ANALÍA PAGURA
Nació cuando el año 77 moría… un 29 de Diciembre.
Durante los festejos de ese fin de año, su hermano mayor le mordió el dedo meñique de su mano izquierda de 9 meses y dos días… allí se escuchó su primer grito desconsolado.
Desde entonces sus progenitores no han encontrado artilugio efectivo para mantenerla callada, tranquila y ordenada.
Han hecho lo posible…
De familia italiana conservadora, creció y vive actualmente en La Tablada, partido bonaerense de La Matanza. Su infancia transcurrió entre obra en construcción, catequesis y colegio estatal.
Sus estudios secundarios comenzaron en una escuela católica privada, pero tras un año ininterrumpido de súplicas a sus padres para que de allí la quitaran, logró hacerlos culminar en la Escuela Comercial de Aldo Bonzi, institución pública que la rescató de las atroces garras de la enseñanza arancelada y en la que obtuvo el valioso título (así por aquella época bien considerado) de Perito Mercantil.
¡Dichosa insistencia!
Frustrada bailarina que no asistió (por un error del destino) a la escuela de danzas, encontró sosiego cuando a los 16 años, su profesora de Lengua y Literatura, Sandra Lambert, realizaba las primeras correcciones de sus trabajos monográficos y echaba una haz de luz sobre la poetiza escondida. Ella fue la primer alma sensible en vislumbrar “una futura escritora” además de ser quien la indujo a decidirse a ingresar en la carrera de Letras.
Cursó dos años en la Universidad de Buenos Aires, lapso en el que forjó gran parte de su actual estilo literario. Situación en la quedó sumida casi por completo y sirvió para distraerla de la concentración requerida por aquella casa de altos estudios. Entonces, y como de toda poetiza o de aquella que pretenda serlo es menester, se sintió desolada y abandonó la carrera.
Durante los siguientes cuatro años se lanzó al mundo del diseño, mientras escribía incansablemente y leía sus poemas en los diversos circuitos literarios de la ciudad de Buenos Aires y del conurbano.
En paralelo a las actividades mencionadas, dedicó algo más de una década a trabajar en el desarrollo de proyectos culturales en su ciudad natal. Allí organizó eventos artísticos y tertulias literarias en las que sus poemas, salvo contadas excepciones, encontraban un público que no comprendía en lo más mínimo lo mordaz de los contenidos y quizá, como ella misma intuye, justamente por eso se le acercaban de manera amigable.
Sus primeras ediciones fueron artesanales y ofrecidas en mantas de plazas, cual cadenita de latón, cosa de la que esta autora se siente sumamente orgullosa.
Ya por estos días y gracias al intercambio con otros actores literarios, locales y del exterior, “La trinidad de las cosas evidentes” ha encontrado la bienvenida al mundo editorial de la mano de su estimado colega Sergio Abaldi y del auspicio institucional del sello “Prosa Editores”.
“La Trinidad de las Cosas Evidentes”
1
mirada de verde
se yergue
impasible…
La savia
que lava
la inunda y desata el destello.
Viva por dentro
su margen errante
hablándose, eterna,
… como si alguno escuchase.
El recuerdo embalsamado,
nutrida del río que crece,
música de sus entrañas,
que la agita y la suelta.
Corre a escuchar la voz,
el amo, distante,
los pies, enraizados,
roídas las venas de tardes octubres
sacude la escarcha
dominada,
inmóvil…
2
… Y verlo cruzar el camino,
- aunque no lo creas -
me trajo el olor de un desvarío lento
de siesta con roña
y a cualquier hora… de desayuno vencido,
de queja madrugada,
de espina que sólo yo extirpo,
de mareas espesas,
de penas fangosas,
de injusticia que envenena cada uno de sus días,
y mis días,
porque el aguijón lo tengo yo,
clavado aquí, hasta el fondo de mis huesos,
¡aahhh! ¡aahhhh!
¡ensartado en la carne
como coito no querido!
3
Esto tiene que tener un final feliz.
La sola idea de que así no sea, me estruja el pecho
y me deja sin hambre por días.
No hay sueño. No hay recreo. No hay sosiego.
Rechinan los dientes,
me muerdo,
me como,
desaparezco
y ahí está otra vez la figura del gigante
queriendo arrastrarme del pelo,
¡Cavernícola!
a su guarida, la roca,
la roca,
la ropa áspera,
yo, comida.
Yo, alimento, digerida.
Desde el pelo a las caderas,
Cavernícola…
4
Ya vienen….
el despojo de mí,
mi herida,
mi colgajo,
mis hijas.
Ahí llegan cargadas de tumultos,
agonizan,
llenos los ojos de dolores
y las manos de sangres, con las uñas despegadas de arañar.
Se retuercen.
Duelen.
Gritan.
Lloran.
Las miran. Todos se mofan.
Nos miran. Todos se mofan.
5
Otra vez el tracto-intrincado,
Intersticio,
trayéndome al cauce - elixir.
Reptando me acerco
y me trepo al sendero
que me atrapa y me lleva...
Voz de arrullo.
Espasmo de vida.
Instante breve.
Rezando por el insomnio
que anuda palabras
errante de mí…
fuera de mí…
7
Estás en la casa
de la habitación
del mueble
del cajón
de la cajita.
Esa.
Ahí estás, guardado entre las otras cajitas
desde hace tanto,
desde hace nada…
ahí estuviste siempre y vas a estar,
quietito,
congelado en la historia,
suspendido en el tiempo y en esa caricia de mi mano
que quedó latiendo.
Ahí estás, a veces tibio y acurrucadito
aunque me hervís la sangre durante noviembre.
Vestigio vestido de octubre
doliente maloliente malhechor de abrazos
y danzas sobre el agua.
8
está en la mente del viajero
la distancia latente…
distanciarse
disociarse
extrañarse
extraviarse.
Ser otro, por un rato.
Nutrirse
de la otredad de sí mismo
cuando está lejos.
9
Piel de pétalo
rosando todo
un quejido de piel
cuarteada
y el crujiente de escarcha petrificado.
Absorta en pliegues del nectario
y el cáliz
hueco
de lo que pudo ser miel a borbotones…
pétalos de piel…
y la herida del injerto
aflorando,
asomada
al precipicio
crece erguida a pesar del pedregullo.
10
no acurruco en mi pecho
ni abro la ventana cantando
ni perfumo el aire que me rodea
ni alegra mi sola presencia.
Hembra. Hembra.
No anido. No tejo.
No lloro, ni pataleo.
No discuto con mi estirpe
ni aborrezco mi género,
no me asomo al amor enamorada
ni le remiendo las medias a un ogro.
No me río, ni dejo pasar
ni dejo que se me pase.
Hembra.
Hembra.
Hembra.
Todos los poemas pertenecen al libro: “La Trinidad de las Cosas Evidentes”
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