Luis González de Alba
Luis González de Alba (Charcas, San Luis Potosí, 1944), es escritor, periodista y divulgador de la ciencia. Ha publicado novela, cuento, ensayo, poesía y artículos en diarios y revistas. Fue integrante del Consejo Nacional de Huelga, que encabezó el Movimiento estudiantil en México de 1968. El 2 de octubre de ese año fue aprehendido en Tlatelolco. Estuvo recluido en la cárcel de Lecumberri de la Ciudad de México, donde escribió su primera novela, Los días y los años. Le siguieron Y sigo siendo sola, Agapi mu (Amor mío), Cielo de invierno, los cuentos de El vino de los bravos y ensayos sobre ciencia: La ciencia, la calle y otras mentiras, historia: Las mentiras de mis maestros, historia de la física cuántica: El burro de Sancho y el gato de Schrödinger, sexualidad: La orientación sexual, Niño o niña. Las diferencias sexuales. Tiene el poemario El sueño y la vigilia (2006). Hasta 2010 sus más recientes publicaciones son: Otros días, otros años, El sol de la tarde, Olga. Fue fundador del diario La Jornada, de los partidos Socialista Unificado de México (PSUM), Mexicano Socialista (PMS) y de la Revolución Democrática (PRD). No milita en ninguno. Publicó durante más de una década la columna La ciencia en la calle en el diario mexicano La Jornada. Publica semanalmente sus colaboraciones Milenio Diario, dedicada al análisis político y la divulgación de la ciencia. En esta última área obtuvo en 1997 el Primer Premio Nacional de Periodismo.
EL DESEO EN PANTALÓN VAQUERO
Atraviesa el deseo,
en vaqueros a pelo y sin más nada,
los pasillos del hampa y la penumbra
con olor a sudor y semen tibios.
Vuelvo una y otra vez a aquella tarde,
al mismo anochecer de mis treinta años,
para encontrar tu sombra de durazno
y hacer lo que no hice:
dejar caer al suelo
un pantalón vaquero
y sin camisa,
corta chamarra verde entre mis manos,
chamarra que también llevaba a pelo
y sin camisa,
mojada en los sobacos que escurrían,
murmurarte al oído rosa y blanco:
Está bien, me atrapaste,
y seguirte el juego de mirón
que proponías
aproximándome sin más
a aquel tercero:
Nos dio ya su permiso, wey,
y lo calienta vernos
No te arrepientas nunca
de lo que no hiciste
a tus floridos treinta: Carpe diem,
di con Horacio,
quam minimum credula postero:
cuán mínimo es creíble el porvenir.
RESTOS DEL TSUNAMI de una mudanza.
1 de enero de 2014
Siguen apareciendo hojas amarillas como troncos de palmera podridos por el mar. Ignoro el motivo de nunca haber publicado este par dedicado a Ernesto Bañuelos. Quizá porque lo dice mejor José José. O porque deben leerse juntos y así recordar las "cintas blancas". O por el freudiano ensimismamiento que teme al mar abierto.Van tal cual.
ca. 1977
·Nuestros cinco años·
Fue un desayuno frugal:
toronajas perfumadas,
té de jazmín que mi amor trajo de La Paz
(de la bahía de La Paz que se da vuelta sobre sí misma
para que la ciudad vea a tierra,
ensimismada,
y no al mar abierto),
pan integral y miel
que comimos entre sabanas blancas bordadas
y música que Bach compuso
para que el pobre Goldberg
deleitara de noche al insomne conde Keyserlingk.
ca. 1986
·Nuestros diez años·
Hay días en que me canso de comer
tan sano y nutritivo:
el pan integral,
el té negro aromatizado con pétalos de rosa,
el azúcar mascabado,
el queso fresco,
la levadura y las nueces,
la mermelada casera,
la miel en el pan,
las sanas almendras,
los sanos piñones;
entonces me salgo a comer tacos de cabeza,
pozole con seguras sobras,
refrescos pintados cuya ingestión jamás se recomienda.
A veces me salgo de noche,
dejándote en un cuarto tibio y seguro
para caer en brazos
de bellezas muy inferiores a la tuya.
A UN FAUNO
Te había olvidado,
pequeño sátiro danzante,
olvido imperdonable
en camaradas de mismas correrías,
en amigos nocturnos
y cómplices de la arboleda,
del matorral, el bosquecillo incitante.
El verano montaba en los árboles
con verde y azul de arce y cielo.
El vapor del río mojaba sábanas
y noches.
¡Qué calor hizo aquel verano!
En este invierno pálido
el Café de Cluny es ya una pizzería,
y frente al Parlamento griego
se esfumaron los cafés
tragados por la tarde ruidosa
y sin aquella pereza
de los hombres mayores,
komboloi en mano:
ya nadie pierde tiempo en eso.
El invierno me trae de nuevo a ti
con ramas secas, cielo gris
y estanque helado,
amigo de cola breve
sobre las nalgas duras,
amigo de la flauta
que suena a cornamusa.
Tú conservas aquella nuestra edad
intacta,
sostenido en un pie
sigue tu grácil salto,
yo me derrumbo
y cumplo mañana sesenta años.
