sábado, 7 de enero de 2017

VIOLETA SERRANO [19.820]


VIOLETA SERRANO

Violeta Serrano García (León [España], 1988) es co-directora del posgrado internacional Escrituras: creatividad humana y comunicación de FLACSO-Argentina que se realiza en cooperación entre México, Barcelona y Buenos Aires.

Es licenciada en Filología Hispánica y Filología Francesa por la Universidad Autónoma de Barcelona, con el reconocimiento de Premio Extraordinario en ambas titulaciones. Asimismo, continuó sus estudios de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (también reconocidos con el Premio Extraordinario de Titulación), completándolos con una estancia en la Universidad Torcuato di Tella de Buenos Aires gracias a dos becas: una concedida por su universidad de origen y otra por la Generalitat de Catalunya, ambas en función del mérito académico. En Argentina completó sus estudios con dos programas ejecutivos de la Universidad Austral: Nuevos modelos de negocio digitales y Marketing digital.

Ha trabajado para la Real Academia Española de la Lengua (RAE) en la formación del diccionario CORPES XXI, como colaboradora en el Departamento de Filología Francesa y Románica de la UAB investigando acerca de la adaptación fílmica de textos literarios franceses de los siglos XIX y XX, en el Departamento de Filología Hispánica para el grupo GEXEL y como profesora de Lengua y Literatura española en Francia. Tras haber cursado un Máster en Creación Literaria en la Universitat Pompeu Fabra [IDEC] de Barcelona al tiempo que trabajaba en su primera novela, se instaló en la Ciudad de Buenos Aires, en la que reside desde 2013.

Es creadora y directora de Continuidad De Los Libros, esta revista cultural digital por la que han pasado autores internacionales como Leonardo Padura, Enrique Vila-Matas, Osvaldo Bayer, Elvira Lindo, Alejandro Zambra, Andrés Neuman, Fabián Casas, Leila Guerriero, Martín Caparrós y Rodrigo Fresán, entre otros. En 2016 la publicación fue declarada de interés cultural por el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires a través de la Ley de Mecenazgo.

Es colaboradora regular de ‘Radar’, del diario ‘Página12’. Ha escrito también en varios suplementos culturales entre los que destacan:  ‘Adn-Cultura’ e ‘Ideas’ de La Nación, ‘Revista Ñ’, de ‘Clarín’, ‘Cultura’, de ‘Perfil’; y ‘Tiempo Argentino’. Asimismo ha publicado textos en revistas culturales como La Agenda Buenos Aires, ‘La Balandra’ (Argentina) y ‘Revista de Letras’ (España).

Como periodista, destacan sus entrevistas y perfiles realizados a autores y personalidades de la cultura como Enrique Vila-Matas, Antonio Gamoneda, Sara Facio, Rafael Chirbes, Jesús Lizano, Eduardo Lago, Gilles Lipovetsky o Ken Loach.

Como autora, ha publicado Camino de ida (Modesto Rimba, 2016). Junto con la poeta y dramaturga Macarena Trigo creó un espectáculo homónimo que trabaja sobre los conceptos de desarraigo y migración entre Argentina y España.


Conoces el absorbente resquicio de luz de la rendija de tu vientre
conoces,
al menos has visto,
la desvirgada impasibilidad de los transeúntes de las grandes ciudades.

Restallan a la luz inane del mediodía los muertos que no viste
las calcinadas esquinas de los barrotes de las cárceles,
el tibio goteo de algodón quebrado
como ruina de estrépito y calor de hoguera extinta.

Te trepo a pasos lujosos y oscilantes
como una rueda de viento en el lamido inhóspito de la última duda.

Te redimo del angosto vacío de los peces destripados
los de los ojos blancuzcos que reposan en el mayoral.

Recuérdame cuando esté contigo
como la que fui antes de entregarme.
Recuérdame cuando te bese
como la desprendida caminante anterior a la huella de tus zapatos.

noviembre 2012. Barcelona.




