Selfa Chew
Nació en la ciudad de México en 1952. Es historiadora, dramaturga, novelista, poeta y traductora. Obtuvo su licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México. Cursó su maestría en Creación Literaria y su doctorado en Historia de la Frontera en la Universidad de Texas en El Paso.
Fue coordinadora de la Revista y Congreso de Literatura Mexicana Contemporánea hasta el 2012 y editora de la revista literaria BorderSenses hasta marzo del 2015. Como becaria del Smithsonian Institute y del Trans-Atlantic Graduate Exchange Program participó en seminarios de diversidad cultural y relaciones raciales en Washington, D. C., la Universidad de Coimbra (Portugal) y la Universidad de Utrecht (Holanda).
Su obra ha sido publicada en Perú, España, Argentina, México, Holanda y los Estados Unidos. Su poema Chio Sam fue seleccionado entre los 100 Mejores Poemas Mexicanos por Francisco Hernández y publicado por la Fundación para las Letras Mexicanas y Joaquín Mortiz en el 2005. Su colección de poemas (Azogue en la raíz) fue publicada por Ediciones Eón en el 2006. Su novela Mudas las Garzas (2010) fue traducida al inglés en el 2012 como Silent Herons y fue ganadora del concurso Voces al Sol, en el 2015, convocado por la Universidad Autónoma de Ciudad Juarez, en dramaturgia. Su obra de teatro Night Stalker, dirigida por Perla de la Rosa, fue incluida en el programa de la Muestra Estatal de Teatro en Chihuahua en agosto del 2013 y en la Muestra Nacional de Teatro en Noviembre, 2013. Su libro sobre la concentración de japoneses mexicanos durante la Segunda Guerra Mundial (Uprooting Community) será publicado por la Universidad de Arizona en noviembre del 2015.
Se ha desempeñado como docente St. Lawrence University, New Mexico State University y El Paso Community College. Actualmente es catedrática en la Universidad de Texas en El Paso, donde imparte cursos de Historia de Estados Unidos, Historia de Afro-México, e Historia de la Frontera. Cursa un segundo doctorado en Educación.
A CAROLINE
No esperaré a que tu cuerpo se deshoje
Para beber el café de tus cabellos
Los cinco años y el asombro que llevabas
Como un vestido de fiesta hasta mi casa.
Te sobreviven la ciudad azteca,
Los indios, las selvas tejidas por tus sueños
En que la raza de tus padres te llamaba
Hija del sol
Gajito de obsidiana
Quetzal precioso y corazón de jade.
Como un pedazo de azulejo entre los dedos
Jugaste con la estrella de tu muerte
En calles de letras y colores
Que anunciaban la vida del destino.
Te sobrevive la ciudad del frío
Mirar obsceno de Los Angeles sin prisa,
Entre edificios guardando los tatuajes
De brazos tensos amantes de amapolas.
Te sobreviven también las prostitutas,
Las agujas en las venas,
Un cuarto de hotel
Y la escalera en que dormías.
DÍA DE LOS MUERTOS
Mariposas de intenso cempaxúchitl
dan el último vuelo
-su adiós ligero navega el aire frio.
Qué espectáculo es su despedida
tan silente y llenos de dolor sus pétalos
el polvo anaranjado entre los dedos
nos recuerda que el tiempo es hoy de nuestros muertos.
Gira y silba el viento
como si entendiera
que sobran ya las hojas del otoño.
Tal vez no debiera avergonzarme la vejez
y estos mareos:
hay más de una manera
de seguir volando con las alas rotas.
AYER ERAN LAS CALLES, SUCIAS DE AMOR.
Hoy el té, tibio de miradas,
se acurruca entre tus dedos
de alas azules.
Nos hemos domesticado
uno al otro hemos untado miel sobre la sombra agreste
jugado a sangrarnos
degustado el sabor de la granada
y el dulce cristal del vino en la garganta
cubre el dolor de querernos todavía.
Ayer eran las calles, sucias de amor.
Hoy la cama en la que acomodas tu cariño.
