jueves, 22 de diciembre de 2016

ALESSANDRO CENI [19.771]


ALESSANDRO CENI

Alessandro Ceni (Florencia, 1957). Poeta, traductor de clásicos angloamericanos, ensayista, poeta y pintor. Entre sus libros de poesía se encuentran: «Los ríos de agua viva» (I fiumi di acqua viva, Milán, 1980), «El viaje inaudito» (Il viaggio inaudito, Riva del Garda,1981), «Los ríos» (I fiumi, Milán,1985), «La naturaleza de las cosas» (La natura delle cose, Milán,1991), «Lo lleno y lo vacío» ( Il pieno e il vuoto. Antología de la poesía desde 1976 al 1995, Milán, 1996). Entre el 1993 y 1999 fueron publicados en folletos unos treinta y tres poemas denominados «Pasajes». El primero «En el reino» (Nel regno, pasajes I-XIV, NCE-clanDestino,1993), el segundo «La primera realidad» (La prima realtà, pasajes XV-XXIV,1995), el último  «Huesos segados y pintados», (Ossa incise e dipinte, 1999). El libro «Ladrillos para el altar de fuego» (Mattoni per l’altare del fuoco, 2002), reúne en un volumen las treinta y tres poesías antes mencionadas. En septiembre del 2005 la revista de arte, ciencia y literatura Paletot le dedica un número a su obra con el título: «Yo veo y no me veo. Imagen y escritura en Alessandro Ceni». Sus últimos libros de poesía son Nella valle dello Scesta, (Milano, Il ragazzo innocuo, 2009) y la antología poética Parlare chiuso. Tutte le poesie, (Puntoacapo, 2012). 


Alessandro Ceni la poesía es estar al frente…

Alessandro Ceni es poeta, traductor y artista plástico. Participó en la XI Semana Internacional de la Poesía organizada por el poeta Santos López en Caracas en el año 2004. Las imágenes que repercuten en la poesía de Alessandro Ceni son aquellas que en el hombre solitario se mueven en un espacio conocido. Insiste que «La poesía es la poesía» que hay palabras que se mueven en armonía junto a los colores de sus textos. Enfrenta el paso inaudito del Ser e inventa lo impredecible que se mueven en varios idiomas y en matices diversas. Construye sus esculturas, pinta sus cuadros con los elementos de la infancia o del ambiente que lo rodea para poder sobrevivir junto a un cumulo de recuerdos. Me dijo que de niño vió por un istante al poeta Giuseppe Ungaretti de frente a la casa de Piero Bigongiari. En una entrevista en la revista de arte, ciencia y literatura Paletot (año II-numero VI) confirmó que: «La poesía recorre con su lenguaje cada esencia: la suma de la esencia produce la ética propia, que, a su vez, está al frente de todo (desnuda e indiscutible). La palabra poética es esto: estar al frente…»


http://circulodepoesia.com/2016/12/poesia-italiana-alessandro-ceni/


Perímetro

La fe del niño arrodillado en la plegaria de la noche
dibuja contra el áspero hoyo del papel un lápiz
que dibuja chimeneas que ahogan el papel
en  perenne dominio de un perro amarillo que se sale del margen
del cubil de la hoja de papel y ladra a una perfil que se asoma y
dice es tarde, es de noche, y los buenos ahora reposan.
En la oscuridad de la habitación niña, entra a una estrella
y el sentido del pasado y las calaveras y las tibias y
uno que ya presagia la ruina de sus lomos perfectos
mientras el latido es pausado, la cabeza ahueca la membrana
y se inyecta una dosis de sueño, y la madre le rocía una lágrima.
Pero el niño menciona todo lo que se mueve,
el viento en el huerto, la proa en el flagelo,
el azul cristalino en el ojo del ahogado y
todo lo que es bello por sus forma anómala,
y ellos frotan el carboncillo del sexo
para concebir la olla que hierve.



