lunes, 30 de marzo de 2015

MARTÍN DEL BARCO CENTENERA [15.324]


Martín del Barco Centenera

Martín del Barco Centenera (Logrosán, Cáceres, 1535 - ¿1605?), clérigo español de origen extremeño que participó activamente en la conquista y colonización de la región del Río de la Plata.

Se le recuerda especialmente por ser el autor del "poema histórico" (como el mismo lo denomina) Argentina y conquista del Río de la Plata con otros acaecimientos de los reinos del Perú, Tucumán y el Estado del Brasil, en el cual aparece por primera vez el topónimo "Argentina" para denominar a esta región.

Hombre de la Iglesia y poeta, Martín del Barco Centenera nació en Logrosán (Cáceres) en 1535. Hijo de labradores ricos, fue un estudiante aplicado que quiso hacer carrera en la Iglesia y marchó a Salamanca para prepararse convenientemente. Obtuvo el título de licenciado en teología; así al menos lo afirma Hernando de Montalvo, al declarar en una Información de 1593 que vio el título dos o tres veces, aunque no queda constancia en los registros de la universidad española. Inducido por el pensamiento misionero lascasiano y llevado de su curiosidad emotiva, quiso conocer la realidad conquistadora y las tribulaciones indígenas en su ambiente natural; en Madrid consiguió el nombramiento de Arcediano de la Catedral de Asunción en el Paraguay y se embarcó para América como capellán en la armada del Adelantado del Río de la Plata Juan Ortiz de Zárate "con criados, bien tratado y como hombre de lustre". Tras casi dos años de navegación, llegó a la cuenca del Río de Plata a finales de 1573. Organizado el alojamiento de la gente y acomodado el campamento, marchó a la ciudad de Asunción, hoy capital de la República del Paraguay.

Conquistador de almas

Acompañó la expedición del capitán Ruy Díaz Melgarejo para asistir espiritualmente a la tropa y empuñar las armas cuando era necesario defenderse de los ataques indígenas. Aprendió el guaraní y, empezando por la isla de Martín García, intervino en varias expediciones de exploración y en la conversión de numerosos indígenas; cuando murió el Adelantado Ortiz de Zárate en 1576 y fue reemplazado interinamente por Diego de Mendieta, dejó este cargo, al parecer porque entre Mendieta y Martín del Barco existía cierta tirantez nacida de viejas rencillas o malentendidos (le procesaron como conspirador el primer año de gobierno rioplatense de Mendieta, en 1576). Del Barco no quiso continuar prestando su asistencia espiritual a las tropas y pasó a la diócesis de Chuquisaca, donde gobernaba su viejo amigo el obispo Granero de Ávalos, al que conoció en Extremadura cuando estuvo en Plasencia (Cáceres). Granero de Ávalos lo nombró capellán de la Real Audiencia de Charcas y, posteriormente, vicario de la zona de Potosí, y se radicó en Porco.

Concilio limense

Promovidos por el arzobispo de Lima fray Jerónimo de Loayza, se celebraron los dos primeros concilios limenses en 1551 y 1567 y, como fray Jerónimo falleció en 1575, su sucesor en la silla arzobispal fray Toribio de Mogrovejo convocó el tercero en 1582. Acompañando a su amigo, el obispo Granero de Ávalos, Martín del Barco asistió como secretario a este concilio y, durante su celebración tuvo diferencias de criterio y hasta enfrentamientos con fray Toribio de Mogrovejo, en el sentido de que tomó partido por los que defendían suavizar ciertos aspectos de la disciplina eclesiástica. Cuando terminó el concilio fue nombrado comisario del Santo Oficio en Cochabamba además de ocupar el cargo de vicario en Chuquisaca gracias a su amigo el obispo Granero de Ávalos. Ayudó activamente a sofocar un levantamiento de mestizos que debió estallar en Asunción simultáneamente con el de Santa Fe.

Proceso por conducta


Portada de la primera edición del poema La Argentina de Martín del Barco Centenera, 1602.


Su comportamiento en Cochabamba dejó al parecer bastante que desear. Fue acusado y condenado con la privación de su oficio inquisitorial por el visitador Dr. Juan Ruiz de Prado el 14 de agosto de 1590. Los cargos fueron haber publicado bandos en Oropesa y Cochabamba, tratando a sus vecinos de judíos y moros, y haber ejercido venganza contra sus enemigos personales mediante aplicación de la autoridad inquisitorial que le confería su cargo. Y, además de ser acusado de esos bandos infamantes, sumó otros cargos por haber sido visto ebrio, por dedicarse al comercio, por haber mantenido relaciones ilícitas en Lima y por vivir amancebado con una mujer casada. El expediente se firmó en Lima por los testigos Lamberto Polanco, Francisco Rosel y Juan Sarabia ante el escribano Juan Martínez de Mecolaeta.

Se le impusieron 250 pesos de multa y se le inhabilitó para ejercer cargos del Santo Oficio. La sentencia se encuentra en el Archivo Histórico Nacional de España (Inquisición, leg. 1640, exp. 2). Regresó a Asunción, donde ejerció el gobierno de la Iglesia por breve tiempo. Designado procurador de Buenos Aires ante la Corte de 1594, regresó definitivamente a España.

Estancia en Portugal y composición de su epopeya

Se estableció en Lisboa (Portugal) como capellán del virrey don Cristóbal de Moura, marqués de Ciudad Rodrigo. Allí publicó su poema La Argentina (1602) y murió poco después. El mérito poético de este poema heroico es escaso, como el de la mayoría de las epopeyas americanas compuestas en esta época, salvo La Araucana, de Alonso de Ercilla, que, de todas formas, es bastante anterior; sin embargo, su valor histórico y documental es considerable. Se describe casi un cuarto de siglo de esfuerzos españoles para colonizar la Argentina y sus tierras limítrofes en que fue testigo presencial y, por tanto, viene a llenar un vacío considerable en el conocimiento de la historia de ese periodo, de otra forma peor conocida. Alude además a las piraterías de Francis Drake y Thomas Cavendish y a los acontecimientos de importancia durante el gobierno del virrey Toledo en Perú. Varios de los violentos terremotos de la época también se mencionan y describen, aunque no siempre con exactitud en cuanto a fechas.

Obras
La Argentina y Conquista del Río de la Plata: con otros acaecimientos de los reynos del Peru, Tucuman, y estado del Brasil, Lisboa: Pedro Crasbeeck, 1602.





La Argentina o La conquista del Río de la Plata
de Martín del Barco Centenera

Poema histórico


Al Marqués de Castel Rodrigo, Virrey, Gobernador y Capitán General de Portugal, por el rey don Felipe III, Nuestro Señor

Don Martín del Barco Centenera, Arcediano del Río de la Plata 

Habiendo considerado y revuelto muchas veces en mi memoria el gran gusto que recibe el humano entendimiento con la lectura de los varios y diversos acaecimientos de cosas, que aun por su variedad es la naturaleza bella, y que aquellas amplísimas provincias del Río de la Plata estaban casi puestas en olvido, y su memoria sin razón obscurecida, procuré poner en escrito algo de lo que supe, entendí y vi en ellas, en veinticuatro años que en aquel nuevo orbe peregriné: lo primero, por no parecer al malo e inútil siervo que abscondió el talento recibido de su señor; lo segundo, porque el mundo tenga entera noticia y verdadera relación del Río de la Plata, cuyas provincias son tan grandes, con gentes tan belicosas, animales y fieras tan bravas, aves tan diferentes, víboras y serpientes que han tenido con hombres conflicto y pelea, peces de humana forma, y cosas tan exquisitas que dejan en éxtasis a los ánimos de los que con alguna atención las consideran. 

He escrito, pues, aunque en estilo poco pulido y menos limado, este libro, a quien intitulo y nombro Argentina, tomando el nombre del subjeto principal, que es el Río de la Plata; para que Vuestra Excelencia, si acaso pudiera tener algún rato como que hurtado a los necesarísimos y graves negocios de tan grande gobierno como sus hombros tienen, pueda con facilidad leerle, sin que le dé el disgusto y fastidio que de las largas y prolijas historias se suele recibir; y heme dispuesto a presentarla y ofrecerla a Vuestra Excelencia como propia suya; pues, según derecho, los bienes del siervo son vistos ser del señor. 
Y así confío que, puesto en la posesión del amparo de Vuestra Excelencia, cobrará nuevo ser y perpetuo renombre mi trabajo; y pido a Dios se siga sólo haber acertado a dar a Vuestra Excelencia algún pequeño contento con este mi paupérrimo servicio, lo que será para mí muy aventajado premio, y crecerán en mí las alas de mi flaco y débil entendimiento para volar, aspirando siempre a cosas más altas y mayores, enderezadas todas a su fin debido, que es el servicio de Dios, de Su Majestad y de Vuestra Excelencia, a quien Dios nos guarde por largos y felicísimos tiempos, para el buen gobierno y amparo de este reino, y como yo, siervo y perpetuo capellán de Vuestra Excelencia, deseo. 
De Lisboa, 10 de Mayo de 1601.

