Andrés Chabrillón
Andrés Chabrillón (Paraná, Entre Ríos, 20 de septiembre de 1887 - 1968 Buenos Aires, Argentina) fue un poeta, escritor, abogado, juez, conferencista y profesor de literatura argentino.
Viajó por Europa y América. En 1911 publicó su primer libro de poemas, titulado A la luz de una sombra, de singular trascendencia por su contenido poético y su originalidad. Su sentido creador, sin desmedro de los valores estéticos, suscitó la adhesión calurosa de poetas y escritores jóvenes, especialmente en Chile y Centroamérica.
Es considerado uno de los adelantados del Creacionismo que se encendió en Huidobro y Reverdy. Manejó lo histórico, lo concreto, lo pintoresco, lo objetivo, lo artificial, y a veces asimiló algunos elementos del simbolismo, del Parnaso y del decadentismo (componentes básicos de su fórmula revolucionaria). Como lo haría Mastronardi en el movimiento siguiente, Chabrillón pondría una punta de lanza bien entrerriana entre la "Kermesse" modernista porteña.
Perteneció al grupo de bohemios que solían reunirse en el histórico Café de los Inmortales de Buenos Aires.
Evaristo Carriego, Ghiraldo, Álvaro Melián Lafinur, Enrique Banchs, Juan Pedro Calou, Roberto F. Giusti, Alfredo Bianchi, Juan Pablo Echagüe, Hugo de Achával, Natalio Botana, Alberto Gerchunoff, Charles de Soussens, Roberto Payró, Luis Doello Jurado, Edmundo Montagne, Bernardo González Arrili, Domingo Robatto, Héctor Pedro Blomberg, Federico Carlando, Juan Francisco Palerino, Fernán Félix de Amador y Emilio Lascano Tegui, eran algunos de los poetas y escritores que solían tratar con Chabrillón.
Fue Medalla de Oro en el Colegio Nacional de Paraná en 1906.
Se graduó de Abogado en 1913 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Fue abogado y magistrado. Ejerció su profesión de abogado y juez en las provincias de Entre Ríos y Misiones. Ha sido defensor de Pobres y Menores en Victoria (Entre Ríos) entre 1917 y 1918; Juez de Primera Instancia en lo Civil y Comercial en Concordia (1918-1919); abogado del Banco de la Nación Argentina en Posadas (1915-1917) y de la sucursal Concordia (1922-1947); abogado del Ferrocarril Nordeste Argentino (también en Posadas, Misiones, entre 1915 y 1917); asesor letrado de los Ferrocarriles de Entre Ríos y Nordeste Argentino en Concordia (1919-1948); y abogado y apoderado de The Jewish Colonization Association (Concordia), hasta la misma fecha.
Catedrático de Literatura Española, Americana y Argentina en el Colegio Nacional y en la Escuela Nacional de Comercio de Concordia, Entre Ríos. También fue Profesor de Instrucción Cívica en los mismos colegios, entre los años 1937 y 1956.
Se destacó como Presidente del Rotary Club de Concordia, Entre Ríos.
Fue el primer Presidente de la Comisión Municipal de Cultura de Concordia, primera ciudad de la provincia que contó con una Comisión Municipal de Cultura en 1941. Su objetivo era “El fomento de la cultura intelectual y artística de la ciudad”. Chabrillón decía, además: “instruir es enriquecer la inteligencia”. Fue también Presidente de la Biblioteca Popular Olegario V. Andrade, en la misma ciudad.
En 1918 se radicó en Concordia, Entre Ríos, donde vivió hasta 1962, año en que se mudó a Buenos Aires, donde transcurrió los últimos años de su vida hasta su muerte acaecida en 1968.
Su estilo poético[editar]
La poesía de Andrés Chabrillón se da con una suma de elementos idiomáticos y poéticos todos de buena ley. Dentro del panorama de su entorno fue nuevo por los motivos de su canto y por la forma de expresión. Canta impulsado por el imperativo de su naturaleza lírica.
