Poesía anónima africana
Selección, traducción y notas de
Rogelio Martínez Furé
De la poesía fulbe
Tres cosas sin remedio: la vejez,
la muerte, la necedad
(Tati walaa safare: maangu, saate,
ndaabu)
Proverbio fulbe
Todo no se sabe. Todo lo que se sabe,
es una parte de todo
(Kala’andata ko. Ko’anda kala,
yo yoga kal)
Axioma fulbe
Los Fulbe
Entre el casi centenar de grupos y subgrupos africanos llegados en cautiverio a América durante la época colonial, encontramos a los fula; una de las más importantes etnias del occidente de África, protagonista de grandes acontecimientos históricos en esa parte del continente durante los últimos cuatrocientos años. ¿Quiénes eran? ¿De dónde procedían estos hombres, que también aportaron su sangre a la formación del pueblo cubano y de otros pueblos de nuestra América? ¿Cuáles fueron los logros culturales de esos antepasados nuestros?
Los llamados en Cuba fula se designan a sí mismos con el nombre de fulbe (sing. pulo); pero sus vecinos y los europeos los llaman de diversas formas: los yolofe y serere les dicen tukulor o tuculer; los árabes, fulata o felata; los jausá, los moros y los ingleses los conocen como fulani; los tuareg, afuli; los alemanes, ful; los malinké, fula; los mossi, tsilmigo (plural, silmissé); los franceses, peul o peulh, etc.
En la actualidad los Jalpularen, “los que hablan peul”, son más de cinco millones de personas que habitan toda la llanura sudanesa y sajeliana desde el Atlántico hasta el Chad.
El origen de este pueblo ha sido objeto de grandes discusiones entre los especialistas.
Para unos, a pesar de su color, no eran verdaderos negros, sino un pueblo blanco de origen asiático ennegrecido a lo largo de siglos de mestización con los pueblos vecinos, entre los que convive.
Otros sostenían que eran producto de un antiguo mestizaje entre bereberes y negros, o que eran gitanos, o malayos, o hasta judeo-sirios. Sin embargo, estas afirmaciones correspondían a la óptica colonialista, interesada en buscar un origen extra africano, o blanco, a todas las manifestaciones culturales de importancia surgidas de África o a la génesis de cualquiera de sus estados altamente organizados. La ideología reaccionaria del colonialismo no podía admitir el reconocimiento de ningún valor positivo y de originalidad en los pueblos que sojuzgaba.
Las investigaciones antropológicas más recientes han echado por tierra todas esas lucubraciones seudocientíficas, llegando a conclusiones categóricas:
los fulbe pertenecen al subgrupo etiópico de la raza negra, y tras varios siglos de convivencia entre poblaciones pertenecientes al subgrupo sudanés, se han mestizado profundamente con ellas, por lo que en la actualidad resulta casi imposible distinguir en la mayoría de ellos su tipo del resto de los negros sudaneses.
No obstante, en los grupos que se han mantenido con mayor pureza étnica, y relativamente libres de mezcla con sus vecinos, los rasgos que los caracterizan son apenas diferentes del tipo etiópico encontrado en África Oriental:
miembros delgados, ausencia de prognatismo, tez carmelita cobriza, nariz y labios finos, cabello no siempre lanudo, etc.
Sus mujeres están consideradas como las más hermosas de África Occidental. Son famosas entre todas las nobles del Futa Dyalon, Guinea, con sus altos peinados en forma de cascos, “una de las más bellas realizaciones capilares”,
según Mercier.
Los fulbe se subdividen en dos grandes grupos: los nómadas, o mejor, trashumantes, (llamados burure, y el único pueblo exclusivamente ganaderodel Occidente africano), celosos conservadores de sus costumbres tradicionales y su religión ancestral, y los sedentarios (agricultores y criadores de bovinos), profundamente islamizados.
El país de los pastores trashumantes es la sabana sajeliana, donde dominan las acacias, crecen tipos especiales de palmas como las llamadas dum y roniero, y germina la hierba cram-cram.11 Los sedentarizados habitan en las llanuras sudanesas, donde reinan los baobab y los tamarindos.
II
Algunos historiadores12 sostienen que es probable que los fulbe procedan del Alto Nilo y que emigraran en la época prehistórica a través del Sajara (Tibesti-Tassili-Adrar), que entonces era más húmedo, hasta el sur de la actual Mauritania, en busca de nuevos pastos para sus rebaños. Las pinturas rupestres sajarianas, que datan de varios milenios a.n.e60., serían en tal caso obra de estas poblaciones, pues los tipos de hombre y mujer representados, sus hábitos de vida, su vestimenta y tocado, presentan grandes semejanzas con los de los fulbe “nómadas”. Sin embargo, aún faltan pruebas arqueológicas definitivas que confirmen esta hipótesis, y ni las tradiciones orales del propio pueblo hacen referencia alguna a esa gran emigración transajariana prehistórica.
Otros historiadores sostienen que durante el siglo XIV los fulbe iniciaron su emigración desde las márgenes del río Senegal hacia el este, pero Labouret considera que ya desde finales del XI, probablemente bajo la presión de los almorávides, que descendían entonces hacia el sur, algunas fracciones abandonaron los pastos del Senegal medio para remontar hacia el nordeste, tomando de nuevo así la ruta seguida en otra ocasión por sus antepasados, pues según tradiciones locales eran originarios del sur mauritano (Termés y el Hodh) y la aridez creciente del Sajara los obligó a abandonarlo.
A partir del siglo XV, y sobre todo del XVIII, algunas secciones de los fulbe lograron fundar poderosos reinos e imperios en muchos de los territorios donde se habían establecido como simples ganaderos, tras obtener autorización de los agricultores, “dueños de la tierra”.
La dinastía de los Dialube (1400-1810) en la región del Kaniaga, el reino de los Denianke (XVI-XVIII) en el Futa Toro, los estados teocráticos del Futa Dyalon (1715), Futa Toro (1776), del Bondú, y los imperios de Mácina (1810), Sokotó (1804), Adamawa y otros, dominaron la historia del Sudán Occidental y Central hasta la llegada de los invasores europeos a fines del siglo pasado. En otras zonas permanecieron unidos a sus formas de vida trashumantes y adorando a sus dioses ancestrales.
Entre los conquistadores y grandes políticos fulbe se destacaron: Kole Tenguila Ba, Ardo Magan Dyalo, Karamoko Alfa, Ibrajima Sori; el famoso reformador religioso Usmán dan Fodio (1754-1810/15), iniciador de la Guerra Santa (Yijad)15 en Nigeria del Norte, en 1804; su hermano Abdalá (1766-1829), Mojamed Belo (1781-1837), hijo de Usmán; Seku Jámadu Bari (¿-1844), Adama (¿-1847), y Alfa Yaya Dyalo, el gran héroe de la resistencia guineana frente a la penetración colonialista francesa.
