Diego Vdovichenko
Nació en Rosario del Tala en 1985, provincia de Entre Ríos, Argentina. Creció en Bahía Blanca. Estudia profesorado en letras y traductor de francés en la Universidad Nacional de La plata. Participó en el 2005 del grupo “Poesía a la calle”. Formó parte del programa radial “Cuando cantan las chicharras” durante los años 2009 - 2010. Publicó “La fresca” perteneciente a la colección Primavera – Verano 2009-2010 junto a Victor Gonnet y Gastón Andrés en la editorial La fresca, la cual dirigen y la plaqueta Mientras riega en Acción creativa Suarez y Hasta acá (La propia Cartonera, Montevideo, 2012).
Oda a Parchappe
I
Ya no son las mismas luces del mercado Victoria las que iluminan
como tampoco la fachada venida abajo del barrio inglés la que te ilustra.
Son los galpones del ferrocarril, los muchachos de Cliba y
la certeza de saber que todas las barracas son depósitos.
II
Ingeniero: del otro lado del puente
también es la ciudad.
III
En el barrio viven
los tiros que en
el club.
En tus pozos
Parchappe
aun resuenan las raices
de los eucaliptos
que supimos conseguir.
(continuará)
IV
Vitam impedere vero
V
Wojszko.s.a.c.i.i 1958 2001 deposito.
Antes era una barraca de lana.
dentro de 20 años el futuro de la ciudad es aquí
dijo Enrique.
Alfredo (principal hacedor de la plaza)
Plaza desde 1992 o 1995
VI
No sé si Parchappe está llena de pozos
o los pozos están llenos de Parchape,
sin embargo
me hincha los huevos pedalear
todas las tardes,
cuando salgo del laburo,
por allí.
Ah! Parchappe querida,
Si habré llegado
con la vena inflada
de tanto
pozo y roce
con el asiento.
Cuando llueve
tus lagunas
son la leche
de mi pantalón.
HASTA ACÁ
Diego Vdovichenko
del litoral
hay olor fresco en la casa
de ese que nos gusta tanto que cerramos los ojos y vemos
algo sencillo, como lejos, nubes, celeste.
Allá se le dice olor de mañana, se sonríe y temblamos un poco.
Entonces es llegar para abrir las ventanas y reír
que el frío es distinto porque tiene olor
escuchar la radio del vecino que esta sentado en la vereda
acostarse pensando en eso, el silencio, como la nostalgia,
y de golpe, la lágrima, el ripio, el color de las piedras mojadas
ese andar desparejo entre los yuyos que forman un puente de vereda en vereda
quién sabe para quién.
El ripio que brota desde el sonido y la aspereza.
Se sabe bien ese andar, nos deja algo en la boca, que masticamos un rato
para meternos un poco más en la tierra. Y es tan lindo el verde de allá que no sabemos dónde ir,]
en cada plaza una farola amarilla, de poste naranja, que de noche encandila.
De mañana hay mate caliente y junto al olor es distinto,
la yerba toma otro gusto, quedando la amargura en la lengua
que ya para las cinco está verde. Es el mejor momento para caminar.
Debe ser el asfalto y la mudez del río, algo cambia.
En el recuerdo se instala el sonido del primer tren de la mañana,
inflamos el pecho y respiramos con ganas
como si fuese nuestro primer aliento en estas tierras.
El olor fresco en la casa.
Liu He
Abre los ojos para no pronunciar palabra.
En la esquina espera el micro que la devolverá a su casa,
frente a ella el cementerio se mantiene distante. Sin embargo,
la muerte la acompaña, moviéndose entre los cipreses,
que delimitan los senderos de las tumbas.
Aún no acepta las raíces
se niega desde el cordón de la vereda,
a sentir la nube negra y el frío óseo de la parca.
En esto piensa Liu He mientras aprieta las muelas y lava
la ropa que ensució en el día de ayer. Fregar con jabón las telas enmohecidas,
dejarlas reposar entre el agua y la espuma del pan de jabón, apoyando las manos
sobre el borde de la pileta que como un río deja fluir el agua por la cuenca de la
tubería.
A su izquierda están los tendales vacíos prontos a llenar.
Piensa en el sol y en el frío de la mañana,
aún no comprende cómo es que los mercaderes de la muerte se dignan a hablarle,
a decirle que se terminó el turno de velar al muerto, que hay más gente en otros
cajones
esperando.
Liu He está triste, indignada.
sus ojos dan cuenta de aquella tristeza que a esta altura del día es suficiente.
Adentro hay lugares para enterrar a los niños, como pequeñas plazas para que
jueguen.
Las luces confunden la vista cansada.
El tendal, el chirriar de las muelas en el sistémico movimiento de las manos,
volviéndose puños,
apretando la tela, comenzando a sentir el dolor en la mandíbula.
Las ciudades de los muertos lejos están de las de los vivos.
Todo el polvo que la rodea son los restos de una barca,
moviéndose sobre el asfalto, en las palabras dichas y el tiempo.
Liu He se va,
nada pronuncia.
Del otro lado de los ladrillos
la muerte se lava las manos y vuelve, cansada, a dejar la parca colgada en el tendal
para que se airée un poco mientras ella, pensativa,
afila la guadaña
que mañana será otro día.
Somos elefantes.
Ir a lo de juanjo a tomar la leche,
a la tarde, después de jugar a la pelota en la vereda.
Acompañarlo a la cocina con la transpiración en la frente
ver el tarro de Nesquik,
entre las cajas de té y los frascos de café.
El tarro de Nesquik de tapa gris en la casa de juanjo,
aluminio que se entrevé en las fisuras
del envoltorio gastado, sin tanto amarillo ni azul.
Sonreírle para responder tres, tres están bien. Ver
las pelotitas de cacao que emergen desde el fondo de la taza y explotan
formando islotes oscuros sobre la laguna blanca.
Era hermoso jugar con la cuchara
luchar por retener un grumo
que se contenga en sí mismo,
para que caiga en mi boca
y se desarme.
El gusto amargo del cacao mezclado
con el azúcar entre la leche, la saliva y la transpiración.
Después
el piso negro moteado con piedritas de colores,
una silla de mimbre, el noticiero de ESPN,
juntar algunas cosas, lavar las tazas, acomodar
la mesa y salir,
antes de que nos enfriemos.
Un sonido armónico como toc toc toc toc
Sobre la mesa hay una botella con un poco de agua que baila con solo apoyarme.
Hasta acá todo claro: Un fluido dentro de un cuerpo que está sobre otro se mueve
producto del contacto de la superficie con otro cuerpo generando un sonido, bah,
ruido.
La forma y las cosas tienen un modo directo de decir.
Lo caótico se encuentra
en el sonido que la botella genera al golpear rítmicamente la superficie de la mesa
junto al eco suave del insistente goteo de la canilla del baño de la pieza de arriba
que jamás podré reproducir mediante la escritura.
Al parecer,
aún,
se esconde el poema.
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