El poeta crea fuera del mundo que existe el que debiera existir. Esa formulación imposible de Vicente Huidobro, poeta chileno que influye sobre su poesía, también campea en muchos de los versos de Chabrillón, cuyo vanguardismo consistió, además, en reaccionar contra la métrica modernista y reinventar la metáfora, que en su caso, tiene ascendencia francesa.
Libros publicados[editar]
A la luz de una sombra, Herculano, 1911.
Oro pálido, Edit. Virtus, Buenos Aires, Argentina, 1919.
Desnudez, Manuel Gleizer Editor, Argentina, 1931.
Si pensara la rosa, Editorial Nueva Impresora, Argentina, 1954.
La cigarra, Editorial Nueva Impresora, Argentina, 1955.
Tres lágrimas de topacio,[Tall gráf. Dulau], Argentina, 1963.
Al poeta Julio Garet Mas,[s.n.], Argentina, 1964.
Por mitades con la muerte, Editorial de Entre Ríos, Subsecretaría de Cultura, Entre Ríos, Argentina, 1995.
De Oro pálido (1923)
Lado a Lado (1914-1916)
Tarde de seda
I
La tarde suave
Como una pluma…
¡La tarde no habla
Pero perfuma!
La tarde calla
Su despedida,
Pero en silencio
Mece la vida.
Con su dulzura
De fin del día,
Es la serena
Sabiduría.
Con su tocado:
Oro, azul, lila,
Es la belleza
Rara y tranquila.
II
Junto a tí paso
De amor la vida
Como una tarde
Lenta y dormida.
Mi amor callado
Su flor consume…
Te dice todo
Con el perfume.
Finge mi raro
Verso de amor
Su panorama
Multicolor…
III
Deja que te ame
Con alma queda,
Como una fina
Tarde de seda.
Deja que pase
Calladamente,
Como un silencio
Sobre tu frente.
Déjate ir,
Como dormida,
Sobre mi sueño….
Sobre mi vida….
Bajo la tarde
Que fluye al mar
De oro y violeta
Crepuscular…
La mirada dormida
Miras la mirada larga
Como perdida y sin objeto
Como esparciéndose en un más allá,
Bajo un tul fino de tristeza
Y en un silencio pensativo,
¡ Tan finamente pensativo y triste
Como tu propio afán !
Ves la vida recóndita
Que se mece en la calma de mis ojos,
Que se vela en un fino tul de lágrimas,
De ensueño y de serenidad…
Preguntas con silencio elocuente
Adónde va el ensueño
De mis pobres pupilas estancadas
Y en éxtasis,
¡ Adónde va la interrogante larga
De la meditación y de pesar !
Mis ojos miran hacia adentro,
Bajan al fondo de la vida interior.
Imperturbablemente
Están como estancadas linfas claras
Velando la meditación.
Indiferentemente
Recogen esta luz de los crepúsculos
Profanos,
La claridad tornasolante
De la vida exterior…
Con el suave silencio
Con que difunde su alma la flor,
Para no perturbar la obra profunda
Se han dormido los ojos
Y hacia adentro ha bajado la atención….
¡ Para hallar perlas puras,
En el amargo piélago
De la vida mecida y combatida,
Serenidad es lo mejor:
Una serenidad de vida oceánica
Transparenta el enigma,
Llora su perla bondadosa
Y endulza el húmedo corazón !
Miro hacia el fondo
De mi pálido ayer.
Bajo por la raíz larga del tiempo
Y de la vida,
Por el camino pálido
De mi desordenada adolescencia,
Y miro el fruto de mis años
Equitativo y fiel…
Lloro con este fino tul de lágrimas
Y de silencio ;
Lloro con mi virtud perseverante
La fuerza de ilusión dilapidada,
¡ El tornadizo y oscilante
Venir, pensar y florecer !
