Ueshima Onitsura
Ueshima Onitsura (上島鬼貫? 2 de mayo de 1661 - 2 de agosto de 1738) fue un poeta japonés del Período Edo. Escribió Tomoshibi no kotoba (Palabras de luz). El libro está estructurado en cuatro partes: Primavera, Verano, Otoño e Invierno. Se desvinculó del haiku arcaico. Aunque se considera que Matsuo Bashō es el padre del haiku, según Reginald Horace Blyth «Onitsura compuso el primer haiku de verdad».
Fue hijo de un cervecero y se le reconoció desde temprana edad como un niño superdotado. Fue estudiante de Nishiyama Sōin aunque pronto desarrolló su propio estilo. Además de poemas haiku, ha escrito dos libros de poesía: Hitorigoto (1718) y Nanakuruma (1738).
Escritos
Con sólo siete años ya escribía:
Koi koi to iedo hotaru ga tonde yuku
Ven, ven, le dije,
pero la luciérnaga
se fue volando
El libro (Palabras de luz) empieza con el siguiente haiku:
Harusame no soko o sagasu ya koe no ito
Buscaré hilos de voz
en el fondo
de la lluvia primaveral
Lista de obras
Palabras de luz (Tomoshibi no kotoba)
Hitorigoto (1718)
Nanakuruma (1738)
PRIMAVERA
Hoy,
¡gran mañana!
en los pinos soplan vientos
del pasado
Ôashita mukashi fukinishi matsu no kaze
La primavera
se viste de neblina,
se adorna con sonidos
de campanas lejanas
Tô kitaru kane no ayumi ya haru kasumi
Agua por acá
Agua por allá
Primavera del agua
Haru no mizu tokorodokoro ni miyuru kana
¡Ay ruiseñor,
en la rama del ciruelo
haciendo caca!
Uguisu ga ume no koeda ni fun wo shite
Meterse dentro del ciruelo
a base de cariño,
a base de olfato
Ume wo shiru kokoro mo onore hana mo onore
Abre el oído,
somételo
al silencio de las flores
Shitagau ya oto naki hana mo mimi no oku
Onitsura
(Traducción de Alberto Silva;
Haikus de Primavera de
El libro del Haiku)
¡La brisa refrescante!
Una mujer con el cabello despeinado
mira para otro lado.
*
Una pared delgada
me separa de la lluvia.
Lirios en flor.
*
En Fushimi, al fondo
de las casas de los comerciantes
canta una codorniz.
*
“¡Oh!”, y de nuevo“¡Oh!”…
El canto inagotable
de los pájaros.
*
Por entre la niebla
se aprecia la luminosidad
del puente de Yodo.
*
Los que traen la campana
vienen caminando desde lejos.
Niebla de primavera.
*
¡Este frío
hace florecer
palabras de luz!
*
En algunos lugares
ya puede verse
el agua del deshielo.
*
He comido “pescado globo”,
y, después de eso,
ha nevado.
*
La lluvia de primavera
ha descargado hoy
como si no fuera a haber más días.
*
El canto verde
del uguisu
en la copa del árbol.
*
Buscaré hilos de voz
en el fondo
de la lluvia primaveral.
*
Al alba, en la punta
de las espigas de cebada
la escarcha de primavera.
*
Campos verdes de trigo.
La alondra asciende y…
¡zas! súbitamente desciende.
*
Los juncos secos:
el suave ondular de las olas
de la ensenada de Naniwa.
*
Con las lluvias de verano,
en la piedra de aplastar el sushi,
una babosa.
Onitsura
http://luzdemarzo.blogspot.com.es/
EL INSTANTE DEL HAIKU. Ueshima Onitsura. Primera Parte
Jiddhu Krishnamurti, el místico hindú que produjera una revolución importante en el estudio de la conducta humana, explica, en una forma que me ha parecido interesante, la diferencia entre el placer y el gozo, dos conceptos que a veces confundimos. Lo expone de la siguiente manera:
“Ayer tarde, por entre las nubes y el viento, se filtró de súbito un punto brillante de la luz del sol sobre el campo verde. ¡Aquella era una luz extraordinaria, plena, rica y el verde tenía tal vitalidad! Lo vieron los ojos, la mente lo registró y se deleitó en grado sumo en esa belleza, en esa luz y en el incomparable color verde.
