viernes, 16 de diciembre de 2016

RICARDO HEREDIA DE LA CRUZ [19.742]


Ricardo Heredia De La Cruz 

Nació en Lima, Perú, en el año de 1983. Es poeta, editor y crítico literario. Fue miembro fundador de “Manto Gris, Círculo Literario, o algo así” con quienes publicó sus primeros poemas. Está radicado en la ciudad de Neuquén, Argentina, desde hace diez años. Actualmente cursa estudios de la Licenciatura en Historia en la Universidad Nacional del Comahue. Sus poemas fueron incluidos en la antología “Poetas argentinos del Nuevo Milenio” (Buenos Aires, 2014). Sus poemas y reseñas han aparecido en revistas y diarios de Perú, Chile, Argentina y España. Recientemente formó parte del XXVI Festival Internacional de Poesía de Medellín. Tiene un libro publicado “A la izquierda de mis pasos, tres grados” (Buenos Aires, 2009).



II

Traía por dentro la canción de los cuervos,
una pesadez en los bolsillos contrayéndome el vientre
y todo aquello que aún rehúso a dar por cuerpo,
o lo que es igual,
un saco raído de preguntas mal planteadas.

Por la minúscula entrada que halló la luz del sol
para entregarme las campanas
unos hombre de poca altura,
convencieron a mis párpados
de callar como los cedros al borde del camino.

En ese preciso instante,
aparecieron ante mí
los colores silenciosos
de una primavera autodidacta,
imagen viva de las letras:
poesía de sanatorio.

Y de repente,
se cayeron de ese improvisado columpio
que armaron en mi boca,
oraciones bizantinas
que me recordaron tu nombre en mis dientes
o lo que es igual,
esa triste canción que llevo dentro.



IV

Busco algo parecido a la muerte de Joaquín
porque Joaquín murió entre ángeles,
quién sino él para morir entre ángeles al amanecer.

Busco algo parecido a la muerte mía,
a la soñadora apariencia
de un cielo despojado de Dios.

Busco algo parecido a la muerte
                                 (parecido nada más)
que me lleve a la música tuya,
me acompañe hasta la puerta
o a la muerte misma.




VIII

a Fredy Yezzed.

A propósito del terror
vi caer mis hombros
en otros hombros que no eran míos
y ese ser tan intrépido
en la agonía de la luz, es decir,
la humana figura de una mosca en la pared
muere al partir cada silencio.

Quizá requiera de otros cristales,
la ventana que heredé
no alcanza a recorrer en plenitud
los horizontes,
es rara esta lejanía
no suelo ser pesimista
ni llorar en las despedidas
pero es probable
que ante los temblores de una doble puerta
quede suspendido en las tristes alegorías de tu infancia.

Apuesto a que soy hombre de poca fe,
al recuerdo que me arrancaron de una paliza.
En los días me resguardo del viento
y repito en los oídos que parió mi madre,
en los oídos que parió mi madre repito:
Tengo miedo de mis entrañas
de esta amargura que se nos cae de la lengua
y su infinita responsabilidad en los corazones
de los muertos.



IX

De los que abarcan la tierra,
díganme si los peores años
no tienen el color de la huida,
esa otra forma de ser humano.

Díganme si los carteles rebelan mi nombre,
si los placeres dominan el paraíso de los caídos.

Aquella manía nuestra de robarles a los pájaros
su inocente trazo de aire,
o la perfecta irrelevancia de nuestra mirada
en el camino que ensayan
me convencen de lo artificial de mi voz.

Para no complicarte la vida
me permito seducirte los brazos,
y en la tardía elaboración de un pan
acelero los trámites de una vida que nos sirva.

Para no complicarme la existencia:
carne y aliento en la cena.

Para no ahogarte
con lo gris de mi saliva,
he querido no mentirte sobre la tarde.



X

Prometí responderles a los hombres
del porqué de mi boca vacía,
son las dos menos veinte en mis párpados.
Ya no vuela sobre mí
el verano de los sueños ni la alegría de mis hijas.

Me encantaría regalarles una respuesta
pero aún juego a la eternidad sobre los tejados.

La luz se aproxima,
la horizontalidad de los hechos
me demuestra que malgasto los días
sonriendo a los semáforos.

Puede ser que mantenga mis deudas impagas,
lo confieso, así también,
ya no me importa el latido de los pájaros,
sólo esa mano que mantiene de pie mis ojos
en la tormenta que me debo.

Suelo no pagar mis deudas,
es verdad,
y me pesa.



XII

Callo, debo admitirlo.
Mi voz, esa rara mezcla de agonías ajenas a mi voluntad,
corre violentada por las calles.

A esta mañana se acercan los universos a dormir.
Quedo ante la falta de armonía de los humedales demasiado expuesto,
algo nuestro se destaca, comprendo a los seres de cabeza humana.

Comprendo también a los padres del terror en nuestras bocas.
¿Sería demasiado pedirte que te quedaras?
Sería demasiado pedirme, otra vez, que te quedaras.

Creo en el silencio como herramienta de trabajo,
creo en la soledad de tu discurso,
creo en vos como ese alguien parecido al dios de mis egos.

Callo, debo exigírmelo.
Mi voz, es una rara mezcla de palabras tuyas.



XV

(…)
que nos vamos a morir al río
que se nos cae el cielo en la cabeza
que me duele
que sangro y no llego al río (por más que intente)
que en el cielo habitan hombrecitos verdes y me odian
que me quieren y lo ocultan bajo el abrigo
que me matan y no les dejo
que me duele la aspirina en los pulmones
que soy otro y no me di cuenta
que se me hace tarde y no llego al río
que no esperan
que me caigo
que me caigo y me levanto
que me vuelvo a caer
que me levantan y eres tú (y soy yo)
que me dejas con la boca llena (y no de respuestas)
¿qué hora es?
que no llego
que me dejan
que nos vamos a morir al río (y sa1e a cuenta)
que no me esperan
que se fueron todos (todos los poetas)
que se mataron
que se murieron
que me dejaron y me engordó la tristeza
que me mato
que mato y no es el río
sino la pena.




XVIII

Yo quise ser como un día jueves en Antares.

A todos los muertos, a todos los hombres cansados de una vida eterna, a las alas y su prescripción, al terror en las venas, a la furia de los dientes, a los acuarios que abandonamos, a los paraísos que nos dejaron, a las mujeres cansadas de parir, a los hijos cansados de crecer, al viento que no halla velas, a la cercanía que duele, a los potros de bárbaros Atilas, a los caminos que no traen de vuelta, al mar ausente, al río que ya no habla, a ese otro río que abraza, a las lágrimas que clamaron por lluvia, a los ojos que buscan, a la búsqueda que ya me encuentra, a las líneas rectas, a la hierba que me alimenta, a los santos, a los libertinos y sus rojas tratados, a las libertinas y su alegría, a todos los que restan, a todo lo que ellos suman. A todos nosotros, en especial.





XXVI

Para brillar
se hace poco el día,
no se contenta el cielo con mi sonrisa.

En la abadía de los despojados
juntan oraciones en la boca de Cristo,
que hago entonces
con los impares de abril,
como les digo que regresamos a cero.

Ya no brillan
las cruces y mi nombre,
se suspendieron las visitas de domingo.

¿Saben?
es invierno y hasta ahora
no me llueven los cristales.
Será que de tu voz,
los curas, no se sirvieron en la cena,
o es que ya no formo parte del séquito lila de las flores.




XXVIII

Como la eternidad,
esa falta de motivos para morir,
el camino se nos recuesta sobre la frente.

Es que anduve en la búsqueda estéril
de los pasos que perdimos
y cual niños jugando entre la maleza de un jardín,
la razón de los días grises
se presentó ante el parabrisas de un corazón
por demás golpeado.

Pero esta boca mía pide un receso
a los mediodías que me vienen de golpe,
uno tras otro sin descanso
y vos,
en esa calma que te incompleta
tomaste la sal de mis bolsillos.

Como a la eternidad,
ahora comprendo al silencio
y su mano inflexible sobre mis labios.







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