jueves, 3 de noviembre de 2016

BERNARDO LÓPEZ GARCÍA [19.447]



Bernardo López García 

(Jaén, 11 de noviembre de 1838 - Madrid, 15 de noviembre de 1870), poeta español.



Fue el segundo de seis hermanos en una familia dedicada al comercio. Inició sus estudios en el Instituto de la calle Compañía de Jaén (actual edificio del Conservatorio de Música), pero en 1850 se trasladó a Granada e ingresó en el Colegio de San Bartolomé y Santiago para proseguir con el bachillerato y la carrera de Derecho; no hay datos sin embargo que confirmen que terminó el bachillerato o inició la carrera. Publicó sus primeros trabajos en Recreo de la Juventud (1857) de Jaén y a finales de 1858 se encuentra en Madrid, donde publica su oda "Asia" en el periódico republicano La Discusión (1859), así como la oda "Europa y Siria" en La América (1860). Pasa sin embargo desapercibido hasta que en 1866 publicó en El Eco del País, donde era redactor, su celebérrima oda patriótica "El dos de mayo", que obtuvo tan formidable éxito, difusión y popularidad que desde entonces Bernardo López García fue conocido como "El cantor del Dos de Mayo", oscureciéndose injustamente toda su obra anterior y posterior, llegando a ser proverbial el recitado de su primera estrofa:


Oigo, patria, tu aflicción
y escucho el triste concierto
que forman, tocando a muerto,
la campana y el cañón...

Antimonárquico y de tendencias revolucionarias, participó en los sucesos de Loja, lo que le valió ser apartado del Romancero de Jaén que se preparó con motivo de la visita de Isabel II. No perdió contacto con Jaén, donde a primeros de 1860 mantuvo relaciones amorosas con Patrocinio Padilla, joven jiennense, con la que tiene una hija, María de la Aurora. En 1861 pronunció su Discurso sobre la poesía en la Real Sociedad de Amigos del País de Jaén. En 1865 se casa con Patrocinio, que fallece tres años más tarde. Meses después Bernardo se enamora apasionadamente de Concha López, hija de su amigo y editor el impresor Francisco López, que se opuso frontalmente al casamiento por la indigencia del pretendiente. En 1867 publicó en Jaén a su costa la primera edición de sus Poesías, que apenas se vendió; la miseria y las privaciones arruinan su salud. A mediados de 1868 marchará a Madrid pero su activismo político le lleva a desplazarse por tierras andaluzas, particularmente por las provincias de Jaén, Córdoba y Sevilla. Y fallece en Madrid el 15 de noviembre de 1870.

La segunda edición, póstuma, apareció en 1880 con diez poesías más; la tercera, de 1908, es prácticamente una reedición de la segunda. Al frente de las tres ediciones figura un prólogo de su amigo, el poeta coterráneo suyo Juan Antonio Viedma, donde la amistad prevalece sobre la imparcialidad crítica e incluso el rigor biográfico. Juan Jiménez Fernández ha reunido catorce poemas más, extraídos de publicaciones periódicas y antologías. Los restos del poeta jiennense fueron trasladados a su ciudad natal en 1899 tras largos e infructuosos intentos previos que chocaron con tibiezas, rechazos e incomprensiones según las circunstancias políticas del momento. Fue el general Primo de Rivera quien organizó un homenaje nacional a su memoria.

Obras

Poesías, Jaén, 1867, 1880, 1908.
"Quien nace en un alcázar...", en Obsequios poéticos a la Virgen de la Capìlla, 1860.

Bibliografía

Juan Jiménez Fernández (1988). Instituto de Estudios Giennenses. ed. Bernardo López y su obra poética. Jaén.
Felipe Molina Verdejo (1959). Instituto de Estudios Giennenses. ed. JAÉN EN LA POESÍA DE BERNARDO LÓPEZ GARCÍA. Nº. 20. Jaén. pp. 9-16. ISSN 0561-3590. Consultado el 28 de septiembre de 2010.
Alfonso Sancho Sáez, María Isabel Sancho Rodríguez (1991). Diputación Provincial. ed. Poesía giennense del Siglo XIX. Jaén.
Manuel María Morales Cuesta (1997). Viejos Poetas Giennenses. Jaén: Jabacuz. ISBN 84-922496-1-7. Consultado el 28 de septiembre de 2010.


Libertad

ODA

Sagrada libertad; a tus altares 
llega el cantor; su fatigada frente 
tímida no ambiciona 

