Mary Karr
Mary Karr (nacida el 16 de enero 1955) es una poeta americana, ensayista y memorialista. Saltó a la fama en 1995 con la publicación de sus memorias The Liars' Club. Es la Truesdell Jesse Peck Profesor de Inglés Literatura en la Universidad de Syracuse. El 10 de mayo de 2015, Karr pronunció el discurso de graduación en Carrier Dome de la Universidad de Syracuse.
Premios y honores
1989 Premio Whiting
1995 Premio Albrand PEN / Martha para El Club de los Mentirosos
2005 Beca Guggenheim
Bibliografía
Memorias
The Liars' Club , Viking Adult; (1995) ISBN 0-670-85053-5
Cherry: A Memoir , Penguin Books; Reissue edition (2001) ISBN 0-14-100207-7
Lit: A Memoir . Harper Collins. November 3, 2009. p. 400. ISBN 978-0-06-059698-9 .
Poesía
Abacus , Wesleyan (1987)
The Devil's Tour , New Directions (1993) ISBN 0-8112-1231-9
Viper Rum , Penguin (2001) ISBN 0-14-200018-3
Sinners Welcome , HarperCollins (2006) ISBN 0-06-077654-4
Historias
"Learner's Permit" . Nerve . 23 April 2015.
UN CAOS PERFECTO
Para David Freedman
Leí en alguna parte
que si los peatones no rompieran las normas de circulación para cruzar
Times Square en el momento que fuera o por cualquier razón posible, se detendría
toda la ciudad, se detendría.
Los coches darían marcha atrás hacia Rhode Island,
un atasco tan épico que ni siquiera un gato
conseguiría escurrírsele. No es la ley, sino lo extenso
de nuestras voluntades separadas lo que nos mantiene en marcha. Hoy adoré
la nunca vista bilis
de los trasladadores de pianos, levantando a polea uno de media cola
en la Novena Avenida antes de una tormenta.
Eran una pareja fornida y ceñuda, cínicos
como cualquier eventual. Sabían que venía:
el instrumento lacado de blanco, el cielo deformado y negro
como un mal globo de agua y, en el punzón de un solo instante,
su estallido. Un aguacero como una manguera de incendios.
Durante unos latidos, la ciudad al completo se gripó,
pausada, un golpe de miocardio, y después avanzó hacia el staccato.
Y fue un placer ser el testigo de un milagro no
insignificante: en un momento todos los paraguas
negros de Hell’s Kitchen se abrieron al unísono, mientras
continuaba el movimiento general. Era la escena de una ópera no escrita,
las velas de una vasta armada.
Y cuatro ancianas señoritas interrumpieron el progreso de su lentitud
para seguir a los trasladadores de pianos,
cada una sosteniendo lo que pudo haber sido, alguna vez,
un parasol de tela encima de los hombres resollantes. Pasé junto
a la multitud pastel de bailarinas apiñadas
bajo el alero de la esquina,
haciendo cola para una audición pública — con sus patas de cigüeña,
sus tobillos
zigzagueados de cintas; algunas pasándose un cigarro
encendido. La ciudad se alimenta de belleza, se muere
de su hambre, y la engendra. Volviendo a casa tras la medianoche,
a mi bloque desierto con su famoso y elevado número
de ratas subterráneas, oi a un tenor exhalar puro
ahondando en los cañones de ladrillo; la luna humeante
abrió su boca para beber desde su altura…
Extraído de Poetry, 2012. (C) Mary Karr.
Versión de J.F.R.
https://sevencrossways.wordpress.com/2014/04/page/3/
A PERFECT MESS
For David Freedman
I read somewhere
that if pedestrians didn’t break traffic laws to cross
Times Square whenever and by whatever means possible, the whole city
would stop, it would stop.
Cars would back up to Rhode Island,
an epic gridlock not even a cat
could thread through. It’s not law but the sprawl
of our separate wills that keeps us all flowing. Today I loved
the unprecedented gall
of the piano movers, shoving a roped-up baby grand
up Ninth Avenue before a thunderstorm.
