martes, 24 de marzo de 2015

PEDRO MANUEL DE URREA [15.274]


Pedro Manuel de Urrea


Pedro Manuel Jiménez de Urrea (Épila (Zaragoza), 1485-10 de octubre de 1524), señor de Trasmoz, poeta, prosista y dramaturgo español del Renacimiento.

Armas de la Casa de Urrea, a la que Pedro Manuel perteneció. Ricohombre de Aragón, desde 1488 su linaje ostentó el título de conde de Aranda. Él fue señor de Trasmoz.

Aragonés, fue el segundo hijo del primer conde de Aranda, Lope Jiménez, quien sirvió en las guerras de Cataluña contra Juan II de Aragón en las filas del rey, lo que le valdría dicho título, otorgado por Fernando el Católico. Su madre, Catalina de Híjar y Beaumont, era hermana de Luis de Híjar, duque de Híjar y descendía de la casa real de Navarra. Se casó con doña María de Sessé, hija de D. Manuel, bayle general de Aragón, y de doña Blanca de Agramonte, camarera de la reina Isabel I de Castilla.

Los datos que conocemos de su vida proceden tanto de la documentación notarial conservada por haber sido señor de Trasmoz como por lo que nos cuenta en sus poemas y, sobre todo, en su última obra, la Peregrinación de las tres casas sanctas de Jherusalem, Roma y Santiago, de carácter autobiográfico. Esta obra fue redescubierta recientemente por el historiador Enrique Galé, quien publicó su transcripción y un estudio del texto en la Institución Fernando el Católico.

Tuvo que pelear contra su hermano mayor, Miguel Jiménez de Urrea, a la muerte de su padre para que le dejara el título de señor de Trasmoz. En esta disputa nobiliaria se alió con él su madre, por la que tenía preferencia. De hecho, toda su obra giró alrededor de su familia y en especial de su madre, de la que recibió educación y cariño cuando tuvo que abandonar su villa natal, Épila, para ir al castillo de Trasmoz después de que el primogénito desterrara a madre e hijo a causa de las disputas y pleitos sucesorios por la muerte de su padre. Como heredero del condado de Aranda, su hermano Miguel reclamaba para él todos los títulos del linaje y dejaba a su hermano de seis años sin nada. En su afán de mantener a la familia unida, contenta y de acuerdo con él ante posibles pleitos Pedro Manuel Jiménez de Urrea dedicó poemas a gran parte de sus parientes.

Fue el principal foco de ignición de un conato de guerra civil en el año 1512 entre las dos grandes casas del Reino de Aragón en la época en que el rey Fernando II peleaba por la corona de Navarra. Unos problemas del Señor de Trasmoz con el Monasterio de Veruela, al que estaba encomendado al hospital de Añón de Moncayo, lo enfrentaron al castellán de Amposta, de la casa Aragón, duque de Luna y protector de Veruela, de cuya orden era prelado. Ante tal figura, Pedro Manuel Jiménez de Urrea no podía sino recurrir a otra de gran peso político y militar, su hermano, el conde de Aranda, trasladando las disputas al valle del Jalón. El conde de Aranda con sus huestes sitió al señor de Pedrola, sobrino del castellán de Amposta, conde de Ribagorza y de nombre Alonso Felipe de Gurrea y Aragón, quien vio furioso e indefenso por la sorpresa del ataque cómo talaban los árboles de sus jardines. Una vez se rearmó con sus tropas, como contestación a la ofensa, Alonso Felipe de Aragón arrasó Urrea de Jalón, la villa que daba nombre a los primeros condes de Aranda. La disputa fue creciendo a tales niveles que las dos partes buscaron valedores ante una posible lucha armada. Los nobles aragoneses se alinearon con uno u otro bando. También se recurrió al Justicia de Aragón. Esta escalada armamentística llevó incluso a que la parte valenciana de la familia Urrea, el Conde de Oliva, entrara por Teruel con sus propias tropas en auxilio de sus familiares. Esto fue tomado como una invasión por parte de tropas extranjeras al entrar sin consentimiento al reino de Aragón unos caballeros armados de Valencia. En las Cortes de Monzón las dos casas en disputa ventilaron sus rencillas y trataron de este hecho. Tal era la tensión militar entre las casas que ni tan siquiera la Diputación del Reino pudo hacer nada por apaciguar la disputa.

