Artemisa Téllez
Artemisa Téllez es una escritora y poeta mexicana. Su nombre completo es Artemisa Téllez Martínez. Nació el 24 de agosto de 1979 en la Ciudad de México. Es hija del pintor y escultor Guillermo Téllez y hermana de la actriz y conductora Natalia Téllez.
Estudió la licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, así como la maestría en Letras Mexicanas.
Ha participado en diversas publicaciones y antologías universitarias, así como en revistas, suplementos y programas de radio. Realizó bajo la dirección de Graciela Cándano una modernización del texto castellano medieval Sendebar, publicado por la UNAM en 2006. Es creadora del Círculo Virtual de Escritoras Mexicanas y del Taller permanente de cuento erótico para mujeres.
Publicaciones
Versos Cautivos - Poesía (2001).
Un Encuentro y Otros - Cuentos (2005).
Cuerpo de Mi Soledad- Poesía (2010).
La pluma del deseo - (compiladora) Cuentos (2011).
Crema de vainilla - Novela (2014).
Nacidas de Eros - (compiladora) Cuentos (2014).
Fotografías instantáneas - Cuentos (2015).
Despedida
Harta
del humillante silencio
de los gritos desgañitados que no van a ninguna parte
de las mentiras de estado
de las verdades no dichas
de la verdad.
De las que llamamos muertas,
pero lo fueron por alguien más,
de las muertas vivas
–Nosotras–
blancos móviles en una guerra que no cesa
en un país de imposibilidades continuas
donde una mujer tiene siempre que ser el predicado…
Harta del horror, de la masacre,
de llorar de asco, de vergüenza, de miedo;
de abrazarnos fuerte…
Amigas: quién sabe si mañana estemos,
quién sabe cómo, en qué circunstancias volveremos a vernos.
Cuerpos y soledades de Artemisa Téllez
por Odette Alonso
Según los evangelios apócrifos, aquellos que las iglesias cristiana no reconocieron entre sus escrituras fundacionales, Lilith fue la primera mujer, la primera esposa de Adán, no salida de su costilla sino creada por Dios como unidad independiente, exactamente igual que el primer hombre. Cuentan que Lilith se negaba a quedar debajo de su marido no sólo en las relaciones coitales y que, para que nadie la obligara a hacerlo en contra de su voluntad, huyó del Edén por decisión propia, abandonando incluso a sus hijos, y fue a asentarse a orillas del Mar Rojo.
Entonces el Creador, para corregir su “error” y no dejar desamparado a su hijo varón, siendo que tan inútil fue siempre, creó a Eva, la que nos “vendieron” luego como la “primera mujer” porque los jerarcas de aquellas iglesias originales y luego los que aprobaron qué libros eran convenientes y cuáles no para integrar la Biblia, satanizaron la figura de Lilith por su rebeldía y autonomía y le crearon la leyenda negra de que era una demonia, novia de Satán, que robaba recién nacidos de sus cunas, cuando en realidad fue amenazada de que si volvía al tal Jardín a sembrar su mal ejemplo entre otras mujeres, sus hijos sería asesinados con lujo de crueldad, como se acostumbraba en aquellos tiempos primeros y primordiales, según es fácil apreciar en los libros sagrados.
Con una invocación a Lilith —que es, además, homenaje y filiación— inicia este Cuerpo de mi soledad que nos regala Artemisa Téllez en este tomo recién salidito del horno de la colección Aquelarre. “Mujer loca hecha de viento […] voladora e impura”, llama Artemisa a la insumisa y la convoca a que sea una de nosotras, o a que seamos ella o sus hijas, que “no nos dé por la monogamia,/ la abnegación ni la servidumbre”, mujeres dueñas de nuestro destino y de cada paso.
Aliento y sonoridades clásicas se respiran en la intención métrica, sintáctica, rítmica y estrófica de este Cuerpo de mi soledad dividido en tres partes: Cuerpo, De mí y Soledad, títulos que juegan entre ellos para formar el nombre general de esta colección en la cual hay, al decir de su autora, “poemas marcados de sal”, pero también “gitanerías y carnavaladas”, alegrías y pasiones más o menos desbocadas, que es como debe ser toda pasión que se respete.