Tú no puedes dejarme:
te pesaría convertirte en mi amante clandestino.
Tu nostalgia llegaría siempre a tiempo
de cenar mi corazón.
Cuánto de ti llevo en mis ojos
que leo la vida con tu mirada.
No hay promesas de tomar el tren hacia París
ni resistir juntos el humor agrio de otros turistas
bajo el sol inclemente de Versalles.
Aquí, a media noche, escucho el silbato y el murmullo de los rieles.
Llevan tanques de guerra,
armas de las que ya ni siquiera sé su nombre.
He practicado mi francés bajo tu aliento
deseado traducir la lluvia para ti
pero gasté mis preguntas
en la ruta del regreso
hacia las peores versiones de nosotros mismos.
Lejos queda la luna de miel,
el pan, el vino, el queso atormentado
son lujos burgueses que tú nunca añoraste
y tal vez le sean esenciales a los poetas
que viven, no lo creerías, de escribir versos
y de recordar la Catedral de su Señora junto al Sena.
Nunca quisiste
enamorarte de los carteristas mesiánicos de Londres
sus blancos dedos buscando el dinero inexistente.
No alimentarías a las palomas
ni el secuestro de su vuelo apretujado en la plaza de San Marcos.
Prefieres el solitario gorjeo de un cuervo en tu sauce
a la vista de abanicos blancos,
fugaces alas de aves buscando su diario alimento en los turistas.
Fumarse un cigarro contemplando el Coliseo,
en una Roma donde el mejor arte es el grafiti,
quedó fuera de la lista de cosas importantes
para hacer antes de morir.
Hay tareas más urgentes esperando
en el jardín que fue de nuestros hijos
y hoy recibe sus cuerpos acribillados de carteles.
Cuánto de ti, esmeralda, llevo conmigo
que leo la vida con tus ojos.
Con su fino pico de arcoíris
la palabra borda
alas de filigrana en el corazón.
Cuánto duele su aleteo
cómo pica la tinta en su tatuaje
que bailo y brinco y giro
hacia el centro de su voz.
Aprendo
cómo hilar el verso
sin que una gota de sangre
se pinte en flor sobre el poema.
Cuánto duele la letra
y cómo la deseo.
Tú ya no vives.
Ni siquiera en mi germinarás
porque apenas sobrevivo
la firma absoluta de tu muerte
y muy pronto, Julio,
presentiremos que el amor es el amigo más inútil,
(se precisa más que un grito para rescatar tu memoria).
Podríamos por ahora seguir buscando
el lugar donde dejaron tu última sonrisa,
aún quedan 43 maestros,
43 corazones palpitando
en las manos de las madres que ya nunca seremos.
Después de ti, ¿quién querría el milagro de hacer hijos
en el país donde el pensamiento nos cuesta la vida en llamas?
Pronto se abrirá la puerta al Mictlán
las calaveras de azúcar, todas, llevan tu nombre
en el día de los guerreros.
Pequeñita, toda tu vida no alcanzará
para sentir el latido de la luna.
Tan frágil es tu alma de azúcar
que se crisparía de susto al conocer
cuántos siglos le toma a una estrella
dar un suspiro por besarte los talones.
Tal vez no te enteres, hija,
que el loro que se pasea entre la cocina y la sala,
y a veces acepta entrar a su jaula,
acabará invirtiendo 80 años
buscando la palabra exacta
con que llamar tu atención cuando paseas sublime y silenciosa
frente a su cara de colores.
Ha valido mucho la pena vivir
el instante en que naciste
y crecer contigo hacia el infinito
and beyond.
Hay muertos ilesos,
y muertos que se disuelven
sin que el amor los acompañe
en el doloroso viaje a la memoria.
Hay también muertos sin nombre.
Esos se colocan en el agua
se plantan en la arena
junto a otros inmigrantes.
Río abajo o en la fosa del desierto
la muerte es una historia
una pesquisa,
es un color,
un vestigio de tela sin cuerpo.