Los nombres que se sumaban a los bandos subían de escalafón y si por parte de los Aranda se unía a su favor Luis de Híjar Conde de Belchite y Juan de Lanuza, justicia de Aragón; por parte de los Aragón se unía a su causa Francisco de Luna, señor de Ricla y Juan de Aragón, arzobispo de Zaragoza. La disputa se zanjó cuando en 1513 el propio rey Fernando hizo valer su poder para acordar con ambas partes el destierro de Juan de Aragón a Tudela y de Pedro de Urrea a Alagón, además de perdonar a la rama valenciana de los Urrea su entrada sin permiso al Reino de Aragón.

Obra literaria

La afición a la literatura de Pedro Manuel Jiménez de Urrea empezó muy pronto, como se puede ver en su Cancionero; por lo que queda de sus trabajos literarios es muy posible que tuviera algún preceptor humanista, o se educase junto con otros nobles aragoneses en el círculo de Alfonso de Aragón, aunque se sabe que la mayor parte de su infancia la pasó en los castillos de Almonacid de la Sierra y de Jarque, junto a su madre.

Poesía

Como poeta imitó a Francesco Petrarca y en algunas de sus composiciones se advierten reminiscencias de Juan del Encina, cuyos villancicos y disparates remeda en versos ágiles y graciosos. Publicó en 1513 en Logroño un Cancionero (reeditado por Vilar en Zaragoza, 1878); también es suya la Peregrinación a Jerusalén, Roma y Santiago (Burgos, 1523). El Cancionero incluye una muy hábil versificación del primer acto de La Celestina, obra de Fernando de Rojas que imitó también en Penitencia de amor (Burgos, 1514), de escasa enjundia pero que obtuvo algún éxito, ya que fue vertida al francés por Gabriel de Gramond, secretario del arzobispo de Toledo.

Teatro

Su teatro se inscribe en la etapa de los primitivos o generación de los Reyes Católicos, junto con Juan del Encina, Lucas Fernández o Fernando de Rojas. Escribió en esa tradición cinco églogas.

En su cancionero editado en Logroño en 1513 publicó una Égloga de la tragicomedia de Calisto y Melibea, uno de los varios dramas de la época que descienden de La Celestina.

En 1516 publica sus Églogas dramáticas, de entre las que destaca la Égloga I, titulada «Nave de seguridad». En ella el protagonista es un pastor llamado Mingo que se retira del mundo porque lo considera injusto y violento, y lo define con imágenes como la de lobos que acosan a un rebaño, que representaría la humanidad perseguida. Para ello se hace sirviente en un barco que posee un significado trascendental semejante al de las mejores Barcas... de Gil Vicente.

La Égloga IV es posiblemente la más divertida y en ella se comentan aspectos relacionados con el amor y la vida, para terminar con un villancico que insiste en el tema principal, que precede a un banquete.

En la Égloga V, «Sobre el nacimiento de Nuestro Salvador Jesucristo», Marco insiste en la necesidad de regirse con humanidad, a imitación de Cristo.