el sagrado laurel resplandeciente 
que del genio feliz la sien corona:
a ti van mis cantares 
siguiendo su destino 
como rueda el torrente hacia los mares: 
pues fiel a ti, sin que el poder me asombre, 
bendigo a Dios al bendecir tu nombre.
Sagrada libertad, tuyo es mi canto; 
feliz mi pensamiento, te adoraba 
aun antes de nacer; que el alma mía 
libre ya se llamaba 
cuando del cielo al mundo descendía:
llegué a la tierra, al borde de mi cuna 
tronó el cañón; la sangre de tus hijos 
desde la guerra salpicó mi frente; 
y al despotismo fiero 
levantarse hacia ti, como la nube 
se levanta hacia Dios, y arrebatado 
lloré, porque aprendí trémulo al verte 
en medio de la guerra, 
que tu amor en la tierra 
se paga con sepulcros a la muerte.
Hombre después, los anhelantes ojos 
volví al pasado, y te miré dormida 
de la nada en el seno, 
esperando el momento de la vida. 
Te vi elevarte al SEA,
padre de la creación; te vi con brío 
revolverte en la idea 
que llenaba de mundos el vacío; 
te vi con raudo vuelo 
cruzar los montes, agitar los mares,
cabalgar en los soles, 
que rodaban hirvientes por el cielo; 
te vi sobre la ola 
levantarte y flotar, besar la nube, 
y en raudo torbellino 
cruzar por el espacio, 
do la creación al tiempo aparecía, 
dejando con amor santo y fecundo, 
un beso en cada mundo 
que del aliento del Creador nacía.
Después abrí la historia; vi a los siglos 
cuan inmensos gigantes, 
dejar sus tumbas, agitar sus mantos 
y volver a la vida; ante mis ojos 
libres aparecieron 
las mil generaciones 
que las olas del tiempo sumergieron; 
vi razas y ciudades 
aparecer, pasar; miré al pecado 
sobre el trono del mundo, y a los hombres
sin conciencia de Dios, y escuché el grito 
del ángel que lloraba, 
al ver con duelo eterno 
fija en la frente de la raza esclava 
la sombra del infierno.
Volví a mirar, y con dolor y espanto 
vi a la nube crecer, rugir el viento 
al soplo de la cólera divina; 
miré alzarse la ola en son de guerra 
sobre el borde del mar; la vi lanzarse
con la muerte en el seno 
rugiendo de furor sobre la tierra: 
vi la última figura 
sobre el último monte maldiciendo; 
y el agua se elevaba
en remolinos rápidos hirviendo, 
y al fin llegó; con cántico profundo 
se extendió en el vacío; 
a los ojos del sol se borró el mundo, 
y aún la muerte buscaba,
y aún el terrible mar, ronco y bravío 
por cima de los montes se empujaba. 
Y vi después en el espacio errante 
al silencio vagar; miré a las sombras 
irse extendiendo en pabellón flotante;
vi la luna cual lámpara sombría, 
dejar vagos reflejos 
sobre los velos de la noche umbría, 
y a su rayo de luz descolorido 
miré al ángel llorando,
y al supremo Jehová triste mirando 
el cadáver del mundo sumergido. 
Después la luz del día 
trémula apareció; nave valiente 
agitaba su vela 
sobre el Ponto magnífico y rugiente; 
el árbol de la vida 
volaba allí llevando la esperanza 
sobre el mástil tendida; 
y allí te vi flotar sobre las olas,
como una aparición de dulce nombre 
que llevaba en su vuelo 
la bendición del cielo 
al nuevo mundo que esperaba al hombre. 
Volvió a nacer la historia; vi a los pueblos 
sin conciencia de sí; razas feroces 
sobre la faz del mundo se empujaban; 
el grito de la guerra 
ocupaba el espacio; un mar de sangre 
levantaba su faz sobre la tierra;
la barca funeral del despotismo, 
agobiada de crímenes, flotaba 
sobre el sangriento mar; el sacerdote 
con la frente sombría, 
en la sangre inocente
empapaba su manto; torpe y fría, 
la plebe ante sus pies se prosternaba 
sin comprender en su delirio ciego 
aquella religión hija del fuego 
que en sangre como el tigre se bañaba.
Vi al esclavo infeliz dejar la cuna, 
y con frente serena 
tender al viento las impuras manos 
buscando una cadena; 
lo vi sin pensamiento
agitarse y temblar al pie del trono 
del iracundo déspota al aliento, 
y comprendí sin calma 
ante aquel cuadro de dolor y guerra, 
que el esclavo es la tumba de su alma,
y el negro despotismo 
la maldición de Dios sobre la tierra. 
Y percibí tu acento 
¡Hijos!... diciendo con amor doliente... 
y vi al mundo agitado
seguir en su cadena indiferente 
al duro pie del despotismo atado: 
y la guerra seguía; 
y las razas impuras atizaban 
el fuego vil que sobre el ara ardía;
y pueblos y naciones 
rodaban entre lágrimas y llanto: 
las tumbas se apiñaban; 
la muerte y el espanto 
sobre el mundo sangriento cabalgaban;
y nadie a tus acentos respondía, 
ni escuchaba la voz de tu cariño, 
porque era el mundo niño, 
y a su madre infeliz no conocía... 
Y vinieron más siglos; en las tumbas
en ceniza quedaron 
las míseras naciones; de tu lumbre 
los rayos reflejaron 
en la frente del hombre; alzó los ojos, 
y con ardiente anhelo
al fin te divisó radiante y pura, 
brindando al mundo con tu amor un cielo. 
Y rodaron coronas 
de libertad al sacrosanto grito; 
y el déspota iracundo
por el Señor maldito 
alzó sobre tu altar su brazo fiero, 
sin comprender en su brutal violencia 
que para herir tu nombre 
es necesario arrebatar al hombre
en pedazos del alma la conciencia. 
Mas tu nombre brilló; Grecia gigante, 
lo fijó en su bandera; al Ganges frío 
y al Nilo turbulento 
llegó tu luz sagrada; el sacerdote
dejó el hacha terrible 
sobre el impuro altar, y oyó espantado 
los ayes que brotaban 
al herirse los mundos que chocaban. 
Y se alzaron los déspotas sombríos
otra vez contra ti; tu aliento puro 
se refugió llorando 
en el mundo del arte 
que en las alas del genio se iba alzando, 
y hasta allí el despotismo
llegó con el puñal; pero fue en vano; 
que el brazo de Dios mismo 
se lo arrancó sangriento de la mano. 
Aquel tu mundo fue; tu lumbre pura 
dio brillo a las creaciones
del artista inmortal; bañó los muros 
del alto Partenón; tiñó en su lumbre 
la frente del poeta 
que cantaba los cielos y los mares, 
osando arrebatar con mano inquieta
el fuego criminal de los altares. 
A tu divino aliento 
la roca endurecida 
calló sobre los pórticos de Atenas, 
guardando un pensamiento;
el genio alzó sus alas: 
Píndaro hirió el laúd; agitó Apeles  
su mágico pincel; Fidias divino 
envolvió sus creaciones 
en montes de laureles,
y Homero arrebatado 
por el hirviente carro de la gloria 
a tu carro magnífico enlazado, 
cantó libre y profundo 
con el arpa de Dios trovas al mundo.
Después Grecia cayó; blanca paloma, 
tu genio peregrino 
llevó el arma del arte 
a los muros magníficos de Roma; 
tu nombre se fijó en el estandarte
del pueblo Rey; al rayo de tu frente 
dilató sus banderas, 
imponiendo su ley a las esferas. 
Y vinieron más reyes; 
y la guerra extendió su brazo impío 
por montes y por mares; 
creció en el trono el despotismo frío 
arrancando las hojas de tus leyes; 
vi grupos de tiranos 
estremecer la tierra
al ronco son de guerra; 
vi al pueblo rey crecer sobre las tumbas 
de los pueblos vencidos; lo vi grande 
soñar tras sus victorias, 
más esclavos, más tronos y más glorias;
y en vano te busqué: despedazada 
por las ruedas veloces 
del carro de los déspotas, apenas 
respondiste a mis voces 
con el doliente son de tus cadenas.

