miércoles, 2 de septiembre de 2015

ALVIN PANG [16.979] Poeta de Singapur


Alvin Pang 

(Singapur, 1972)
Alvin Pang, nacido en Singapur en 1972, es poeta, escritor y editor. Sus poemas se han traducido a más de quince lenguas y ha participado en festivales y publicaciones importantes de todo el mundo. Fue becario del Programa Internacional de Escritura de la Universidad de Iowa en 2002.

Entre sus libros se encuentran los siguientes: Sondeando el silencio (Testing the Silence) de 1997; La ciudad de la lluvia (City of Rain) de 2003; Aquello que nos da nuestros nombres (What Gives Us Our Names) de 2011; y Tumasik: Obras contemporáneas de Singapur (Tumasik: Contemporary Writing from Singapore) de 2009. Fue galardonado como el “Artista Joven del Año de Singapur” en la categoría de literatura en 2005. Poco después en 2007 recibió el Premio Nacional de las Artes y la Cultura de Singapur.

Ha participado en representación de Singapur en el Parnaso Poético que tuvo lugar en Londres en 2012 como celebración paralela a las Olimpiadas. Sus libros de poesía más recientes son: Otras cosas y otros poemas (Other Things and Other Poems), publicado por Brutal en Croacia; Cuando Esa Gente Bárbara Llegue (When the Barbarians Arrive), publicado en el Reino Unido por la editorial Arc, ambos del 2012; När barbarerna kommer, publicado en Suecia por la editorial Rámus Förlag, ambos del 2015.



volver a casa 

Ese día la marea se dará la vuelta
y suavemente pondrá su cabeza coronada
a descansar en las mejillas de la orilla.
El árbol del yambo derramará
hojas húmedas, para devolver a la tierra
su deuda en lágrimas.
Cada nube se colocará
en su lugar elegido. Incluso el sol
comprenderá su audacia.
Tanto tiempo he escuchado la llamada
de las montañas en su soledad.      
La sed del río que se dirige al océano.

Sé que los años se quedaron atrapados
en ti, como si fueran pájaros, sus alas
el aleteo de tu propio corazón.
En esa hora, liberaré con el mío
la tristeza de tu cuerpo,
y haré que sea el sonido del candado
al abrirse de golpe.



Coraje

"El profesor, de 76 años, uno de los sobrevivientes del holocausto, bloqueó con el cuerpo la puerta del aula para que los estudiantes pudieran saltar por la ventana y así escapar del pistolero".


En recuerdo de Liviu Librescu y las demás víctimas del atentado en Virginia Tech en abril del 2007.


Es posible que sea la última persona a la que acudirías por consejo en estos días. Frágil, modesto, algunas veces distraído, parece faltarle el glamour y la fuerza de Acción; la casual brillantez de Talento; la sabiduría y prudencia de Precaución. Sus estudiantes, quienes al graduarse van en busca de Éxito, no le dan mucha importancia. Suelen olvidar cómo, al buscar el rumbo para sus vidas, nuevas aventuras, o, sencillamente, al enamorarse, acudieron a él en primer lugar. Aquellos que se sentían frustrados sólo tenían que hablar con él para encontrarse a sí mismos dando el primer paso hacia el progreso.


La verdad es que Coraje disfruta permanecer lejos de los reflectores. Nunca duda en hacer lo correcto, incluso en privado, y no le molesta si nunca le dan el crédito. Él ha sido el pionero para muchas ideas y técnicas innovadoras, usualmente cuando nadie le estaba poniendo atención y podía trabajar junto a Concentración y Paciencia, sus colegas más confiables. Sólo él sabe cómo calmar a Ansiedad, a punta de besos suaves o bromas sencillas que la sacan de ese ensoñamiento. A Coraje le encanta correr maratones: lo que le falta en energía lo compensa con espíritu y resistencia.


Nadie sabe con certeza de dónde viene o quiénes son sus padres. Durante la juventud se le consideraba un héroe y muchas cosas, tanto buenas como malas, se hicieron a su nombre. Sin embargo, él prefiere que se le recuerde por su jardín, en donde la hierba más pequeña desafía al viento y a la lluvia, asegura él, porque está en su naturaleza crecer o morir.


Una vez le pregunté a Coraje a que le tenía miedo. Bromeando me dijo que vivía con el miedo de que cada día pudiera ser su último. Al alejarme, me susurró al oído eso a lo que de verdad teme: que las cosas permanezcan así, únicamente, como son, por siempre.