La Argentina

Canto primero


En que se trata del origen de los Chiriguanas o Guaranís, gente que come carne humana, y del descubrimiento del Río de la Plata. 


Del indio Chiriguana encarnizado 
en carne humana, origen canto solo. 
Por descubrir el ser tan olvidado 
del argentino reino, ¡gran Apolo!, 
envíame del monte consagrado 
ayuda con que pueda aquí, sin dolo, 
al mundo publicar, en nueva historia, 
de cosas admirable la memoria. 



Mas, ¡qué digo de Apolo!, Dios eterno, 
a vos solo favor pido y demando. 
Que mal lo puede dar en el infierno 
el que en continuo fuego está penando. 
Haré con vuestra ayuda este cuaderno, 
del argentino reino recontando 
diversas aventuras y extrañezas, 
prodigios, hambre, guerras y proezas. 





Tratar quiero también de sucedidos 
y extraños casos que iba yo notando. 
De vista muchos son, otros oídos, 
que vine a descubrir yo preguntando. 
De personas me fueron referidos 
con quien comunicaba, conversando 
de cosas admirables codicioso, 
saber por escribirlas deseoso. 



Perú de fama eterna y extendida 
por sus ricos metales por el mundo; 
la Potosí imperial ennoblecida 
por tener aquel cerro tan rotundo; 
la tucumana tierra bastecida 
de cosas de comer, con el jocundo 
estado del Brasil, darán subjeto 
a mi pluma que escriba yo prometo. 



Que aunque en esta obra el fundamento 
primero y principal, Río de la Plata, 
y así es primero su descubrimiento; 
con todo no será mi pluma ingrata, 
que aquí pintará al vivo lo que siento 
del nuevo orbe al marqués Mora; y si trata 
contrario a la verdad, yo sea borrado 
de su libro, y a olvido condenado. 




También diré de aquel duro flagelo 
que Dios al mundo dio por su pecado, 
el Drake que cubrió con crudo duelo

al un polo y al otro en sumo grado. 
Trataré de castigos que del Cielo 
parece nuestro Dios nos ha enviado: 
temblores, terremotos y señales 
que bien pueden juzgarse por finales. 




En todo hallará bien si lo quisiere 
a su gusto el lector, gusto sabroso. 
Y guste lo que más gusto tuviere, 
y deje lo sin gusto y disgustoso, 
hará al fin lo que más gusto le diere, 
que esto de escribir es azaroso. 
En nombre de Jesús comienzo agora, 
y de la Virgen para Emperadora. 



Después del gran castigo y gran justicia 
que hizo nuestro Dios Omnipotente 
por ver cómo crecía la malicia 
del hombre que compuso sabiamente, 
habiendo recibido la propicia 
señal del amistad, Noé prudente, 
de Japhet, hijo suyo, así llamado, 
Tubal nació valiente y esforzado. 




Aquéste fue el primero que en España 
pobló; pero después viniendo gentes 
con la de aqueste Tubal y otra extraña 
más, del mismo Noé remanecientes, 
España se pobló, y tanta saña 
creció entre unos hombres muy valientes 
Tupís que por costumbre muy tirana 
tomaron a comer de carne humana. 



Creciendo en multitud por esta tierra 
Extremadura bella, aquesta gente 
de tan bestial designio y suerte perra, 
por atajar tal mal de incontinente 
hicieron los Ricinos grande guerra 
contra aquestos caribes fuertemente; 
en tiempo que no estaba edificada 
la torre de Mambrós tan afamada. 




Ni menos el alcázar trujillano, 
en que vive la gente trujillana, 
ni la puente hermosa que el Romano 
en Mérida nos puso a Guadiana. 
Ni había comenzado el lusitano, 
que habita en la provincia comarcana. 
Empero había Ricinos en la tierra, 
muy fuertes y valientes para guerra. 




Aquéstos son nombrados Trujillanos, 
cual pueblo Castrum Julii fue llamado, 
que cuando le poblaron los Romanos 
el nombre de su César le fue dado. 
Fronteros de estas tierras los profanos 
de aquel designio pérfido, malvado, 
caribes inhumanos habitaban, 
y toda la comarca maltrataban. 



Corriendo las riberas del gran Tajo, 
y a veces por las sierras de Altamira, 
ponían en angustia y en trabajo 
la gente con su rabia cruda y dira. 
No dejan cosa viva, que de cuajo, 
cuanto puede el caribe, roba y tira; 
a cuál quitan el hijo y los haberes, 
y a otros con sus vidas las mujeres. 



Vistos por los Ricinos trujillanos, 
con ánimo invencible belicoso, 
contra aquellos caribes inhumanos 
formaron campo grande y poderoso. 
Venido este negocio ya a las manos, 
de entre ambas partes fue muy sanguinoso; 
mas siendo los caribes de vencida, 
las reliquias se ponen en huida. 



Expulsos de la tierra, fabricaron 
las barcas y bateles que pudieron, 
y a priesa muchos de éstos se embarcaron 
y sin aguja al viento velas dieron. 
A las furiosas aguas se entregaron, 
y así de Extremadura se salieron; 
y a las islas, que dicen Fortunadas, 
aportan con sus barcas destrozadas. 



Platón escribe y dice que solía 
el mar del norte, Atlántico llamado, 
ser islas lo más de él, y se extendía 
la tierra desde España en sumo grado. 
Y que en tiempos pasados se venía 
por tierra mucha gente; y se han llamado 
las islas Fortunadas que quedaron, 
cuando otras del mar Norte se anegaron. 




Y así a muchos pilotos yo he oído 
que navegando han visto las señales 
y muestras de edificios que han habido

(cosas son todas estas naturales, 
que bien pueden haber acontecido) 
por donde los Tupís descomunales 
irían fácilmente a aquellas partes, 
buscando para ello maña y artes. 


Llegando, pues, allí ya reformadas 
sus barcas y bateles, con gran pío, 
tornáronse a entregar a las hinchadas 
ondas del bravo mar a su albedrío. 
Las barcas iban rotas, destrozadas, 
cuando tomaron tierra en Cabo Frío, 
que es tierra del Brasil, yendo derecho 
al Río de la Plata y al Estrecho. 



Comienzan a poblar toda la tierra, 
entre ellos dos hermanos han venido. 
Mas presto se comienzan a dar guerra, 
que sobre un papagayo ha sucedido. 
Dejando el uno al otro, se destierra 
del Brasil, y a los llanos se ha salido. 
Aquel que queda ya Tupí se llama, 
estotro Guaraní de grande fama. 




Tupí era el mayor y más valiente, 
y al Guaraní menor dice que vaya 
con todos sus soldados y su gente, 
y que él se quedará allí en la playa. 
Con la gente que tiene incontinente 
el Guaraní se parte y no desmaya, 
que habiendo con su gente ya partido, 
la tierra adentro y sierras ha subido. 



Pues estos dos hermanos divididos 
la lengua guaraní han conservado, 
y muchos que con ellos son venidos 
en partes diferentes se han poblado, 
y han sido en los lenguajes discernidos, 
que por distancia nadie ha olvidado. 
También con estos otros, aportaron, 
que por otro viaje allá pasaron. 



Mahomas, Epuaes y Calchines, 
Timbúes, Cherandíes y Beguaes, 
Agaces, y Nogoes, y Sanafines, 
Maures, Tecos, Sansoues, Mogoznaes. 
El Paraná abajo, y a los fines 
habitan los malditos Charruaes, 
Naúes y Mepenes, Chiloazas; 
a pesca todos dados y a las cazas. 


Los nuestros Guaranís, como señores, 
toda la tierra cuasi dominando, 
por todo el Paraná y alrededores 
andaban crudamente conquistando. 
Los brutos, animales, moradores 
del Paraguay sujetan a su mando. 
Poblaron mucha parte de esta tierra, 
con fin de dar al mundo cruda guerra. 



Poblando y conquistando han alcanzado 
del Perú las nevadas cordilleras, 
a cuyo pie ya tienen subyugado
el río Pilcomayo y sus riberas. 

Muy cerca de la sierra han sujetado 
a gente muy valientes y guerreras 
en el río Condorillo y Yesuí, 
y en el grande y famoso Guapaí. 



Una canina rabia les forzaba 
a no cesar jamás de su contienda. 
Que el Guaraní en la guerra se hartaba 
(y así lo haría hoy, sin la rienda 
que le tenemos puesta), y conquistaba 
sin pretender más oro, ni hacienda, 
que hacerse como vivas sepulturas 
de símiles y humanas criaturas. 



Que si mirar aquéstos bien queremos, 
caribe dice, y suena sepultura 
de carne, que en latín caro sabemos 
que carne significa en la lectura. 
Y en lengua guaraní decir podemos 
ibi, que significa compostura 
de tierra do se encierra carne humana; 
caribe es esta gente tan tirana. 