34. CÓMO EL MUNDO FUE CREADO DE UNA GOTA
DE LECHE
En el principio había una enorme gota de leche.
Luego Doondari vino y creó la piedra,
luego la piedra creó el hierro,
y el hierro creó el fuego,
y el fuego creó el agua,
y el agua creó el aire.
Luego Doondari descendió por segunda vez.
Y tomó los cinco elementos.
Y los modeló en hombre.
Pero el hombre era orgulloso.
Entonces Doondari creó la ceguera, y la ceguera
venció al hombre.
Pero cuando la ceguera se volvió demasiado
orgullosa,
Doondari creó el sueño, y el sueño venció
a la ceguera.
Pero cuando el sueño se volvió demasiado
orgulloso,
Doondari creó la zozobra, y la zozobra
venció al sueño.
Pero cuando la zozobra se volvió
demasiado orgullosa,
Doondari creó la muerte,
y la muerte venció a la zozobra.
Pero cuando la muerte se volvió demasiado
orgullosa,
Doondari descendió por tercera vez,
y vino como Gueno, 1
el eterno,
y Gueno venció a la muerte.
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1 Gueno: Dios
35. CÁNTICOS DE LOOTARI
Baño sagrado: Bañémonos en el estanque del pastor.
Baño sagrado: ¡Para disipar el mal y que no enmohezcan
nuestros corazones!
Baño sagrado: ¿Quién había dicho que no amanecería más?
Baño sagrado: Hace un día bañado de luz.
Baño sagrado: Nuestras cabras volvieron para hacerse
ordeñar.
Baño sagrado: Nuestros corderuelos descienden hacia el
abrevadero.
Baño sagrado: El gran bovino blanco muge avanzando.
Baño sagrado: El gran bovino amarillo tiene cuernos que
matan.
Baño sagrado: El gran bovino negro muge ruidosamente.
Baño sagrado: El bovino rojo escarlata no está famélico.
Baño sagrado: Vayamos al baño sagrado.
Baño sagrado: Donde una estaca de oro cilíndrica está
clavada.
Baño sagrado: ¡Arranca la estaca de plata y vete!
Baño sagrado: El día del baño sagrado, el avestruz vuela
por los aires.
36. NAIINKOYI, I
La indolente marcha de los bueyes que vuelven
cebados de la trashumancia provoca entre las mujeres fulbe
un entusiasmo que arranca a sus pulmones ¡yu! ¡yu!2
de admiración dignos de los héroes que regresan de la batalla.
En cuanto a mí, su pastor, que los llevó al pasto, esta marcha
me inspira un poema...
Que se ría de él quien quiera. La burla no me impedirá
decirlo: la más encantadora de mis enamoradas, aquella por
la cual mi corazón no cesa de latir, es, creedme, la vaca.
Bella dama que, en el Borgu, se adorna con flores amarillas
de oro y blancas de plata de nenúfar...
¿Puede compararse conmigo el hombre que lleva una
vida voluptuosa, arrastrándose durante el día de una estera
lisa a otra, y adormeciéndose por la noche en los brazos de
aquellas cuyos muslos se pusieron gordos y blandos por la
leche y la mantequilla producidas por la vaca?
Cantando, el descanso que procuro en mi trama está
justamente hecho para permitir al coro acoplar su cadencia.
Mis rechazos no son torpeza accidental. El mugido de la vaca
es bastante elocuente para inspirarme un feliz pensamiento
y terminar mi canción.
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2 Yu-yu: Gritos prolongados de alegría que lanzan las mujeres.
37. NAIINKOYI, II
¡Ohé!, alegre noche, apareces antes que el sol despunte,
brille, ascienda. Tú empañas y luego eclipsas su luz.
Mientras dura, los becerros permanecen con sus trabas
y los más jóvenes de ellos permanecen echados.
¡Ohé!, alegre noche, eres ocasión para hacer resonar los
tambores y estremecer los costados de los negros.
Tú eres mi momento preferido: tiempo en que gusto de
apoyar en el hombro mi lanza y mi cayado, inclinar
ligeramente la cabeza para impedirles caer, y coger y
puntear las cuerdas de mi guitarra.
Me interno por los pequeños senderos, correteo por los pastos de noche.
¡Ohé!, negra noche, voy por ti a la alta selva, a cantarte allí
un canto que transporte.
Mi ropa extiendo sobre una termitera. Mis bueyes, que
franquearon el seto del corral, se dispersarán por las altas
hierbas. No hay moscas ni espigas de mijo, ni enjambre
de insectos picadores.
El ruido de la aldea perdióse en lontananza; es entonces
cuando se vuelve agradable escuchar la guitarra.
No apareció la luna. Su resplandor no incendió el cielo, ni
borró la belleza de las estrellas.
Mis bueyes se mueven y pastan. Por encima de mí, las
estrellas brillan, relucen en la oscuridad. Se lanzan por
el espacio, rayan el cielo y lo iluminan.
El que hace pastar al raso, engordará, sin duda, su ganado.
El deseo de engordar el mío es el único motivo que pudo
hacerme interrumpir mi sueño junto a Dikko, la de tez
clara,3
la de cabellos largos y lisos. Ella exhala un suave
olor y nunca hiede a pescado. No exhala olor a sudor,
como las recogedoras de leña seca. No tiene en la cabeza
la placa sin cabellos causada por los haces de leña.
Sus dientes son blancos, sus ojos se parecen a los del cervatillo
recién nacido de la gacela mojor, atiborrado de leche de
una ubre que la deja manar por vez primera.
Ni su talón, ni la palma de su mano son rugosos sino suaves
al tacto como el hígado; y aun mejor, como el liso vellón
del kapok.4
Mi buey, que camina al frente, ha mugido. Sale bruscamente
del rebaño y se detiene, alza la cola, la cabeza baja.
Salta y golpea la tierra con sus patas; avanza, retrocede
luego, mira ora a diestra, ora a siniestra, y a veces,
caminando de lado, se desplaza.
Con la palabra “dial” lo halagan, y horada entonces la tierra
con sus pezuñas.
Durante este tiempo mi pequeña guitarra difunde un sonido
muy suave, que el eco nocturno hace repercutir.Una
agradable brisa desgreña mis cabellos.
Ningún ser humano está a mi lado. Enfrente, distingo el domo
de un baobab, que me da la impresión de un genio
acurrucado.
El de corazón fácil de sorprender no hace pastar de noche
por no recibir visitas...
Pero el que a las visitas no teme obtiene los favores
femeninos: coquetería, cantos y regalos de bienvenida.
Para él tocarán las guitarras. Las mujeres fulbe le cantarán
alabanzas, y también a los animales de húmedas narices
que se pavonean caminando y balancean encabritándose
una giba grasienta y carnosa.
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3 La tez carmelita cobriza de los fulbe es con frecuencia exaltada en sus
poemas como atributo de la más pura estirpe y nobleza.
4 Especie de ceiba africana (Eriodendron orientale).
38. CANTATA DE LAS VACAS
Yo llamo: ellas responden. Helas ahí...
