sábado, 30 de abril de 2016

FELIPE JACINTO SALA [18.583]


Felipe Jacinto Sala 

(1819-1895)
Escritor español, nacido en Barcelona. Escribió diversas fábulas morales y poemas, muchos de los cuales aparecieron editados en las publicaciones periódicas de su época; así sucedió, por ejemplo, con las numerosas fábulas incluidas en las páginas del Monitor de Primera Enseñanza. Una colección de éstas, que conoció un extraordinario éxito en España e Hispanoamérica, obtuvo el premio de la Sociedad Económica de Amigos del País; poco después, otro conjunto fabulístico titulado Fábulas religiosas se publicó en el año 1865. En catalán editó sus Faules (1904), además de otras colecciones de este género poético que serían publicadas con posterioridad.


Prólogo

     Sres. D. Juan y D. Antonio Bastinos
Barcelona
                             
     Mis distinguidos amigos: Con vivísima satisfacción he leído catorce pliegos de las Nuevas Fábulas, escritas por D. Felipe Jacinto Sala, que han tenido ustedes la bondad de enviarme. No tengo la honra de conocer personalmente al Sr. Sala, pero su nombre no lo he olvidado desde que, en 1865, leí un hermoso libro publicado bajo los auspicios de la Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País, titulado Fábulas religiosas y morales, cuyo autor es el mismo que ha escrito el que ustedes ofrecen ahora al público, en preciosa edición, digna del mérito singularísimo de la obra.
     Las Fábulas religiosas y morales, publicadas en la citada fecha son, a mi juicio, uno de los libros más bellos que se han escrito en nuestro idioma, y las [X] Nuevas Fábulas, que muy en breve han de saborear con deleite, no solamente los jóvenes para quienes principalmente se escriben estos libros, sino también las personas doctas en literatura, aventajan en mérito literario y en intención filosófica a las que con tanto acierto y tan merecida justicia premió hace veinte años la Sociedad Económica Barcelonesa.
     Escribir buenas fábulas es de lo más difícil que conozco en literatura, y lo prueba que son contados los autores que, en lo antiguo y en lo moderno han sobresalido en este género. El Sr. Sala ha adquirido, con sus dos libros de fábulas, indisputable derecho a figurar como uno de los mejores entre esos pocos.
     El Sr. Sala es profundo pensador, filósofo, poeta, y perspicaz observador. Conoce perfectamente el corazón humano, observa atentamente los vicios sociales, y aplica el correctivo con singular acierto. No hay en los catorce pliegos que acabo de leer una sola fábula trivial; nada huelga en estas páginas que rebosan en felicísimos pensamientos, gallardamente expresados con valentía y con sobriedad, condición propia de los buenos escritores.
     Quiere este discreto autor poner de manifiesto el poder incontrastable de la conciencia, el tormento en que vive quien está condenado a oír constantemente dentro de sí aquella voz, y escribe el bello apólogo El Leño y la Carcoma, que será uno de los que más indeleblemente se han de grabar en la memoria de los tiernos lectores de las Nuevas Fábulas. [XI]
     La ingratitud, ese vicio de la flaqueza humana, inspira al Sr. Sala los versos que llevan por título La Espiga. Contienen una lección provechosa en alto grado para la infancia, porque en la infancia es preciso evitar ese vicio, que, desarrollado luego en la edad madura, es origen de las más feas y abominables acciones.
     No es menos bella que La Espiga la composición titulada, La Tórtola y el Ave Fénix, en que se condena la devastadora pasión de la envidia, pasión que hace desgraciado a quien no puede sustraerse a su influencia.
                                          Nunca desdeñes tu propia suerte,                                 
nunca lo ajeno te inspire envidia.
     Así termina este delicado apólogo, en que el señor Sala ha acertado a exponer un pensamiento oportunísimo. La Tórtola envidia al Ave Fénix, porque ve la apariencia de la felicidad en ésta, error que procura desvanecer el ave envidiada, explicándole su verdadero estado. ¡Cuántos seres en el mundo son muy envidiados, y ellos cambiarían de buena gana por los que les envidian!
     A continuación de este hermoso ejemplo encuentro una de las más ingeniosas fabulas, la que se titula La Nube y la Montaña. El pensamiento es altamente cristiano; siempre deben hacerse beneficios aunque a éstos se corresponda con ingratitudes.
     Que la virtud se aquilata en el sufrimiento, en la resignación; esto enseña la fábula titulada El Clavo [XII] y el Martillo. En la forma es esta un modelo de fábulas, clara, sobria y precisa. En cuanto a la intención moral, no puede ser más oportuna ni más digna de alabanza. El camino de la virtud es un camino penoso; por eso es más meritorio seguirlo con pie firme y ánimo esforzado.
     Muy cerca de esta fábula hallo otra sumamente importante; titúlase La Lámpara y el Tizón y su intención moral es encarecer el valor de los grandes caracteres, que se crecen en la desgracia y arrostran con digna serenidad las contrariedades de la vida mientras los espíritus menguados y pusilánimes se acobardan ante el más leve peligro.
     El vicio de la pereza, origen de la ignorancia y de la pobreza, tiene su correctivo oportunísimo en la fábula El Redoblante y el Parche. Los niños la aprenderán con deleite la conservarán en la memoria y de mucho les servirá.
     Común es entre los niños y también entre los hombres, reincidir en aquello que positivamente les perjudica, y exponerse a sinsabores y desgracias que podrían evitar no más que obrando prudentemente. La fábula de El Trajinero y el Jumento conviene mucho a los soberbios o aturdidos que cometen actos de notoria imprudencia, cuyos resultados no pueden menos de ser desastrosos para ellos mismos. En este vicio incurren más que los niños los hombres, pero seguramente estos hombres obrarían de otra suerte si la educación les hubiera corregido en la juventud, formando su carácter en la práctica de la prudencia y la cordura. [XIII]
     Los valentones, insolentes y provocadores no suelen ser los más animosos cuando llega el caso de demostrarlo, y en cambio los prudentes, que no hacen necio alarde fuera de sazón, ni presumen de fuerzas superiores a las de los demás, en circunstancias críticas dan notoria muestra de las más nobles cualidades de carácter. La fábula de El Papagayo y el Elefante expresa a maravilla este pensamiento del autor. La repugnante avaricia le ofrece asunto para un hermoso apólogo, El Avaro y el Barquero. Un infeliz que tuvo en vida tan funesto vicio es condenado al tormento más horrible para un avariento, obligado a contemplar como sus herederos derrochan todo el oro que él con tanto afán guardó, indiferente a las desgracias ajenas y sin que su dinero le sirviera más que para satisfacer la torpe y estéril codicia que le consumía.
     La fortuna adquirida por medio del trabajo es la mejor fortuna. Este pensamiento de la fábula La Abeja y el Abejón es de indisputable oportunidad. Hoy, más que nunca, se busca la riqueza por otros caminos, se quiere improvisar la fortuna, y este desapoderado afán compromete a los hombres en temerarias y peligrosas empresas, cuyo resultado es a la postre la ruina y el deshonor. Combatir estas tendencias funestísimas, es obra buena y digna de un moralista como el señor Sala.
     No ha olvidado este autor prevenir a sus lectores jóvenes contra los estragos que puede obrar la lisonja, y escribe bajo el título El Monte dos bellas quintillas. El monte bajo la blanquísima nieve oculta [XIV] devastador volcán; así la lisonja, bajo la apariencia de los más puros afectos, oculta el áspid de la venganza y la traición.
     Sería preciso dar todavía mucha extensión a la presente carta si fuera a citar todas las composiciones contenidas en este libro, que merecen mención y elogio porque, en justicia, no podría omitir ninguna de ellas.
     Además, obra como ésta no necesita, en verdad, que se extreme el encomio de su mérito y se indiquen al lector todas las bellezas que contiene. El lector, sin que yo se las señale una por una, las encontrará en cuanto abra el libro, que ha merecido por cierto el más lisonjero dictamen de un censor eclesiástico, autorizadísimo, el inimitable autor de La Atlántida, el famoso poeta D. Jacinto Verdaguer, gloria de Cataluña y honra de las letras. ¿Qué re comendación mejor y más honrosa?
     El señor Sala ha hecho, en mi concepto, el libro más completo de fábulas y apólogos que puede ponerse en manos de un niño. Este libro advierte al lector de todos los peligros de la vida, le enseña a abominar todos los vicios y a conocer y admirar todas las virtudes. Será por consiguiente un poderosísimo y eficaz auxiliar de los padres y los maestros para la educación de los niños. Y es seguro que éstos, si se penetran bien de la intención moral de las preciosas composiciones del señor Sala, habrán labrado los cimientos de su futura felicidad, aprendiendo a distinguir entre el bien y el mal.
     El señor Sala ha obtenido en varios populares certámenes [XV] literarios, en Cataluña, merecido galardón por algunas de las fábulas que ahora se publican. En otra nación, libros como éste obtienen, no solamente inmenso favor del público, sino premio de las corporaciones sabias y de los gobiernos. La Academia francesa todos los años otorga premio a alguna obra de educación. No comprendemos cómo no sigue este buen ejemplo nuestra Real Academia española. El último premio que esta ilustre corporación ha otorgado le ha obtenido una novela, que, sin poner en duda su mérito literario, entiendo que nunca será tan útil, tan importante y tan trascendental como un buen libro destinado a la educación y la instrucción de los niños, semejante a éste del benemérito escritor D. Felipe Jacinto Sala.
     Creo que las Nuevas Fábulas obtendrán un gran éxito; entiendo que este libro se reimprimirá muchas veces, como los de Samaniego e Iriarte; pero también entiendo que los gobiernos y las corporaciones administrativas de los pueblos debieran no omitir medio de estimular y galardonar a los autores que, como el señor Sala, dedican su ingenio a formar el carácter y el corazón de la generación que ha de sucedernos. No conozco más digno y meritorio empleo del talento.
     Ruego a Vds., pues, mis distinguidos y antiguos amigos, que trasmitan al señor Sala mi más sincera y entusiasta felicitación por su hermoso libro, y permitan Vds. que también les felicite por el buen gusto y el primor con que lo han impreso, comprendiendo que obra de tan excepcionales condiciones [XVI] merecía una edición esmeradísima, a la que ha contribuido con su notoria habilidad y proverbial donaire mi estimado amigo Julián Bastinos, ilustrándola con excelentes viñetas, que añaden un nuevo encanto a las fábulas del Sr. Sala. Grande es el servicio que prestan ustedes a la patria, publicando uno tras otro con tan singular constancia, esa larga serie de libros de educación, contribuyendo por el más eficaz modo a la instrucción de los pueblos, al mejoramiento de las costumbres y al progreso de la enseñanza. Tan digno y meritorio como escribir buenos libros es publicarlos, y sin editores ilustrados y emprendedores como Vds., muchos libros de grandísima importancia no saldrían jamás a la luz pública, porque los autores no podrían por sí mismos emprender su publicación. Vds. han logrado elevar el ramo importantísimo de la librería pedagógica a un altísimo grado de adelanto, y obtienen la legítima y merecida recompensa de sus desvelos. Nada más digno y honroso. Dichosos ustedes, mis siempre estimados amigos, que pueden decir: -«Todo cuanto poseemos lo hemos ganado con nuestro constante trabajo.»
     Mil parabienes por el seguro éxito de este libro, joya de la moral y la literatura, y reciban la expresión del afecto que les profesa su antiguo amigo y
S. S. Q. B. S. M.                    
Carlos Frontaura.                    
     Madrid, 20 de Enero de 1886. 