Teniendo, pues, la gente conquistada, 
en mil parajes se poblaron de hecho. 
El Guaraní con ansia acelerada 
a los Charcas camina muy derecho. 
La cordillera y sierra es endiablada, 
parece le será de gran provecho 
parar aquí, y hacer asiento y alto, 
con fin de allí al Perú hacer asalto. 



Muy largos tiempos y años se gastaron, 
y muchos descendientes sucedieron 
desde que los hermanos se apartaron. 
De Tupí en el Brasil permanecieron 
Tupíes, y destotros que pasaron 
Guaraníes se nombran, y así fueron 
guerreros siempre aquestos en la tierra, 
que el nombre suena tanto como guerra. 




Aquestos Guaraníes se han mestizado 
y envuelto con mil gentes diferentes, 
y el nombre Guaraní han renunciado, 
tomando otro por casos y accidentes. 
Allá en las cordilleras, mal pecado, 
Chiriguanaes se dicen estas gentes, 
que por la poca ropa que tenían 
de frío muchos de ellos perecían. 




La costa del Brasil es muy caliente, 
y el Paraguay y toda aquella tierra. 
Camina aquesta gente del oriente, 
y para en las montañas y la sierra, 
caminando derechos al poniente, 
haciéndoles el frío cruda guerra 
que mal puede el desnudo en desafío 
entrar y combatirse con el frío. 



Llegaron, pues, al fin a aquel paraje 
do el frío les hizo guerra encarnizada, 
y frío chiri suena en el lenguaje 
del Inga, que es la lengua más usada; 
guana es escarmiento de tal traje. 
Aquesta gente iba mal parada, 
y el frío que tomaron, escarmiento 
fue para el Chiriguana y cognomento. 




En este tiempo ya habían venido 
por otra parte y vía al Perú gentes; 
por ser tan exquisitos, no he querido 
sus nombres referir tan diferentes, 
en una lengua muchos se han unido, 
que es quichua, y los hidalgos y valientes 
de aqueste nombre Inca se han jactado, 
y a todos los demás han sujetado. 




Estando de esta suerte apoderados 
los Incas, los Pizarros allegaron, 
y siendo del Perú bien enterados, 
la tierra en breve tiempo conquistaron. 
Los Guaranís sus dientes acerados 
alegres con tal nueva aparejaron, 
pensando que hartarían sus vientres fieros 
de la sangre de aquellos caballeros. 



El corazón pedía la venganza 
de sus pasados padres, que habían sido 
de la tierra Extremeña a espada y lanza 
expulsos, como arriba habéis oído. 
Mas viendo de Pizarro la pujanza, 

temieron de pasar; y así han tenido 
por seguros los montes despoblados, 
sin ser a gente humana sujetados. 




De allí hacen hazañas espantosas, 
asaltos, hurtos, robos y rapiñas, 
contra generaciones belicosas 
que están al rededor circunvecinas. 
En sus casas están muy temerosas, 
como unas humillísimas gallinas, 
con sobrado temor noche y mañana, 
temiendo de que venga el Chiriguana. 



Usan embustes, fraudes y marañas, 
también tienen esfuerzo y osadía, 
y así suelen hacer grandes hazañas, 
que arguyen gran valor y valentía. 

A aquéstos vi hacer cosas extrañas 
en tiempo que yo entre ellos residía; 
y el que no me quisiere a mí escuchallo, 
al de Toledo vaya a preguntallo. 



Dejemos esto agora; navegando 
Magallanes también vino derecho, 
la costa del Brasil atrás dejando 
en busca fue y demanda del Estrecho, 
salió del mar del sur atravesando, 
y hállase contento y satisfecho, 
y al mundo da una vuelta con Victoria, 
ganando en este caso fama y gloria. 



Después a los quinientos y trece años, 
contados sobre mil del nacimiento 
de aquel que padeció por nuestros daños, 
dio Juan Díaz de Solís la vela al viento; 
al Paraná aportó, do los engaños 
del Timbú le causaron finamiento 
en un pequeño río de grande fama, 
que a causa suya de Traición se llama. 


Por piloto mayor de Magallanes 
al Estrecho venido aquéste había; 
no harto de pasar penas y afanes, 
la conquista a don Carlos le pedía. 
Entró el río arriba con desmanes, 
hasta que ya el postrero le venía, 
en que su alma del cuerpo se desata, 
poniendo al Paraná nombre del Plata. 




No fue sin causa, creo, de secreto, 
y señal de misterio y buen agüero. 
Aunque es así que todo está sujeto 
al alto, divino juicio verdadero, 
y aunque usó este nombre por respeto, 
que vido cierta plata allí primero, 
yo entiendo que ha de haber grande tesoro 
algún tiempo de plata allí y de oro. 



La muerte pues de aquéste ya sabida, 
el gran Carlos envía el buen Gaboto
con una flota al gusto proveída, 
como hombre que lo entiende y que es piloto. 
Entró en el Paraná, y ya sabida 
la más fuerza del río le ha sido roto 
del Guaraní, dejando fabricada 
la torre de Gaboto bien nombrada. 



Algunos de los suyos se escaparon 
de aquel río Timbús do fue la guerra, 
al río de San Salvador después bajaron, 
donde la demás gente estaba en tierra. 
A nuestra dulce España se tornaron, 
huyendo de esta gente infiel y perra. 
Mas no pone temor esta destroza 
a don Pedro Guadix y de Mendoza. 



Don Pedro de Guadix, como diremos, 
después de haber de Roma malvenido, 
cuando hubo disensión en los supremos, 
el gobierno argentino hubo pedido. 0 
Empero algún tanto ahora descansemos, 
que no le dejaremos por olvido, 
pues su hambre rabiosa y grande ruina 
ayuda a lamentar a la Argentina. 




De nuestro río argentino y su grandeza 
tratar quiero en el canto venidero, 
de sus islas y bosques y belleza 
epílogo haré muy verdadero. 
Ninguno en lo leer tenga pereza, 
que espero dar en él placer entero 0 
de cosas apacibles y graciosas 
y dignas de tenerse por curiosas. 


Canto segundo


En este canto se trata de la grandeza del Río de la Plata, del Paraguay, y de las islas, peces, aves que hay en ellos 


La obra excelentísima y grandiosa 
arguye grande artífice y maestro, 
que no puede hacer obra preciosa 
el hombre que en el arte no está diestro. 
Como la creación maravillosa 
enseña, Señor mío, el poder vuestro, 
en su tanto también aqueste río 
muestra grande saber y poderío. 



Inmensas gracias, Dios Señor, os damos, 
pues todo a nuestra causa lo criastes; 
y a nosotros que mal os lo pagamos, 
para vuestro servicio nos formastes. 
Cuanto sois, mi Señor, si bien miramos 
las cosas que en el mundo vos plantastes, 
nos da bien a entender, y la grandeza 
de vuestro gran saber y la riqueza. 



El río que llamamos Argentino, 
del indio Paraná o mar llamado, 
de norte a sur corriendo su camino 
en nuestro mar del norte entra hinchado. 
Parece en su corriente un torbellino, 
o tiro de arcabuz apresurado. 
Mas con el viento sur plácidamente 
se vence navegando su corriente. 




De más de treinta leguas es su boca, 
y dos cabos y puntas hace llanas. 
Al tiempo que en la mar brava se emboca, 
al un cabo dos islas, como hermanas, 
están, que cada cual parece roca. 
Los Castillos se dicen, muy cercanas 
al cabo que nombré Santa María, 
que poco de estas islas se desvía. 



Al otro cabo, Blanco le llamamos, 
el cual en la mar entra más derecho 
y más bajo, y por esto navegamos, 
por más seguro este otro, un poco trecho. 
Después al otro cabo nos tornamos, 
el cual está a la banda del estrecho; 
entrambas costas son muy peligrosas, 
y de futuros casos portentosas. 



Pasadas estas islas de Castillos, 
adelante están dos algo mayores: 
de los Lobos se dicen, que lobillos 
como becerros hay poco menores; 
un poco más arriba dos islillos 
están, nombrados islas de las Flores, 
y habiendo treinta leguas caminado, 
al puerto San Gabriel hemos llegado. 



Siete islas hay en él, altas, graciosas, 
un poco de la tierra desviadas, 
de palmas y laureles muy copiosas, 
están aquestas islas bien pobladas. 
Aquí llegan las naves poderosas, 
como salen de España despachadas. 
Frontero es Buenos Aires ya poblado, 
y del sur importuno resguardado. 



De ancho nueve leguas o más tiene 
el río por aquí, y muy hondable. 
La nave hasta aquí segura viene, 
que como el ancho mar es navegable, 
pasado este paraje le conviene 
al piloto mirar el gobernable, 
en la mano llevando siempre sonda, 
o seguir la canal que va bien honda. 