Avanzan sobre mí, me cubren,
llegan como un río en crecida,
como ríos ávidos por mezclar sus aguas;
el Kúnkure, el río Negro y el Dyóliba confluyeron,
sus ondas corren: mis vacas me inundan, me sumergen,
me he ahogado en mi rebaño...
La cuerda me falta para atar mis becerros.
Mis vacas llegan:
ellas entran, pisoteo;
salen, atropello;
pastan y ramonean;
resoplan en la sombra;
se levantan y se desperezan, bufan;
van a beber el agua tranquila: ¡Oh paz!
Pasan el día en las montañas,
descienden a los valles,
y regresan, ¡oh las bienvenidas!...
Se acoplan:
helas ahí que están preñadas, que se redondean.
Pastan y mugen de ternura,
la leche rezuma de sus ubres demasiado llenas,
gota a gota:
la leche es ordeñada con gran ruido.
Mis vacas se multiplican como babuinos.
Se arremolinan como pájaros...
Oh, mis toros, mis terneras, mis becerros...
Oh, mis vacas: corredoras, dispersas, reunidas.
Por la falda de los montes, por las crestas, trepáis,
descendéis, coméis, os saciáis.
De hierba tierna, de hierba corta, de alta hierba de primavera
y de otoño, de hierba que brota tras el fuego: ¡Oh bella
hierba de las praderas, caña, hierba de las flautas!
Os abreváis con agua pura, entráis en el redil;
yo os encierro, le doy vuelta al redil, estáis guardadas.
¡Oh madres!
Se acuestan, rumian, mugen,
peen, mueven la cola, levantan polvareda,
se lamen, estiran sus flexibles cuellos,
vuelven la cabeza hacia mí: sueñan con la dicha
Y en la dicha despiertan.
Oh, prosperidad, abundancia...
Llena las escudillas de ordeñar,
llena las tazas de cuajar,
llena las tazas de mantequilla...
Oh, las manos grasientas de crema,
los vientres llenos, las bocas satisfechas...
Oh, mi reposo, mi ocio; mis mujeres numerosas,
mis hijos numerosos, mis campamentos numerosos, mis
esclavos
Numerosos...
El suelo resuena bajo el paso de mis vacas, el monte retumba,
los valles mugen con sus mugidos... Mi rebaño se alza,
parte, estremece la tierra, sacude las arboledas, desfonda
los pantanos, desvía los arroyos, desenmaraña los bosques,
traza senderos; el ruido de mis rebaños hace temblar la
tierra, el suelo vibra; delante de ellos huyen los búfalos
y los antílopes, la polvareda se levanta, los babuinos
ladran, las fieras se apartan; la miseria se aleja...
Tengo vacas
Como las riquezas de Dios:
como el farallón tiene monos,
como la montaña tiene fuentes,
como la landa tiene antílopes,
como el río tiene peces,
como el bosque tiene pájaros,
como la gran selva tiene elefantes,
tengo vacas...
Henchíos, henchíos, oh, mis rebaños,
como las olas del río bajo el viento,
alrededor mío, como las ondas alrededor
de un leño sumergido, ahogado...
39. POEMA DE AMOR
Con mis ojos grandemente abiertos
la distinguí a través de un ligero velo,
el velo de la aurora.
No podía creerles a mis ojos
que fuera ella.
Y sin embargo era bien ella,
y no otra sino ella misma.
Ella que me ama tanto,
ella que yo amo mucho.
La reconocí por su esbelto talle,
esbelto a la manera del talle de una mujer-avispa.
La reconocí
por su grupa firme y redondeada en media luna.
Grupa que balancea caminando
y que balancea todo su menudo cuerpo;
la reconocí por su fina boca,
guarnecida de blancos dientes
y cerrada por dos labios sin espesor,
dos labios delgados,
teñidos de azul como un puro cielo,5
dos labios que se abren
y se cierran con una cautivante gracia.
En el momento en que la complicidad de la luz,
la luz emitida por la boca amarilla del sol,
del naciente sol, allá en el horizonte oriental,
de azul. También ennegrecen sus párpados y cejas con antimonio, y
se pintan las uñas de rojo con alheña.
iba a permitir a mis ojos
embriagarse con sus puras formas,
como un bebé se embriaga con la leche de los senos
henchidos toda la noche,
¡la púdica!,
calificarla no puedo de otro modo,
me dijo: “Adiós”.
Se escabulló mimosa,
más graciosa que nunca.
Me dijo:
la luz del sol traiciona a los enamorados,
excúsame,
te amo.
Me abandonó en la llanura
y su ausencia incendió la llanura de tristeza.
Y mi corazón y mis entrañas cogieron fuego,
se consumían
y yo moría
viendo la silueta esbelta de mi amada
esfumarse en la llanura,
llanura inmensa que desciende
y la traga.6
Ella partió como parte un espejismo.
Me dejó todo jadeante, en las cenizas,
muriendo de crueles desesperos.
No puedo dirigirle palabra dura alguna
por respeto a ella,
por respeto a la mujer.
Mi mujer,7
mi tía y mi hermana son mujeres.
Espero que en los próximos crepúsculos,
cuando el gran cielo esté engastado de estrellas,
centelleantes como preciosas perlas,
mi amada volverá.
Volverá a rociar mis cenizas
con una fina lluvia, hecha de sus lágrimas y de su saliva,8
cuya virtud me resucitará.
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5 Las mujeres fulbe realzan su belleza tiñéndose las encías y los labios
6 Se refiere a un declive del terreno.
5 Las mujeres fulbe realzan su belleza tiñéndose las encías y los labios
6 Se refiere a un declive del terreno.
7 La poligamia es permitida por el Islam y por las religiones africanas
preislámicas.
8 La saliva de los morabitos (santones) y de las personas virtuosas se
considera cargada de baraka (gracia divina). (La saliva de los posesos
por los dioses tiene ashé).
40. LELÉ
No me pegues, no me pellizques.
Si me tratas brutalmente, ¿quién me vengará?
Si me pellizcas, ¿a quién me quejaré?
Evita cada noche ver mis lágrimas.
Lava mi ropa, échale añil,
dóblala toda, perfúmala con incienso,
plancha la ropa, extiende ahí la estera,
y ven a conversar.
Acércate, y frótame el cuerpo,
¡pequeñita!
¡Que Dios te dé vida!
Yo te amo, te quiero,
te felicito y espero de ti.
Has sazonado la comida insípida.
Huraño cuando estoy cerca de ti;
Lejos de ti vivir me es imposible.
41. EL AUSENTE
Tú sabes que después de haberte abandonado no te he vuelto
a ver;
mis ojitos se volvieron lagos a fuerza de mirar
a lo lejos; mis piececitos se hundieron en el suelo
poco a poco.
Estoy loca por mi pequeño Samba Dyalo.
El que era mi tintura roja se bate:
que Dios tome partido por él.