Dúo del descubrimiento

Yo escuché el canto de los grillos que devoraban tu pecho
me dormí en el desamparo innoble de vinagre de tu sangre.
Tú viste el quebranto del aullido de un lobo que se amilanaba
en el precipicio de mi vientre.
Descorchaste el invertebrado alambre del canto
y yo recorrí las calles indecibles de tus pasos
y me arrullé en los brazos de tu desdicha.
Tú sólo lo hiciste para extasiarte, para desvirgar mi inocencia de fantasmas.
Qué impúdica insolencia la tuya
desnudarme para cegarte con mis pechos,
con la blancura insana de mi vientre.
Pero había un lobo que corría, tú lo viste,
-yo también lo vi-
y no pudimos alcanzarlo.
Y, así y todo, te empeñaste en perseguirlo
te cubriste de lodo para emular su blancura
te dormiste en las alcantarillas del desánimo
para despertar después
más limpio
más cejado
más ingrato.
Sólo quería tropezar con la sal que construiste
con la sal que almidonaba las juntas de tus huesos.
Quise restituir tu pesadez de hiedra seca
la savia aletargada en el desdén de tus pupilas.
Y hubo llantos,
hubo incesantes y trémulas desazones de llantos,
nos oímos las patadas en el seno de un estómago
que en el fondo estaba yermo…
Y tú no lo quisiste ver,
quisiste retorcerme de reproches,
robarme esa calma confortable del no bruit.
Viniste a joderme el cuartito de no espacio.
Viniste a resabiarme,
a entorpecerme el camino de la ignorancia.
Lo hice porque lo había visto
porque había encontrado el cruce
la perpendicular exacta que derriba la frontera
el punto incólume donde se desprecian las desgracias.
Estuve allí y sólo quería acercarte
revivirte el instante del no tiempo
del no aquí, del no ahora y del
todo
aquí y ahora.
Y te hice daño.
Y ahora lloras sobre un crucero de hormigas rojas
te deshaces en pestañas pútridas e infames
castañean tus dientes de vivificada temeridad
y me miras iracunda
porque ya no puedes ir atrás
porque ya has visto algo más alto que la última vértebra de tu espalda
porque el resto del ser es innoble.
Para siempre.
Me has rajado el estrépito de tambores que dormitaban en mis hombros
me has rebautizado con un nombre que no era mío
me has atildado de besos tempranos un anochecer eterno
y me has fustigado el planteamiento de todo tiempo.
Me has comido la garganta con enjambres de abejas
me has roído el rostro con un verbo tan bello que mata.
Y ya no hay fuga posible
no hay rechazo,
es imposible rechazar la blancura de ese desgajado alboroto de tambores insolentes
de ese divergente punto de armonía de contrarios
porque te has fugado con ellos
me has lisiado la mirada
me has lamido el sexo con tu impertérrita dulzura
y me has dejado a merced de una luz
que ensordece a la quimera de mis pasos.
El lobo está aquí,
pero lo guardan bajo llave…


*


Cortar el resquicio de la ventana
para deshacer otoños enclaustrados
salir de la membrana de un segundo
para cortar el estertor del desencanto.

Redimirme, tal vez, de mí misma
reconocerme de una vez inmensa en la caída
y retroceder a golpes
para retomar el canto
y escupiros el desprecio ambiguo del quebranto.

Tal vez, resquebrajar el tiempo
no esperar que venga algo
rescindir la propuesta de la inocencia
firmando ante la vida un no sé cuándo.





Camino de ida (Modesto Rimba, 2016)


"A diez minutos de mi casa
bebía tinta de impresoras
se cagaba en el Dios de esos benditos
marmotones que incendian 
las iglesias de vinachos los domingos". 