VII

Sea nuestra muerte
a su ojo tenso de gorrión
grande de ramas y marañas,
que nunca desvíe el paso una vez que lo ha hecho.
«Hijo, en esta tierra
ya hemos estado; y sé
que hace un tiempo el silencio
era el permanecer en el sonido
y que hoy es sustraerse de eso;
pero sonido y silencio no son más que
dos hermanos ancianos y padres
el lugar que hoy está en todas partes.
Por lo tanto, nosotros hemos ido porque tú llegarías».
«Oh padre, oh madre perfectísimos,
fueron porque llegaba el sumo,
el gran monigote de carne,
mudo a la primavera, mudo al color de los peces
y mudo a la grupa del mar
a lo cual no sabe decir: Nosotros, Elemento».
«Hijo, canta, hijo, danza, hijo, quédate,
que sobre nuestra muerte hay un prado
para el ojo tenso del gorrión
por tu compás en el juego».



XXV
  
De todos los elementos no quedó más que el viento.
Aquí estás envuelto en una vela,
las grandes alas plegadas.
Y de todos los elementos no ha quedado más que el viento,
te digo, capaz de penetrar en el cielo y
en el cuerpo oscuro de la bestia
convirtiendo el heno en leche,
el agua en polvo,
la sangre en esperma,
todavía tiene en el rombo oscuro de su regazo
inalterable y fijo, el ignoto gemido del año sucesivo,
el halado, cuyos ojos observan
la profunda hilera de niños
que sorben cangrejos y ajobillas sobre la marina
para alcanzar el ojo de sus almas implumes y traspasarlas,
y avanzar hasta más allá de los lugares que habías dicho que conocías,
las compartimientos, donde, un día, incluso tu hijo,
después del sudor de la lucha para dominar a los espíritus de la naturaleza,
vencer la usura del aire
tener la mejor fémina misteriosa
te has sentado, has sostenido con la mirada
los ojos del pájaro y has olvidado.

(Del libro «Ladrillos para el altar de fuego», 2002)



Entre el viento y el agua

De este punto al otro se inician los gritos,
que nadie sabe cómo pueden ser posibles.
De este punto preciso al otro se inician los gritos
que se emiten como sondas en el espacio
o mísiles predispuestos al no-retorno o inquietas máquinas
que son, percutidas por violentas descargas de energía
estática.
Estos gritos que nadie sabe no provienen, no alcanzan,
simplemente se inician en el punto preciso en el cual
se inician.
Cierto es que allá se encuentran frascos urticantes,  los arpones
de la robinia y del pruno agudo, las astas afiladas de naranjas
amargas
y limones agrios, y cada planta portadora de espina y de
todo aquello que puya, el tupido y puntiagudo escudo de las
golondrinas,
las intrincadas puntadas de mínimos animales que van
en agudas rondas o se enredan en el nubarrón de una zarza,
y el aguijón es el sumo bien.
Cierto es que es cierto que sobre el límite
el huracán de la palabra profunda y, única, se enciende, 
arremolinada por el aguijón de la polea de cuero,
la piedra focal de la desarticulación: desde aquí
todo es infeliz e indigesto,
los hombres se convierten en siervos, las mujeres en prostitutas, los niños
vomitaran densos líquidos negros y cagan negro.
De aquí hasta allá se escucha el río que no canta, el
pez que no nada, que nadie vendrá a buscarnos.
No se extiende la gracia de ningún Señor.



Autocombustión

Nunca en su presencia.
Sino en la distancia, abrázalos,
cuando eres invisible y lejano todos,
afectos y amigos.
Pero nunca en su presencia.
Deja que el río suelte en ti el lastre de la esperanza
se torne a controlar los escalamos
y descienda las numerosas ansias de su andar, que multiplique,
codazos, molinos piedras extendidas y hierbas insanas: cosas, todas
fácilmente imaginables: el río transporta
banales cosas: el desaparecido dado por desaparecido, el
fragmento del hijo fracturado, el préstamo del amante
y la ignominia de la sonda, la inquebrantable pornografía
de la salvación enarbolada y el grabador
con el fantasma incorporado que resuena
cadenas para la nieve fuera de la escena o gota a gota
como colirio o suero se expresa: rumores e insistencia.
Apriétalos con el nudo de tu infeliz pensamiento,
al amarre de la soga de tu mente y,
suelta el solitario cabestrante, ahórcalos,
secuencia por secuencia, en el inútil cajón de tu angosto corazón,
hasta que como vibrantes flamas dentro de una caverna
o agitadas búsquedas sobre las rugosidades del mar o
gritos a contraviento traz el viento en el trigo
permanezcan advertidos ingenuamente y más sabios
así que privados de tu escondido amor.



