Ana Martínez Mongay
Zaragoza, 1964.
Desde 1989 reside en Pamplona. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza, ha ejercido como profesora de Lengua castellana y Literatura y como asesora de Formación del Profesorado. En la actualidad es Inspectora de Educación.
Bibliografía:
(2015): De la levedad. Los Libros del Gato Negro. Zaragoza.
(2005 a 2014): Constantes vitales. Revista de poesía del Ateneo Navarro. Nº. 1-2 y 9. Grupo de poesía Ángel Urrutia-Ateneo Navarro. Pamplona.
(2000 a 2007): Luces y Sombras. Revista literaria. Nº. 17-18-19-20-22 y 23. Fundación María del Villar Berruezo. Tafalla.
(2001): Al aire nuevo. Antología de la poesía española actual. Jesús Jiménez Reinaldo (comp.). Ediciones Desierto. (San Luis Potosí, México).
Largo di Torre Argentina
Se despereza
y traza un curva,
casi una elipse,
al esponjar
sus almohadillas
en el verdín
de estas piedras.
Estas mismas piedras
que vieron caer,
un día de marzo,
al ilustre.
Todavía resuenan
de aquel ciego las palabras:
"-¡Cuídate!
¡Cuídate de los felinos!
¡Cuídate de las fieras!"
Muros
Dos mil y pico años de silencio.
O más.
Pesa la Historia.
Dentro, el vacío;
fuera, la carga
de este solar
apenas transitado.
Inerme, insólito,
como sus muros.
Protectora de Animales
No hay perreras, no.
No hay perreras para humanos.
No podemos recoger a nadie
que no haya cometido algún delito
o esté enfermo.
Sólo podemos recoger perros y gatos.
Avisamos y vienen a buscarlos
en un día frío y gris y, con un poco de suerte,
sobrevivirán.
Pero no hay perreras para humanos.
Algunos viven en los contenedores del miedo
y otros, los más inconformistas,
en los cubos de la basura.
Pero no hay perreras, no,
no para humanos.
A vista de pájaro
Vamos
avanzando
hacia el
Sur
desde el
frío Norte;
hacia el Sur
con nuestro
largo cuello
por delante.
Ahí, ahí
abajo
os dejamos
pequeñitos,
diminutos,
con vuestros
problemas,
con vuestro
oscuro,
frío Norte;
con vuestro
cuello corto,
dilatando,
retrasando,
la partida.
De la levedad. Los Libros del Gato Negro. Zaragoza, 2015.
AQUÍ MURIÓ
El poeta, como se dice,
era un sufridor.
Escribió sus últimos poemas
a la sombra de esta encina.
Y luego se cansó y se fue.
Dejó aquí unos versos
que nadie leyó jamás.
pero tenían algo:
un no sé qué en la memoria.
Apenas fuera una palabra,
una metáfora, una rima…
En esta casa, de palabras vacías,
vivió un poeta,
sin placa ni busto que lo recuerde.
MILES
Rompes
las notas de
tu música negra de jazz,
grave,
triste.
Voz de trompeta
que parece tu propia voz
de luto
fundida
espalda contra espalda
en íntimo acorde.
Tus labios dejaron
hace tiempo de sonar
la música breve,
callada, de jazz.
QUIEN COMO TÚ
Quién fuera como
tú, Helena,
y poder llamarse así.
Quién como tú
pudiera tener a dos ejércitos
una década enfrentados,
solo por ser
bella.
Quién pudiera,
igual que tú,
huir con su amante
abandonando a Menelao,
tan seguro de sí,
entre tantos héroes
elegido.
No, no, tendrá mérito
tu belleza,
pero quién como tú
pudiera
Pasar a la Historia
Por haber hecho
Lo que hiciste,
y salir indemne.
“Billy the Kid el mentado”
“Billy the Kid el mentado”
El bandido adolescente, Ramón J. Sender.
Billy cabalga hacia Nuevo México
dibujando estelas de risitas
con las huellas de su caballo.
Garrett lo sigue de cerca
mientras recita un mal poema,
dedicado a sus hijos.
En un mapa del lejano Oeste
parecen dos puntitos
persiguiéndose,
sin alcanzarse
nunca.
Ya en Santa Fe, Billy,
apresado
como un pajarillo
en una trampa,
huye
para refugiarse en Fort Sumner
con los desperados.
Allí,
su destino,
bala mortal a los 21 años,
y un gorjeo infantil
antes de emprender
su último viaje.
Dicen
que su calavera
también viajó,
que hubo tantas como lugares
por los que el pequeño
héroe mítico anduvo.
Dejó
una carta de amor
breve
y una mala
fotografía.
The runner
Corriendo va tu aliento mojado por la lluvia.
Corriendo.
Agitado al respirar la indiferencia
de los pasmados que huelen la humedad
mientras transitan.
Atraviesas cual flecha la hojarasca,
tus músculos en tensión,
huyendo de otro famélico día.
Pueblan los latidos de tu corazón
las vías y el cauce sanguíneo de tu río
que se desborda al ritmo del bum, bum.
Y tus pies no son ya tus pies,
ni tus hombros son tus hombros:
son alas que crecieron
tras tanto esperarlas.
Aquí vivió
El poeta, como se dice,
era un sufridor.
Escribió sus últimos poemas
a la sombra de esta encina.
Y luego se cansó y se fue.
Dejó aquí unos versos
que nadie leyó jamás.
Pero tenían algo:
un no sé qué en la memoria.
Apenas fuera una palabra,
una metáfora, una rima…
En esta casa, de paredes vacías,
vivió un poeta,
sin placa ni busto que lo recuerde.
La Luna
Estaba a medio hacer
inacabada
colgada ahí arriba
como en escenario
de colegio
pintada en amarillo
no se veía
su otra cara.
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