El cisne y el Fénix

                                -«¿Sobre una pira de olorosos troncos     
»afirmas tú que debes perecer,
»para, después, de tus cenizas propias
               »volver a renacer?
»Será cierto, muy cierto; pero, Fénix,
               »quisiéralo yo ver.»-
   Algo amoscado el Fénix, contestole:
-«¿Graznaste en vida, y dices que al morir
»será tu postrer canto tan divino,
               »que te harás aplaudir?
»También será muy cierto; pero, Cisne,
               »quisiérate yo oír.»-


El leño y la carcoma
(Premiada en el certamen del Centro de Lectura de Reus)

                                -«¿Por qué taladras con tanto empeño     
»mi pobre cuerpo?» -decía el leño.-
»¿De mis entrañas no has de salirte?»-
               -«He de seguirte.»-
-«¿Y harás durables mis penas fieras?»-
               -«Hasta que mueras.»-
-«Dime. ¿Quién eres, huésped tirano,
»que ningún ruego tu saña doma?»-
               -«Soy un gusano;
               »soy la carcoma.»-

*

-«¿Por qué me roe tu agudo diente?»-
Clamaba a voces un delincuente-.
«Deja mi alma, gusano horrible.»-
               -«No; no es posible.»-
-«Y esta tortura, cruel, homicida,
»¿durará mucho?...»-
                                  -«Toda tu vida.»-
-«¿Quién eres, dime, que así te plugo
»ser el martirio de mi existencia?»-
               -«Soy tu verdugo;
               »soy la conciencia.»-



El gallo y el búho
(Premiada)

                                Antes del alba despertose el Gallo.     
-«Perezosos, alzad; la aurora brilla.»-
Y oculto en su escondrijo el ciego Búho:
-«Mientes, dijo: no luce todavía.»-
   El sol, no obstante, apareció en Oriente
dorando el mar, el monte y la campiña,
y al punto saludáronle risueñas
con su fragante olor las florecillas,
las fuentes con sus plácidos murmurios,
las aves con sus cantos de armonía.
   Cuando su luz en el zenit brillaba,
fuese el Gallo a encontrar en su pocilga
al pájaro nocturno: -«Dan las doce;
»levántate, haragán. Saluda al día.»-
   El Búho entonces con semblante huraño,
y en su indolencia por demás indigna,
cerró los ojos, y clamó de nuevo:
-«Mientes: mientes; no luce todavía.»-

***

   Dejad al adversario de las luces
que halle en las sombras su mejor delicia.
Si vuestras almas ven en el Oriente
que el sol hermoso del progreso brilla,
anunciad como el Gallo sus albores,
saludad con aplauso su venida.



