Escritora colombiana. Estudió literatura en la Universidad Nacional de Colombia. Ha sido promotora cultural haciendo parte del comité organizador del Encuentro Internacional de Poesía y Narrativa “Ibagué en Flor”. Ha publicado en Arquitrave, El Salmón y Tiempo de Palabra, entre otros medios.
Sus 666 muertes
y un igual número de resurrecciones
no la hicieron inmune a su última muerte,
la definitiva...
la que le propinó aquel que le prometió
no dejarla morir de nuevo.
Si el traje del emperador y el corazón del príncipe feliz
fueran mis mayores preocupaciones
si siguiera creyendo en los seres diminutos
habitantes de mi televisor
si Mickey Mouse fuera en realidad un ratón gigante
que vive en Disneylandia
si la coca cola fuera la chispa de mi vida...
Si mi padre todavía abriera sus brazos desde la esquina
si aún encontrara abiertas las puertas de mis vecinos
si fueran suficientes los premios en las cajas de cereal
si papá Noel entrara por mi ventana
si las chispitas mariposa siguieran siendo el mejor de los placeres
si mi hermano continuara a mi lado
si la coca cola fuera la chispa de mi vida...
si el tiempo fuera eterno...
He sido ciego desde antes del tiempo
me fue negada la palabra
son pocos mis movimientos
me alimento de irrealidad
sin embargo, soy feliz
sólo necesito un poco de lluvia.
Hoja debida
En contra de mis posibilidades
probé siendo equilibrista de un famoso circo
rápidamente extrañé mi hogar
y de inmediato me hallé en tierra.
Ya de vuelta
opté por el mundo de las letras
todos querían conocer de mis hazañas
no tuve valor para revelar que en mis andadas
había padecido la peste de la nostalgia
por eso me he visto obligada a inventar mi propia historia.
En ciudades ajenas me reconozco
un poco rota eso sí,
pero segura de haber sido otra
de no ser únicamente quien soy ahora
transito con propiedad ciertas calles
un recuerdo no identificado
quema mi garganta
comprendo idiomas nuevos y
adivino lo que van a decirme
la familiaridad de los rostros lo confirma:
he estado antes aquí.
Una sensación de hogar me embarga
Son pocas las calles de esta ciudad
Sin embargo,
eso no impide que me pierda cada vez que las transito
de nada vale la historia familiar que esconden
he notado que no me reflejo en sus vitrinas
además, las caras amables sonríen para otro
no para mí
¿qué puedo decir de su horrible arquitectura
su demencial topografía
y su abundancia de huecos?
sobrevivo gracias al paisaje que me saluda
desde mi ventana
Ciudad habitada por almas aspirantes a suicidas
por esperanzas falsamente recobradas
abre tus puertas de hierro
para que pueda escapar
huyo tras el anonimato
que me ha sido negado
quiero no tomar una ducha de vez en cuando
y rendirme cuentas sólo a mí
me sobran las explicaciones y los juicios
no me bastan los eventos mediocres
No necesito que me demuestres tu entrada al siglo XXI
a punta de nuevas edificaciones
sólo permíteme comenzar en otra parte
y dejar atrás cada uno de tus ladrillos hirientes.
BIPOLAR
La primera vez que me invitó a cenar me preguntó si yo era bipolar. Temía llevarse una sorpresa como la que se había llevado en su anterior relación. Menos mal no preguntó si era una asesina, no me parece correcto decir mentiras.
REINAUGURACIÓN DE LA HERIDA
Ese desconocido que pasa de largo sin quitarme los ojos de encima, es el mismo que me decía en otra vida que nunca se iría de mi lado.
MENSAJE URGENTE
Ya no busques más las medias grises y esos calzoncillos de pepitas tan horribles. Los hombres del trasteo los encontraron debajo del colchón de la que una vez fue tu cama.
INSOMNIO
De niña soñaba con estar despierta para ver el momento exacto en que la oscuridad daba a luz un nuevo día. Ahora me son indiferentes todos los amaneceres.
PESADILLA
Y había olvidado la voz de mi padre cuando volví a verlo. Traía puesta la misma ropa con la que lo encontraron a la orilla de un río cuyo nombre desconozco y conservaba el aspecto de un hombre de cuarenta y tres años, con la barba igual de descuidada y la sonrisa profunda y triste. Yo, en cambio, me había convertido en una mujer de cuarenta años que nunca superó su partida. Tremendo susto nos llevamos mi madre y yo al oír que alguien metía una llave en la cerradura y fue más el susto cuando la puerta se abrió y mi padre entró con una muchacha. Nos saludó como si nos hubiera visto ayer. Durante toda mi vida dudé que la caja que enterramos en el Cementerio Central guardara su cuerpo, que no me dejaron ver. Según los adultos, ya no era el de antes debido a la descomposición. Al tenerlo frente a mí quise gritarle a todos que yo tenía razón, que el muerto no era él, pero sólo estábamos mi madre y yo, mi padre y la muchacha. Mi madre, que recién había llegado a los setenta, más despreciable que nunca, permaneció inmóvil, expectante, incómoda. Yo, convertida en una niña pequeña, no paraba de hacer preguntas. Oí de nuevo la frase que tantas veces me dijo por teléfono: “Eres tú, novia mía?”, y las lágrimas no se hicieron esperar. Se acercó a la muchacha y con la mano en su hombro, nos dijo que era su hija y rápidamente añadió que solo venía por unas cosas.
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