Christian Kent
Christian Kent ha nacido en Asunción, Paraguay, en 1983. Ha publicado en 2011 el libro de poesía “Lieutenant”, con la editorial chileno-porteña La Calle Passy 061 y una versión cartonera del mismo libro con la editorial Felicita Cartonera de Asunción, Paraguay. En 2013 publicó “El Conde Orloff”, libro de poemas-relatos, con la editorial independiente Okara Japu, Asunción, Paraguay. Ha sido publicado además en las antologías “AM3R1CA 2.0 Novísima Poesía Latinoamericana” del editor y poeta Hector Hernandez Montecinos y “Avanti avati ava, tutans kamons y tatus cam on! Poesia paraguayensis del siglo XXI” del editori y poeta Douglas Diegues. Colabora en el Blog Grupal de Literatura “La Calle Passy 061″ creado y coordinado por el poeta de Antofagasta Víctor Quezada; en el suplemento cultural del periódicoABC Color dirigido por la poeta Montserrat Álvarez; y en el blog de ñe’eses literariosKirisisis. Trabaja además como Editor General de la revista “alacarta Gastronomía, Vinos y Buen Vivir“. Actualmente se encuentra ensimismado en una serie de cuentos macabros – aún sin título – y en una nueva serie de poemas bajo el título tentativo de “Mamboia: La tierra de la serpiente”.
Integra la antología 1.000 millones. Poesía en lengua española del siglo XXI, publicada por EMR, CCPE/AECID y Espacio Santafesino para este Festival.
Lieutenant
Por el contrario, el espacio de la cocina
comparte sus límites con una
planicie que se extiende hasta el
íntimo lugar donde dos batatas
flotan en el agua muerta de una
olla.
Entonces no fuera clarividencia el sonido
del agua fría bullendo bajo las
aguas de un sueño
que ya ni bien despierto es imposible
acordarse, que ya ni bien
despierto el tiempo el espacio
bullen enfriándose para nunca
otra vez.
“Lieutenant, mi teniente, porque no bajas las
escaleras y bebes directo del cartón un
sorbo
de leche fresca, te hará mejor, ya no pienses en
lo que no puedes”.
Viajamos ahora. Enredado el
cepillo en las cerdas de un cabello
endemoniadamente
atraído por los abismos que de pie se
sientan a correr el día.
Pero no estaban allí y no había motivos
para estar despiertos. Lloviendo
habían olvidado la lluvia
encima de la palangana donde bañábase
la nena, donde sin contar las
veces que naufragando
dejaran el teléfono sonando bajo el
mareo simulacro de no estamos
en casa.
Confesiones de una hija ejemplar
El sol se derrite sobre Krakow y la brisa salada del océano
llega a mis manos como la materia ideal para la construcción
de un castillo celeste.
Por primera vez en años siento que este mundo que nos encierra
en su viejo cajón nos estira una esperanza, el amor que nos hace
libres y el tiempo que nos mata.
Y tengo el recuerdo de un dulce venido de otra realidad, algo que
tiene muy poco de terrestre y sin embargo en mi lengua es
familiar, es paterno como la nieve sucia que los saturninos limpian
cada mañana en el parabrisas de sus automóviles.
Puedes jugar conmigo una vez, cantar conmigo el puente de
Londres se cayó, se cayó, se cayó, el puente de Londres se calló mi
bella dama. Yo, devenida en una sonrisa plena y clara, pasaré
debajo de tus piernas y la luz de la mañana en la torre será todo
lo que necesitamos.
Mi vida oscila entra la sombra y la luz que juega tuka’e con la
sombra y nosotros sangre de mi sangre no sabemos quién es luz
y quién es sombra cuando el sol se derrite sobre Krakow.
Confesiones de una
hija ejemplar
Tiene que haber una canción de cuna pronto, tiene que haber
un mundo despojado de sus cáscaras donde al mirar por
encima del hombro veamos de una sola vez todo el terror que
nos hace humanos y queribles.
Tiene que haber un ángel y un silencio por
donde pueda pasar con la risa y el miedo
cobijados en sus alas.
Aquí tengo este mundo hecho a mi
medida, enséñame a destruirlo sin
alterar la cara de lo que
desconozco.
El pasillo del costado
¿No diste una vuelta por la casa?
¿No entraste por el costado últimamente?
Hay una manguera azul enroscada bajo el sol.
Como una víbora símbolo no del mal, ni del pecado,
ni la caída del hombre al tiempo al espacio de lo opuesto.
Tampoco es la víbora que se muerde la cola,
símbolo de la vida y su eterno regreso.
¿Por qué no te tomás un minuto y echás un vistazo?
En el pasillo que une la calle con el patio hay una víbora azul
enroscada bajo el sol, como una manguera.
Yo creo en ella como creo en todas las otras cosas,
con la fe de la sacerdotisa que besa a la cobra en la frente:
para que llueva, para que dios bendiga nuestra casa.
Los dos poemas que siguen pertenecen al libro Conde Orloff, de 2013.
Al ritmo de Los Diablos Rojos
Para los quinceaños de la pequeña Yahaira, el conde Orloff
envió una flota de lobos marinos al pueblo de Pullcapa, en
cuyo centro residen los Diablos Rojos.
Chicha peruana amazónica sería la nueva moda en Krakow.
“Si es que quieres tu bailar
y ponerte diablo,
ven escushame cantar
que soy guapo que valgo”.
El trasero de Miss Abott y la Elfa que canta como el guyra
yma se robaron la atención del zoológico histórico.
Orloff convirtió el agua en vodka.
Hermelinda y la vecina guardaban torta y centros de mesa
en sus bolsos al ritmo de Los Diablos Rojos.
En su torre la pequeña Yahaira escuchaba en silencio el
aullido de los cazadores de búfalo.
La Trimotora y los excesos de Extramuro
Los copetines donde se bebe kauí y fuma el tatachiná están
en extramuros de Krakow.
Al igual que los prostíbulos y los antros de Semilla de
amapola que cada vez son más escasos por la creciente
adicción del Conde.
Orloff decidió que estas prácticas no pueden tener lugar en
el zoológico histórico por el mal ejemplo que significarían
para la pequeña Yahaira. Así es que para echarse un trago
uno debe someterse al inminente peligro de las Centollas y
las periódicas apariciones de Añarako para solicitar el
debido tributo.
Este humilde servidor frecuenta una prostituta-fauno
apodada La Trimotora (por su inmenso volumen corporal y
sus hélices clitorianas).
Con ella he aprendido los símbolos antiguos y ciertos
aspectos técnicos de la lengua del Paraka’o.
Mi adicción al kauí me ha ganado en Extramuros un par de
amigos krakowianos y lvovianos extramuranos. Trato de no
generar lazos muy íntimos con los últimos porque al fin de
cuentas todos terminan desapareciendo bajo el océano.
El apetito voraz de la criatura está acabando con los últimos
lvovianos y pronto empezarán a desfilar engrillados los más
desgraciados habitantes krakowianos de extramuros.
Si Añarako no muere, sigue el zoológico histórico, el mítico y
la corte; donde las cabezas de los Orloff podrían rodar por
las escaleras.
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