Contemplo el daño irreparable
De las horas perdidas
Que se van sin dejar huella en el alma,
Ni de mal ni de bien…
Veo venir la Muerte,
La Ineluctable, cada vez más próxima,
Como una fría insinuación de invierno :
¡Y redondeo en síntesis mi vida,
La imagino, la evoco,
Para crear esperanza.
De que es posible el porvenir soñado,
Y alimentar la vocación enérgica
De la virtud y el laurel !
En el suave silencio,
Tras los ojos profundos,
Trabaja un vasto sueño de justicia,
De belleza y verdad….
El alma se contempla en el camino
Del tiempo ;
El alma se escudriña en el presente
A sí propia
Con despiadada serenidad.
Trabaja el noble espíritu
Con vibrante conciencia
Por definir su bien y mal.
Nada circunstancial turba el juicioso
Repliegue de la vida entre sí propia:
Bajo la sombra de los ojos pálidos
Arde como una estrella
El alma de los versos,
La belleza inmortal.
Bajo el quieto silencio de los ojos,
Una aptitud serena de justicia
Pesa el tiempo y la obra,
Clasifica los sueños,
Elige el ramo de las flores puras,
Alza una voz de posteridad.
Bajo la vaguedad de las pupilas
(Que semejan remansos de la muerte)
Hay un hondo optimismo,
Un amor a la vida, inmarcesible;
La seda pálida,
La sombra lírica,
La triste lágrima,
Son como los suspiros de la fuerza,
Caracterizan mi virilidad…
Mariposa
Con dos alas inmóviles abiertas
Son los ojos ;
Dos alas de silencio
Sobre una flore de meditación…
Perfuma el suave pensamiento
Bajo la inmóvil mariposa
De los ojos abiertos y dormidos….
¡Bajo las alas de silencio
Palpita el alma en flor!
Bajo el silencio pensativo
De la celeste mariposa pálida
Inciensa su perfume más recóndito
La primavera de tu amor ;
¡Canta con su cuidado más secreto
Tu bondadoso corazón !
Y la mirada larga
Que penetra las horas y los días,
Te busca por la vida del recuerdo
Para verte mejor ;
Te sueña en el futuro de los sueños
Siempre inmutable: lado a lado
De mi destino y mi pasión.
Deja dormir los ojos
Y la mirada suspendida
Como en un vago más allá,
Bajo un tul fino de tristeza
Y en un silencio pensativo,
¡Tan finamente pensativo y triste
Como tu propio afán ¡
Deja flotar la vida
Que se mece en la calma de mis ojos,
Que se vela en un fino tul de lágrimas,
De ensueño y de serenidad…
Contempla con silencio elocuente
Adónde va el ensueño
De mis pobres pupilas estancadas
Y en éxtasis,
Adónde va la interrogante larga
De la meditación y del pesar….
Tu alma vive en el fondo de mis ojos ;
Florece en la hora grave
Del pensamiento,
Canta en la sombra suave
De la pudibunda idealidad,
¡ Bajo de la mirada adormecida
En el ensueño y en el más alá !
De Desnudez (1931)
El lirio
“Y por vestidos ¿por qué os acongojáis?
Reparad los lirios del campo, cómo crecen;
no trabaja ni hilan; mas os digo que ni aun
Salomón con toda su gloria fue vestido así
como uno de ellos”.
(El Evangelio, San Mateo, cap. 6º, v. 28 y 29)
I
¡Oh lirio, ni hilas ni trabajas
Y estás mejor vestido que Salomón!
Sólo cubierto de tí mismo,
Como te vió en el campo el Anunciador,
Yergues tu aromada delicadeza:
Terciopelo, confianza y amor.
Eres tan sólo un lirio y te han llamado
Príncipe, por tu innata distinción;
Y a pesar de tus blancos silencios
Hablas con nuestro lirio interior.
A orillas del camino
Por donde va el humano dolor,
¡Oh lirio! Todo abierto
Sin otra égida que tu blancor
Al igual que los niños y las vírgenes;
Sin otra protección
Que tu dulzura trémula de lirio,
Puñadito de blanca sugestión:
Los nobles sentimientos
Te han defendido como espadas ; la divina emoción
Que dan las cosas frágiles y bellas
Fue tu escudo mejor.
¡Fortaleza de gracia tiene el dulce cautivo
Conquistador!
II
¡Oh campos de mi vida,
Tierras de la parábola y de la flor !
Alta es la gloria del alma desnuda,
Traje de lirio tiene su canción.
Como en la fresca infancia de pies rosados,
Como en la adolescencia del señor Amor,
Hoy se entrega al mundo volcándose fuera
En versos vestidos de su propio yo.
Nuestra vida concentra en secreto
Hondas florescencias que buscan el sol;
De fuera las llaman, las miman, las urgen,
Y un día se vuelcan hacia el exterior…
¡ El verso es la vida desnuda en belleza
La flor de la vida interior !
III
Yo sé lo que pasa en mi alma
Cuando está bullente con la inspiración:
Una fila de trémulos lirios
Se pone lo mismo, bajo el lindo sol ;
Doradas abejas entre los naranjos
Producen el mismo rumor ;
El alma extasiada se parte en corolas
Cual si fuera un jardín de emoción….
Viene así la anhelada, anhelante,
Divina canción ;
Lleva traje de seda del alma,
Desnudez de verdad y de amor ;
¡Se viste de su propia, secreta primavera,
Como el lirio del campo que Jesús ponderó !
Los poemas tomados de Desnudez pertenecen a su reedición en Si pensaras la rosa… (1954) Editorial Nueva Impresora – Paraná, 1954.
Los poemas tomados de Oro pálido pertenecen a su reedición en La cigarra (1955) Editorial Nueva Impresora – Paraná, 1955
CANCIONCILLA DE OTOÑO
Yo soy como Entre Ríos,
la del feliz otoño,
abril de los diamantes,
mayo de plata y oro,
Más que la primavera
es el abril, dichoso,
serenidad, dulzura,
frescura y abandono.
Más que el octubre inquieto
es nuestro mayo, hermoso;
cristales y rocíos
y azul y plata y oro ...
Viene sabiduría
junto con el otoño;
la vida apaciguada
descubre su tesoro.
Su miel acendra el alma;
la soledad, en torno
del alma, es un fecundo
silencio luminoso.
Las rosas son más puras,
miran mejor los ojos;
es claro el pensamiento
y el sentimiento es hondo ...
Una canción quisiera
del más fino decoro;
zarcillos de rocío
temblando en los pimpollos.
La simple cancioncilla
que es fugitivo elogio;
tejido de armonías
que se deshace pronto ...
¡Para ensalzar la pulcra
condición del otoño!
“Por mitades con la muerte. Colecc. Homenajes. Edit. Entre Ríos-1995
RECORDANDO A ANDRÉS
Por Matilde de Elía
Tengo que agradecer, antes que a nadie, a Concordia que hoy recuerda a Chabrillón en su casa entrerriana, en nuestra querida casa.
Y la memoria es hoy para el poeta que dijo una vez: “El recuerdo es la vida de la muerte”. El que días más estaría cumpliendo ciento once años.
El ‘gran olvidado’, que así dijera de él en una página del diario La Prensa, de Buenos Aires, el escritor Fernán Félix de Amador.
Desde sus tierras del Salvador, Juan Felipe Toruño, titular de la cátedra de literatura universal de su país, pregunta “¿Qué se hizo Chabrillón? ¿Murió? ¿Vivía en una ciudad de América, Argentina tal vez?”; el pié de imprenta de su primer libro situaba a Herculano, como origen.
Y en su libro “Los Desterrados”, pregunta sobre la existencia de este poeta el doctor Mayorga, en Punta Arenas, comentando: “Tipo extraordinario, lástima que no se le haya conocido, cual lo merecía, este hombre dotado de un talento poético superior” (así hablaba Chile). “Quién sabe”, (augura Alejandro Sux) si hoy se encuentra en París, enredado en su bohemia y no ha escrito más”.
Ivan Goll, desde su libro “Les Cinq Continents” cita textual: “Rubén Darío (Nicaragua); Amado Nervo (México); Santos Chocano (México); Alberto Guillén (Perú); Andrés Chabrillón (Argentina); Vicente Huidobro (Chile)”; y yo me pregunto hoy: “¿Quién mató a Chabrillón? ¿Lo mató la provincia? ¿Lo mató el egoísmo de la gran capital del Sur? ¿Lo matamos nosotros? ¡Yo no!
En 1930 aparecía “Desnudez”. Tenía a mi cargo, como periodista, la crítica literaria en el Diario de Paraná. Entre lo que iba llegando, recibo un libro de versos, de un entrerriano, para mí desconocido… Andrés Chabrillón. Otros temas me interesaban entonces: Marconi había encendido su chispa desde Italia; Marañón descubría las glándulas y las hormonas; Spencer con su filosofía evolucionista; y Spengler y Ortega y Gasset, germanizando desde su revista de Occidente… Todos acá paraban nuestro deslumbramiento. La revolución comunista nos mantenía con un terror expectante, de futuro incierto. ¿Los poetas? ¿Dónde estaban? Al final, en las últimas páginas de la revista, con letra chiquita, como con miedo de nombrarlos, Ortega hacía el horror de publicar algo de un tal García Lorca, o Guillén, o Gerardo Diego, o Rafael Alberti, o Juan Ramón Giménez, estos que luego fueron la cabeza decapitada de España, rodando por el mundo… Y aquí, entre mis manos, vergonzosamente prosaicas, tenía un libro de versos que por primera vez leía temblando… Entrerriano y como yo, ¡de Paraná! (Bueno, nuestra asociación, creo que también nos ofrece su tribuna por primera vez…)
Lo cierto es la perennidad de la poesía. Cien años antes, cien después, Andrés está aquí, con nosotros. En una carta hallada hace 20 días, entre las páginas de un libro, por tan leído, ya muy quieto, como reverdeciendo un amor que perdure, encontré una carta desconocida. Puesta sigilosamente para tener presente a su autor; una carta que dice, ¡treinta años después de ausente!, “De la correlación de dos que tratan de ser cada vez más lo uno –acaso nuestra “aporía”, nuestro callejón sin salida- yo no puedo ni imaginar siquiera, que alguna vez, ausente ya, pudiera amortajarme tu olvido. Pero aún en trance horrible, no le reprocharía a la vida si ella colmara un nuevo sueño tuyo; ¡dulce sombra lejana que todavía sigues llenando mis brazos!” (Eso era el poeta Chabrillón). He violado una intimidad por creer que estas palabras son en cierto modo una profesión de fe; fe en perdurar – fe en el alma inmarcesible.
Ya Leopardi había dicho: “Poveri versi miei gettati al vento”… Y Chabrillón, hasta las once de la mañana del 7 de octubre de 1968 escribía versos… A las diez de esa noche estaba muerto. ¿Y saben qué escribía? Escuchen:
La vida de la muerte, la del dolor sin nombre Bien y mal confundidos;
Sócrates, la enseñanza y la cicuta
Como en un solo filtro.
Negra altura del Gólgota; Las alas del Maestro Para diseminar un Evangelio
En la entraña revuelta de los siglos…
y ella, la Única, la Vida, nuestra Vida
el panal y el veneno de lo tuyo y lo mío…
Luz en los ojos, y en la frente, hermanos
¡Hagámosla mejor, sentencia el juicio!
Tuve la dicha, tuve el honor, de que Chabrillón mantuviera conmigo una correspondencia intelectual ¡treinta años! A los diez conocí al poeta admirado. Un patriarca con su fecundo hogar de once hijos (Me quedé con la docena del frutero, decía riendo). Como quería Lenormand, en “El hombre y sus fantasmas”, nos seguía prodigando hijos y versos; como en un corso de flores, caían los jazmines… Más tarde, la soledad, la vida, esa que amábamos tanto, nos juntó. Chabrillón, el juglar, el amigo dominical del rancho del Yuquerí; el cocinero, el inveterado relator de sueños; el curioso de las constelaciones en las noches sin luna; se radicó en Buenos Aires. Entre un nido pequeñísimo y un bosque perfumado del Uruguay, repartíamos nuestra existencia. Aquí se celebraba una de las tantas Ferias del Libro. Allí reencontró sus grandes colegas. Con Enrique Banchs, viejos y alejados amigos, se abrazaron como dos adolescentes, reviviendo en otro planeta… ”¡Oh el Marqués del Lago! ¡Oh el gran duque del silencio y del misterio!” Así los había bautizado Huidobro (el chileno inventor del creacionismo), el mismo que, descubriendo el primer libro de Chabrillón escribiría “La Gruta del Silencio” parafraseando cada uno de los poemas de “La Luz de una Sombra” de Andrés. Estaba el Vizconde de Lazcano Tegui, aquel glosador de “La elegancia mientras se duerme”, compañero de la bohemia francesa, que ni era Vizconde, ni Lazcano, ni Tegui. Y estaba también el Milton argentino, nuestro gran ciego, a quien hasta hoy seguimos enriqueciendo su Paraíso Perdido para ofrecerle un reencontrado Paraíso de gloria. Me acerqué. Puse la mano de Andrés entre las manos de Borges. -“Maestro, está entre sus manos la mano de Andrés Chabrillón”. -“¿Cómo? ¿Vive Chabrillón?” Y hubo algo raro en su voz, en el volver la cabeza a un lado y otro, como buscando ayuda en alguien. ¿En quién? Porque los periodistas ¡oh los periodistas! habían resuelto que era suyo el título de fundador del movimiento postmodernista en América, con su primer libro en 1916, olvidando que ya en 1911, un muchacho argentino, entrerriano para más datos, tenía en su honor ese título, rubricado en una tarjeta que guardo como una joya, nada menos que del padre de ese movimiento, Rubén Darío, que le dice: “Recibí su libro. Gracias. Ya sé a quién dejo mi antorcha encendida”, fechado 1912… Y en una vieja y amarillenta página de Caras y Caretas, Edmundo Montagne, aquí a mi vista, dice: “Cuando el Ateneo Ibero Americano me encargó la organización de las veladas de poesía, leí un preámbulo mencionando al ausente, el del apretado acopio de imágenes nuevas; con brillazones en lo profundo, con frescura panteísta… y no hablé entonces de sus novedades rítmicas, de su doble originalidad de medios expresivos y sincero impulso canoro –muchos lo ignorábamos. Pero había una persona que no lo ignoraba. Esa persona que no se había correspondido por entonces ni siquiera por carta con Chabrillón, radicada en París, había escrito, a quien firma esta nota, enviando saludos al nuevo poeta. Esa persona era Rubén Darío.” Fernando Edmundo Montagne.
En esa página de Caras y Caretas, se celebran los Juegos Florales que organiza Chabrillón en Posadas (Misiones). Era 1911. El poeta abre el acto con un verso dedicado a la escuela, “sembradora de luz interior”, la escuela de los patios sonoros y de las bibliotecas de quietud”. “La que preservará la ardiente juventud de una lucha brutal por el mendrugo, que es nuestra miseria común; huérfana de ilusión, jardín del alma; desprovista de Ideal, camino azul”. ¿Era ayer? No, era 1911. Que sea cuando la escuela toca su campana, cuando el aula florece su rosal.
Perdónenme Señores. Yo pediría una cátedra abierta para glosar a este poeta, pensador, filósofo, sociólogo, músico, esteta, helénico gozador de la vida, en el equilibrio y la armonía de una existencia ejemplar. Yo solía pensar, compartiendo sus luminosos días: este hombre es un mutante; nos lo han enviado como paradigma de un futuro promisorio en la tierra. Tendría que gozar de una bula especial que le permitiera seguir entre nosotros siquiera doscientos años. Pero el poeta es como el símbolo que sobrevive cuando el hombre pasa. Nos ha quedado el poeta. No queremos para él la perspectiva del descenso, de llegar a polvo y nada. Estar con él en el instante en que la vida es bien de la esperanza, eso queremos.
“Caminamos del amor a la muerte, nuestras frentes pesaron y cuando en el recodo, mirando la noche, me doblegue el cansancio, traspasaré las frondas, el dolor y el enigma”.
“Alguien le ha dejado un ramo de flores sobre la mariposa del libro abierto”; y a la amiga fea que le dedica ese poema, que seguramente fue la que trajo las flores, le dice: Tú callas el delirio de tus noches, en que el deseo abre los brazos como una cruz y miras hondamente por las mañanas, en una materna cavidad de luz. Te daré un beso por todas tus flores, pondremos un silencio entre los dos y verás que en el libro de la vida, es un problema enorme el corazón… Pero ya las flores se han ajado como pañuelos húmedos de llanto.
Como el genio de la Divina Comedia, son monocordes en su obra el amor y la muerte. Dante dijo “Amore e morte ingeró la sorte”… Y nuestro Andrés dice en unas bellas autobiográficas cuartetas:
Morir
Voy a morir, decía… voy a morir… Quería
morir de cara al viento; lágrimas, viento y sal.
Tendrá que resolverse la extraña vida mía
Algo de luz que muere, capítulo final.
Voy a morir… la hora postrera del destino
Me aguarda en estas rocas batidas por el mar…
(Recuerdo solamente que erré todo camino
Que tuve solamente la vocación de amar.)
Miraba el agua inmensa, la línea azul remota,
Morir es separarse, mi pobre corazón.
Pasa un sueño de blanco, con alas de gaviota
Una ronda de espuma se deshace en canción.
(¡Oh amargura del viento, del mar, del alma mía!,
Ser o no ser, la vieja fórmula del horror,
Yo no puedo ausentarme, morirme todavía…
¡Amor! ¡Amor!
Estos fueron sus versos escritos en carne viva, en Mar del Plata, Enero de 1940.
Quiero hacer un paréntesis, para traerlos hoy a este círculo de amigos, a Cayetano Córdoba Iturburu, el otro gran amigo que recitaba de memoria los versos de Andrés, y organizó, en la vieja casa de la calle Méjico, en la antigua Sociedad de Escritores, el acto más lindo que le ofreció Buenos Aires a nuestro poeta. Fue un revaival con gente hasta la calle. Polincho Córdoba, había conjurado a la plana mayor de sus colegas de letras, para regalarle un emocionado y emocionante recuerdo que lo hizo muy feliz.
“Ofrenda
Amigos:
En mi tierra, en las noches de tormenta, viene de lejos, como un enjambre de atropelladas maripositas amarillas. Se golpean enloquecidas contra paredes y cristales y caen. Al caer, comienza una danza vertiginosa sobre el eje de su propia cabecita. Giran y giran con ritmo enajenado hasta morir en el suelo y de ellas, diluida, solo queda una pequeña mancha de polvo dorado. Se llaman efímeras. Yo he querido que esta noche, quede de mí, para la memoria de Andrés Chabrillón solo una pequeña mancha de polvo dorado…”
Y para ti, Andrés, como colofón, tengo un regalo que te hará feliz. Yo sé que será una alegría. Tienes un nieto para quien no has pasado inadvertido. Diego Chabrillón, ha escrito la Carta al abuelo Andrés.
Palabras sobre el poeta Andrés Chabrillón, escritas por su mujer y esposa, Matilde de Elía, posiblemente datadas a finales del invierno de 1998, recitadas por ella en la Asociación Entrerriana, en Buenos Aires, ese mismo año.
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