El lobo y el poeta

                              Yendo a apagar su sed en el arroyo,     
            el lobo vio al poeta
que andaba por su margen; y, con ira,
            le habló de esta manera:
-«Al fin te encuentro, detractor infame,
            »ladrón de honras ajenas;
»y por Dios que esta vez a colmillazos
            »te arrancaré la lengua.
»¿A qué querer tildar nuestras costumbres
            »con tu moral eterna?
»Si huyendo de las nieves y del hambre,
            »bajamos de la sierra
»en busca de alimento, -¡qué delito,
            »qué osadía la nuestra!
»Si el corral invadimos, -¡qué gran crimen:
            »se han comido la oveja!
»Y eternamente tu maldita pluma
            »nos saca a la vergüenza
»y tus versos nos tienen con el mundo
            »en implacable guerra. 20
»¿Es esta caridad la que pregonas?
            »¿Es este el bien que siembras?
»Te voy a desollar...»-
                                     -«Poquito a poco;»
            -le contestó el poeta.-
«Si das un paso más te doy la muerte
            »con esta aguda flecha.
»Modérate y escucha mis razones.»-
            -«¿Serán calumnias nuevas?»-
-«No las forjé jamás. He de ofrecerte
            »datos que te convenzan.
»Mira bien este arroyo.»-
                                     -«Ya lo miro,»-
            -gruñó airada la fiera.-
-«¿Los objetos vecinos no se copian
            »en sus aguas serenas?
»El junco que se cimbra en sus orillas;
            »el sauce que le besa;
»las flores que coronan su corriente;
            »la nube pasajera;
»todo; todo, en su fondo transparente,
            »fielmente se refleja. 40
»Si alguna vez el gavilán se abate
            »y rompe con fiereza
»el blando nido que colgó en el árbol
            »cercano el ave tierna;
»si destroza los cándidos polluelos
            »con sus uñas sangrientas,
»en sus límpidas ondas se dibuja
            »esa terrible escena;
»y las ondas después van murmurando
            »el delito que vieran.
»Al cristal del arroyo es semejante
            »el alma del poeta;
»la menor injusticia fragua al punto
            »una tormenta en ella;
»y es por demás que la aconseje, entonces,
            »silencio, la prudencia;
»que el rescoldo escondido que la abrasa
            »en llamas se revela
»y es su canto el murmurio del arroyo,
            »que lo que ha visto cuenta.»-

***

El lobo se miró en aquel espejo,
            y al ver su faz siniestra,
dio aullidos de estupor, crujió los dientes,
            y se volvió a la sierra.



La espiga
                                    
   Pidiendo a la aurora perlas,     
            con vivas ansias,
la espiga hacia el firmamento
            su frente alzaba.
Hinchó el rocío su seno,
            se vio granada,
y, de entonces, a la tierra
            se dobla esclava,
y ya no mira a los cielos;
            ved si es ingrata.

***

   ¡Cómo semeja a la espiga
            la raza humana!
¡Qué rezos pidiendo al cielo
            dichas ansiadas!
¡Qué terrenales olvidos
            cuando se alcanzan! 



El tronco y el carbón
(Premiada)

                                Dando una noche lúgubres quejidos,     
            suspiros hondos,
junto al carbón, en el hogar, ardía
            un verde tronco.
Cansado de escucharle, el carbón dijo
            con cierto enojo:
-«Estás regando en llanto la ceniza.
            »¿Te has vuelto loco?
»¿A qué tanto gemir?»-
                                       -«¡Ay! mis tormentos
            »son horrorosos.»-
-«Son las primeras dolorosas pruebas;
            »bien las conozco.
»Cuando en el bosque fui carbonizado
            »sentí lo propio.
»Ten ¡oh tronco! valor en el martirio;
            »no más sollozos.
»Yo he padecido tanto, en este mundo
            »de engaño y dolo,
»que, secas ya las fuentes de mis lágrimas,
            »sufro y no lloro.»-



El dique y el torrente
(Premiada)

                                -«No me sujetes, -decía al dique     
cierto torrente,- déjame en paz:
»aquellos tiempos en que asolaba
»estas riberas no volverán.
   »Mudé de genio: cambié costumbres;
»nada de bríos, ni de altivez;
»hoy me deslizo, cual arroyuelo
»manso, muy manso, como tú ves. 
   »Y al que da muestras de humilde y útil,
»¿no has de volverle la libertad?»-
-«Cierto, el influjo de tu onda suave
»en estos valles es eficaz»-
   -contestó el dique,- y aunque me debes
»el cambio extraño que en ti se obró,
»nada reclamo; te quito el freno,
»para que corras a tu sabor.»-
   Vino el invierno, y aquel torrente
más iracundo volvió a crecer,
inundó valles, derribó muros,
y el llanto y luto sembró otra vez.
   Tras tanto estrago -«Construid diques
»gritaba en coro la vecindad:-
»que los torrentes y las pasiones,
»antes que crezcan se han de enfrenar.»-


La tórtola y el Ave-Fénix
(Premiada)

                                -«¡Qué feliz suerte la suerte tuya!»     
-decía al Fénix la Tortolilla.-
«¿Mueres? ¡Qué importa, si más dichosa,
»después renaces de tus cenizas,
»y otra vez tornas a estos lugares
»cual tornar suelen las golondrinas
»y aquí recoges tus ilusiones
»y haces perpetuas tus alegrías!
»¿Por qué contigo tal privilegio?
»La parca en tanto siega mi vida;
»huyo estos valles, y jamás vuelvo...
»¿Por qué conmigo tal injusticia?»-
   -«¡Ay! no te halague, -contestó el Fénix,-
»esta ficticia fortuna mía.
»Yo vivo sola, sola en el mundo;
»yo no he probado ni una caricia;
»no tuve amores; no tengo prole;
»soy planta estéril, ave maldita.
»Mas tú, cuitada, tú amaste siempre;
»tú has sido madre, ¿qué mejor dicha?
»¿Por qué te dueles de una existencia
»que es tan hermosa con ser efímera?
»¿Ser feliz quieres? Sigue el consejo
»que yo he seguido: Tórtola amiga,
»nunca desdeñes tu propia suerte;
»nunca la ajena te inspire envidia.»-


El fuego

                                ¿Y no os parece que el fuego     
tiene caprichos que espantan?
Pone la piedra caliza,
como la nieve tan blanca;
después coge el pobre leño,
y en negro carbón lo cambia.