El cuerpo, fuente del gozo y del dolor, el mismo que Lilith no quiso domeñar bajo la insulsa lujuria del marido; ése, “el cuerpo expectante” —los ojos, las sienes, las manos, la boca naufragio, los labios, el vientre donde zurcir palabras—; ése, pues, el cuerpo, es la materia —sangre y sustento— donde Artemisa asienta y eleva la poesía. Cuerpo espejismo, artificio y fuego prometeico, “paraísos que perdimos” y encontramos.
Cuerpo suyo de soledades y también de compañías. Porque varias mujeres —incestuosas y hermanitas— habitan estas páginas. Desde la amante ingrata, perdida o imposible, hasta la voz tras la que se oculta y se asoma la autora, esa “alegradora/ arena de su mar/ escribidora” con “el cuerpo expectante” y su “esencia/ de mujer y de lesbiana”. Con ella conviven, entre otras muchas, verso tras verso, la que apela a su humana y amatoria ambivalencia cuando afirma “jamás diré/ que fuiste mía”, pero al mismo tiempo, “jamás diré/ que no te tuve”; aquella que, “vacía de palabras, rota”, se regodea en ciertas “soledades/ más allá de la razón” y espera “el dulce beso de la muerte”, pero también la que decreta —ese verbo tan de moda—: “soy el camino […] y tú, el horizonte”, lo cual quiere decir que seguiremos avanzando —ella, nosotras, todos—, con paso cierto, y repitiendo: “No me callo, no me aguanto/ no tengo por qué soportar/ no me doblego ante nada”.
Celebro con sumo gusto este libro en el que “Cenicienta se suicida” y dos incestuosas hermanitas comparten el amor de una “guerrera/ con ínfulas de bruja”, hija sin dudas de Lilith y, antes de dejarlos con una breve muestra de esta poesía, rescato para el final —que siempre será un nuevo principio— esos versos que dicen: “me queda siempre/ bajo/ la/ manga,/ una esperanza breve”.
Oración a Lilith
(santa patrona de las subversivas
expulsadas del paraíso desde
el principio de los tiempos)
Mujer loca hecha de viento
Lilith voladora e impura
rompe el espacio y el tiempo
y ven a nos sin premura.
Insumisa y primigenia madrastra
de las Eva rechazadas hijas
haz que en nuestros blancos lechos
nunca falten besos, calor ni compañía;
que las estrellas nos iluminen
que nunca se acabe el deseo ni el vino
y que no nos topemos nunca
ni opresor ni cadena por nuestro camino.
Que no nos dé por la monogamia,
la abnegación ni la servidumbre
y que siempre seamos leales
a nuestra naturaleza de brisa y de lumbre…
Ni incierta ni desasosegada
A Simone de Beauvoir
Desengañada del mundo
y con 25 años me encontraste tú,
desasosegada.
No quería escribir, ni podía,
vacía de palabras, «rota» –dirías tú–
me hallaba.
Tu voz (vencedora heroica del tiempo)
rompió como una espada el paradigma:
no hay nada, nada eterno en qué creer,
pero ahí estabas.
Y te erigiste en mí como una capital humana,
me diste nombre, sexo y raza:
Ahora sé que no nací mujer, más escritora sí
Tuya la gracia.
Junio 2008
SUR
Quisiera mirarte,
tenerte,
zurcirte
en el vientre
las palabras
que resuenan
en los huecos
de mi mente.
Llenarte
las manos
con estos
espacios rotos
que me quedan
entre el aire
y tus rincones
ignotos…
MÍAS
Tengo dos amantes,
dos esposas, dos amigas:
una que ya no es
y otra no, todavía.
Por las dos yo velo y pienso
y por las dos me preocupo:
de ninguna nada espero
más que, tal vez, a futuro.
Las dos se parecen mucho,
se gustan, se conocen;
las dos son amigas
entre ellas, mías
y a la larga o a la corta
todas somos familias;
mujeres locas de viento,
incestuosas hermanitas…
CARNAVALESCA
A Gugus, que no conocía el mar
Gitanerías y carcajadas,
panderos, sonatas,
besos y champaña;
las manos unidas,
los pies que no paran
patinan el aire
en eróticas danzas.
