Bruno Serrano Navarro
(Valdivia, Chile 1982). Es hijo de los poetas Bruno Serrano y Heddy Navarro. Y como ellos: Poeta, con sus méritos y abismos propios. Y que ha dado con una escritura interesante, llamativa por esa capitalización poética que logra con un lenguaje pictórico-sexual. Por esa poética visualista en que confluyen los sentidos, sueños, colores e intuiciones, el amor y su ausencia , la calle, lo privado. Un poeta para leer y oír con atención, un poeta joven abriéndose paso con buenas artes.
Escena Cítrica II
Es lo que escuchas
cuando esbozas el borde de tu ojo
el alba está podrida
y los pezones erectos bajo el asfalto.
pero aún así esperas el gemido de luz
y te desnudas en el vigilia
de una plegaria que te enseñe
por qué has de parir
Abres los párpados
un cuerpo se ensaña entre las sábanas
El jadeo te despierta
Hace ya mucho que mi sangre es blanca
y aún así intuyes la arcilla
Abres los párpados
El jadeo te despierta
Te desgarras,
hay un espejo donde no estás
te asecha
y lo imitas para mamar de la luz que te rasguña
donde unen los muslos
hasta bendecirte los labios en la ceniza
de la que los antiguos forjaban piel para humillarnos,
ritmos que aún dibujas en la arena
Abres los párpados
hay un espejo donde no estás
entonces el cuerpo,
que tú no reconoces,
repta entre las sábanas
va a ti
y quieres morder el cielo
Quieres morder
pero el jadeo te despierta
y rápido jalas el pellejo hasta descubrir
cual lóbulo es el tuyo
Te prendes el aro
y en todo cuanto asechas
es el beso como una cicatriz
Te prendes el aro
Luego
es tu forma y la del pez
Xoon (retazos.)
I
Soy el xo on
en mis grietas anida el abismo,
mi sangre se disemina sobre las cuadernas
para llamar a la hija de la ballena
y al suicidio de su noche fetal
Entonces camino por el sueño
hasta penetrar el arco iris
para que se incendien las estrellas
allá, donde yo cierro los ojos
a mis muertos.
III
Mientras el chasquido eléctrico
del osario del Onaisin se pudre
en los tímpanos muertos de los insomnes
y la niebla cala hasta el tufo del matadero/
a la intemperie de los neones
los viejos suicidas lamen el último sorbo de la cacería,
mientras se recuerdan empotrados contra una sábana vacía,
y la caña ya les chorrea la comisura
Sólo un sorbo más
IV
Los viejos suicidas te intuyen
en el gemido de los goznes
luego tus párpados te queman
y el piercing no deja entreabrir las puertas.
V
Todas llevamos el olor del matadero bajo la piel
y así castigamos;
porque ya no dibujamos signos innombrados en la arena
ni recordamos otra voz que no sea la nuestra
cuando ofrendamos el cuerpo contra los fierros.
IX
Ya nadie puede tocarte
solo queda emboscarse en lostejados
y aguardar la percusión
de las maquinas al alba
donde amainaban
las plumastras las que los vigías
escondían sus latidos
para que el viento no les volara
los (rumores) de la boca.
X
Al crepúsculo los velámenes
regresaban a fundirse con la herida del sol,
las mascaras bullían porque poseían los rostros
y volvían a crear el mundo
que otros llamaron espejo.
XII
Pero aún así intuyes a Aikainik
Las sombras de los mascarones muertos
rumiando en las azoteas
y luego las hordas erectas por el beso,
tu mejilla a ras del nombre que antes fue saliva
los fieles reescribiendo las plegarias para otro dios
y el mismo secreto.
De Señuelo de luz
VI
Cada embestida habría de parirme
y yo, henchida de enjambres,
era sólo otra huella de semen en la arena,
la cicatriz que se humedece entre los gajos.
De Los Muchachos de Cítrico
II
Adentro todos ocupamos un mismo cuerpo
y así reptamos tras el párpado de agua
por que queremos hendir el cielo
o al menos recordar si es un espejismo
hirviendo entre dos copas
III
Te cierro los ojos
Te cierro los ojos
y la saliva se siente negra
como la luz de los senos
henchidos por la cría.
De Libro de la Traición
Libro del veneno.
Se ensaya una caligrafía, una y otra vez hasta que el gesto percibe
la fisura en la gota de agua o la entrega de los náufragos cuando alucinan con el fuego mordiéndoles las lúnulas
Libro de la traición.
Péndulo, cifra, oído, parpado menguante. Silencio. No piel de la que vengarnos sólo venenos, puntos vélicos que colapsan por la vela henchida como un pecho y el gajo goteando las esquirlas.
Mi otra grafía enmascara el anverso,
la pupila no eclosiona sino que aguarda,
aguarda y luego se extingue.
Cósete mis labios.
Libro del gemido.
Taño la cuerda y el vientre palpita.
Miro más adentro del ombligo y la pradera se extiende.
Todo es amarillo.
Las parteras aúllan en la azotea.
Libro amarillo.
Y no reptamos,
ni tendemos el oído a tierra.
Oscilan las volutas del humo y yo
escribo el peor de tus nombres en el cigarro.
Una plegaria por cada bocanada.
Libro de la despedida
¿a quien perteneció el cabello que desato de mi escroto?
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