Patricia Gonzalo de Jesús
Nació en Barcelona en 1978. Es licenciada en Filología Eslava, con la especialidad de Lengua y literatura eslovaca y checa, por la Universidad Complutense de Madrid. Completó sus estudios en la Universidad Comenio de Bratislava (Eslovaquia), en la Universidad Constantino el Filósofo (Nitra, Eslovaquia) y en la Universidad Carolina de Praga (República Checa). Máster en Edición por la Universidad de Salamanca, trabaja como traductora de checo, eslovaco y ruso. Entre sus traducciones se encuentran autores como Joseph Brodsky, Karel Čapek, Ladislav Klíma, Arnošt Lustig, Ota Pavel y Lev Tolstói. En la actualidad estudia en The University of Iowa (Estados Unidos), donde finalizó un MFA en Escritura Creativa como Iowa Arts Fellow.
Raíces aéreas (La Bella Varsovia, 2016), es su primer libro de poemas.
ESPACIO PRACTICADO
I
Quizás habitar
no sea más que
esto:
lluvia golpeando
un tragaluz,
ramas cimbrándose
bajo el peso
de pájaros,
mi mirada,
mis palabras
suspendiéndolos
en el ahora.
II
En el principio fue la mesa.
La compré pensando utilizarla como escritorio.
Tres cubos de agua y toneladas de hollín después
reveló su verdadero origen:
una cocina.
Aun así decidí redimir a aquella mesa.
Pensé en mi madre frente a su olla a presión.
Pensé en Denise Levertov esbozando poemas en la mesa de su cocina.
Pensé en Alice Kober sentada frente a una mesa camilla junto a su madre viuda,
catalogando caracteres de Linear B en cartones de cigarrillos.
Más tarde fue la chinche.
O las chinches.
Probablemente no más de dos,
en los intersticios de la mesa.
Fueron concienzuda y convenientemente gaseadas.
Aun así decidí redimir a aquella mesa.
Pensé entonces en mi abuelo en la trinchera del frente de Teruel,
repasando las costuras del uniforme con las uñas para reventar las chinches.
Pensé en sus noches en blanco resolviendo problemas matemáticos
sin más ayuda que aquella enciclopedia que compró con su primera soldada
para leer durante el servicio militar, ignorando el toque de queda.
Pensé en sus memorias,
aquéllas que escribió en cuadernos escolares heredados de sus nietos,
las que dejó a medias cuando empezó a fallarle la vista.
Al final fue la pesadilla.
De algún modo, esta mesa es el alambique en que se condensan
todos mis miedos:
quedar relegada a una cocina,
las plagas,
no saber,
no entender,
no estar a la altura de quienes me han precedido.
Aun así,
o tal vez precisamente por eso,
he decidido redimirla.
Sólo se hacerlo con palabras.
III
Ciertas noches
me desvelan
los trenes.
De lejos
me asaltan
el traqueteo,
el siseo,
el bufido
del silbato,
uno
tras
otro,
como
un
único
tren
infinito
que hiende
mi sueño,
la ciudad,
la noche.
Raíces aéreas
La Bella Varsovia. Córdoba, 2016.
Apasionada traductora de autores de lenguas eslavas, Patricia Gonzalo de Jesús ha venido trabajando paralelamente en su propia obra poética y narrativa con sostenido rigor.
A ras de suelo: no hundiéndose en la tierra, sino buscando el aire. Así nos han contado que avanzan las raíces aéreas, y así —en cierto modo— arraiga la poesía de Patricia Gonzalo de Jesús: buscando la luz desde la extrañeza, desde la voluntad firme y hermosa de no saber y querer al mismo tiempo. Una poesía que se nutre en los orígenes, y que entiende que nos formamos —y nos forjamos— por quiénes somos y por quiénes nos fueron. Hay ternura en este libro, e ironía, y asombro, y una voz cuyas referencias quizá no nos suenen familiares, pero que ahonda en nosotros, y con nosotros permanece. Estas raíces crecen hacia la piel mientras crecen hacia el cielo.
ESPACIO PRACTICADO
En el principio fue la mesa.
La compré pensando utilizarla como escritorio.
Tres cubos de agua y toneladas de hollín después,
reveló su verdadero origen:
una cocina.
Aun así decidí redimir a aquella mesa.
Pensé en mi madre frente a su olla a presión.
Pensé en Denise Levertov esbozando poemas en la mesa de su cocina.
Pensé en Alice Kober sentada frente a una mesa camilla junto a su madre viuda,
catalogando caracteres de Lineal B en cartones de cigarrillos.
Más tarde fue la chinche.
O las chinches.
Probablemente no más de dos, en los intersticios de la mesa.