***

   ¿Será fuego la fortuna?
También ella, injusta y varia,
viste a los unos de negro,
los otros color de plata.


La nube y la montaña
(Premiada)

                                -«¿Por qué, nube traidora,     
-decía la montaña-
»me envuelves en tinieblas
»si sabes que me dañas?
»¿Por qué a mi vista escondes
»el sol que me alumbraba?
»¿No ves, que, con su ausencia,
»voy a perder mis galas?
»Aléjate; no quiero
»tus sombras, ni tus aguas.»-
   La nube contestole:
-«No seas insensata.
»Mi sombra el fuego templa
»del sol que te abrasaba;
»mi lluvia reverdece
»tus bosques y tus plantas;
»mis hálitos dan vida
»a tantas flores varias,
»que, ricas de perfumes,
»tu atmósfera embalsaman.
»Negárate mi influjo,
»y todo se agostara;
»y esos frondosos sitios
»serían rocas áridas.
»Si, pues, tanto me debes,
»¿por qué tan mal me pagas?»-

***

   Dejad que tropecemos
con almas desdichadas
que tengan como el monte
de roca las entrañas.
¿Nos niegan gratitudes?
Sufrámoslo con calma;
sembremos beneficios;
la caridad lo manda.


La ermita

                                En el fondo del valle     
         hay una ermita.
Su fachada sorprende
         por lo sombría;
sus paredes la yedra
         tiene roídas;
y el viento ha derribado
         su cruz bendita.
Algunos la abandonan
         con traza impía;
se mofan de ella al verla
         tan derruida.
Mas eso al buen creyente
         no desanima.
Entrad, y allá en su seno
         todo os cautiva.
Flores y olas de incienso
         la aromatizan;
las luces la convierten
         en ascua viva;
el órgano la llena
         de melodías
y la plegaria tiende
         sus alas místicas
y al trono de la Virgen
         su vuelo guía.
Allí todo es misterio,
         luz y armonías;
allí el fervor se funde
         en fe divina;
allí el bien se despierta,
         y el mal se olvida;
allí los justos gozan
         y se extasían.
¡Por de fuera tan pobre;
         por dentro rica!
¡Dios tu existencia vele;
         Dios te bendiga!
***

   Si hay en las cosas humanas
semblanza con las divinas,
¿no os parece que el poeta
es imagen de la ermita?
   El dolor surca su frente;
va rendido de fatiga;
y una turba de insensatos
que sus duelos no adivina,
con sarcasmos escarnece
sus vestimentas raídas.
   Si entrara en su corazón,
que idolatra la armonía;
que da culto a la belleza,
que la verdad glorifica;
si penetrara en su alma
tan coronada de espinas,
que por cien llagas abiertas
va manando sangre viva.
   Si tanta grandeza viera,
sin duda comprendería
que bajo un ropaje pobre
suele hallarse un alma rica.


El corcel
(Premiada)

                                El cuello enhiesto, y con la crin al aire,     
piafando altivo y describiendo tornos,
con sed de gloria, apareció en el Circo
                  soberbio potro.
   El hábil domador quitole el freno,
pasó la diestra por sus anchos lomos
y a un signo suyo, el generoso bruto
                  partió fogoso.
   ¡Qué de ejercicios practicó! ¡qué juegos!
¡Qué raro instinto y aptitud en todo!
¿Rompía un vals la música? Valsaba
                  vertiginoso.
   ¿Se oía el toque del clarín de guerra?
Ansiando lides, relinchaba loco;
y hendía sin temor aros, que ardían
                  cual vivos hornos;
   o fingíase muerto; o deteniendo
su carrera veloz, ante el patrono
hincaba la rodilla, y le besaba
                  humilde el rostro.
   El público en frenéticos aplausos
daba muestras vivísimas de asombro,
cuando, puesto de pie en el regio palco,
                  imberbe mozo
gritole al dueño: -«Ese corcel es mío,
»tásale precio. No escaseo el oro.»-
El mancebo era un príncipe, heredero
                  de egregio trono,
   a quien su padre el rey, para ilustrarle
y domeñar su espíritu fogoso,
le hacía, por países extranjeros,
                  viajar de incógnito.
   Al asomar la luz de nueva aurora
ya cabalgaba el joven en el potro,
y contra de él, el látigo blandía
                  con rudo enojo.
   El altivo animal, que no era digno
de aquellos tratos bárbaros, sufriolos,
no obstante de sentir que le dolían
                  por lo afrentosos.
   Pero hiriole después el acicate,
y al ver en sangre sus ijares rojos,
se irguió y dio un salto que al jinete hizo
                  morder el polvo.
   Cuando a sus plantas le miró humillado,
con lástima tal vez, mas no con odio,
habló el corcel al altanero joven
                  en este tono:
   -«La majestad no debe ejercer nunca
»actos fieros que manchen su decoro;
»que haya bondad, Señor, que haya justicia,
»en la silla lo mismo que en el trono.»-

***

   Los que en la cumbre del poder trataren
al súbdito leal de inicuo modo,
no olviden esas frases sentenciosas
                  del noble potro.



El clavo y el martillo

                                -«Mal hayan amén tus golpes;     
-decía el clavo al martillo-
»¿qué daño pude yo hacerte
»que me aniquilas impío?»-
   Y el martillo contestaba:
-«No te destruyo; te afirmo.
»Quien mayor virtud pretende,
»necesita ser sufrido.»-



El espino y la higuera

                                Con gritos mofadores     
dijo a la higuera el matizado espino:
-«En poca estima te tendrá el Destino,
»que te negó sus flores.»-
-«Tu en vez de flores -contestó la higuera-
»debieras vestir lutos;
»yo de vergüenza y de dolor muriera,
»si al hombre no le diera,
»mis sazonados frutos.»-



La lámpara y el tizón

                                Encerrada de noche, en cierta estancia,     
una lámpara ardía,
juzgándose, en su orgullo, más fulgente
que las estrellas mismas,
en tanto que humeante y sudoroso,
un robusto tizón de añosa encina,
en el hogar, gimiendo,
sin poderse inflamar, se consumía.
-«¿Qué hiciste, viejo tronco, de tu gloria?-
clamaba aquella con burlona risa;-
»¿por qué están apagados
»tus resplandores hoy? ¿Cómo no brillas?»-
   El amargo silencio
fue la respuesta de la pobre encina;
cuando, de pronto el viento,
que, con furor rugía,
penetró allí. La lámpara, su soplo
no puede resistir y al punto espira;
pero el tizón, entonces,
cobrando nueva vida;
aquella estancia oscura,
benigno alumbra con su luz rojiza.