Doce leguas de aquí Martín García, 
una isla de este nombre está llamada; 
una legua de tierra se desvía, 
y más de legua y media es prolongada. 
A partes por el bosque está sombría, 
y a partes tierra alta y asombrada, 
don Pedro, y Juan Ortiz allí poblaron, 
y de hambre mucha gente sepultaron. 



Aquí llegó Eduardo de Fontano, 
el año sobre mil y los quinientos 
de ochenta con más dos, con viento sano, 
mas no supo de pueblos ni de asientos, 
que si acaso supiera el luterano 
que allí había poblados y cimientos, 
sin duda en pesadumbre nos pusiera, 
que había el aparejo en gran manera. 



Cuatro leguas de aquí ya navegadas, 
las islas de San Lázaro están juntas, 
de tierra media legua desviadas 
a do enderezan ambas sendas puntas. 
Están aquestas islas separadas, 
aunque al parecer no están disjuntas. 
Y habiendo media legua navegado, 
está el Uruguay, río afamado. 



Es río de caudal y poderoso, 
su boca legua y media casi tiene. 
Entra en este paraje muy furioso, 
que de peñas y riscos altos viene. 
En él entra otro río con reposo, 
que al parecer entrando se detiene, 
al cual San Salvador llamó Gaboto, 
antes que de los indios fuese roto. 



A dos leguas entra otro, que es nombrado 
el Río Negro, que Hum tenía por nombre. 
Aquí en nuestro tiempo se han hallado 
pescados semejantes muchos al hombre, 
aquesto de pasada lo he tocado, 
ninguno de leerlo aquí se asombre, 
que, siendo Dios servido, en otro canto 
diré cosas de vista y más espanto. 



Dejemos este río, que corriendo 
de allá hacia el Brasil viene derecho, 
y en él se vienen otros mil metiendo, 
que le tienen famoso y grande hecho. 
Al nuestro de la Plata revolviendo, 
desde aquí él comienza a ser deshecho, 
y en once brazas grandes se reparte, 
tirando cada cual su larga parte. 


Del río Nilo refieren escritores 
lo mismo; pero es tanta la grandeza 
de aquéste y de sus brazos, que mayores 
los juzgo, que no estiman la braveza 
del Nilo en tanto grado los autores. 
Y si del Nilo fuera la extrañeza 
tan grande como éste, y se escribiera, 
al mundo admiración mayor pusiera. 



En el nuestro se forman muy hermosas 
islas, de a doce leguas y mayores, 
en sus tiempos muy frescas y frondosas, 
pobladas de mil rosas y de flores, 
de caza y bastimentos abundosas; 
en ellas Guaranís son pobladores, 
sin que alguna nación otra se atreva 
en él poblar, en ella hacer prueba. 



Pasadas estas islas, torna el río 
a su primera madre acostumbrada. 
De una y otra parte gran gentío 
la tierra firme tiene bien poblada. 
El Guaraní les manda con gran brío, 
que tiene la más tierra sujetada, 
entre ellos Yamandú, gran hablador, 
que se titula y nombra Emperador. 


Éste, malvado y perro como artero, 
a todos los más indios comarcanos 
los trae a su opinión al retortero, 
y como son los indios tan livianos, 
y él pica su poquillo en hechicero, 
donde él pone los pies ponen las manos, 
de suerte que si quiere hacer la guerra, 
al punto le veréis juntar la tierra. 



Y no piense el que lea aquesta historia 
que al falso Yamandú perecedero 
le falta quien levante su memoria, 
que en mi tiempo murió; mas su heredero 
levantar procuró su fama y gloria, 
y lo hizo en más grado que el primero. 
Así que Yamandú es el dictado 
y nombre que se pone al que ha heredado. 



De aquélla trataremos adelante, 
de sus embustes, falsos y marañas. 
De cuerpo y parecer era gigante, 
y así le demostraban sus hazañas; 
un poco tiempo fui su doctrinante, 
teniéndole en prisión a do sus sañas 
procuré doctrinar; trabajé en vano, 
porque era muy malvado este pagano. 



De aquí el río arriba, navegadas 
ciento y veinte leguas ya del río, 
otras islas están tan bien pobladas 
de gentiles naciones y gentío. 
Timbúes las más de ellas son llamadas, 
que muy poco temor tienen al frío. 
La torre de Gaboto está cercana 
y la gente llamada Cherandiana. 



De allí a veinte leguas, otro asiento, 
que Santa Fe se dice, está poblado; 
Garay le dio principio y fundamento, 
cuando Martín Suárez ha mandado. 
Tratarse ha en otra parte aqueste cuento, 
volvamos al negocio comenzado. 
El río hace aquí muchos islones, 
poblados de onzas, tigres y leones. 



Al pie de ochenta leguas adelante 
el grande Paraguay entra famoso, 
con más quietud se muestra, y más semblante 
a este río corriendo con reposo. 
El Paraná se aparta allá a levante, 
de a do corre con fuerza muy furioso; 
del norte corre el otro, consumiendo 
las aguas que el Perú viene vertiendo. 



Entrando el Paraná está Santa Ana, 
de Guaranís provincia bien poblada. 
Es tierra aquesta firme, buena y llana, 
que mucha de la dicha es anegada. 
Empero esta enjuta es muy galana, 
de nuestros españoles conquistada; 
y así tienen aquí repartimiento 
los que en el Paraguay tienen asiento. 



La Peña Pobre está más adelante; 
es alta como roca muy crecida. 
Aquí han visto muchos un gigante 
de gran disposición y muy crecida. 
No está, según yo supe, él aquí estante, 
que allá la tierra adentro es su guarida; 
mas viene aquí a pescar muy a menudo, 
de sus redes cargado, mas desnudo. 



Arriba de aquí están los remolinos, 
que es cosa de admirar y gran espanto. 
En el medio del agua hay torbellinos, 
como suele acá en tierra; y esto tanto, 
que navegando algunos, los vecinos 
celebran sus exequias con gran planto, 
diciendo que Caribdis está a punto 
para lo que viniere tragar junto. 




Aquí muchas canoas se han perdido, 
y muchos en mi tiempo se anegaron. 
Muy mal al de la Puente ha sucedido, 
y a aquellos que con él aquí bajaron. 
Que habiéndoles Caribdis sumergido, 
las vidas y haciendas trabucaron, 
y aquellos que mejor les fue en la feria, 
aún lloran todavía su miseria. 




El Salto ya me está gran priesa dando, 
diciendo este lugar ser propio suyo; 
y yo, solo en lo estar imaginando, 
de miedo y de pensarlo de mí huyo. 
Decir aqueste cuento procurando 
la mano está temblando, y lo rebuyo, 
por ser la cosa horrible y espantosa, 
y en todo el Paraná maravillosa. 



Por aquí el Paraná dos leguas tiene, 
y peñascos y sierras hasta el cielo; 
y al pie de una gran legua de aquí viene 
con ímpetu furioso y crudo vuelo. 
Cualquiera que navega le conviene 
con tiempo tomar tierra, que en el suelo 
de mil picas en alto dará cierto, 
por tanto muy de atrás se toma puerto. 


De legua más atrás encanalado 
el Paraná desciende poderoso, 
un peñasco terrible está tajado 
de a do se arroja y cae muy furioso. 
El estruendo que hace es muy sobrado, 
y el humo al aire tiene tenebroso, 
una noche dormí en una sábana, 
dos leguas de él, mas fue la Toledana. 



Yo propio lo he oído a naturales, 
tratando de este salto y su grandeza, 
que estaban con temores desiguales 
a oír aquel sonido y su braveza. 
Las aves huyen de él; los animales, 
oyendo su estruendo, sin pereza 
caminan, no parando apresuradas, 
y con temor las colas enroscadas. 



Después está Guaira, ciudad enferma, 
y que por Melgarejo fue poblada. 
Mas él, podrá decir cierto Belerma, 
de mí para mí mal fue engendrada. 
Es causa que Rui Díaz nunca duerma, 
la gente Chiriguana levantada, 
por donde el pobre viejo anda a la guerra 
con tino por tener en paz la tierra. 




Poblada está también otra ciudad, 
cuarenta leguas más arriba de ésta. 
En ella hay de metales cantidad, 
empero aunque los haya, ¿de qué presta?, 
hablando como es justo la verdad, 
que el hombre es lo que sólo allá les resta, 
pues vemos plomo saca Melgarejo, 
y hierro, con tener poco aparejo. 



Al Paraná es ya tiempo que dejemos, 
y al Paraguay ameno revolvamos, 
en el cual a la clara bien veremos 
que está cifrado el bien que deseamos, 
el bien, digo, que en tierra pretendemos, 
que agora del divino no hablamos, 
que aquese solo y sumo bien superno 
está sólo en gozar de Dios eterno. 



Entrando al Paraguay a izquierda mano, 
el Ipití se ve, que es río famoso; 
muy plácido desciende por un llano 
de palmas y laureles muy copioso. 
El Paraná-miní está cercano, 
que al Paraná traviesa caudaloso, 
haciendo triangular una isla llana 
de doce leguas casi de sabana. 