Desnuda, espero a que tu beso
descubra en la sonrisa
ese pequeño pasillo al corazón
donde se guarda el aroma del café
y tintinea con la luz de la mañana
una sorpresa enternecida.
Tal vez nuestra piel vaya haciendo su viaje hacia la muerte
pero yo siento con mis dedos discretamente conmovido
el musgo en que el rocío huele a vida
y te respiro igual que hace un siglo.
Ven, levanta la sábana del tibio invierno
vamos a gastarnos el amor
estremeciendo el cuerpo.
Chio sam
Dice mi madre que no es posible
que yo recuerde el olor a pan
ni el bambú sosteniendo el vapor que se escapaba
de la cocina de mi abuelo.
No es posible que recuerde su canto en cantonés
en su mirada delgada y orgullosa
en su bastón y sus zapatos quietos.
Veo todavía el olor a cigarro y sus dientes amarillos
la vitrina, el nombre rojo del lugar
en que mi abuelo cocinaba
y los trajes, los inmóviles sombreros
contemplando el pan blanco
almohada tenue que envolvía
el sabor definitivo del almuerzo.
Veo la penumbra y sus palabras cortas
como las galletas adivinas
que ahora dan en restaurantes chinos
y que mi abuelo no supo ganarían algunos clientes
y una expectativa más
de lo que debemos ser o dar los orientales.
Crecerás
Construirás murallas
Olvidarás la marcha detenida
en el café de mesas rojas
y la cascada de cubiertos a lavar
interminable detergente al fondo
el vapor del pan blanco
suave
tibio.
Pero mi madre dice es imposible
que yo entendiera los avisos del abuelo:
yo no hablaba aún y él
sólo cantaba cantonés.
Vestigio
Hoy la calle es un vestigio
pero una niña verá partirse el agua
con el estruendo de luz que son los carros
cuando las calles llegan a ser sólo vestigios.
Ella mojará sus dedos en la niebla
acercando su oído izquierdo a la ventana.
Hoy la calle es un residuo
intentará apropiarse de la niña
sin separar los dedos del metal
y una partícula de sueño
se alojará en la calle
como prueba del milagro
que es una niña
y sus dedos de mercurio.
Código postal
No, esta ciudad no cambiará jamás su código postal
no crecerá
tampoco dejará libre al sol
para que se aleje ya sin cuerda
a quemar otras ciudades
a otros ojos.
No se extenderán ya sus jardines:
contagian de un amarillo extraño
al río y sus guijarros secos.
Sólo quedará esta voz
para contestar el teléfono
con acento de nébula extraviada
(se contrae ante el rostro de cualquier sonido)
para informarle que seguimos teniendo
el mismo código postal
las mismas calles
y un silencio
que cultivamos y creció
como ninguna otra planta se da en esta ciudad.
Deber
Uno se muere de cualquier árbol
de cualquier piedra
en cualquier piel uno se muere
sólo el suicida cree escoger el lugar
y a veces falla la piedra o el árbol
y uno no se muere a su hora
y piensa que es un monumento la vida
de uno que no se muere
cuando se es uno tan despistado
o tan repetido Uno
que Uno ya no sabe que morir es un deber.
El desierto es un amante abandonado
nos recuerda la ausencia de las olas
blanca cicatriz de mar antiguo
lento creador de vapor entre las venas,
de su costilla nacen vientres
genitales
comisuras.
El viento trilla con los dedos sus caminos
abre la piel
extiende su deseo
de médanos latiendo bajo el vaho
pinta otras curvas
moldea con remolinos los ombligos
y en el impulso se olvida que la arena
cubre fragancias y colores del desierto
que sólo estallan con caricias de la lluvia.