***

   Los menguados espíritus sucumben
al primer soplo de fugaz desdicha;
los grandes corazones,
como la noble encina,
se crecen al rigor de la tormenta,
y en las horas de prueba es cuando brillan.



El príncipe y el magnate

                                Oculto bajo el traje de humildes peregrinos,     
el gran califa Alchisis y su visir Giafar,
su estado recorrían, tras sí dejando el sello
de sus sabios consejos, de su celo eficaz.
   Un día al ver que inicuos, los siervos de un magnate,
echaban de su alcázar, con bárbara impiedad,
a un desvalido anciano, Alchisis dijo al dueño:
-«¿Qué os hizo el desdichado que le tratáis tan mal?
»¿Cómo negáis asilo al infeliz viajero,
»que invoca el dulce nombre de la hospitalidad?
»¿Os devastó los campos? ¿Os destruyó el palacio?»-
Confuso el potentado, le contestó: -«No tal;
»mas es un extranjero, maldito del Profeta;
»un pérfido cristiano, contrario del Corán.»-
El príncipe repuso: -«El pobre es nuestro hermano;
»deber es de los ricos partir con él su pan;
»os contaré un apólogo, y, acaso, en lo futuro,
»seáis más tolerante; seáis más liberal:
   »Airada la serpiente, decía al bello oasis:
»¿Por qué a todos los seres prodigas a la par
»la sombra de tus bosques, el agua de tus fuentes
»los frutos deleitosos de tu suelo feraz?
»¿Por qué acoges al bueno lo mismo que al perverso?
»¿Por qué das al impío lo que al creyente das?»-
Y contestó el oasis: -«La caridad es ciega;
»en medio esos desiertos de horrible inmensidad,
»mi seno es un refugio contra la sed y el hambre;
»en mí todos los hombres tienen derecho igual;
»yo cumplo mi destino, brindándole mis dones;
»si bien o mal obraron, Alá los juzgará.»-
   Su intento vio cumplido el príncipe discreto,
con esa fabulilla de tan pura moral;
el rico, conmovido, llevó el pobre a su alcázar;
le dio asiento en su mesa; le calentó en su hogar;
y, desde aquel momento, rindió perpetuo culto
a los deberes santos de la hospitalidad.



El cedro

                                -«Gigante cedro, que al cielo     
»alzas tu frente sublime,
»¿de qué madera te hicieron,
»que tanto embate resistes?
»No importa que el cierzo ruja,
»no importa que el rayo brille;
»no hay fuegos que te consuman,
»ni vientos que te derriben;
»¿será el verdor de tus hojas,
»y el suave olor que despides,
»digno galardón, acaso,
»de tu firmeza invencible?»-
-«Lo ignoro; -el árbol del Líbano
contestó con voz humilde;-
»sé que una virtud poseo:
»la de ser incorruptible.»-

***

   ¡Fueran belleza y justicia
labrados de cedro insigne!...
No se mellaran las honras;
ni quedara impune el crimen.



El redoblante y el parche

                                -«Tienes instintos bien malos:     
-dijo el parche al redoblante,-
»y es ya sobrado irritante
»que me maltrates a palos.»-
   -«Pues, tambor de Barrabás,
»¿quién curará tu galbana?
»¿Sin zurrarte la badana,
»sonarías tú jamás?»-

***

   La pereza es elocuente
retrato de ese tambor;
la hacen sólo diligente
las baquetas del rigor.



El granizo
(Premiada)

                                -«¿Por qué corres por la huerta     
»con tan recio temporal?
»¿No ves que te estás mojando,
»loquilla?»-
                    -«Calla, papá
»que recojo hermosas perlas
»para tejerme un collar.»-
   Y levantando las puntas
de su blanco delantal:
-«Mira, -clamaba la niña
con un gozo singular:-
»piedras preciosas del cielo.
»¡Qué bien que me sentarán!»-
   ¡Pobre hija mía! esas joyas
que creíste atesorar,
eran granizo de marzo,
y al tocarlas, por tu mal,
se deshicieron en agua
dejando muerto tu afán.

***

   ¿Verdad que las ilusiones
son de condición igual?
Perlas, al brillar de lejos;
agua, cuando las tocáis.


Las ramas y las raíces
(Premiada)

                                Parece que las ramas,-allá en la primavera,     
cubiertas por las hojas-de un manto de verdor,
al tronco se quejaban-de verse esclavizadas
y a la raíz sujetas-con sobras de rigor.
-«Lo bajo de su estofa,-sus hábitos rastreros
»mancillan nuestras galas,-nuestro esplendor gentil;
»permita Dios-clamaban-que el hacha cortadora
»nos libre prontamente-de su contacto vil.»-
-«Callad-contestó el tronco-¿no veis que generosas
»en antros cavernosos-se arrastran con afán;
»y viven en la sombra-y cavan con fatiga,
»para adquirir al cabo-la savia que nos dan?
»Si el hacha nos quitara-su apoyo saludable,
»¿sabéis lo que ocurriera?-Perdida la virtud,
»cayéramos sin vida.-Tengámoslas cariño;
»quien siembra beneficios,-que alcance gratitud.»-



Los salvajes y el Nilo

                                En la margen del Nilo,     
unos fieros salvajes del desierto
insultaban, con bárbaros clamores,
al astro que ilumina el universo.
   ¡Impotente furor! Mientra, insensatos,
le lanzaban apóstrofes tremendos,
el sol, imperturbable en su carrera,
inundaba de luz a los blasfemos.
   Entonces dijo el Nilo: -«Vuestro ultraje
»halló el castigo en el desdén supremo;
»jamás la negra injuria
»manchó grandezas, ni escaló los cielos.»-



La colina y el arroyo

                                La colina su cumbre     
          levanta ufana;
y el susurrante arroyo,
          de frescas aguas,
circundándola alegre,
          besa su falda.
-«Colinita risueña,
          »¿por qué tan varia:
»con unos tan agreste,
          »con otros blanda?
»¿Qué vale ese atrevido
          »que tanto alcanza,
»que en amoroso arrullo
          »contigo enlaza?
»¿No es preferencia injusta
          »darle esas anchas?»-
-«Necio, ¿no ves que tiene
          »brazos de plata?»-

***

   ¡Señor: hasta las peñas
interesadas!