42. NOCTURNO
El cielo se oscureció con el azul intenso
de las telas de algodón teñidas con índigo;
la niebla se escurrió en goticas
de leche fresca.
La hiena rugió; el señor de la selva
ha respondido...
Es entonces cuando con una persona
de tez clara es dulce cambiar
secretos.
43. DESDOBLAMIENTO
El Buen Dios creó ocho cosas, por pares, que se han
desdoblado:
ganancia y satisfacción,
ciencia y educación,
amor y confianza,
casa y seguridad.
Se gana, sin estar nunca contento;
Se instruye uno, sin mejorarse;
Se ama, sin tener confianza;
La familia ya no es un hogar.
44. LAS SEIS DIFICULTADES
Seis cosas son difíciles en este mundo:
hablar a la vez y ponerse de acuerdo;
emprender algo juntos y seguir juntos;
obtener y contentarse (o compartir);
estar en una situación crítica y tener buena cara;
poder y contenerse;
haber maldecido y honrar.
45. CINCO MALES, CINCO REMEDIOS…
Yo no gustaba de la mala mujer:
la casa vacía me la ha hecho amar.
Yo no gustaba de la cena tardía:
la noche sin comer me la ha hecho añorar.
Yo no gustaba del campo alejado:
el precio del grano me lo ha hecho querido.
Yo no gustaba de quien daba poco:
he gustado de él, viendo a quien nada me daba.
Yo no gustaba del murmurador:
el hombre brutal me ha hecho que guste de la
mala lengua...
46. LOS TRES BOCHORNOS…
Hay tres circunstancias bochornosas en este mundo:
—ser sorprendido acostado con una mujer
antes de haber satisfecho el deseo;
—ver una declaración de amor rechazada
por una mujer fea;
—acostarse al lado de una mujer que os deja con el deseo
para irse a acostar con el hombre que ella prefiere.
47. LA MUERTE DEL VALIENTE
Elefante sin pastor,
el valiente es el que impide a los valientes
poner pie en tierra.
Aquel cuya punta hiere pecho
y espalda.
El día en que el valiente muere, las lágrimas no
convienen,
¡oh madre mía! ¡Oh padre mío!
Que Dios no me mate de una miserable
muerte que deshonre,
de una miserable muerte en un lecho,
con las lágrimas de los jóvenes y los gemidos
de los viejos,
las súplicas en nombre de Dios, de la madre
y del padre,
el morabito de ganchudos dedos,
que, todos, dinero es lo que codician.
¡Pero que Dios me dé la muerte del valiente!
Cuando la pólvora ha sido repartida en cargas,
las balas puestas en reserva en la boca,
las almas confiadas a Dios,
sobreviene entonces la muerte del valiente.
El gran buitre9
se posa en tierra
Y dice balanceándose:
“ese, es el cadáver hinchado de un
caballo de raza;
ese, es el cadáver tendido de un
valiente.”
Y sucedió que la madre del valiente
no fue informada.
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9 El buitre es considerado un animal sagrado por casi todos los pueblos
africanos desde la antigüedad faraónica: “no come el corazón de los
valientes muertos en combate” (Bámbara).
48. CANTO FÚNEBRE
El día en que suenen las trompetas de guerra,
el día en que se toquen los grandes tambores de los jefes,
el día en que se eleven las lamentaciones de las plañideras,
en que las bridas se toquen,
en que los jóvenes se ciñan,
en que la mano izquierda sujete las riendas
y la derecha coja el sable.
¡Ese día!
Cenará el palafrenero con un puñado
y los caballos cenarán con sus frenos;
el valiente, con una nuez de kola,
y el cobarde, con malos pensamientos.
Por Dios, si el Incomparable es muerto,
su madre llora, detrás de la cabaña,
su padre llora y se acaricia la barba,
El adulto llora y se golpea el pecho.
Y se ve a los heridos arrastrar a los muertos
El caballo negro mojada tiene la grupa
por el sudor del celoso enfurecido,
está mojado igual que un orador.
Las lanzas rozan los cabellos demasiado largos,
y si la bala queda en la cabeza,
el humor por el cerebro se esparce.
El valiente no le teme a la pólvora ni a sus quemaduras,
el valiente no tiene miedo de romperse los huesos,
no teme a las balas ni a sus heridas,
mientras que el cobarde huye, maldice a su madre
y no vuelve en sí más que con los talismanes.
Pero he aquí que abaten a los que obstruyen las brechas:
¡Ya no es el momento de lustrar la lanza!
Nuestra mano izquierda es la de las larguezas,
y nuestra derecha es la de las cestas de kola.
Si nuestros muslos están hechos para las estriberas,
nuestros pies están formados para los estribos.
Yo amaba las muchachas, los conciliábulos,
el choque de los brazaletes y la vergüenza nocturna.
Y yo sabía hacer chasquear mis dedos
y yo sabía disputarme los paños...
¡Humillación! ¡Es a mí a quien han herido!
¿Conocéis nada más lastimoso
que la muerte de un muchacho que no estaba enfermo,
que la muerte de un potro que no estaba resfriado?
Helos ahí enterrados en el fondo de los hormigueros,
con sus pies se construirán las termiteras
y los huesos de sus manos aplaudirán sus bravos.
He aquí que viene, brincando, el buitre macho,
seguido de su hembra, sobre el cuerpo
de este muchacho que no estaba enfermo.
“Aun si él actuó mal, es lástima”,
dice ella, “¿no le echarían acaso un daño?
¿O bien falló su golpe?” El macho
le responde: “¡Líbranos del mal!”
Y agregó: “No es un pariente,
es un jovenzuelo, no es tu joven...
¡Arráncale la nariz, el vientre, yo lo cojo!
¡Tiremos bien fuerte, que las entrañas salgan!”
Era uno de los galanes favoritos de las aldeas,
un joven cabal, con instrucción,
que frecuentaba las callejuelas en las citas veleidosas,
a quien se ofrecían las muchachas con pasión.
Y he ahí todo lo que Wordu Gooro cuenta,
mientras que el relato de Baamu nada vale:
Él mismo ignora lo que dice: ¡cuidado!
Si le inmola a su huésped, es duro y avaro...
Nunca probó si era vulnerable.
Nunca hubo que curarlo de un lanzazo,
que extraerle pedazos de carne de su cuerpo.
En nadie, ni siquiera en él, tiene confianza.
Pero yo canto las alabanzas de mi pulo10,
y teñiré de oscuro los dedos de mi pulo.
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10 Pulo: Singular de fulbe
49. SILAMAKA DEL MÁCINA
Silamaka fue a buscar un adivino.
Le preguntó: “¿Dónde está el mago que puede volver
mi cuerpo invulnerable y mi mirada insostenible?”
El vidente lo miró: “Eso sólo lo obtendrás
atrapando cierta víbora,
el grueso negro11 del bosquecillo de Galamani.”
Ese reptil era el rey de los genios.