They were a grim and hefty pair, cynical
as any day laborers. They knew what was coming,
the instrument white lacquered, the sky bulging black
as a bad water balloon and in one pinprick instant
it burst. A downpour like a fire hose.
For a few heartbeats, the whole city stalled,
paused, a heart thump, then it all went staccato.
And it was my pleasure to witness a not
insignificant miracle: in one instant every black
umbrella in Hell’s Kitchen opened on cue, everyone
still moving. It was a scene from an unwritten opera,
the sails of some vast armada.
And four old ladies interrupted their own slow progress
to accompany the piano movers.
each holding what might have once been
lace parasols over the grunting men. I passed next
the crowd of pastel ballerinas huddled
under the corner awning,
in line for an open call — stork-limbed, ankles
zigzagged with ribbon, a few passing a lit cigarette
around. The city feeds on beauty, starves
for it, breeds it. Coming home after midnight,
to my deserted block with its famously high
subway-rat count, I heard a tenor exhale pure
longing down the brick canyons, the steaming moon
opened its mouth to drink from on high …
Entrando en el reino
Mientras los huesos del chico crecían
y su cabeza y su corazón se alargaban,
un día su madre no pudo
verse a sí misma en él.
Era un hombre ya, irradiando
la innata soledad de los hombres.
Su expresión estuvo a partir de entonces
más allá de ella. Cuando él estaba a punto de dormirse
y sus rasgos se acercaban a la infancia,
duraba poco.
Ella sólo podía apretar
sus anchos hombros. ¿Qué podía
enseñarle acerca
de las pérdidas, a quien ahora las infligía
entrando en el reino
de su propia voluntad?
Versión de Tom Maver
Entering The Kingdom
As the boy's bones lengthened
and his head and heart enlarged,
his mother one day failed
to see herself in him.
He was a man then, radiating
the innate loneliness of men.
His expression was ever after
beyond her. When near sleep
his features eased towards childhood,
it was brief.
She could only squeeze
his broad shoulder. What could
she teach him
of loss, who now inflicted it
by entering the kingdom
of his own will?
from Sinners welcome, Harper Perennial, New York, 2006.
SINCRONÍA
Leí en alguna parte
que si los peatones no quebrantaran las leyes de tránsito para cruzar
Times Square cuando sea y por cualquier medio posible,
la ciudad toda
pararía, se pararía.
Los autos se amontonarían hasta Rhode Island,
una épica malla tupida que ni siquiera un gato
podría enhebrar. No es la ley sino el esparcirse
de nuestras distintas voluntades lo que nos hace fluir. Hoy amé tanto
el descaro sin precedentes
de unos cargadores de pianos, aupando a un grandioso bebé bien
amarrado en la Novena Avenida antes de una tormenta.
Eran un par hosco y vigoroso, cínicos
como cualquier jornalero. Sabían lo que se avecinaba,
el instrumento laqueado en blanco, el cielo negro henchido
como un mal globo de agua y en un instante de aguja
explotó. Una ducha como manguera de bombero,
durante algunos latidos, todo la ciudad se paró,
pausó, el golpe de un corazón, y luego todo continuó en staccato.
Y fue un gozo ser testigo no de un
milagro cualquiera: en un solo instante todas las negras
sombrillas en Hell’s Kitchen se abrieron como a una voz, todo el mundo
aún en movimiento. Fue una escena sacada de una ópera no escrita,
la zarpa de una vasta armada.
Y cuatro damas interrumpieron su propio lento caminar
para acompañar a los cargadores del piano,
cada una sosteniendo lo que alguna vez habían sido
parasoles de encaje por sobre el refunfuño de los hombres. Pasé
por el corrito de ballerinas en pastel acurrucadas
bajo la marquesina de la vuelta
en fila para una convocatoria abierta… extremidades de cigüeña, talones
zigzagueados de lacitos, algunas pasándose un cigarrillo encendido
entre sí. La ciudad vive de la belleza, muere de hambre
por ella, la cría. Viniendo a casa después de medianoche,
a mi barrio desierto con su famosa excesiva
estadística de ratas en el subterráneo, oí a un tenor exhalar puro
anhelo a través de los cañones de ladrillo, la luna humeante
abrió su boca para beber desde allí arriba…
FUENTE ORIGINARIA: http://unlectoramateur.blogspot.com/
CAMPO DE CALAVERAS.