El trajinero y el jumento

                                Midiéndole las costillas     
de muy bárbara manera,
dijo el trajinero al burro:
-«Cruzarás esta vereda
»mal tu grado.»-
                         -«No la cruzo,
»aunque a varazos me muelas.»-
-«No consiento terquedades.»-
-«Ni yo cometo torpezas;
»¿quieres que vaya al escollo
»que conozco? Mal lo piensas.
»No hay ninguno de mi raza,
»tan cerrado de mollera,
»que no esquive los peligros.
»Sitio que daños nos cuesta,
»¿pasarlo segunda vez?
»Ca; primero nos desuellan.»-

***

   Quien reincide en el vicio,
y en el riesgo no escarmienta,
tome lecciones del burro,
que es maestro en la prudencia.


El papagayo y el elefante

                                En tono harto irritante     
decía el papagayo al elefante:
-«Y ¿no tienes a mengua
»encerrar, vergonzoso,
»tan diminuta lengua
»dentro ese cuerpo en magnitud coloso?
»La mía, ya lo ves, con ser yo chico,
»me está estrecha en el pico.»-
   -«No envidio tu estructura;
»soy fuerte, -dijo el bruto con dulzura,-
»y desdeño prudente tus alardes;
»ser lenguaraz es propio de cobardes.»-


El arroyo y la alondra

                                Cierto arroyo cenagoso     
dijo a la alondra en su vuelo:
-«¿Cómo para ataviarte
»no te miras en mi seno?»-
-«Porque son turbias tus aguas
»y yo me miro en el cielo.»-
***

   El vicioso, en su conducta,
es el arroyo de cienos;
sus obras son aguas turbias
que no sirven para espejo.



La palmera y el genio

                                Preguntad a la palmera     
¿por qué da frutos mejores?
y os contesta tristemente:
-«Nutrime en tierra salobre.»-
   Preguntad ¿quién le dio al genio
sus más bellas concepciones?
y os dirá con amargura:
-«Me apacenté en sinsabores.»-



La luz y las ranas

                                Silencio impone a las ranas     
una luz bien encendida.
***

   La virtud esplendorosa
es mordaza de la envidia.



El león y su hijo

                                -«¡Pobre hijo mío! tu natalicio     
»va presidido de aciaga estrella;
»con darte vida, perdió la suya
»tu augusta madre, la infeliz reina.
   »Y ¿quién ahora, cabe tu cuna,
»velará amante por tu existencia
»dando a tu cuerpo jugosa leche,
»y altas virtudes a tu alma tierna?»-
   Eso decía, meditabundo,
el poderoso rey de las selvas,
príncipe egregio, que en todo imprime
los resplandores de su grandeza;
   pero, venciendo tenaz congoja,
yergue su frente, y al punto ordena
que se convoquen a su manida
las más robustas lechosas hembras;
   y la que elija, como nodriza
para su hijuelo, tendrá riquezas
en abundancia, dijes preciados,
cubil muy blando, comida espléndida.
   Pronto al reclamo del pregonero,
que rebuznaba con entereza,
del alto monte, del hueco valle,
de los breñales y la pradera,
iban surgiendo las candidatas.
   Cuando estuvieron en asamblea,
con voz potente, desde su trono,
el León hablolas de esta manera:
   -«Ese cachorro, recién nacido,
»vástago ilustre de mi ralea,
»es el que un día, monarca fuerte,
»ha de regiros en paz y en guerra.
   »Para que sea digno del solio,
»hay que inspirarle grandes ideas;
»nutrir su mente de hechos heroicos;
»darle virtudes que le enaltezcan.
   »Venid, pues, todas; no haya recelo;
»cada cual hable con su llaneza,
»y exponga franca qué moral sabia,
»qué delicadas máximas bellas
»hará que suenen en los oídos
»de esa criatura, toda inocencia.»-
   Vino la zorra: -«Yo enseñarele
»actos de dolo, mañas arteras.»-
-«Yo la venganza» -dijo la loba.
-«Idos entrambas, que sois perversas.»-
-«Le haré ligero» -dijo la corza.
-«Yo fiel y dócil» -clamó la perra.
-«Quiérole manso» -dijo la burra.
-«Yo altivo y noble» -dijo la yegua.
-«Bien, pobrecitas, ¿y la elefanta
qué bien la inculca?»-
                                    -«La fortaleza
»con la dulzura.»-
                            -«¡Prendas preciosas!
»¿Y qué le infundes, tú, blanda oveja?»-
   En voz muy queda, toda temblando:
-«Gran rey, responde, yo la clemencia.»-
   -«Esa, hija mía; esa es, sin duda,
»de las virtudes la más excelsa:
»ella es un lazo que, en amor santo,
»con el vasallo nos encadena;
»ella nos hace ligero siempre
»el duro peso de la diadema.
»Ve: da tus pechos a mi cachorro;
»vela amorosa su cuna regia.»-

***

   ¿Quién, sospechara que un ser salvaje
con tales dotes resplandeciera?
Y ¿habrá un monarca que no perdone
cuando perdonan hasta las fieras?



El saltimbanquis

                                A trompetazos un saltimbanquis     
            la gente llama,
y en torno suyo, formando corro,
            todos se paran.
-«¡Ea, señores, que ya comienza
            »la alegre danza.»-
Y varios pavos al punto arroja
            sobre una plancha.
En cuanto ponen los pies en ella,
            las aves saltan;
y gesticulan; y dan chillidos;
            baten las alas.
A carcajadas se ríe el vulgo,
            y hay quien exclama:
-«Bien se comprende que de sus pechos
            »el gozo estalla;
»¿quién dudar puede que son dichosos
            »cuando así bailan?»-
-«Mal los juzgasteis. Sus espavientos,
            -otra voz clama-
»son los martirios del vivo fuego
            »que les abrasa;
»los pobres tienen un hierro ardiente
            »bajo su pata.»-

***

Más de un artista, bufón forzado
            sobre las tablas,
lleva en su pecho candente el hierro
            de la desgracia,
y en sus adentros sufre dolores
            y vierte lágrimas.



En el sol y en la sombra

                                Mientras espléndido el sol     
doró mi ser, ¡cosa rara!
con trazas de amiga fiel,
mi sombra me acompañaba.
   Después el sol se ocultó;
perdí su lluvia dorada;
y al verme sin ella ya,
la sombra me dejó, ingrata.
***

   ¡Cuántas sombras de amistad
desvanece la desgracia!