Terminarás también,
joven fauno danzante,
pero tus años
se cuentan en milenios.
París, diciembre de 2003.
ISLA DE COS
No es la araucaria para mí
porque es señora de encimadas crinolinas
y toquilla de encaje bruselense.
En mi jardín quiero un ciprés,
alto y delgado amante de Apolo,
muerto de pena por haber matado,
sin intención,
lo que más amaba.
9 de marzo de 2002
ANIVERSARIO
15 de febrero de 2002
Y pasaron diez años como dice
la sabia multitud (y no se engaña)
que corre el tiempo sin sentirse cuándo;
domar al tedio de los días fue hazaña
no menor que el acecho del enfado,
el pertinaz labriego de cizaña,
más eficiente si mejor oculta
al libre pez colgando de su caña.
He aprendido a querer tus pies descalzos,
a esperar ese acto involuntario
de abrazarme a la par que el sueño llega
y suave te sumerge en el remanso
entre mi flanco y brazo, necesarios
a formar la bahía en la que juegas.
II
No pasarán otros diez años, creo,
mas no será tu culpa ni la mía,
sino arena cayendo impredecible,
que ciega a amor y a eros contraría.
No pasarán otros diez años, pienso
al ver que consumimos cada día
con rigurosa cuenta, y la mañana
nos ofrece la flor que ayer no abría.
Las llevaré contigo una por una
al ocaso estruendoso que nos cerca
con el giro impasible de la luna:
fatal elipse, compañera terca,
la veremos volver hasta que asuma,
(ya sin nosotros), la mecánica vuelta de una tuerca.
MI ÚLTIMA RETSINA
Son para siempre
todos los adioses
pues no baña el mismo río
jamás el mismo cuerpo
ni son los mismos ojos
mirando hacia el Egeo
aquellos deslumbrados
bajo el calor de agosto
que lo vieron venir
hace dos años
desde Monastiraki
con ese paso lento,
con ese balanceo
de sus veinte años.
Son para siempre
los adioses:
queda el amor,
el barco en el puerto,
la vid que reverdece en parra
sobre los nietos
y en septiembre
da sus largos racimos
transparentes.
No hay para el reencuentro
ningún lugar preciso,
ninguna cita hecha
como no sea ésta
con nuestro viejo amor
que ha puesto un plato más
sobre la mesa
bajo la luz de otoño,
el nuevo otoño aéreo
con el que se despide el año
y que un día,
cierto como que morirá el Egeo
sin que nadie lo vea,
un día tan cierto como la muerte,
no volverá.
VISTA DE POROS
Grecia: mar amable
que no conoces el océano,
mar sin olas,
aunque de ellas
hablen tus canciones
LA ANTIGUA LEY
La gacela levanta su cuello y con ojos inyectados de sangre observa sus tripas devoradas por los leones.
Vuelve a recostarse y mira el turbio horizonte de acacias, la impasible planicie, sus hermanas pastando indiferentes pocos metros aparte.
Los leoncitos cachorros dejan sus maromas infantiles y corren al festín.
La gacela levanta una vez más su cuello y con ojos desorbitados observa sus tripas devoradas por los leones, revueltas en el suelo.
Vuelve a recostarse y mira el cada vez más turbio sol brillando en las acacias, la implacable planicie polvorienta.
Ah, sí, lo olvidaba: es que Tu amor es infinito, dicen.
NUEVA ALTA TRAICIÓN
No amo la Literatura
su L mayúscula
me mueve a risa.
No he leído a Joyce
ni podido terminar Lezama alguno.
Pero, aunque no daría la vida,
la arriesgaría por salvar de las olas
un poema de Ritsos,
dos o tres de Kavafis,
los versos iniciales con que Piedra de Sol
nos lanza al firmamento,
el adiós de Cernuda
y su esperanza de volver un día,
unas vagas estrellas,
Durrel,
los ásperos criminales de Pessoa
y tres o cuatro más
que se me olvidan.
A UN FAUNO ADOLESCENTE
Te había olvidado
pequeño sátiro danzante,
olvido imperdonable
en camaradas de mismas correrías,
en amigos nocturnos
y cómplices de la arboleda,
del matorral, el bosquecillo incitante.
Grecia6.jpg picture by antoniosarabiaEl verano montaba en los árboles
con verde y azul de arce y cielo.
El vapor del río mojaba las sábanas
y noches.
¡Qué calor hizo aquel verano!
En este invierno pálido
el café de Cluny es ya una pizzería,
y frente al Parlamento griego
se esfumaron los cafés
tragados por la tarde ruidosa
y sin aquella pereza
de los hombres mayores,
komboloi en mano:
ya nadie pierde tiempo en eso.
El invierno me trae de nuevo a ti
con ramas secas, cielo gris
y estanque helado,
amigo de cola breve
sobre las nalgas duras,
amigo de la flauta
que suena a cornamusa.
Tú conservas aquella nuestra edad
intacta,
sostenido en un pie
sigue tu grácil salto,
yo me derrumbo
y cumplo mañana sesenta años.
Terminarás también
joven fauno danzante,
pero tus años
se cuentan en milenios.
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