(Traducción de Luis Chacón Ortiz)


Ansiedad

Solía topármela mucho cuando corría de aquí para allá. Ella siempre quería que me sentara a conversar, pero nunca tenía mucho que decir. Una vez me despertó en la madrugada sólo para escuchar su respiración. Pasé mucho tiempo sentado a su lado en algún café hasta que me di cuenta que era adicta a la cafeína, al sonido de su propia voz.


Ansiedad necesita atención: le encanta darle malas noticias a la gente. En las reuniones, callaba siempre a los oradores justo cuando iban a decir algo importante; en las crisis, siempre era la más ruidosa en toda la habitación. Ella, quien es difícil de ignorar, tampoco sabe escuchar. Hasta que no supe apartarme de ella, no comprendí el valor de mi propia voz.


Ahora no comprendo porque solía pasar tanto tiempo con ella. Tal vez me atraía su soledad, o estaba enamorado de su presencia. Recuerdo que siempre tenía hambre, por lo que mordisqueaba cualquier cosa a la que pudiera ponerle las manos encima. Se ha puesto tan gorda, tan extraña, que ahora le da miedo salir, conocer personas nuevas. Suele pasar horas frente al espejo, probándose ropa, pero, sin importar qué se ponga, siempre se siente desnuda delante de otros. Ha olvidado cómo reír.


Últimamente pasa el tiempo en casa, hablando con Desesperación, quién es ciego. Se siente letárgica, pesada; las cortinas cerradas todo el día para que nadie pueda ver qué tan horrible se ha vuelto. Aunque asegura preferir la oscuridad, sé que esconde un par de alas, las cuales ha olvidado cómo usar. En lo profundo del corazón, lo único que ella quiere es volar una vez más, si tan sólo pudiese estar segura de que no volverá a caer.



(Traducción de Luis Chacón Ortiz)


Fracaso

No fue un bebé hermoso. Al nacer, incluso sus padres quedaron decepcionados: ellos querían un niño bello, gordito, como el primogénito, Logro. Pero, al contrario, Fracaso era pequeño, letárgico, de piel grisácea; casi nunca sonreía. Los parientes que llegaban a conocerlo apartaban rápido la mirada; se arrimaban a las esquinas, susurrando, meneando la cabeza de lado a lado.

Fracaso tuvo una niñez solitaria. En la escuela era un buen estudiante: aprendía mucho, tenía mucho que compartir. Siempre preguntaba sobre cosas que no estaban en los libros de texto o intentaba hacer algo que no formaba parte de la lección. Para los maestros, sin embargo, éste era sólo un malcriado. Sus compañeros de clase lo ignoraban. Adquirió fama de ser raro, además de feo, por lo que empezó a andar siempre solo.

Años después, en el trabajo, Fracaso intentó ser más útil.  Se involucraba en cuánta cosa era posible, impulsando nuevos proyectos, probando nuevas ideas que nadie en la compañía había pensado hasta ese momento, pero pronto descubrió que pocos estaban dispuestos a darle una mano. Pronto estuvo exhausto de tanto correr. Cuando las cosas salieron mal, muchos no dudaron en señalarlo, aunque él hubiese sido el primero en descubrir el problema. Perdió el empleo.

Mientras trataba de abrir su propio negocio, conoció a Humildad. Ella trabajaba como profesora en la escuela a la que él una vez había asistido. Ahí, Humildad le ayudaba a los alumnos con necesidades especiales, promoviendo un método no convencional para inspirarlos. El nombre y el expediente académico de Fracaso le habían llamado la atención, por lo que decidió escribirle una hermosa carta en la cual lo invitaba a dar una charla. Él, sorprendido, aceptó inmediatamente. Así, Fracaso pasó muchos meses al lado de Humildad y sus estudiantes. Fue con la ayuda de ella que él encontró una audiencia para las lecciones que había aprendido a través de sus experiencias. Al año, ambos estaban casados.

Esto fue hace unos años, antes de que el negocio despegara. Fue difícil, pero Humildad siempre estuvo a su lado; muchos de aquellos estudiantes se convirtieron en leales admiradores de su trabajo, y así mismo fueron a innovar a otras áreas. En las entrevistas, siempre se aseguraban de mencionar que las lecciones que habían recibido de Fracaso en la juventud habían sido una parte fundamental de su éxito. El rumor es que ahora desean fundar una organización en nombre de Fracaso.