Prosa

La Peregrinación de las tres casas sanctas de Jherusalem, Roma y Santiago fue redescubierta tras su prohibición por la Inquisición en 1551, que parecía haberla hecho desaparecer. En ella reconstruye un largo peregrinaje real llevado a cabo entre agosto de 1517 y mayo de 1519 en el que visitó entre otros muchos lugares Roma, Jerusalén y Santiago. Junto con la relación en prosa del viaje, la "Peregrinación" incluye todo un "Cancionero del peregrino" en verso, decenas de narraciones de toda naturaleza, informaciones de tipo enciclopédico sobre los más variados temas, cartas al Papa, el Gran Turco y el Emperador, la versificación de varios textos evangélicos, oraciones litúrgicas griegas... Es tal la sabiduría de este edurito que en una de las correspondencias al emperador otomano, le hizo saber una anécdota que le paso al gran Alejandro Magno en su ansias por conquistar el mundo. Y la contó así:

Eres tú el que te crees grande e invencible, conquistador de grandes tierras y vasallajes al estilo del gran Alejandro Magno, pero al igual que él pereceréis en el intento. Contaban los antiguos que en su marchas de conquistas Alejandro topó con un reino muy fortificado en el que se sabía había grandes sabios. Alejandro con su ímpetu y superioridad militar sitió la ciudad y golpeó en las puertas de la muralla, diciendo "rendíos o dadme un tributo de vasallaje para que os deje en paz". Los sabios conocedores de su poder militar y fama, para quitárselo de enmedio le entregaron un regalo de vasallaje a su corona. Constaba de un ojo abierto de oro y otro cerrado. Intrigado por su valor y significado Alejandro llamó a sus eruditos y les preguntó por esta ofrenda. Sorprendidos le dijeron que pesara ambos para saber su valor y cerciorarse de una suposición. Así pues se dispusieron a pesar el ojo abierto en el plato de una balanza, mientras en el otro plato colocaban piezas de oro y plata y nunca dejaban de faltar para a nivelar la balanza y conocer su peso real. Ante esto, volvió a llamar a sus sabios. Estos, una vez vista la proeza, se cercioraron de lo que los habitantes de la ciudad le habían querido decir con estos presentes y se dispusieron a explicárselo a Alejandro: "Mi señor los presentes son un ejemplo sabio del ansia de los seres humanos, pues mientras el ojo está abierto y ve, todo lo que está al alcance de su vista le parece poco y lo quiere para sí; mientras que cuando el ojo está cerrado porque está durmiendo o muerto, no puede vislumbrar nada salvo la oscuridad y no pretende avanzar en estas condiciones. Si queréis saber el valor del ojo abierto tapadle la visión y cesará en sus pretensiones y ansias, al igual que el cerrado del que conocéis el peso.

Este curioso relato, que intrigó a Enrique Galé, investigador que ha recuperado la obra, coincide con un relato del Talmud. Parece muy difícil que un personaje de esta época conociera y comprendiera el Talmud. Nos hace ver la inteligencia y sabiduría de un genio, tamizado en la bruma del olvido.

En resumen, en estos momentos Pedro Manuel Jiménez de Urrea puede ser considerado no sólo el mejor escritor aragonés anterior a los hermanos Argensola sino una de las cumbres de la literatura española del primer Renacimiento. Es tal su importancia que pudo ser influencia del mismísimo Miguel de Cervantes quien lo respetaba como escritor culto y de calidad.

Ediciones

Pedro Manuel de Urrea, Cancionero, Logroño, 1513.
— Penitencia de Amor, Burgos, 1514. Ed. digital de José Luis Canet, 2003. Edición en pdf.
— Cancionero de todas las obras de don Pedro Manuel de Urrea, nuevamente añadido, Toledo, Juan de Villaquirán, 1516. En él aparecen sus églogas dramáticas.
— Peregrinación de las tres casas sanctas de Jherusalem, Roma y Santiago, ed. lit. Enrique Galé, Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2008 (1523, 1ª ed.) ISBN 978-84-7820-932-3.
— Cancionero de todas las obras [Toledo, 1516], Enrique Galé Casajús (ed. lit.), Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2011.
— Cancionero, María Isabel Toro (estudio y ed. lit.), 3 vols., Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza; Instituto de Estudios Altoaragoneses; Instituto de Estudios Turolenses; Gobierno de Aragón, 2012, 3 vols.




