Denise Vargas
Nació en Tegucigalpa, Honduras.
Denise Vargas es poeta, gestora cultural y consultora independiente.
Estudió literatura, lenguas romances y psicología en la universidad de Dartmouth, al norte de Estados Unidos, y posteriormente obtuvo un MBA con énfasis en Finanzas. Su libro de poesía, Martes como toda vida, fue publicado en Costa Rica en agosto de 2016 por Ediciones Perro Azul. Denise pertenece al taller de poesía Alicanto. En el ámbito laboral, Denise fundó recientemente la empresa Impact Strategy, cuya misión es aplicar su experiencia corporativa de más de 15 años en puestos ejecutivos con el fin de apoyar el desarrollo de la región mediante consultorías y talleres de estrategia, desarrollo de marca, crecimiento personal y liderazgo basado en fortalezas. Impact Strategy dedicará un porcentaje de sus utilidades para apoyar proyectos culturales y sociales específicos en Honduras. Adicionalmente, Denise es miembro de la Junta Directiva de la empresa Sanitas desde el 2008. Aparte de su experiencia en la empresa privada, Denise fue Consejero de la Misión de Honduras ante las Naciones Unidas, donde se especializó en temas de desarrollo social, sobre los cuales se pronunció frente a la Asamblea General y el Consejo de Seguridad. Denise habla español, inglés, francés y tiene dominio básico del italiano. Es fellow del Central American Leadership Initiative y miembro del Aspen Global Leadership Network. Actualmente reside en Tegucigalpa, Honduras.
Martes como toda la vida
(Ediciones Perro Azul, 2016)
Clases de natación
A los nueve años descubrí cuánto pesa un cuerpo
en el fondo de una piscina.
Hasta entonces, solo conocía la ligereza de flotar,
cruzar de punta a punta la vida en una alberca. Las
horas fluían, abriéndose bajo cada brazada. En ese
húmedo trance de quietud, todo parecía liviano.
Solo mi padre sospechaba de ese hondo santuario
en que me sumergía, y sus ojos vigilaban mi ritual.
Esa tarde, algo rompió la nitidez del fondo. Un
cabello largo subía como humo buscando la
superficie. Dos brazos agitaban el agua sin alcanzar el
vuelo. Me acerqué, sus manos se aferraron a mi cuello,
y en un violento nudo de codos y burbujas nos fuimos
alejando sin luz. Supe en ese instante cuánto pesa
la vida en el fondo de una alberca: es llevar la muerte
colgada del cuello como un ancla; pesa más aún que la
mano que cierra unos párpados por última vez.
Esa tarde nos salvaron las señales de humo y los
ojos de mi padre. Pero nada nos libro de morir a la
niñez, y nacer prematuramente, en esa placenta de
cloro, al dulce agobio de saberse mortal.
Mi último vecindario
Los libros serán mi último vecindario.
Abundará el silencio, y la tarde llegará despacio a esa
última luz a la que pertenezco. Me perderé en los ritos
que habremos tejido con los años: moler lentamente
los granos de café, regar las plantas o repetir sus nombres
en una letanía. Abrir las puertas de la terraza a las cinco
de la tarde para compartir un verso de Montejo. Cuando
llueva, cruzaré la plaza central, me sentaré en una banca
con un libro, y escucharé de pronto un campanario de palabras
surgir de algún poema.
Los libros serán mi último vecindario; que nadie tome
mi silencio por soledad.
En el supermercado
Este martes como toda la vida
terminé de llenar mi carreta
con las pequeñeces del supermercado.
Al salir,
aquel niño que vendía fresas en la acera
se había convertido en hombre.
Lo vi de pronto,
en el mismo lugar,
con la cesta de fresas aplastando su infancia.
Bajo techo, entre cuatro paredes
las lámparas dan siempre la misma sombra,
y la vida pasa
mientras empujamos las décadas
con la carreta del supermercado.
Yo siento a junio tibio en mis hombros…
Yo sé por qué la ola se
desprende del mar y qué busca en la arena.
No hace falta preguntarle
qué siente al diluirse en su rugido azul.
Yo sé por qué se rompe la ola:
sueña con planicies,
con los siglos que caben en cada grano de arena.
