CARLOS MIGUEL CORTÉS
Carlos Miguel Cortés, fotógrafo y poeta, nació en Béjar (Salamanca) en 1987 y ha vivido en Madrid, Barcelona, Logroño, A Coruña y unos cuantos sitios más hasta recalar en la isla de Mallorca, en la que vive desde hace cinco años. Lleva cuatro años tuiteando y se confiesa adicto a Twiter.
Ha publicado los poemarios:
-Intranerso (Noviembre poesía, 2014) (Brisa Ediciones, 2015).
-Innormal (Destino, Editorial Planeta 2015).
Intranerso. Brisa Ediciones, 2015. De la ilustración: Albert Solóviev.
Éste es el primer libro de Carlos Miguel, un joven poeta que hace poesía en redes sociales y que ha conseguido que su obra se venda tanto que es prácticamente un superventas. La primera edición casi se agotó nada más salir y que eso pase en poesía es casi un milagro.
Y es que este chico que tiene ya 5 000 seguidores es un buen ejemplo de una generación nueva de poetas que está revolucionando el panorama, con una poesía fresca, muy natural, sencilla y con mucho corazón, que a veces roza la frase ingeniosa. Aquí tenéis algunos ejemplos:
«Si no viene, usa el plan ve».
«Quiero una chica hecha de lluvia.
Una chica que me moje, que me haga ver el arco iris en los días sin nubes. Para bailar bajo ella. Para empaparme, que sea capaz de calarme hasta los huesos, que me deje tiritando y pensando qué ha pasado. Que se sorprendentemente incontrolable. Que refresque en las noches calurosas. Que sea un torrente de emociones. Que cree vida a mi alrededor.
Pero también, cuidado. La lluvia es delicada. Dice que jugar con fuego es arriesgado, pero eso sólo es para los que nunca han jugado con agua…»
«Escapa.
De todo y de todos.
Y cuando creas que estás lo suficientemente lejos,
piensa en quién querrías ahí contigo.
Así sé yo quién es importante en mi vida».
«A veces hacen falta sólo
56 segundos
de conversación inalámbrica
para alegrar el día de alguien
que está a kiilómetros de distancia.
Y todos tenemos 56 segundos sueltos».
¿Qué qué es intranerso? Es el universo único y personal que lleva cada uno dentro, en su interior. Un rincón de difícil acceso, al que no se le deja entrar a todo el mundo. No está claro si está en la cabeza, en el corazón o en otra parte. Quizás en todos los rincones de nuestro cuerpo.
Yo he aprendido a necesitar,
lo que se dice necesitar,
solamente ese huequito
que hay en tu pecho
en el que me gusta refugiarme.
*
Las señales de humo primero son señales
y luego son sólo humo.
Atiéndelas
antes de que sólo queden
cenizas
cuando vayas
y ya no esté
quien encendió la hoguera.
*
Yo sé que para ti nunca llegaba,
ni volvía,
porque nunca avisaba.
Yo directamente aparecía.
Como un rayo sin trueno,
como un helado de postre
como un semáforo en ámbar
que esperaba que tu cruzaras acelerando.
*
Y dejar las margaritas enteras,
porque para qué deshojarlas
si ya sé que me quieres.
*
La odio.
La odio porque me ha hecho peor todos y cada uno de los
Kinder Bueno que me coma en mi vida.
Porque ya ninguno sabrá mejor que ese pedacito que devoré
directamente de tus labios.
"INNORMAL", DE CARLOS MIGUEL CORTÉS.
Ahora ya no sé si vas a poder leer esta carta, pero igual siento como una necesidad de decirte que yo contigo he sido más feliz de lo que en los libros se dice que se puede.
La canción de nosotros, Eduardo Galeano.
¡La aventura nos espera!
Up
Hace falta imaginar, experimentar cosas y cambiar algo. Hace falta arriesgarse. Yo ya sabía de antemano lo que iba a pasar, claro. Es que los puristas no experimentan nada de nada. Si se queda uno solo con los puristas nos quedaríamos siempre en el mismo sitio. Están metidos en un círculo del que no se salen, y yo creo que hay que salirse un poco, ¿no? Experimentar.
Camarón de la Isla
Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica.
Salvador Allende
Sé como tu eres
de manera que puedas ver
quién eres
y cómo eres.
Deja por unos momentos
lo que debes hacer.