El adivino también dijo: “Hay que cogerla viva
y completamente viva cubrirla con signos mágicos,
y completamente viva recubrirla de cuero
y hacer con ella un cinturón para tu talle;
si lo consigues, nadie, hombre o genio,
podrá en lo sucesivo mirarte de frente.”
Silamaka regresó a su casa.
Hizo sonar los tambores de guerra,
todos los notables y los jefes de guerra
de los estados de su padre se reunieron.
Entre todos escogió cien caballos,
pero montados por valientes, y les dijo:
“Id a buscarme la serpiente de Galamani.”
Ellos aceptaron esta peligrosa misión.
Cuando estuvieron en el lindero del bosquecillo sagrado
la víbora desenroscó sus anillos,
se sentó sobre la cola y escupió su saliva.
Los jinetes quisieron penetrar en su antro,
pero vieron que una horrible muerte les esperaba.
La serpiente de Galamani hizo huir a los cien jinetes.
Atrapó al último, lo apretó fuertemente y lo asfixió.
Los noventa y nueve restantes regresaron junto a Silamaka.
le dijeron: “Hemos encontrado
El bosquecillo de Galamani ardiente y rugoso.”
Silamaka dijo: “¿Es más ardiente que el fuego?”
Quedó sin respuesta su pregunta.
A la siguiente mañana envió otros cien jinetes.
El grueso negro procedió exactamente como el día anterior.
A la tercera, Silamaka decidió:
“Esta vez seré yo quien conducirá el ataque.”
Hizo ensillar a Soperekañe.
Soperekañe es un caballo todo blanco.
Silamaka pisoteó al herrero,12
agarró al zapatero,
se sentó sobre el leñador,
espoleó su montura,
la hizo encabritarse,
su cola golpeó la arena,
y los cien caballos se pusieron en marcha.
Ved esos sementales, esos vigorosos machos,
tan hermosos cuando están ocupados en pastar
¡pero que en el ataque se vuelven asesinos!
Se pusieron en marcha, rugiendo como el trueno;
lo que era alto, lo aplanaron,
lo que era corto, lo saltaron,
lo que era verde, lo arrancaron,
lo que era seco, lo quebraron;
galopaban, kerbekebe,13
las briznas de hierba se doblaban,
era Silamaka quien se desplazaba.
Los animalitos salvajes, adivinando
que un gran acontecimiento se preparaba,
enloquecidos se refugiaban junto a sus madres.
Un griot14 recitó la divisa de Samba:15
“Samba, si un hombre osa decirte que tu ojo es blanco,
le abres el cráneo sin tardar.
Invisible es el cartílago
que separa la nariz del hipopótamo;
Invisible es Samba Gueladio
¡cuando ataca al hipopótamo!”
Cuando llegó Silamaka delante del bosquecillo
vio la serpiente en su posición favorita,
porque ya había adquirido la costumbre
de matar un hombre cada vez.
Silamaka dijo: “Detengamos los caballos.”
Desmontó y le pasó el animal
A su fiel cautivo Puloru;16
La serpiente estaba de frente al grupo,
Silamaka dio la vuelta al bosquecillo;
avanzó a pasitos discretos,
agarró de pronto al animal por el cuello,
el reptil se enredó alrededor de su brazo
y le golpeó con la cola en la axila.
Entonces Silamaka se reunió con sus jinetes
y estos se desbandaron, todos salvo Puloru;
El valiente pulo montó a horcajadas su montura
con el cuello del grueso negro todavía apretado en su puño.
Puloru sólo tuvo que anunciar a los otros
que Silamaka había capturado a la serpiente de Galamani.
El hijo de Jámmadi regresó a la casa del adivino.
Hizo buscar al hacedor de signos mágicos.
Silamaka seguía sosteniendo la cabeza de la serpiente.
Puloru vino a agarrarle la cola,
el mago la recubrió completamente de diseños,
luego el zapatero enfundó la serpiente con cuero
y la dejó secar a pleno sol;
Cuando todo estuvo terminado, Silamaka se la ciñó al talle
Y pagó al zapatero diez mil cauries.
El mago le dijo entonces:
“Ve al mercado con ese cinturón.”
Dirigióse el pulo a la aldea de Tena.
Estaba la feria en su apogeo.
Sujetó el cinturón para juzgar su efecto.
Todo el mundo echó a correr en todas direcciones,
hombres y mujeres gritaban sin poder contenerse;
cuatro veces Silamaka recomenzó,
cuatro veces las gentes se desbandaron;
entonces, Silamaka saltó sobre su caballo
y a Kekei, su aldea, regresó.
Silamaka abandonó su residencia.
Se dirigió a casa de Jambodedio.17
Cuando hubo llegado, hizo anunciar
la visita amistosa y fraternal de un extranjero,
pero tuvo cuidado en no precisar
que se trataba de Silamaka en persona.
Silamaka estaba acompañado
de Puloru, su cautivo de choza.
Jambodedio ordenó que lo hicieran entrar
y adivinó18 que era Silamaka.
Puloru habló por su amo: “He venido como hermano
a hacerte una visita de paz.”
Jambodedio respondió: “Especie de aborto de tu madre,
si hubieras venido para hacer la guerra
Ni tiempo hubieras tenido de ver el hueco de Kunari.19
No te doy, pues, las gracias por haber venido en son de paz.”
Ofendióse tanto Silamaka
que sobresalieron sus costillas de su torso,
tragó en seco,
y un chorro de sangre brotó de su pecho.
Los cortesanos de Jambodedio ironizaron:
“Si estás acatarrado hasta el punto
de moquear sangre en vez de mucus,
ve a hacerte una fumigación de albarcadyi.”20
Silamaka tomó a Puloru por la mano:
“Vamos”, dijo. Al salir preguntó:
“¿Dónde están los bueyes rojos de Jambodedio?”
Se cruzó con un mendigo, pero éste
meneó solamente las orejas
y huyó a todo correr.
Pero Silamaka le tiró una bolita de oro:
“Muéstrame dónde van a pastar los bueyes”;
el mendigo se contentó con ocultar su oro.
Silamaka le tiró otra;
entonces el pobre guió a Silamaka
hasta la charca junto a la cual
pastaban los bueyes rojos de Jambodedio.
Eran cuidados por cuatro pastores aguerridos.
Silamaka les dice: “Salud, fulbe, hemos venido
a robar los bueyes de Jambodedio.”
Los pastores respondieron: “¡Suponiendo
que Puloru y Silamaka en persona
acudieran armados con sus lanzas de fuego,
en verdad, no podrían robar estos bueyes!
¡Mucho menos vosotros!”
Silamaka dijo: “¡No somos ni Puloru
ni Silamaka, pero nos los robaremos!”
Hay entre los pastores uno tan temerario
que se dejó crecer en su cráneo
un mechón de pelos llamado “Refugio de arrogancia”;
cuando habla, ruge de fanfarronería su pecho.