“La repetición de eso es el principio del placer. Cuando vi la luz sobre aquel campo no había deseo ni placer; había una tremenda observación y deleite.
“El principio del placer es el principio del pensamiento, en conflicto. Mi problema no es el deleite de ver algo hermoso, sino que comienza cuando el pensamiento dice que debe haber una repetición. Entonces el deleite se vuelve placer y yo siento que debo tener más de ello.” [i]
Esa necesidad de apropiarse del instante es el principio de toda la codicia humana y del afán de posesión concomitante. Para poder satisfacerla el hombre hará uso de los más variados recursos entre los cuales figura en un sitio preponderante la poesía. Del amplísimo registro de ese género literario comparto con ustedes algunas reflexiones sobre el haiku, una forma poética cuyo propósito es la celebración del momento, el fragmento de tiempo más pequeño que podemos concebir.
Acostumbrados como estamos a que los poemas nos digan algo, por complejo que sea, nos mostramos dispuestos a esforzarnos por buscar un significado en las palabras, lo cual resulta bastante difícil en el haiku, un poema que consta sólo de 17 sílabas, que suele estar organizado en versos 5-7-5. No obstante esos tres únicos versos son suficientes para que el escritor nos transmita, –ha escrito Luis Corrales Vasco-, “una apreciación directa de un acontecimiento, a menudo trivial, que llama la atención del poeta, el cual lo espiritualiza y lo eleva por encima de su pequeña trascendencia”.[ii]
Esta brevedad característica del haiku lo convierte en una forma engañosamente sencilla, como han tenido oportunidad de comprobarlo los japoneses, quienes hicieron esta aportación a la literatura universal. Por ese motivo, R. H. Blyth, uno de los grandes estudiosos del haiku, se ha referido a éste como a “una nada inolvidablemente significativa”[iii], porque el haiku tiende al silencio, de la misma forma que el crepúsculo se aproxima a la desaparición de la luz, y llega a lo sublime cuando se muestra capaz de captar el espíritu eterno que contiene el instante que miramos, algo similar a lo que ocurre con el crepúsculo cuyas extraordinarias tonalidades lo convierten en un momento único del día.
El creador del haiku, el haijin, pasmado de asombro ante la naturaleza, expresa la maravilla que contempla como si temiera su desaparición, como si se tratara de un sueño, y adapta su tarea escritural a los grandes ciclos vitales del objeto que lo ha impresionado, ubicando a los poemas así elaborados dentro de alguna de las estaciones del año. Como consecuencia se escriben haikus para la primavera, el verano, el otoño, el invierno y para el fin del año que es considerado como otra estación por el pueblo japonés. Esta clasificación resultante no es siempre fácilmente perceptible para el lego, en virtud de la gran economía de las palabras que caracteriza a este tipo de poemas, se requiere por tanto de un cierto grado de conocimiento de la cultura japonesa para identificar la ubicación temporal del haiku a través del kigo, una palabra clave con la que se describen diversos aspectos del clima, de los astros, o se hacen referencias directas a plantas o animales propios de determinada época del año.
El periodo clásico de haiku se inicia con Ueshima Onitsura (1661-1738), en virtud de que es considerado, como el primer poeta japonés que escribió un haiku de verdad. Enseguida comento algunos de sus poemas dedicados a la primavera:
«Campos verdes de trigo
La alondra asciende y…
¡zas! Súbitamente desciende»[iv]
Ahora simplemente ha atrapado nuestra atención un sembradío, nuestra mirada se ha detenido en ese paisaje tranquilizador, pero de repente ha roto la inmovilidad del cielo un pájaro solitario al que vemos levantar el vuelo hasta que alguna voz interior, desconocida para nosotros, le ha ordenado que deba regresar y entonces desciende abrúptamente. Eso ha sido todo, pero ha sido suficiente para el poeta. Seguramente a la alondra como al poeta le ha parecido todo demasiado quieto, o tal vez al pájaro se le ha figurado que el trigal se mueve, al impulso del aire, como un niño que balbucea o hace sus primeros pininos y entonces comedido ha querido enseñarle a las espigas a abandonar la tierra.