Y descubre lo que realmente haces.
Arriesga un poco si puedes.
Siente tus propios sentimientos.
Di tus propias palabras.
Piensa tus propios pensamientos.
Sé tu propio ser.
Deja que el plan para ti
surja de adentro de ti.
Fritz Perls
En el patio del colegio, las jerarquías estaban establecidas casi desde el principio, y además era raro que se repitieran las categorías. Si eras el gordo, eras el gordo; si eras el payaso, eras el payaso; si eras el gafas, eras el gafas; si eras el bestia, eras el bestia; si eras el raro… Yo siempre fui el raro. Ser el raro era llevar una losa pesada. Imagino que la veo más pesada porque es la que me tocó a mí. Al principio no lo asumes. No entiendes que te haya tocado a ti, cuando posiblemente lo que querías era ser el guapo o el gracioso de la clase. Y cuesta entenderlo. Es fácil quedarte en ese estado de continua negación.
Por suerte, ya no estamos en el patio del colegio, aunque a veces lo parezca, y ahora decidimos con qué nos quedamos o qué desechamos. Ahora nos quitamos las losas de encima y somos libres. Ahora nos reconocemos entre nosotros y disfrutamos de estar con personas de nuestra misma categoría, esa categoría que hemos elegido y que no es impuesta. Incluso elegimos vivir sin categorías ni etiquetas. Yo elijo las mías, que son pocas, muy pocas. Y siempre fui el raro, ahora sé que lo que soy es INNORMAL.
Síndrome de Huckleberry Finn
Bautizado como el personaje de la obra de Mark Twain, este síndrome psicológico se caracteriza por la tendencia a eludir responsabilidades como un niño, y a cambiar con frecuencia de trabajo al llegar a la vida adulta. Los expertos aseguran que es un mecanismo de defensa ligado al rechazo parental, una baja autoestima y síntomas de depresión.
Las personas con este síndrome suelen ser inteligentes, despiertas a todo lo que ocurre a su alrededor. Se adaptan bien a las situaciones, pero rara vez se sienten felices con lo que tienen o hacen. Evitan tener responsabilidades. Porque una responsabilidad implica echar raíces en algunas ocasiones, y eso es algo para lo que no están preparados.
Suelo pensar que nunca voy a encontrar nada que mantendré durante toda mi vida. ¿Trabajar toda la vida en lo mismo? ¿Alguien que quiera pasar conmigo el resto de mis días? ¿Una ciudad en la que comprarme una casa y echar raíces? No soy un árbol. No quiero echar raíces. No quiero hacer toda la vida lo mismo. No quiero dejar de huir de la monotonía.
1
Te busco en los agujeros de mis bolsillos.
Creo que tu ausencia se ha colado hasta en mi lavadora.
No duele, es, sólo, como no sentir nada.
Es vacío.
Tengo que aprender a dormir sin ti.
Es difícil, especialmente las noches como hoy
cuando te acabas de ir y
las sábanas aún no se han enfriado.
He estado a punto de cerrar la puerta con llave
por dentro
un poquito antes de que te fueras.
¿Cuánto tiempo podríamos estar recluidos?
Podríamos pedir todos los días
comida a domicilio,
vivir con la música a tope,
baños interminables,
risas, atardeceres en el balcón, pelis…
Pero es tarde.
Ahora la casa entera llama a tu risa
rebotando en las paredes.
Y sólo hay silencio.
Voy a hacerlo yo solo,
voy a poner música a tope,
meterme en la bañera,
masturbarme,
y acostumbrarme a
estar sin ti.
Así,
cuando vuelvas,
la casa, las sábanas y
yo
explotaremos de felicidad
y de sorpresa.
2
Me mata cuando tú
me miras
como si nada
y yo te miro
como si todo.
3
A veces me gustaría no ser yo quien escribe. Que tú escribieras por mí.
