Leconte de Lisle
Charles Marie René Leconte de Lisle ( Saint-Paul, isla de Reunión, 22 de octubre de 1818 - Voisins-le-Bretonneux, 17 de julio de 1894) fue un poeta francés, principal exponente del parnasianismo.
Su padre, cirujano militar, lo hizo viajar con él a través de sus periplos por el Océano Índico (fue influenciado por la India antigua) para prepararlo para una carrera comercial. Estudió lenguas (especialmente griego e italiano), historia y Derecho en Rennes en 1837, pero abandonó muy seguido todo eso (le faltaban cuatro años para graduarse) para dedicarse a su pasión de la vida: la poesía. Desde entonces su familia le cortó la manutención. Denunció la esclavitud, a pesar de que era una importante fuente de rentas para los suyos. En 1846 se instaló en París, donde frecuentaría a los falansterianos.
Partidario de la revolución de 1848, luchó por las ideas socialistas y contra el esclavismo. Pero rápidamente decepcionado del gobierno provisional, colaboró esporádicamente en 1849 en la reforma de Lamennais.
Vencido en las elecciones de 1848, vivió durante largo tiempo de lecciones particulares, trabajos no firmados, traducciones, préstamos, algunos premios y subsidios antes de recibir una pensión en tiempos del Segundo Imperio que le permitió solventar las necesidades de su madre y de sus hermanas, quienes se habían instalado con él. Después sería nombrado bibliotecario adjunto en tiempos de la Tercera República. En 1887 ingresó en la academia ocupando el sillón de Víctor Hugo, del que antes había sido uno de sus protegidos.
Tres colecciones parnasianas en las que que el pesimismo late y el estilo clásico dominan: los «Poèmes antiques» (1852), los «Poèmes barbares» (1862) y los «Poèmes tragiques» (1884). La energía pasional, la interpretación simbólica de la naturaleza, el gusto por el color y el exotismo y la libertad en la fantasía lo ligan al Romanticismo.
Considerado como uno de los poetas franceses más importantes del siglo XIX, sus «Poèmes antiques» (1852) y su prefacio (igualmente admirado de Victor Hugo) iniciaron una influencia que duró más de treinta años, el movimiento literario llamado parnasianismo o «l'Art pour l'Art», se afirma no contra el romanticismo, sino más bien contra el romanticismo fantasista y estéril de los Jeunes-France y también en contra del sentimentalismo. Desde ese momento fue apodado como el «Maître du Parnasse».
Publica igualmente de 1861 a 1885 numerosas traducciones de autores griegos antiguos, como Homero, Sófocles y Esquilo.
Murió en Voisins, cerca de Louveciennes, en el departamento de Yvelines.
Obra
Cenotafio de Leconte de Lisle, en el Cementerio de Montparnasse, París.
Poemas antiguos (precedidos de un prefacio), 1852.
Poèmes et Poésies, 1855.
Le Chemin de la Croix, 1856.
Poesías completas, 1858.
Idylles et Odes anacréontiques (traducción de Teócrito), 1861.
Poésies barbares, 1862.
Le Parnasse contemporain (obra colectiva, colección de nuevos versos, 1.er volume), 1866.
L'Illiade (traducción de Homero), 1866.
L'Odysée (traducción de Homero), 1867.
Hymnes homériques (traducción), 1868.
Hymnes orphiques (traducción de Hesíodo), 1869.
Catéchisme populaire républicain, 1870.
Le Parnasse contemporain (segundo volumen), 1871.
Histoire populaire de la Révolution française, 1871.
Le Sacre de Paris, 1871.
Le Soir d'une bataille, 1871.
Histoire populaire du christianisme, 1871.
Poèmes barbares (reedición aumentada de las Poésies barbares), 1872.
Traducción de las Œuvres complètes de Esquilo, 1872.
Traducción de las Œuvres de Horacio, 1873.
Les Erynnies (drama, de la obra de Esquilo), 1873.
Histoire du Moyen Âge, 1876.
Paisaje polar
Mundo muerto, espuma inmensa de mar clandestino,
Abismo de sombra estéril, fulgores espectrales,
Pihuelas convulsivas estiradas en espirales
Que la niebla amarga hace perder amino.
Un ávido infierno, cielo rugoso en remolinos,
Donde se oyen los sórdidos clamores sepultares,
Las risas, los sollozos, los llantos agudos fantasmales
Que un viento siniestro arranca del clarín mortecino.
Corroídos por olas voraces, sobre las altas cimas,
Congelados en su sueño frío y cadavérico,
Duermen los viejos dioses de las antiguas culturas;
Y los grandes osos, blanqueados por nieves grimas.
Aquí y allá, mecieron sus cuellos epilépticos,
Ebrios y monstruosos, babeando lujurias oscuras.
Rubén Darío
De las eternas musas el reino soberano
recorres bajo un soplo de eterna inspiración,
como un rajah soberbio que en su elefante indiano
por sus dominios pasa de rudo viento al son.
Tú tienes en tu canto como ecos de Oceano;
se ve en tu poesía la selva y el león;
salvaje luz irradia la lira que en tu mano
derrama su sonora, robusta vibración.
Tú del fakir conoces secretos y avatares;
a tu alma dio el Oriente misterios seculares,
visiones legendarias y espíritu oriental.
Tu verso está nutrido con savia de la tierra;
fulgor de Ramayanas tu viva estrofa encierra,
y cantas en la lengua del bosque colosal.
De los modernos
Vivís en rebeldía, pero sin sueños, sin destino,
más viejos, más decrépitos que este mundo infecundo,
castrados desde la cuna por el siglo asesino
de todo ardor noble, vigoroso y profundo.
Vuestra mente está tan vacía como vuestro sino,
y habéis mancillado este miserable mundo
con una sangre corrompida, con un aliento dañino,
y la muerte crece sola en este fango inmundo.
Hombres, cazadores de dioses, cerca los tiempos están,
donde los grandes pilares de oro se enlodarán,
donde el fértil sol roerá las más grandes rocas.
Impávidos en el día y en la noche sin remedio,
nacidos en la estulta nada del supremo tedio,
morís estólidamente cuando abrís vuestras bocas.
El colibrí
El verde colibrí, rey de las colinas,
Viendo la aurora y el sol claro
Brillar en su nido de hierbas finas,
Como fresco rayo del aire escapado.
Alzó el vuelo por las fuentes vecinas,
Donde siente el bambú el mar azaro,
Donde la Asoka de fragancias divinas
Y al corazón un relámpago ha dado.
Hacia la dorada flor desciende, se posa,
Liba tanto amor en la copa de la rosa,
Que muere salado, sin agotarla, tal vez.
En tu labios puros, ¡oh, mi bien amado!
¡Cómo el alma que quiso perecer
Del primer beso que la ha perfumado!
El Eclesiastés
Un perro vivo vale menos -el Eclesiastés ha contado-
Que un león muerto. Excepto, ciertamente, comer y beber,
Todo es sombra, humo. El mundo es viejo para permanecer,
La náusea de vivir el sepulcro negro ocupado.
En las antiguas noches, de cara a los cielos, he mirado
Desde lo alto de la torre, como un promontorio, oler
En el silencio; a lo lejos, dejad de mirar a los ojos, caer
En la sombra de tu trono de marfil como he soñado.
Viejo amante del sol que lloráis de esta manera,
La inevitable muerte es, también, una mentira fiera.
¡Dichosos los que se adentran en ella en un solo paso!
Yo, como siempre, escucho espantado la autoridad
En la embriaguez y el horror de la inmortalidad,
El largo rugido de la Vida eterna y su fracaso.
Fiat Nox
La muerte universal parece un flujo marino,
Tranquilo o furioso, ni lento ni apresurado,
Que se eleva, ola tras ola, rugiente, rodado,
Y en los altos peñascos pasa el tiempo anodino.
Si la felicidad de este vano mundo sin desatino
Se vive, si es un siglo sin fin el día angustiado,
El tormento y la dicha serán sueño de lo soñado
Cuando nuestro pie tropiece con el abismo divino.
¡Oh corazón del hombre, oh tú, mártir miserable
Que corroes el rencor y el amor has de agotar,
Tú que besas tu cadena y que libre quieres marchar!
¡Mira! ¡La ola sube y viene para devorarte!
¡Tu infierno, en la negra marea, se ha extinguido,
Derramando tu sombra sagrada en el olvido!
La muerte del león
Siendo vieja alma de aire libre, sedienta
de la sangre negra de los bueyes, de mirar
desde lo más alto a las llanuras y al mar,
y de rugir en paz, libre en soledad cruenta.
Pero como condenado que pudre su osamenta
en el infierno, por el placer de la infinidad,
fue atrapado en la jaula de hierro fatal,
aunque pretendió escapar de tal afrenta.
Su horrible suerte, en fin, no pudo resolver;
la muerte se llevó su espíritu vagabundo,
pues había dejado de comer y de beber.
¡Oh, frágil corazón, víctima de la rebelión!
¿Por qué vuelves jadeante a la jaula del mundo?
¡Libérate! ¡Y haz lo que hizo este león!
La muerte del sol
El viento de otoño, los ruidos lejanos de los mares igual,
llena de despedida solemne, de quejas desconocidas,
equilibrio tristemente a lo largo de las avenidas
¡Los macizos pesados enrojecidos de tu sangre, oh sol!
Las hojas en remolinos despega los desnudos;
y vemos oscilar, en un río bermejo,
a las aproximaciones de tarde inclinados al sueño,
de grandes nidos teñidos de púrpura al cabo de las ramas desnudas.
¡Cae, Astro glorioso, fuente y antorcha de día!
Tu gloria en manteles de oro que fluye de tu herida,
Así como de un pecho poderoso cae un amor supremo.
¡Muere pues, renacerás! La esperanza está segura de eso.
Pero quien reanimará la llama y la voz
¿Al corazón quién se estrelló por última vez?
Paisaje polar
Mundo muerto, espuma inmensa de mar clandestino,
Abismo de sombra estéril, fulgores espectrales,
Pihuelas convulsivas estiradas en espirales
Que la niebla amarga hace perder amino.
Un ávido infierno, cielo rugoso en remolinos,
Donde se oyen los sórdidos clamores sepultares,
Las risas, los sollozos, los llantos agudos fantasmales
Que un viento siniestro arranca del clarín mortecino.
Corroídos por olas voraces, sobre las altas cimas,
Congelados en su sueño frío y cadavérico,
Duermen los viejos dioses de las antiguas culturas;
Y los grandes osos, blanqueados por nieves grimas.
Aquí y allá, mecieron sus cuellos epilépticos,
Ebrios y monstruosos, babeando lujurias oscuras.
PREFACE
pV
Ce livre est un recueil d' études, un retour réfléchi
à des formes négligées ou peu connues. Les émotions
personnelles n' y ont laissé que peu de traces ; les
passions et les faits contemporains n' y apparaissent
point. Bien que l' art puisse donner, dans une certaine
mesure, un caractère de généralité à tout ce qu' il
touche, il y a dans l' aveu public des angoisses du
coeur et de ses voluptés non moins amères, une vanité
et une profanation gratuites. D' autre part, quelque
vivantes que soient les passions politiques de ce
temps, elles appartiennent au
pVI
monde de l' action ; le travail spéculatif leur est
étranger. Ceci explique l' impersonnalité et la
neutralité de ces études. Il est du reste un fonds
commun à l' homme et au poëte, une somme de vérités
morales et d' idées dont nul ne peut s' abstraire ;
l' expression seule en est multiple et diverse. Il
s' agit de l' apprécier en elle-même. Or, ces
poëmes seront peut-être accusés d' archaïsme et
d' allures érudites peu propres à exprimer la
spontanéité des impressions et des sentiments ; mais
si leur donnée particulière est admise, l' objection
est annihilée. Exposer l' opportunité et la raison
des idées qui ont présidé à leur conception, sera
donc prouver la légitimité des formes qu' ils ont
revêtues.
