miércoles, 16 de noviembre de 2016

MARÍA ELENA HIGUERUELO [19.560]


María Elena Higueruelo Illana

(Torredonjimeno, Jaén — 1994) es estudiante del Grado en Matemáticas en la Universidad de Granada. A través de la literatura y de la poesía en particular busca la manera de explicarse a sí misma tanto como el mundo en el que se ve inmersa. Ha publicado relatos breves y algunos poemas de forma e sporádica en diferentes blogs. El agua y la sed, con el que resultó ganadora del XVIII Premio de Poesía Joven «Antonio Carvajal», es el primer poemario de su autoría en ver la luz.


"Mi nombre es María Elena Higueruelo. Para casi todo el mundo soy Marie. Marie estudia Matemáticas, tiene una risa escandalosa y gesticula tal vez demasiado. Marie vive preocupada por un montón de cosas fútiles y tiene la cabeza llena del día a día. Marie quiere. Pero en silencio soy Alena. Alena escribe, ama la fotografía, descubre la belleza, se sumerge en los libros y tiene un sentido del humor muy sarcástico. Alena ama crear, y habla de filosofía y literatura con extraños, aunque en el fondo no tenga ni idea. Alena respira, y tiene a veces complejo de poeta por querer ser poesía. Alena ama y siente. Pero después de todo, Marie y Alena no son más que el yin y el yang de una misma persona".


El Beso

El sexo, entre otras cosas,
mueve el mundo

y a cierto nivel hay algo
que no entiendo:

bien es sabido que basta
uno para el orgasmo;

se precisan dos, sin
embargo, para el beso.



Teor(po)ema de la musa
                  
El retrato de la musa                
es igual a la suma                 
 de los versos                  
al-ternados.



Contrato de un poeta y una musa (I)
                                                         
"Te propongo escribir                                                      
un poema a medias;                                                       
dame tu materia prima                                                  
y yo pondré las letras."



Amores meteorológicos

¿Y si nos apretamos, mientras la lluvia aprieta?
¿Y si nos fundimos, como se funde la nieve?
¿Y si nos quemamos, más de lo que el sol quema?
¿Y si...

...te dijera que el viento
desnuda árboles en septiembre?

;


Entonces tendría que decirte
que este domingo no es septiembre,
aunque sé que lo parece,
casi tanto como junio.
Pero este abril dura treinta noches y una hora...

... Y fuera llueve.





De besos políglotas

Primer aviso:
Voy a besarte de muchas formas;
más concretamente,
de tantas como me dé tiempo a decirte
hasta que te decidas a callarme.
Voy a besarte en verso,
y voy a besarte en prosa
para hacerte presa
sin prisas
de las comisuras de mi boca.
Voy a besarte en braille, en morse,
y en lengua de signos.
En lenguaje matemático,
que es más lógico, y es lo mío,
y en lenguaje musical,
que es más bello, y es lo tuyo.
Puede que hasta en élfico,
y ya de paso te hago un guiño.
Voy a besarte filosóficamente,
literal, y literariamente.
Voy a besarte en lenguas muertas,
pero mucho más con las vivas;
a lo europeo, a lo esquimal,
y cuidado,
que incluso puede
que te bese a lo escocés
si te despistas.
Que yo no quiero estar contigo para siempre
porque un “para siempre” siempre para.
Quiero estar contigo hasta el fin del mundo,
hasta que la vida diga basta.
Por eso, pienso besarte de todas las maneras
que se me ocurran mientras tanto.
Voy a besarte en todos los idiomas que conozco
y en los que todavía no se han inventado.
Y después de esto no vale decir
que no te he avisado,
así que ya puedes empezar a correr,
que como ves,
ya se me han ocurrido unas cuantas,
y para abrir boca
voy a empezar por la más básica.


El amor con las palabras

Yo hago el amor con las palabras.
Las desnudo, poco a poco,
las desato, como un loco,
mientras ellas, al igual,
hacen conmigo lo propio;
nos descubrimos,
y redescubrimos,
nos inventamos,
y reinventamos,
nos fundimos,
y confundimos,
y así,  jugando,
sin cansarnos,
a nada bueno
y a nada malo
podemos en un segundo
llegar a conocernos
más, y mejor, incluso
que en años de uso mutuo.

Yo hago el amor con las palabras
más veces con el alma
que con el cuerpo.
Y aun así, con todo el vocabulario
que ha pasado por mi cama,
de palabras esdrújulas,
agudas y llanas,
todavía no he encontrado
una en la que quepas.

Y precisamente porque no me cabes en ninguna
siempre ando tratando, qué locura,
de meterte en todas,
y así practico contigo
el sexo textual
mientras te busco, entre comillas, las cosquillas,
pudiendo en esas ser posible,
lo más seguro,
que te encuentre algún punto y coma
escondido bajo un lunar,
o que antes que el punto G,
te localice los puntos suspensivos
y todas las letras del abecedario,
ya de paso.
O que te tilde para beberte,
y luego poder comerme
todas tus tildes juntas,
o que te siga con el dedo
mientras te leo
para no perderme
en el punto y aparte
de tu ombligo.

Ya ves que no hago
el amor con las palabras
solo para pronunciarme,
sino para pronunciarte,
y para poder ser
traductora e intérprete
de tu lenguaje corporal.
Pero además,
si te dejas hacer de papel,
puedo escribir sobre tu cuerpo
una historia con saliva
o un poema de besos.
Pero si no,
también puedo hacerle,
ya sabes, el amor al folio;
comernos a versos,
y cubrirnos de tinta,
para al final
encontrarte de voyeur
en cada signo de puntuación
leyéndome entre líneas.

El caso es que
cuanto más hago
el amor con las palabras
y más sexo textual practico,
mejor llego a entender
aunque no me creas,
que dos cuerpos alcanzan
su punto más álgido
cuando cada centímetro de piel
se encuentra a su recíproco;
cuando unos ojos descansan
la mirada en otros ojos,
cuando lo que tocan unos dedos
son los dedos de otra mano;
cuando el beso de una boca
desemboca en la boca de otro
o cuando dos sexos comparten
el mismo sitio en el espacio.
Pero aun así esto no basta;
que solo haciendo el amor con las palabras
y contigo de vez en cuando
puede una entender
que dos personas pueden
considerarse una si,
y solo si, sus bocas bailan
en cada beso un tango.

Pero amor,
todos saben besar con la lengua.
Y sin embargo,
nadie más que yo
te besará con el lenguaje. 


La herida

No importa cuánto duela:
hay que esculcar en la herida
para extirpar lo que la infecta.
Y cada vez que se escarba
la herida queda más limpia, sí,
pero también se hace más amplia.
Pronto ha de llegar el día
en que no quede ya nada
que a la herida y a mí nos distinga:
toda yo seré carne abierta,
sangre roja expuesta al mundo,
y aun ha de quedar algo dentro
que no sea hecho ni recuerdo
ensuciando dicha llaga.
Descubriremos ahí que soy infinita,
pues infinito es el polvo
que de mí proviene
y a mí vuelve y en mí termina
para enturbiar el humor negro
que del alma brota.
Yo soy la herida y la infección;
corte profundo, suciedad inmensa.
No ha de convertirme en cicatriz el tiempo:
si la herida es condición de vida,
solo la muerte puede cerrarla. 



LUNES, 21 DE MARZO DE 2016 

Hoy, que vuelvo a arrastrar el alma
como una densa masa de agua tras la mano
sumergida en las profundidades de un estanque
y no aciertan las palabras a tomar forma
ante la nueva inminencia de tu ausencia,
que, aunque parcial, late en el cuerpo
como un órgano recién extirpado;

hoy, con el recuerdo aún humeante
de verte convertir mi tiempo en reliquia
tras tomarlo todo tuyo mientras tantos
–yo, a menudo– solo logran
tornarlo, inútil, en vil miseria
que solo al olvido sirve;

hoy, en esta noche errada
en la que nuestras frentes no reposan juntas
y es la distancia respuesta y pregunta,
aquí me ves, atorada en la palabra
que al día que junto a ti empezó designa,
llenando ensimismada de ripios los apuntes
sin ser capaz de terminar con destreza
esta confesión tierna en la que expongo
mi vulgar manera de echarte de menos. 


Serendipia

No sabemos lo que queremos – dices –
hasta una vez conseguido. Es cierto;
en la búsqueda mil veces he muerto
para renacer con mil cicatrices.

Pero la verdad tiene sus matices
y aun sin poder predecir el acierto
sí creo intuir en mitad del desierto
el calmo oasis donde echar raíces.

Con los ojos cerrados siento el sol
tras los párpados, y al avanzar hallo
para mi asombro en los pies la sal.

Salvaje escapa el mundo a mi control:
el desierto es una playa. No hay fallo;
un mar que abre la vida como un rosal.



Helicoidal

Sigo llorando por las noches,
solo que ahora me maquillo las ojeras
antes de salir a la calle.
Sigo odiándome,
solo que ahora me quiero más.
Tengo la cara más corta,
sonrío más,
bebo más
y beso más
aunque no haya bocas
para recibir mis besos.
Sigo rimando
sociedad con suciedad
hasta la saciedad,
solo que para no morirme me tapo los ojos
y me subo a este carrusel de locos
sin derramar llanto sobre el vómito.
Ya no solo muero
sino que a veces también muerdo.
Me detengo a recoger flores por el camino
mientras conduzco por una carretera
que termina en un barranco.
A veces me abandono
para ser feliz un rato.
No vivo en ningún tiempo verbal
para no angustiarme con los años
y si estoy desatada
es solo porque me cansé de estar cuerda.
Sigo hecha una pena
solo que ya no quiero darla.
Aun cobarde, soy un poco más valiente
y no me arrepiento de nada
porque quien nunca cambia
es que no ha vivido lo suficiente.
A pesar de todo
sigo intentando resolver problemas sin solución,
sigo enamorándome de los casos perdidos
y aún miro con recelo a los domingos
solo que de vez en cuando los abrazo.
No he corregido mis defectos
pero los he localizado
y los he difuminado.
Recuerdo menos cosas
porque tengo más recuerdos.
Sigo repleta de miedos, pero
tengo más control sobre mi cuerpo
desde que renuncié
a tenerlo sobre el resto.
He dejado de ser calculadora
para dejarme ser calculada
y aunque un poco desequilibrada
tengo el equilibrio suficiente
para no agarrarme a más clavos ardiendo
con tal de sacar a ningún otro.
Sigo en mis cabales
y por eso sigo siendo
triste antes que necia.
Sigo perdida
y  sigo buscándome,
solo que ahora de vez en cuando
me encuentro algo.
Solo he crecido
en dimensiones no visibles,
y me he complementado.
Y cuando me dicen que he cambiado
no sé si es un insulto o un halago.
Sigo llena de complejos
y en ninguno sé diferenciar lo real
de lo imaginario.



La hija pródiga

Después de perder el rumbo
la hija pródiga vio que lo mejor sería volverse.
Loca.


En vez de deshojar a las margaritas yo desplumo a los pájaros. De mi cabeza.
Y los veo desplomarse a mis pies mientras yo me hago unas falsas alas con sus cenizas
creyéndome por un rato que puedo volar hasta el sol, como Ícaro
y rozar el cielo con los labios en un beso o en un orgasmo
-pensando que será que me quieres -
para caer en pícado justo antes de llegar
y aterrizar junto a los cuerpos aún calientes de mis sueños húmedos
-pensando que será que no me quieres-.
Ahora me paseo por ahí
bailando por las calles y entre la gente
como un cadáver con vestido
con la piel pálida y la boca roja
bañada de sangre de lamerme las heridas.
No os creáis nada sobre mis cicatrices,
son todas de mentira;
están pintadas con carmín.
Las auténticas las guardo dentro
donde no da el sol
para que no se quemen.
Más.
Y será eso lo que hace
que me falte melanina en partes del alma
y ande descolorida a trozos
como una foto mal revelada
de tanto vivir a la sombra.
No es tu culpa,
sino de un mundo que solo quiere volar
alegando que es más rápido que correr
-Y eso que luego todo el mundo quiere correrse
sin prisas -
como si siempre llegaran tarde
cuando todos sabemos que
esto  -  no  -  va –  a  -  ninguna  -  parte.
Y aun así veo a todos huyendo despavoridos
de la reina de (vuestros) corazones,
-que corta cabezas para recaudar un poco de cordura -.
Del agujero que conduce al País de las Maravillas.
Del conejo.
De Alicia.
Y yo que solo quiero huir del reloj.
y refugiarme en la boca del loco.
No es tu culpa,
y aun así se me cambia la cara
y sale la cruz que llevo por espalda
cada vez que me siento moneda de cambio
entre dos generaciones sordas que se gritan
sin entender que fue el gato el que mató a la curiosidad.
Y me pregunto a mí misma.
Cara, me quieres.
Cruz, no me quieres.
Y, te lo juro, no es tu culpa,
Pero me lanzo.
Y por un momento vuelo, como una loca. De atar.
Y como una cuerda, para atarme, me estrello.


Sesenta. Y una.

Hubo una vez
en la que cambié de opinión
sesenta y una veces
en una hora.

