Julio Sesto
Nació en Rosal, Pontevedra, España, en 1871 y murió en la Ciudad de México en 1960. Escritor, radicado en el país desde 1899. Vivió en Veracruz, Tlacotalpan, Puebla y en la Ciudad de México, donde se dedicó a la carpintería, al periodismo y a las letras. Fue profesor de literatura en la UNAM. Colaboró en El Hijo del Ahuizote; Diario del hogar; El Imparcial; El Universal; Excélsior; Hoy, mañana y siempre.
Notas: Sesto nunca dejó de ser un escritor romántico costumbrista del siglo XIX aunque rebasó la primera mitad del siglo XX.
Obras
Poesía
Azulejos: poesías, 1914.
Cactus, 1921.
Cálices: poesías, 1940.
El libro que canta: poema, 1949.
Alboradas: o libriño da i-alma: poesía gallega y castellana, 1958.
Narrativa
¡Mamacita linda...! (las divorciadas): novela mexicana, 1927.
La reina de Acapulco, 1935.
La sangre de España: novela heroica, 1937.
Como ardían los muertos: novela mexicana, 1947.
La casa de las bugambilias: novela romántica, 1947.
La tórtola del Ajusto: novela mexicana, 1951.
La emperatriz morena, 1957.
La ciudad de los palacios, 1958.
Ensayo
Las abejas del Rosal, 1928.
La bohemia de la muerte, 1929.
Historia del pensamiento mexicano: desde las siete peregrinaciones de Aztlán hasta nuestros días, 1942.
Historia pasional del amor en América, 1959.
El México de Porfirio Díaz.
Las abandonadas
¡Cómo me dan pena las abandonadas,
que amaron creyendo ser también amadas,
y van por la vida llorando un cariño,
recordando un hombre y arrastrando un niño!...
¡Cómo hay quien derribe del árbol la hoja
y al verla en el suelo ya no la recoja,
y hay quien a pedradas tire el fruto verde
y lo eche rodando después que lo muerde!
¡Las abandonadas son fruta caída
del árbol frondoso y alto de la vida;
son, más que caída, fruta derribada
por un beso artero como una pedrada!
Por las calles ruedan esas tristes frutas
como maceradas manzanas enjutas,
y en sus pobres cuerpos antaño turgentes,
llevan la indeleble marca de unos dientes...
Tienen dos caminos que escoger: el quicio
de una puerta honrada o el harem del vicio;
¡y en medio de tantos, de tantos rigores,
aún hay quien a hablarles se atreve de amores!
Aquellos magnates que ampararlas pueden,
más las precipitan para que más rueden,
¡y hasta hay quien se vuelva su postrer verdugo
queriendo exprimirlas si aún les queda jugo!
Las abandonadas son como el bagazo
que alambica el beso y exprime el abrazo;
si aún les queda zumo, lo chupa el dolor;
¡son triste bagazo, bagazo de amor!
Cuando las encuentro me llenan de angustias
sus senos marchitos y sus caras mustias,
y pienso que arrastra su arrepentimiento
un niño que es hijo del remordimiento...
¡El remordimiento lo arrastra algún hombre
oculto, que al niño niega techo y nombre!
Al ver esos niños de blondos cabellos
yo quisiera amarlos y ser padre de ellos.
Las abandonadas me dan estas penas,
porque casi todas son mujeres buenas;
son manzanas secas, son fruta caída
del árbol frondoso y alto de la vida.
No hay quien las ampare, no hay quien las recoja
mas que el mismo viento que arrastra la hoja...
¡Marchan con los ojos fijos en el suelo,
cansadas en vano, de mirar al cielo!
De sus hondas cuitas, ni el Señor se apiada,
porque de estas cosas... ¡Dios no sabe nada!
Y así van las pobres, llorando un cariño,
recordando un hombre y arrastrando un niño.
LA AGONÍA DEL BARDO
¡Qué duro, qué amargo recuerdo
quedome de aquella desgracia...
si a solas en ella medito,
aún suelen saltarme las lágrimas!