.........................

¡Cuántos, sagrada libertad, murieron 
víctimas de tu amor; cuántos sepulcros 
a tus plantas se abrieron!... 
Por ti el héroe espartano 
asombra al persa al levantar su tumba 
por muro entre la patria y el tirano. 
Por ti con arrogancia 
en ceniza y en humo se convierten 
los hijos de Numancia. 
Por ti eleva Sagunto sus hogueras
hasta el trono del sol, dando en su gloria 
orgullo a las esferas, 
mártires al Señor, luz a la historia. 
Por ti trémulo Bruto 
levanta sobre el trono del guerrero
la muerte en el puñal; por ti valiente 
el indómito ibero, 
en el cántabro mar sepulta impío 
de Roma la gigante el poderío. 
Por ti el mártir cristiano
del circo en la ancha arena 
bendice a Dios, entre el rumor salvaje 
del tigre y de la hiena. 
Por ti ruedan los Gracos 
al pie del Capitolio; por ti nacen
para eterno blasón de las naciones, 
Pompeyos y Espartacos, 
Pelayos, Viriatos y Catones: 
y por ti con amor cuan grande fuerte 
Jesús desciende, se transforma en hombre,
y con sangre divina escribe un nombre 
en el libro terrible de la muerte. 

.........................

¿Y ha de ser siempre así? ¿Será el martirio 
la corona del libre? ¿Acaso el mundo 
es el hacha terrible de la idea? 
¿No es bastante la cruz, para que el río 
que entre espumas de sangre va profundo 
al insondable mar, ceda en su brío? 
¿Será acaso la negra tiranía 
el fruto de la tierra? ¿Será en vano
ese rojo Océano 
que devora un sepulcro cada día? 
No: lo dice Jesús; de polo a polo, 
la humanidad entera 
debe ser sobre el mundo un hombre solo.
¿Lo escuchasteis, tiranos?... 
Lo manda Dios; el cetro de la tierra 
por momentos se escapa a vuestras manos. 
En vano las cadenas 
apretáis con furor; el pensamiento
rebosa en el espacio; él está escrito 
en el seno profundo de los mares; 
en el sol, en el viento, 
en la cruz, en la tumba, en los altares. 
Él ocupa la gloria
bajo el manto del mártir; reverbera 
en el libro gigante de la historia: 
él flota en la bandera 
del libre porvenir; llena el vacío, 
y se dilata con pujante vuelo,
desde el hombre hasta Dios, del mundo al cielo. 
Es la nube gigante 
que recibió en sus alas 
el llanto funeral de las naciones, 
y que al romper su seno
levantará las olas poderosas 
de cien y de otras cien revoluciones; 
es la luz, es el aura, es el ambiente, 
es el eco de Dios, que doquier zumba, 
levantando clemente, 
nuevo Lázaro, el mundo de su tumba. 

.........................

Pasad, pasad; en vano 
lucháis sobre el sepulcro; de la arena 
en breve rodará el último grano, 
y llegará ese día, 
que el bueno espera, y que os arranca asombros, 
en que todos los libres a porfía 
al levantarse a Dios, del mundo en hombros, 
dirán llorando: «A ti te lo debemos; 
bendito siempre tu poder profundo;
libre, sin guerra ni ambición el mundo, 
por pedestal, Señor, te lo ofrecemos.» 



¡Stabat mater!

I

¡Pobre Madre! está llorando 
al pie del santo madero; 
el pueblo murmura fiero, 
por la montaña girando, 
y la luz muere en la sombra; 
y el nublado se agiganta, 
y la creación llora y canta 
con voz que aturde y asombra. 
¡Pobre Madre!... ante los sones 
de sus dolientes afanes,
alzan truenos y volcanes 
sus más terribles canciones. 
Y el ángel llora... y se arredra, 
rugen los mares inquietos, 
y se alzan los esqueletos 
sobre sus tumbas de piedra. 
Porque es tan hondo el pesar 
de la Madre del amor, 
que llora el mismo dolor 
al contemplarla llorar!


