», dijo mi abuela de hojalata,
abrazando sus enmarañados circuitos.
Yo como androide he rechazado el «0» y el «1», para soñar con largos
caminos de translucidas montañas acariciadas por las manos de latón del sol. Sentir la frescura de aires sonrosados, en lugar de malditos focos de tungsteno; admirarme de las magras carnes de los salmones saltando en las cristalinas cascadas, en lugar de placas terroríficas de bronces que niegan de las saladas brisas del Atlántico. ¡Ay, el asfalto oxida nuestros pasos hacia la Libertad! Se han trastornado con electrónica basura los riachuelos de los tritones de mármol. ¡Heme aquí soñándome con corazón de humano!

Las huellas que dejó el silencio -


El lenguaje de la piedra

Sobre ríos que no cesan 
viaja el lenguaje. 
El castigo Agamenón es vestir de culpa.
Empapar nuestra frente de hiel
empujados por el frío de la noche
a un acantilado de pesadillas.
Comer el pan de la gangrena,
el beso árido

de la mortandad.
El jadear de los caballos es fuego latente.
Nos persiguen. Los jinetes y sus espadas.
¿Somos cobardes?
¿Habrá defensa para nuestras faltas? 

El lenguaje de esta piedra que tenemos
por corazón: sólo sabe nombrar
vitupera lo sagrado.
El castigo Agamenón es ser nuestra propia ruina.


Primera nota

Un rayo para destellar el horizonte
enciende este poema
que está colgándose del cielo
Mira la redondez del mundo
entre la cálida cortina de la lluvia.
El mar está tranquilo, y te dice: «Detente».
Te detienes y me detengo.
La espuma brinca hacia nosotros
bañando nuestros muslos
presas de los pantalones color caqui 
del trabajo nocturno en el centro comercial. 
Queremos desnudarnos, pero no nos creemos tan libres. 
Mis manos atrapan el canto de gaviotas,
lo guardan en tu templo de mármol
entre gritos que laten y golpean mis costados,
donde caen sobre la cama acuática
sin chapotear.
Hay algo demasiado confuso,
niebla, 
en el vaivén de los botes,
está dentro de mí
y no deja iluminarme. 
Me miras y me tomas de la mano
: «Algún día te compraré
un candelabro más hermoso
que la luna y las estrellas».
Hoy ya no estás más junto a mí.

 

*


En mi casa hay una zanja cavada
para enterrar al mundo.
Para protegerlo de sí mismo.
Las pupilas no pueden mirar
más allá del abandono. 
Solo se retuercen mirando 
a la luna blanca sabotear
el baile de las estrellas.
Adelanto unos pasos con miedo
y trato de tomar al mundo
pero es imposible moverlo,
de su trono de muerte
y de su sueño de guerra y profecías.
En mi casa hay una zanja cavada
llena de lágrimas.


*


El prólogo fue escrito con la voz creadora.
Con el estruendo de un frenético toque de timbales,
que renacen en las resonantes fanfarrias.
Clama maravillado mi corazón a los sentidos
como el mayor de los truenos que crece
y decrece entre las nubes, se agita la celeste esfera
y mis sentidos no lo creen.

¿Qué es aquello que me sorprende?
Una palabra…
Para que ahora el ave vuele hacia perderse en el alba.
Una palabra… y ahora boquiabierto aplaudo a lo que me rodea.
Una palabra… para que mis ojos vean absortos a la inquieta Natura.

Una palabra… y fue la vida.







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