domingo, 17 de abril de 2016

ESTELA RENGEL [18.475]


Estela Rengel 

(Huelva, 1987) es una poeta novel cuya formación, realmente, siempre ha sido de ciencias: es enfermera y le gustaría formarse como matrona. En 2015 da el salto al papel; hasta entonces, sólo compartía lo que escribía en su blog y en los micros abiertos a los que es asidua. Ha publicado en la Revista Contrapunto de la Universidad de Alcalá de Henares y ha participado en las ediciones de 2015 de “Voces del Extremo” y “Encuentro de Poetas Verdes”. Actualmente, además de seguir escribiendo y disfrutando de todo lo que le ha traído su primer poemario, colabora con la plataforma Poetas de Huelva por la Paz.



Incertidumbre

Un millón de dardos constantemente afilados
rozándote la piel.
Rumor de escozor latente sin saber si irán
seguidos del alivio de la calma o
del más puro dolor de atravesarte.

Incertidumbre.




Desastres cotidianos

Hay gente que
con los ojos
escribe mapas en los cuerpos que se les antojan prohibidos.
Trazan las rutas que sus manos se imaginan
completando punto por punto.
Lunar por lunar.

Hay manos que
con caricias
proclaman al tacto verdades silenciosas.
Sentencias agazapadas en los labios
que no se atreven a salir.

Hay bocas que temblorosas
maquillan las noches en vela
orientándose a golpe de suspiro
con cada roce de palabra susurrada.

Hay olores que se pegan a la vida
y cuentan las historias que han conseguido
atravesar párpados incrédulos.
Corazas destruidas por el roce de un aroma en forma de memoria,
de humo de tabaco rubio como tú.

Hay mundos que están patas arriba por sólo una sonrisa
del revés.
Por una foto velada que lo dice todo
y miradas escondidas tras unas gafas de sol
que inspiran piernas cruzadas y pechos abiertos.

Hay batallas fortuitas como las arrugas que se despiertan
a ambos lados de tus labios
cuando te imagino diciéndome que no.
Pero nuestros reencuentros no lo serán nunca mientras me quede,
al menos, un poco de locura
entre tanto desastre cotidiano.



Todos los gemidos que tienes pendientes

Quiero rodearte con mis palabras
y que todas las onomatopeyas de deseo que conozcas
salgan disparadas por tus poros
cuando el roce de mi pecho desnudo por tu espalda
sea lo más casto que nos propongamos en toda la noche.

Que tu sudor haga en mi piel
la más bella obra de arte
y mi alimento durante días
sea el aire que respiras en mi boca
al pedirme entre besos que no pare.

Y parar es lo que menos se me ocurre
cuando tus labios me llaman
de esa maldita forma en que sólo ellos saben
y mis manos, a veces torpes,
consiguen arrancarte de la piel
todos los gemidos que tienes pendientes.



Hoy no hay piedad ni para las nubes

Hoy no hay piedad ni para las nubes.

Hoy yaces más que nunca
y me atraviesa el pecho
el no saber si luchas
o tu esfuerzo es por dejarte ir.

Hoy no hay piedad ni para las nubes.

Hoy toca separarme
de nuevo
del redil.
Volver a las manos vacías,
al descanso obligado,
al canto afilado
de la incertidumbre.

Hoy no hay piedad ni para las nubes.

Hoy lo ubérrimo
y lo yermo
se enfrentan por debajo de mi ombligo,
recordándome
a empellones
la periodicidad de la vida
que sigue
implacable.

Hoy no hay piedad.
Ni para las nubes.
Ni para este pequeño ser
que siente todo el peso
del universo
sobre sus hombros.



iPod

Me enciende, me pone, me moja, me penetra.
La escucho, la escupo, la mastico, la trago.
La muevo, la salto,
me ataca, me desvela.

Dicen que la música amansa las fieras.
Yo no estaría tan segura.

Dame el ritmo oportuno,
la voz cantante,
el tema tabú.
Y mira cómo desmonto en un momento la teoría.
Son las tres de la mañana y este sueño lo ha cortado tu canción.