Si en este riachuelo el otro fuera, 
que dicen a buscar su mujer iba 
el río arriba, espanto no pusiera; 
pues vemos que éste corre hacia arriba 
algunas veces, y es de esta manera, 
que es justo la razón aquí se escriba: 
está cuando uno crece el otro bajo, 
y el chico corre arriba y corre abajo. 



No corre el Paraguay tanto furioso, 
y es un río mayor que el de Sevilla, 
de vista y parecer es muy gracioso, 
con ribera vistosa y linda orilla. 
De frescas arboledas muy copioso, 
y en partes prado verde a maravilla. 
También tiene los valles más cercanos, 
lagunas, negadizos y pantanos. 



Una laguna tiene de gran fama 
llegada al Ipití que dicho habemos. 
De los Mahomas es, y así se llama, 
que aquesta gente habita sus extremos. 
En el río Bermejo se derrama, 
y que esta tenga perlas lo sabemos, 
el Mahoma, señor de esta laguna, 
estando en la Asumpción me dio más de una. 



En gran precio las perlas éstos tienen, 
empero ellos no saben horadarlas. 
Si en su asiento españoles se detienen, 
de los hostiones procuran de sacarlas 
y al español con ellas luego vienen. 
El orden pues que tienen en pescarlas 
es fácil, que en pequeños redejones 
a veces sacan veinte y más hostiones. 



Antes de la Asumpción hay angostura 
del río, y así corre allí furioso. 
Alegre es por allí y de frescura, 
de muchas arboledas muy umbroso, 
con islas que hay en él de hermosura 
extraña, y parecer muy deleitoso. 
Entra aquí Pilcomayo que, vertiendo 
sus aguas, del Perú viene corriendo. 



Cuatro leguas arriba está situada 
la gran ciudad, antigua y populosa, 
que es dicha la Asumpción, que fue poblada 
por Salazar en era muy famosa. 
Es aquesta ciudad tan regalada, 
que mi pluma escribirlo aquí no osa; 
algunos, por baldón con mal aviso, 
la llaman de Mahoma paraíso. 




Poblose de muy buena y noble gente 
en tiempo de don Pedro de Mendoza, 
aunque hay, como sabemos, al presente 
en abundancia ya de toda broza. 
La causa de este mal inconveniente 
paréceme será la gente moza, 
que, aunque salen valientes y esforzados, 
al mal y no al bien son muy inclinados. 



Gran copia de mestizos hay en ella, 
pero más abundancia de mujeres, 
porque la guerra hace en ellos mella, 
la cual sin interés y sin haberes 
con sólo el fin la siguen de tenella. 
Y así, lector curioso, si quisieres 
el número saber de las doncellas, 
de cuatro mil ya pasan como estrellas. 



De frutos de la tierra y de Castilla, 
de pan, y vino, y carnes y pescado 
hay copia; pero oíd la maravilla 
que sé que aconteció un día pasado. 00 
Un peje palometa, que freílla 
pensaba una mujer enharinado, 
de la sartén saltó muy de repente, 
y el dedo le cortó redondamente. 



Un palmo y más tendrá la palometa, 
y mayor en el ancho que una mano. 
A donde hace presa fuerte aprieta, 
como suele hacer el crudo alano. 
Es cosa de notar ver que acometa 
este pequeño pez a todo humano, 
del río vi salir un día un soldado 
gritando, y en el muslo un gran bocado. 



Juzgose allí al presente que faltaba 
de carne media libra al desdichado, 
y el peje palometa lo llevaba 
en la boca redondo aquel bocado. 
Mas de otro oí decir que lamentaba 
su suerte desastrosa y triste hado, 
que en la boca de un pez perdido había 
lo que el pez le cortó con gran porfía. 



Dorados hay enormes y crecidos, 
mandís, rayas, pacúes amarillos; 
muchos pescados hay desconocidos, 
por tanto determino no escribillos. 
Los indios naturales mantenidos 
los más son de pescado y venadillos, 
los Guaranís son sólo labradores, 
los más dados a caza y pescadores. 




Aves la tierra cría diferentes 
que habitan por las islas de este río, 
pavas y avestruces muy valientes, 
neblíes y falcones de gran brío. 
Culebras hay y víboras, serpientes, 
que han tenido con hombres desafío. 
En otro canto aquesto contaremos, 
y cosas admirables trataremos. 



Que aquesto ahora tocamos de pasada, 
y cierto que en pensar yo la extrañeza 
de las cosas que he visto, embelesada 
me queda la memoria, y mi rudeza 
en éxtasis se pone enajenada 
de toda la humana naturaleza. 
Y habiendo de escribirlo todo en suma, 
la mano está temblando con la pluma. 



Dejemos, pues, ya el río, que corriendo 
por él quinientas leguas sin contento, 
del enemigo a veces yo huyendo, 
jamás pude hallarle nacimiento; 
de otros con porfía les siguiendo, 
he hallado el principio y fundamento. 
Y quiero darle ya al canto tercero, 
que cosas espantosas cantar quiero. 


Canto tercero


En que se trata de la calidad de la tierra, animales, reptiles y espantosísimas víboras y serpientes; de la sirena, del carbunclo, de unas mariposas que se tornan en gusanos, y después en ratones, y otras maravillas 


Demás de que en nosotros señalada 
la lumbre está de Dios como creemos, 
y el alma por él mismo fue criada 
a su bendita imagen, lo leemos. 
Para que de esta suerte doctrinada 
en bien fuese así mismo, si queremos 
mirar las corporales criaturas, 
veremos que son vivas escripturas. 



La flor de la granada o granadilla 
de Indias, y misterios encerrados, 
¿a quién no causará gran maravilla? 
Figúranse los doce consagrados 
de una color verde y amarilla; 
la corona y los clavos tresmorados 
tan natural están, y casi al vivo, 
que yo me admiro agora que lo escribo. 



Un árbol hay pequeño de la tierra 
que tiene rama y hoja menudita; 
en tocando la hoja ella se cierra, 
y en el punto se pone muy marchita. 
Yo he visto yendo veces a la guerra 
por los campos aquesta yerbecita, 
Caycobé se llama, y es tenida 
por yerba viva, y nómbranla de vida. 




Quién no se admirará luego en oyendo 
que hay un papagayo muy hermoso, 
la hembra cuando huevos va poniendo, 
tres pone, que es el número gracioso. 
Al punto que los pollos van saliendo 
conoce el papagayo el que es vicioso 
y sobra; y así le mata en aquel día, 
dejando macho y hembra para cría. 



Al Micuren dio Dios una bolsilla9
por medio de los pechos, en que encierra 
siete u ocho hijuelos; si seguilla 
procura otro animal, le hace guerra 
a quien le sigue, y guarda su cuadrilla 
como suele hacer la brava perra; 
y en viéndose de mal libre y de duelos, 
abre la bolsa y salen los hijuelos. 




El Yumirí, que es oso hormiguero, 
¿a quién no espantará su compostura? 
Por boca tiene un muy chico agujero, 
como un novillo grande, y de hechura 
del oso acá común; no es carnicero, 
y prívale de serlo el angostura 
de la boca, mas vence al tigre fuerte, 
causándole por hambre cruda muerte0. 



El instinto de un vil animalejo, 
Eyra ha por nombre, me ha admirado; 
de suerte es y de forma de un conejo, 
mas mata, como vemos, un venado, 
salta y aferra firme en el pellejo, 
y en el seceso da fiero bocado, 
haciendo con las uñas tal camino 
que saca al animal el intestino. 



Lo mismo hace al hombre y otra cosa 
una horrenda culebra, que es nombrada 
Curiyú, muy grande y espantosa1, 
de largo y de grosor descompasada; 
lo que ha comido y traga no lo bosa, 
ni echa por abajo, mas posada 
en tierra la barriga, se abre y echa 
aquello que de nada le aprovecha. 




Las víboras que son más ponzoñosas, 
cascabel en la cola tienen puesto, 
de diversas colores son vistosas, 
saltando de la tierra, y de su puesto, 
arremeten al hombre muy furiosas 
hasta morder con rabia el rostro y gesto. 
A do las hay crió Dios una yerba 
que es dicha por su nombre contrayerba. 



El hombre o animal a quien le hiere 
algunas de estas víboras malvadas, 
en un día natural, sin falta, muere, 
y en él son medicinas excusadas. 
Empero si la yerba el tal bebiere, 
antes que doce horas sean pasadas, 
escapa. Aquesta yerba Dios le ha dado 
el mismo cascabel muy apropiado. 




¡A quién no admirarán las cosas tales! 
Pues más he de decir en este canto, 
que contaré en él cosas desiguales, 
muy raras, peregrinas y de espanto. 
Agora de la tierra y naturales 
de la Asumpción digamos tanto cuanto, 
y luego escribiremos mil cosillas 
que bien podré llamarlas maravillas. 