Son los primeros versos de Camino de ida, el primer libro de poemas de la escritora maragata Violeta Serrano. Están dedicados a Leopoldo María Panero, ese poeta poliédrico y tan herido por la belleza (o la absoluta falta de la misma) como por la enfermedad mental y las cargas de una infancia a la sombra de su padre, el poeta del mismo nombre, pero situado en las antípodas ideológicas y vitales del autor de Por el camino de Swan y Estantigua, por citar sus libros primero y último.

Publicado por la editorial Modesto Rimba, de Buenos Aires, esos versos inician el debut de Serrano, que no se ha producido de un día para otro, sino después de muchos textos publicados a salto de mata y tras un periodo de búsqueda de una oportunidad de edición que le ha brindado Argentina, país en el que lleva residiendo varios años, tras la huida del cierre de puertas injusto que la crisis ha traído a nuestro país.

«El libro tiene como base temática el desarraigo», explica Serrano, «algo que en estos tiempos que vivimos parece cada vez más común. Sólo el año pasado se instalaron en Argentina más de 16.000 españoles, parece que hay una nueva ola».



Escribir es enfrentarse
Con el payaso que te mira
desde el otro lado del espejo.
Conseguirlo es cambiarle el sitio,
Carcajearse de la vida
Que pasa indolente ante el espejo.


*


AQUÍ las mujeres enhebran sus patas
con hilos de agujas en las que no creen.
Aquí los hombres no disimulan su hambre
de conchas desnudas y pechos
de esquejes y algas.
No disimula nadie aquí
el impulso sexual del ciudadano.
Han dado por hecho,
Han dado por sentado,
que el piropo es cultura
de caña y de ley.
Esta ciudad es un estambre de deseo
la verborrea está instaurada
en las copas de los árboles
a los que se encaraman los voyeurs
en busca de alimento.
Esta ciudad merece una mujer
subida a un camión
una mujer peluda y zafia
que diga, che,
andate a la concha de tu hermana
y fijate que ella también es mujer.



*


Madre, vos,
podés o no creerme.
Madre, vos,
cuando yo no te decía vos,
¿recordás, entonces?
cuando nada sabíamos
del continente, del nuevo,
del peso que tendría la Tierra
desvencijada,
la Tierra, madre,
que vos sabés,
ahora parece ser también la mía.
Antes de toda esa rabia
antes incluso, de hacernos daño,
madre,
yo recuerdo,
nítido, como una hoja seca
esculpida en años,
recuerdo cómo vos
sin comprender palmo a palmo,
me sujetás la frente,
el pecho, el llanto.
Consolás una lágrima,
tras otra,
como cascada de versos,
auspiciados en claustros,
porque a mí me temblaba
la vena izquierda
y la diestra
y la otra, y la nueva, y la extraña,
y todo porque había visto
en una pantalla,
a la distancia,
gente,
sencilla, sonriente,
gente, ya ves,
sin nada.


Antonio Gamoneda y Violeta en la presentación en Astorga



LA ESCRITURA ES EL VIAJE

Por Macarena Trigo


No sabemos cuándo comienzan a escribirse los libros que tenemos entre manos. Ni los ajenos ni los propios. No sabemos cuándo la vida adquiere consistencia y textura literaria, en qué momento la anécdota, el paisaje, el recuerdo de una noche o el despegue de un avión cristalizan en la materia prima que nos permite (re)crear algo nuevo, distinto, propio, algo que hasta entonces no estaba ahí y que quizá, ahora, permanezca para siempre. El arte construye el mundo, no lo imita. Si aceptamos eso, sabremos, por ejemplo, que nada es más ficcional que la delimitación de los mapas mentirosos y la fundación mitológica de todas sus ciudades.