II

Ella vio al hijo nacer 
su esperanza realizando; 
ella le durmió cantando 
las endechas del placer, 
ella, con ansia divina 
dejó sus plácidos lares; 
cruzó de Judá los mares, 
las cumbres de Palestina; 
y siempre del Hijo en pos 
le siguió amante y serena,
¡como sigue el alma buena 
la sombra santa de Dios!... 
Hoy... pobre Madre... lo mira 
sobre el Gólgota sangriento, 
suspiros lanzando al viento
que en torno del árbol gira. 
Lo mira triste, llorando 
por el pueblo su asesino; 
oye su acento divino 
¡perdón!... ¡perdón!... murmurando.
Ve sus sienes desgarradas 
por las espinas crueles; 
ve marcados los cordeles 
en sus manos venerandas: 
y si oye de su ansia en pos,
del pueblo el acento fijo, 
ve... ¡que le matan al Hijo 
por el crimen de ser Dios!... 


III

Pura... mística azucena 
del desierto de la vida;
lámpara siempre encendida 
para templar nuestra pena: 
¡celeste y eterno lirio 
por los ángeles cuidado; 
puro clavel perfumado
Yo vengo, Madre, a besar 
las estrellas de tu manto: 
vengo a regar con mi llanto 
los mármoles del altar: 
yo padezco a tu dolor; 
lloro al mirar tu agonía; 
yo tengo por ti, María, 
rico manantial de amor. 

.........................

Del relámpago a la luz
que la tormenta anunciaba, 
yo vi a Dios que vacilaba 
bajo el peso de la cruz. 
Lo vi triste ante el desdén 
del pueblo vil y asesino;
lo vi con llanto divino 
llorar por Jerusalén. 
Vi su cabeza sangrienta 
tocar en la dura roca; 
vi un insulto en cada boca,
y en cada grupo una afrenta. 
Y al verte a su lado ir 
dije con llanto de amor:
¡pobre Madre del dolor, 
cuánto deberá sufrir...!


IV

Pueblo... con llanto profundo 
ve a contemplar su agonía; 
hoy es la fecha, es el día 
de la redención del mundo. 
Do quiera se oye el concierto
de la más honda tristeza; 
hasta la naturaleza 
parece que toca a muerto. 
El templo, todo es dolor; 
negra el ara, poca luz;
sobre el sacro altar, la Cruz 
sosteniendo al Redentor. 
Al pie de la Cruz, María... 
cerca, el sacerdote implora; 
allá en las tinieblas, llora
el órgano una armonía. 
De las campanas el son 
no se mezcla en el lamento, 
por no turbar en el viento 
los ecos de la oración;
y la luz que ante el altar, 
mal a la sombra resiste, 
está tan triste... tan triste, 
que no se atreve a alumbrar...! 
Todo es llanto, y es dolor; 
mujeres, niños, ancianos, 
venid, venid de las manos 
a llorar al Redentor...! 
Venid ante el que se inmola 
por calmar vuestra alegría; 
venid a ver a María 
que está sollozando, y sola...! 
Llegad de vuestros hogares 
con ofrenda a sus dolores; 
dejad los campos sin flores
para adornar sus altares, 
y no deis al corazón 
hoy consuelo a su quebranto, 
porque será vuestro llanto 
la segunda Redención...! 



El día de difuntos

CANTO

I

Silencio... las campanas... 
¡Ay del hombre mortal! ¡ay del doliente! 
de la noche en el seno 
sin pena dormirá sueño tirano, 
y su entusiasmo ardiente,  
como lienzo fecundo 
que borra el tiempo con impura mano, 
se borrará del mundo... 
¡Ah! en el solemne día 
en que los muertos abren sus ciudades 
vacila la razón: ¡sombras humanas! 
¡ilusión del placer! ¡santo delirio 
de un amor inmortal...! ¡glorias del arte! 
volad lejos de aquí... todo termina 
al borde del sepulcro; loco empeño 
formará de la vida la quimera, 
por dejar una flor, una siquiera, 
sobre la leve realidad de un sueño. 
Mentira es el placer; mentira el fuerte 
alto destino de la gloria humana; 
mentira la ilusión; ¡verdad la muerte!... 

.........................

¡Torpe dolor!... ¡estéril amargura! 
¿por qué prensar al corazón que llora 
del hombre la continua desventura? 
Sorda la tierra al ruego, 
mata la forma; despedaza fiera 
la belleza del mundo sin sosiego: 
agentes de su cólera indomable 
son las materias que en tropel inmundo 
la cruzan por do quier; su boca impura, 
las tumbas nobles, míseras o extrañas, 
que amenazando al ánima oprimida, 
esperan los escombros de la vida 
para nutrir con ellos sus entrañas: 
el labio delicado; 
la azul pupila inquieta; 
el pecho de la hermosa, altar sagrado 
donde ofició el amor; la del poeta 
libre cabeza que con noble anhelo 
sintió latir la inspiración gloriosa, 
y se alzó poderosa, 
Colón del arte a descubrir el cielo, 
todo termina aquí. La madre tierra, 
¡ay! es la sola madre 
sin entrañas de amor; en vano un día 
la cubrirá la primavera ufana 
de flores y armonía; 
en vano sus verdores 
dará a los prados, a las huertas frutos, 
purísimos colores 
al pálido rosal; en vano, en vano, 
dará gentil rumor a la corriente 
y aroma y luz al céfiro liviano: 
al pie de esa belleza, 
vive la destrucción. Sordo usurero, 
la tierra mata si a vivir empieza; 
asienta en los despojos 
su esfuerzo colosal; traga, devora, 
y cuando altiva en su poder se engríe, 
hipócrita y traidora,  
¡con jugo de sus víctimas sonríe!... 
Y la muerte también... ¿Quién ha parado 
su carrera triunfal? Sobre ruinas 
la ve el presente y la miró el pasado, 
el inútil dolor no la contiene; 
atleta destructor, fiel mensajero 
con porte a las orillas del profundo, 
continuamente se retira o viene, 
secos sus ojos al dolor del mundo... 
En lucha con la vida 
trabaja sin cesar; el universo 
es su circo gigante; espectadores 
de sus rudas hazañas, 
los que esperan morir: ¡madres! ¡hermanos! 
no busquéis la piedad en sus entrañas, 
ni tendáis a sus huesos vuestras manos; 
esqueleto fatal, forma sin vida, 
no escucha vuestra mísera tarea; 
y si llora la madre al hijo bueno, 
arrancando el cadáver de su seno, 
el charco de sus lágrimas vadea...! 