Catalepsia

Enterrados. Vivos.
Tierra sobre los sentimientos,
sobre las ilusiones sepultadas.
Corriendo en contra tiempo y aire.
Bien camuflado el nicho
sugiriendo que todo está en orden.

Que descubras el lugar del sepelio no es suficiente.
Aún te quedan sudor y pala por delante.
Suerte si llegas antes de la hora de la muerte.



Estertores

Vomito los posos del vino que bebí,
devolviendo a la tierra yerma del vientre de tu madre
el fruto que me envenenó la vida.

Y creyendo que es sangre lo que brota,
yazco en el suelo apretando contra el cuerpo
las entrañas que se pelean por salir.

Resistir o abandonarse,
ser valiente o ser cobarde,
sentir, sufrir, y vivir.

O dejar que el río siga su cauce, flotar,
balsa amputada sin vela ni remos
que irá a parar a la mar.




Desde la editorial onubense Niebla llega esta joven autora, que publicó su primer poemario impulsado por el programa 100*100 de esta editorial, que busca motivar la obra de escritoras y escritores que vivan o que desarrollen sus trabajos en algún municipio de Huelva.

por  Laura Estrada Márquez



Mete notas en un libro de Salinas
cuando entres en la biblioteca
haciendo ruido con tus tacones de aguja
por toda la sección de poesía.
Ama
y duele
como si ésta fuera tu última vida.
Los demás no saben que
si quieres
puedes ser una gata.
O un fénix que renace
cada vez que todo arde.

(Fragmento, poema XIX)



Ecdisis viene de la palabra griega ékdysis, que significa ‘desnudamiento’. Según la RAE, es la ‘muda de los artrópodos’. Sin embargo, el significado más válido en este contexto es el que le da la propia Estela Rengel en el prólogo de su libro. La autora asegura que los poemas que conforman su obra, no son más ni son menos que sus restos, aquello que fue dejando después de las mudas. Las mudas, que conforme la lectura de este poemario avanza, descubrimos que son un mundo interior lleno de dudas y miedos, siempre reflejando todas la vivencias que desencadenaron su construcción como mujer-en-el-mundo, pero que ineludiblemente, tiene la capacidad de renacer.



Nada de vie en rose:
que el viento tenga el color
que mejor le siente a tus ojos
según se hayan despertado ese día

Tampoco cuento de hadas:
no eres princesa azul,
eres guerrera
y has conquistado uno a uno
todos mis territorios hasta ayer inexplorados.

(Fragmento del poema XXII.)



Los treinta y dos poemas que componen Ecdisis, algunos sin título, son un recorrido, que tiene poco de lineal y mucho de cíclico. Las lectoras somos testigos de la exploración de su cuerpo en conjunción con el de una amada – o muchas -; además de los cambios, o más  bien mudas, en su forma de percibir y vivir el amor, algunas veces más resignada y otras más combativa.


Nos perdimos
y nos encontramos
en otros ojos.

Te perdí
para encontrarme.

Y fui sola.

Y fui, sola.

(Fragmento de “Y, fui sola” poema XXVIII)



En definitiva, la obra de esta joven onubense es la evidencia pragmática de los sentimientos más profundos, que nos van haciendo crecer y nos van otorgando la licencia de entender que la vida son etapas que vamos quemando – mudando – y, aunque los pedazos de piel vayan cayendo, éstos se van acumulando y van siendo los motores de nuestra constante construcción regenerativa. Voces interiores, gritos agónicos de soledad, la pérdida del amor, la distancia como ruina y finalmente, el encuentro consigo misma en Ecdisis.



Ecdisis

¿Acaso mudan las serpientes a su antojo?
Tú me lo pediste, como si tan fácil fuera.

Y aquí estoy,
contra las paredes que me encierran,
que me desgarran, que me hieren.
Quitándome una parte de mi yo que fue tan tuya.
Una vez.

Dejarme la piel muerta en otras sábanas,
quizá menos doloroso,
sería dejar tu impronta en un nuevo tacto
que no se merece sólo restos.

Debe doler para después poder
saber cuándo ha curado.







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