En la lejanía,
de estrellas rodeada,
la luna nos mira
con su gorda cara.
Gitanerías, carnavaladas,
caminos jarochos
de locura y danza,
los días de marzo
que nunca se acaban
en estos caminos
de lascivas galas.
Frente a nuestros ojos
pasa la comparsa
tres mil corazones
nos vuelven la espalda,
nos damos un beso
salado de playa
y obscura nos cubre
la noche encantada.
Gitanerías y carcajadas,
rumbas y danzones
invaden las almas
y junto a las horas
de azul mascarada
la mar canta eterna
un vals que no para…
NORTE
Soy el camino,
un camino
y tú, el horizonte.
Soy la brisa,
tú la lluvia,
tal vez luz,
tal vez el norte…
Pero jamás diré
que fuiste mía,
jamás diré
que no te tuve,
porque ese suelo
que pisa el caminante
sin ser su propiedad,
lleva su nombre…
Mujeres que aman a otras mujeres
Así me pasó a mí
Las relaciones sentimentales son tan comunes como trascendentes para quien las vive. Suelen desarrollarse siguiendo un patrón más o menos similar: la “normalidad”. En este texto, la autora explora lo que queda fuera de los márgenes, los terrenos del enamoramiento transgresor, la relación —idílica, común, normal— entre mujeres.
Por Artemisa Téllez
Enamorarse de una mujer es algo extraño, loco, revelador, inquietante y maravilloso; algo que en no pocos casos se convierte en un secreto, en un karma, en un infiernillo doméstico que consume: l e n t o . . . Es también considerado un error común, un desliz adolescente, una confusión. Y lo es, el universo entero ha conspirado para que así lo sea.
Parece haber una deliberación en la manera en que los padres y los maestros “orientan” a los niños en la manera de interpretar y vivir sus emociones. Mi ex pareja me platicó en varias ocasiones que cuando cursaba primero de primaria estaba enamoradísima de una compañera suya de la escuela (a la que por olvido denominaremos Susi) y se la pasaba hablando de ella todo el tiempo: Susi es la más bonita del salón, Susi es la que mejor baila, Susi dijo…
Su mejor amigo era un niño (a quien llamaremos Paco) que era eso, su mejor amigo. Un día mencionó que Paco la hacía reír todo el tiempo, que era súper simpático. De ahí en adelante su familia decía que Susi era su mejor amiga y Paco, su novio. La realidad era otra, tal vez la opuesta, pero sus padres y hermana (nunca sabremos si por condicionamiento social o por el deseo sincero de modificar sus naturales tendencias homosexuales) le hicieron creer que la simpatía era amor y el enamoramiento un sentimiento de amigas. Años tuvieron que pasar para que ella sola descubriera la diferencia.
Muchas creen eso, andan con sus mejores amigos, se casan, cuando en realidad su compromiso emocional está puesto ya en alguna otra mujer.
No quiero hablar por todas, no, el proceso de reconocerse amando es plenamente personal, individual, íntimo, diferente en cada caso; puedo, sin embargo, hablar a partir de las no pocas lesbianas que me han contado sus historias y de la mía propia, una más dentro de este intrincado universo lésbico.
El calor intramuros
Las mujeres establecemos lazos sentimentales profundos con otras mujeres desde el momento mismo de nuestro nacimiento. Los hogares (en los que también crecen y se desarrollan los hombres) son frecuentemente comunidades conformadas por madres, hermanas, primas, tías, abuelas y trabajadoras domésticas que educan, crían, visten y alimentan a una prole asexuada llamada “los niños”.
Los otros, los maridos (hermanos, tíos, papás, abuelos) habitan el espacio de lo público y llegan a sus casas más ajenos mientras más adultos. El hombre debe gustar del “mundo” como parte de su identidad varonil. Los caseros, cercanos a las mujeres de su familia, son percibidos como débiles, afeminados, homosexuales.
osotras, en cambio, seremos consideradas buenas, hacendosas: femeninas. Las amigas forman parte fundamental de esta estructura, porque por encima de los vínculos familiares existe la simpatía por la cual ésta o la otra tía frecuenta más la casa, ésta y no la otra vecina, o tal o cual comadre. Es ahí donde se dan los primeros acercamientos amorosos y sexuales, ahí los primeros besos y caricias.
