Tom Van de Voorde
Ghent, Bélgica, 1974. Poeta, ensayista, traductor y gestor cultural flamenco. En 2008, publicó su primer libro de poesía, una colección de “paisajes contemporáneos” titulada Vliesgevels filter, que fue nominada para el premio C. Buddingh. En 2013, publicó Liefde en aarde, su segunda colección de poemas, instantáneas de asuntos políticos y económicos, nominada para el premio Herman De Coninck. Sus obras han sido traducidas a siete idiomas, y le han valido invitaciones a numerosos festivales de poesía en Europa. Ha traducido al neerlandés la poesía de Wallace Stevens y Michael Palmer. Hasta 2010 fue el editor belga de Lyrikline.org y Poetry International Web. Está a cargo de la programación literaria en el Centro de Bellas Artes Bozar de Bruselas.
Con traducción del inglés de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez, presentamos una muestra de la poesía de este autor flamenco, quien está a cargo de la programación literaria en el Centro de Bellas Artes Bozar de Bruselas.
Vragen aan Shiva
hoe zinvol het is een vat
vol zeewier en golfslag te vangen,
gesluierd met sterren in
agrarische vlakte te rollen.
Breng me een gehavende fontein,
een touw aan een handvol paarden,
de zon op een veld vol tegels
in goudkleurig zand gelegd. Welke
richting geeft de olie aan een vaas
eer een bloem haar kleur
verzint, een dam zijn vrijheid wint.
Al die oplichtende vrienden, schuilend
tussen zo veel netten. Tel ze en bereken.
Vraag of ze zelf haar naam mocht kiezen,
wat het dan was: een paar uitgesneden stenen,
een dak, geschaard tegen vergissingen,
als rijzende vlakte, geografisch naïef.
Misschien was het wel genoeg, Ahmadi,
de geschiedenis van je land te borduren
met edelmetalen, necrologieën
als schelpen naast elkaar te leggen,
er ledematen bij te verzinnen.
Pregunto a Shiva
para qué sirve a la tierra un barril
inundado de algas y oleaje
que da vueltas por los llanos agrícolas
envuelto en estrellas neblinosas.
Dame una golpeada fuente
una atadura con un puñado de caballos,
el sol sobre un campo de azulejos
que se recuesta en la arena dorada. Cómo
el aceite da entrada al vaso,
antes de que una flor invente
su color, antes de que una presa logre su libertad.
Todos aquellos amigos, iluminados, que dan refugio
en muchas redes. Cuéntalos y calcula.
Pregúntale a ella si escogió su nombre,
qué era: unas pocas piedras labradas,
un techo apuntalado contra la confusión,
un llano al alza geográficamente ingenuo.
Quizás esto fuera suficiente, Ahmadi,
para bordar la historia de tu tierra
con metales preciosos, necrologías
recostadas mejilla contra carrillo, como conchas
que inventan más extremidades.
*
La mujer cartero me pregunta qué
significa reino en hebreo
cuando yo comienzo a recapitularle
los pros y los contras de la servidumbre
ella monta su bicicleta cuesta abajo
bramando las últimas palabras de Adriano
esas que le faltan a la Británica
en nuestro próximo encuentro
ella señala un montón de piedras
que hace mucho espera una torre.
*
Desayuno con Bertolt Brecht bajo un tilo.
Mi plato amarillo resplandece, el suyo es un brillo anaranjado.
El huevo frito estalla entre los dos,
ya no pide que le presten atención a gritos:
gracias al sol, gracias a los cielos.
“Mein Lieber Freund”, comenta con indiferencia,
“¿crees en la Europa del Este?”
Las copas de los árboles son una cuerda floja, cada tronco
un filtro de té colmado. Cuando nos despedimos
me regala una receta para un coctel
pasado de moda hace rato y me pide que nunca
más vuelva a martillar la verdad. “Danke schön”, le respondo,
por dejarme levantarlo por los brazos, ab und zu.
Hacerme quererte
al hacer la señal de la cruz
con un zapato
por encima de una calavera
o sobre la espalda de alguien
pintarla
con pintura hecha en casa
perfumada de ácido carmín,
cuando te friegan
o te amenazan con música.
Ah piojo ingenuo,
no te pongas la armadura.
Déjame pintar esas líneas
de color sangre, explicar
minuciosamente cómo
suena un sustantivo como “policía”
en una lengua muerta.
Cosmético
Cuando traté de adornar tu cuello
hallé un ganso a su alrededor. Cabizbajo.
Su cuello largo enganchado al tuyo,
tu pecho un abanico de plumas.
Dónde queda la gravedad de todo
esto, pensé, sin
saber que de hecho estuvieras atada
al piso, o que acogieras el pensamiento
de que el arte de volar es un momento
que se domina de costado.
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