De orillas opuestas
                                  
En la oscuridad las palabras
no son palabras sino hombres
que con afeitadoras ansían telas enceradas de
sonoros  pabellones sobre la arena. 
A la luz
está uno afuera con una lata
que baja al mar
químico y geométrico y todo lo raya.
Un idiota, de pie, en el sueño, cerca
de la línea del agua
engulle peces negros en el cobertizo
retarda midiendo con los dedos de los pies
los barcos en los últimos puertos humanos.
Ella te ha hablado con voz de hombre
de un cierto delito
de una desaparición no plena
de una viudez infinita en el círculo de la vida
de cómo adentro se ha hecho un lugar
él solo
un agujero violento que solamente para ti es bueno.
Repleto el envase de agua
y puestas las coronas,
las figuritas se besan;
lo que debería explicarte es porqué
el hombre―lobo persigue una sirena o
resplandece un pan blanco sobre la mesa,
pero desde hace un tiempo
no tienes ni un momento
y los personajes en la oscuridad de la cortina
no tienen otro sonido
que de orillas opuestas.
El sol nocturno aturdido por el vuelo
fijos los ojos de Dios sobre el idiota
que gime silba pita
llama invoca sopla se aprieta
y con la mano asegurada al viento
en el mar azota los turbados metros de los malecones.

(Del libro «Entre el viento y el agua», 2001)






Alessandro Ceni è nato nel 1957 a Firenze, dove vive. 


OPERE: POESIA

I fiumi d’acqua viva, in Poesia Uno, Milano, Guanda 1980
Il viaggio inaudito, Riva del Garda, Tosadori 1981
I fiumi. 1983-1976, Milano, Marcos y Marcos 1985 (2a ed. 1990)
La natura delle cose, Milano, Jaca Book 1991
Nel regno (quattordici passaggi), Forlì, Nuova Compagnia Editrice 1993
La realtà prima, Porretta Terme, I Quaderni del Battello Ebbro 1995
Il pieno e il vuoto. Antologia delle poesie 1976-1995, a cura di Roberto Carifi, Milano, Marcos y Marcos 1996
Ossa incise e dipinte (passaggi XXV-XXXIII), 9 poesie e 14 tele, Porto Sant’Elpidio, L’Albatro 1999
Tra il vento e l’acqua, autoantologia e riflessioni, Firenze, Edizioni della Meridiana 2001
Mattoni per l’altare del fuoco, Milano, Jaca Book 2002 (riunisce le precedenti plaquette: Nel regno, La realtà prima e Ossa incise e dipinte)
La ricostruzione della casa (poesie scelte 1976-2006), a cura di Daniele Piccini, Milano, Effigie 2012
Parlare chiuso, Tuttelepoesie, a cura di Roberta Bertozzi, Stefano Guglielmin, Massimo Morasso, Daniele Piccini, Salvatore Ritrovato, puntoacapo editrice, Novi Ligure 2012