«Simplemente el cerezo florece,
y nosotros lo miramos,
y sus pétalos caen…»[v]
«Sobrecogido de asombro:
mientras lo estaba mirando
el cerezo ha florecido»[vi]
En el primer haiku el poeta es consciente de la floración del cerezo esa es la maravilla, ese es el “simplemente”, pero después de apreciar su plenitud perfecta también disfruta la caída de las flores. Para nosotros que no hemos estado en Japón quizá podamos tener un barrunto de ese suceso en las flores de buganvilia que eventualmente adornan nuestro piso después de haber estado en el aire junto a las hojas de la planta. Y esto sucede aun en la primavera, porque habrán de saber ustedes que las flores tienen distintas formas de morir, unas como las rosas y los narcisos mueren en el lugar donde florecen pero otras como los cerezos y las buganvilias se caen para morir. La sensibilidad del haijin lo lleva a comprimir en este poema la plenitud y la muerte, con lo cual nos transmite los tiempos de muerte-vida muerte en que se envuelve todo lo que es.
El segundo poema es quizá uno de los mejores ejemplos de la pretensión del haiku de atrapar el instante, pues sugiere que nuestra observación del cerezo ha sido tan intensa o tan afortunada que ha logrado captar el momento único de la floración.
Se trata de un suceso cotidiano, mil veces repetido, pero el hado ha insuflado en el alma del poeta la capacidad de percibir lo singular de ese portento, como cuando presenciamos el nacimiento de un ser vivo o el instante preciso en el que dos seres se enganchan para bailar la vieja danza del amor.
«“¡Oh!”, y de nuevo
“¡Oh!”… El canto inagotable
de los pájaros»[vii]
Los pájaros tienen cuando menos dos maneras de significar su presencia, por una parte cuando se organizan en grandes bandadas para desplazarse por el firmamento porque entonces nos obligan a mirarlos ya que modifican nuestra percepción de la luz o en virtud de que rompen la monocromía del cielo. Por otra parte también se reúnen en los árboles, en los extremos del día, y producen una gran algarabía. Como no comprendemos su lenguaje su voz nos parece interminable, nos sucede lo mismo que cuando conocemos a seres humanos de razas diferentes a la nuestra, que vemos todos los rostros iguales. Así en el canto de los pájaros no distinguimos ninguna cadencia o inflexión que nos permita entender si se aman o disputan, o si su interminable cháchara no es más que una charla cotidiana como la que tenemos diariamente todos los seres humanos, carente de perfiles emocionales pronunciados. Como quiera que sea el poeta se ha dejado atrapar por el sonido de la vida, que en esta ocasión se ha detenido en las copas de los árboles en forma de una pequeña tribu que levanta sus tiendas, como una ciudad que despierta y se prepara para resistir el sitio de un ejército muy superior a sus fuerzas o simplemente para vivir una jornada más.
[i] J. Krishnamurti. “El despertar de la sensibilidad o el arte de ver”. Pláticas de Krishnamurti en Saanen-Suiza. Año 1966. Editorial Orion. México. 1981. Pp. 83, 84.
[ii] Luis Corrales Vasco. “El Rincón del Haiku”. Revista electrónica.
[iii] Ozaki Hosai, Taneda Santoka, Yamaguchi Seidhi. “Tres monjes budistas” (110 haikus). Traducción de Vicente Haya. Edición bilingüe. Maremoto. Servicios de Publicaciones. Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga. Málaga 2008. P. 9.