Las “mujeres de intramuros” llevan a su mejor amiga a comer a casa y piden permiso para que las acompañe al cumpleaños de la tía Moni, al súper y para que se quede a dormir.
Es evidente que no todas las niñas son lesbianas. Esta primera cercanía de confesiones y llamadas telefónicas, de exclusividad, de dependencia, es un proceso fundamental para nuestro desarrollo emocional y en la mayor parte de los casos antecede al noviazgo heterosexual. Es “un experimento”, un laboratorio miniatura de los roles amorosos con todo y tempestades, bemoles, victorias y vicios.
Después llegan los novios, aunque muchas se verán buscando en balde esas emociones perdidas de los experimentos anteriores. Pero, ¿qué pasa entonces? Todo pierde coherencia, hay un desfase, hay frustración, y es entonces —en ese mágico instante— cuando una gran ola de desasosiego empuja de nuevo a las bienhechoras playas de lo femenino.
Se busca entendimiento, hay confesiones, se habla de cosas importantes, te dejas consolar. Se escucha que todos son iguales, que son de Marte (marcianos) y nosotras de Venus, que hay que amarlos como son. Y las tías y las abuelas lo comprenden porque has sufrido y tu amiga está ahí. Tan ahí que un día las pijamadas se vuelven luna de miel.
Así pasa. Se llega a sentir tan cerca el calor de su presencia que todo lo demás parece irreal, insuficiente. Al asumirse lesbiana se acepta que una mujer superó todas las expectativas que se tenían puestas en ese paradigma al que llamamos Amor. Siempre estará el derecho a renunciar a ese sentimiento para casarse con la heterosexualidad, pero hay muchas que han preferido casarse con ella.
Amarse en femenino
Enamorarse de una mujer es un milagro que sucede a menudo, que nos pone frente al espejo tan vulnerables, desnudas y solas que sentimos miedo, pero ese frío, esa soledad escalofriante, sólo terminan cuando te vistes de esa piel, la otra.
De pronto te encuentras ya involucrada, has hecho de ella un dios alrededor del cual echar a girar tu universo: tienen planes, viajan juntas, se ven diario, se llaman, se preocupan una por la otra, te pregunta de tu familia, sabe de ti, te echa la mano cuando estás en problemas y aún más te quiere, te hace sentir tanto su amor y en tantas formas que no buscas más en otros, en ellos.
Tú misma vas a decir que estás loca, a lo mejor intentas reafirmarte saliendo con hombres, teniendo un novio, pero será peor porque te darás cuenta de todo lo que te falta. Y volverás a ella para contarle entristecida todo lo que el mundo te lastima y violenta cuando no están juntas. Se besarán tibio y después tan caliente que hervirán todas y te consumirás en el sinsentido de ese sentido único encontrado en sus ojos.
Y después el sexo que acrecienta el amor y el amor que acrecienta el sexo y el amor y el sexo unidos poniéndote en el rostro la evidencia: te enamoraste de tu amiga.
De ahí, las historias son todavía más impredecibles. Unas salen del clóset gritando a los cuatro vientos esa lección que no se calla, otras se reprimen, se separan, otras prefieren el secreto y viven a escondidas lo que los demás sospechan.
Luego el laberinto; perderse a una misma para encontrarse con ella (que ya es una misma) decidir lo que se es, lo que se quiere ser: la maravilla, el karma, el infiernillo doméstico, el fuego todo que consume como cordero en un altar de diosa.
Amar a una mujer —como dice la escritora Rosamaría Roffiel— nos permite descubrir nuestra propia capacidad de amar y de sufrir; muchas otras capacidades, discapacidades. Retos que, al decirte a ti misma “la amo”, apenas comienzan.
Imagino, invento, pero hago un esfuerzo sobrehumano para retener fotografiado el milagro y sólo puedo decir: así me pasó a mí.
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