Dice: “¡Nunca las jovencitas ferobe21
oirán contar que los bueyes de Jambodedio
fueron robados por gente de vuestra especie!”
“¡Uujúu!”, lanza Silamaka el grito de razzia,
y dócilmente los bueyes rojos lo siguieron.
El joven pastor sostenía tres lanzas
anchas como telapias abiertas:
le tiró una a Silamaka,
pero la lanza volvió a caer por tierra.
Silamaka era invulnerable.
Los tres pastores y Puloru contemplaban
al joven en lucha con el guerrero.
Logró de repente interponerse
entre el rebaño y Silamaka,
pero éste le dio la vuelta, y el pulo
Le lanzó su segunda telapia:
Silamaka la evitó; le lanzó la tercera;
el Ardo dijo: “Joven pulo, me has enviado tres lanzas
y nada he dicho, porque no acostumbro
responder a una provocación, ni a dos, ni a tres;
mas nadie me provoca cuatro veces.
Es, pues, mi turno, en fin, de responderte.”
Se enderezó Silamaka sobre sus estribos;
Soperekañe se encabritó tanto que su grupa
rozó ligeramente el suelo y su cola barrió la arena;
meneó la cabeza, batió el aire con sus patas,
su cuerpo se volvió tirante como una viga entre dos horcones,
y Silamaka se mantenía sobre el caballo
como una canal fijada a un muro
¡Tan diestro jinete era!
Tiró de las riendas, que se tensaron
como el hilo de la trama del tejedor;
manejó al animal como a un resorte que sueltan,
lo espoleó y lo lanzó
como un terrón de tierra con una honda.
Topó la bestia con el pastor, lo lanzó por el suelo,
su cráneo se abrió y sus huesos se redujeron
como tiestos de termitera rota.
Silamaka se puso a pilar el resto del cuerpo
bajo los cascos de Soperekañe,
¡así murió varias veces el pobre pastor!22
Luego se dirigió hacia el segundo guardián.
Este gritó: “¡No nos mates,
somos tus servidores!”
El Ardo dijo entonces: “Conducid, pues, estos bueyes a mi casa
y seréis mis fieles pastores”.
Después se volvió hacia Puloru:
“Tú, acompáñales, Puloru,
porque no puedo ser un bandolero;23
Tengo que quedarme aquí para esperar
todas las consecuencias de mi acto:
¡si las treinta y tres aldeas de Kunari
se unieran para formar una sola mano,
yo las trabajaría como el zapatero el cuero,
como el albañil trabaja el muro,
como la alfarera trabaja las ollas!”
Cuando los animales desfilaron
por detrás de la aldea de Gundaka,
la mujer de Jambodedio los vio por encima de las murallas
y gritó: “¡Hombre de cuello blanco, hijo de Jámmadi,
has robado mis bueyes rojos para que yo beba del negro!”24
Mientras Puloru conducía el rebaño,
Silamaka sacó su sable y lo lanzó hacia la mujer pulo:
“¡Dale eso a tu marido, dijo,
como signo de agradecimiento!”25
Jambodedio hizo sonar el tam-tam de guerra.
Púsose a contar los caballos
que iba a enviar contra Silamaka.
Un anciano de la aldea preguntó entonces:
“¿Es que un viejo podría decir una palabra?”
Jambodedio respondió: “Sí, si no es una palabra que le cueste la cabeza.”
Dijo el viejo: “Ha llegado a mis oídos que los razziadores
no son sino Silamaka y Puloru,
¡y esos no son fulbe vulgares!”
Jambodedio regresó a su morada
y sacó su fetiche hablador, Saneru;
lo agarró, lo sacudió, lo interrogó.
Saneru dijo: “No atrapes lo que no se puede atrapar,
Jambodedio, no agarres lo que no hay que agarrar;
¡porque quien le ponga la mano encima no lo contará!”26
Jambodedio reunió mil caballos
para lanzarse en persecución de Silamaka.
Este no se había alejado mucho de Gundaka.
Esperaba tranquilamente, cruzando los pies,
con su lanza en la mano y de frente al Kunari.
Los caballos de Jambodedio se abalanzaron,
hicieron crujir la tierra bajo sus cascos,
pero esos crujidos ni siquiera han hecho
crujir27 los dedos de Silamaka;
permanece sentado, con las piernas cruzadas,
mira llegar los caballos,
Soperekañe está de pie a su lado,
todavía con la traba, lavando su freno con la boca.28
Una nube de polvo había precedido
al ejército de Jambodedio; Silamaka fue cubierto por ella
antes que estuviera cerca la cabalgata;
se incorporó entonces, sacudió su bubú,
apretó las cinchas de la silla,
desató su caballo, pisoteó al herrero,
agarró al zapatero, se sentó sobre el leñador,29
y lanzó la bestia aflojando las riendas;
Soperekañe se curvó como un arco,
se encogió como una fiera lista a saltar,
cavó la tierra como el cultivador
cava huecos para después sembrar.
Silamaka gritó entonces: “¡Jambodedio,
no se lanza uno sobre el enemigo sin prevenirle;
pero es uno de los rasgos del carácter30 de mi caballo
no poder soportar la vista de una cabalgata
sin correr a su encuentro, no puedo retenerlo!”
En ese momento, el viejo de buen consejo
dijo a Jambodedio: “Vale más abstenerse
de atacar a un hombre de esta envergadura
cuando está furioso, porque somos numerosos
y si por desgracia nos hiciera huir,
la vergüenza sería para nosotros indeleble”.
Jambodedio ordenó acampar a sus hombres;
Silamaka detuvo su impulso y puso pies en tierra.
Aconsejado por el anciano, Jambodedio
cogió una yegua vieja, vistió un bubú
arrugado y harapiento, y guiado por un niño31
dirigióse a Silamaka; le dijo:
“Ardo hijo de Dikko, tú, jefe de cuello blanco,
mi lengua pronunció una palabra por otra, te presento mis excusas.
Vengo a rogarte que mis bueyes me devuelvas”.
Silamaka dio media vuelta y galopó hacia Puloru,
a quien le había dicho que no se alejara demasiado.32
Mandó restituir sus bueyes a Jambodedio.
Entre Welingara y Ngurema esto sucedió...
_______________________________
11 “El grueso negro”: Así se designaba a la serpiente sagrada de
Galamani, isla próxima a Sanssanding.
12 “Pisó el estribo, cogió las riendas, se sentó en la silla.” El poeta se
refiere al objeto nombrado a su fabricante.
13 Onomatopeya.
14 El griot acompañaba a su señor a los combates para presenciar sus
hazañas y componer su pui o epopeya.
15 Uno de los héroes legendarios de los fulbe; se canta su divisa en los
momentos heroicos.
30 Silamaka ironiza para vejar aún más a su adversario.
16 Siervo muy querido por su amo Silamaka. Inseparables
compañeros de aventuras, han pasado juntos a la inmortalidad.