(S. Chew. Azogue en la raíz. México: Ediciones Eón, 2005)
Selfa Chew: Dos búsquedas
Aprovecharé este espacio, para comentar la obra de una poeta que conocí personalmente hace un año en Ciudad Juárez; y apenas ahora leo de una manera casi obsesiva. Principalmente son dos cuestiones que me interesan como lector: La raíz de tradición oriental fiel a su descendencia china, Selfa Chew se inclina una depuración finamente delineada en su trabajo- y la búsqueda del sentido en el poeta. Esta segunda tarea, es la que más me atrapa en mis desvelos. ¿Porqué una persona detiene sus pasos a media tarde y murmura que es poeta? ¿Cuáles son los requisitos para esta iluminación, estado de conciencia delirante- o mera postura?
II
El poemario Azogue en la raíz, editado en la Colección Andamios (El Paso, Texas, 2002), me resulta iluminador. Dos ingredientes principales de un artista: Fidelidad a sus antecedentes y un permanente cuestionamiento de su yo -¿Porqué el yo-poeta?-.
Justo su primer poema, Bonsái, establece la vía del poemario.
(...)
El árbol azul tiene pies de porcelana,
alas de musgo,
savia de puente,
azogue en la raíz
y la melancolía propia del viajero sin boleto.
Es la bienvenida a su trabajo. A declararnos, acaso, como lectores que recién aterrizamos en su territorio y ya hemos sido descubiertos.
Dos trabajos más, fieles al rescate de la identidad, resultan Chio Sam y Nakamura. Del primero se han requerido varias lecturas en ambos lados de la frontera principalmente Cd. Juárez y El Paso, Texas- resaltando su sonoridad. Sin duda Chio Sam es el pilar en el poemario.
II
Cumplida la cruzada de sus antecesores, ya declamando sus poemas en un museo de Ciudad Juárez, teniendo frente a ella un arreglo floral que su mismo padre le ha llevado; Selfa Chew profundiza en su búsqueda de conciencia. ¿Es una poeta? ¿Se refleja en la mirada de los demás poetas para considerarse una poeta?
Uno de sus textos precisamente es titulado Poeta, aunque a mi parecer merece una mayor extensión que se encuentra vaya ironía- desplegado en otros textos del poemario. Resulta un trabajo solemne, que bien no demerita aunque me deja con esa hambre en busca de mayores conclusiones. Al parecer ha sido este afán el que me arrastró hacia Dedo de cristal, siento que éste lo que busca a final de cuentas- es plasmar el dedo del poeta. La poeta declara su postura ante el mundo, no se retrae. Alza el rostro, protesta en base a su manera de ver las cosas.
(...)
con tanta metafísica en las calles
habitando palabras como muertas,
asesinadas, violadas, deshechas bajo el cuarzo.
Bien por ese reclamo. Pero es el inicio de la propuesta. Cortar en seco y comenzar a plantar de nuevo. Todavía quedan al vuelo las responsabilidades de la palabra. Cuando se dispone de ellas, se aprende también, a tomarlas al vuelo. Medida precisa para poner un anuncio en alto que diga Esto no es un hobbie. Cuestión de la disciplina diaria, no sostener esta voz.
Latido
Escribe la Historia
de árboles talando alas
breves notas
pájaros sin rezos
mañanas que se tienden sobre hojas desprendidas.
(...)
Quién le pondrá el precio
a este devenir de precipicio:
Mi piel ve cartílagos y ríos
(...)
Sin llegar a grados de tremendismo, que finalmente derrumbarían la honestidad de la voz, me reconforta que Chew tampoco se debilite en frases demasiado inclinadas a la sensiblería. Este es un riesgo pesando siempre en la espalda del poeta. Un paso una frase- en falso, y ya se decayó el lenguaje. Cada estrofa juega con el peligro, pero también insiste por una declaración más pura. Vale la pena, entonces correr este riesgo.
III
Una última fase, resulta la conclusión de su poemario en el texto Definición. No quiero concluir que lo establece como un anuncio de este libro se acabó, pero veamos:
Definición
Es el texto final el que destruye
La palabra origen
Entonces despedirse en crear
En ese último eco
El gesto del recuerdo
Sin la gracia del principio
Queda.