El Cancionero de Pedro Manuel de Urrea comienza, tras un par de prólogos dirigidos a su madre, con un pequeño número de poemas religiosos, uno de los cuales, el Credo Glosado, había sido el primer impreso –hoy desconocido– del autor. En este bloque inicial figura también el poema «A una hermita de nuestra Señora que está cerca de su casa, que se llama nuestra Señora del Moncayo»:



Oh, Reina, Virgen sagrada,
descanso siento y sentí
en estar cerca de mí
tu casa santificada.
Tanto que estoy sin temor
que trabajo me haga daño
porque con un bien tamaño
no puede reinar dolor. [f. 5 v.]



A este apartado inicial sigue un amplio número de poemas y prosas de contenido moral, buena parte de los cuales fueron escritos para los propios parientes del autor –su tío el duque de Híjar, su cuñado el señor de Illueca, su madre, su mujer, los condes de Aranda…– y en repetidas ocasiones toman como punto de partida motivos concretos de la biografía del poeta: el pleito con su hermano, un incendio del castillo de Jarque, su propia boda… Sirva como ejemplo esta estrofa del poema «Don Pedro de Urrea a doña María, su muger»:



A vos, señora, me allego,
que me sois mil coraçones,
que aunque tenga mil passiones
se me vuelven en sosiego.
A vos, que sois mi alegría
que jamás no me dexáis
ver querella,
vos que hazéis mi fantasía
alegre, sabiendo estáis
vos en ella. [f. 47 v.]



En general son poemas cultos, que remiten a las tradiciones poéticas de mayor prestigio en la lírica castellana del siglo XV como el Marqués de Santillana, Juan de Mena, Jorge Manrique o Juan del Encina. El autor se sirve en ellos en unas ocasiones del elegante verso de pie quebrado de las Coplas de Manrique y en otras del verso de arte mayor consagrado por Mena. En algunos de estos textos, el señor de Trasmoz recrea también la oscura retórica de este tipo de poesía culta de la centuria anterior:



El Delius, planeta que oras declara,
atrás ya dexando el toro plaziente,
quando en lacertos que alegran la gente
entra su tiempo que passa y no para,

lo passado escuro con más tiempo aclara
con fuerça más fuerte derriba lo triste,
de triste desnuda, de alegre nos viste,
mostrándonos fuerte y plaziente la cara. 
«Sepoltura de amor» [f. 56 r.]



En esta primera parte se encuentran también la mencionada Penitencia de amor, y un grupo de prosas de contenido moral:

Casa de Sabiduría, Jardín de hermosura, Batalla de amores y, sobre todo, Rueda de peregrinación, la más amplia y compleja de las cuatro. En ella, el autor, acompañado de Humanidad, Pobreza y Castidad, contempla y describe un complejo cuadro alegórico formado por diversas ruedas que simbolizan los diferentes estados religiosos y más concretamente, la difícil convivencia de las tres religiones monoteístas:

Ellas me declararon que lo que yo vería es una rueda que se llama rueda de peregrinación, donde andan las cosas del mundo y porque todos andamos peregrinando hasta que llegamos adonde imos, que es a la gloria; y que las dos ruedas, en la una iba la gente de la iglesia y en la otra la del mundo. [f. 63 v.]

Entre estas composiciones de carácter moral van apareciendo también diversos poemas amorosos de estética cancioneril en los que el poeta desarrolla sus quejas de amor por varias damas: Francisca Climente, Violante Voscana, Aldara de Torres, la mora Moragas y, sobre todo, cierta Leonor, que acaba convirtiéndose en la amada por excelencia del Cancionero de don Pedro:



Yo don Pedro de Urrea
otorgo ser deudor,
señora doña Leonor,
de lo que mi fe desea,
captiva de vuestro amor.
Y porque vos me prestastes,
me prestastes y me distes,
al tiempo que me matastes,
el bien y el mal que en mí vistes
me dexastes.
«Un conocimiento que haze a su amiga» [f. 43 r.]



