Pedro Antonio Martínez Robles
Nacido en 1959 en Calasparra (Murcia), en el año 2014 su libro «El ámbito de la luz», ganó el II Premio Internacional de Poesía José Zorrilla.
Anteriormente su obra poética ha sido distinguida con el Premio de Poesía `Enrique Rius Zunón´ (1983) por Voces de la Espera, al que sigue La réplica de las sombras, Accésit premio Albacara de Poesía 1985. Las manos transparentes fue Mención Honorífica en el Certamen Internacional de Poesía `Ciudad Miranda de Ebro´ en 1996. Ha sido finalista en los premios de poesía `Vicente Gaos´; `Alegría´, de la Fundación José Hierro; `Rosalía de Castro´, de la Casa de Galicia en Córdoba, y `Ateneo Jovellanos´, de Gijón.
Impulsor de las jornadas literarias `Calasparra Poética´, ha participado con la lectura de sus poemas en diversos recitales y actos poéticos, entre los que cabe mencionarse: `Ardentísima´, Los Jueves de Julio (organizados por la Universidad de Murcia), `Jornadas de Poesía sobre el Segura ´(Museo de Siyâsa, Cieza), `Trasnochando´ (Museo de la Ciudad, Murcia), `Fiesta literaria´ con Amigos de la Lectura, en el Casino de Murcia, los `Lunes literarios´ (Café Zalacaín), etc.
Durante dos años sus artículos han aparecido de manera regular en el periódico de El Noroeste.
La biografía de P. A. Martínez Robles está formada por Voces de la espera. Poesía (1984), Voces penúltimas. Antología de nueve poetas murcianos. Poesía (1986), Las manos transparentes. Poesía (2002), La llaga presentida. Poesía (2004), La Chachagüí. Narrativa. (Libro de semblanzas) (2007), El ámbito de la luz. Poesía (2014).
El ámbito de la luz
II Premio Internacional de Poesía José Zorrilla
Amanece
I
ESTE ensayo de luz, esta algarada
de pájaros poblando el aire, ajenos
al ruido de los hombres,
tan fuera de lugar, tan de este modo,
tan fuera de este espacio y de este tiempo.
A veces hay un súbito silencio,
un callarse de máquinas y voces,
y se hace más patente
la presencia del agua en sus regatos,
el vuelo mudo
de las aves bajo esta luz que empieza
a sacarnos despacio de las sombras.
Mira.
Míralo todo bien, muy lentamente,
pues aún no sé qué formas
guardará mi retina en ese instante
en que deje de ser, junto a estas obras,
luz yo también, materia del olvido,
aquí,
junto al mundo que importa y no se advierte,
en estos campos, estos huertos donde,
si aplicas el oído, si escuchas
con atención, oyes crecer la hierba,
sientes crecer el higo y darse en mieles,
ofrecerse a la mano y a la boca
en un humilde ciclo donde todo
se multiplica y cesa en un instante,
donde es un gesto simple la existencia,
un transcurrir sencillo,
sin ambición ni tacto, sin medidas
de lo mundano, atroz, de lo que sobra:
sólo un dejarse llevar, porque aquí
vivir, morir, son una misma cosa.
II
COMO si del cielo cayeras, luz,
sin más motivo
que darle forma a todo lo creado.
Amanece despacio en estos huertos
del este de la Tierra, esta heredad
donde se agita el centro en este instante
de lo único que importa, pues ignoro
si hay otro lugar donde el sol estalle
tan notoriamente y hace que sea
aquí esta fuerza, sin noche ya, el aire,
toda la esencia que respira el mundo.
Con mansa lucidez proclamo el nombre
de esta albura que se abre ante mis ojos
y digo luz, y movimiento, y vida,
porque parece así que descendiera
la claridad para que yo la toque,
para que habite sólo en mis dominios
y el resto poco importe, aunque el milagro
de la vida también despliegue su obra
en otras partes, fuera
del ámbito mío, allá donde nada,
por distante o ignorado, se ama o duele.
Yo sé que habrá de ser dolor un día
toda esta claridad, este bautismo
de sol en que renazco, ya que nada
habrá de persistir, pues sé de sobra
que cuando yo no sea, no habrá de ser
tampoco, ya sin mí, sustancia alguna
la luz que me abandone.
Voces de la espera. Poesía (1984)
TRÁNSITO
Detrás el ruido.
El incesante alboroto de una aurora desangrada.
Delante el mármol
virtuoso y helado del silencio.
Detrás la carga
de los días sopesando en el espacio
el dolor de las horas.
Delante
la rosa negra, marchita,
de la ausencia sin contornos ni durezas,
blandamente.
En medio el vértigo...
La llaga presentida. Poesía (2004)
HERIDO BARRO
(que dedica a María José, su esposa) es un poema que forma parte de La llaga presentida (donde también hallamos poemas que destina a sus hijos, Isabel María y Eliezer), de el extraemos los siguientes versos:
(…)
Podría decir que somos
arcilla para amar, herido barro,
pecado hermoso y dulce de la carne
buscando permanencias.
Más nada sé del hombre que me habita
y tú eres un misterio
más ancho y más profundo cada día
que finge , sin quererlo, transparencias.
No hace falta memoria para amarte,
me basta tu presencia.
(…)
AUTORRETRATO RECURRENTE
Tal vez sea necesario
que inicie una vez más este poema
para tratar de averiguar quien soy:
...Viene la luz desde la calle y toca
suavemente mi frente.
Respiro. Son las siete.
Abro los ojos: una cebra inunda,
gris y blanca, mi cuarto.
Siento mi pulso. No.
Respiro. No es mi pulso lo que siento;
es el reloj.
Me palpo los bolsillos del pijama;
no encuentro el corazón.
Abro los ojos
un poco más.
Respiro nuevamente. Ahora percibo
con toda claridad
mi pulso en la mesilla.
Con una mano inicio
lentamente los ritos de la vida
y perezoso toco
mi inconmovible corazón de cuarzo.
LA HERENCIA
Inexplicablemente, como todos
los atroces actos que cometemos,
golpee a mi perro sin piedad alguna
por un simple destrozo en las dalias del jardín.
Tal vez mi ciego impulso obedeciera
al hecho irrefutable
de ver tanta belleza mancillada
por un extraño ser que no comprende
los daños que ocasiona y mucho menos
el severo castigo que le inflige
quien finge amarlo y lo acaricia a veces
y vierte cada día a manos llenas
en su plato los dones de la vida.
En un extremo del jardín mis hijos
mirábanme con desolados ojos,
pues no podían, a caso, comprender
tanta violencia. En ese mismo instante
una tarde lejana
afloró con su herida en mi memoria,
pues recordé a mi padre en un acto semejante
y yo igualmente lo miraba
desde un rincón con doloridos ojos.
Caerán los años
y –¡quién sabe!– tal vez el tiempo torne
mucho más vulnerable mi conciencia,
pero habrá de ser ya irremediable
que la dureza instale su ceguera
en los vírgenes ojos de mis hijos
y ellos también, con desabrido gesto,
descarguen su impotencia sobre un perro
y atónitos sus ojos lo contemplen.
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