Fueron conveniente y concienzudamente gaseadas.
Aun así decidí redimir a aquella mesa.
Pensé entonces en mi abuelo en la trinchera del frente de Teruel,
repasando las costuras del uniforme con las uñas para reventar a las chinches.
Pensé en sus noches en blanco resolviendo problemas matemáticos
sin más ayuda que aquella enciclopedia que compró con su primera soldada
para leer durante el servicio militar, ignorando el toque de queda.
Pensé en sus memorias,
aquéllas que escribió en cuadernos heredados de sus nietos,
que dejó a medias cuando empezó a fallarle la vista.
Al final fue la pesadilla.
De algún modo, esta mesa es el alambique en que se condensan
todos mis miedos:
quedar relegada a una cocina,
las plagas,
no saber,
no entender,
no estar a la altura de quienes me han precedido.
Aun así (o tal vez precisamente por eso) he decidido redimirla.
Aunque sólo sea con palabras.
MORFOLOGÍA DEL CUENTO
Ni rastro de nieve todavía.
Y precisamente por eso
recuerdas
aquel viaje a través de las montañas en un tren
ostálgico y reumático,
abriéndose paso
a duras penas
a través de la ventisca,
aquella anciana de entreguerras con boina de lana que,
extrañada
de tu soledad y tu delgadez,
te regaló una manzana,
como un trasunto de aquélla otra que,
en Bratislava,
te entregó tres narcisos
a cambio de agua
(Propp habría estado más que satisfecho).
Recuerdas
la sensación paradójica,
entre caricia y punzada,
de nostalgia de lo desconocido,
la parada en una ciudad arcana,
el vómito a medianoche
y la iglesia de san Esteban a mediodía,
las palabras del diácono
(«No debería estar abierta,
pero decidí recoger tras las fiestas de Navidad.
Será una señal divina.»)
Recuerdas
la blanca devastación,
el narcótico silencio
que rodeaban a aquel hombre,
escoba en mano,
acompañado apenas
por doce apóstoles dispersos
y un pantocrátor meditabundo,
de trazo torpe
y mirada ocre.
Y casi con añoranza
de aquella fiebre y aquella náusea
contemplas ahora
tu colección de idiopatías,
mientras te preguntas
cuál será el término médico
para esa membrana
(que sin duda existe
y de la que tú careces)
que hace llevadero el redolor
de caminar descalzo
por la existencia,
si te toparás
con la tercera e indefectible anciana
y si el hambre de nieve
y la sed de páramo
entran dentro de la categoría
de señales divinas.
LA BESTIA
La que cabalga a lomos de la Bestia
se convierte en la puta de Babilonia.
Si el desierto tiene oído,
oiga:
tomad y comed todos de él
porque éste
ya no es mi cuerpo.
Sólo me queda
desierto a bocados,
crujir de dientes,
lamerme las heridas
como una perra,
como una perra
escarbar en el yermo
la tumba del fruto
arrancado de mi vientre.
Si el desierto tiene oído,
oiga:
éste ya no es mi cuerpo.
María Magdalena, líbranos del lujo
de la dignidad,
María Egipcíaca, líbranos de la soberbia
de la habitación propia,
Marías todas, libradnos de rezar
porque rezar no nos librará
del pecado de ser
mujervirgenputasantasiervaesclavamártir,
del estigma de la Bestia.
Si el desierto tiene oído,
oiga,
porque la voz de los muertos
es la peor entendida.
Y el que tiene entendimiento,
cuente el número de la Bestia,
pues es número de hombre.
MUSEO INTERIOR
Hay una decimocuarta manera
de mirar
un mirlo: que sea él
quien te observe,
su ojo
lo más inmóvil
en el interior de una vitrina.
Mi ojo,
carente de criterio,
registra
ese fotograma
congelado,
se empacha de
taxidermia.
La arcada
le devuelve
una única frase,
que hace suya:
una vida embalsamada
no hace poesía.
Patricia Gonzalo de Jesús, contención y verdad
Raíces aéreas
Patricia Gonzalo de Jesús
La Bella Varsovia. Córdoba, 2016.
Por José Luis García Martín
Decía Juan Ramón Jiménez, en una de sus ingeniosas maldades características, que la poesía última de Cernuda parecía traducida del inglés. Y luego añadía: “Lo malo es que Cernuda no sabe inglés”.