El corcho
                                
Hundid el corcho-y él se levanta;     
no se sumerge;-flota en el agua.
***

   La verdad, dicen,-que está formada
de esa corteza-que sobrenada.



El viejo y la voz

La materia y el espíritu

                                -«Partes de mi propio cuerpo,     
»formas un tiempo lozanas,
»¿cómo así os desmoronáis?-
-triste un viejo preguntaba.-
»Encaneció mi cabeza;
»púsose corva la espalda;
»la tez perdió su tersura
»y hasta las fuerzas me faltan.
»¿De qué arcilla deleznable,
»de qué polvo estáis formadas,
»que, en la escala de la vida,
»el subir os anonada?»-
-«¿Es que la materia muere»-
Clamó una voz sobrehumana.
-«Facultades del espíritu,
»que, buscando mejor patria,
»pugnáis siempre por romper
»la prisión que os avasalla;
»¿cómo tan altas crecéis?»-
-El mismo viejo exclamaba.-
-«Ahora mi entendimiento
»sus horizontes ensancha;
»y es mi voluntad más firme,
»y es mi memoria más clara.
   »Nobilísimas potencias,
»¿de qué esencia estáis formadas,
»que en la aridez del invierno
»florecéis con tantas galas?»-
   Y la voz dijo: -«El Eterno
»las forjó en excelsa fragua.
»Ellas proclaman a coro
»la inmortalidad del alma.»-


La niña y las ondas

                                -«Teme, ángel mío,     
»las ondas mansas;
»huye sus besos.
»Deja la playa.»-
-«No, madre mía.
»¿Cómo temerlas
»si me acarician?»-
   Pasa un instante;
las crespas olas,
mintiendo halagos,
vuelven traidoras;
y ¡ay! que al mar llevan
al angelito
que fió en ellas.
***

   Olas: las mismas
que en lenguas de agua
laméis la arena,
para tragarla;
sois fementidas:
tenéis los besos
de la perfidia.



El jardín y el monte

                                Burlose un jardín florido     
de la incultura del monte;
-«¿Cómo así tan sin ropaje?
»¿Tu desnudez no conoces?
»¡El manto con que me cubro
»lo esmaltan ricos colores;
»pero el tuyo es deslucido:
»¡Qué aridez! ¡Serás muy pobre!»-
-«Esto dicen; mas no pienses
»que tus galas ambicione;
»las flores que tú produces
»son bien efímeras flores;
»apenas duran un día.
»Pero yo he criado el roble,
»y el roble vivirá un siglo:
»la diferencia es enorme.»-
***

   Qué bien dijo aquel que dijo
«que el hábito no hace el monje.»



El ascua
                                
El ascua candente ardía     
y la guardaron respeto;
hoy la ven hecha pavesas
y la pisan con desprecio.

***

   ¡Qué de veces se repiten
en el mundo esos ejemplos!



La espada y el escudo

                                Cierta luciente espada, que en la vaina,     
en ocio torpe, sin cesar durmió,
de un abollado, deslucido escudo
            cobarde se burló.
   Éste dijo: -«Producto de la inercia
»es tu esplendor, sobrado baladí;
»yo me empañé en la lid; la abolladura
            »es gloria y fama en mí.»-



La paloma y la urraca

                                   La urraca picotera     
   decía a la paloma, su vecina:
-«¿Sabes que es feo por demás, hermana,
»ese pavón venido de las Indias?
»¿No has visto qué ridículas maneras,
»¿Qué voz, tan repugnante y desabrida?
»¿Y los pies? ¡Santo Dios, qué pies aquellos!
»Al recordarlos una se horripila.
»Si tal monstruosidad el mundo aclama
»como una maravilla,
»a fe de urraca, que mal gusto tiene.»-
-«Pues, ves, amiga mía,
-le contestó la cándida paloma;-
»yo dudo mucho que en la tierra exista
»otra ave que atesore
»tal conjunto de gracias peregrinas.
»Hay esbeltez en su bonito talle;
»hay en su andar nobleza y gallardía,
»y en su garzota de ligeras plumas
»un singular donaire que cautiva.
»Cuando, mintiendo el iris de los cielos,
»forma su cola aquella rueda linda,
»rica en cambiantes de zafir y oro,
»hasta las flores su matiz envidian.
»¿Quién, pues, urraca, al ver tantos portentos
»sus lunares levísimos no olvida?»-
***

   El malo siempre al prójimo censura
con acritud indigna;
el bueno en su indulgencia
a la paloma imita;
¿nos encuentra defectos? disimula.
¿Nos nota bellas prendas? las publica.


El lirio

                                -«Si las flores se agostaron     
»al rigor del sol de estío,
»¿cómo, lleno de frescura
»y de encantos peregrinos,
»tú solo al cielo levantas
»la frente, cándido lirio?»-
-«Es que guardé cuidadoso
»una gota de rocío,
»que depositó la aurora
»en mi seno alabastrino;
»y a esa dulce gota debo
»la pureza con que brillo.»-

***

   La inocencia es para el alma
cual la gota de rocío:
aquellos que la guardaren
inmaculada, de fijo
alzarán siempre su frente
tan pura como los lirios.


La nube

                                Densa y oscura vaga la nube     
mientras el agua vive en su seno;
cuando la vierte sobre la tierra
la negra nube va esclareciendo.
***

   Brumosa y triste se siente el alma
mientras la oprimen secretos duelos;
si al fiel amigo los comunica,
se alivia el peso de su tormento.


La nave rota

                                -«Piloto inhábil, que en terrible escollo     
»hiciste zozobrar la nave mía;
»piloto inhábil, -exclamaba el náufrago,-
»el cielo te maldiga.»-
   -«Me increpas sin razón; la mar traidora,
»de mansa que era se tornó bravía;
»y ella, no yo, llevándola a las rocas
»hizo la tabla astillas.»-
   Y la mar dijo: -«El inconstante viento,
»en hora aciaga, desató sus iras;
»no me culpéis: su embravecido soplo
»volcó la navecilla.»-
   -«Y ¿puedo, por ventura, poner vallas
»al poder invisible que me agita?
»¿No os conduzco a buen puerto muchas veces?
»¿De qué se me acrimina?»-
   En resumen, el náufrago no supo
de donde el contratiempo procedía.

***

   Negra, muy negra debe ser la culpa,
cuando todos la esquivan.