El temple la Asumpción tiene gracioso, 
apacible, sereno y claro cielo; 
invierno frío, estío caloroso, 
algunas veces nieve, también yelo. 
De invierno y de verano está hermoso 
el campo todo el año, verde el suelo, 
porque de cuando en cuando bien se moja, 
y casi siempre está de verde hoja. 



La gente natural y comarcana 
es de muchas naciones diferentes. 
Empero la más es la Chiriguana, 
que están a los cristianos obedientes. 
Ya no comen aquéstos carne humana, 
si no es por exquisitos accidentes 
en guerras y conquistas con paganos, 
empero no de carne de cristianos. 



Una pestilencia grande hubo venido 
de que muchos Guaranís se murieron 
que carne de cristianos han comido, 
la peste les sucede atribuyeron. 
También por desabrida aborrecido 
la tienen, según muchos me dijeron, 
que más les sabe carne de un pagano 
que no la de español o castellano. 




Los Guaycurús habitan la otra banda, 
es gente muy valiente y belicosa. 
Cuando nuestro español en guerras anda, 
alquila Guaycurús por donde osa 
al Guaraní seguir, que le dan tanda 
aquéstos de tal suerte, que medrosa 
la gente Guaraní queda y deshecha, 
que el Guaycurú jamás teme su flecha. 



Los Agaces estaban bien poblados 
en tiempo de don Pedro de Mendoza, 
y aun eran muy valientes y esforzados. 
Los cristianos hicieron tal destroza 
en ellos, que los indios y soldados 
mataban sin piedad a toda broza, 
y así vino la cosa a tal estado 
que no hay hoy del Agaz pueblo poblado. 



También había muchos Guatataes, 
que es gente muy amiga de cristianos, 
y otros que se llaman Mogolaes, 
que viven en esteras por los llanos; 
aquéstos, y también Coñamequaes, 
están de la ciudad algo cercanos; 
acuden a servir con gran contento, 
aunque de ellos no hay repartimiento. 




Los Guaraníes solos repartidos 
están, que las demás generaciones, 
aunque lo están, y han sido sometidos 
al español, mas son por ocasiones, 
que tienen los que mandan eximidos 
del servicio, y acuden con mil dones, 
de suerte que hablando más de vero 
es de éstos el que manda encomendero. 



Junto a la Asumpción está una sierra, 
nombrada Lambaré, sierra afamada; 
en gran parte de toda aquesta tierra 
ninguna tan alta hay, tan encumbrada. 
Allí dio Salazar muy cruda guerra 
a Lambaré y su gente rebelada. 
Y muy cerca de allí, bajando al río, 
oíd una batalla y desafío. 



Habiendo Salazar aquí vencido 
el bravo Lambaré y toda su gente, 
a los pies de alta sierra le ha salido 
una terribilísima serpiente. 
Con ánimo gallardo y muy crecido 
embraza la rodela diligente, 
y comenzando a darla con la espada, 
en tierra echa una mano destroncada. 




La sierpe con la cola revolviendo 
al buen Capitán diera muy airada 
un golpe tan terrible, que cayendo 
venía el Capitán, y con la espada 
en el suelo se tuvo, y acudiendo 
con una venturosa cuchillada, 
tal golpe de revés da con destreza, 
que ahí la sierpe queda sin cabeza. 



La del tigre no fue tan grande hazaña, 
aunque era muy terrible y espantoso; 
matolo antes que fuese a nuestra España 
aqueste Capitán tan valeroso. 
Y habiendo ido, volvió, cosa extraña, 
que siendo tan valiente y poderoso, 
murió pobre, dejando muchos hijos, 
con pleitos y demandas y litijos. 




Por armas le dio el Rey el tigre fiero 
con Lambaré, la sierra que he contado, 
y un hábito y señal de caballero, 
con que a las Indias vuelve muy honrado. 
Mas como nunca dio en tener dinero, 
murió sin dejar solo ni un cornado, 
que aquesto de tener la plata a sobra, 
yo tengo firmemente que Dios obra. 




De qué me sirve a mí querer riqueza, 
y andar aperreado por habella, 
si Dios por me azotar me da pobreza. 
¿A quién presentaré yo mi querella 
si la Suprema Causa y Suma Alteza 
dispone que no haya de tenella? 
De arriba, de lo alto todo viene, 
dejadlo al que poder en todo tiene. 



Volviendo a nuestra historia, río arriba 
una laguna está muy afamada, 
Itapuá se llama una peña viva, 
está en medio de aquélla levantada. 
Compéleme el temor que no lo escriba, 
mas no lo dejaré; es prolongada 
de cien codos la piedra, y muy derecha 
y arriba en lo supremo una vestecha. 




Es como el Ave Fénix muy graciosa 
que pintan los autores, y su nido 
compuesto es de especiosa y olorosa 
madera, que en mis manos la he tenido; 
la sirena también, bella y hermosa 
como una bella dama, ha parecido 
en medio esta laguna, y aun gimiendo
y sus doradas crines esparciendo. 




Otra laguna grande más crecida 
de más admiración que aquésta vemos, 
que está la tierra adentro algo metida; 
los indios del Acai en sus extremos
habitan, y ellos dicen que fundida 
antiguamente fue gente, y creemos, 
nos dicen, está el diablo atormentando 
aquellos que pecaron en nefando. 



Gran grito y alarido y gran estruendo 
allá dentro parece que resuena 
cuando se allega junto, estremeciendo 
el cuerpo queda todo con gran pena. 
Algunos de temor vuelven huyendo; 
pajas, se les antoja, y el arena 
que son diablos que vienen en pos de ellos, 
y vuelven erizados los cabellos. 



Y no lejos de aquí, por propios ojos, 
el carbunclo animal veces he visto. 
Ninguno me lo juzgue por antojos, 
que por cazar alguno anduve listo. 
Mil penas padecí, y mil enojos, 
en seguimiento de él, ¡mas cuán bien quisto 
y rico y venturoso se hallara 
aquel que Auagpitán vivo cazara! 





Un animalejo es, algo pequeño, 
con espejo en la frente reluciente 
como la brasa ignita en recio leño, 
corre y salta veloz y diligente. 
Así como le hirieren echa el ceño 
y entúrbiase el espejo de repente, 
pues para que el carbunclo de algo preste 
en vida el espejuelo sacan de éste. 




¡Cuán triste se halló, y cuán penoso 
Rui Díaz Melgarejo! Que hallado 
había, a mí me dijo, de uno hermoso; 
perdiolo por habérsele volcado 
una canoa en que iba muy gozoso. 
Yo le vi lamentar su suerte y hado 
diciendo: «si el carbunclo no perdiera, 
con él al Gran Philipo yo sirviera». 



Andando por la guerra y escuadrones, 
de mí fueron mil cosas conocidas. 
Trataré de una forma de ratones, 
y de vista hablaré y no de oídas. 
Unas cañas he visto, y cañutones 
tan gruesos como piernas muy crecidas; 
catorce y quince tiene pocos menos 
cada caña, y de agua todos llenos. 



El agua es muy sabrosa, clara y fría, 
mas yendo ya la caña madurando, 
un gusano se engendra adentro y cría, 
y al cañuto el gusano horadando 
afuera mariposa parecía; 
con las alas comienza de ir volando, 
y por tiempo las pierde, y queda hecho 
de forma de ratón hecho y derecho. 



Al tiempo que en la caña están metidos, 
a gente natural son nutrimento. 
Frutos sabrosos son, mas ya salidos 
a luz, causan dolor, pena y tormento, 
porque tornados ya y convertidos 
en ratones, consumen el sustento, 
y privan muchas veces de la vida 
al natural, quitando su comida. 




De veinte mil pasaron, naturales, 
que murieron a causa del estrago 
que hicieron aquestos animales, 
que en todo el Ubay dejaron pago 
de planta, ni maíz, ni sementales, 
sin pasar por6 aquel tan crudo trago. 
Dejando desta vez tan asolada 
la tierra, que tardó de ser poblada. 




No hay bruco, ni langosta perniciosa, 
ni erugo, ni otra plaga que yo entienda, 
que iguale a esta maldita mariposa, 
terrible si comienza su contienda. 
Así está desta plaga tan medrosa 
la gente del Ubay, que viendo senda 
por do huir su tierra y nacimiento, 
la dejan por tener algún contento. 



También hay otras cañas muy mayores 
(del grueso son de un roble bien crecido) 
en que se crían gusanos, y mejores; 
de los unos y de otros he comido, 
en muy poco defieren sus sabores. 
Estando el uno y otro derretido, 
manteca fresca a mí me parecía, 
¡mas sabe Dios el hambre que tenía! 



En los mojos de aquestas cañas vimos, 
con agua bien sabrosa, más gusanos, 
ni dentro ni de fuera los sentimos 
en toda la montaña ni en los llanos. 
Las cañas por cumbreras las pusimos, 
con tener otros palos muy cercanos, 
mas no había qué temer, que la corteza 
tenían de terrible fortaleza. 