...Dejé mi chambergo en la percha;
crucé sigiloso la sala;
(hallando la casa en silencio,
me dio una corazonada...)
Alzando la verde cortina,
miré receloso a la estancia
en donde tranquilo, sonriente,
mi amigo el poeta, expiraba.
¡Qué cuadro! La mesa de noche,
en donde hacía guiños la lámpara,
cubierta de drogas acerbas
que no le sirvieron de nada;
con heces de medicamentos,
pocillos, goteros, cucharas,
cucharas que vi que aún tenían
la huella del labio marcada,
de un labio tedioso, pasivo,
que el líquido aquel desdeñara,
de un labio que, ya medio muerto,
sintiendo las drogas amargas,
por ser obediente, sorbía,
por falta de fe, no apretaba,
dejando su hastío en las heces
de aquellas vasijas untadas.
La pobre mujer de mi amigo,
al lado del lecho, espantaba;
los niños también allí junto,
haciendo la escena más agria:
la niña, de tres primaveras,
absorta a los pies de la cama,
asiendo a la madre el vestido
y viéndola fijo a la cara,
y el niño más pequeñuelo, divino,
e irónico ser que no andaba,
cruzando la alfombra, sonriendo,
¡y echando carreras a gatas!
Yo estaba perplejo en la puerta
de aquella tristísima estancia;
no pude, no pude moverme,
¡aquello partíame el alma!
De pronto la faz del enfermo
se puso ojerosa y opaca,
la pobre mujer lanzó un grito:
¡Hijitos, papá se nos marcha!...
Y nada los niños dijeron,
¡decir qué podrían sus ansias
si aún la mayor no entendía
y aún el pequeño no hablaba!
Mas, viendo los dos al enfermo,
en sus inocentes miradas,
qué bien comprendí qué decían
ingenuos: ¡Papá... no te vayas!
Yo quise auxiliarlos entonces
mas vi que mi amigo, con calma,
después de moverse, esforzado,
y como si reaccionara,
tomando la mano a la esposa,
le dijo a intervalos:
Amada:
La muerte se acerca... no temas,
no llores, enjuga tus lágrimas,
la muerte de ti tuvo celos,
y viene a pedir que compartas
con ella mi ser, que era tuyo,
mis penas, mis dichas, mis ansias.
La muerte también es mujer:
no riñas con ella, me ama,
verdad que se lleva mi cuerpo
mas queda contigo mi alma,
la muerte va a ser... mi querida,
mas tú sigues siendo la casta
Señora que manda en mi espíritu,
de todo mi amor Soberana.
Yo siento dejarte tan bella,
y siento dejarte enlutada,
y siento dejarte a los hombres
vulgares expuesta mañana,
que van a prender en tu veste
de luto, pasando sus garras...
¡Vampiros de espíritus tristes,
vampiros de carne enlutada!
¡Ah... son las viudas hermosas
manjar con que muchos se sacian;
no sé cómo así la engullen,
no sé... cuando saben a lágrimas...!
¡Cuán vas a extrañar mis caricias;
mis rimas, cuán vas a extrañarlas,
y cuando por mi te pregunten
los niños pasado mañana
¡oh angustia! qué vas a decirles,
qué vas a decirles, cuitada!
¡Los niños!... Acércalos llámalos,
que quiero llevarme grabadas,
a flor de mis frías pupilas
tu cara amorosa y sus caras;
serán en mi tumba dos dijes
mis ojos cerrados, amada!
La pobre mujer aún tenía
oyéndolo hablar, esperanza
mas viendo ponerse por grados
aquellas mejillas más pálidas,
y viendo que aquellas pupilas
tornábanse tristes y vagas,
alzando los ojos al cielo
en son de reproche y plegaria,
¡Dios mío!...-clamó ¿por qué injusto
te llevas el pan de esta casa?
Y el cielo, por toda respuesta,
al bardo inspiró que gritara,
con voz de una angustia infinita,
con voz que los huesos helaba:
¡Qué abismo... me hundo... me hundo,
tus brazos... tus brazos... amada!
Tomolo aquel ángel en brazos;
logró también él abrazarla;
vibraron los nervios de bronce
del lecho vibró el que expiraba:
tomó ella en un beso el aliento
postrero que el bardo exhalara;
quedáronse así un instante
la muerte y la vida enlazadas...
y entonces creí que se oía,
moviendo la oscura ventana,
y como rozando los vidrios,
un suave ruido de alas,
tal cual si pasase por ellos,
en vuelo magnífico, un alma...
¡Oh, cuando yo quise prestarle
socorro a la esposa, se hallaba
opresa en los brazos del muerto,
tal cual si quisiera llevársela!
¡Qué esfuerzo inaudito hice entonces
y cómo he podido arrancarla
al fin de los rígidos brazos
llorosa sin fuerzas y flácida!
Y cuando después de mi esfuerzo
volví hacia el muerto la cara,
lo vi con los brazos en círculo,
cual si me pidiese abrazarla,
y como diciéndome, mudo,
con una sonrisa macabra:
!Si es mía... ¿por qué te la llevas...?
Si es mía por qué me la arrancas...!
La noche llegó a los cristales
muy negra, muy triste, enlutada,
y como una madre amorosa,
fue ella quien trajo a la cámara
el cirio más grande: la luna
un cirio de luces muy blancas.
En tanto, lloraban los niños;
los perros, en torno, aullaban;
la triste mujer, en mis brazos,
lanzaba suspiros con ansias;
el muerto, los brazos en círculo,
sonriendo, la esposa esperaba...
¡Señor! ¿Por qué el muerto reía
en tanto los vivos lloraban?
¡Qué duro, qué amargo recuerdo
quedome de aquella desgracia:
si a solas en ella medito,
aún suelen saltarme las lágrimas!
ENCUENTRO
Hola…
Por fin te encuentro en mi camino.
Ha mucho tiempo ya que te buscaba.
¡Que has hecho de mi vida y de la tuya?
¡Respóndeme malvada¡
¿Por qué dejaste abandonado el nido
cuando mas tu calor necesitaba?
Como escapaste aquella noche fría,
en que espere con ansia a que volvieras
antes de extinguirse
el calor de tu cuerpo entre las sabanas…
Aquella noche que empezó con duda
y termino con rabia.
¡Alza la vista¡ ¡veme fijamente¡
¡Mírame cara a cara¡
Ya la niña murió, murió en mis brazos,
y al morir te llamaba…
¡No vayas, indiscreta, a preguntarme
en donde esta enterrada¡
Tiene una tumba entre otros niños muertos,
con una cruz muy blanca..
Que no se te vaya a ocurrir llevarle flores.
¡Que nunca se te ocurra profanarla¡
Pudiera suceder si tal tú hicieras
que se abriera la tierra y te tragara.
¡Ah¡ que castigo por muy cruel que fuese
podría borrar tu falta.
No encuentro uno lo bastante cruel,
no encuentro uno que me satisfaga.
Seria preciso…que yo fuera…lumbre,
que pudiera envolverte en una llama
y que fueras ardiendo por el mundo
como una antorcha humana.
Seria preciso que yo fuera nube
que te llevara a una región muy alta,
y al dejarte caer desde la altura
que en un montón de espinas te clavaras.
Yo quisiera ser ave de rapiña,
buitre, cóndor o águila,
y sacarte los ojos con el pico
y el corazón sacarte con las garras.
Seria preciso que yo fuera rió,
que en mi profundo cauce te ahogaras,
que tu cadáver en vaivén macabro
en mis hondas flotara,
y que fuera azotándolo mi furia
de cascada en cascada,
hasta arrojarlo sobre alguna orilla
en donde algún chacal te devorara.
Qué bueno que subiste el material, Fernando, ya te pasaré más información para completar y actualizar la biografía. Encontré un material estupendo. Un gran abrazo.
ResponderEliminarKary Kamalich