Que el autor lo establezca como guste. Para los lectores resulta variable el cerrar un poemario, o bien regresar las páginas. Esto hacia un poema que cierre la lectura en conclusiones personales de lector. Es decir, que el final o la definición del final- no la establece el escritor.
Encontramos un final más contundente, aunque también lapidario -y efectivo como retorno al origen y las cuestiones poéticas-, en Caja. Selfa Chew concluye estableciéndose como escritora, una persona más, intentando sobrevivir con todo y el peso de lo inevitable.
(...)
Una mañana fría de grietas amarillas
el umbral de la misa espera recibirnos.
Pero tú no terminas de morir
y yo sigo tecleando
hija, padre, brazos, traje, foto, caja.
Si la pretensión de Azogue en la raíz, es la reconstrucción de una memoria para dispararla hacia un lenguaje poético, debo confesar que es un detalle invaluable al lector. Algunos considerarán que tal o cual imagen no se puede rescatar como aportación artística. Otros le tacharán de barroquismo o -peor todavía- neo barroquismo. Pero tengo una conclusión para ello: No hay arte más astuto, que el moldeado con lenguaje sencillo. Y en esto, lo autobiográfico tiene mucho que ver.
Luis Alberto Valdez
Selfa Chew vio la primera luz en la ciudad de México el 27 de agosto de 1962 pero pasó su infancia en Chihuahua. Su padre nació en la frontera norte, específicamente en Tamaulipas, hijo de padre chino quien inculcó en Selfa un gran amor por sus orígenes, mientras que su madre es originaria de Oaxaca, de la sierra mixteca: “Crecí clasificada como china (en la escuela, en el vecindario, en el camión, en la oficina de inmigración), no como mexicana. Ya que mis tíos chinos siempre estuvieron cerca de nosotros pudimos conservar nuestros nexos con la cultura y la comunidad china. Cuando viví en California recibí la misma clasificación, no se me consideraba mexicana o latina o hispana, sino asiática”, explica la poeta. Son estos los latidos iniciales de una poética que pareciera en contradicción consigo misma, plasmada en su hasta ahora único libro en este género, Azogue en la raíz (EON, 2005); poesía que es occidental y oriental; que es china y japonesa; que es mexicana y fronteriza; que lo mismo recrea rascacielos que desiertos. Azogue en la raíz es un libro personal desde la portada y las ilustraciones de interiores, realizados por la autora misma, que además de un infinito registro de voces, modismos, acentos y culturas parece no concebir el ejercicio literario al margen del arte pictórico. La poesía, para Selfa Chew, es imagen y, en cierto modo, juego de infancia válido de perpetuar en la adultez, si bien confiesa no haberse inscrito en un taller de creación literaria sino hasta entrados los 30 años: “Mi padre fue un amante de la lectura –explica, nostálgica- y creó en mí la necesidad de leer. No recuerdo a mi papá sin un libro en la mano; la literatura fue una prioridad en su vida. En todas las casas en las que él vivió las paredes estaban formadas por libreros repletos y en el suelo había pilas de libros que yo disfruté siempre. Fui una niña con una gran pasión por la lectura por lo que Tolstói, Dostoyevski, Sinclair Lewis, Zolá, Hemingway, Yáñez, Mao, Lin Yutang, Fuentes, Borges, Cortázar, Marx, Khayam, Rulfo y muchos otros escritores pasaron por mis manos, tal vez demasiado temprano, tal vez en forma caótica y sin ninguna dirección pero siempre con la alegría de leer. Soy admiradora de Gertrude Stein y de Jean Rhys, me gusta Emily Dickinson, recientemente me entusiasma Orhan Pamuk.”
Aunque no hay constantes temáticas en la obra poética de Selfa, se percibe un interés que habrá de motivar el que sería su segundo libro: Mudas las garzas (EON, 2007), un dolor social que traspasa al dolor personal; que hace de la voz poética un mural donde los desterrados del mundo pueden reconocerse sin cortapisas. Y el dolor personal, aún agazapado entre líneas, se refleja solo en el de los demás, asumido este como compromiso, como propio. Los poemas autobiográficos de Azogue en la raíz, se manifiestan desde las emociones de quien dialoga con la poeta, más que desde la poeta misma y muy raras veces la voz poética recurre a la interioridad como vía de expresión. Imposible referirse a Selfa Chew sin aludir al abuelo del café de chinos, a la mujer de Lomita Beach, a la pintora Egla, a la suicida Caroline, a Michael Rowley, “el comunista más rubio que conozco”; a Jimmy el dibujante, ¡a Eulalio González, “Piporro”!, a la tía Cata, a Nakamura y a un infinito etcétera. Ahondando en el alma de cada personaje, outsiders en su mayoría, es posible asomar al alma de una poeta para quien subir una escalera representa un viaje y el erotismo hierve en una taza de café. Nada en esta poesía polifónica y multicultural remite a ninguna a otra; tampoco conserva ecos de un instante en particular pues un solo verso evoca a varios: “(…) cuando llueve ya es paraíso/ hablar entre el humo/ y los zapatos besando el lodo (…)”
¿Cómo fue la infancia de Selfa Chew en la frontera norte de México, en el Estado de Chihuahua para ser precisos? Para empezar, cuenta, llegaron a instalarse con muy pocos recursos y fueron bien recibidos por una comunidad asiática donde a los chinos no les daba la gana distinguirse de los japoneses ni de los coreanos por la simple razón de que para los mexicanos formaban parte de una misma mixtura y como tal hubieron de funcionar: “Para sobrevivir el clima extremo del norte, Ciudad Juárez tenía todavía grandes campos de alfalfa, de algodón por lo que tuve una infancia entre rural y urbana. Tuvimos muchos altibajos económicos y enfrentamos todas las dificultades de una familia que se sostiene gracias al trabajo de la madre en la maquila. También disfrutamos de los privilegios clasemedieros que la profesión de contador público le trajo, en ocasiones, a mi padre una vez que llegó a vivir con nosotros. Después mis padres tuvieron una librería que también funcionó como una pequeña escuela de comercio por un tiempo y en la que pasábamos horas y horas leyendo los libros que no se vendían.”
Mudas las garzas, cuyo título evoca un verso del poeta medieval (1465-1534) Yamasaki Sakan (“Mudas las garzas/Trazarían en el cielo/Una línea de nieve.”), perpetúa la babel sentimental de Azogue en la raíz pero enfatiza el dolor en tercera persona. ¿Novela? ¿Crónica? ¿Reportaje? Baste señalar que se trata de un libro hermoso que reúne un coro de voces vivas y muertas, unánimemente nostálgicas, que compartieron la experiencia del exilio y la persecución. Cosa curiosa: Selfa desciende de chinos y sin embargo su interés se centra en la persecución y detención de japoneses en territorio mexicano durante el gobierno de Manuel Ávila Camacho: “Creo que debemos enfrentarnos a cada persona, a cada comunidad sin ningún prejuicio racial o nacional -señala la autora-. La experiencia de los japoneses en México es diferente a la experiencia de los japoneses en Corea, o en China, o en Estados Unidos. Creo también que la injusticia se debe denunciar siempre, independientemente de la nacionalidad de víctimas y victimarios.”
“Yo sufrí cuando leí los expedientes de los japoneses en México-continúa-. Cada uno me contaba una historia dolorosa en la que identifiqué padres, hermanos, esposas, e hijas, todas ellas personas cuyas vidas estuvieron a merced de grandes intereses políticos y económicos. No hubiera podido dejar que pasara desapercibido este crimen. Además la familia Nakamura es una extensión de la mía, o la mía de ellos, por lo que no se me ocurrió jamás pensar en ellos como posibles enemigos, sino como mis semejantes. He recibido grandes muestras de esa solidaridad y es un honor tener la oportunidad de retribuirla, aun cuando no se trate de las mismas personas o comunidades.”
Lo menos importante de Mudas las garzas es definir a qué género pertenece, del mismo modo que poco importa que sea una descendiente de chinos identificándose con el dolor de refugiados japoneses. El libro es, a un tiempo, denuncia y poesía, porque el hecho abordado, la cacería de japoneses por soldados estadounidenses en territorio mexicano, entraña la poesía que necesariamente arrastra toda dignidad pisoteada y sin embargo indestructible. Porque después de Hiroshima nadie puede negar que Japón es una cultura en la plenitud de su dignidad poética, esa que solo el dolor masivo hace aflorar en las venas del poeta. Leyendo estos testimonios recogidos por Selfa Chew, esa dualidad heroica y estética (o el heroísmo hecho arte) se vuelve flor y arte ante nuestros ojos. Por desgracia, crece asimismo la certeza de que no siempre fuimos el pueblo amistoso y cordial que nos han hecho creer que somos por naturaleza, y de que el gobierno mexicano ha estado subordinado, en mayor o menor medida, a los caprichos del de Estados Unidos cuya soldadesca invadió flagrantemente nuestra frontera a la caza de ciudadanos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, y esto incluía a japoneses nacidos en México o nacionalizados, es decir, compatriotas nuestros: “¡Si nosotros éramos mexicanos! No queríamos otra cosa que ir a la escuela, jugar a la roña, a los encantados. Pero sé que dejamos un hoyo allí donde nacimos, una cicatriz que tal vez no haya cerrado nunca (…) nuestros vecinos lloraron, escribieron cartas y exigieron que nos devolvieran a Tijuana, hicieron saber que nosotros no hacíamos daño a nadie. Todo inútil, jamás regresamos.”
Selfa entrelaza estas desventuras, entreveradas con documentos oficiales, con la historia de la joven Sadako que se traslada a “ese exótico país” llamado México donde la aguarda el hombre al que la han prometido en matrimonio, un compatriota suyo dedicado al comercio que no solo es poco afectuoso sino además la explota como dependienta sin salario. Otro inmigrante japonés, Asato Kahogura, no tarda en reparar en la bella y melancólica señora Tanada que limpia los estantes. Asato no tardará en advertir la infelicidad de Sadako y se dedicará a tratar de hacerla sonreír. De esta historia de amor, sencilla pero bellamente narrada, se desprenden unos cincuenta testimonios de viva voz de implicados, algunos de los cuales jamás pudieron regresar a México. En informe fechado el 30 de septiembre de 1942, en Navojoa, Sonora, el Inspector 304 detalla: “(…)un indio tarahumara me dijo que el doctor (Manuel Díaz se hacía llamar) era “buena gente”, que siempre se dedicaba a estar pintando paisajes y curando enfermos (…) que los pajaritos que pintaba el súbdito nipón eran planos de diferentes partes de la sierra, pues como es casi imposible viajar en lomo de mula por esa región por carecer hasta de veredas (…) habiéndose dejado instrucciones tanto al Presidente Municipal de Temuris, como al de Wasapan y Chinipal, también a los Comandantes de los Escuadrones de Reservas en estos lugares, que buscaran al tal doctor Manuel por toda esa sierra (…)”
Selfa considera modestamente que al empezar “demasiado tarde” su profesionalización en la escritura, quizá nunca alcance la madurez y calidad deseadas, aunque escribirá por siempre porque está hecha de escritura. Actualmente trabaja una novela sobre su hermano recientemente fallecido, Pedro, un judicial de dos metros que amaba los conciertos de cello -y, por cierto, estudió para ingeniero agrónomo porque amaba la tierra, sobre todo a los campesinos- y, según Selfa, “torturaba” a los demás policías leyéndole versos de su hermana, “y hoy Pedro soy yo, este espíritu líquido, tembloroso, que sigue buscando en expedientes de hojas largas y secas la verdad de Pedro.”
Selfa Chew es doctoranda en Historia y profesora de Literatura Hispanoamericana e instructora de historia de los Estados Unidos en la Universidad de Texas y coordinadora del Congreso de Literatura Mexicana Contemporánea. Actualmente radica en El Paso con su esposo y dos hijos pequeños.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario