FABIÁN VIQUE
Nació en Buenos Aires, Argentina, el 24 de junio de 1966.
Publicó una colección de libros de pequeño formato titulada"Minicuentos" (Morón, Provincia de Buenos Aires, 1997), y otro libro de minificciones "Con las palabras contadas" (Madrid 2003).
Textos suyos aparecen en muchas antologías como Concurso "Haroldo Conti" para jóvenes narradores, Otras Puertas, Bs. As., 1994; Flora de Selva Negra, Edit. Dunken, Bs. As., 1998, (minificciones, cuentos y poemas); De mil amores (minificciones), Thule, Barcelona, 2005, Microquijotes, Thule, Barcelona, 2005; y en revistas como Puro Cuento, Buenos Aires, 1992, y Quimera, Barcelona, 2003, entre otras.
Obtuvo distinciones como el Primer premio en el 14º Concurso de Cuentos Breves de la revista Puro Cuento (Argentina, 1992), el Primer premio en la categoría Literatura, en la Tercera Bienal de Arte Joven de la Ciudad de Bs. As. (1993); Mención de Honor del Fondo Nacional de las Artes (Argentina, 1995); Finalista del Premio Proyección de la Fundación Círculo Cultural y la Fundación Banco Patricios (Argentina, 1996); Primer premio en cuento en el XII Concurso de cuentos de la Universidad Autónoma de Madrid (España, 2003).
Es profesor de lengua española y literatura, trabajó como profesor durante más de diez años en escuelas secundarias de la Provincia de Buenos Aires. Residió en Madrid en los años 2001 y 2003. Vivió en Kragujevac, Serbia, donde trabajó como lector de español, y fue profesor colaborador en el Instituto Cervantes de Belgrado. Además está realizando un curso de doctorado en la Universidad Autónoma de Madrid, para el cual escribe una tesis sobre la minificción en Argentina.
Publicó "Los suicidas se divierten, antología" (microficciones), Posdata ediciones, Monterrey, 2012; "Variaciones sobre el sueño de Chuang Tzu", Macedonia Ediciones, Buenos, 2009; "La vida misma y otras microficciones", Instituto Cervantes, Belgrado, 2007, Macedonia Ediciones, 2010; "La tierra de los desorientados" (cuento), Macedonia Ediciones, Buenos Aires, 2008.
Poemas de Fabián Vique
1
buitres en el piso
con entusiasmo invasor
en busca de la onomatopeya perfecta
la que recomienda la academia
la que enviaste por el correo sentimental
la que olvidé
aquella esquela que alguna vez
como de paso
dejó un olor a verdad
2
canción efímera pero
en su casualidad
en armonía
con la voz de los soles
con el húmedo encadenarse
de las geométricas nubes
de los doscientos cielos
cuya lectura es posible
desde el aire
3
mirando alrededor
del interior de la vasija
veo el cuenco de una mano
y la madera
de cuyo barro surgió el cielo
4
se cierran los ojos y se ve
el álbum completo del surrealismo
en un critón de segundo
5
todas las palabras de la biblioteca
cayeron al unísono
se oyó
un estrépito ensordecedor
y en un devaluado big
bang
se conformó un universo
pequeño y complejo
cuya naturaleza
será imposible develar
con estas herramientas
que son fruto
de aquella catástrofe
6
no hay razón
para escribir en una piedra
que castiga la marea
no hay marea
para escribir en una razón
que castiga la piedra
no hay piedra
para escribir en una marea
que castiga la razón
7
nada interrumpe mi sueño
salvo mi sueño
cuando golpea las ventanas
8
ahora que nos detenemos
ahora que nos miramos a los ojos
ahora que nos alcanzamos
¿qué nos une?
¿acaso una confianza que
al tanto de su carácter
se desvanece?
¿acaso una tristeza que
hermanada de sí misma
se sube a los puentes?
¿acaso una ilusión que
de tanto lastimarse
renace con heridas?
Relojes
Hay un reloj en la pared.
La televisión encendida, sin volumen.
Ella se está duchando.
Es tarde, está cansada.
Y está harta de todo.
Del trabajo,
de la familia,
de mí.
Me ofrecerá café, fumará un cigarrillo.
Hablaremos de alguna trivialidad.
Iremos a dormir.
Hay un reloj en la mesita de luz.
Va a sonar a las ocho.
Memoria de la eternidad
Ella enviaba un mensaje:
“En diez minutos estoy en tu casa”.
Yo le ofrecía café o vino.
Nos acariciábamos,
mirábamos alguna película,
hacíamos algún comentario,
hacíamos el amor,
dormíamos.
Por la mañana nos íbamos
a nuestros respectivos trabajos inestables.
Y así
pasaban los meses suaves,
dulces,
como si estuviésemos en la eternidad.
Acaso estábamos.
Pero cayó un pájaro en China
o una comadreja en Kuala Lumpur.
Vocación
Y ahora que me dedico a escribir poemas
por las mañanas,
cuando creo que tengo lucidez,
me entero de que me falta un perro
o una planta,
por quienes preocuparme a estas horas
en vez de hacerme el lírico en una libretita sin personalidad.
Una planta a la que mire crecer minuciosamente,
a la que pueda contarle mis cosas,
una hoja que esté viva.
Imagine
En Florida y Mitre
un tipo con un sicu,
otro con una quena
y un tercero con una guitarra
interpretan Imagine, de John Lennon.
Tienen el pelo largo, ondulado,
lavado con champú Sedal Crema
enjuagado con crema de enjuague para cabellos castaños.
Divide la escena un atril,
un CD que reza Inti Ruku.
Del otro lado pasan sin mirarlos oficinistas,
turistas, buscas, revendedores,
chorros y policías.
Evocan imágenes prestadas,
en blanco y negro,
con meriendas de entrecasa.
Más tarde, en sus casas, aguantaderos,
hoteles, comisarías, canturrean,
sin saber de dónde viene:
Imagine all the people,
living for today.
Buenos Aires es un flash
En la explanada de la Biblioteca Nacional,
Las Heras y Agüero, Barrio Norte, a ver si nos entendemos,
se está inaugurando una exposición de fotos
de un tal Luis Abadi.
En las fotos se ve lo típico:
gente pobre de Buenos Aires,
no hay que caminar mucho para encontrarlos,
el tópico del viejo con pocos dientes
que le ríe al reflex.
Está el fotógrafo y muchos comedidos
vestidos elegantemente,
se amontonan delante de las fotos,
hablan de las circunstancias de las tomas,
de la propicia luz de esa tarde,
de tu prima la Jacinta,
hasta que vienen las empanadas y el vino,
todos van para las mesas,
arriman las sillas,
quedan de espaldas a las fotos amuradas en la pared,
de espaldas a la risa de los pobres,
y morfan como animales.
En el cartel hay frases de agradecimiento,
entre otras a Sebastián Rodas
a quién se le ocurrió la ingeniosa frase
Buenos Aires es un flash.
Ninguno de los protagonistas de las fotos está acá,
será caro pagarles un taxi o darles para el bondi,
para que vengan a ver lo graciosos que están
y de paso probar las empanadas.
No habrá por qué
digo yo,
así como Raota no invita a los caballos que fotografía a las inauguraciones
así tampoco el gran Luis Abadi
tiene por qué invitar a sus negros,
hay empanadas de carne y también de verdura para los vegetarianos,
el vino no es muy bueno.
Por suerte algunos estudiantes salen de la biblioteca
se topan con el meeting gastronómico,
se arriman,
le hincan el diente a las empanadas,
se cuelan vasos de tinto,
le ponen un poco de onda a la inauguración
antes de que empiece a diluirse.
Las panzas llenas, los eructos reprimidos,
los vasos a medio terminar
abandonados a su suerte al rayo del sol.
Me tomo el bondi
Me tomo el bondi para venir acá,
para volver a vos, para venir a mí,
me tomo el bondi por no tomar la balsa,
por no ir a Gardel con París,
me tomo el bondi porque es barato y se conoce gente,
para no ser responsable
para ser yo el que se va
(sabés que no soy así que lo mío es pura pose),
me tomo el bondi para conocerte,
para creer en Dios que te inventó,
me tomo el bondi para descubrirte,
para ser Rodrigo de Triana y gritar como un loco,
me tomo el bondi porque si fue la manera de encontrarte
tiene que ser la llave de no perderte,
me tomo el bondi para ver tu mano en el balcón,
para tenerte,
me tomo el bondi porque la vida está en cualquier parte,
me tomo el bondi para leerte en el bondi,
para tocar tus palabras,
para cantar callado sin desafinar,
pare decirte sin querer las palabras precisas entre figuras del discurso,
para besarte los recuerdos y ser el café de tu mesa,
mientras llega el bondi de la vuelta.
Tríada poesía, diciembre de 2006
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