II

Mas, ¿por qué ese dolor? En otros días, 
cuando el viento oreaba 
la sangre de Jesús; cuando el Calvario 
recordando divinas agonías 
bajo la sombra de la Cruz temblaba, 
yo vi al circo romano, 
arcada colosal, timbre del arte, 
vacilar en su altiva pesadumbre 
al peso impuro del furor pagano:  
miré a la muchedumbre 
ebria de sangre; percibí en la altura 
bajo el arco del César, al soberbio 
Pontífice y señor, símbolo vivo 
de aquel pueblo sin fe; lo vi arrogante 
sobre varas de lictores altivo 
despreciar a las turbas, y opulento 
tender el cetro que aun el orbe doma, 
sobre el circo sangriento 
de la materia altar, templo de Roma,  
patíbulo brutal del pensamiento. 
Vi a la señal terrible 
la arena retemblar; miré la puerta 
moverse, vacilar, girar incierta, 
y percibí espantado  
la bárbara armonía 
que en el espacio ardiente se enlazaba, 
del tigre que a las turbas saludaba, 
y del pueblo que al tigre respondía. 
Y... allí, sola, en el seno 
de la plebe romana; 
alta la frente, el corazón sereno; 
la túnica cristiana 
sobre el hombro robusto, y en los brazos 
la imagen de Jesús, noble y tranquila, 
miré a la Fe: su santa cabellera 
flotaba el aire vagorosa y pura 
cual si el ala del ángel la moviera; 
asidos a su blanca vestidura 
los mártires cristianos, 
¡Salem! gritaban en pujante coro, 
esperando el dulcísimo tesoro 
con la oliva de amor entre las manos: 
y las turbas hirvientes 
cantaban y rugían; 
y Nerón, ostentando la corona 
de PONTÍFICE y DIOS, la alta cabeza 
levantaba en el circo; y vacilaba 
la columnata ruda 
del vasto coliseo 
al continuo aplaudir; y en tanto humilde, 
excitando del pueblo el ansia fiera, 
la Virgen del Señor se arrodillaba, 
se enclavaba en la cruz con alma entera, 
y su pecho divino, 
que la fiera mordía, 
palpitaba de amor, moviendo el lino 
que sus formas castísimas cubría... 
¡Cuadro consolador! ¡lienzo sublime! 
Detén, fantasma impío  
de la duda fatal tu voz potente: 
ya el espíritu gime 
con tranquilo dolor, y el alma inquieta, 
rompiendo la terrena vestidura, 
se alza a Jesús con incansable vuelo; 
desgarra la materia, al dolor doma, 
y arrollando a Palmira y a Sodoma, 
torna a Jerusalén, remonta el cielo. 
La fe vuelve a lucir; su luz me ayuda. 
¡Vírgenes del Señor...! ¡santos atletas, 
columnas de la Cruz...! ¡dulces cantores... 
indómitos profetas 
cuyos plectros de oro 
templó en sus manos Dios...! ¡legisladores 
que disteis vuestras leyes 
al pueblo ungido que cruzó el desierto 
nutriendo con ilotas y con Reyes 
la estirpe de David...! ¡Arpas sonoras 
de Daniel e Isaías...! 
¡Mártires sobrehumanos 
que hicisteis, agitando las enseñas 
de destinos fecundos, 
rodar los muros, palpitar las peñas, 
temblar las aras y oscilar los mundos...! 
¡sustentar ya mi fe!... ¡Que yo la mire 
romper en las conciencias 
de la duda los bárbaros altares, 
y asentar en fortísimos pilares 
la santa catedral de las creencias! 
¡que mi espíritu ciego 
en claridad gloriosa se ilumine! 
¡Que vacile la sombra al claro fuego, 
timbre de la verdad! ¡Que monte y río 
deponga su grandeza 
del amor al inmenso poderío! 
¡Que la luz inmortal deje su rayo 
sobre la niebla inerte! 
¡Que la divina idea 
domine al universo! ¡Que la muerte, 
Tabor glorioso de los hombres sea!


III

¿Qué es la materia ya? Con fe y sin pena 
la destrucción admiro; 
pasto seré de su brutal faena, 
¡y por morir suspiro...! 
Ni espigas ni colores 
nutrirá con mi fe; de mi amor santo, 
no brotarán ni líquenes ni flores. 
Altivo en mi poder, ya la contemplo 
romper la forma con augusta calma; 
¡el sepulcro, es el templo
de donde nace el alma...! 
¿Y la muerte, qué es ya? ¡Madre amorosa, 
arca de libertad; fiel peregrino 
de la Canaán dichosa, 
donde la vid purísima, cargada  
de racimos de amor, mece su tallo 
de Dios enamorada; 
mensajero del bien; pórtico augusto 
de la eterna región; titán sombrío 
de atlético poder, que audaz vadea 
el piélago insondable 
que hay entre Dios y el hombre; dulce aurora 
de paz y de alegría; 
límite del dolor que nos devora; 
mañana del saber; puerta del día! 