OPERE: SAGGISTICA

La sopra-realtà di Tommaso Landolfi, Firenze, Cesati 1985



Cacciatori sulla neve

Io vorrei saper dire amore
amore amore amore
come fanno i dementi
ed essere infelice infelice
per il troppo bene,
un solvente, che spezza la catena delle vite
per darci la definitiva morte,
simile a Dio in questo, o
al cuore;
o voi del mondo invisibile
spiriti verdi e soli,
carbonchi,
che assaggiate i fiocchi di neve
al volo e osservate come il ghiaccio
pattina i bambini i loro guanti,
col peso d’un passero, le
sue ipsilon sul bianco, come
li fonda sulla petrosa neve
dopo l’uscita dal bosco pieno di culle,
come noi pensando fuoco fuoco,
ansanti perché la neve,
eppure nudi e senza freddo
con dita luminose e
sulle labbra non il vapore,
lo spazio e il tempo: non date voce,
come il giocatore in panchina
lo sguardo agli altri
teso a capire, come un signore
morto agli antipodi, dietro,
che fa così con le braccia,
a rallentatore cammina o in un morso d’affetto,
o voi che non siete più
per essere nel mondo strano indispensabili
cespugli di more
lepri soprannaturali
per invitarmi alla caccia,
catturarmi e, ora, appeso
riconoscervi amici,
miei simili, per un gesto antico:
giunti al riparo toccarono
i calici in un brindisi;
spesso è il profilo dei monti
spesso il particolare d’una foglia
che v’inquieta e parlottate,
non dicesi non est…
allora camminate
eschimesi
fiocinatori spaziali senza amata:
«era del dolore che nelle carte geografiche
è del mare che profila la costa,
di quello convenuto per i deserti,
e quello attribuito alle depressioni
dove a crosta per le rughe dei fiumi è più fertile,
erano torrenti su di lei e piste e v’incombeva un cielo»:
sulla discesa i cani sono rossi
ed anche voi scomparsi.

da I fiumi (1990)



Da opposte rive

Nel buio le parole
non sono parole ma uomini
che con rasoi tentino tele cerate di
sonori padiglioni sulla sabbia.
Alla luce
è fuori uno con una latta
che scende al mare
chimico e geometrico e tutto lo riga.
Un idiota, fermo, in sogno, presso
la linea dell’acqua
che inghiotte neri pesci nella rimessa
ritarda misurandole coi diti dei piedi
le barche negli ultimi porti umani.
Lei ti ha parlato con voce di uomo
di un certo delitto
d’una scomparsa mai colma
della vedovanza infinita del tondo della vita
di come dentro s’è fatto un luogo
da solo
un buco violento che solo per te è buono.
Piana acqua nel secchio
e indossate corone
le figurine si baciano
cosa che dovrebbe spiegarti perché
l’uomo-lupo insegua una Sirena o
splenda un pane
bianco sul comodino,
ma da qualche tempo
non ti lascia neppure un momento
e dei personaggi nel buio della tenda
non hai che suono
come da opposte rive.
Il sole notturna istupidito dal volo
fissi gli occhi di Dio sull’idiota
che geme fischia sibila
chiama invoca soffia si preme
e con la mano assicurata al vento
nel mare rovescia gli sgomenti metri delle chiuse.

da La natura delle cose (1991)



Il canto delle balene

Noi eravamo fermi, vi dico, il mare ci portava
come immobili sogni dentro un’immobile mente.

La testa di dio è bendata
è deposta sul fondo,
leggere le bende si muovono
quelle che imprigionano il suo sguardo.
Dio è disceso sul fondo
con il piombo del mare addosso,
su di lui gravano i fondi delle barche.
Riempie e svuota le reti
inghiottendole e risputandole,
non ha sensi né pesci
dio è disteso sotto le acque e non respira.

Luna luna, immobile luna nella mente
parole fisse al molo che incutono al vento
ed embricano alle onde com’è possibile possibile
possibile che tu ti esprima esprima esprima con
parole comprensibili da noi da noi da noi
che ti abbiamo tolto e ritolto dalla vita
dalla vita con le sue parole?
Le parole ricordano, le parole sono vostre
di coloro che guardano da terra
e ricordano la separazione dei vitelli dalle madri
e il ritorno sui pascoli già sfruttati nella primavera
e quello definitivo alla macchia per svernare e
sanno la separazione nostra come di chi
è richiamato alla realtà da una sua astrazione.
Noi andiamo con moto rovinoso
chiamandoci nel mezzo della scena
col nostro oscuro straziato suonare.