Es tanta la espesura de las cañas, 
a do las hay, que es cosa de gran grima; 
y aunque dentro se crían alimañas, 
están tan encerradas como encima. 
Quien a cortar va cañas, por mil mañas 
que tenga, a las veces se lastima 
con púas, con espinas, con abrojos, 
y el mal sale mil veces a los ojos. 



Mas ya estoy enfadado en este canto, 
¡cuánto más lo estará quien le leyere! 
Dejemos de contar cosas de espanto, 
volver quiero a don Pedro. Quien quisiere 
las mudanzas saber y crudo llanto 
de fortuna, y de aquel que las siguiere, 
con mucha atención lea diligente 
el canto lastimoso aquí presente. 





Canto cuarto


En que se trata de la más cruda hambre que se ha visto entre los cristianos, la cual padecieron los de don Pedro de Mendoza en Buenos Aires, y cómo se pobló el Argentino 


Lo que ha sido muy justo y bien ganado 
muchas veces se pierde, como vemos, 
pues de lo que con mal se ha granjeado, 
que se pierda y el dueño esperaremos. 
Don Pedro de Mendoza fue soldado 
cuando hubo disensión entre Supremos, 
y al tiempo de pillar hinchó la mano; 
mas todo su trabajo salió en vano. 



Borbón perdió la vida; Juan de Urbina 
entró en Roma cantando la victoria; 
de aqueste asalto y saco y grande ruina 
don Pedro enriquecido, en vana gloria, 
a don Carlos pedía la argentina 
provincia, pretendiendo su memoria 
levantar en conquista de paganos 
con dinero robado entre romanos. 



Como fuese de suyo gran guerrero, 
viéndose de riquezas abastado, 
ofreciose a gastar mucho dinero 
y el Río de la Plata ha demandado. 
Don Carlos, en valor claro lucero, 
el título le da de Adelantado; 
y así hizo una gruesa y rica armada 
de gente muy lucida y extremada. 



Dos mil soldados salen de Castilla, 
sin gente de la mar y marineros. 
Juntáronse en alarde allá en Sevilla, 
y viendo tan lucidos caballeros, 
salían a los ver a maravilla 
tan apuestos a punto de guerreros. 
Mas dicen: «pues se van estos soldados, 
recemos los oficios de finados». 



Al fin salió de España aquesta armada 
muy rica, muy hermosa y muy lucida, 
de todos adherentes abastada, 
aunque hubo después hambre muy crecida. 
La gente que embarcó era extremada, 
de gran valor, y suerte muy subida. 
Mayorazgos e hijos de señores, 
de Santiago y San Juan comendadores. 




Es Maestre de Campo un caballero 
Juan Osorio, que es hombre muy valiente, 
también va Juan de Oyolas el guerrero, 
Medrano, Salazar, Luján prudente. 
Otros muchos que van decir no quiero, 
que cada cual bien puede ser regente; 
mas Osorio entre todos se señala, 
y en todo lleva a todos palma y gala. 



A Neptuno y sus ondas carniceras 
se entregan invocando a Santiago. 
Las naves van corriendo muy ligeras, 
rompiendo con gran furia el ancho lago. 
¡Oh lástima y angustias lastimeras, 
horrendo y gran temor, oh crudo trago! 
Que tan brava tormenta se levanta 
que el más fuerte y bizarro más se espanta. 



Don Pedro con buen celo y pecho pío, 
« en Dios pongamos», dice, «la esperanza, 
y pues es para más su poderío, 
Él nos dará muy breve mar bonanza». 
Los pilotos, con grande desvarío, 
dicen que la tormenta va en pujanza, 
el triste marinero con gran pena 
no acierta al aparejo ni a la antena. 




«Iza el trinquete, amaina la mesana, 
aferra ese timón que imos perdidos; 
a la bomba, a la bomba muy de gana, 
que seremos de presto sumergidos». 
Cuál llama San Lorenzo, cuál Santa Ana, 
San Telmo dicen otros afligidos, 
otros San Nicolás, que puso quilla 
y costado, de nos tenga mancilla. 



El sexo femenil y lacrimoso 
levanta hacia el cielo vocería. 
Con la furia del viento tan furioso 
la una nave de otra se desvía; 
mas volviendo la mar en su reposo 
conviértese el dolor en alegría, 
y llegan a Canaria muy ufanos, 
do toman tierra y salen muy galanos. 



Después de haberse aquí ya refrescado, 
a proseguir tornaron su viaje. 
Habiendo ya diez días navegado, 
halláronse muy cerca del paraje 
de las islas y cabo que es llamado 
Verde, enfermo asiento y estalaje; 
cansados del sañoso y largo lago, 
tomaron la que dicen de Santiago. 




No estaba en este tiempo tan poblada 
como al presente está de lusitanos; 
no está mucho la costa desviada, 
poblada de valientes Africanos; 
de color negra y son muy tiznada 
los que más a Cabo Verde son cercanos. 
Y tienen en común carnicería, 
de los negros haciendo anotomía. 



Tomose de estas islas bastimento, 
también se refrescaron los soldados, 
y diose con presteza vela al viento, 
los ánimos de todos bien osados. 
Mas, ¡ay dolor!, cuán presto a más de ciento 
de poco prestará ser esforzados, 
que la hambre pasando de la zona 
a roso ni velloso no perdona. 



Con próspero nordeste favorable 
camina alegremente nuestra armada, 
y el mar más sosegado navegable, 
la línea en breve tiempo fue pasada 
con viento en popa próspero y amigable, 
de Cabo Frío la punta ya doblada, 
en costa del Brasil tierra tomaron, 
y aun isla Santa Bárbara nombraron. 




Del gran Carlos las armas le pusieron 
y posesión por él allí tomando, 
y luego su viaje prosiguieron, 
y en el puerto de Vera le encerrando, 
bien comiendo alegres estuvieron. 
Continuó por la playa mariscando, 
que hay en aquel puerto grande suma 
de hermosos pescados como espuma. 



Estando pues aquí, ha comenzado 
el demonio sus cosas tan usadas; 
Salazar que con otros se ha juntado 
a Juan de Osorio dan de puñaladas. 
Envidia y cobardía lo han causado, 

por ser las obras dél tan señaladas; 
a don Pedro hicieron que creyese 
que le iba en esta muerte el interese. 



Al principio el error, aunque pequeño, 
grandísimo se hace al fin y cabo. 
Era este caballero halagüeño 
con todos; y en aquesto más le alabo 
que en verle sacudido y zahareño 
con nobles, de lo cual le desalabo, 
que al más pobre soldado en más tenía 
que diez de presumpción de hidalguía. 




Fue causa, según dicen, esta muerte 
tan fuera de razón, contra justicia, 
del funesto suceso, horrible y fuerte 
del infeliz don Pedro y su milicia. 
Que echada esta envidiosa y cruda suerte 
con tanta cobardía y gran malicia, 
comenzó a castigar Dios el armada 
con un grave flagelo y cruda espada. 

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Desde que empieza el mundo está sabido 
el castigo que hace Dios eterno, 
por vista de los ojos conocido 
está cuando la estima el Sempiterno; 
la muerte del que es justo y bien creído 
tenemos la castiga con infierno, 
que la sangre de Abel el inocente 
clamando está ante Dios omnipotente. 



Al fin de aquesta isla se ha pasado 
con algunos descuentos que no digo, 
y el Río de la Plata se ha tomado, 
y el puerto San Gabriel de desabrigo. 
De allí luego pasose al otro lado, 
a Buenos Aires que es de más abrigo, 
a do fue el lastimoso acabamiento 
de tanta bizarría, cual yo cuento. 



De ver era salir en aquel llano 
al soldado valiente y caballero 
de sedas y brocado muy galano. 
A guisa y parecer de perulero, 
salía con contento muy ufano, 
y hasta el pobrecito marinero 
aquella bella tierra contemplaba 
y a España no volver jamás juraba. 



A Juan de Oyolas hubo despachado 
don Pedro el río arriba, porque asombre 
al indio. Va con él un buen soldado 
llamado Salazar, valiente y hombre. 
Don Pedro en este tiempo hubo enfermado 
del morbo que de Galia tiene nombre; 
con miedo de morirse en aquel río, 
a Castilla se vuelve en un navío. 



Volvía, pues, don Pedro en su viaje 
a España sin haber puerto tomado; 
empero a vueltas ya de aquel paraje 
que llaman las Terceras ha acabado. 
Así no gozó bien ni su linaje 
el tesoro que en Roma había pillado. 
Dichoso el que atesora allá en el cielo, 
que es burla atesorar acá en el suelo. 




Quedó por Capitán y por Teniente, 
y en muerte sucesor de aquella tierra, 
Oyolas, que fue arriba con la gente; 
acá Francisco Ruiz hace la guerra 
en Buenos Aires y anda diligente, 
mas poco le aprovecha, que la perra 
pestífera cruel hambre canina 
a todos abandona y los arruina. 