.........................

Pequeño el mundo, dilatado el cielo, 
infinito el amor que tras la tumba 
sube al Eterno con potente vuelo, 
la muerte no es verdad; en otras horas 
sus fúnebres regiones 
decoraba el dolor; la negra duda 
cruzaba sin piedad los panteones, 
y con falaz violencia 
las lágrimas del mundo 
rebosando sin dique en la conciencia, 
ocultaban a Dios. Mas desde el día 
en que la cruz triunfal, sobre los hombros 
de la colina agreste alzó sus brazos 
por montes y por mares, 
trasformando en pirámides de escombros [
los ídolos de Roma y sus altares, 
el dolor tiene fin; la tumba es foco 
de claridad divina: Dios al yugo 
de la muerte cedió; sufrió su imperio, 
la aceptó por verdugo; 
mas al alzarse del Eterno y Fuerte 
sobre el cadáver santo, 
para consuelo del amor y el llanto, 
¡enclavada en la Cruz murió la muerte...! 


IV

Dejad que las campanas 
repitan su canción: ¡niños, ancianos, 
huérfanos sin hogar, madres dolientes, 
que del dolor en las terribles sañas 
con lágrimas sin fin lloráis al hijo 
que tuvo por altar vuestras entrañas... 
¡empezad la oración!... ¡ese sonoro 
rumor triste de bronce; esa armonía, 
forma sentida del mundano lloro; 
ese gemido que el espacio llena 
y a Dios el eco que los mundos lanza, 
no es acento de duda o de rencores, 
que si llora en su voz nuestros dolores, 
acompaña también nuestra esperanza...!  



Arte

Arte, palabra divina 
que gloria al talento augura; 
plácida luz que fulgura 
sobre una santa colina; 
pura fuente cristalina; 5 
águila de eterno vuelo; 
ángel que canta en el suelo 
melancólicos amores, 
brindando al talento flores 
de los jardines del cielo. 

Por él, titán soberano 
Miguel Ángel se agiganta, 
y hasta los cielos levanta 
la cruz del templo cristiano; 
por él, arranca Ticiano 
al cielo su luz hirviente, 
y por él, Osián potente, 
dando formas a la idea 
como Dios, al gritar SEA 
lanza un mundo de su frente. 

Por él, el gran Cicerón, 
águila de la elocuencia, 
sube al templo de la ciencia 
escalón por escalón: 
por él, con mística unción 
canta David sus creaciones; 
y por ceñir sus blasones 
le dan a su gloria fieles, 
Cano y Van Dijk, sus pinceles; 
Lope y Dante sus canciones. 

Por él, el genio sediento 
que eternos templos se labra, 
da seres a la palabra 
y a las rocas pensamiento; 
ante su potente aliento, 
la tierra cede sin tino; 
pues el mar, el torbellino, 
la luz, el monte, la aurora, 
son una creación sonora 
que hizo un Artista Divino. 

Por él, la mente se agita; 
por él, vive la esperanza; 
por él, la dicha se alcanza; 
por él, la conciencia grita; 
su luz es siempre bendita, 
y su poder tan profundo, 
que un rey, Felipe segundo, 
porque el Orbe no le viera, 
arrojó el arte de Herrera 
entre su tumba y el mundo. 

A los ecos de su nombre 
que aromas de gloria lleva, 
el hombre hasta Dios se eleva, 
y Dios desciende hasta el hombre; 
a nadie su altura asombre  
teniendo fuerza y aliento, 
pues a ese alcázar que el viento 
arrulla sobre alto muro, 
se llega con pie seguro 
por la escala del talento. 

Genio que a la altiva cumbre 
te vas alzando valiente, 
ansiando ceñir tu frente 
con un rayo de su lumbre; 
sigue... y si en la muchedumbre 
protesta algún ser artero 
contra el arte que venero, 
dile con desdén profundo, 
que es la primera obra, el mundo, 
Dios, el artista primero. 



Napoleón y los héroes del 2 de mayo


SONETO

Ellos murieron con la frente erguida; 
también la tumba devoró al coloso 
que humilló con su brazo poderoso 
la cabeza de Europa enardecida. 

Ellos cedieron con afán su vida 
por el patrio blasón, noble y hermoso; 
él, por regir con cetro belicoso 
segundo Dios la humanidad vencida. 

Una corona altiva y esplendente, 
del tercer Bonaparte el culto abona  
regia brillando en su blasón potente; 

de ellos la tumba la virtud pregona; 
¡héroes... dormid en paz...! para el que siente, 
vuestra tumba es mejor que su corona...!  


El poema de la vida

I

En brazos de la inocencia 
cruzando voy candoroso 
ese crepúsculo hermoso 
preludio de la existencia. 
Del valle la flor galana 
me da sus limpios colores; 
el bosque sus ruiseñores, 
y sus tintas la mañana: 
y el astro consolador 
que al mundo su luz envía, 
me manda al nacer el día 
la sonrisa del Señor. 
Mi madre en dulce ansiedad 
sencilla, pura y amante, 
tras la bóveda gigante 
me muestra la eternidad: 
y escuchando su lección 
lleno de dulce embeleso, 
entre el murmullo de un beso 
recibo su religión. 


II

Ya llegó la juventud, 
y el alma a sus resplandores 
se duerme en otros amores 
con dulcísima inquietud. 
Mi adorada frenesí 
en la esperanza se agita; 
mundana gloria me grita 
¡qué es el mundo para mí! 
Y en mi ardiente corazón 
que se consume anhelando,  
gigante se va elevando 
la hoguera de la ambición. 
Cuanto miro, todo es mío; 
la mar, la arboleda, el monte, 
la nube y el horizonte 
que se duerme en el vacío; 
porque en su albor matinal 
el alma ardiente ambiciona, 
tener al sol por corona, 
y al mundo por pedestal. 


III

El sueño de mi ilusión 
la realidad lo ha deshecho; 
apenas hallo en el pecho 
cenizas del corazón. 
La mujer que tanto amé, 
mató mi esperanza hermosa: 
al pie de una misma losa 
están mi madre, y mi fe; 
tuve un hijo... y me olvidó; 
la gloria mató mi encanto; 
me arrojé en brazos del llanto 
¡y hasta el llanto me dejó!... 
Y corro sin ver jamás 
el consuelo en lontananza; 
porque sé que la esperanza  
¡es una mentira más! 
Toda ventura se aleja 
por el árido desierto; 
¡la humanidad es un muerto, 
que en su sepulcro se queja!  


IV

En la triste senectud 
penetro con paso fijo, 
en la mano el crucifijo 
y a los pies el ataúd. 
La fe me vuelve a alumbrar 
en mi lóbrega carrera; 
¡DIOS! murmura la pradera; 
¡DIOS! el cielo; ¡DIOS! el mar. 
Y de la esperanza en pos 
corro al sepulcro llorando, 
porque en él me está esperando 
la sombra santa de Dios. 
Del ánima dolorida 
ya se acabó el desconsuelo; 
sobre la tumba, está el cielo 
que es más grande que la vida.  



Polonia

ODA

¿De quién es? ¿De quién es esa corona 
que en la orilla del Vístula sangriento 
rota se ve? ¿De quién esos gemidos 
que lleva el ronco viento 
por la inmensa región? ¿De quién la lira,  
que entre secos manojos de laureles 
ni canta, ni suspira? 

.........................

Un pueblo fue lo que se ve en escombros; 
del fondo sepulcral de esas ruinas 
eterna maldición sobre la tierra,  
gritos de amor y libertad brotaron; 
y salieron cantores; 
y el aura de la paz, besó las flores 
que las hoces del déspota segaron. 
Un pueblo fue; Polonia se llamaba...; 
en venturosos días, 
con la fuerza del simoun arrojaba 
sus tercios a vencer; ellos hollaron 
de Tiro las ruinas 
que palacios y templos coronaron; 
el turbio Niemen apartó sus olas 
para verlos marchar; en los jardines 
de la Persia abrasada, 
desplegaron sus blancas banderolas 
al grito de la lid arrebatada; 
del Éufrates y el Nilo turbulentos, 
fieros herir; las frentes altaneras 
del Cáucaso y el Atlas se doblaron 
al peso de sus huestes, y temblaron 
los árabes vencidos 
bajo el ancho crespón de sus banderas. 
Del Apenino azul por las vertientes 
la sangre de sus hijos 
al mar de Italia se lanzó en torrentes;
y sus águilas libres se extendieron 
por los anchos espacios 
y cruzaron los montes y los mares, 
e indómitas se irguieron 
de la torpe Estambul en los palacios, 
y de Roma la vieja en los altares. 

.........................