Questo dio mai si ridesterà
dal tumulo della buca franosa
nell’osso profondo
del mare ignoto e benigno
disfatta la cartilagine del naso
in mucillagini e bave
dissolti idra e cuore
caduto il vento
e salito al cielo il tempo.

da La natura delle cose (1991)



XXVI

«Presto sarà l’inverno
e il male che ci donammo
da lungo tempo non colto
maturerà appieno nell’ospizio del gelo.
Forse la funebre uccella siberiana,
colei nel cui utero già si dibatte e ride
l’orrendo e sacro implume,
dalla vetta di una mistica cipressa
chiamando a raccolta i suoi
contro il marmo del cielo
lascerà cadere dal becco anche te
e in questa mezza luce,
in questa sospensione o suono
come di revocata incursione aerea
darà inizio alla neve».
Quando così ti parlo e gli altri
in un denso fumo si rialzano
si guardano attorno e lasciano la sala,
sull’orlo dei tuoi occhi compare
un glutine di torpida inconsistenza spirituale;
perdi conoscenza.
Presto sarà l’inverno e
tu ancora non capisci che la caduta è eterna.

da Mattoni per l’altare del fuoco (2002)



XXXIII

Io sto qui e da qui
vedo collassare le stelle, implodere i volatili,
cabrare verso il loro dio le nubi
per poi precipitare in lacrime e piogge;
vedo cadere tutto e tutto
ininterrottamente
la foglia, l’ala, il vento
che incitano il bambino giù dal tetto
e la polvere dalla tasca buona del cadavere,
persino volare in aria per un momento
l’erba tosata, la cenere dal vertice del falò
ma senza che mai nulla
giunga mai veramente al suolo,
così che la lacrima resta nel suo occhio, la pioggia nella sua nube.
Io, dalle volute di fumo umide e
dalle pire collinari e dai roghi contadini, credo
siano venuti degli uomini, credo,
ad ardere i campi e con essi la mia vita;
sia lode a loro perché da qui l’illusione è perfetta:
i figli cessano di crescere i genitori non muoiono
in ogni frutto traspare la sua gemma:
rivedo mio padre quando aprì la botola
e discese nel buio e nulla seppe mai più di me,
riodo i fischioni di richiamo lanciati verso qualcuno che non torna,
ed ecco spiegata la ragione del pesce elettrico
negli abissi del mare o perché gli uccelli credono
col loro canto di far sorgere il sole.
Quindi sia lode agli uomini che non dichiarano il proprio amore
e non perdonano e sono spietati
e strappano gli occhi dei fanciulli; sia lode
a quelli che come l’agrostide combustano l’intera loro esistenza
e lo stecco d’erba duro e secco della propria intelligenza
fino alla follia, covone dopo covone, con metodo,
contraendosi ed espandendosi nel fiato di fiamme della vita
per abituarti a guardare ogni cosa
come da dietro una vampa.

da Mattoni per l’altare del fuoco (2002)


                        
Tra il vento e l'acqua

Da questo punto in là iniziano i gridi,
che nessuno sa come sia possibile.
Da questo punto preciso in là iniziano i gridi
che si emettono come sonde nello spazio
o missili predisposti al non-ritorno o inquiete macchine
che stanno, percosse da violente scariche di energia statica.
Questi gridi che nessuno sa non provengono, non giungono,
semplicemente iniziano nel punto preciso in cui iniziano.
Certo è che in là ci sono frasche urticanti, i raffi
della robinia e il pruno acuto, le aste zannute di aranci amari
e limoni acerbi, e ogni pianta portatrice di spino e
tutto ciò che punge, il fitto e aguzzo schermo delle rondini,
gli intrichi puntuti di minimi animali che vanno
in acuminate ronde o s’impigliano ai nembi di un rovo,
e l’aculeo è il sommo bene.
Certo è che è certo che sul limine
l’uragano delle parole fonde e, unica, si accende,
mulinata dal pungiglione nella puleggia di cuoio, la
pietra focaia dell’inarticolazione: di qua
tutto è infelice e indigesto,
gli uomini vanno servi, le donne prostitute, i bambini
vomitano densi liquidi verdi e cacano nero.
Di qua in là ci senti l’uccello che non canta, il
pesce che non nuota, che non verrà a riprenderci nessuno.
Non vi si distende la grazia di nessun Signore. 

da Combattimento ininterrotto (in Parlare chiuso, Tuttelepoesie, 2012)




Ricovero per indigenti

Dio chiamò a sé
e lo fece
ardendoli vivi
in un edificio scolastico
nel modo più vile, nel sonno,
in un orfanotrofio
o fabbricato dismesso o villaggio operaio o
ronda di casiglianti lungo i perimetrali degli averni condominiali,
nelle dimore di pena
annegandoli
tenendo loro sotto la testa
nel lavandino del mare comune
se
salpano festanti
su navigli di silicio,
le negri pelli di ebreo tese al sole ad asciugare
esplodendoli
su mine inesplose
schiacciandoli
in un pullman in gita
sbatacchiandoli
contro l’insonorizzato sgabello in cui incespichi e cadi,
com’è della noce sul sasso o della drizza sul capo del figlio di Ettore
appoggiandoli
alla benda della fucilazione
al muro delle fibule, alla foglia d’alloro
al gabbio dei ricordi, alla paranza di spume
concupendoli
nel tempio
evirandoli
nell’attesa
abitandoli
nella colpa
ignorandoli
nell’invocazione
e
lodandoli
mandarli a farsi la doccia
dopo il ring o la camera ardente o da sala da ballo.
Quando
rintascato il fischietto
dio
siede lì
flesso
sul bordo sbreccato
di qualsiasi cosa,
la tesa del cappello arrovesciata
ad una brezza greve da colonia estiva,
le gambe
oltre la murata scabrosa di una tazza che porgi
l’angelo cesserà di frapporsi
tra te e la fine:
sei
la madre che si getta dalla finestra del bagno
stringendosi il piccolo al petto.

da Combattimento ininterrotto (in Parlare chiuso, Tuttelepoesie, 2012)




Nella ricorrenza del passaggio di una stella cometa

Ecco il buio spezzacuori
e i trampolieri dei suoi sentimenti
dove un no ancora pende
con una gamba levata
sopra l'amante in silenzio
che ode rompersi
i biscotti ed assentarsi l'istante:
sbriciolato sulla superficie
El così camminava le acque.

Da qualche parte in noi
ho sentito ridere,
gli alberi ambulare sulle punte
con le cime apparecchiate d'uccelli
spalancati nel buio,
dai bisbigli
la notte notte
e frusci e susurri e sospiri,
gli scheletri orribilmente incrinare
per le fattezze di un tempo e
sperare sotto il padre mare:
nell'ora dei sogni veritieri
El premendo e penetrando
s'avvolgeva la testa.

Ecco la bocca piena del loro amore splendente
spunta sulla boscaglia tremolante del mondo,
finito il moto
per un secondo ancora
sbatte e colpisce la luna,
i satelliti s'inceppano
in una vecchia promessa
e insieme voltano ammainati i venti:
il tuo abbraccio la spezza
il tuo cuore è inadatto
la tua lingua incomprensibile,
El per non farla diventare
la sorprendeva.

Da qualche parte in noi
libero è uno spazio da alberi,
dove le cicogne precipitano stecchite
picchiando le carlinghe dei razzi
per far loro perder la testa,
le rotte piangendo s'invertono
passano il deposito
gli hangar in cui rulla e s'appronta Saturno
e non possono prender la Terra,
anzi, senz'erba neppure: sfiorate
le leve segrete
le albe uscivano
ronzando come dischi,
come da una ferita mal riparata
il sonno degli esseri esce in vapore,
ma era la Terra
che le partoriva
ed El col buco nero le divorava,
il finto pescatore assopito e andato di sotto
spezzando la lastra del mare.

