jueves, 15 de diciembre de 2016

TONINO ALBALATTO [19.737]



Tonino Albalatto

Tonino Albalatto (1969) nació en Sorenacco, una pequeña aldea situada en la provincia italiana de Padua dentro del municipio de Camposampiero. 

En la actualidad reside en Sorrento, lugar clave para su inspiración donde, atraído por sus altos acantilados, a menudo sube a contemplar la grandeza del Mediterráneo.
(Heterónimo de Antonio Marín Albalate)



Tonino Albalatto
en Con todo el barro de la vida.
Traducción de Ángel Paniagua.
Raspabook

Tonino Albalatto define así esta obra: «Los poemas aquí recogidos, fueron escritos en días de ira y tempestad. Tal como brotaron en su momento, años ochenta, he querido dejarlos aquí. Son parte de mi mundo de obsesiones, sexo y locura; son yo con todo el barro de la vida. El arte es ser uno mismo del modo más absoluto, dijo Verlaine. Ser uno mismo aun cuando imaginación y deseo estén (la mayoría de las veces) muy por encima del légamo de la realidad».



POESÍA

I

Decir, con todo el barro de la vida,
el verbo ese de tu nombre encendido
en la cocina entre ollas y sartenes,
cuando muestras –tan sexy– tu habilidad
con el manejo de los utensilios
del morbo, mientras de cuerpo presente,
cadáver resucitado, te contemplo.

Y escribirlo después sin preocuparse
de andar contando sílabas.

Y –¡zas!– borracho de cervezas pasar
la tarde de Otero contando huesos
de aceituna cual casquillos de bala.



II

Y ya –noche adentro de la noche–
yacer sobre el paisaje lujurioso
de tu cuerpo salvaje, inagotable,
y lamer largamente –con lengua
de Jagger– el origen del mundo
el Satisfaction de tu suspirar.

Y una vez consumada la canción,
dejarte dormir mientras encamino
mis pasos hacia el cuarto de baño
donde esperan tus bragas, las que tú
dejaste allí;
                         y olerlas otra vez,
olerlas con placer
                         rindiendo honores a Onán…
                         ¡Eso sí que es poesía!


DESEO

Haz de tu vulva –chirla mía– casa
donde, fálico y famélico, habite yo.

Y dispón de tu cuerpo tan promiscuo
en cama de oropéndolas y excesos,

con imposibles alas de esturión
a la marinera
                             allí donde yo.

Haz de tu chirla –vulva mía– casa.



PEOR ES LO TUYO

Ya sé que sabes que me gustan
las jovencitas.

Muchas veces me has sorprendido
deleitándome en ellas.

¿Y qué?

                 Peor es lo tuyo que
te gustan viejos, calvos y feos.



CON TODO EL BARRO DE LA VIDA
TONINO ALBALATTO. CON TODO EL BARRO DE LA VIDA
(Raspabook, Murcia, 2014)

por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES

    
La aparición de este supuesto autor italiano llamado Tonino Albalatto, nacido del bautismo de Soren Peñalver y explicada su presencia de manos del mismo Soren, Ángel Paniagua (presunto traductor) y Juan Cartagena, viene unida a Antonio Marín Albalate, o como quiera que se quiera llamar en otro momento. Heterónimo o no, los que hemos asistido al nacimiento de este nombre y su poesía, rodeado de cierto humor, no esperábamos un poemario como el que nos hemos encontrado. La parte lúdica que podíamos esperar en todo juego se convierte a la vuelta de unas páginas en algo tan personal y confesional que nos duele. Magnífico y atormentado.

El heterónimo ha existido siempre como propuesta, no tanto creativa sino más bien como una manera de sujetar yoes poéticos que pudieran dar capacidad a las divergentes intenciones y personas del poeta, no como meros ejercicios creativos o retóricos, sino como necesidad de sustento a formas diversas de reflexión. Pero, ¿para qué le sirve un heterónimo, otro, a Antonio Marín Albalate? Podríamos responder que para adoptar una personalidad que, siendo suya, no sea la dominante; o para disfrazarse, para mentir protegido, relativamente, por un yo distinto, y reírse; o para ponerse máscaras de barro que se deshacen con el tiempo y las lágrimas y hablar de lo íntimo doloroso y muy cercano. Éste último es el caso ante el que nos encontramos. Sirve el sentido del barro como material de erosión y depósito, arcillas y materiales arrastrados por la actividad humana en este caso, por la vida, que cargan con un sentido de suciedad y a la vez con el sentido de lo vivido, de las cenizas que quedan tras el fuego. Pero este barro no deja de ser un deseo tras la lectura del libro. Queda claro en el epígrafe que abre el libro del poeta Leopoldo María Panero, tan querido y admirado por Antonio Marín Albalate, del que toma prestado el título: 

        
    No es tu sexo lo que en tu sexo busco
            sino ensuciar tu alma:
                                          desflorar
            con todo el barro de la vida
            lo que aún no ha vivido.

    
Bien usada, pues, la imagen de la máscara que utiliza Domingo Llor en la portada del libro, barro, mujer y deterioro.

    
No podemos pensar que la aparición de Tonino Albalatto cumpla con la literalidad de la heteronimia; más bien es una máscara para contar la verdad de forma autobiográfica reservada desde hace tiempo. Surge Tonino de un limo retenido en los cajones —qué tópico éste de los cajones de los escritores, pero qué cierto en este caso, por el tiempo transcurrido—. Es una excusa propicia. Creo que Albalate ha encontrado en Albalatto la ocasión que buscaba para usar un nombre que no le protege ni le esconde, pero sí le da la excusa que a nivel personal necesitaba para sacar a la luz los poemas de los días de la ira, el material escondido que necesitaba alumbrar, y que suponemos tan o más verdadero que cuando la firma es otra.


© Carlos Hernán Sanz


No hay variaciones estilísticas ni estéticas entre Albalatto y Albalate, como bien dice Soren Peñalver en el prólogo: «forma un conjunto más unitario de lo que en principio sospechamos». Así que las variaciones no son de ese tipo, y de hecho nos encontramos con un Antonio Marín en estado puro, con la noche, el barro, el sexo, y sus obsesiones de siempre, como la nieve, tópicos que son señales de vuelo que utiliza de manera recurrente y coherente. En este poemario se unen a la soledad, las cuatro de la madrugada, la ira y el abandono. Las variaciones son, pues, argumentales, poemas nacidos «en días de ira y tempestad». Parece que la verdad aflora del dolor que a veces cuesta dominar. Si alguien esperaba encontrar aquí algo más erótico, pornográfico incluso, se encuentra sorprendido con un libro duro, de inmersión en un yo sangrante que no se permite ni una broma, si acaso la ironía amarga, atrapado en un espacio circular de ira, soledad y angustia ante lo perdido, un abandonado en presencia de quien le abandonó y que se sentirá a su vez abandonada.
  
¿Qué lleva al poeta a la confesión que no pide absolución ni entendimiento, ni comprensión, porque por momentos todo se vuelve incomprensible, como la cerrazón, la violencia soterrada, la entrega al dolor de estar solo? Podríamos contestar con la cita de Verlaine que usa Juan Cartagena y que ilumina el poemario: «El arte es ser uno mismo del modo más absoluto». La necesidad de publicarlo hace creer en la verdad del artista, en la pureza de unas intenciones que se agradecen en su sinceridad desde la absoluta libertad y experiencia que le dan los años y los poemarios publicados. Abrir el dolor más personal e íntimo a la lectura de los otros no es una pose que podemos encontrar en cierta poesía dolida, no es dado este poeta a esas tonterías ni a ninguna cuando escribe, sino arte, aunque esté formado por cenizas y posos de arcilla sucia. Y hacerlo además con el convencimiento de que la escritura es el camino «para no perderse» (impresionante ‘Por donde rompe la soledad’, pág.45).
    
No hay secciones en el libro, no hay capítulos que nos marquen el paso del tiempo, el libro es un contínuum que podría volverse un bucle perfecto, el eterno retorno de la soledad. Un gran acierto que construye el libro como unidad. No hay escenarios narrados y sin embargo entendemos el contexto de la casa, de lo doméstico, como envoltorio común a la familia, a la pareja. Pero se diría que es una casa dibujada en un suelo de asfalto, casi imaginamos a Lars Von Triers dibujando el escenario de algunas de sus películas, o como una rayuela en círculo. Es una obra de teatro que se desarrolla en una caja negra, escenario de la noche, en la que dos personas se dan la espalda, y uno de ellos habla mientras el conjunto da vueltas lentamente, echando en cara al otro, la otra, la pérdida de lo que hubo, la ausencia en compañía, la soledad en pareja y el abandono, y solo de vez en cuando apareciera algún rastro de otros personajes, los hijos, que salen y entran rápidamente, la poesía como refugio, y de fondo un reloj que marcara siempre una hora en torno a las cuatro de la madrugada, la hora más triste, «la hora de arena de un reloj parado», en la que todo acaba y vuelve a empezar.
  
La voz que habla es, lógicamente, la del poeta (‘Ira’, pag. 41), pero teniendo a  la pareja como reflejo anamórfico, «somos dos sombras apenas equidistantes / una de otra y, sin embargo, tan lejanas» el yo que es ante la otra, con la que habla, a la que reprocha, en la que se refleja, «en tus propias lágrimas me busco» (‘Como tú’, pág. 20); y cómo no, también presentes la casa y los hijos. No se habla, porque no hay que hacerlo, de las razones que llevan a estos sentimientos; la confesión no llega a tanto y se queda en una narración del sufrimiento creado, se habla de la situación provocada, no de la culpa. Antonio Marín Albalate es un poeta que nos han mostrado siempre el dominio ágil de la palabra, del ritmo y de la imagen. Y que también sabía subir a cielos y bajar a infiernos de tristeza y dolor. Pero este libro es un pozo oscuro que no deja ni un breve atisbo de salida posible, si acaso un breve reconocimiento de lo que fue y de lo que queda (‘Te escribo’, pág. 53). Los dos poemas finales muestran una intención de cierre que, sin embargo, también queda en el aire, un deseo que no se cumple, una aceptación cansada, y de nuevo la escritura; y el verso final en interrogante, duda que muestra la circularidad a la que he hecho referencia:


            Tranquilo, en silencio,
            tan solo escribiendo
            sentado en mi sitio:
            te miraré quizás un instante
            desde el cansancio de mi pluma.

            Empezaré, seguramente, a pensar en otra.
            ¿Daré, al fin, por concluido tu… mi libro?


    

© Sebastián Mondéjar

Seguiremos hablando de Antonio Marín Albalate porque no puede dejar de escribir aunque le duela, lo cómodo y lo incómodo, ni de tener en mente proyectos nuevos o retomar antiguos. Veremos también a Tonino Albalatto, seguro, porque tiene una entidad reflexiva poderosa. Albalate le da el poder de la palabra dominada, brillante, Albalatto pondrá una vida, a su manera y en su momento.
    
Vale.




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