La gente ya comienza a enflaquecerse, 
las raciones se acortan cada día, 
no puede el padre al hijo socorrerse, 
que cada cual su muerte más temía; 
y aunque es muy natural el condolerse, 
y cada cual del otro se dolía, 10 
empero más su vida procuraba 
y caridad de sí la comenzaba. 



Un hecho horrendo digo lastimoso, 
aquí sucede: estaban dos hermanos; 
de hambre el uno muere, y el rabioso 
que vivo está, le saca los livianos 
y bofes y asadura, y muy gozoso 
los cuece en una olla por sus manos 
y cómelos; y cuerpo se comiera, 
si la muerte del muerto se encubriera. 



Comienzan a morir todos rabiando, 
los rostros y los ojos consumidos; 
a los niños que mueren sollozando 
las madres les responden con gemidos. 
El pueblo sin ventura lamentando, 
a Dios envía suspiros doloridos, 
gritan viejos y mozos, damas bellas, 
perturban con clamores las estrellas. 



Es hambre enfermedad la más rabiosa 
que puede imaginar ningún cristiano; 
la mano está temblando temerosa, 
no quisiera de tal ser escribano. 
Mi Dios, por vuestra sangre tan preciosa, 
libradme de este azote, que el tirano 
que llegaba a tentaros, bien sabía 
que es grave mal la hambre en demasía. 



Fue cierto celebrada allí su saña, 
de aquesta matadora sin medida, 
con tanta crueldad y tan extraña, 
que no podrá de alguno ser creída, 
no hizo ella jamás tal otra hazaña 
en Roma, ni en Judea referida, 
como ésta: de dos mil que se contaron, 
con la vida doscientos no escaparon. 



No quiero referir extrañas cosas 
causadas de esta perra y vil tirana, 
que bien pudiera yo muy dolorosas. 
Una mujer había, llamada Ana, 
entre otras damas bellas y hermosas; 
tomó paga del cuerpo una mañana, 
forzada de la hambre, y echa iguala, 
al pretensor envía en hora mala. 



Era el galán pretenso un marinero, 
el precio una cabeza de pescado; 
acude a la posada muy ligero, 
y viendo que la dama le ha burlado, 
al capitán Ruiz, buen justiciero, 
de la dama se había querellado, 
el cual juzga que cumpla el prometido, 
o vuelva lo que tiene recibido. 



Maldito seas, juez, si no quisieras 
mirar a nuestro Dios omnipotente, 
y de esto a buen juzgar te conmovieras, 
y a quitar el pecado subsecuente 
por evitar la muerte, lo hicieras. 
Que claro está que el casto y continente 
mejor pasa la hambre que el vicioso 
y dado al vicio y acto lujurioso. 




Sabemos, semejante a esta bajeza, 
que causa otras dos mil esta traidora, 
que aunque dice el refrán que no es vileza, 
y ser con nuestro Dios merecedora 
creemos la virtud de la pobreza, 

sin su favor la perra es causadora 
de hambre, que es un mal tan sin medida 
que dará el padre al hijo por la vida. 



Mas volvamos a Oyolas y su gente, 
que sube el río arriba muy gozoso. 
El puerto Paraguay, que es al presente, 
hallaron del caribe belicoso. 
Poblado estaba aquí el fuerte y valiente 
Yanduazubí, en la tierra poderoso 
Capitán, y cabeza que regía, 
y toda la comarca le temía. 




Aquéste fue en favor de los cristianos, 
e hizo a Salazar que allí poblase. 
Oyolas pasó el río y los pantanos, 
diciendo a Salazar que le aguardase. 
Llegó donde hinchó muy bien las manos, 
mas Dios no fue servido que tornase, 
que Salazar no cumple el prometido, 
por do el pobre de Oyolas se ha perdido. 




El Paraguay arriba poco trecho 
había Juan de Oyolas navegado; 
saltó en tierra, y camina bien derecho 
la vuelta del Perú, y bien cargado 
de plata, y a su gusto satisfecho 
volvió do a Salazar había dejado 
con barcos y navíos esperando 
en tanto que la tierra iba talando. 



Salazar, como viese que tardaba, 
bajose al Paraguay, do ya dijimos 
el gran Yanduazubí-Rubicha estaba
con el gran Lambaré; y entrambos primos 
le dicen, de lo cual mucho gustaba: 
«En tanto que nosotros dos vivimos, 
ayuda te daremos como a hermano, 
a ti y todo nombre de cristiano». 



En esto vuelve Oyolas diligente 
con plata, mas no halla los navíos. 
El hecho viendo el indio de repente, 
la carga de la plata deja y líos, 
y acude contra Oyolas y su gente; 
no puede escabullirse, que los ríos 
están delante de él, y así murieron 
el pobre y los demás que con él fueron. 



Los indios que esta gente aquí mataron, 
Payaguaes se dicen belicosos; 
a muchos en mi tiempo cautivaron, 
y yo también lo fui de estos furiosos. 
Salazar y los otros que bajaron 
poblaron en el puerto muy gozosos. 
Las familias aumentan con sus hijos 
y se entregan a dulces regocijos. 



El Guaraní se huelga en gran manera 
de verse emparentar con los cristianos, 
a cada cual le dan su compañera 
los padres y parientes más cercanos. 
¡Oh lástima de ver muy lastimera, 
que de aquestas mancebas los hermanos, 
a todos los que están amancebados, 
les llaman hoy en día sus cuñados. 



A tal término llega aquesta cosa, 
que cada cual vivía a su albedrío; 
aquel que india tenía más hermosa, 
se juzga por mejor y de más brío. 
Y en siéndole la india enfadosa, 
libelo de repudio con desvío 
concede, y toma a otra mazacara, 
que manceba la llama a la clara. 




Mazacara es un pece muy sabroso, 
y tanto que los indios cosa rica 
le dicen, por ser pece tan gustoso; 
y el nombre de este pece el indio aplica 
al amiga que tiene, deseoso 
de siempre la gozar, que significa 
mazacara la cosa que es amada, 
que no enfada por ser muy estimada. 




No había en este caso alguna enmienda, 
por ser en general costumbre mala, 
que aquel que convenía poner la rienda, 
sin guarda de excepción todo lo tala; 
aprenden de la escuela y de la tienda 
en esto los demás todos de Irala, 
que aunque en muchas cosas concertado, 
en esto de la carne desfrenado. 



Y el mal era mayor y más crecido, 
que los gobernadores se han jactado 
de tener mazacaras; y ha venido 
a términos la cosa, que tratado 
con ellas han, e hijos han tenido 
en público, y por suyos los han criado. 
¡Vedlos pequeños tal que documento 
habían de tomar de tal descuento! 




Cuanto convenga en tierra, cuando es nueva, 
sembrar buena semilla, labradores, 
era en los principios a dar prueba 
de virtud y bondad, predicadores. 
El dicho del poeta lo comprueba, 
que el vaso en que una vez echan licores 
guarda bien el sabor siendo reciente, 
así ni más ni menos es la gente. 



Estando pues el pueblo muy ufano 
al gusto y paladar de su medida, 
juzgaron por consejo bueno y sano 
a Irala obedecer toda su vida. 
Sobre esto muchos dicen ser tirano, 
será bien esta cosa conocida 
de todo aquel curioso que leyere 
el canto que tras éste se siguiere. 



Que yo no he de juzgar aquí sus hechos, 
decir lo bueno y malo me conviene. 
Confieso que hizo Irala mil provechos, 

por do en aquella tierra fama tiene. 
Algunos perseguidos y desechos 
por él fueron, y quiera Dios no pene 
en pago de sus culpas, y los males 
que hizo a Diego de Abreu y leales. 





Mandando, pues, la tierra como digo 
Irala, y Buenos Aires despoblado, 
cesado había la hambre, y mucho trigo 
tenían, y otras cosas que han sembrado. 
A la Asumpción se suben al abrigo, 
los unos y los otros se han juntado, 
que la virtud estando bien unida 
más fuerte vemos que es que desparcida. 



Estando así, cualquiera procuraba 
hacer casas, estancias y hacienda; 
y aunque la dulce España deseaba, 
y más el que tenía alguna prenda, 
el imposible visto, trabajaba 
cualquiera, por no haber plaza ni tienda, 
por donde todos eran labradores, 
monteros, hortelanos, pescadores. 



Don Carlos V en esto ha proveído 
por su Gobernador y Adelantado 
a Cabeza de Vaca, que ha salido 
de allá de la Florida, donde ha estado 
cautivo de los indios, y metido 
la tierra adentro a fuerza de su grado. 
Diremos de él después, en entretanto 
cesemos hasta ver el quinto canto.



LEER COMPLETO:
http://es.wikisource.org/wiki/La_Argentina_(Barco_Centenera)


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