No sabemos cuánto de la vida de un autor destila en sus versos, cuánta sangre de su sangre hay en la tinta, nadie precisa el porcentaje porque importa poco. Quien escribe desdice y deshace su existencia buscando ser tan otro como pueda, remueve en su argamasa ejerciendo una arqueología de sombras y gestos tan familiares como olvidados. Quien escribe, Violeta Serrano, lo advierte en los versos de saludo de Camino de ida, se enfrenta “con el payaso que te mira desde el otro lado del espejo”. El espejo bien puede estar al otro lado del mundo. Del mundo conocido, se entiende, del que nos vio nacer. En el caso de Serrano, el espejo saluda desde hace varios años en Buenos Aires y su reflejo no es certero ni perpetuo, es un reflejo inquieto que no deja de alterarse a medida que el tiempo pasa y la mirada, ojo de poeta entrenada, se afianza en la conquista del nuevo territorio. Una batalla interna, un ser en transición que no deja de mirar hacia atrás para entender el instante que habita.

Camino de ida late en un pasado ibérico, castellano. Un pasado que trasciende la juventud de su autora y que elige a Leopoldo María Panero como referente de su primera fuga. Así estructura Serrano su obra, en tres fugas. Las primera dedicada a Panero, la segunda a Juan Gelman. Ambas se extienden como un certificado de sus muertes. Serrano los homenajea dedicándoles poemas donde los trae de vuelta, hablándoles como solo se habla con los muertos que nos pertenecen, los que elegimos amar. Panero y Gelman mueren y su fuga de este mundo precipita certezas dolorosas. La continuidad de la existencia en una soledad que ahora es más grande.

La tercera fuga dispone el contrapunto necesario. No se dedica a una ausencia, se ancla con una observación, una propuesta: “Adaptarse a un nuevo índice de mortalidad”. La muerte ya no es cita, herida u homenaje, es estadística. El cierre del poemario, su tercer movimiento, trata de asimilar lo indigerible. Un paisaje urbano donde la infancia es juventud diezmada de antemano:

“A la gran ciudad le falta piedad / para resistir a la desazón / de las quimeras”.

Cada fuga, así como la apertura y el cierre del libro, están ilustrados por Lute S. Quintana con recortes de paisaje abocetados que funcionan como ventanas efímeras perpetuadas en la impresión. La tercera fuga, la definitiva, la mortal, ironiza con un paquete arrugado de Ducados donde aún se lee “España” y la cansina advertencia “fumar mata”.

La autora dialoga con el pasado oscuro de sus patrias: “fusilar es más sencillo / que desaparecer a un chico”. Constata una evidencia brutal para que nos interroguemos sobre la realidad política y social que nos atañe.

La guerra civil española, sus repercusiones aún obviadas, están presentes en la primera parte del libro.  “Se oyen voces que te recuerdan el tiempo que pasaste en el reclinatorio de aquella iglesia. Se escuchan risas ingenuas que no saben de raciones de patatas podridas pero tú si recuerdas aquello”. La voz de Serrano interpela a los testigos y a los herederos.

“Describimos / el error como culpa ajena / y queremos pretender / la perfección en retinas / extendidas, / en aguas de estrépitos, / en márgenes de escamas. / Pero no cabe tanta estúpida insolencia en la piel de las mariposas. / No somos águilas / honestas, / esperando el momento cumbre / para matar”.

En esa fuga primera hacia el pasado Serrano cifra su conciencia poética, su deuda pendiente, su crédito:

“No sé si sabes / aunque yo creo que sí / que si me lees / debes de saber / que una se escribe / de las voces que oye / de las que no escucha / de las que desearía oír”.

Camino de ida cumple lo que su título anuncia, un viaje, un recorrido por un itinerario emocional donde el pasado, tan propio como histórico, es vital e inevitable y donde el paisaje no es la excusa, sino recuerdo:

“Y saluda al día / como si nada pasase / como si no echase en falta / el agua, los pinos, la brisa: / su aire”.

