ANTONIO M. FIGUERAS
(Madrid, 1965) es licenciado en Filología Hispánica y Periodismo. Ha publicado Poemas Complutenses (Colección Abraxas, 1989), Nadie pierde siempre (Amargord, 2006) y Ni lugar adonde ir (El sastre de Apollinaire. Madrid, 2015). Participó, junto a Miguel Ángel Muñoz Sanjuán y José Casas, en la edición de la antología poética bilingüe de Cummings, Buffalo Bill ha muerto (Hiperión, 1996). Sus poemas figuran en las antologías Poesía ultimísima. 35 voces para abrir el milenio (Ediciones Libertarias/Prodhufi, 1997) y Milenio. Ultimísima poesía española (Celeste. Sial Ediciones/Contra- punto, 1999) y en las revistas Malvís y www.calidoscopio.net.
Metafísica
Dijo un sabio,
sin haber recurrido a sustancias
psicotrópicas,
todo se contiene en algo mayor.
Un estudiante insomne
le preguntó entonces
si el hombre era la enfermedad
que sufría Dios,
su retrovirus.
incluido en la antología Milenio. Ultimísima poesía española
Título: Nadie pierde siempre
Ediciones Amargord, 2006
Morir lo justo
No voy a morir por ti
pues nada quiero.
Apenas
un jardín
donde poder llorar
por debajo
de los hombros
y de la tierra,
donde sacudir
los labios cubiertos de ceniza
en busca de las siluetas
de humo
que conmemoren
aquellos gestos,
aquellas palabras,
aquellas ciudades
de un tiempo
que jamás existió
y que aún habito.
No voy a morir por ti
más que lo justo.
Buenas intenciones
Cuando veo a la gente
deambular,
ya perdido el Camino de Santiago
y el Sahara,
por los astilleros
y la Baja Edad Media
buscando trabajo,
mirándose los pies,
me entran unas histéricas ganas
de darte
un río sin márgenes,
una playa sin riberas,
el olor a tierra mojada
de una calle de una ciudad
de un país
donde nunca llueve,
aunque hoy me he cruzado
con L. C.
y no me ha visto.
Consuelo
Ni siquiera los yanquis ganan siempre.
Acuérdate del Álamo.
A todos nos acompaña el fracaso
como el escolta al presidente.
He visto a muchos héroes
pasar las tardes muertas
en el cementerio de Arlington.
Ya sólo me conformo
con descansar los ojos
por debajo de la cintura
del tiempo.
Con las botas puestas
Imagina lo que sintió
el general Custer
cuando tras gritar
adelante mis muchachos
se volvió
y comprobó que no le seguía
nadie.
Ni lugar adonde ir.
El sastre de Apollinaire. Madrid, 2015
Por Santos Domínguez
Acto de fe
No vine hasta aquí
buscando compañía.
Rechazo a los pioneros.
Marco Polo,
Maqroll, Ulises,
Colón
son para mí navegantes
sin sentido.
No hay aventura
en mi propósito.
Soledad tampoco
sería el objetivo
exacto.
Sólo un camino
sin señales
que me lleva
a parte ninguna.
Ese texto, Acto de fe, resume algunas de las claves de Ni lugar adonde ir, el último libro de Antonio M. Figueras que publica El sastre de Apollinaire.
Organizado en tres partes –La tarea del astronauta, Ciencias sociales y Conmigo- que trazan un recorrido de fuera adentro, Ni lugar adonde ir aprovecha la antigua idea de la vida como un viaje o como una navegación condenada al naufragio para actualizarla en un itinerario en el que importa menos lo exterior que lo interior.
Porque el de este libro es un recorrido hacia el fondo de uno mismo, ese Conmigo de la tercera parte, una búsqueda interior que desde el espacio astral se sumerge en lo hondo con paradas intermedias en el puente de Brooklyn, en la estación de Santa Justa o en Lisboa para acabar en el centro tras una singladura que había empezado en el espacio, desde este Punto de fuga:
Es hora de fugarse,
huir a algún lugar
que no se encuentre
en las cartas de navegación,
donde la soledad adquiera
su verdadero contorno.
No hacia el sur, norte, este, oeste,
ni hacia arriba o hacia abajo.
Al centro mismo de la nada,
para cerciorarme de que ya no quedan
rastros de mí
en ningún sitio.
Poesía de línea clara, confesional y emocionada a veces, sombría a menudo, superviviente en su resistencia siempre, porque La vida sigue, / y no sabes cuánto.
Y a veces el tono es tan desalentado como en El futuro ya está aquí:
Vendrán días peores,
sin noches.
O simplemente
no vendrán nada
ni nadie.
O se permite un guiño humorístico como en Heráclito Fournier:
El río no es el mismo,
pero el cauce tiene memoria
del sabor de la corriente.
En este viaje, más interior que exterior, acaba importando más el tiempo que el espacio. Y es que los poemas de Ni lugar adonde ir dibujan el mapa de una huida a ninguna parte, de un viaje lleno de incertidumbres, de una navegación o naufragio que encuentran el puerto seguro en el pasado, en un tiempo fijado en la memoria que permite reconstruir la identidad propia desde la conciencia de las limitaciones y la asimilación de la finitud.
Así lo expresa en uno de los poemas finales, Conclusiones, que termina con estos versos:
Tras pasarme la vida
leyendo poemas
que no entiendo
comprenderé
por fin
que todo lo que destruí
era hermoso.
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