[iv] Ueshima Onitsura. “Palabras de luz. 90 Haikus”. Edición de Yoshihiko Uchida, Vicente Haya y Akiko Yamada. Miraguano Ediciones. 2009. Madrid. España. Pp. 23
[v] Ibídem. Pp. 32
[vi] Ibídem. Pp. 41
[vii] Ibídem. Pp. 39
EL INSTANTE DEL HAIKU. Ueshima Onitsura. Segunda parte
Hace algún tiempo leí que no todos los poetas escriben, tal frase me pareció entonces atractiva aunque algo absurda, pero después de alguna reflexión caí en cuenta de que el único requisito indispensable que debían cumplir los poetas era la posesión de una gran sensibilidad, así como estar permanentemente en una actitud alerta como el guerrero que está siempre preparado, en un posición flexible, que Miyamoto Mushashi ha descrito como abierto a los cuatro lados. De esta misma forma el poeta tiene despiertos todos sus sentidos para poder escuchar las incontables voces de la realidad que lo circundan, de modo que cuando algo llega a impresionarlo, el poeta responde con un acto de creación.
Un ejemplo de ese tipo de reacción oportuna lo tenemos en la película “Perfume de mujer”, en la que se narra la historia de un hombre ciego, desencantado de la vida que planea vivir sus últimos días intensamente en la gran ciudad para luego suicidarse. En una de las escenas memorables de la cinta el protagonista llega a un bar acompañado de un joven que le sirve de cicerone y mientras están ahí la orquesta empieza a tocar el tango “Por una cabeza”, entonces el coronel huele el perfume de una mujer que llega y tiene el atrevimiento de sacarla a bailar. Ella se resiste porque aduce que está esperando a su esposo que llegará en un instante, él por su parte tiene una respuesta que me parece formidable, pues le contesta que: “en un instante se puede vivir toda una vida.”
Esto es el ejemplo de un haiku: primero el tango, después el perfume y finalmente el baile. Tres versos suficientes para poder quedarse con el momento, como lo hacemos con una fotografía. Y luego partir, porque el militar invidente ya no vuelve a encontrarse con la mujer, no es una historia de amor, se trata sólo del deleite de un instante, como escribimos en la introducción a la primera parte de este texto.
Enseguida comentamos otra muestra de la poesía de Ueshima Onitsura:
Verano
“Brisa fresca…
Llenando el firmamento,
la voz de los pinos”[i]
Este es un momento de placer puro que también usted puede regalarse si se adentra en un bosque de pinos, como los de Durango, porque entonces lo impresionará el olor peculiar de los árboles, el de la trementina. Después cuando el viento se mueva puede haber un instante de comunión perfecta entre usted y ese bosque. Lo podrá constatar porque los árboles, lo mismo que la mujer amada, tienen siempre a flor de labio una forma de mostrar su satisfacción a la caricia, capaz de llegar a sus oídos.
“Ha llegado junio
Para escuchar el silbo del viento
me voy a mi aldea natal.”[ii]
Es el hombre que siente esa especie de hambre espiritual que lo impele a buscar la renovación regresando a su lugar de origen, como nos sucede en el sueño cuando nos cargamos de energía porque de alguna manera regresamos a la eternidad. En este caso al poeta se le presenta la añoranza en la forma del silbo del viento. ¿Quién no ha experimentado esa especie de nostalgia? Sobre ese suceso se ha hecho suficiente literatura, desde la del gran libro que contiene el juramento «¡Que mi lengua se pegue a mi paladar si llego a olvidar tu nombre, oh Israel!», hasta la de la película clásica “Lo que el viento se llevó” en donde los protagonistas se ven sacudidos por las intensas y cambiantes pasiones amorosas, de modo que sólo encuentran como valor permanente el de la tierra a la que invocan por su nombre: «¡Tara, Tara, tu sí vales la pena!».
Otoño
“De pie, mirando
profundamente impresionado
la luna de hoy“[iii]
Imaginémonos en el teatro. Acabamos de escuchar un concierto que nos ha impresionado vivamente, de modo que nos hemos puesto de pie junto a los demás espectadores para mostrar nuestro entusiasmo. Algo similar le ha sucedido al haijin con luna; no sabemos qué hacía, pero podemos colegir que se estaba moviendo de un lugar a otro y de improviso hubo algo que le hizo levantar la mirada, entonces sus ojos se han encontrado con la luna que esta noche luce particularmente bella, eso le ha hecho detenerse y quedar en silencio para reconocer que la eternidad ha dispuesto esta vez mostrarse a través de una luna grandiosa.
“Este otoño
contemplo la luna sin mi hijo
sentado en mis rodillas”[iv]
“¡Devolvedme el sueño!
Me han despertado los cuervos
La neblina de la luna”[v]
Estos dos poemas tienen como referencia a la luna, mudo testigo de nuestras vivencias. Ante él el poeta se queja de la mudanza de las circunstancias de la vida.
En el primer poema el destino se empeña en producir los sonidos más excelsos de la voz del poeta, tensando sus cuerdas vitales al máximo, por medio de la muerte de su hijo. Onitsura, ahora solo, recuerda otros ayeres en los que enseñaba a su hijo a paladear la luna. El segundo es un haiku más complejo porque en él el poeta resiente la interrupción del sueño, pero es un poema que realmente se refiere a la pérdida total. Ueshima Onitsura sabe que va a morir, y éste es el jisei, poema que compone para despedirse de la vida.
Dormía tranquilamente, suponemos, más de improviso algo ha interrumpido su sueño. Se asoma a la noche y ve la neblina iluminada por la luna y entonces recuerda que son los cuervos los que lo han despertado, como si fueran mensajeros que le estuvieran avisando de su hora final ¿hubiera preferido morir durante el sueño? ¿Quería que su sueño hubiera acabado en forma natural? No lo sabemos, porque también puede ser que con este poema simplemente esté rememorando una pequeña contrariedad, ahora que sabe que va a morir. Este es un pequeño truco que nos juega la mente cuando enfrentamos cuestiones verdaderamente críticas, nos empuja para ver los detalles sin importancia, como si abrumados por el tremendo peso de nuestras circunstancias sólo pudiéramos salvarnos de la locura atendiendo a la banalidad de las cosas.
“Principio del otoño
Cuáles de las gotas serán de rocío
y cuáles de lluvia.”[vi]
Ahora sólo se trata de unas gotas de agua que han suscitado nuestra curiosidad, las gotas se han quedado depositadas en las hojas o en las flores y nos han sorprendido al reflejar la luz que se estrella sobre ellas. Y nosotros que hemos oído la lluvia durante la noche dudamos sobre la procedencia de esas gotas y nos hacemos una de las preguntas más importantes que puede hacer un hombre que se está deleitando con lo que ve ¿son gotas de la lluvia o de rocío? Y la respuesta no es relevante, sólo la pregunta, porque seguramente las gotas estarán tan confundidas que será casi imposible separarlas. Lo único cierto es que son el recuerdo de dos formas que el cielo tiene para acariciar la tierra.
Invierno
“Pensando en el pasado,
un chubasco en la noche…
El sonido que hace la olla”[vii]
Ahora es la lluvia la que nos ha puesto nostálgicos. Hay algo que hemos dejado atrás que nos está llamando… rememoramos. La lluvia tiene esa virtud, no sé de qué manera pero logra que se diluyan algunas capas superficiales de presente, como si se tratara de una pintura que ha sido mal aplicada o a la que ha deteriorado el paso de tiempo, de modo que cuando ésta se cae nos deja vulnerables, algo de nosotros queda expuesto, a veces la carne viva, a veces cicatrices. Entonces el pasado nos exige que lo vivamos de nuevo para gozarlo otra vez o para deshacer nuestras acciones. Nos saca de ese ensimismamiento el borbotear de la olla en el fogón y así brincamos como sobre las piedras del río, entre el pasado y el presente.
[i]Ueshima Onitsura. “PALABRAS DE LUZ. 90 HAIKUS”. Edición de Yoshihiko Uchida, Vicente Haya y Akiko Yamada. Miraguano Ediciones. 2009. Madrid España. P. 47.
[ii]Ibídem, p.51.
[iii] Ibídem, p.72.
[iv] Ibídem, p. 75.
[v] Ibídem, p.78.
[vi] Ibídem, p. 84.
[vii] Ibídem, p. 93.
Publicado por Úrsulo Hernández Camargo
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