Eduardo Asquerino García
Eduardo Asquerino García (Barcelona, 26 de abril de 1826 - Sanlúcar de Barrameda, 30 de septiembre de 1881), periodista, poeta y político español, hermano del también escritor Eusebio Asquerino García.
Progresista, fue diputado en Cortes, senador por Valencia, Cádiz e Islas Baleares y ministro plenipotenciario. Director de El Universal, (1867) y de La América entre 1857-1870. Autor de Horas perdidas (1842), colección de leyendas en verso; Ensayos poéticos (1849) y Ecos del corazón (1853). Colaboró en Los españoles pintados por sí mismos con El cartero, en que describe en verso su indumentaria y las reacciones de la gente ante las noticias que les entrega. Casó con la sanluqueña Peregrina La Cave Domínguez.
Junto a su hermano Eusebio cultivó el teatro, dejando varias obras en colaboración: Doña Urraca (1865), La judía de Toledo (1843), Casada, virgen y mártir (1843), Españoles sobre todo (1844), Los tesoros del rey (1850), Eulalia (1851).
A una fuente
Ved sus soberbios caudales:
Como plateadas centellas
Los impetuosos raudales
En guirnaldas de cristales
Van á bordar las estrellas.
O brotando confundidos
Entre lirios y abedules,
Van por las auras mecidos,
Arcos de perlas perdidos
En los espacios azules.
Y apenas á orlar se atreve
Con su planta el firmamento
Menudos diamantes llueve,
Con sus penachos de nieve
Engalanándose el viento.
Ya su raudal espumante
La luz del sol centellante
Baña en coral y topacios,
Queriendo atar los espacios
Con sus cotas de diamante.
Y matizando las flores
Caen sus gotas, que al verterlas
Tornasolan los albores:
Pintando iris de colores
En la lluvia de sus perlas.
Ya inquieta rielando mueve
En caprichosos reflejos
Sus blondas de gasa leve,
O ya con rizada nieve
Orla quebrados espejos.
Ya coronas argentinas
Dibujan sus manantiales,
Cóncavos caen sus cristales:
Sobre gayas clavellinas
Tornasolados fanales.
Ya sus hilos enlazando
Los teje en trenza rizada;
Ya su corriente quebrada
Quejosa va murmurando
En sonorosa cascada.
O ya con nudos de perlas
Redes tiende al firmamento,
Y el viento ayuda á tejerlas,
Y luego por no romperlas
Se queda parado el viento.
Y á las luces matinales
Entre albores de corales
Por el espacio, esplendentes,
Van sus rizados cristales
En enroscadas serpientes.
Ya giran veloz surcando
Cual cisne de nívea pluma,
Columpios del aire blando
Los espacios argentando
Globos de rizada espuma.
Ya ensortija entre crespones
Su melena vagarosa:
Ya de sus mismos florones
En soberbios borbotones
Va murmurando envidiosa.
Ya en riscos abrillantados
Nublando la luz día
Se elevan, ó caen lanzados
Del cielo en aljofarados
Diluvios de argentería.
Más ¡ay!
que presto agotando
Tus tesoros transparentes,
Breves gotas destilando,
Por sus pérdidas corrientes
Te quejas como llorando!
Como el viento, de pasada,
Nada tu huella perdida
Deja en la esfera azulada;
La corriente de la vida
¡Qué deja en el mundo?
Nada!
Que así cual rápidamente
Se eleva, cae tu torrente,
Y de la vida trasunto
Vas á gozar solamente
De vida en el aire un punto.
Viendo esa fuente serena
Pensó olvidar sus enojos
El alma de angustias llena:
Del manantial de su pena
Fuente les sobra á mis ojos.
Y adiós: que en celos ardiendo
El volcán que el alma abrasa
En vano apagar pretendo:
También mi vida se pasa
Como tus ondas: gimiendo!
Sevilla
Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.
¡Ay! ¡qué aroma embalsamado,
y qué armonioso concento,
y qué susurro acordado
al claro espacio alborado
lleva en sus alas el viento!
¡Salve, ciudad de las flores!
que hasta olvidé mis dolores
en tus eternos pensiles;
¡Eden de los Irasfiles,
paraíso de los amores!
Al sol tocando su frente,
en mar de aromas se baña
rica matrona esplendente;
es la perla que el Oriente
dejó entre flores á España.
La que en sus glorias encierra
al que tuvo en santo anhelo
ganando su trono en guerra,
para reinar en su tierra
que santificarlo el cielo.
Paraíso de serafines,
la de los gayos jardines
señora del reino moro,
la de los mil paladines,
la de la torre del Oro.