En ce temps de malaise et de recherches inquiètes,
les esprits les plus avertis et les plus fermes
s' arrêtent et se consultent. Le reste ne sait ni
d' où il vient, ni où il va ; il cède aux agitations
fébriles qui l' entraînent, peu soucieux d' attendre
et de délibérer. Seuls, les premiers
pVII
se rendent compte de leur époque transitoire et des
exigences fatales qui les contraignent. Nous sommes
une génération savante ; la vie instinctive, spontanée,
aveuglément féconde de la jeunesse, s' est retirée de
nous ; tel est le fait irréparable. La poésie,
réalisée dans l' art, n' enfantera plus d' actions
héroïques ; elle n' inspirera plus de vertus sociales ;
parce que la langue sacrée, même dans la prévision
d' un germe latent d' héroïsme ou de vertu, réduite,
comme à toutes les époques de décadence littéraire,
à ne plus exprimer que de mesquines impressions
personnelles, envahie par les néologismes arbitraires,
morcelée et profanée, esclave des caprices et des
goûts individuels, n' est plus apte à enseigner
l' homme. La poésie ne consacrera même plus la
mémoire des événements qu' elle n' aura ni prévus ni
amenés, parce que le caractère à la fois spéculatif
et pratique de ce temps est de n' accorder qu' une
attention rapide et une estime accessoire à ce qui
ne vient pas immédiatement
pVIII
en aide à son double effort, et qu' il ne se donne
ni trève ni repos. Des commentaires sur l' évangile
peuvent bien se transformer en pamphlets politiques ;
c' est une marque du trouble des esprits et de la ruine
théologique ; il y a ici agression et lutte sous
figure d' enseignement ; mais de tels compromis sont
interdits à la poésie. Moins souple et moins accessible
que les formes de polémique usuelle, son action serait
nulle et sa déchéance plus complète.
ô poëtes, éducateurs des âmes, étrangers aux premiers
rudiments de la vie réelle, non moins que de la vie
idéale ; en proie aux dédains instinctifs de la foule
comme à l' indifférence des plus intelligents ;
moralistes sans principes communs, philosophes sans
doctrine, rêveurs d' imitation et de parti pris,
écrivains de hasard qui vous complaisez dans une
radicale ignorance de l' homme et du monde, et
dans un mépris naturel de tout travail sérieux ; race
inconsistante et fanfaronne, épris de vous-mêmes, dont
la
pIX
susceptibilité toujours éveillée ne s' irrite qu' au
sujet d' une étroite personnalité et jamais au profit
de principes éternels ; ô poëtes, que diriez-vous,
qu' enseigneriez-vous ? Qui vous a conféré le caractère
et le langage de l' autorité ? Quel dogme sanctionne
votre apostolat ? Allez ! Vous vous épuisez dans le
vide, et votre heure est venue. Vous n' êtes plus
écoutés, parce que vous ne reproduisez qu' une somme
d' idées désormais insuffisantes ; l' époque ne vous
entend plus, parce que vous l' avez importunée de
vos plaintes stériles, impuissants que vous
étiez à exprimer autre chose que votre propre inanité.
Instituteurs du genre humain, voici que votre disciple
en sait instinctivement plus que vous. Il souffre d' un
travail intérieur dont vous ne le guérirez pas, d' un
désir religieux que vous n' exaucerez pas, si vous ne
le guidez dans la recherche de ses traditions idéales.
Aussi, êtes-vous destinés, sous peine d' effacement
définitif, à vous isoler d' heure en heure du monde
de l' action, pour vous
pX
réfugier dans la vie contemplative et savante, comme
en un sanctuaire de repos et de purification. Vous
rentrerez ainsi, loin de vous en écarter, par le fait
même de votre isolement apparent, dans la voie
intelligente de l' époque.
Depuis Homère, Eschyle et Sophocle, qui
représentent la poésie dans sa vitalité, dans sa
plénitude et dans son unité harmonique, la décadence
et la barbarie ont envahi l' esprit humain. En fait
d' art original, le monde romain est au niveau des
daces et des sarmates ; le cycle chrétien tout entier
est barbare. Dante, Shakspeare et Milton n' ont
prouvé que la force et la hauteur de leur génie
individuel ; leur langue et leurs conceptions sont
barbares. La sculpture s' est arrêtée à Phidias et à
Lysippe ; Michel-Ange n' a rien fécondé ; son oeuvre,
admirable en elle-même, a ouvert une voie désastreuse.
Que reste-t-il donc des siècles écoulés depuis la
Grèce ? Quelques individualités puissantes, quelques
grandes oeuvres
pXI
sans lien et sans unité. Et maintenant la science et
l' art se retournent vers les origines communes. Ce
mouvement sera bientôt unanime. Les idées et les faits,
la vie intime et la vie extérieure, tout ce qui
constitue la raison d' être, de croire, de penser,
d' agir, des races anciennes appelle l' attention
générale. Le génie et la tâche de ce siècle sont de
retrouver et de réunir les titres de famille de
l' intelligence humaine. Pour condamner sans appel
ce retour des esprits, cette tendance à la
reconstruction des époques passées et des formes
multiples qu' elles ont réalisées, il faudrait
logiquement tout rejeter, jusqu' aux travaux de
géologie et d' ethnographie modernes ; mais le lien
des intelligences ne se brise pas au gré des
sympathies individuelles et des caprices irréfléchis.
Cependant qu' on se rassure : l' étude du passé n' a
rien d' exclusif ni d' absolu ; savoir n' est pas reculer ;
donner la vie idéale à qui n' a plus la vie réelle
n' est pas se complaire stérilement dans la mort. La
pensée humaine
pXII
est affirmative sans doute, mais elle a ses heures
d' arrêt et de réflexions. Aussi, faut-il le dire
hautement, il n' est rien de plus inintelligent et
de plus triste que cette excitation vaine à
l' originalité, propre aux mauvaises époques de
l' art. Nous en sommes à ce point. Qui donc a signalé
parmi nous le jet spontané et vigoureux d' une
inspiration saine ? Personne. La source n' en est pas
seulement troublée et souillée, elle est tarie jusqu' au
fond. Il faut puiser ailleurs.
La poésie moderne, reflet confus de la personnalité
fougueuse de Byron, de la religiosité factice et
sensuelle de Chateaubriand, de la rêverie mystique
d' outre-Rhin et du réalisme des lakistes, se trouble
et se dissipe. Rien de moins vivant et de moins
original en soi, sous l' appareil le plus spécieux.
Un art de seconde main, hybride et incohérent,
archaïsme de la veille, rien de plus. La patience
publique s' est lassée de cette comédie bruyante
jouée au profit d' une autolâtrie d' emprunt. Les maîtres
pXIII
se sont tus ou vont se taire, fatigués d' eux-mêmes,
oubliés déjà, solitaires au milieu de leurs oeuvres
infructueuses. Les derniers adeptes tentent une sorte
de néo-romantisme désespéré, et poussent aux limites
extrêmes le côté négatif de leurs devanciers. Jamais
la pensée, surexcitée outre mesure, n' en était venue
à un tel paroxisme de divagation. La langue poétique
n' a plus ici d' analogue que le latin barbare des
versificateurs gallo-romains du Ve siècle. En dehors
de cette recrudescence finale de la poésie intime et
Gyrique, une école récente s' est élevée, restauratrice
un peu niaise du bon sens public, mais qui n' est pas
née viable, qui ne répond à rien et ne représente
rien qu' une atonie peu inquiétante. Il est bien entendu
que la rigueur de ce jugement n' atteint pas quelques
hommes d' un talent réel qui, dans un sentiment très
large de la nature, ont su revêtir leur pensée de
formes sérieuses et justement estimées. Mais cette
élite exceptionnelle n' infirme pas l' arrêt. Les poëtes
pXIV
nouveaux enfantés dans la vieillesse précoce d' une
esthétique inféconde, doivent sentir la nécessité de
retremper aux sources éternellement pures l' expression
usée et affaiblie des sentiments généraux. Le thème
personnel et ses variations trop répétées ont épuisé
l' attention ; l' indifférence s' en est suivie à juste
titre ; mais s' il est indispensable d' abandonner au
plus vite cette voie étroite et banale, encore ne
faut-il s' engager en un chemin plus difficile et
dangereux, que fortifié par l' étude et l' initiation.
Ces épreuves expiatoires une fois subies, la langue
poétique une fois assainie, les spéculations de
l' esprit, les émotions de l' âme, les passions du
coeur, perdront-elles de leur vérité et de leur
énergie, quand elles disposeront de formes plus
nettes et plus précises ? Rien, certes, n' aura été
délaissé ni oublié ; le fonds pensant et l' art auront
recouvré la sève et la vigueur, l' harmonie et l' unité
perdues. Et plus tard, quand les intelligences
profondément agitées se seront apaisées, quand la
méditation
pXV
des principes négligés et la régénération des
formes auront purifié l' esprit et la lettre, dans un
siècle ou deux, si toutefois l' élaboration des temps
nouveaux n' implique pas une gestation plus lente,
peut-être la poésie redeviendra-t-elle le verbe inspiré
et immédiat de l' âme humaine. En attendant l' heure de
la renaissance, il ne lui reste qu' à se recueillir et
à s' étudier dans son passé glorieux.
L' art et la science, longtemps séparés par suite des
efforts divergents de l' intelligence, doivent donc
tendre à s' unir étroitement, si ce n' est à se confondre.
L' un a été la révélation primitive de l' idéal contenu
dans la nature extérieure ; l' autre en a été l' étude
raisonnée et l' exposition lumineuse. Mais l' art a perdu
cette spontanéité intuitive, ou plutôt il l' a épuisée ;
c' est à la science de lui rappeler le sens de ses
traditions oubliées, qu' il fera revivre dans les
formes qui lui sont propres. Au milieu du tumulte
d' idées incohérentes qui se produit
pXVI
parmi nous, une tentative d' ordre et de travail
régulier n' est certes pas à blâmer, s' il subsiste
quelque parcelle de réflexion dans les esprits. Quant
à la valeur spéciale d' art d' une oeuvre conçue dans
cette donnée, elle reste soumise à qui de droit,
abstraction faite de toute théorie esthétique
particulière à l' auteur.
Les poëmes qui suivent ont été pensés et écrits sous
l' influence de ces idées, inconscientes d' abord,
réfléchies ensuite. Erronées, ils seront non avenus ;
car le mérite ou l' insuffisance de la langue et du
style dépend expressément de la conception première ;
justes et opportunes, ils vaudront nécessairement
quelque chose. Les essais divers qui se produisent
dans le même sens autour de nous ne doivent rien
entraver ; ils ne défloreront même pas, pour les
esprits mieux renseignés, l' étude vraie du monde
antique. L' ignorance des traditions mythiques et
l' oubli des caractères spéciaux propres aux époques
successives ont donné lieu à des méprises radicales.
Les
pXVII
théogonies grecques et latines sont restées confondues ;
le travestissement misérable infligé par Lebrun ou
Bitaubé aux deux grands poëmes ioniens a été
reproduit et mal dissimulé à l' aide d' un parti pris
de simplicité grossière aussi fausse que l' était a
pompe pleine de vacuité des traditeurs officiels. Des
idées et des sentiments étrangers au génie homérique,
empruntés aux poëtes postérieurs, à Euripide surtout,
novateur de décadence, spéculant déjà sur l' expression
outrée et déclamatoire des passions, ont été insérés
dans une traduction dialoguée du dénouement de
l' odyssée ; tentative malheureuse, où l' abondance, la
force, l' élévation, l' éclat d' une langue merveilleuse
ont disparu sous des formes pénibles, traînantes et
communes, et dont il faut faire justice dans un
sentiment de respect pour Homère.
Trois poëmes, Hélène, Niobé et Khiron , sont
ici spécialement consacrés à l' antiquité grecque et
indiquent trois époques distinctes. Quelques études
d' une étendue
pXVIII
moindre, odes, hymnes et paysages, suivent ou
précèdent.
Hélène est le développement dramatique et lyrique
de la légende bien connue qui explique l' expédition des
tribus guerrières de l' Hellade contre la ville sainte
d' Ilos. Niobé symbolise une lutte fort ancienne
entre les traditions doriques et une théogonie venue
de Phrygie. Khiron est l' éducateur des chefs
myniens. Depuis le déluge d' Ogygès jusqu' au périple
d' Argo, il assiste au déroulement des faits héroïques.
Un dernier poëme, bhagavat, indique une voie
nouvelle. On a tenté d' y reproduire, au sein de la
nature excessive et mystérieuse de l' Inde, le
caractère métaphysique et mystique des ascètes
viçnuïtes, en insistant sur le lien étroit qui les
rattache aux dogmes buddhistes.
Ces poëmes, il faut s' y résigner, seront peu goûtés et
peu appréciés. Ils porteront, dans un grand nombre
d' esprits prévenus ou blessés, la peine des jugements
pXIX
trop sincères qui les précèdent. Des sympathies
désirables leur feront défaut, celles des âmes
impressionnables qui ne demandent à l' art que le
souvenir ou le pressentiment des émotions regrettées
ou rêvées. Un tel renoncement a bien ses amertumes
secrètes ; mais la destinée de l' intelligence doit
l' emporter, et si la poésie est souvent une
expiation, le supplice est toujours sacré.
1 HYPATIE. 1847
p1
Au déclin des grandeurs qui dominent la terre,
quand les cultes divins, sous les siècles ployés,
reprenant de l' oubli le sentier solitaire,
regardent s' écrouler leurs autels foudroyés ;
p2
quand du chêne d' Hellas la feuille vagabonde
des parvis désertés efface le chemin,
et qu' au delà des mers où l' ombre épaisse abonde,
vers un jeune soleil flotte l' esprit humain ;
toujours des dieux vaincus embrassant la fortune,
un grand coeur les défend du sort injurieux ;
l' aube des jours nouveaux le blesse et l' importune :
il suit à l' horizon l' astre de ses aïeux.
Pour un destin meilleur qu' un autre siècle naisse
et d' un monde épuisé s' éloigne sans remords ;
fidèle au songe heureux où fleurit sa jeunesse,
il entend tressaillir la poussière des morts.
p3
Les sages, les héros se lèvent pleins de vie !
Les poëtes en choeur murmurent leurs beaux noms ;
et l' Olympe idéal qu' un chant sacré convie,
sur l' ivoire s' assied dans les blancs parthénons.
ô vierge, qui d' un pan de ta robe pieuse
couvris la tombe auguste où s' endormaient tes dieux :
de leur culte éclipsé prêtresse harmonieuse,
chaste et dernier rayon détaché de leurs cieux !
Je t' aime et te salue, ô vierge magnanime !
Quand l' orage ébranla le monde paternel.
Tu suivis dans l' exil cet Oedipe sublime,
et tu l' enveloppas d' un amour éternel.
p4
Debout, dans ta pâleur, sous les sacrés portiques
que des peuples ingrats abandonnait l' essaim,
Pythonisse enchaînée aux trépieds prophétiques,
les immortels trahis palpitaient dans ton sein.
Tu les voyais passer dans la nue enflammée !
De science et d' amour ils t' abreuvaient encor ;
et la terre écoutait, de ton rêve charmée,
chanter l' abeille attique entre tes lèvres d' or.
Comme un jeune lotos croissant sous l' oeil des sages,
fleur de leur éloquence et de leur équité,
tu faisais, sur la nuit moins sombre des vieux âges,
resplendir ton génie à travers ta beauté !
p5
Le grave enseignement des vertus éternelles
s' épanchait de ta lèvre au fond des coeurs charmés ;
et les galiléens qui te rêvaient des ailes,
oubliaient leur dieu mort pour tes dieux bien-aimés.
Mais le siècle emportait ces âmes insoumises
qu' un lien trop fragile enchaînait à tes pas ;
et tu les voyais fuir vers les terres promises ;
mais toi qui savais tout, tu ne les suivis pas !
Que t' importait, ô vierge, un semblable délire ?
Ne possédais-tu pas cet idéal cherché ?
Va ! Dans ces coeurs troublés tes regards savaient lire,
et les dieux bienveillants ne t' avaient rien caché.
p6
ô sage enfant, si pure entre tes soeurs mortelles !
ô noble front, sans tache entre les fronts sacrés !
Quelle âme avait chanté sur des lèvres plus belles,
et brûlé plus limpide en des yeux inspirés ?
Sans effleurer jamais ta robe immaculée,
les souillures du siècle ont respecté tes mains :
tu marchais, l' oeil tourné vers la vie étoilée,
ignorante des maux et des crimes humains.
L' homme en son cours fougueux t' a frappée et maudite,
mais tu tombas plus grande ! Et maintenant, hélas !
Le souffle de Platon et le corps d' Aphrodite
sont partis à jamais pour les beaux cieux d' Hellas !
p7
Dors, ô blanche victime, en notre âme profonde,
dans ton linceul de vierge et ceinte de lotos ;
dors ! L' impure laideur est la reine du monde,
et nous avons perdu le chemin de Paros.
Les dieux sont en poussière et la terre est muette ;
rien ne parlera plus dans ton ciel déserté.
Dors ! Mais vivante en lui, chante au coeur du poëte
l' hymne mélodieux de la sainte beauté.
Elle seule survit, immuable, éternelle.
La mort peut disperser les univers tremblants,
mais la beauté flamboie, et tout renaît en elle,
et les mondes encor roulent sous ses pieds blancs.
2 THYONE. 1846
p8
1.
ô jeune Thyoné, vierge de l' Isménus,
tu n' as point confié de secrets à Vénus,
et des flèches d' éros l' atteinte toujours sûre
n' a point rougi ton sein d' une douce blessure.
p9
Ah ! Si les dieux jaloux, vierge, n' ont pas formé
la neige de ton corps d' un marbre inanimé,
viens au fond des grands bois, sous les larges ramures,
pleines de frais silence et d' amoureux murmures.
L' oiseau rit dans les bois, au bord des nids mousseux,
ô belle chasseresse ! Et le vent paresseux
berce du mol effort de son aile éthérée
les larmes de la nuit sur la feuille dorée.
Compagne d' Artémis, abandonne tes traits ;
ne trouble plus la paix des sereines forêts,
et, propice à ma voix qui soupire et qui prie,
de rose et de lotos ceins ta tempe fleurie.
ô Thyoné ! L' eau vive où brille le matin,
sur ses bords parfumés de cytise et de thym,
modérant de plaisir son onde diligente
où nage l' hydriade et que l' aurore argente,
p10
d' un cristal bienheureux baignera tes pieds blancs !
Erycine t' appelle aux bois étincelants ;
viens ! -l' abeille empressée et la brise joyeuse
chantent aux verts rameaux du hêtre et de l' yeuse ;
et les faunes moqueurs, au seul bruit de tes pas,
craindront de te déplaire et ne te verront pas.
ô fière Thyoné, viens, afin d' être belle !
Un jour tu pleureras ta jeunesse rebelle...
qu' il te souvienne alors de ce matin charmant,
de tes premiers baisers et du premier amant,
à l' ombre des grands bois, sous les larges ramures
pleines de frais silence et d' amoureux murmures.
2.
Du cothurne chasseur j' ai resserré les noeuds ;
p11
je pars, et vais revoir l' Araunos sabloneux
où la prompte Artémis, par leurs cornes dorées,
surprit aux pieds des monts les cinq biches sacrées.
J' ai, saisissant mon arc et mes traits éclatants,
noué sur mon genou ma robe aux plis flottants.
Crains de suivre mes pas. Tes paroles sont belles,
mais je sais que tu mens et qu' éros a des ailes !
Artémis me sourit. Docile à ses désirs,
je coulerai mes jours en de mâles plaisirs,
et n' enchaînerai point d' amours efféminées,
la force et la fierté de mes jeunes années.
D' autres vierges, sans doute, accueilleront tes voeux,
qui du mol hyacinthe ornent leurs blonds cheveux,
et qui, dansant aux sons des lyres ioniques,
aux autels d' Erycine ont voué leurs tuniques.
Moi, j' aime au fond des bois, loin des regards humains,
p12
le carquois sur l' épaule et les flèches en mains,
de la chaste déesse intrépide compagne,
à franchir d' un pied sûr la plaine et la montagne.
Fière de mon courage, oubliant ma beauté,
je veux qu' un lin jaloux garde ma nudité,
et que ma flèche aigüe, au milieu des molosses,
perce les grands lions et les biches véloces.
ô jeune phocéen au beau corps indolent,
qui d' un frêle rameau charges ton bras tremblant,
et n' as aiguillonné, de cette arme timide,
que tes boeufs assoupis, épars dans l' herbe humide ;
oses-tu bien aimer la compagne des dieux,
qui, dédaignant éros et son temple odieux,
dans les vertes forêts de la haute Ortygie,
déjà d' un noble sang a vu sa main rougie ?
p13
3.
Ne me dédaigne point, ô vierge ! Un immortel
m' a, sous ton noir regard, blessé d' un trait mortel.
Lorsque le choeur léger des jeunes chasseresses
déroule au vent du soir le flot des souples tresses,
que ton image est douce à mon coeur soucieux !
Toi seule n' aimes point sous la clarté des cieux.
Les dieux même ont aimé, compagne de Diane !
Aux cimes du Latmos, sous le large platane,
loin du nocturne char, solitaire, à pas lents,
attentive aux doux bruits des feuillages tremblants,
on dit qu' une déesse aux amours ténébreuses
du bel Endymion charma les nuits heureuses.
Ne me dédaigne point. Je suis jeune, et ma main
ne s' est pas exercée au combat inhumain ;
p14
mais sur la verte mousse accoudé dès l' aurore,
j' exhale un chant sacré de mon roseau sonore.
Les tranquilles forêts protégent mon repos,
et les riches pasteurs aux superbes troupeaux,
voyant que, pour dorer ma pauvreté bénie,
les dieux justes et bons m' ont donné le génie,
m' offrent en souriant, pour prix de mes leçons,
les pesantes brebis et leurs beaux nourrissons.
Viens partager ma gloire, elle est douce et sereine.
Sous les halliers touffus, pour saluer leur reine,
mes grands boeufs phocéens de plaisir mugiront.
De la rose des bois je ceindrai ton beau front.
Ils sont à toi les fruits de mes vertes corbeilles,
mes oiseaux familiers, mes coupes, mes abeilles,
mes chansons et ma vie ! ô belle Thyoné,
viens, et je bénirai le destin fortuné
p15
qui loin de la Phocide et du toit de mes pères,
au pasteur exilé gardait des jours prospères.
4.
Jeune homme, c' est assez. Au gré de leur désir,
les dieux donnent à l' un l' amour et le loisir,
à l' autre les combats. La liberté sacrée
seule guide mon coeur et ma flèche acérée.
Garde ta paix si douce et tes dons, ô pasteur !
Et ta gloire frivole et ton roseau chanteur ;
coule loin des périls d' inutiles années ;
mais moi, je poursuivrai mes fières destinées.
Fidèle à mon courage, errante et sans regrets,
je finirai mes jours dans les vastes forêts,
ou sur les monts voisins de la voûte éternelle,
p16
que l' aigle olympien ombrage de son aile !
Et là, le lion fauve, ou le cerf aux abois,
rougira de mon sang les verts sentiers des bois.
Ainsi j' aurai vécu sans connaître les larmes,
les jalouses fureurs et les lâches alarmes.
Libre du joug d' éros, libre du joug humain,
je n' aurai point brûlé les flambeaux de l' hymen ;
sur le seuil nuptial les vierges assemblées
n' auront point murmuré les hymnes désolées,
et jamais Ilythie, avec impunité,
n' aura courbé mon front et flétri ma beauté.
Aux bords de l' Isménus, mes compagnes chéries
couvriront mon tombeau de couronnes fleuries ;
puis, autour de ma cendre entrelaçant leurs pas,
elles appelleront qui ne les entend pas !
Vierge j' aurai vécu, vierge sera mon ombre ;
p17
et quand j' aurai passé le fleuve à l' onde sombre,
quand le doux élysée aux ombrages secrets,
m' aura rendu mon arc, mon carquois et mes traits,
Artémis, gémissant et déchirant ses voiles,
fixera mon image au milieu des étoiles !
3 GLAUCE. 1847
p18
1.
Sous les grottes de nacre et les limons épais
où le fleuve océan sommeille et rêve en paix,
vers l' heure où l' immortelle aux paupières dorées
rougit le pâle azur, de ses roses sacrées ;
p19
je suis née, et mes soeurs, qui nagent aux flots bleus,
m' ont bercée en riant dans leurs bras onduleux,
et sur la perle humide entrelaçant leurs danses,
instruit mes pieds de neige aux divines cadences.
Et j' étais déjà grande, et déjà la beauté
baignait mon souple corps d' une molle clarté.
Longtemps heureuse, au sein de l' onde maternelle,
je coulais doucement ma jeunesse éternelle ;
les sourires vermeils sur mes lèvres flottaient,
les songes innocents de l' aile m' abritaient ;
et les dieux vagabonds de la mer infinie
de mon destin candide admiraient l' harmonie.
ô jeune Clytios, ô pasteur inhumain,
que Pan aux pieds de chèvre éleva de sa main,
quand, sous les bois touffus où l' abeille butine,
il enseigna Syrinx à ta lèvre enfantine,
p20
et, du flot cadencé de tes belles chansons,
fit hésiter Diane au détour des buissons !
ô Clytios ! Sitôt qu' au golfe bleu d' Himère,
je te vis sur le sable où blanchit l' onde amère ;
sitôt qu' avec amour l' abîme murmurant
eut caressé ton corps d' un baiser transparent...
éros ! éros perça d' une flèche imprévue
mon coeur que sous les flots je cachais à sa vue.
ô pasteur, je t' attends. Mes cheveux azurés
d' algues et de corail pour toi se sont parés :
et déjà, pour bercer notre doux hyménée,
l' Euros fait palpiter la mer où je suis née.
2.
Salut, vallons aimés dans la brume tremblants !
p21
Quand la chèvre indocile et les béliers blancs
par vos détours connus, sous vos ombres si douces,
dès l' aube, sur mes pas paissent les vertes mousses ;
que la terre s' éveille et rit, et que les flots
prolongent dans les bois d' harmonieux sanglots ;
ô nymphe de la mer, déesse au sein d' albâtre,
des pleurs voilent mes yeux, et je sens mon coeur
battre,
et des vents inconnus viennent me caresser,
et je voudrais saisir le monde et l' embrasser !
Hélios resplendit : à l' abri des grands chênes,
aux chants entrecoupés des naïades prochaines,
je repose, et ma lèvre, habile aux airs divins,
sur les rameaux ombreux charme les dieux sylvains.
Blonde fille des eaux, les vierges de Sicile
ont émoussé leurs yeux sur mon coeur indocile ;
ni les seins palpitants, ni les soupirs secrets,
p22
ni l' attente incertaine et ses pleurs indiscrets,
ni les baisers promis, ni les voix de syrène,
n' ont troublé de mon coeur la profondeur sereine.
J' honore Pan qui règne en ces bois révérés ;
j' offre un agreste hommage à ses autels sacrés,
et Cybèle aux beaux flancs est ma divine amante.
Je m' endors en un pli de sa robe charmante ;
et dès que luit aux cieux le matin argenté,
sur les fleurs de son sein je bois la volupté !
Dis, si je t' écoutais, combien dureraient-elles,
ces ivresses d' un jour, ces amours immortelles ?
ô nymphe de la mer, je ne veux pas t' aimer !
C' est vous que j' aime, ô bois qu' un dieu sait animer,
ô matin rayonnant, ô nuit immense et belle !
C' est toi seule que j' aime, ô féconde Cybèle !
p23
3.
Viens, tu seras un dieu ! Sur ta mâle beauté
je poserai le sceau de l' immortalité ;
je te couronnerai de jeunesse et de gloire ;
et sur ton sein de marbre, entre tes bras d' ivoire,
appuyant, dans nos jeux, mon front pâle d' amour,
nous verrons tomber l' ombre et rayonner le jour,
sans que jamais l' oubli, de son aile envieuse,
brise de nos destins la chaîne harmonieuse.
J' ai préparé moi-même, au sein des vastes eaux,
ta couche de cristal qu' ombragent des roseaux ;
et les fleuves marins, aux bleuâtres haleines,
baigneront tes pieds blancs de leurs urnes trop pleines.
ô disciple de Pan, pasteur aux blonds cheveux,
sur quels destins plus beaux se sont portés tes voeux ?
p24
Souviens-toi qu' un dieu sombre, inexorable, agile,
desséchera ton corps comme une fleur fragile...
et tu le supplieras, et tes pleurs seront vains.
Moi je t' aime, ô pasteur, et dans mes bras divins
je sauverai du temps ta jeunesse embaumée.
Vois ! D' un cruel amour je languis consumée ;
je puis nager à peine, et sur ma joue en fleur
le sommeil en fuyant a laissé la pâleur.
Viens, et tu connaîtras les heures de l' ivresse !
Où les dieux cachent-ils la jeune enchanteresse
qui, domptant ton orgueil d' un sourire vainqueur,
d' un regard plus touchant amollira ton coeur ?
Sais-tu quel est mon nom, et m' as-tu contemplée ?
Lumineuse et flottant sur ma conque étoilée ?
N' abaisse point tes yeux. ô pasteur insensé,
pour qui méprises-tu les larmes de Glaucé ?
p25
Daigne m' apprendre, ô marbre à qui l' amour me lie,
comme il faut que je vive ou plutôt que j' oublie !
4.
ô nymphe ! S' il est vrai qu' éros, le jeune archer,
ait su d' un trait doré te suivre et te toucher ;
s' il est vrai que des pleurs, blanche fille de l' onde,
étincellent pour moi dans ta paupière blonde ;
que nul dieu de la mer n' est ton amant heureux,
que mon image flotte en ton rêve amoureux,
et que moi seul enfin je flétrisse ta joue ;
je te plains ! Mais éros de notre coeur se joue,
et le trait qui blessa ton beau sein, ô Glaucé,
sans même m' effleurer dans les airs a glissé.
Je te plains. Ne crois pas, ô ma pâle déesse,
p26
que mon coeur soit de marbre et sourd à ta détresse :
mais je ne puis t' aimer : Cybèle a pris mes jours,
et rien ne brisera nos sublimes amours.
Va donc, et tarissant tes larmes soucieuses,
danse bientôt, légère, à tes noces joyeuses !
nulle vierge, mortelle ou déesse, aux beaux corps,
n' ont vos soupirs divins ni vos profonds accords,
ô bois mystérieux, temples aux frais portiques,
chênes qui m' abritez de rameaux prophétiques,
dont l' arome et les chants vont où s' en vont mes pas,
vous qu' on aime sans cesse et qui ne trompez pas !
Qui d' un calme si pur enveloppez mon être,
que j' oublie et la mort et l' heure où j' ai dû naître.
ô nature, ô Cybèle, ô sereines forêts,
gardez-moi le repos de vos asiles frais ;
sous le platane épais d' où le silence tombe,
p27
auprès de mon berceau creusez mon humble tombe ;
que Pan confonde un jour, aux lieux où je vous vois,
mes suprêmes soupirs avec vos douces voix,
et que mon ombre encore, à nos amours fidèle,
passe dans vos rameaux comme un battement d' aile !
4 HELENE 1845
p31
1.
Hélène. -Démodoce. -choeur de femmes.
Démodoce.
ô muses, volupté des hommes et des dieux,
vous qui charmez d' Hellas les bois mélodieux ;
vierges aux lyres d' or, vierges ceintes d' acanthes,
des sages vénérés nourrices éloquentes,
p32
muses, je vous implore ! Et toi, divin chanteur,
qui des monts d' éleuthère habites la hauteur ;
dieu dont l' arc étincelle, ô roi de Lycorée
qui verses aux humains la lumière dorée ;
immortel dont la force environne Milet ;
si mes chants te sont doux, si mon encens te plaît,
célèbre par ma voix, dieu jeune et magnanime,
Hélène aux pieds de neige, Hélène au corps sublime.
Hélène.
Cesse tes chants flatteurs, harmonieux ami.
D' un trouble inattendu tout mon coeur a frémi.
Réserve pour les dieux, calmes dans l' empyrée,
ta louange éclatante et ta lyre inspirée.
La tristesse inquiète et sombre où je me vois
ne s' est point dissipée aux accents de ta voix ;
p33
et du jour où voguant vers la divine Crète,
Atride m' a quittée, une terreur secrète,
un noir pressentiment envoyé par les dieux
habite en mon esprit tout plein de ses adieux.
Le Choeur De Femmes.
ô fille de Léda, bannis ces terreurs vaines ;
songe qu' un sang divin fait palpiter tes veines.
Honneur de notre Hellas, Hélène aux pieds d' argent
ne tente pas le sort oublieux et changeant.
Hélène.
Par delà les flots bleus, vers des rives lointaines
quel dessein malheureux a poussé tes antennes,
noble Atride ! Que n' ai-je accompagné tes pas ?
p34
Peut-être que mes yeux ne te reverront pas !
Je te prie, ô Pallas, ô déesse sévère,
qui dédaignes éros et qu' Athènes révère,
vierge auguste, guerrière au casque étincelant,
du parjure odieux garde mon coeur tremblant.
Et toi, don d' Aphrodite, ô flamme inassouvie,
apaise tes ardeurs qui dévorent ma vie !
Le Choeur De Femmes.
Daigne sourire encore et te plaire à nos jeux.
Reine, tu reverras ton époux courageux.
Déjà sur la mer vaste une propice haleine
des rapides vaisseaux gonfle la voile pleine,
et les rameurs, courbés sur les forts avirons,
d' une mâle sueur baignent à flots leurs fronts.
p35
Hélène.
Chante donc, et saisis ta lyre tutélaire ;
préviens des immortels la naissante colère,
doux et sage vieillard, dont les chants cadencés
calment l' esprit troublé des hommes insensés.
Verse au fond de mon coeur, chantre de Méonie,
ce partage des dieux, la paix et l' harmonie.
Filles de Sparte, et vous, compagnes de mes jours,
de vos bras caressants entourez-moi toujours.
Démodoce.
Terre au sein verdoyant, mère antique des choses,
toi qu' embrasse océan de ses flots amoureux,
agite sur ton front tes épis et tes roses !
ô fils d' Hypérion, éclaire un jour heureux !
p36
Courbez, ô monts d' Hellas, vos prophétiques crêtes.
Lauriers aux larges fleurs, platanes, verts roseaux,
cachez au monde entier, de vos ombres discrètes,
le cygne éblouissant qui flotte sur les eaux.
L' onde, dans sa fraîcheur, le caresse et l' assiége,
et sur son corps sacré roule en perles d' argent ;
le vent souffle, embaumé, dans ses ailes de neige :
calme et superbe, il vogue et rayonne en nageant.
Vierges, qui vous jouez sur les mousses prochaines,
craignez les flèches d' or que l' archer Délien
darde, victorieux, sous les rameaux des chênes ;
des robes aux longs plis détachez le lien.
p37
Le divin Eurotas, ô vierges innocentes,
invite en soupirant votre douce beauté.
Il baise vos corps nus de ses eaux frémissantes,
palpitant comme un coeur qui bat de volupté.
Terre au sein verdoyant, mère antique des choses,
toi qu' embrasse océan de ses flots amoureux,
agite sur ton front tes épis et tes roses !
ô fils d' Hypérion, éclaire un jour heureux !
Sur tes bras, ô Léda, l' eau joue et se replie,
et sous ton poids charmant se dérobe à dessein ;
et le cygne attentif, qui chante et qui supplie,
voit resplendir parfois l' albâtre de ton sein.
p38
Tes compagnes, ô reine, ont revêtu sur l' herbe
leur ceinture légère, et quitté les flots bleus.
Fuis le cygne nageur, roi du fleuve superbe,
n' attache point tes bras à son col onduleux !
Tyndare, sceptre en main, songe, l' âme jalouse,
sur le trône d' ivoire avec tristesse assis.
Il admire en son coeur l' image de l' épouse,
et tourne vers le fleuve un regard indécis.
Mais le large Eurotas, la montagne et la plaine,
ont frémi d' allégresse. ô pudeur sainte, adieu !
Et l' amante du cygne est la mère d' Hélène,
Hélène a vu le jour sous les baisers d' un dieu !
p39
Terre au sein verdoyant, mère antique des choses,
toi qu' embrasse océan de ses flots amoureux,
agite sur ton font tes épis et tes roses !
ô fils d' Hypérion, éclaire un monde heureux !
Hélène.
Vieillard, ta voix est douce, aucun son ne l' égale.
Telle chante au soleil la divine cigale,
lorsque les moissonneurs, dans les blés mûrs assis,
cessent pour l' écouter leurs agrestes récits.
Prends cette coupe d' or par Héphaistos forgée.
Jamais, de l' Ionie aux flots du grand égée,
un don plus précieux n' a ravi les humains.
Hélène avec respect le remet dans tes mains.
ô divin Démodoce, ô compagnon d' Atrée,
p40
heureux le favori de la muse sacrée !
De sa bouche féconde en flots harmonieux
coule un chant pacifique, et les coeurs soucieux,
apaisant de leurs maux l' amertume cruelle,
goûtent d' un songe heureux la douceur immortelle.
2.
Un Messager.
ô fille de Léda, sur un char diligent,
dont la roue est d' ivoire aux cinq rayons d' argent,
un jeune roi, portant sur son épaule nue
la pourpre qui jadis de Phrygie est venue,
sur le seuil éclatant du palais arrêté,
demande le repos de l' hospitalité.
p41
Des agraffes d' argent retiennent ses knémides.
Sur le casque d' airain, aux deux cônes splendides,
ondule, belliqueux, le crin étincelant,
et l' épée aux clous d' or résonne sur son flanc.
Hélène.
Servez l' orge aux coursiers. L' hôte qui nous implore
nous vient des immortels et sa présence honore.
Dans ce palais qu' Atride à ma garde a commis,
que le noble étranger trouve des coeurs amis.
Le Choeur De Femmes.
Strophe.
Heureux le sage assis sous le toit de ses pères,
l' homme paisible et fort ami de l' étranger !
p42
Il apaise la faim, il chasse le danger ;
il fait la part des dieux dans ses destins prospères,
sachant que le sort peut changer.
Cher au fils de Kronos, sa demeure est un temple ;
l' hospitalité rit sur son seuil vénéré ;
et sa vie au long cours que la terre contemple
coule comme un fleuve sacré.
Antistrophe.
Zeus vengeur, roi de l' olympe large,
comme un pâle vieillard marche dans les cités.
Il dit que les destins et les dieux irrités
l' ont ployé sous la honte et sous la lourde charge
des aveugles calamités.
Des pleurs baignent sa face, il supplie, il adjure...
le riche au coeur de fer le repousse en tout lieu
p43
ô lamentable jour, ineffaçable injure !
Ce suppliant était un dieu !
épode.
Couronné de printemps, chargé d' hivers arides,
né d' un père héroïque ou d' un humble mortel,
entre, qui que tu sois, au palais des Atrides ;
de Pallas bienveillante embrasse en paix l' autel.
Reçois en souriant la coupe hospitalière
où le vin étincelle et réjouit tes yeux,
et préside au festin joyeux,
le front ceint de rose et de lierre,
étranger qui nous viens des dieux !
p44
3.
Hélène. -Démodoce. -Paris. -choeur de femmes. -
choeur d' hommes.
Hélène.
Oui, sois le bien venu dans l' antique contrée
de Pélops, étranger à la tête dorée.
Si le sort rigoureux t' a soumis aux revers,
viens, des coeurs bienveillants et droits te sont
ouverts.
Mais, sans doute, en ton sein, l' espérance fleurie
habite encor. Dis-nous ton père et ta patrie.
Est-il un roi, pasteur des peuples ? Que les dieux
gardent ses derniers jours des soucis odieux ;
qu' il goûte longuement le repos et la joie !
p45
Paris.
J' ai respiré le jour dans l' éclatante Troie.
C' est le saint Ilion, demeure des humains.
Les fils de Dardanos, fils de Zeus, de leurs mains
l' ont bâtie au milieu de la plaine féconde
que deux fleuves divins arrosent de leur onde.
Mais Ilos engendra le grand Laomédon,
et lui, Priam, mon père, et Pâris est mon nom.
Hélène.
Sur le large océan à l' humide poussière,
n' as-tu point rencontré de trirème guerrière,
qui se hâte et revienne aux rivages d' Hellas ?
Tes yeux n' ont-ils point vu le divin Ménélas ?
p46
Pâris.
Un songe éblouissant occupait ma pensée,
reine, et tout autre image en était effacée.
Hélène.
Pardonne. Vers la Crète assise au sein des eaux,
affrontant Poseidon couronné de roseaux,
mon époux, à la voix du sage Idoménée,
a soudain délaissé la couche d' hyménée
et ce sombre palais où languissent mes jours ;
et les jalouses mers le retiennent toujours.
Pâris.
Des bords où le Xanthos roule à la mer profonde
p47
les tourbillons d' argent qui blanchissent son onde,
soumis aux immortels, sur les flots mugissants,
je suis venu vers toi, femme aux nobles accents.
Hélène.
étranger, qu' as-tu dit ? Vers l' épouse d' Atride
les dieux auraient poussé ta trirème rapide ?
Pour cet humble dessein tu quitterais les bords
où tu naquis au jour, où tes pères sont morts,
où versant de longs pleurs, ta mère, d' ans chargée,
t' a vu fuir de ses yeux sur les ondes d' égée ?
Pâris.
La patrie et le toit natal, l' amour pieux
de mes parents courbés par l' âge soucieux,
p48
ces vénérables biens, ô blanche tyndaride,
n' apaisaient plus mon coeur plein d' une flamme aride.
ô fille de Léda, pour toi j' ai tout quitté.
écoute, je dirai l' auguste vérité.
Aux cimes de l' Ida, dans les forêts profondes
où paissaient à loisir mes chèvres vagabondes,
à l' ombre des grands pins je reposais songeur.
L' aurore aux belles mains répandait sa rougeur
sur la montagne humide et sur les mers lointaines ;
les naïades riaient dans les claires fontaines,
et la biche craintive et le cerf bondissant
humaient l' air embaumé du matin renaissant.
Une vapeur soudaine, éblouissante et douce,
de l' Olympe sacré descendit sur la mousse...
les grands troncs respectés de l' orage et des vents
p49
courbèrent de terreur leurs feuillages mouvants ;
la source s' arrêta sur les pentes voisines,
et l' Ida frémissant ébranla ses racines ;
et de sueurs baigné, plein de frissons pieux,
pâle, je pressentis la présence des dieux.
De ce nuage d' or trois formes éclatantes,
sous les plis transparents de leurs robes flottantes,
apparurent, debout sur le mont écarté.
L' une, fière et superbe, avec sérénité,
dressa son front divin tout rayonnant de gloire,
et croisant ses bras blancs sur son grand sein d' ivoire :
fils heureux de Priam, tu contemples Héré,
dit-elle, et je frémis à ce nom vénéré.
Mais d' une voix plus douce et pleine de caresses :
ô pasteur de l' Ida, juge entre trois déesses.
p50
Si le prix de beauté m' est accordé par toi,
des cités de l' Asie un jour tu seras roi.
L' autre, sévère et calme, et pourtant non moins belle,
me promit le courage et la gloire immortelle,
et la force qui dompte et conduit les humains.
Mais la dernière alors leva ses blanches mains,
déroula sur son cou de neige, en tresses blondes,
de ses cheveux dorés les ruisselantes ondes ;
dénoua sa ceinture, et sur ses pieds d' argent
laissa tomber d' en haut le tissu négligent ;
et muette toujours, du triomphe assurée,
elle sourit d' orgueil dans sa beauté sacrée.
Un nuage à sa vue appesantit mes yeux,
car la sainte beauté dompte l' homme et les dieux !
Et le coeur palpitant, l' âme encore interdite,
je dis : sois la plus belle, ô divine Aphrodite !
p51
La grande Héré, Pallas, plus promptes que l' éclair,
comme un songe brillant disparurent dans l' air,
et Cypris : -ô pasteur, que tout mortel envie,
de plaisirs renaissants je charmerai ta vie.
Va ! Sur l' onde propice à ton heureux vaisseau,
fuis ton père Priam, Ilion, ton berceau ;
cherche Hellas et les bords où l' Eurotas rapide
coule ses flots divins sous le sceptre d' Atride ;
et la fille de Zeus, Hélène aux blonds cheveux,
j' en atteste le Styx, accomplira tes voeux.
Le Choeur De Femmes.
Ce récit merveilleux a charmé mon oreille.
à cette douce voix nulle voix n' est pareille.
Des muses entouré, tel le roi de Délos,
mêle un hymne sonore au murmure des flots.
p52
Serait-ce point un dieu ? Le délien lui-même,
le front découronné de sa splendeur suprême,
noble Hélène, qui vient, cachant sa majesté,
d' un hommage divin honorer ta beauté :
Le Choeur D' Hommes.
Strophe.
Descend des neiges de Kyllène,
ô Pan, qui voles sur les eaux !
Accours, et d' une forte haleine
emplis les sonores roseaux.
Viens ! De Nyse et de Gnosse inspire-moi les danses
et les rites mystérieux.
J' ai frémi de désir, j' ai bondi tout joyeux.
Il me plaît d' enchaîner les divines cadences
ô Pan ! Roi qui conduis le choeur sacré des dieux !
p53
Antistrophe.
Franchis les mers icariennes,
jeune Hélios au char doré,
et que les lyres déliennes
chantent sur un mode sacré.
Compagnes d' Artémis qui, dans les bois sauvages,
dansez sur les gazons naissants,
ô nymphes, accourez de vos pieds bondissants !
Dieux vagabonds des mers, formez sur les rivages
un choeur plein d' allégresse au bruit de mes accents !
épode.
Vierges ceintes de laurier rose,
dites un chant mélodieux :
semez l' hyacinthe et la rose
p54
aux pieds de la fille des dieux.
Filles de Sparte, que la joie
en molles danses se déploie
autour d' Hélène et de Pâris ;
effleurez le sol de vos rondes,
et dénouez vos tresses blondes
au souffle céleste des ris !
Hélène.
Je rends grâces aux dieux de qui je tiens la vie,
s' il faut qu' avec honneur je comble ton envie,
jeune homme. -parle donc. La fille de Léda,
et la reine de Sparte, ô pasteur de l' Ida,
peut, de riches trésors chargeant ton vaisseau vide,
contenter les désirs de ta jeunesse avide.
Que réclame ton coeur ? Que demandent tes voeux ?
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Mes étalons, ployant sur leurs jarrets nerveux,
nourris dans les vallons et les plaines fleuries,
à cette heure couverts de chaudes draperies,
hennissent en repos. Ils sont à toi, prends-les.
Prends cet autel sacré gardien de mon palais,
et l' armure éclatante et le glaive homicide
que Pallas a remis entre les mains d' Atride ;
prends, et vers l' heureux bord ou s' ouvrirent tes yeux
guide à travers les flots tes compagnons joyeux.
Pâris.
Noble Hélène, mon père en sa demeure immense
possède assez de gloire et de magnificence ;
assez d' or et d' argent, vain désir des mortels,
décorent de nos dieux les éclatants autels.