Ecco se il gran Sole e se l'Immenso
non fossero
ma fosse soltanto
lo scampanìo delle mani
quando ci si saluta
e il missile puntato, la navicella degli atomi,
i motori che più non ci abbandonano
e vertici linee che incessanti proclamano
d'ossidiana e lapilli la fattura del cielo,
l'altro mare a specchio
d'anemoni e formine, e in
questo nostro scrutiamo
di quello la pomice lunata,
la semplice fosforescenza degli astronauti:
il lento verde e
fluitare dei canali,
limo che mai vide e capì
minacciato dai tonfi
e di tuffi dalle massicciate,
o suono delle parole che non si dissero,
i non visti abitatori
in ascolto del vento che mai spira,
picchettati per i capelli
come Lilliput
dalle alghe e dai molluschi,
desti ai bengala dell'Asino e del Bue
e al mugghio del Bambino contro le stanghe:
da qualche parte in noi,
i marziani immobili osservano
sostare il nuoto innamorato degli sgombri
e un lugubre sole accomiatarsi,
cerimonioso, temperando un legnetto,
coi volti pensosi trascolorano
ai nomi delle fidanzate terrestri,
lontane lontane e
rifiorite per loro nei loro cuori verdi:
El soffiò in un'onda di vetro
una sfera
perché anche quel poco soltanto non fosse.



Bianco

I morti si rivoltano alla morte,
babbo Inverno, nessuno rifiata
la tua controparola d'ordine, ma
l'alfabeto si consolida in grandine in
solida luce,
resta    resta    resta
solo tra i pattinatori sull'acqua che
molti soli cadono come monete, e
la velocità è un passo falso
in questo stato dell'anno:

il crac dal bosco e il
cane abbaia una sfera di stupore ai
falconi di rientro negli occhi, gli
insetti dormono in gocce d'ambra e
tutti i ripari sono anime, le
erbe gelate nello stomaco del bue
e il salmo della neve
dove amanti si stendono, non
sai più se per spirito o sorriso, hai
messo sonagli alla valanga
e lo stagno brina:

inciso in un dente d'aria,
graffiato dai battenti,
me che inquieto delimita
impianta e coltiva la foresta,
v'inchioda la mappa degli animali,
il cigno prima freddo sul
vassoio poi alto sulla palude e
ora, se ti voltassi, alla deriva sullo
specchio l'orma grossa del respiro trattenuto
o una figura lontanissima
con la capanna ancorata al fianco non
ricordo non ricordo non
ricordo il bisbiglio della notizia buca:

volano a forma di calice,
a lupi di stormi a passeri di branchi
e sibilano bibliche pietre nella corrente
e narrano e non affondano
per affrettarmi ad amare,
ultimo minuto che sfigura,
stridìo in vista, e
pensa disporre un pensiero
infrangere le leggi
entrare le porte
oscuramente.



II cielo della terra

Incominciando
col pane che piange nel laboratorio,
aureolato di ricordi, osservato nel sonno,
cotto in gennaio al fuoco della domanda
nel buio col buio da una tovaglia d'uomini col fulmine
all'attacco della foglia, al cuore dell'annuncio:
soltanto le donne gravide pendono in aprile.

Crediamo:
il mio occhio soffia sul taglio che
le braccia rimandavano al petto, è qualcosa
di più del fiume rincorso dal puma in sogno stanotte
o del cadavere lodato nelle frasche che si spaglia,
frizza contro la pioggia beccheggia tra
gli scogli, la pietra focaia la roccia.

In ultimo
tutte le tenebre pongono la testa all'ombra
di un loro unico piede, gli uomini in separate
doglie salgono scendendo un ponte,
verso una cuccia d'oro e una volontaria catena
di carta, l'orrore dell'amore, la perdita del nome,
e il mare sicuramente comincia e s'apre.



**

Solo i prossimi fiumi e il grano,
domandano i freni alle mucche nelle stalle,
catturate da un filare di vita
traducendo pianto a forza di pugni
in goccioline di notte e in sangue di mosto,
innaffiate da dolore in agguato,
testimoniano che le case aprirono i fianchi
come partorienti frugate da luci impazzite,
regalarono fedeltà.
Gli uomini dentro di loro non vedono,
gli occhi danno occhiali di terra
che sbracciano per prova
in un vagone di lampadine e rimpiangono
la testa dell'amore sotto la rete
del letto che arde in croce disteso.
Solo i prossimi fiumi e il grano,
isolati, nessuno non colpevole,
adatti a mescolarsi, ondeggiano
le gambe di una spia che avverte.






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