Quiere ser lluvia,
caer sobre la copa de un árbol,
deslizarse por sus venas y pertenecer a una raíz.
Con el tiempo convertirse en río
y regresar al mar con las historias de las piedras que la habrán salvado
de esa lenta eternidad de sal.
Mi abuela tiene mi edad en esta fotografía. Ella sonríe, pero yo conozco su historia.
Llegará prematuro el otoño y desnudará sus horas. El frío adormecerá sus ramas heridas
y no volverán a nacer las acacias.
Yo siento a junio tibio en mis hombros, pero al verla me pregunto:
¿qué laberinto de hojas secas me espera?
¿Qué manos sostendrán algún día mi retrato y recordarán el futuro que no he vivido aún?
Primeros hechizos
Suele ser gris el bullicio de Nueva York, y más en enero a las cinco de la tarde cuando cruzamos en bus estas calles
y sólo tu abrigo y tus botines rojos
me aseguran que tengo algún lugar adonde ir.
Tú no te separas de la ventana.
A tus dos años, la ciudad cuelga de tu dedo índice, atrapas todo lo que miras: las hojas y un balón
se detienen porque así lo dispone tu mano y nada de este hambriento gris
logra desteñir tu asombro.
Denise Vargas
Del poeta José Luis Quesada:
Para algunos, entre los que me incluyo, la poesía de Denise Vargas es toda una revelación, una voz largamente esperada. Su caso nos recuerda el de Nelson Merren, uno de nuestros grandes poetas, por la forma definitiva en que este libro la introduce en el ámbito de la poesía contemporánea hondureña, la cual dicho sea de paso, ha merecido en los últimos años reconocimiento internacional.
La importancia de sus poemas no reside solo en lo trascendente de los temas, sino en un lenguaje eficaz, que se inclina entre lo íntimo y lo coloquial, lo cotidiano y lo intemporal, y en un estilo que casi siempre se resuelve en brillantes metáforas e imágenes de mucha solvencia plástica, de fuerte trazo, como en estos versos. El tranvía corre sobre rieles/que surcan el campo/como largas cicatrices. O bien: Mi vida es un regresar a este adoquín/encorvado ya/con la hierba entre sus vertebras. Pero también es capaz de impresionarnos con pinceladas tenues, sutiles. Leamos: La gota cae como un verso/ y cuando un verso cae, /tropiezo con sus hilos invisibles.
Muchos de sus textos traslucen el inconfortable sentimiento de que algo importante se escurrió por una fisura en el tiempo; cierta esencia que anhelamos identificar y recobrar por medio de la poesía, a fin de revisitar los paraísos perdidos que todos llevamos dentro. La narrativa del poema Biografía de la ola, parece dar cuenta, al menos en parte de lo que estamos diciendo. Cuando el poeta se pregunta lo que “quiere la ola que se desprende del mar” y se responde: “Convertirse en río y regresar al mar con la historia de las piedras”. Creo que uno de los ejes de este poemario se encuentra aquí, o mejor dicho en la indagación del origen, la conciencia del recorrido y el necesario recuento; se dijera que la autora quiere llenar de nuevo los cauces secos con el agua primordial de la fuente lejana.
La inconsútil trama de la niñez se extiende a través de poemas fundamentales. Después de la infancia no acontece nada digno de la memoria, sino el viaje por el viaje, el vértigo y el tiempo, el escozor interno que nos recuerda nuestras carencias y falta de plenitud, más allá de lo que por ahora somos. La infancia, que no tiene espacio ni tiempo como la eternidad es motivo de incesante nostalgia. Y sin embargo, hay espacio en estas páginas para la rebeldía, la irreverencia no gratuita, la reflexión inteligente, el gozo genuino y el amor. En este sentido nos maravilla las habilidades de la creadora para expresar una serie de cosas, profundas verdades, que los demás por lo general no son capaces de transmitir. Estamos seguros de que este único libro bastaría para inscribir con letra imborrable el nombre de Denise Vargas en el contexto de la lírica nacional. Pero esperamos más de ella, mucho más.
José Luis Quesada
Tegucigalpa M. D. C., julio de 2016
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