El avaro y el barquero

                                -«¿Vais al infierno?» -dijo Caronte.     
-«Sí -secamente clamó el avaro.-
»venga el pasaje.»-
                               -«No pago impuestos.»-
-«Pues no hay barquilla.»-
                                          -«Ireme a nado.»-
-«Nadie en mis barbas la ley infringe;
»ved que el ser terco no os cueste caro;
»para este censo tenéis el óbolo
»que os ofrecieron al enterraros,
»y ese es el premio que a todos cobro;
»¿lo dais?»-
                  -«He dicho que nada pago.»-
   Y dando oídos a su egoísmo,
tal vez por miedo de ser robado,
se engulle el cobre: corre al Estigio;
hiende las ondas, y cruza el lago.
   Cuando tocaba la opuesta orilla,
preso al Averno se lo llevaron,
Plutón le dijo: -«Mísero viejo,
»voy a vengarme de tu atentado;
»vas a pagarme toda la usura;
»todos tus fraudes y tus engaños.»-
   Y golpeando tremendo el yunque,
de donde brotan siniestros rayos,
exclama: -«¡Minos! crea un suplicio
»atroz, horrible, desesperado,
»que sus entrañas torture lento;
»que sea fuente de eterno llanto.
   »El hierro es poco para ese infame,
»el fuego mismo fuera harto blando;
»sus sufrimientos han de ser crueles;
»mucho más crueles que los de Tántalo.
»Aguza, aguza pronto tu ingenio;
»no te detengas; yo te lo mando.»-
   El juez severo de los infiernos
se alzó entre llamas; meditó un rato,
y al cabo dijo: -«Haz que reviva:
»que vuelva al mundo de los humanos;
»que, en justa pena de su avaricia,
»miren sus ojos el despilfarro
»que, a todas horas, sus herederos
»están haciendo de sus denarios.»-



El rocín y el jumento

                                En escondido valle, cierta noche,     
tras de ruda jornada,
postrados de fatiga
dormían Don Quijote y Sancho Panza;
aquél viendo entre sueños
a Dulcinea, su fermosa dama,
y éste creyendo gobernar tranquilo
la ínsula tantas veces suspirada.
   No lejos de sus dueños, y paciendo
con harta holgura la menuda grama,
Rocinante y el Rucio,
como buenos amigos, platicaban:
-«¿Has visto a mi señor -dijo el jamelgo-
»con qué bravura terminó su hazaña,
»y cómo, hidalgo, perdonó al del Bosque,
»cuando rendido le miró a sus plantas?
»Esto es saber vencer al enemigo;
»esto es triunfar con honra en las batallas.
»¿Dónde hallar ningún otro caballero
»que adquiera tanto lauro y tanta fama?»-
-«Pues a fe de borrico,
»que semejante prez no se me alcanza.
»¡Qué diablos de victorias!
»Sacar rotas la oreja y la celada,
»quebrantados los huesos otras veces,
»o molidas a palos las espaldas.
»¿Qué vale ganar hoy, si siempre pierde?»-
-«No seas machacón: la empresa es santa;
»y, lo repito, es fuerza que fundemos
»igual institución en nuestra raza.
»¿Caballería andante tienen ellos?
»Tengámosla también, que la reclaman
»la débil inocencia perseguida,
»la impotente flaqueza avasallada.
»¿No hay follones acaso, y malandrines?
»¿No devoran, feroces, y a mansalva,
»la vulpeja a la cándida paloma,
»y el voraz lobo a la cordera mansa?
»Y el tigre y el león, y tantas fieras
»como se ceban en la sangre humana,
»di ¿no merecen ejemplar castigo?»-
-«Sí, en verdad; pero ¿quién les pone a raya?»-
-«Nosotros; ejerciendo el noble oficio
»que ejerce Don Quijote de la Mancha.»-
-«Y ¿dónde vamos a colgar el yelmo,
»ni cómo haremos uso de la lanza?»-
-«Qué yelmo, ni qué lanza, majadero?
»¿No llevamos los dos mejores armas?
»Coz y mordisco al que luchar se atreva.
»Y, fuera compasión, caiga el que caiga.
»El fraude, el robo, el crimen,
»son hijos de la gula y de la holganza;
»la continencia sólo y el trabajo
»harán la bestia honrada.
»No se apacienten, pues, en carne viva,
»que buenos son el heno y la cebada;
»y, en vez de holgar y acariciar el vicio,
»edúquense, y aténganse a la carga.»-
-«¿Y nos dará provecho el sacrificio?»-
-«Y sempiterna fama; 60
»los más ricos graneros
»nos brindarán el trigo a fanegadas,
»y los feraces campos
»su fresca yerba y su sabrosa alfalfa.
»¿Y en las lides de amor? ¡Cuánta ventura!
»La mejor yegua que crió el Jarama
»será para nosotros.»-
                                 -«La renuncio:
»en mi pueblo natal, junto a mi casa,
»hay una burra de lucido pelo,
»nervudos lomos y carnosas ancas,
»que me tiene hechizado. No la cambio
»por fembra alguna.»-
                                  -«¡Bien por tu constancia!
»Sobrado premio te darán las luchas.»-
-«¿Y serán arriesgadas?»-
-«¿Quién lo duda? Se puede hallar la muerte
»a un solo golpe de potente garra;
»puede venir una atrevida hiena
»que, a puro dentellar, nos parta el alma;
»o un fiero encantador, hecho vampiro
»que chupe nuestra sangre...»-
                                                -«¡Oh! calla, calla.»-
-«Aventuras son estas.»-
                                        -«Desventuras,
»dirás mejor; no, no me cuadran.
»Al pensar en los riesgos que me pintas,
»me gruñen las entrañas.
»Insiste en tu locura si te atreves;
»corrige los entuertos que te plazca;
»imita a tu señor, y por mi vida,
»que pararéis los dos en una jaula.
»Yo no tengo valor para esa empresa;
»y en cuanto asome el alba,
»voy a decir al labrador Alonso,
»al que llamáis ahora Sancho-Panza,
»al amo mío, que marchemos juntos;
»que me deje habitar la antigua cuadra,
»que me lleve cual antes al molino;
»y me ocupe otra vez en la labranza.»-
-«¡Vete con Dios! Por tu medroso genio
»y tu poca ambición téngote lástima.»-
   Esto dijo el rocín, y luego, a solas,
murmuró con desdén estas palabras:
-«La corona de gloria entre sus flores
»tiene agudas espinas que nos dañan;
»el que cobarde sus heridas tema,
»nunca intente alcanzarla.»-
   Rocinante murió; con él murieron
la hidalguía y nobleza de su raza,
su espíritu sutil... alegoría
de nuestra edad dorada.
   Materialista, en cambio, interesado,
de pobre fondo, y de corteza basta,
palpita en nuestro siglo todavía,
el jumento de Sancho, en cuerpo y alma.



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