“Se le consideraba como un gran héroe y la leyenda cuenta
“Se le consideraba como un gran héroe y la leyenda cuenta
que cuando en la pelea Sira Maga Ñoro [Silamaka] por un
lado mataba a un hombre, Polor [Puloru] por el otro tumbaba
al suelo a un enemigo.” Frobenius, Leo: El decamerón
negro. La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972, p. 62.
17 A Gundaka, aldea entre Mopti y Bandiagara, capital del Kunari, lugar
de residencia de Jambodedio.
18 Porque nunca se habían encontrado.
19 Hueco lleno de agua, en medio de la villa, donde precipitaban a los
indeseables.
20 Árbol cuya resina se quema y que posee propiedades medicinales y
“mágicas”
21 Tribu de Sow, Sídibé, etc. Jambodedio y Silamaka pertenecen, como
casi todos los jefes fulbe de esa región, a la tribu de los Dialo o Dikko.
22 Literalmente: murió y remurió.
23 En efecto el acto de Silamaka es venganza y no rapiña. Es una
provocación que responde a la provocación de Jambodedio.
24 Las mujeres de Jambodedio sólo bebían leche de esas vacas rojas, y
nunca de las negras.
25 Para que el marido reconozca quién se apoderó de sus bueyes y salga
a batirse con él.
26 Porque morirá.
27 Los fulbe adoran estos juegos de palabra.
28 Con su saliva.
29 Imagen para decir que el jinete hincó sus espuelas, agarró las riendas,
y se sentó en la silla; formas estilísticas muy frecuentes
31 Jambodedio se reviste de los símbolos de la humildad. Eso expresa
su arrepentimiento tan claramente como sus palabras.
32 Silamaka sólo esperaba esta reparación y este bálsamo para satisfacer
su amor propio. Salvado su honor, no se obstinará, pues la clemencia
es señal de nobleza.
50. BALADA TUCULER DE SAMBA-FUL
¡Se ha marchado Samba!
Samba era de raza noble, descendía de Koli Satiguy, que
era un santo hombre al mismo tiempo que gran guerrero
y que poseía, a causa de su fervor místico, un talismán
precioso que lo hacía invulnerable. El talismán le permitía
adquirir todas las formas posibles de animales para vigilar
los manejos de sus enemigos y lo volvía invisible a los ojos
de su antagonista en los momentos de peligro.
¡Se ha marchado Samba!
Samba era noble y generoso, poseía todas las cualidades
para reinar, pero su padre murió mientras él era muy
pequeño, y su tío, Abú Musa, le arrebató el mando. Abú
Musa hasta buscaba hacerlo perecer. Pero Samba se escapa
y marcha día y noche para sustraerse a sus emboscadas.
Todos lo abandonan, los partidarios de su padre están
desalentados, sólo tiene en su séquito a su griot y a su perro,
que le permanecieron fieles.
¡Se ha marchado Samba!
Samba llegó a casa del Tunka de Uandé, en el Futa Damga. Se
identifica y es agasajado. Pero su tío es poderoso y el Tunka
es débil, de manera que no puede recibir ayuda alguna en
hombres para hacer la guerra. Le confía al Tunka su madre y
sus hermanas, a quienes salvó de la animadversión de su tío.
¡Se ha marchado Samba!
Samba no se deja desalentar por la adversidad. Al no
encontrar apoyo para su venganza en casa del Tunka de
Uandé, atraviesa el Río y va en busca de El-Kebir, el Emir
de los Moros, que tiene mil guerreros siempre dispuestos
a batirse. El-Kebir está en su campamento, rodeado de sus
mujeres, de sus rebaños, de sus camellos.
¡Se ha marchado Samba!
“Yo soy Samba”, le dice, “dame un ejército para combatir
a mi tío y recobrar el poder que me robó. Habrás defendido
la justicia al darle ayuda al débil contra el opresor, y todos
dirán que eres un gran jefe, sabio, valiente, equitativo.”
¡Se ha marchado Samba!
El-Kebir dice: “Bienvenido seas.” Le brinda hospitalidad,
pero no quiere intentar la lucha contra Abú Musa, que es
poderoso; y sin embargo Samba quiere vengarse. Samba
come el cuzcuz de la hospitalidad, pero el agua del desierto
es infecta y salada. Samba le dice a la cautiva del Rey:
“Dame agua dulce y fresca como la de mi país.”
¡Se ha marchado Samba!
“Bien que me gustaría”, le responde la cautiva; “pero sólo
podría dártela al precio de mi vida, porque la fuente de
agua dulce es la posesión del león M’Bardidalo, que la
cuida celosamente y sólo deja cogerla a los que consienten
en darle una doncella como sacrificio cada año. Las pobres
cautivas como yo son muy desgraciadas: le sirven de pasto”.
¡Se ha marchado Samba!
Samba coge el odre de la cautiva y va directo a la fuente
donde se encuentra M’Bardidalo. El monstruo quiere
devorarlo; pero Samba es un gran guerrero y la lucha se
entabla entre los dos. Los rugidos del león provocan pavor en
los alrededores. Todos están aterrorizados durante aquella
negra noche. Sólo Samba ha conservado su coraje y al león
mata. Clava su lanza en la arena, amarra a ella su perro y
deja sobre su enemigo ya muerto una de sus sandalias.
¡Se ha marchado Samba!
La noticia del formidable combate se propaga por el
campamento. Todos quieren ver al monstruo abatido y las
doncellas están radiantes por la derrota de su enemigo. ElKebir
dice: “Que quien obtuvo la victoria se de a conocer
para que lo admiren”. El griot de Samba le responde: “El
que mató al león será el que sepa desatar al perro, blandir la
lanza y calzar la sandalia”.
¡Se ha marchado Samba!
Todos los guerreros de El-Kebir vienen uno a uno, llenos
de ardor y de confianza, para desatar al perro, pero el fiel
animal les muestra los dientes con furia. Nadie puede
arrancar la lanza, que queda plantada en la arena como
un árbol inconmovible. Nadie puede calzar la sandalia.
¿Cuál es, pues, el guerrero temible que ha vencido al león?
Ninguno de ellos puede decir: “Yo”.
¡Se ha marchado Samba!
Samba se aproxima por último. El perro lo llena de caricias,
se deja desatar por él. Samba blande la lanza, que nadie
había podido arrancar del suelo. Samba calza la sandalia,
que es semejante a la que tiene en el otro pie. Todos dan
muestras de viva alegría. Las doncellas lo bendicen, ElKebir
le dice: “Eres un gran guerrero”.
¡Se ha marchado Samba!
El-Kebir está encantado y le dice a Samba: “Mi hija y mis
riquezas te pertenecen desde este momento”. Pero Samba
sólo tiene un pensamiento, vengarse de su tío, y responde:
“Dame un ejército”. El-Kebir vacila de nuevo; sólo se lo dará
si Samba le presta otros servicios. El rey de los fulbe posee
bueyes blancos que jamás nadie ha podido sorprender; es
preciso que Samba se los robe para entregárselos a él.