Escribe que te mueres de ganas de que todas las noches que hemos imaginado se hagan realidad; escribe que nuestros cuerpos se conocen como si llevaran años pegados, pero a la vez se buscan como si acabaran de descubrirse; escribe que tus muslos se han despertado con marcas de mis dientes; escribe que la sonrisa que te provoco va a durar eones; escribe que que le den a soñar, que es mejor hacer; escribe que nunca pensaste que una lengua podría hacerte tantas cosquillas; escribe que nos falta
poco para ser uno y media docena a la vez; escribe que perdimos la cuenta de los orgasmos; escribe que las sábanas nos envidiaban; escribe qué bien sabe mi polla; escribe lo divertido que fue cuando los vecinos se quejaron del “ruido” de tus gemidos; escribe que los besos saciaban el apetito; escribe que te duelen un poquito los pezones de estar entre mis dientes; escribe que no te vas a conformar hasta que se nos haga mil noches de día; escribe que joder qué bien sabe el café después de una noche así.
4
Compramos los billetes,
sabiendo para qué barco eran.
Montamos emocionados,
leyendo Titanic en el lomo.
Disfrutamos de la travesía,
expectantes,
mirando siempre a estribor de reojo.
Divisamos a lo lejos el iceberg,
y como locos
asaltamos el puente de mando
para poner el barco a toda máquina.
Es evidente,
chocamos
y
nos hundimos.
Pero estábamos felices
por haberlo vivido.
5
No quiero ser para ti ese chico pasajero,
un rato divertido,
medio Don Juan,
un ligue de discoteca,
si te he visto no me acuerdo,
un recuerdo bonito.
No quiero ser eso con lo que te entretienes,
un aperitivo antes de la sopa caliente y casera.
Me niego a ser sólo el que te folla
cuando tus humedades te hacen pensarme,
la llamada de auxilio cuando
tienes el mundo encima.
Porque, pequeña,
me gusta la noche,
pero no me vale si no
la acompañamos de amaneceres,
desayunos improvisados
y conversaciones que hacen hogar.
No quiero ser sólo tu comodín,
pudiendo ser tu paracaídas,
tu salvavidas,
tu amuleto de la suerte.
Que seamos
un cuento sin punto nal,
sin perdices,
sin que el libro llegue a
acabarse.
6
Yo antes de ti no era yo,
era otro, una versión peor.
Y esa es mi moraleja
de cualquier relación.
Sal de ella mejor de lo que entraste.
Más jodido, más escéptico,
más roto
pero mejor persona.
7
Una y otra vez hemos estado juntos, una y otra vez nos hemos separado.
Siempre nos han contado que la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, pero yo me he parado a observarnos, y nosotros ondulamos. Las rectas debían de parecernos aburridas, o simplemente éramos diferentes y teníamos que hacer las cosas a nuestra manera.
Era una cuestión subconsciente, creo. No lo escogíamos, no lo pensábamos, nos salía utilizar los giros, los meandros, los arcos, y nunca nos quedábamos anclados en las esquinas ni en los bordillos, tan angulosos y tan punzantes.
Sólo sé que sí, sería más rápido usar las líneas rectas, como hacen todos, pero nosotros elegíamos siempre las curvas del infinito.
8
Hola,
me llamo
Carlos Miguel Cortés
y soy un adicto.
Un adicto a los comienzos.
Sí, es difícil reconocerlo.
Parece algo genial a primera vista.
Pero no lo es cuando te cuesta tanto
pasar de esos primeros momentos
a esa vida de reposo y manta y peli
que a veces te pide el hígado.
No puedo evitarlo.
No sé si quiero evitarlo.
¿Sabéis de lo que hablo, verdad?
Esa sensación de novedad.
Los nervios, el nudo en la garganta
previo a un primer beso.
La idea en mi cabeza
de que una mujer nueva en mi vida
signica un territorio sin explorar,
una aventura por el Amazonas de su mente,
un conquistar cada poro,
una expedición a lo Lewis y Clark
recorriendo desde su Atlántico hasta su Pacíco,
escalando la cima de sus pezones,
descendiendo la cueva de su ombligo,
coronando el cielo del paladar.
Me encanta, sí.
Adentrarme en un nuevo laberinto mental
sin dejar migas de pan para marcar el camino,
sabiendo que es más probable que me pierda allí dentro
o que me atrape el Minotauro de sus miedos,
antes que encontrar la salida.
Y tocar allí y allá,
estrenar cada tecla,
buscar sonidos nuevos
en el pentagrama de sus costillas.
Sí, claro que conocéis
todo eso de lo que os hablo.
Por algo estáis aquí, ¿no?
En terapia, conmigo.
¿Tú también estás aquí por eso?
¿Cómo te llamas?
¿Y si te doy mi número y quedamos?
.
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