La lectura avanza no solo en tiempo, también en distancia. La distancia del mapa mentiroso precipita el vacío de los cuerpos y la desmemoria en una Buenos Aires extranjera:

“Cuando llegué aquí no había nombres / me vi en la obligación de nombrarlo todo / de componer un estado de las cosas / un inventario de la causalidad del escenario”.

La poeta se sabe tan precaria en su conquista del nuevo mundo, como alguna vez lo fueran los primeros españoles que llegaron a estas tierras. Aquellos para quienes América  fue el mismísimo Paraíso descrito en las Sagradas Escrituras y que levantaron un imperio a cristazos, como decía Unamuno, y a metáforas.

Sin embargo, siglos de civilización no fueron en vano, dejaron espantosas cicatrices y Serrano enfrenta otro indómito paisaje que cauteriza con la precisión de quien paladeó a los clásicos argentos y entonó el tango inevitable que acosa a los turistas y nutre el imaginario y el (in)consciente colectivo.

“Me tiraron a la calle / me dejaron a mi suerte / y vi el rostro del hacendado / indemne al desquiciado lobo / que le acechaba insolente / entre Córdoba y Maipú”. (…) “Y el río sigue lleno de mierda / y Rivadavia sigue separando / el mínimo norte del enorme gran sur. / El riachuelo ya no, / ya no acapara cuchillos / Borges se desdobla a sí mismo / en Kodama ofreciendo tiros / a todo el que ose plagiar a su autor”.

Violeta Serrano decidió que la presentación de su libro en Buenos Aires fuera algo más que una lectura de poemas y me atrevo a decir que esa decisión la tomó su nueva y reluciente piel porteña. Consciente de que en la ciudad de la furia se presentan libros y hay ciclos de lectura todas las semanas, buscó la forma de darle una impronta personal. Un libro no es solo el montoncito de papel que descansa en la estantería, es la suma de todo lo que le sucede, lo que se dice o escribe sobre él y lo que se le hace. Tuve la suerte de que la autora me eligiera para darle forma a esa primera lectura pública y durante varios meses trabajamos sobre la selección de textos para elaborar una partitura nueva. Sus poemas se vieron acompañados por testimonios de viajeros que conocieron la Buenos Aires de principios del siglo XX y algunos textos míos sobre el ecosistema ficcional porteño. El resultado fue un recital donde nos dimos el lujo de rescatar joyas como la canción sefardí “Abridme galanica” y el popular romance “La molinera y el corregidor” reivindicando ese imaginario lejano del que venimos. A ese exotismo antiguo se le sumaron inevitables tangos interpretados para la ocasión por Federico Justo. La presentación fue el dos de julio y a mediados de agosto el montaje participó en el III Festival de Espacio Enjambre – Hacia un afuera de la escritura-, que este año precisamente cuestionaba la conexión con los otros en el proceso creativo.

Abordar un libro ajeno como propio, memorizarlo, inventarle un nuevo orden y conectarlo con otros materiales es un ideal de lectura que, por supuesto, rara vez sucede. Atravesar esa experiencia en compañía de su autora y valorizar la lectura en voz alta como una interpretación y no un mero recitado, categoriza como prodigio. Es desde esa intimidad que me permito afirmar que Camino de ida es mucho más que la experiencia de transformación de una voz. No es solo una prueba del sedimento porteño que queda en toda lengua después de cierto tiempo respirando el voseo y los modismos argentos. Su lectura ofrece un testimonio de lo que implica el exilio voluntario (¿?) en nuestros días. Un violento cambio de paisaje que obliga a crecer de golpe y a depositar el horizonte de expectativas un poco más lejos todavía. Si las ciudades son ese infinito conglomerado de causas y azares que lo habitan, si se ubican en nuestro imaginario sin necesidad de haberlas visitado nunca, sin duda, este poemario viene a sumarse a la gran tradición de los que tratan de explorar y retratar una Buenos Aires siempre en fuga. Pero también, por supuesto, es una continuidad de ese pasado que aún está por descubrirse: el de España.






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