¡Se ha marchado Samba!
Samba no es un ladrón, él ataca a los hombres como los
leones: de frente. Los moros, que son cobardes, sustraen
con astucia algunos miserables bueyes. Pero Samba, el
descendiente de Koli Satiguy, se bate cuerpo a cuerpo, a
pleno sol, contra sus enemigos. Monta en un caballo fogoso,
al sonido del tam-tam de guerra y de los cantos de los griot.
Le hace decir al rey de los fulbe: “Voy a hacerte la guerra,
defiéndete”.
¡Se ha marchado Samba!
El combate es formidable, Samba es vencedor. Biram Gurur,
el rey de los fulbe negros, es su prisionero; sus riquezas, sus
rebaños están a merced de Samba. Pero el vencedor es tan
generoso después de la victoria como valiente durante el
combate. Sólo coge la mitad de los bueyes blancos de los
fulbe, y le devuelve a Biram sus riquezas, impidiendo que
los moros, que no combatieron, le roben cualquier otra cosa.
¡Se ha marchado Samba!
Los ladrones moros, que habían partido para robar después
de la batalla, regresan con las manos vacías y gritan traición.
El-Kebir, que es insaciable, no está contento con tener
solamente la mitad de los bueyes blancos, cuando pudiera
tener el rebaño completo, y dice: “Muerte a Samba-eltraidor”.
Su cabeza rodará por la arena, su cuerpo le servirá
de pasto a los buitres y a las hienas del desierto.
¡Se ha marchado Samba!
Las hijas de El-Kebir no quieren que quien las libró del
león M’Bardidalo perezca, saltan sobre los caballos del
campamento, que pastan en libertad, y van a decirle:
“Nos quedamos contigo; si abandonas el campamento,
no regresaremos más”. La esperanza de la nación parte
con ellas. Si Samba no regresa, El-Kebir no tendrá más
descendientes.
¡Se ha marchado Samba!
Al verse El-Kebir abandonado por sus hijas, se desespera;
lamenta lo que ha hecho contra Samba. “Regresa”, le dice,
“regresa con las muchachas del campamento, la esperanza
del futuro; regresa sin demora con esas imprudentes,
esas locas, que nos abandonarían a todos, sin pena, por
seguirte. Regresa, yo te colmaré de riquezas, mandarás mis
guerreros”.
¡Se ha marchado Samba!
Samba que es tan bueno como generoso, regresa al
campamento y le dice a El-Kebir: “Dame un ejército para
vengarme del bárbaro de mi tío y reconquistar mi reino”.
El-Kebir no se resiste más esta vez, hace tocar al fin el tamtam
de guerra; los guerreros se reúnen, a los juramentos de
venganza de Samba prestan atención.
¡Se ha marchado Samba!
Los guerreros, contentos e impacientes por combatir, se
apretujan a los lados del valiente, que es invencible y que ya
ha dado muchas pruebas de su valor. Sus armas relucen al
sol, los gritos de las mujeres los acompañan; y Samba, lleno
de alegría por mandar un gran ejército, quiere ir primero a
Guelé a darle gracias al viejo Tunka por los cuidados que ha
brindado a su madre y a sus hermanas.
¡Se ha marchado Samba!
Los guerreros están en marcha, Samba no se siente contento;
piensa en su madre y sus hermanas. Una vieja mendiga se le
aproxima, le pide que se detenga para escuchar sus quejas.
Samba la empuja suavemente, diciéndole: “¡Déjame!, tengo
prisa por ver de nuevo a mi madre, que se pondrá muy
contenta de saber que voy a reconquistar mi reino robado
por un tío bárbaro”.
¡Se ha marchado Samba!
Pero la vieja le responde: “¡Samba!, yo soy tu madre. ¿Por
qué no me reconoces? Si soy tan pobre, si estoy tan cambiada,
es porque el Tunka de Uandé no fue generoso; no cumplió
la promesa que te hizo; tuvo miedo de las amenazas de tu
tío, y nos echó. Tus hermanas son cautivas y yo carezco de
todo”.
¡Se ha marchado Samba!
“¡Oh Dios, es posible? Madre, serás vengada”. Los guerreros
atraviesan el Río, el tata de Uandé es tomado por asalto.
Al Tunka matan. A sus hijos matan. Sus hijas son hechas
cautivas. La madre de Samba, que fue la más pobre, la
más desgraciada del país, es desde entonces la soberana de
Uandé.
¡Se ha marchado Samba!
Los guerreros se aproximan a los estados del tío de Samba,
Abú Musa, el usurpador, el hombre de malos designios, está
en el palacio que le robó a su legítimo soberano. Está lleno
de orgullo, nadie osa mirarle de frente. Samba detiene su
ejército sin que nadie se lo haya anunciado a Abú Musa, que
ve un perro flaco aparecer.
¡Se ha marchado Samba!
“Perro, dime quién eres. Ya seas un simple animal o un genio,
apresúrate a desaparecer de ante mis ojos o teme mi cólera”,
dice Abú Musa. El perro desaparece, pero haciéndole frente
a Samba, que aparece con el rostro enfurecido. Muestra
el talismán de Koli Satiguy y le dice a su tío: “Vengo a
castigarte por tus maldades”.
¡Se ha marchado Samba!
El ejército se aproxima en la noche y ataca la villa por
sorpresa; el combate es formidable. Los partidarios de Abú
Musa son numerosos, pero los guerreros de Samba son
valientes. Samba es un rayo de guerra: mata a su alrededor
todo lo que se le resiste, le da muerte al tirano Abú Musa.
¡Se ha marchado Samba!
Samba, victorioso, se identifica; lo aclaman con amor como
soberano del país. Cada uno dice: “He aquí al grande, he
aquí al noble, he aquí al verdadero rey”. Samba va a reinar
con bondad. Samba hará la felicidad de su pueblo. Samba
colmará a sus griot de grandes riquezas para que canten,
todos los días y delante de todos los guerreros, las gestas
de Samba, para que conserven, por siempre, el recuerdo de
sus proezas.
51. KAÏDARA
He comido pollo antes que el piojo me comiera.
Tira mi “comedor” a tierra.
Un día cercano, la tierra se lo comerá.
La vida así está hecha.
La termita roe las raíces, las come.
En cuanto a la gallina, se traga la termita.
El hombre se alimenta de la gallina
y la fiera se come al hombre.
La tierra paciente espera.
Sin ojos, contempla y ve.
Observa al escarabajo.
Se ríe de él, sin boca.
El escarabajo sin palabras le dice:
“¡Oh tierra!, yo imito a Gueno tu Creador,
que te da vueltas durante el día,
te da vueltas de nuevo por la noche,
te hace rodar en todos los sentidos
y te hace danzar en la eternidad”.
En verdad, la vida consiste en contemplarse.
Nosotros nos comemos, nos comemos de nuevo
y, finalmente, la tierra nos come a todos.
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