jueves, 1 de diciembre de 2016

CARMEN DÍEZ SALVATIERRA [19.674]


Carmen Díez Salvatierra

(Sevilla, 1990) es poeta y profesora de español como lengua extranjera. Licenciada en Humanidades por la Universidad Pablo de Olavide,hizo su estancia Erasmus en la Universidad de la Sorbona. Tiene dos másters, uno en Literatura Comparada y Crítica Cultural por la Universidad de Valencia, y otro en Estudios Lingüísticos, Literarios y Culturales por la Universidad de Sevilla. Ha resultado finalista y ganadora en algunos premios literarios. Ha participado en medios como Rebelión, Píkara, Cámara Cívica y Universo La Maga. En 2011 escribió Los pájaros perdidos (2011); Marte (Ediciones en Huida, 2015) es su segundo poemario. En la actualidad escribe su tercer poemario.


Permanencias

À te mordre les jours grandissent
RENÉ CHAR

Tú no lo sabes,
pero soy incapaz de definirte.
Por eso me buscan tus manos
en ese instante que es lucidez
y cercanía al mismo tiempo.
En ese lenguaje que ya
compartimos, me dices:
acércate a mí.
El águila abre sus alas.
Tu dominio se hace calor,
algo fluye y queda entre tus dedos.
Oyes mi súplica: no me dejes
morir tan pronto, y la ignoras.
También yo puedo hacer
cosas con las manos.
Escribir otro poema con la boca llena,
correspondencia invernal
entre mi lengua y tus suspiros.
Del letargo viene
a consumarse la definición misma.
Tenerte dentro es no necesitar
respuestas.
Solo que permanezcas.







UN PASEO POR “MARTE”
Marte se publicó en Ediciones en Huida en 2015


Por Raquel Silva

Marte es la historia de una relación; la última carta que todos quisimos y sólo Carmen D. Salvatierra se atrevió a enviar. En ella repasa todo el camino: cómo entregamos las vulnerabilidades con las manos temblorosas al ser amado, cómo nuestros cuerpos se convierten en una guerra de guerrillas, cómo (poco a poco) se disuelve la sombra en la que nos amparábamos, cómo (poco a poco) la nueva luz acaricia nuestra nuca, y finalmente, lamerse las heridas. La historia de una relación que podría ser la de cualquiera. Una historia que desde el principio nos transmite tímidas pulsiones que nos hacen entrever el final al cual se ve avocada.



Ella sabía
lo sabía
de caminos anclados y una flor tibia
nubes, imágenes aferradas
 a un holocausto perpetuo
de nieve remota, de niños gritando
y llorando en las alfombras.



Lo más bello que nos regala la autora con Marte es dejar que nos asomemos a su verdadera percepción de la relación. A cómo vivió ella el camino al lado de aquella persona. Pensad: ¿qué amiga os permitiría tal privilegio? Nadie escapa del “me va bien” dicho con los labios tensos.

Al final del poemario, la poeta se restituye y comienza a armarse. Intuimos que la verdadera tormenta estallará en el siguiente acto, el próximo poemario:



Corréis, incapaces, hacia deseos inútiles.
Nadáis en la superficie de la superficie.

No hay palabras ni actos: el ser se reduce a ocupar un espacio lineal, inalterado, convencido de las ventajas incuestionables de la actitud optimista.

Quiero vomitar en nuestra falsa tranquilidad, destruir los cimientos de la ortodoxia vital que os pertenece. Perturbaros.

Cerrar los ojos ante la guerra no implica que esta no exista.

No os consoléis con los bálsamos que os ofrece el enemigo; la única vida posible es la que arde, cada día, en nuestro corazón.



Una historia necesaria para la autora y para todas. El relato de cómo se construye una misma tomando como trozo de mármol la felicidad y como cincel el dolor. Quizás a lo largo de la lectura sintamos la necesidad de gritarle a la protagonista que se salve. Que se esconda en sombras más largas y serenas. Pero es ella misma quien debe ser su propio refugio y quien nos recuerda que todas somos Carmen D. Salvatierra: la que se duele y se salva a sí misma con el único arnés, la única garantía, de la búsqueda constante.




(Nadie ha pasado sus dedos por mi vientre
desde entonces. No es fidelidad. Más bien se parece 
al luto que guardamos por los muertos.)





El silencio no es solo el canto de los pájaros,
la noche no es solo confesión prematura; 
tu figura 
arrastra consigo el recuerdo, 
revuelve la juventud hastiada y la hace vieja y canosa. 
Los pájaros son solo una metáfora.

(Escribo desde el final de una guerra.)






¿En qué se parece la mujer al pájaro? Si te regalo 
una flor, inevitablemente será una flor muerta. 
Es imposible disociarme del mundo; al mismo tiempo 
no dejo de sentirlo como ajeno. En el vuelo del 
pájaro, sin duda, hay algo de humano: son mis ojos, 
y la conciencia de lo imperdurable. La huida terminará 
siendo una proximidad inesperada a la propia piel. 
¿Tu verdadera piel? La desconozco. Como la mía me 
es desconocida y distante.





Y si fuera la memoria un abrigo a cuadros
donde resguardarse del frío, si fuera el amor algo más 
que una esperanza condenada a muerte, entonces no 
tendrías que decir: son estas las desarmadas armas, la 
voz que grita desde la imposibilidad. Es mudo el sonido 
del que guarda en sí una flor que a nadie regala, 
es mudo su canto y la flor se deshace. El círculo no 
acaba. La primavera es luz para este parto prematuro, 
y tiene su razón de ser aunque de nada valga su existencia.








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