Garde, fille de Zeus, tes richesses brillantes,
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et ce fer qui d' Atride arme les mains vaillantes,
et cet autel d' airain à Pallas consacré.
Ce que je veux de toi, reine, je le dirai.
Il faut abandonner Sparte, Atride et la Grèce,
et, célébrant éros par un chant d' allégresse,
suivre, soumise aux dieux, à l' horizon des flots,
Pâris, fils de Priam, dans les remparts d' Ilos.
Hélène.
étranger ! Si déjà de la maison d' Atrée
tes pas audacieux n' eussent franchi l' entrée ;
si tu n' étais mon hôte enfin, et si les dieux
n' enchaînaient mon offense en un respect pieux ;
imprudent étranger, tu quitterais sur l' heure
la belliqueuse Sparte, Hélène et la demeure
d' Atride ! Mais toujours un hôte nous est cher.
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Tu n' auras pas en vain bravé la vaste mer
et les vents orageux de la nue éternelle.
Viens donc, le festin fume et la coupe étincelle ;
viens goûter le repos ; mais, ô Pâris, demain,
des rives du Xanthos tu prendras le chemin.
4.
Démodoce. -demi-choeur de femmes. -demi-choeur
d' hommes.
Le Choeur De Femmes.
Dieux ! Donnez-vous raison aux terreurs de la reine ?
C' en est-il fait, ô dieux, de notre paix sereine ?
Je tremble, et de mes yeux déjà remplis de pleurs
je vois luire le jour prochain de nos douleurs.
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Dis-nous, sage vieillard aux mains harmonieuses,
ô disciple chéri des muses glorieuses,
ô Démodoce, ami des immortels, dis-nous
si, loin de Sparte et loin des rivages si doux
du natal Eurotas, nos yeux, en leur détresse,
verront s' enfuir Hélène infidèle à la Grèce ?
Démodoce.
Les équitables dieux, seuls juges des humains,
dispensent les brillants ou sombres lendemains.
Ils ont scellé ma bouche, et m' ordonnent de taire
leur dessein formidable en un silence austère.
Le Choeur D' Hommes.
ô vieillard, tu le sais, le destin a parlé.
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J' en atteste l' Hadès et l' Olympe étoilé !
Bannis de ton esprit le doute qui l' assiége.
Non, ce n' est point en vain, vierges aux bras de neige,
que l' immortelle née au sein des flots amers
a tourné notre proue à l' horizon des mers,
et que durant dix jours nos rames courageuses
ont soulevé l' azur des ondes orageuses.
Le Choeur De Femmes.
ô cruelle Aphrodite, et toi, cruel éros !
Le Choeur D' Hommes.
Enfant, roi de l' Olympe ! ô reine de Paphos !
Démodoce.
La jeunesse est crédule aux espérances vaines :
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elle éblouit nos yeux et brûle dans nos veines,
et des songes brillants le cortége vainqueur
d' un aveugle désir fait palpiter le coeur.
Le Choeur D' Hommes.
Strophe.
Divine Hébé, blonde déesse,
la coupe d' or des dieux étincelle en tes mains.
Salut, ô charme des humains,
immortelle et douce jeunesse !
Une ardente lumière, un air pur et sacré
versent la vie à flots au coeur où tu respires :
plein de rayons et de sourires,
il monte et s' élargit dans l' Olympe éthéré !
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Antistrophe.
Les jeux, les ris vermeils, les grâces,
éros à l' arc d' ivoire, Aphrodite au beau sein,
et les désirs, comme un essaim,
vont et s' empressent sur tes traces.
Le flot des mers pour toi murmure et chante mieux ;
une lyre cachée enivre ton oreille.
L' aube est plus fraîche et plus vermeille,
et l' étoile nocturne est plus belle à tes yeux.
épode.
ô vierge heureuse et bien aimée,
ceinte des roses du printemps,
qui, dans ta robe parfumée,
apparus au matin des temps !
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Ta voix est comme une harmonie ;
les violettes d' Ionie
fleurissent sous ton pied charmant.
Salut, ô jeunesse féconde,
dont les bras contiennent le monde
dans un divin embrassement !
Démodoce.
Bienheureuse l' austère et la rude jeunesse
qui rend un culte chaste à l' antique vertu !
Mieux qu' un guerrier de fer et d' airain revêtu,
le jeune homme au coeur pur marche dans la sagesse.
Le myrte efféminé n' orne point ses cheveux,
il n' a point effeuillé la rose ionienne ;
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mais sa bouche est sincère et sa face est sereine,
et la lance d' Arès charge son bras nerveux.
En de mâles travaux ainsi coule sa vie.
Si parfois l' étranger l' accueille à son foyer,
il n' outragera point l' autel hospitalier,
et respecte le seuil où l' hôte le convie.
Puis les rapides ans inclinent sa fierté ;
mais la vieillesse auguste ennoblit le visage !
Et qui vécut ainsi, peut mourir, il fut sage,
et demeure en exemple à la postérité.
Le Choeur De femmes.
Vierge Pallas, toujours majestueuse et belle,
préserve-moi d' éros ! à ton culte fidèle,
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dans la maison d' Hélène et dans la chasteté,
je fuirai du plaisir l' amère volupté.
Sous ton égide d' or, ô sereine déesse,
garde d' un souffle impur la fleur de ma jeunesse.
Le Choeur D' Hommes.
Déesse, qui naquis de l' écume des mers,
dont le rire brillant tarit les pleurs amers,
Aphrodite ! à tes pieds la terre est prosternée.
ô mère des désirs, d' éros et d' Hyménée,
ceins mes temples de myrte, et qu' un hymne sans fin
réjouisse le cours de mon heureux destin !
Démodoce.
Le désir est menteur, la joie est infidèle.
Toi seule es immuable, ô sagesse éternelle !
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L' heure passe, et le myrte à nos fronts est fané ;
mais l' austère bonheur que tu nous as donné,
semblable au vaste mont qui plonge aux mers profondes
demeure inébranlable aux secousses des ondes.
Le Choeur D' Hommes.
Le souffle de Borée a refroidi vos cieux.
Oh ! Combien notre Troie est plus brillante aux yeux !
Vierges, suivez Hélène aux rives de Phrygie,
où le jeune Iacchos mène la sainte orgie ;
où la grande Cybèle au front majestueux,
assise sur le dos des lions tueurs de boeufs,
du Pactole aux flots d' or vénérable habitante
couvre plaines et monts de sa robe éclatante !
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Le Choeur De Femmes.
ô verts sommets du Taygète, ô beau ciel !
Dieux de Pélops, dieux protecteurs d' Hélène !
Vents qui soufflez une si douce haleine
dans les vallons du pays paternel ;
et vous, témoins d' un amour immortel,
flots d' Eurotas, ornement de la plaine !
Démodoce.
étrangers, c' est en vain qu' en mots harmonieux
vous caressez l' oreille et l' esprit curieux.
C' est assez. Grâce aux dieux qui font la destinée,
au sol de notre Hellas notre âme est enchaînée ;
et la terre immortelle où dorment nos aïeux
est trop douce à nos coeurs et trop belle à nos yeux.
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Les vents emporteront ta poussière inféconde,
Ilion ! Mais Hellas illumine le monde !
5.
Hélène. -Pâris. -Démodoce. -choeur de femmes. -
choeur d' hommes.
Hélène.
Tes lèvres ont goûté le froment et le vin,
fils de Priam. Ainsi l' a voulu le destin.
Des dieux hospitaliers j' ai gardé la loi sainte.
Mais de Sparte déjà dorant la vaste enceinte,
l' aurore a secoué ses roses dans l' azur,
et l' astre à l' horizon incline un front obscur.
Dans le large Eurotas ta trirème lavée
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sur les flots, par les vents, s' agite soulevée.
Va ! Que Zeus te protége, et que les dieux marins
t' offrent un ciel propice et des astres sereins !
Tu reverras l' Ida couronné de pins sombres,
et les rapides cerfs qui paissent sous leurs ombres,
et les fleuves d' argent, Simoïs et Xanthos,
et tes parents âgés et les remparts d' Ilos.
Heureux qui, sans remords, et d' une âme attendrie
revoit les cieux connus et la douce patrie !
Pâris.
ô blanche Tyndaride, ô fille de Léda,
noble Hélène ! Aphrodite, au sommet de l' Ida,
à mes yeux transportés éblouissante et nue,
moins sublime, apparut du milieu de la nue !
N' es-tu point Euphrosyne au corps harmonieux
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dont rêvent les humains et qu' admirent les dieux ?
Où la blonde Aglaé dont les molles paupières
enveloppent les coeurs d' un tissu de lumières ?
L' or de tes cheveux brûle, et tes yeux fiers et doux
font palpiter le sein et courber les genoux !
Tes pieds divins sans doute ont foulé les nuées.
Les vierges de Phrygie aux robes dénouées,
étoiles qui du jour craignent l' auguste aspect,
vont pâlir devant toi d' envie et de respect.
Viens ! Aphrodite veut qu' aux bords sacrés de Troie
j' emporte avec orgueil mon éclatante proie !
Elle-même, prodigue en son divin secours,
de mon vaisseau rapide a dirigé le cours.
Hélène.
ô vous, fils du grand Zeus, dioscures sublimes,
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qui de l' Olympe auguste illuminez les cimes ;
vous qui, levant la pique et le ceste guerrier,
jadis avez conquis le divin bélier !
ô gloire de l' Hellade, amis de mon enfance,
mes frères, entendez votre soeur qu' on offense !
Et toi, vierge Pallas, gardienne de l' hymen.
Qui portes l' olivier et la lance en ta main,
vois combien ce regard me pénètre et m' enflamme !
Mets ta force divine, ô Pallas, dans mon âme ;
soutiens mon lâche coeur dans ce honteux danger.
Le Choeur De Femmes.
Dieux ! Chassez de nos murs ce funeste étranger.
Pâris.
Hélène aux pieds d' argent, des femmes la plus belle,
mon coeur est dévoré d' une ardeur immortelle !
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Hélène.
Je ne quitterai point Sparte aux nombreux guerriers,
ni mon fleuve natal et ses roses lauriers,
ni les vallons aimés de nos belles campagnes
où danse et rit encor l' essaim de mes compagnes ;
ni la couche d' Atride et son sacré palais.
Crains de les outrager, fils de Priam, fuis-les !
Sur ton large navire, au delà des mers vastes,
fuis ! Et ne trouble pas des jours calmes et chastes.
Heureux encor, si Zeus, de ton crime irrité,
ne venge mon injure et l' hospitalité.
Fuis donc, il en est temps. Déjà sur l' onde égée,
à l' appel de l' Hellade et d' Hélène outragée,
le courageux Atride excite ses rameurs,
regagne ta Phrygie, ou si tu tardes, meurs !
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Pâris.
La rose d' Ionie ornera ma trirème,
et tu seras à moi, noble femme que j' aime !
Les dieux me l' ont promis ; nous trompent-ils jamais ?
Hélène.
Les dieux m' en sont témoins, étranger, je te hais.
Ta voix m' est odieuse et ton aspect me blesse.
ô justes dieux, grands dieux ! Secourez ma faiblesse.
Je t' implore, ô mon père, ô Zeus ! Ah ! Si toujours
j' ai vénéré ton nom de pieuses amours ;
fidèle à mon époux et vertueuse mère,
si du culte d' éros j' ai fui l' ivresse amère ;
souviens-toi de Léda, toi, son divin amant,
mon père ! Et de mon sein apaise le tourment.
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Permets qu' en son palais où Pallas le ramène,
Atride, entre les grecs, soit fier encor d' Hélène.
ô Zeus, ô noble Atride, ô ma fille, ô vertu,
sans relâche parlez à mon coeur abattu ;
calmez ce feu secret qui sans cesse m' irrite.
Je hais ce phrygien, ce prêtre d' Aphrodite,
cet hôte au coeur perfide, aux discours odieux...
je le hais, mais qu' il parte, et pour jamais ! Grands
dieux !
Je l' aime ! C' est en vain que ma bouche le nie,
je l' aime et me complais dans mon ignominie !
Le Choeur De Femmes.
ô reine, tes douleurs me pénètrent d' effroi.
Le Choeur D' Hommes.
Tu triomphes, éros, et Pâris avec toi.
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Le Choeur De Femmes.
éros, épargne Hélène, ou frappe-moi pour elle.
Le Choeur D' Hommes.
Poursuis, divin éros, dompte ce coeur rebelle.
Le Choeur De Femmes.
Aphrodite et Pallas, ô combat abhorré !
Se disputent Hélène et son coeur déchiré.
Hélène.
Ne cesserez-vous point, ô dieux inexorables,
d' incliner vers le mal les mortels misérables !
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Le Choeur D' Hommes.
Pleurs, combats insensés, inutiles efforts.
Tu résistes en vain, et les dieux sont plus forts.
Démodoce.
Hymne.
Toi, par qui la terre féconde
gémit sous un tourment cruel,
éros, dominateur du ciel,
éros, éros, dompteur du monde !
Par delà les flots orageux,
par delà les sommets neigeux,
plus loin que les plaines fleuries
où les grâces, des dieux chéries,
mêlent leurs danses et leurs jeux,
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tu touches à tous les rivages ;
tu poursuis dans les bois sauvages
les chasseresses aux pieds prompts :
tu troubles l' équité des sages
et tu découronnes leurs fronts !
L' épouse, dans son coeur austère,
durant le silence des nuits,
sent glisser ton souffle adultère,
et sur sa couche solitaire
rêve, en proie aux brûlants ennuis.
Tout mortel aux jours éphémères,
de tes flèches sans cesse atteint,
a versé des larmes amères.
Jamais ta jureur ne s' éteint ;
jamais tu ne fermes tes ailes.
Tu frappes, au plus haut des cieux,
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les palpitantes immortelles
d' un trait certain et radieux ;
et, réglant l' éther spacieux,
présidant aux lois éternelles,
tu siéges parmi les grands dieux,
toi, par qui la terre féconde
gémit sous un tourment cruel,
éros, éros, dompteur du monde,
éros, dominateur du ciel !
Pâris.
Enfant divin, sois-moi favorable ! Attendrai-je
que l' âge sur ma tête ait secoué sa neige
et flétri pour jamais les roses et mon coeur ?
ô volupté, nectar, enivrante liqueur,
ô désir renaissant des dieux, coupe de flamme,
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tu verses à la fois tout l' Olympe dans l' âme !
Hélène.
Heureuse qui peut vivre et peut mourir aux lieux
où l' aurore première a réjoui ses yeux,
et qui, de fils nombreux chaste mère entourée,
laisse au fond de leurs coeurs sa mémoire honorée !
Mais quoi ! Ne suis-je plus Hélène ? -phrygien !
Atride est mon époux, ce palais est le sien...
fuis ! Ne me réponds point. Je le veux, je l' ordonne.
Mais je ne puis parler, la force m' abandonne,
mon coeur cesse de battre, et déjà sous mes yeux
roule le fleuve noir par qui jurent les dieux.
Le Choeur De Femmes.
ô Zeus, secours au moins ta fille malheureuse !
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ô Pallas-Athéné, déesse généreuse,
viens, je t' implore ; rouvre à la douce clarté
les yeux mourants d' Hélène. ô jour, jour détesté,
jour d' amères douleurs, de larmes, de ruine !
ô funeste étranger, vois la fille divine
de Zeus et de Léda ! Remplissez nos remparts
de lamentations, guerriers, enfants, vieillards...
hélas ! Faut-il qu' Hélène aux pieds d' argent se meure !
Les dieux, ô fils d' Atrée, ont frappé ta demeure.
Pâris.
Noble Hélène, reviens à la vie et plains-moi.
J' ai causé ta colère et ton cruel effroi,
et troublant de ces lieux la paix chaste et sereine,
offensé ton coeur fier et mérité ta haine ;
mais la seule Aphrodite a dirigé mes pas ;
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plains-moi, fille des dieux, et ne me punis pas !
Plus grande est ta beauté, plus ta présence est douce,
plus l' auguste respect me dompte et me repousse.
Pardonne, je retourne en mon lointain pays.
Pour toi, rebelle aux dieux, je pars et t' obéis ;
heureux si ta pitié, par delà l' onde amère,
suit durant un seul jour ma mémoire éphémère.
Fuyons ! Des pleurs amers s' échappent de mes yeux.
Noble Hélène, reçois mes suprêmes adieux ;
salut, gloire d' Hellas, je t' aime et je t' honore.
Hélène.
Divin fils de Priam, ton coeur est noble encore.
Sois heureux. Je rends grâce au généreux dessein
que ta jeune sagesse a fait naître en ton sein
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il est digne des dieux d' où sort ta race antique
et se vaincre soi-même est d' un coeur héroïque.
6.
Hélène. -Démodoce. -choeur de femmes.
Le Choeur De Femmes.
Strophe.
ô charme du vaste univers,
ô terre de Pallas, ô glorieuse Grèce.
Exhale un hymne d' allégresse,
émeus l' Olympe au bruit de tes sacrés concerts !
Hellas, ô belle Hellas, terre auguste et chérie,
mes yeux ont vu pâlir ta gloire, ô ma patrie !
Mais Zeus a dissipé l' ombre vaine d' un jour ;
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et de Pallas les mains paisibles
brisent les traits d' éros, si longtemps invincibles :
la sagesse a vaincu l' amour !
Antistrophe.
Dieux propices aux matelots,
sur les eaux de la mer soufflez, doux éolides ;
poussez nos trirèmes rapides
à travers l' étendue et l' écume des flots.
Reviens, ô fils d' Atrée, au berceau de tes pères,
et poursuis l' heureux cours de tes destins prospères.
La fille de Léda, reine aux cheveux dorés,
honneur d' Hellas que Zeus protége,
ô courageux époux, t' ouvre ses bras de neige
pour des embrassements sacrés !
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épode.
Ciel natal, lumière si douce,
de ton plus bel éclat resplendis à mes yeux !
ô nymphes aux pieds nus, sur un mode joyeux
du Taygète foulez la mousse ;
ô Démodoce, chante un hymne harmonieux !
Aux sons des lyres d' or, en longues théories,
les tempes de roses fleuries,
femmes de Sparte, allez vers les sacrés autels ;
et que le sang pur des victimes
et l' encens à longs flots et les choeurs magnanimes,
dans l' Olympe aux voûtes sublimes
réjouissent les immortels !
Démodoce.
Interrompez vos chants, ô vierges innocentes.
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La sombre inquiétude et les peines cuisantes
du front de notre Hélène assiégent la pâleur.
ô vierges, respectez sa secrète douleur.
De votre âge fleuri les tristesses légères
se dissipent bientôt en vapeurs passagères ;
et de vos yeux brillants les doux pleurs sont pareils
aux larmes de la nuit sur les rameaux vermeils :
prompts à naître, à tarir plus faciles encore.
Votre peine en rosée au soleil s' évapore,
ô vierges ! Mais le coeur où les dieux ont passé
garde longtemps le trait profond qui l' a blessé ;
il se plaît à poursuivre une incessante image,
et des pleurs douloureux sillonnent le visage.
Hélène.
Vieillard, le doux repos s' est éloigné de moi :
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mon lâche coeur est plein d' amertume et d' effroi.
Tu l' as dit, de ce coeur profonde est la blessure,
et les dieux de ma honte ont comblé la mesure.
Je l' avoue, -et mon front en rougit, tu le vois !
Mon oreille a gardé le doux son de sa voix ;
de sa jeune fierté l' irrésistible grâce
à mes regards encore en songe se retrace...
je l' aime ! -éros ! Voilà de tes funestes jeux !
Dis-moi que mon époux est sage et courageux,
vieillard, et que sans doute, en mon âme abusée,
d' injustes dieux ont mis cette image insensée.
Dis-moi qu' Atride m' aime et qu' en ce dur moment
il brave la tempête et le flot écumant ;
qu' il m' a commis l' honneur de sa vie héroïque,
que je l' aime ! ... ô douleur, ô race fatidique
d' Atrée ! ô noir destin et déplorable jour.
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Flammes qui consumez mon coeur, ô lâche amour !
C' est en vain que sa vue à mes yeux est ravie,
il emporte la gloire et la paix de ma vie !
Démodoce.
Noble Hélène, les dieux, d' où naissent nos travaux,
aux forces de nos coeurs ont mesuré nos maux,
et dans les parts qu' ils font des fortunes diverses
ils livrent les meilleurs aux plus rudes traverses,
certains que tout mortel armé de sa vertu
sous le plus lourd destin n' est jamais abattu.
Rejetez loin de vous, murs belliqueux de Sparte,
l' hôte qui vous outrage. ô dieux justes, qu' il parte,
et que les jours futurs dévoilés à mes yeux
s' effacent comme l' ombre à la clarté des cieux !
p87
Hélène.
Toi que les dieux ont fait confident de leur haine,
de quels funestes coups frapperont-ils Hélène ?
Démodoce.
Laissons faire les dieux. Oublie un vain discours.
Que Zeus et que Pallas te gardent de beaux jours.
Puissent la paix divine et la forte sagesse
descendre dans ton âme et bannir ta tristesse !
La sereine douceur d' un amour vertueux
verse le calme au fond des coeurs tumultueux ;
tel, dans la route obscure où grondent les orages,
un regard d' Hélios dissipe les nuages.
Hélène.
Mon père, ta sagesse est grande. Que le ciel
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couronne tes vieux ans d' un honneur immortel.
J' écouterai toujours d' un esprit favorable
l' harmonieux conseil de ta voix vénérable.
Et vous, ô soeurs d' Hélène, ô beaux fronts ceints de
fleurs !
De vos jeunes accords endormez mes douleurs.
J' aime vos chants si doux où la candeur respire,
et mon front s' illumine à votre heureux sourire.
Le Choeur De Femmes.
Penché sur le timon et les rênes en mains,
Hélios presse aux cieux le splendide attelage ;
il brûle dans son cours l' immobile feuillage
des bois vierges de bruits humains.
Les tranquilles forêts de silence sont pleines ;
et la source au flot clair du rocher tout en pleurs
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tombe, et mêle aux chansons des furtives haleines
son murmure parmi les fleurs.
ô divine Artémis, vierge aux flèches rapides,
accours, l' heure est propice au bain mystérieux.
Sans craindre des mortels le regard curieux,
plonge dans les ondes limpides.
Chasseresses des bois, ô nymphes, hâtez-vous.
Dénouez d' Artémis la rude et chaste robe.
Voyez ! Le bois épais et sombre la dérobe
aux yeux même des dieux jaloux.
Et l' onde frémissante a reçu la déesse
et retient son beau corps dans un baiser tremblant ;
elle rit, et l' essaim joyeux, étincelant
des nymphes, l' entoure et la presse.
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Mais quel soupir émeut le feuillage prochain ?
Serait-ce quelque vierge égarée et peureuse,
ou le faune moqueur, ou le jeune sylvain,
qui pousse une plainte amoureuse ?
C' est toi, fils d' Aristée, aux molosses chasseurs,
qui surprends Artémis dans sa blancheur de neige,
nue et passant du front l' éblouissant cortége
que lui font ses divines soeurs.
Fuis, chasseur imprudent ! Artémis irritée
t' aperçoit et se lève au milieu des flots clairs,
et sa main sur ton front lance l' onde agitée ;
ses grands yeux sont tout pleins d' éclairs.
La corne aux noirs rameaux sur ta tête se dresse ;
tu cours dans les halliers comme un cerf bondissant...
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et ta meute en abois, dans une aveugle ivresse
hume l' arome de ton sang.
Malheureux ! Plus jamais dans les forêts aimées
tu ne retourneras, ton arc entre les mains.
Ah ! Les dieux sont cruels ! Aux douleurs des humains
toujours leurs âmes sont fermées.
Hélène.
Oui, les dieux sont cruels ! -ô jours, jours
d' autrefois !
De ma mère Léda doux baisers, douce voix !
Bras caressants et chers où riait mon enfance,
ô souvenirs sacrés que j' aime et que j' offense,
salut ! -un noir nuage entre mon coeur et vous
d' heure en heure descend comme un voile jaloux
salut, seuil nuptial, maison du fils d' Atrée,
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ô chastes voluptés de sa couche sacrée !
De la grande Pallas autel hospitalier,
où j' ai brûlé la myrrhe et l' encens familier !
ô cité de Tyndare, ô rives de mon fleuve,
où l' essaim éclatant des beaux cygnes s' abreuve
et nage, et comme Zeus, quittant les claires eaux,
poursuit la blanche nymphe à l' ombre des roseaux !
Salut, ô mont Taygète, ô grottes, ô vallées,
qui, des rires joyeux de nos vierges, troublées,
sur les agrestes fleurs et les gazons naissants,
avez formé mes pas aux rhythmes bondissants !
Salut, chère contrée où j' ai vu la lumière !
Trop fidèles témoins de ma vertu première,
salut ! Je vous salue, ô patrie, ô beaux lieux !
D' Hélène pour jamais recevez les adieux.
Une flamme invincible irrite dans mes veines
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un sang coupable... assez, assez de luttes vaines,
d' intarissables pleurs, d' inutiles remords...
accours ! Emporte-moi, phrygien, sur tes bords.
Achève enfin, éros, ta victoire cruelle.
Et toi, fille de Zeus, ô gardienne infidèle.
Pallas, qui m' as trahie ; et vous, funestes dieux,
qui me livrez en proie à mon sort odieux,
qui me poussez aux bras de l' impur adultère...
par le fleuve livide et l' Hadès solitaire,
par Niobé, Tantale, Atrée, et le festin
sanglant ! Par Perséphone et par le noir destin,
par les fouets ardents de la pâle érynnie,
ô dieux cruels, dieux sourds ! ô dieux, je vous renie !
Viens, ô fils de Priam, je t' aime et je t' attends.
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Démodoce.
ô dieux, pressez sa fuite ! -Hélène, il n' est plus
temps.
Sur l' écume du fleuve il vogue, et j' en rends grâces
aux dieux ! -les flots mouvants ont effacé ses traces.
Hélène.
éros brûle en mon sein ! ô vieillard, je me meurs.
Va, Démodoce, cours. De tes longues clameurs
emplis les bords du fleuve. Arrête sa trirème.
Dis-lui que je l' attends et le supplie et l' aime !
Démodoce.
Par ton vaillant époux, par la gloire d' Hellas,
puissent de Zeus vengeur les foudres en éclats
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frapper ma tête impie et livrer ma poussière
aux vents d' orage, si j' écoute ta prière.
Le Choeur De Femmes.
Malheureuse et cruelle Hélène, qu' as-tu dit ?
Hélène.
Vierges, séchez vos pleurs, car mon sort est prédit.
Il faut courber le front sous une loi plus forte.
Ah ! Sans doute il est lourd le poids que mon coeur
porte,
ils sont amers les pleurs qui tombent de mes yeux ;
mais les dieux l' ont voulu, je m' en remets aux dieux.
Ils ont troublé ma vie... eh bien, quoi qu' il m' en
coûte,
j' irai jusques au bout de ma funeste route ;
gloire, honneur et vertu, je foulerai du pied
ce que l' homme et le ciel révèrent, sans pitié,
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sans honte ! Et quand viendra le terme de mon âge :
voilà, dirai-je aux dieux, votre exécrable ouvrage !
7.
Hélène. -Démodoce. -Pâris. -choeur de femmes. -
Pâris.
Viens ! Mes forts compagnons, à la fuite animés,
poussent des cris joyeux, des avirons armés.
Hélène.
Les dieux m' ont entendue !
Démodoce.
Envoyé des lieux sombres
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où d' un sceptre de fer Aidès conduit les ombres,
fils de Priam, -et toi dont le coeur est changeant
et perfide ! écoutez. Sur son trépied d' argent,
dans Larisse, le dieu qu' honore Lycorée,
fit entendre autrefois sa parole sacrée.
Jeune encor, mais déjà plein de transports pieux,
j' accoutumais ma voix aux louanges des dieux,
et le grand Apollon guidait mes pas timides
sur les sommets chéris des chastes Piérides.
Livrant à mes regards les temps encor lointains
le dieu me révéla vos sinistres destins,
fils de Priam, et toi, d' éros indigne esclave !
Pâris.
Résiste-t-on aux dieux ? Malheur à qui les brave.
Vieillard, les feux tombés du char d' or d' Hélios
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n' amollissent jamais le front glacé d' Athos :
des songes enflammés l' âge froid te protége,
et nul dieu de ton coeur n' échauffera la neige.
Démodoce.
Jeune homme, ils sont aimés des justes immortels,
ceux qui vivent en paix sur les bords paternels,
et des simples vertus suivant le cours austère,
calment à ce flot pur la soif qui les altère.
Et toi, ma fille, et toi qu' entoura tant d' amour
depuis l' heure si chère où tu naquis un jour ;
ma fille, entends ma voix ! -mes riantes années
au souffle des hivers se sont toutes fanées ;
j' ai vécu longuement. Je sais le lendemain
des ivresses d' une heure et du désir humain !
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Femme de Ménélas, je te prie et t' adjure :
souviens-toi d' Athéné qui venge le parjure.
Le Choeur De Femmes.
ô fille de Léda, noble Hélène aux pieds blancs
nous pressons tes genoux avec nos bras tremblants.
Hélène.
C' est assez. J' obéis à tes flammes divines,
éros. Emporte-moi sur les ondes marines,
ô Pâris ! -Hélios luit dans l' Olympe en feu.
Adieu, vierges de Sparte ! ô Démodoce, adieu !
Le Choeur De Femmes.
Arrête, Hélène ! Arrête, ô malheureuse Hélène !
Prends en pitié ta gloire et notre amère peine...
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elle fuit ! Et déjà son long voile flottant
disparaît au détour du portique éclatant.
Tombez, écroulez-vous, murs du palais antique.
ô sol, ébranle-toi sur sa trace impudique !
Démodoce.
C' en est fait ! L' eau gémit sous l' effort des nageurs.
Fuis donc, couple fatal, et crains les dieux vengeurs.
Le Choeur De Femmes.
Strophe.
Divins frères d' Hélène, éclatants dioscures,
qui brillez à nos yeux durant les nuits obscures,
à l' horizon des vastes mers ;
refusez vos clartés si pures
au vaisseau ravisseur qui fend les flots amers.
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Beaux astres qui régnez au milieu des étoiles,
laissez, de l' Olympe attristé,
d' une éternelle nuit tomber les sombres voiles :
gloire, vertu, patrie, Hélène a tout quitté !
Antistrophe.
Comme la rose en proie aux souffles de Borée,
qui ne voit pas finir l' aube qui l' a dorée,
tombe et se fane en peu d' instants,
ma jeunesse aux pleurs consacrée
ne verra pas la fin de son heureux printemps !
ô mousses du Taygète, ô fleurs de nos vallées,
propices à nos choeurs joyeux,
qu' autrefois elle aimait, que ses pas ont foulées,
flétrissez-vous : Hélène a renié ses dieux !
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épode.
Vers ton palais désert et sombre, ô noble Atride,
à travers les flots orageux,
ne hâte point le cours de ton vaisseau rapide :
tu ne reverras plus la blanche Tyndaride
aux cheveux d' or, aux pieds neigeux !
Pleure comme une femme, ô guerrier courageux !
Du Cygne et de Léda celle qui nous est née,
sur la pourpre étrangère, insensible à nos pleurs,
oublie Hellas abandonnée...
grands dieux ! De roses couronnée
Hélène rit de nos douleurs !
Démodoce.
ô Phoebos-Apollon ! De ta bouche divine
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coule la vérité dont l' esprit s' illumine !
Roi des muses, chanteur des monts et des forêts,
roi de l' arc d' or, armé d' inévitables traits,
ô dompteur de Python, souverain de Larisse !
Que l' océan immense et profond se tarisse,
que l' impalpable éther, d' où ton char radieux
verse la flamme auguste aux hommes comme aux dieux,
s' écroule, et que l' Hadès impénétrable et sombre
engloutisse le monde éternel dans son ombre,
si, délaissant ton culte et rebelle à tes lois,
je doutais, Apollon, des accents de ta voix !
Fiers enfants de l' Hellade, ô races courageuses,
emplissez et troublez de clameurs belliqueuses
la hauteur de l' Olympe et l' écho spacieux
des plaines et des monts où dorment vos aïeux !
De l' épire sauvage aux flots profonds d' égée,
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levez-vous pour venger la patrie outragée !
Saisissez, ô guerriers, d' une robuste main,
et le glaive homicide et la pique d' airain.
Pousse des cris, puissante Argos ! Divine Athènes,
couvre la vaste mer d' innombrables antennes...
et vous, ô roi d' Hellas, emportez sur les flots
la flamme avec la mort dans les remparts d' Ilos !
Le Choeur De Femmes.
Strophe.
Quand du myrte d' éros la vierge est couronnée,
et, sous le lin éblouissant,
s' approche en souriant des autels d' hyménée.
Les charites en choeur conduisent en dansant
son innocente destinée.
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Son coeur bondit de joie ; et l' époux radieux
la contemple, l' admire et rend grâces aux dieux !
Antistrophe.
Sous le toit nuptial le trépied d' or s' allume ;
la rose jonche les parvis.
Les rires éclatants montent, le festin fume ;
un doux charme retient les convives ravis
aux lieux que l' épouse parfume.
Salut, toi qui nous fais des jours heureux et longs,
divin frère d' éros, Hymen aux cheveux blonds !
épode.
Mais, ô chasteté sainte, ô robe vénérable,
malheur à qui sur toi porte une impure main !
Qu' il vive et meure misérable !
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Qu' érynnis vengeresse, auguste, inexorable,
le flagelle à jamais dans l' Hadès inhumain !
Malheur à l' épouse adultère,
en proie aux lâches voluptés,
source de sang, de honte et de calamités,
opprobre et fardeau de la terre !
Frappez-la, dieux vengeurs, noires divinités !
5 LA ROBE DU CENTAURE. 1845
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Antique justicier, ô divin Sagittaire,
tu foulais de l' Oeta la cime solitaire,
et dompteur en repos, dans ta force couché,
sur ta solide main ton front s' était penché.
Les pins de Thessalie, avec de fiers murmures,
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t' abritaient gravement de leurs larges ramures ;
détachés de l' épaule et du bras indompté,
ta massue et ton arc dormaient à ton côté.
Tel, glorieux lutteur, tu contemplais, paisible,
le sol sacré d' Hellas où tu fus invincible.
Ni trêve, ni repos ! Il faut encor souffrir :
il te faut expier ta grandeur et mourir.
ô robe aux lourds tissus, à l' étreinte suprême !
Le néméen s' endort dans l' oubli de soi-même :
de l' immense clameur d' une angoisse sans frein
qu' il frappe, ô destinée, à ta voûte d' airain !
Que les chênes noueux, rois aux vieilles années,
s' embrasent en éclats sous ses mains acharnées ;
et, saluant d' en bas l' Olympe radieux,
que l' Oeta flamboyant l' exhale dans les cieux !
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Désirs que rien ne dompte, ô robe expiatoire,
tunique dévorante et manteau de victoire !
C' est peu d' avoir planté d' une immortelle main
douze combats sacrés aux haltes du chemin ;
c' est peu, multipliant sa souffrance infinie,
d' avoir longtemps versé la sueur du génie ;
ô source de sanglots, ô foyer de splendeurs,
un invisible souffle irrite vos ardeurs ;
vos suprêmes soupirs, avant-coureurs sublimes,
guident aux cieux ouverts les âmes magnanimes,
et sur la hauteur sainte où brûle votre feu
vous consumez un homme et vous faites un dieu.
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