En el Eden de Irasfil
el mas fragante pensil,
la envidiada maravilla
de pueblos y reyes mil,
la hermosa oriental Sevilla.
Esas montañas frondosas,
murallas de nardo y rosas
que por cercarte se enlazan,
díme si amantes te abrazan
ó te aprisionan celosas.
En prados de eterna gualda
la alzó el abril sus altares,
y, bordando su esmeralda,
la están guardando la espalda
con sus abismos los mares.
Y en red de cristal prendidos
sus anchos valles dilata
de mil colores vestidos:
íris de flores tendidos
entre serpientes de plata.
¡O sobre ti sus celajes
dejó la pintada aurora,
ó guardan aun tus ramajes,
los pendones y plumajes
y ríos de sangre mora!
Plateados espejos fieles
anhelando retratarla
abandonan sus vergeles
y envuelto en rosa y laureles
el Bétis viene á besarla.
Murmullo de sus querellas
todo el aire es ruiseñores,
todo su espacio colores,
y todo su cielo estrellas,
y todo su campo flores.
Que Dios la dió de abedul
floridas selvas sin fin,
sus perlas la mar azul,
de Europa rica Estambul,
del orbe eterno jardín.
Y es del imperio oriental
el mas glorioso blason
su gigante catedral,
de los cielos pedestal,
de los siglos panteon.
Que yo en su Giralda leo
cuanto de grande el deseo
en sus delirios encierra,
de las edades trofeo,
monumento de la tierra!
Orlada en perlas y azahares
ya las armadas no ves,
que de remotos lugares
rizando los anchos mares
rinden tributo á tus piés.
Ni el árabe centinela
quejarse en dulce concento
tras la celosa cancela,
cuya amante cantinela
murmura envidioso el viento.
¡Qué se hizo la selva umbría,
do el rey Alhamar un dia
con tristes quejas amargas
su pesadumbre decía
á Garci Perez de Vargas!
¡A dónde el bravo adalid
que compitiendo en su gloria
fué de los árabes Cid!
A cada aurora una lid;
cada lucha una victoria.
¿Dó tu poder? ¿Dónde fueron
los conquistados tesoros?
¿Dó tus falanjes huyeron?
Dó tu esplendor? ¿Qué se hicieron
las justas de reyes moros?
Tachonados de trofeos,
dó tus palacios —alhambras?
¡Dónde, alegres devaneos
alternando en tus torneos
cañas, sortijas y zambras!
¿Dónde tus estancias bellas
con sus vidrios de colores
y embalsamados olores?
¿Dó las cristianas doncellas
del harem de los amores?
¡Y cuán amargo fué el lloro
de aquel arrogante moro,
cuando hincada la rodilla
entregó la llave de oro
de la opulenta Sevilla!
¡Qué en Buena Vista sentía
cuando su adios te decía
de Atjataf el pueblo fiel!
Sin un Dios, nuevo Israel,
que á los desiertos huía.
El llanto vertiendo á rios
te despiden con clamores.
Así van los ruiseñores s
i cazadores impíos
roban su nido de amores.
Nido de amor y placeres,
trono de Venus y Ceres
rodeado de serafines:
¡si me encantan tus jardines
me arrebatan tus mujeres!
¡Ay! tal vez enamorada
bebió un suspiro la brisa,
que el alma quedó arrobada
en una tierna mirada,
en una dulce sonrisa.
Mas del sol de los placeres
jamás la luz se ha nublado:
te dió la gloria sus seres...
nuevo paraiso encantado,
ángeles son tus mujeres.
Que el árabe, sin enojos
al humillar su altivez,
parece la dió en despojos
lo rasgado de sus ojos,
lo moreno de su tez.
Y aun allí el Bétis retrata
empavesados bajeles,
y aun á los mares dilata
presas sus ondas de plata
en cenefas de claveles.
Y sin su pompa oriental
aun es de Tiro pensil,
y aun ostenta sin igual
con las galas del abril
sus auroras de coral.
Y su Giralda atrevida,
de su alcázar los jardines,
la amante queja sentida,
su angosta calle torcida,
sus cancelas de jazmines.
Sus auras embalsamadas,
su corona de luceros,
sus floridas enramadas,
sus noches enamoradas,
sus selvas de limoneros.
Y aun, cual hermosa, esplendente
en mar de aromas se baña
Sevilla, alcázar potente;
rica perla que el Oriente
dejó entre flores á España.
Quizá en el alma grabado
llevo tu rostro, sultana;
adios queda, sevillana,
aun naciente, enamorado
lucero de mi mañana.
Y adios, ciudad de las flores,
que tanta ventura encierra
que hasta olvidé mis dolores:
paraiso de los amores,
poesía de la tierra.
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