Patricia Gonzalo de Jesús no solo sabe inglés, sino checo, eslovaco y ruso, lenguas de las que es traductora profesional, y en su poesía hay una precisión y una sobriedad ajena a la más verbalista tradición española. Publica su primer libro, Raíces aéreas, cuando se acerca ya a los cuarenta años, y no hay en él ni la borrosa espontaneidad de los tanteos iniciales ni el amateurismo del poeta tardío. Con solo este puñado de poemas –que algo nos recuerdan a poetas norteamericanas de obra breve como Adrianne Moore o Elizabeth Bishop– se hace un sitio entre los nombres imprescindibles de su generación.
Patricia Gonzalo de Jesús, como otras poetas de ahora mismo, escribe desde un punto de vista inequívocamente femenino, ese punto de vista que las poetas de otro tiempo trataban de disimular en sus obras de más empeño porque parecía incompatible con la gran poesía. Pero no es panfletariamente reivindicativa, no lo necesita: dice su verdad, mira el mundo con sus propios ojos, le basta con saber sentir y sabe decir.
Buena parte de los poemas de Raíces aéreas se escriben sobre la falsilla de otros textos, a veces tan poco convencionalmente poéticos como un prospecto médico (“Reacciones adversas” o un tratado de botánica (“Raíces aéreas”).
El comienzo de “Reacciones adversas” puede servir de ejemplo:
“El silencio, durante generaciones,
ha sido empleado en mi familia
como analgésico
y antiinflamatorio local
para el alivio sintomático
de la tristeza,
la enfermedad,
la muerte y
todo tipo de contusiones
existenciales
que cursan con dolor leve
o moderado”.
Los subtextos que están en la base de Raíces aéreas a veces han sido más frecuentados por los poetas. Es el caso de la oración (“Plegaria del poeta sin epifanía”, con su estribillo: “san Juan, ruega por nosotros”, “santa Teresa, ruega por nosotros”…), “Génesis”, que recrea los relatos de los nativos americanos sobre la creación del mundo o “De muliere super bestia”, con sus denuestos apocalípticos.
“Álbum familiar” se titula uno de los poemas. La memoria de la infancia (con lugar destacado –“Vida útil”, “Calendario zaragozano”– para la figura del abuelo) constituyen otro de los ingredientes del libro. Pero no hay en esas evocaciones concesión ninguna a las mitificaciones de la nostalgia.
La “Tierra firme” que da título al primer poema del libro es la del desconcierto y el desvalimiento:
“Porque dudo.
Porque no sé.
Porque me dijeron que no sabía.
Porque de profesión, mis labores”.
Esas labores tradicionalmente femeninas, las labores domésticas (“de profesión, sus labores” se leía en el carnet de identidad de la mayoría de las mujeres), sirven de falsilla para la imaginería de muchos de los poemas.
“Orear el dolor
antes de doblarlo
con esmero
y colocarlo en el montón de la colada
aún por planchar”
se lee en “Economía doméstica”, y en “Espacio practicado”:
“De algún modo esta mesa es el alambique en que se condensan
todos mis miedos:
quedar relegada a una cocina,
las plagas,
no saber,
no entender,
no estar a la altura de quienes me han precedido”.
Para Patricia Gonzalo de Jesús, como para buena parte de la poesía contemporánea, escribir es reescribir, sin que eso suponga en su caso incurrir en el pastiche ni en el mimetismo. “Museo interior” continúa uno de los más conocidos poemas de Wallace Stevens (“Trece maneras de mirar aun mirlo”): “Hay una decimocuarta manera / de mirar / a un mirlo”, comienza.
“Orígenes de las sombras y direcciones de los puntos de fuga” incluye una serie de citas (algunas valen como poemas exentos) a las que compara con los remiendos en un pantalón o con las anotaciones en un manual de supervivencia:
“Nunca lamentes
tu desnudez
si la alternativa es la mortaja
de la normalidad”,
dice una cita anónima; Saul Bellow firma otra: “Inesperadas intrusiones de belleza. / Eso es la vida”.
En el poema “Juliana de Norwich”, la mística que es considerada como la primera escritora de lengua inglesa, se alude a Virginia Wolf y se reproduce una conocida afirmación suya (irónica en el contexto del libro) que ya había incluido Eliot en el último de sus Cuatro cuartetos: “All shall be well, and all shall be well, and all manner of thing shall be well”.
“Jacob” es la poco convencional elegía (con mucho tiene de autoelegía) a un perro bastardo, “raro, roto y multialérgico”, que nada tenía que hacer “en este mundo de perros / de exposición”.
A Juan Ramón Jiménez le sonaba la poesía de Cernuda, del Cernuda que se había alejado de su magisterio, a poesía traducida. La poesía de Patricia Gonzalo de Jesús nos suena a poesía esencialmente traducible, a una poesía cuyo efecto depende menos de las sonoridades y efectos de una lengua concreta que de su arquitectura interior.
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