Un pueblo fue... y envilecido ahora, 
mira expirantes a sus tercios bravos; 
el águila señora 
pendón de libres en gloriosos días, 
arrastrada se ve por los esclavos;
altivo el extranjero 
duerme en su hogar; las hojas de sus leyes 
de escarnio sirven a menguados reyes; 
sollozando sin paz, yerta de ira, 
imagen del dolor al mundo mira;  
y al verlo contemplando 
con torpe duelo su dolor profundo, 
sacude sus sepulcros, protestando 
contra la inútil compasión del mundo... 
¡Mísera humanidad!... desde su cuna 
el crimen tiraniza su existencia; 
del justo Abel la ensangrentada fosa 
es el primer calvario 
que levanta la saña a la inocencia: 
de allí brota el pesar; de allí el encono, 
y pasan luego razas y ciudades, 
y un trono se hunde, y se levanta un trono, 
y en lucha horrible y fuerte 
se arrastran pueblos, razas y tiranos, 
y ruedan por las puertas de la muerte 
con el puñal sangriento entre las manos. 
Y Dios se enoja; con furor profundo 
a su placer levanta 
el mar soberbio hasta su regia planta,  
y el hombre muere, y se desquicia el mundo. 
Y vienen otras razas y otros hombres; 
y apenas en la tierra, 
levantan a la voz de sus enconos 
altares a la guerra, 
templos al vicio, al despotismo tronos: 
y pasan los señores 
agitando a los pueblos espantados; 
y van los pueblos viles, 
lo mismo que reptiles 
al carro de los CÉSARES atados. 
El mundo tiembla; Dios desde su trono 
siente a sus pies el crimen, y en su anhelo 
porque su voz al pecador asombre 
baja a la tierra; en su brutal encono 
sigue la humanidad, y ardiendo en ira 
en verdugo de Dios se trueca el hombre, 
y hace al Calvario sanguinaria pira. 
Desde entonces radiante centellea 
sobre la cruz la libertad del mundo; 
la sombra de Luzbel, siente en su seno 
desgarrador puñal; entre el rugido 
del pueblo que en el Circo clamorea 
al latir el león, se oye el gemido 
del cristiano expirante 
que bendice a Jesús; y ante este ejemplo 
de la fe vencedora de la muerte, 
el Circo se convierte 
de la doctrina de Jesús en templo. 
A través de borrascas y Nerones 
la barca hiende el mar; rompe la ola 
pujante del error que la conmueve, 
y vuela ansiosa al codiciado puerto 
en alas de la fe; sus velas mueve 
celeste brisa; el huracán furioso 
del rudo fanatismo 
la quiere detener... pero es en vano... 
que el brazo de Dios mismo 
la impulsa por el férvido Oceano. 
La indómita corriente de las horas 
su pujanza aumentó sobre la tierra... 
Polonia desgraciada 
despojo de la saña y de la guerra... 
¿Quieres ser libre? Calma tu delirio; 
desciñe de tu frente  
la bárbara corona del martirio, 
y coge con bravura 
el caballo, la lanza y la armadura. 
¿Oyes ese rumor? La nave llega; 
la libertad sobre su mástil flota 
y la empuja la fe; raudo navega 
sobre mares de tumbas; ya se agita; 
ya salva el Apenino, 
y por medio de rocas y torrentes 
cual indómito alud se precipita: 
de sus velas blanquísimas el lino 
sangriento va: su infatigable vuelo 
aterra al crimen, y a la voz de guerra 
fija una escala en la espantada tierra 
por donde van los mártires al cielo: 
los déspotas la ven, y en sus enconos 
sus brazos tienden... pero esfuerzo vano: 
que si a domarla se levantan tronos, 
los arrastra bramando al Oceano. 
¿Escuchas ese acento, 
imagen bienhechora 
de Kociusko infeliz? ¡Santas cenizas 
de los héroes de ayer!... la patria entera 
levanta ya la espada vengadora 
ante el bélico altar de su bandera; 
romped las urnas, sombras solitarias; 
de ese recinto estrecho 
al cielo levantad vuestras plegarias, 
o sacudiendo los eternos lazos 
que ligan a la tierra el tronco inerte,
venid desde los brazos de la muerte 
a luchar por la patria en nuestros brazos. 
¡Venid!... ¡Venid!... la lucha gigantesca 
en breve va a empezar; ¡guerra! murmurarán 
los derechos altísimos hollados; 
¡guerra! los pueblos viles 
al pie de los cadalsos amarrados; 
¡guerra! con voz doliente 
suspira el porvenir, clama el presente, 
y rompiendo sus sábanas de tierra,  
se abren las tumbas murmurando ¡guerra! 
Y la guerra será... ¡ronca la lira 
sobre las alas del delirio suena!... 
El mundo ensangrentado 
navega por el seno del vacío 
como un sepulcro; sobre su ancha frente 
la humanidad luchando arrebatada, 
escribe con la espada 
su epitafio sangriento y elocuente: 
y el bueno llora; y la razón se aterra... 
¿Cuándo, Señor, aunque a mi voz te asombres, 
arrancarás del libro de los hombres 
el sangriento vocablo de la guerra? 
¿No basta el sacrificio 
de cien razas y cien? ¿Aún no es bastante  
para que el nublo del error sucumba, 
ese doliente osario 
que hace del globo dilatada tumba, 
y a cada pueblo levantó un Calvario? 
Aún no es bastante, no; mirad al mundo; 
la altiva humanidad de polo a polo 
por volar a la lucha se levanta 
como un fantasma solo: 
el grito de la lid do quier resuena... 
¡alzad, generaciones, 
y entre el polvo veréis de las naciones 
del drama criminal la última escena! 
Los pueblos se apresuran al combate 
por la postrera vez; «Vamos», murmuran... 
«la lid nos llama con sus ecos roncos; 
a la lucha volemos; y mañana, 
gigante se alzará de nuestros troncos 
el árbol santo de la dicha humana. 
Y daremos cumplida 
nuestra hermosa misión»; ¡Corred, Naciones, 
las que movéis con impotente saña 
de la cadena vil los eslabones! 
¡Apréstate a la lucha, pueblo bravo, 
que en la orilla del Vístula sangriento 
te arrastras de dolor; ¡despierta, Atenas, 
tú que miras rodar entre cadenas 
magníficos pedazos de tu solio...! 
¡Alza la frente, Hungría... 
y tú, Roma, que apuras la agonía 
amarrada a los pies del Capitolio...! 
A la lucha corred... la hora bendita 
se va acercando; a su rumor profundo, 
la santa libertad arma a los bravos; 
¡corred, pueblos esclavos, 
con vuestra sangre a redimir el Mundo! 
Corred... para que un día 
vuestros hijos llorando ante la fosa 
a que os arrastra la corriente impía, 
triste murmuren con dolor eterno... 
«Luchar a nuestros padres fue preciso; 
sus padres les legaron un infierno, 
y nos dan por herencia un Paraíso.» 


Al asesino de Abrahán Lincoln

SONETO

De asombro y de dolor el alma llena, 
severa juzga al que en el mal camina; 
al bárbaro Nerón en la colina, 
juez sin piedad la humanidad condena; 

Lucrecia que el pudor desencadena; 
Calígula, Tiberio, Mesalina, 
cuantos hollaron la verdad divina, 
afrenta son de la mundana escena. 

Pero al llegar a Boot, los corazones 
se estremecen y tiemblan; agitados
tiran la sonda, miden las pasiones, 

y solo aprenden de dolor prensados, 
que han de estar los Tiberios y Nerones 
de tan vil criminal avergonzados.




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