Humildad y Fracaso tuvieron dos hijas, las cuales no se parecen en nada a sus padres, pero que comparten la misma fuerza de espíritu. Muy solicitadas en estos días, ellas son Experiencia y Sabiduría. Pregúntales, y te dirán la historia de tu vida.


(Traducción de Luis Chacón Ortiz)



Pasión

Hace mucho no la vemos. Algunos dicen que ha decidido esconderse, otros que ha estado viviendo en otro país, y aún hay quienes aseguran que está detenida sin posibilidad de juicio, pero nadie sabe qué habrá hecho para que esto ocurriera. Su ausencia ha levanta muchas cejas; provocado muchas preguntas. A Pasión le gustaría eso. En la escuela, cuando la conocimos por primera vez, le encantaba ser quién siempre hacía las preguntas difíciles, las importantes, las que tienen respuesta complicada. Por un tiempo, ella fantaseó con convertirse en defensora pública, sólo para ver si lograba hacer que la gente admitiera tras de qué andaban, y por qué.

Pasión se quedaba con nosotros los fines de semana, durante las vacaciones o cuando teníamos que hacer algo importante. Ella era buena con los proyectos, excelente con las manos, lo bastante creativa para pensar en soluciones inesperadas a problemas complicados, pero nunca podía esperar a que las cosas pasaran. De niños, los adultos solían decirnos que ella tenía pésimos modales, que era impulsiva, o peor, ingenua. Pero ella nunca hizo caso: cada noche despertaba a sus papás al trabajar en el taller que tenía en el sótano, o al pasar la noche en vela en el estudio.

Con todos los años que tengo de conocerla, puedo asegurar que ella es una pésima invitada. No tiene problemas para aparecerse en las horas más inadecuadas, interrumpir lo que estás haciendo y exigirte que la escuchés. Ella es obstinada, no tiene tacto; es implacablemente intransigente incluso con la gente que la tolera. Ella odia ser tratada con condescendencia, lo que podría explicar por qué frecuentemente se mete en problemas.

Hace años, mientras hacía de misionera, Pasión conoció a Propósito, y de inmediato quedó encantada. Una vez comprometida, ella encontró un mejor ritmo de vida y comenzó a trabajar más duro que nunca. Esto fue antes de que la perdiéramos de vista por completo.

La última vez que me la encontré, tenía un rostro fino, ojos profundos, cierto encanto crudo que atraía a algunas personas pero alejaba a otras. Le encantaban los colores fuertes: negro noche, blanco ángel, rojo sangre, azul tormenta. Si te la topás, pedíle que venga; hácele saber cuánto la extrañamos: la sonrisa, la seriedad juguetona, la forma en que solía tomarte de la mano y mostrarte lo que siempre habías querido ver.

(Traducción de Luis Chacón Ortiz)



the bridge

The woman I was going to marry was standing
on a bridge, on one of three bridges,
I can't remember which, but she had a red dress on
that cost a whole week's pay. I knew because
I'd bought it for her and she'd worn it, which meant
we were in love. I gave her the flowers -- they were
carnations -- so I could take her hand and kiss it,
while the sky grumbled above us like her drunk
grouch of a father, who was out of the way, dead,
a victim of cheap gin at forty-five. It was the year of the
Bus Riots, the same day, in fact, a detective's car
was set on fire. He was beyond help by the time
she finished adjusting her lipstick, although we knew
nothing of it. By morning, 946,354 man-days' work
would be lost, along with Father's salary and what pride
he'd scrapped together after the war buried the family
fortune. A plump young mother struggled with an
umbrella over her shopping and twin babies. I knew
it was time. We stepped into shelter, I ordered coffee
and toast over the rising din and shutters slamming,
and without stirring it, downed a gulp for luck. Sweat
got as far as the wrapping but not inside, for which I prayed
in thanks to all the ancestors I could name. She couldn't
hear me the first time, nor the second, so I gave her the
little band of metal, twenty months of savings and a tooth-mark
in a corner to prove it was pure. I see now, students bleeding
and bones being broken mere streets across the city
could not have been real, not with her face a sweet
breath away from me and flushed, and clouding. Something
shifted in her eye. The world was suddenly another climate.
I never found the ring, nor even the mud-smacked box, not
with the news spilt everywhere and her back arching away
into downpour like it'd always belonged there. If there was any way
the rain could have made her more beautiful, I don't know it.