Tanto,
que me marché para no marchitarme
y volví para no volverme loca
y te quise para no enquistarme
y te desquise para no desquiciarme.
Lloré para que lloviera,
reí para reinventarte,
grité para dejarte grietas,
susurré para subsanarte.
Chillé para acuchillarte
y callé
solo un instante
para volver a callejear
por tus calles de arena y cal.
Entonces volví a romper a llorar
para volver a romperte
y a continuación pensé
cómo compensarte.
Me armé de valor para desarmarte
y me reconcomieron las ganas de comerte.
Me fumé tus recuerdos 
con tal de que te esfumaras
y luego me trinché el corazón
para que tuvieras donde atrincherarte,
y me lo cosí después en aras de no acosarte.
Salí para que entraras,
entré para que salieras,
erré hacia un lado para equivocarme
y corrí hacia el otro para corregirlo.
Te mordí para amordazarte,
te besé para atravesarte,
Morí para amortizarte,
reviví para beberte.
Me rendí para no rendirte cuentas,
me desesperé esperando,
me deshice haciendo planes
y medié por la mitad de mí
que meditaba medidas
con que conquistarte. 
Desaprendí a prenderte,
intenté no tentarte,
y amenacé con amanecer
despistada en tus despertares.
Suspendí el pender de ti,
aprobé no probarte,
y luego recuperé el cupo
de las deudas de mis dudas con tus dedos.
Me adherí para herirte,
me despegué para pagarte,
anuncié que renunciaba,
reconocí que te recordaba 
y no supe superarlo.
Casémonos.
Cansémonos
Piérdeme.
Piérdete.
Huyamos para ahuyentar al miedo.
Quedémonos para quemarlo.
Destruir Troya.
Construir Roma.
Parar en París.
Desnudar los nudos,
anudar desnudos, 
atarte y desatarte
hasta volvernos locos de atar.
Alunicé en tus lunares
volé en tus desaires,
escuché tus escusas,
y me atranqué al arrancarme el alma
por quererte hasta las trancas.
Creí en crear,
te apresé en la prosa, 
te creé un credo
y destrocé los trozos.

Y aún me dio tiempo
en ese minuto que fue una hora 
a cambiar de opinión una vez más
y persistí en perseguirte,
y seguir amarando
en el amargo mar
que es amarte
hasta matarnos.


Ojalá darle la vuelta al mundo.

... y ocurre
que ahora tengo que empezar
todo
por
puntos
suspensivos,
cuando antes lo acababa.
Que de pronto
no sé comenzar las frases,
ni los poemas,
ni las palabras.
Ni los días,
ni los besos,
ni
la
vida.
Que ya no sé romper los silencios
ni los folios en blanco,
ni abrir un libro nuevo
o plantear un problema.
Que ya no sé arrancarme el corazón
y meter primera.
Pero lo más extraño,
es que sí sé acelerar.
Sé andar si me sorprendo
ya a mitad del camino,
y resolver silencios
una vez rayados
con las llaves de casa.
Podría terminar de leer un libro
soñando entre líneas
a ras de esta noche
a partir de la segunda página,
o si me disculpas,
de la tercera
o
la
cuarta.
Podría escribir(te) un poema infinito,
difuminando,
eso sí,
los primeros versos con el dedo,
o besar(te) infinitamente,
si me besas tú primero. 
Que lo que intento decirte,
no sé,
es que podría,
tal vez,
aprender a vivir,
si me perdonaras esta vida,
sin necesidad de que lleguen a ser seis
los otros intentos.

... y tal vez
no esté tan mal
empezar a mirarte al revés
y comenzar por puntos suspensivos
y acabar en mayúsculas,
y así vernos la vida
con las costuras por fuera.
Que no en vano,
así es como explotan
las batallas que son sueños;
sin saber cuándo empiezan,
y terminando a golpe de despertador,
luciendo luego ojeras
como cicatrices de guerra.
Y tal vez entonces
sea así más bonito
descubrirnos de pronto viviendo
sin habernos dado cuenta,
sin tener que planear
el momento ideal
en el que la vida comienza,
para un día despertar
sin previo aviso
con la muerte
y ahí entonces
poder estar orgullosos
de nuestras grandes
insomnes
y curtidas
ojeras.
Porque cuando se trata de vivir
sin existir a secas
o de soñar,
hasta la eternidad
sabe a un beso tuyo;
siempre,
nunca importa,
demasiado
cortO.




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