JUAN CARLOS MOYA
(Cotopaxi, Ecuador 1974).
Escritor y periodista. Premio Nacional de Periodismo Jorge Mantilla Ortega, por el conjunto de crónicas: «El oficio de vivir». Autor de la novela Caballos en la niebla.
La Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano —fundada por Gabriel García Márquez— le hizo merecedor de una beca de estudios con Ryszard Kapuscinski, en Buenos Aires.
Ha trabajado en prensa, radio y televisión. Ha dirigido varias revistas, se ha desempeñado como asesor editorial, ha dictado seminarios de apreciación cinematográfica y literaria.
Desde 1995, sus artículos y estudios relacionados con arte, cultura y comunicación han aparecido en periódicos, revistas y editoriales del país y del extranjero.
SOBRE LA LLUVIA CAE LA CIUDAD
1
San Francisco de Quito.
Temperatura: siete grados centígrados.
Mañana con posibles lluvias dispersas.
Café.
La ventana gris.
La ciudad gris.
Después, un cigarrillo.
En el jardín de la casa el silencio cultiva las flores más bellas.
Un perro echa a trotar bajo la llovizna. Y yo me aventuro detrás de él.
Juntos, olfateando las calles mojadas, ladramos perdidos.
Sin la convicción de morir aquí, busco la salida.
Entonces, el viento y yo cambiamos de dirección.
Hacia el sur, siempre el sur.
2
La vida es lo que hacemos todos los días.
Lo mismo. Esa rutina. Lo que hacemos hasta que llega la noche.
No es lo que soñamos.
No es lo que queremos ser.
La vida es lo poco que hacemos, es lo que ya hicimos ayer, aunque mañana sigamos soñando hacer otra cosa.
3
Hay en cada beso tuyo una pequeña imperfección que se borra con el licor.
En el parque me das tus pies para calentarlos con mis manos.
Hemos rodado la noche como lobos de fiesta.
Rodeados de árboles nos acogemos al tiempo que se extiende y nos separa.
Querida, hemos coleccionado –sin saberlo– solo barcos hundidos.
Anoche, el río Machángara volvió a crecer.
Hoy –lejos de la tormenta– observamos juntos la caligrafía de un pájaro en el cielo.
Me pides huir a la ciudad vieja.
Hacer el amor pensando que otras mujeres hacen también el amor.
Tomar helados y mirar las iglesias.
De pronto ríes e inventas que eres mía.
La noche, sin remedio, te envuelve con su gas natural.
Encuentro más licor y bebes.
Sobre la lluvia cae la ciudad.
De lejos viene cantando la plaza y somos expulsados al nuevo día.
Ya sé que no volveremos a vernos.
Aquí me despido y permanezco —obligado por alguna vocación antigua de mi cuerpo— deseándote como ya te habrán deseado otros hombres, mucho tiempo atrás.
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