(Field of Skulls)
Mira a el tejido de la noche, lo suficientemente estricto
y si estás predispuesto a lo sombrío, digamos
la ventana que has elegido es un oscuro
sello de correos que al paso de las horas,
sin dormir, bebiendo ginebra después la Amada
Lucy se ha repuesto y se marcha, mira
al igual que sus ojos tienen la fuerza, y tras
cualquier tensa cortina de la noche vendrán las formas
que tu esperas presionando desde el otro lado.
Para ti: un campo de calaveras, mandíbulas angulosas
y cuencas de ojos, sacas enemil cráneos.
Son claros una vez que piensas mirarlas.
Sabes esos campos existen, por los criminales
que deambulan por tu mismísima calle, e incluso en las listas de la historia
monstruos como Adolf y el tío Joe
que acechan la esfera de la tierra, además de bebés menores comelones
no identificados, probablemente en el mismo medio. Quizá
ese empleado del correo descontento de su trabajo
ya ha arañado su nombre en una bala, que es de él
susurrando en las azaleas. Acaricias el pensamiento,
para probar que no hay lugar mejor para ti
que aquí, su patio plaza de sofá de cretona, escuchando
las señaladas malas noticias estables en su cabeza. La noche
es de color negro. Miras y su mirada furiosa,
seguro que no hay dioses allí afuera. De esta manera,
estás ciego de tu propia máquina intrincada del ojo
y a la luz por la que ves, a la suerte del nacimiento y a todos los
recuerdos de tus amores. Si las calaveras están ahí-
digamos que te presionan
contra el entelado de la noche -podrían no mirar
con envidia y ¿con flojedad de las mandíbulas a la carne fina
que cubre el cuero cabelludo, los cabellos numerados
con la fuerza con que tus manos los sostienen?
Fuente: Fundación para la Poesía (U. S.)
Encuentros: Mary Karr, «La poesía es para mí Eucaristía»
Mary Karr, famosa poeta y escritora americana.
En su último libro autobiográfico -ha publicado tres- titulado “Lit” Mary Karr confiesa: «Si me hubieran dicho un año antes que comenzaría a llevar a mi hijo a la Iglesia, que acabaría susurrando mis pecados en un confesionario o que terminaría rezando el rosario, me habría reído a carcajadas».
Después de treinta años dedicada a la poesía, cautiva a los críticos literarios y al público en general con dos volúmenes en los que relata sus memorias de infancia y juventud (en 1995 The Liars´Club y en el 2000 Cherry), en el primero cuenta cómo logra sobrevivir a la locura de su madre, alcohólica y aficionada a las armas y en el segundo narra las aventuras de su adolescencia, sus escarceos con las drogas y su paso por decenas de identidades, buscando su lugar en el mundo. Tras el éxito de estos dos libros le pidieron a Karr un tercero, pero le asustaba seguir contando su vida, por el callejón sin salida en el que se encontraba metida, resultaba duro contar dos décadas de su vida supeditada al alcohol, ya no se trataba de inocencias y excesos de juventud, había tocado fondo era su decadencia y culpabilidad.
Un día siguiendo el consejo de un amigo invocó una plegaria «al ser superior»: «mantenme sobria hoy». Y por la noche después de haberlo conseguido decía: «Gracias por mantenerme sobria hoy». Pocos días después fue su hijo quien le pidió que visitaran una iglesia, extrañada le preguntó: «¿Para qué?». «¿Para ver si Dios existe?». El chico entraba a las iglesias a “buscar a Dios” y ella permanecía fuera esperándolo mientras leía y tomaba café. Su vida transcurría así, entre el agnosticismo militante y sus asiduas plegarias. Un día en Siracusa se detuvo ante una iglesia católica, donde le llamó la atención el cartel de la entrada: «Bienvenidos pecadores» . Ante aquella frase se quedó atónita, era el primer signo de aprecio que recibía en muchos años, entre tanto desprecio. Por eso decidió entrar en la iglesia católica y asistir a misa, experiencia que califica como «un viaje asombroso» le sorprendió «la sencillez» de los fieles y la «carnalidad de la iglesia: había un cuerpo en la cruz». Karr comprendió ante el crucifijo que el cristianismo no es la religión de los que no pecan, sino de los pecadores. Aquel encuentro cambió su vida.
