Diego Colomba
Nació en San Nicolás (provincia de Buenos Aires, Argentina) en 1972 y reside en Rosario desde 1990. Es profesor y licenciado en Letras, y doctor en Humanidades y Artes, con mención en Literatura. Ha colaborado con reseñas, notas y entrevistas en diversas revistas y diarios del país. Es uno de los realizadores de Salón de lectura, sección de escritores del banco sonoro www.sonidosderosario.com.ar y editor de www.letracosmos.com.ar, un espacio de prensa literaria. Seleccionó y prologó Imaginarios comunes. Obra periodística de Fernando Toloza (2009) y publicó Letras de rock argentino. Género, estilos y transposiciones. 1965-2008 (Editorial Académica Española, 2011) y el poemario Baja tensión (Editorial Municipal de Rosario, 2012, mención del concurso de poesía Felipe Aldana 2011). El peso del pasado (poemas) y Locales y visitantes (crónica) están inéditos, y se pueden leer en scribd.com. Este año, la editorial de la U.N.L. publicará Libro de novedades. Poesía y narrativa del presente, ganador del Premio de Ensayo Juan Álvarez 2012, en el rubro obra inédita.
Imágenes impacto
Mamá me envuelve
con su mirada.
El pelo corto
realza
sus ojos verdes.
Imitando a una chica
de una publicidad de jabones
que pasan por televisión,
los agranda tanto
que deja ver
el blanco
desmesurado
de sus ojos.
La miro
por unos segundos
hasta que no soporto
el miedo.
Entonces
pone fin al juego.
Pero poco después
pido que se repita.
Así mamá me inicia
en la economía amorosa
del deseo
y el temor.
Rastros
Por las fisuras
del descuido familiar
suele colarse
el drama de los vecinos.
Huesos de gato en una vitrina
en un cuarto también usado
como cancha de vóley
donde nos astillamos los pies.
Cuerpos en exposición
de insectos, mamíferos,
costumbres documentadas
en pequeños libros de notas
por arqueólogos improvisados.
El Javo, el Mono.
Los perdimos de vista
cuando entramos a la secundaria
los chicos blancos del barrio.
El futuro incubado
estaba en todos
como la violencia.
Hoy pasé frente a la vieja casa
de mis amigos
y no quedan rastros
de ese laboratorio social.
La historia
–nos decía un profesor–
te pasa el rastrillo,
pone
a cada uno
en su lugar.
Pasajero
Enjuto
usa jeans y una camisa
demasiado grandes.
Como un leproso
sin cura
viaja el desconocido
sin acompañante.
El asco, la repulsión
han mantenido intacto
un perímetro de cuarentena
que nadie osa invadir
desde que encontró asiento.
A mí también me produce
bastante rechazo
su piel manchada.
Pero me siento
de todos modos.
Si yo estuviera como él
condenado a existir
con ese cuerpo,
también me cruzaría de piernas
y llevaría la camisa arremangada.
Disipo la incomodidad que me provoca
su piel ulcerada
como un niño asustado
que canta en voz alta una canción.
Los demás pasajeros se limitan
a observar con disimulo
la fealdad escandalosa
de mi vecino.
Por fin decide bajarse.
Me levanto para darle paso.
Pienso que por esa sola persona
deberíamos cambiar el mundo.
Oportunidad
Si anoche
descalzo y semidormido
aguardando evacuar
en el inodoro
hubiera escrito
lo que pensaba
más bien
lo que veía
en claras y sucesivas
imágenes
hubiera dado en el clavo.
Baja tensión
El calor ha avanzado sobre un barrio
que no se lo merece.
Una noche más
con baja tensión.
Este prende y apaga de la conciencia
que puntúa la lamparita de sesenta
cansa a cualquiera.
Si la luz se cortara de una vez
sería otra cosa.
La oscuridad
—bromeas.
Pero así el tacto y el oído
crecerían como dos temibles babosas
poniéndonos locos de contentos.
O podríamos jugar a contemplar
las pocas estrellas
que los monoblocks del fondo
dejan ver desde el patio.
Pero la luz no se corta
y agoniza espasmódica
durante toda la noche,
atizando la duda
de si es cierto o fingido
nuestro actual desconcierto.
Insomnes,
jaqueados por el ruido
de los artefactos
al borde de la ruina,
se vislumbra más lejana
la utopía del hogar.
Hombre de su casa
Platos sucios
para el otrora aventurero
de la mente
—hoy repartidor de leche—
que extraña oscuramente
los días felices
embotados
por el vaso de vino
del almuerzo familiar,
mientras los niños lloran o juegan
en el patio trasero
y la mujer refunfuña
frente a la pila de platos
del día anterior.
Rincones
La tía Florinda dormía
la siesta destapada
y sin corpino
según ella misma decía
desde el claroscuro
de su cuarto.
Atravesé el pasillo y me detuve.
Corrí un poco la cortina pesada
y apoyé mis labios sobre el vidrio
frío de la puerta,
ésa que da a la calle pero no se usa
más que para sacar los muebles
una vez al mes.
Un cielo tormentoso
caía sobre el baldío
de enfrente.
El viento sacudía
las rosas aisladas
del patio.
Escuché un ruido
en el dormitorio,
entonces lo recordé:
"Mañana te voy a dar
una sorpresa."
Ahora Florinda me hacía
señas desde su cuarto,
para que me acercara.
Traspuse la puerta,
me dejé llevar.
Perplejo,
sorprendido
por el olor de otro cuerpo
demasiado real,
mi cuerpo se introdujo
en ese rincón húmedo
de la casa.
(tomados del libro Inmemorial, Baltasara Editora, Rosario, 2015)
MITOLOGÍAS
Rastrojos quemados a la vera del camino.
Los hombres creen
en la bondad de la ceniza.
MUERTE DEL PADRE
Presentí
los vientos
de una borrasca.
Sobrevino
como el soplo
que apaga
una lumbre.
PRIMAVERA
La feliz inflorescencia
del cardal ampara
espinas y aguijones.
Hay algo
de inhumano
en la belleza.
UNA VINDICACIÓN DE LA PENA
En la sustancia de la tierra que se rompe
y se levanta en menudas partículas
de elemental melancolía
reverbera la luz.
RADIO PORTÁTIL
Deslizo la aguja por el dial.
Sílabas notas sueltas
chasquidos confluyen
en su flujo sonoro.
Es noche y en mi almohada
descansa un aparato
en sintonía con el mundo.
PATHOS
Parecía quemado
por el fuego.
Pero un paisano explicó
que era un árbol enfermo.
Del tronco brota
una savia oscura
que lo impregna todo
hasta matarlo.
Pobre arbolito del cerro
—añadió—
cuando te salió
la primera mancha.
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