so many ways our fathers mark us
(for kirpal and christopher)

so many ways our fathers mark us

each syllable of bone, phrasing of flesh, but also
the skin we put on, a way of letting our fathers speak
through and for us, with each other
always a hair's breadth away from refusal

and later the heft and weight of language
oar and rudder on the palate, finding our own
stained grammar in the wood-ash of their passing,
heaving the smoking axes on our tongues

as the shadowy wings behind our mothers,
reminders also that memory turns to seed

in beatings and beratings, in carefully counted cane-strokes
which sting on my thigh twenty years after their fading

he may tell you the names of angsana, balsam, cherry blossom
he may teach you the meaning of bereft

you may never become him
though you spend your life running to catch up
already he is in the distance, waving with his arms
(which you think beckon you forward): go elsewhere

each year you reach less to kiss him
there is less fur to tug at, and more snow

each year he takes one more step into the storehouse of images
he takes his place among the harried shopkeepers, the angels
and fallen kings, the sleeping heroes and carpenters

often we mark our fathers down
we put down the book and he is there
eyes on an elsewhere outside of you

only when you nudge the door open on an empty room
do you truly hear him
the dust whispers it; your footsteps form the vowels

every day you relearn his name
as you clear your throat to speak



in transit

between our arrivals and our Departures,
it is a strangely guiltless territory 
- Marne L. Kilates

With my wife in her usual high-altitude slump,
seat-belt fastened, the cabin lights dimmed
and bad comedy on the movie channel, I slip
into what one poet has termed the blameless country
of air travel. I've ploughed through several novels
this way, unperturbed, felt the heart-surge
when a particularly rousing phrase of Beethoven's
coincides with the exact moment of take-off. Sometimes
the peace is so rare I wave off free champagne,
and in Economy the meals are never worth missing
the view for: sunset over the Grand Canyon, or the Pacific
flowing like silk brocade. Now we enter the sphere
of maps, a world abstracted and solid all at once.
As settlements snuggle up to rivers, and paddyfields
play endless checkers on terraced hillsides, there's
space enough for long thoughts, wispy musings.
Do clouds, for instance, discharge their burdens in relief,
or do they, in their secret hearts, dream of the fallen?
And which is the life we regret, what was left behind
or the one to which we hurl at 800 km/h? Only
at such giddy velocities might we savour the wonder
of stasis, how the earth's rotation holds us easily
in place. Just as, if we knew the true evanescence
of a second, it would stop us in our tracks --
with indecision, if not physics. Yes, even in seat 34A,
risking thrombosis, with barely enough room to clap,
there's time to ponder unseen forces, the invisible
lift beneath all our wings, only the first human
century in history with this luxury of boredom.
If the flight were any longer we'd resort to art.
Plot new routes to godhood. No surprise the Pyramids
(just visible beneath cloud-cover on your left)
had tombs built like departure lounges, since
many of us too would opt to go to ground
this way -- with such conducted ease, to the sound
of our preferred music in the company of strangers.
How good to set off so eager, yet unhurried, to arrive
watched for, and welcomed at the gates.



Familiar

“When people I vaguely recognise come up to me at readings and tell they knew me a long, long time ago (with a knowing smile), I do worry. Where? When?”
            – Bernardine Evaristo

I knew you in a past life, maybe more. Kathmandu, Spring 1634. We swam the Yangtze, 903 BC (it wasn’t really called that yet). We climbed a hill that’s now Tibet. We terrorised the Adriatic sea as rival kinds of dinosaur. I was rich and you were poor. Our clans competed in the mammoth trade. I sold the blankets that you made. Your social virus left me lame. We were singing when the Romans came. (I thought I’d heard your song before).
(published in Other Things and Other Poems)


In the End

the things we love give back
our names. One handed me a
plain stone to carve into something
better. Another returned the long
lost user guide to my left brain.
Someone passed a slip of paper,
my inscrutable handwriting
on one side, and on the other
in bright colours, the words
“I Want It All”. Others brought
flowers – irises, daffodils,
the soft unpeeled heart of a rose.
None of the clothes fit any longer.
I put aside the books I’d read,
and hadn’t read, they took flight
as endless stairs, circling
beyond my years. But I loved
most of all the quiet
Sundays, when fingers of rain
would write themselves
on the clear page of my window,
dying to tell me their stories.

(published in City of Rain (Ethos Books, 2003)


Untitled Haiku
想拥有你的我.
翻身看窗外
飘落雪花的我.

the I that wants you
and the I that turns aside
to watch the snow fall

屋顶没阴影
等待你的视线
也可能是秋天

no shade on the roof
waiting for sight of you
it might as well be fall



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