En los últimos veinte años Karr no ha probado ni una gota de alcohol, pero reza a diario para no caer en la tentación; se pregunta por qué le ha tocado a ella la suerte de salir del pozo del alcoholismo, cuando ve a tantas personas sucumbir a la adicción, esta reflexión le sirve para dar constantemente gracias a Dios. Mary Karr dudó de publicar su tercer volumen llamado “Lit”, más decidió hacerlo pensando que su experiencia podría serle útil a alguno de sus lectores: «Mi objetivo al escribir sobre mi fe no era hacer proselitismo, sino tender un puente a las personas que, como yo, habían vivido completamente sin bautizar, sin fe, para ponerlas ante la experiencia de fe».
En la actualidad Mary Karr a pesar del éxito de sus memorias, no ha dejado de escribir poesías. Ahora utiliza sus poemas como un vehículo para hacer oración «La poesía es para mí Eucaristía» . Su última obra es el poemario: «Bienvenidos pecadores».
All This and More
The Devil’s tour of hell did not include
a factory line where molten lead
spilled into mouths held wide,
no electric drill spiraling screws
into hands and feet, nor giant pliers
to lower you into simmering vats.
Instead, a circle of light
opened on your stuffed armchair,
whose chintz orchids did not boil and change,
and the Devil adjusted
your new spiked antennae
almost delicately, with claws curled
and lacquered black, before he spread
his leather wings to leap
into the acid-green sky.
So your head became a tv hull,
a gargoyle mirror. Your doppelganger
sloppy at the mouth
and swollen at the joints
enacted your days in sinuous
slow motion, your lines delivered
with a mocking sneer. Sometimes
the frame froze, reversed, began
again: the red eyes of a friend
you cursed, your girl child cowered
behind the drapes, parents alive again
and puzzled by this new form. That’s why
you clawed your way back to this life.
County Fair
On the mudroad of plodding American bodies,
my son wove like an antelope from stall
to stall and want to want. I no’ed it all: the wind-up
killer robot and winged alien; knives
hierarchical in a glass case; the blow-up vinyl wolf
bobbing from a pilgrim’s staff.
Lured as I was by the bar-b-que’s black smoke,
I got in line. A hog carcass,
blistered pink on a spit, made its agonized slow roll,
a metaphor, I thought, for anyone
ahead of me—the pasty-faced and broad. I half-longed
for the titanium blade I’d just seen
curved like a falcon’s claw. Some truth wanted cutting
in my neighbors’ impermanent flesh.
Or so my poisoned soul announced, as if scorn
for the body politic
weren’t some outward form of inner scorn,
as if I were fit judge.
Lucky my son found the bumper cars. Once I’d hoped
only to stand tall enough
to drive my own. Now when the master switch got thrown
and sparks skittered overhead
in a lightning web, I felt like Frankenstein or some
newly powered monster.
Plus the floor was glossy as ice. Even rammed head-on,
the rubber bumper bounced you off unhurt
and into other folks who didn’t mind the jolt, whose faces
all broke smiles, in fact,
till the perfect figure-eight I’d started out to execute
became itself an interruption. One face
after another wheeled shining at me from the dark,
each bearing the weight of a whole self.
What pure vessels we are, I thought, once our skulls
shut up their nasty talk.
We drove home past corn at full tassel, colossal silos,
a windmill sentinel. Summer was starting.
My son’s body slumped like a grain sack against mine.
My chest was all thunder.
On the purple sky in rear view, fireworks unpacked—silver
chrysanthemum, another in fuchsia,
then plum. Each staccato boom shook the night. My son
jerked in his sleep. I prayed hard to keep
the frail peace we hurtled through, to want no more
than what we had. The road
rushed under us. Our lush planet heaved toward day.
Inside my hand’s flesh,
anybody’s skeleton gripped the wheel.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario