Andrés Fernando Castaño
Escritor y poeta nacido en Barranquilla en 1977. Residente en Bogotá. Ha obtenido reconocimientos como el primer premio en categoría de poesía adultos Engativá Artes y Letras 2011. Accésit en el Certamen María Pilar Escalera de poesía (España); se ha desempeñado también como jurado en las versiones 2012 y 2013 del mismo. Ha sidoseleccionado para hacer parte de antologías de poesía internacional: Certamen Ediciones Alternativas Red Literaria (2013), Argentina, junto a José Luís Diaz-Granados. Hace parte de la antología internacional de la Editorial Croupier de Argentina en su edición Peces con Alas, en cuento (2015). Ha sido elegido igualmente para hacer parte de la antología internacional de cuento I Certamen Mundial Excelencia Literaria MP Literary Edition. Tiene tres libros autopublicados en la editorial http://www.autoreseditores.com/andres.fernando. Actualmente trabaja como escritor freelance independiente. Usa el seudónimo de Valdemar Quijano para publicar en su blog http://vquijano.blogspot.com
Teología I
¿A qué se parece la belleza,
Al trino de los pájaros muertos bajo la lluvia
O quizás a la sonrisa de la muerte?
Penden del melocotonero las palabras:
Voces desenterradas de un remoto lugar en el pasado.
Un amanuense teje con lapislázuli los ojos
De la joven: zorzal azul entre la peste.
Embozada pasión por las sombras del hábito.
Eloísa, verso alejandrino,
Invierno entre el crepúsculo.
Esa luz fina e intrusa en los calabozos
Como Dios atisba entre los arcos ojivales
―Notre Dame, cristal de espadas fundidas―.
Mujer:
Soy lobo eremita anhelante por extraviarme en tu follaje;
Caballo desbocado
Palpitando al ritmo de tus caderas movedizas.
La resurrección de Lázaro
« Después agregó:
"Nuestro amigo Lázaro duerme,
pero yo voy a despertarlo».
11:11 Evangelio según Juan
Algunas horas antes de morir,
Lázaro ató la bruma, nudo del sueño entre los higos
Del huerto de Getsemaní.
Los pies heridos del custodio de los ladrones
No hollaban todavía la arena.
Silencio: Cristo, el simplísimo hombre
−mendrugo de carne despreciado incluso por los cuervos−,
Que ensordece el rumor de los sepulcros
Había abandonado Betania, dejando tras de sí,
La estela purpurea de la muerte,
Y sus hercúleas labores,
Desde el origen de los tiempos faenando,
−quebrándose la cerviz
Desde que el hombre es hombre.
Un embalsamador tuerto ungía el cuerpo
Amarillo y de cerúleos labios:
Lázaro, efigie deshecha por los vientos.
En el templo las hienas ya olisqueaban,
Príncipes eremitas de la carroña.
Mientras el perfil de las palmas y los lirios
Acentuaban el estoicismo de los columbarios
Y los cuervos sobre el atalaya de piedras
Desdibujaban la presencia de la canícula.
«Lázaro –dijo Marta− este será tu último Sabbat;
Te entrego al útero tibio de la tierra».
La silueta vagabunda del nazareno
Apareció por los lados de la sinagoga,
Con un puñado de proverbios.
«¿De qué vas mujer?», le dijo a Marta.
«¿Acaso no lo sabes? –contestó ella con rabia−
¿Tú, el mismísimo hijo del hombre?»
«El olvido y la ignorancia son la luz del mundo»
−Se limitó a responder, palpando unos párpados ciegos.
Los locos, los sordos y los posesos
Una barahúnda de jirones, hojarasca de la miseria humana
Iba tras sus pasos como una Legión de sombras
Recogiendo trozos de carroña.
Ante el sepulcro del amigo muerto
Alzó su mano trémula:
«Levántate y anda entre nosotros»
Un jirón de carne deshecha y mefítica
Se tambaleó embrutecida por el largo sueño:
«Lázaro, estás vivo», dijo el tal Cristo.
Atónito, con las moscas aun en los labios
Gritó, desgarrándose las mortajas podridas:
«¿Turbas mi reposo para devolverme a la muerte?»
Los silencios
La luz se siembra del otro lado del sueño
Abrimos los ojos a su muerte
Un perfume nutre los follajes
En atardeceres cuando surgen sombras;
Cosecha imágenes,
Y latimos al mismo tiempo,
Florecemos en el espino.
Vastas ausencias nos recuerdan fragilidad,
Nos hieren como cuerdas de violín
Dejan oír súbitamente la sonata del silencio.
Olvidamos diluirnos entre las aguas puras
Que descienden de aquella cumbre tan blanca y fría, igual que esta mudez.
La pitanza de Caín
El alba ciega abre los ojos
ciega luz ciega
—cóncava esperanza y azul—
Resplandeciente el sol hierve como
Agua lustral
rostro impoluto de las doncellas
El cadáver de Abel será la pitanza de Caín
Sabor de moscas al fuego
fatuidad de los neumáticos
Escaques alquitranados
sombras vagas recostadas a los muros blancos del alba.
Rostros-arcilla
hálito inverso de Shiva y sus manos de alfarero destructor
Del sanctasactorum de pellejos hivientes de pollo
hórridas miríadas
matemática perfección del caos
—argamasa, es la nulidad del ser—
respirando gotas de láudano tóxico
«Bebe, amada mía del cáliz de la muerte»
Enciende el cigarro
Al estilo descarado de James Dean
mirada exquisita y perfilada
que riela y titila— Como procesión funeraria en el azogue del Tártaro:
La triste barca de Caronte es niebla.
Auschwitz I
Hay un pavor que crece como polvo
En las cornisas, en las esquinas, en los quicios
De las puertas. Saturando todo.
El veneno entra por los poros
Con su metástasis de odio
Resonando como pasos de Mefisto
Sobre las espaldas desnudas.
Es una música incierta que
Se hace negra y densa
Tenebrosa.
Sobre la calle
Flanqueada por pendones escarlatas
Y esvásticas de muerte.
A lo lejos, se escucha el frenético trepidar de la guardia
Avanzando en la noche hacia el gueto.
Un ave nocturna presagia:
El pavor se posa en la cornisa.
Los vecinos ven el estupor a través de los visillos
La incertidumbre sin destino
Yace oculta tras los dorados brazos del Menorah.
Eli Eli lama sabachthani, susurra el rabí
Mientras abajo un camión vomita cascos y fusiles.
Pronto las tinieblas lo devorarán todo ─como en el principio─
Y Dios se elevará dejando caer ira sobre sus hijos.
La sala súbitamente se llena de gritos, miedo y platos rotos
(El escarnio se ha consumado)
La calle es un hervidero
De improvisados viajeros hacia el confín del pánico
Los perros ladran furiosos
El motor del camión ruge,
Las lenguas de babel forman un nudo ciego
De riñones contra acero.
En la vorágine de la mente
Surgen los espectros, mientras
La parca azuza: «apresuraos
No puedo perder más tiempo
Tengo trabajo pendiente.»
Una marea tumultuosa que no
Detiene el alambrado.
Entre la vorágine de miseria y cabezas rapadas
Se entrecruzan estertores insípidos de toses desesperadas
Clamando por la temprana muerte.
La pavorosa danza de insectos; la risa de la calavera
Increpada por un acento grave de Silesia,
Es el pan amargo del día.
Una tenue lluvia invernal garrapatea en el pizarrón
Gris e inagotable del cielo.
Tomo nota:
«Diciembre de 1942.Todo es patético:
Hay fragores de derrota y un pavor dulzón ante la nada.
De soslayo veo otro diario,
el de una enfermera polaca:
«Hoy es su onomástico
El decimoquinto, y está agonizando por la tisis.
Pobre niña, camina hacia el polvo y las cenizas.»
(Se escuchan lamentos.
A callar ─dice alguien─ que ya vienen
Presurosos los alemanes.)
¿Quién será el próximo en ver las cenizas
en los ojos del otro?»
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