El Cancionero continúa con un amplio número de breves poemas agrupados de acuerdo con el subgénero compositivo: motes con sus glosas, romances, canciones y villancicos. Entre los romances, por ejemplo, destaca por su valor histórico el «Romance sobre la muerte del Condestable de Navarra», D. Luis de Beaumont, tío del autor, en Aranda de Moncayo:
  


El famoso en todas cosas,
magnífico y esforçado,
esforçado condestable
de Navarra intitulado,
cavallero muy guerrero
y en astucias bien probado,
con la persona pequeña
y el coraçón muy sobrado,
viejo ya de setenta años,
¡Verle quando estaba armado!
¡Ningún romano ni griego
nunca fue más esforçado! [ff. 72 r.-v.]


A los romances siguen las canciones, compuestas por una breve estrofa de cuatro versos octosílabos a la que sigue una copla más extensa, habitualmente de ocho.
Aunque algunas canciones tienen tema religioso, al igual que en el caso de los romances la inmensa mayoría es de tema amoroso:



¡Ay de mí, por bien quereros!
¡Ay, también, si no os quisiera!
¡Ay de quien libre estuviera!
¡Ay de quien vive sin veros!
¡Ay de aquel que os quiere ver!
¡Ay!, pues tiene gran passión.
¡Ay!, pena en el coraçón.
¡Ay!, dolor en el querer.
¡Ay de quien quiere quereros!
¡Ay, también, si no os quisiera!
¡Ay de quien libre estuviera!
¡Ay de bien vive sin veros! [f. 75 v.]



El último bloque poético, el más amplio, es el de los villancicos: un estribillo inicial de tres versos se amplía con un número variable de mudanzas tras cada una de las cuales se repite el verso final del estribillo. Muchos tienen tema similar al de las canciones pero otros se sirven de un tono más festivo y popular:



No me castiguéis, marido,
si en amores voy metida,
porque no os quite la vida
Sufriréis cuando veréis
mi plazer y vuestro daño
si queréis cumplir el año,
si no no le compliréis;
y nunca me maltratéis,
si en amores voy metida,
porque no os quite la vida. [f. 85 r.]



Finalmente, el Cancionero de Pedro Manuel de Urrea se cierra con un grupo de «Églogas» en verso de carácter dramático, las primeras piezas teatrales de la literatura aragonesa. La mayoría de las composiciones saca a escena pastores estereotipados que dan voz a las habituales querellas de amor y celos con un lenguaje popular que se mueve dentro de la tradición del teatro de Juan del Encina.
En breves palabras, la obra literaria de Pedro de Urrea debe ser interpretada como la más completa manifestación literaria de un noble renacentista apasionado por la literatura de su tiempo. Tal y como él mismo le confiesa a su madre:


Mas crea vuestra señoría que es un vicio tan dulce –aunque parece trabajoso– el escrebir, que después que está tomado por descanso y passatiempo, no se puede dexar. «Prólogo» a la «Rueda de peregrinación» [f. 61 r.]



Hermosa Zaragozana

  Tus beldades me cautivan,
que te veo muy lozana,
hermosa zaragozana.
  Con gran placer y alegría
tan grande gracia retoza,
pues en toda Zaragoza
no hay tu par en lozanía.
Eres linda en demasía;
ninguna zaragozana
no puede ser más lozana.
  Con tu saya la amarilla
y tus chapines pintados,
a todos das mil cuidados,
de nadie tienes mancilla.
La sortija y la manilla
te hacen ir muy lozana,
hermosa zaragozana.
  Vas, estirada la zanca,
con largo y justo calzado
y tu bailar mesurado
gran sobra de tierra atranca.
Tan colorada y tan blanca
como una linda manzana,
hermosa zaragozana.
  Sales tan chapa dorada
cuando sales los domingos
haciendo dos mil respingos
que turbas la garzonada.
Haces tú con tu bailada
la sonada más galana
hermosa zaragozana.
  bailas con tale santojos
cuando en el mandil te tocas,
que te miran con las bocas
abiertas como los ojos.
tú quitas todos enojos
con tu vuelta tan liviana,
hermosa zaragozana.







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