jueves, 12 de marzo de 2015

ANTONIO MIRA DE AMESCUA [15.186]


Antonio Mira de Amescua

Nace en Guadix (Granada) el año 1574.

Hijo ilegítimo de Juana Pérez. Doctor en Teología. Dramaturgo con cerca de sesenta comedias, según datos de su tiempo.

Estudia Cánones en el Colegio Imperial de Granada. Ciudad de la que llegó a ser Capellán Real de la Catedral.

Sus primeros estudios en Granada le llevan a ordenarse sacerdote. Más tarde, acompañando al Conde de Lemos, se deslaza hasta Nápoles. Después de esta campaña por Italia llega a Madrid como capellán del Infante Don Fernando de Austria. Participa con éxito en la vida literaria de la capital, donde llegó a tener gran prestigio con sus comedias.

En 1632 se retira a Guadix, donde sigue su producción literaria, a pesar de que nunca vio sus obras publicadas en un solo volumen.

Rojas de Villandrando le cita como autor de éxito con La Rueda de la Fortuna.

Tal era su admiración y estilo por Lope de Vega que muchas de sus comedias se confundían con las de Lope y alguna como El esclavo del Demonio en 1614 se publicó como obra de Lope.

De Mira de Amescua se conservan una sesenta comedias, que en este trabajo han sido repasadas casi todas, ya que la mayoría de sonetos encontrados están en sus comedias.

En su retiro de Guadix (Granada), muere en 1644.


Sonetos
Antonio Mira de Amescua
Ramón García González (edición literaria)



- I -

   Ponerse el rubio sol en el oriente,
y prestando su luz la casta diosa,
nacer la blanca y encarnada rosa
del fuego activo en la región caliente;

   surcar del mar la espalda transparente
de elefantes la escuadra numerosa,
y ballenas en tropa y voz gozosa
la seca arena de la Libia ardiente;

   dar la perdiz al elefante guerra,
las libres al león hacer agravio,
huir el lobo hambriento del cordero;

   pararse el sol y dar vuelta la tierra,
hasta aquí no lo has visto , pueblo sabio,
ni yo tampoco, a fe de caballero.



- II -

   ¿Has visto al tiempo que en el mar esconde
sus rubias hebras del señor de Delo,
cubrir de luto el cristalino cielo
la enemiga del día? Di, responde.

   ¿Has visto que en el mismo lugar donde
bordado estuvo el cristalino velo
un bordado terliz de escarcha y hielo
hace que el campo de verdor se monde?

   ¿Has visto tú abrasarse al mismo fuego
el monte, el prado y ser del mismo modo
lo que hay desde el Antártico al Calixto?

   ¿Has visto serenarse el tiempo luego?
Sí, mi señor; que ya lo he visto todo.
Y ¿qué se me da a mí que lo hayas visto?



- III -

   Menudas hojas que del aire leve
recibís el continuo movimiento,
mar azul con espalda crespa al viento,
cuando animoso en soplos se os atreve;

   Cielos, cuya gran máquina se mueve,
forzándole a seguir curso violento;
luna, que nos enseña rostros ciento
en el discurso de un espacio breve;

   claro mar, cielo azul y luna llena,
hojas cubiertas de la escarcha helada,
que causáis torozón a cualquier potro,

   Si a Zahara veis, manifestad mi pena;
pero si no la veis, no digáis nada;
¡Tanto me va en lo uno como en lo otro!



- IV -

Al p. fray Diego de Hojeda


   Musa atrevida al Sol que su luz canta
desde que el mundo en cándido rocío
bajó sobre el Vellón, hasta que el río
de su sangre creció, potente y santa;

   no es de Aganipe, no, ni fuerza tanta
tuviera de Hipocrene, el cristal frío,
otra deidad mayor, más alta Clío
mueve tu plecto, inspira tu garganta.

   Oscurecer la fama no presume
el poderoso tiempo en su porfía:
que al cantar y escribir tal argumento,

   el águila de Joan te dio la pluma,
Hamán la voz, David el argumento,
y los orbes celestes la armonía.



- V -

Al libro de don Diego de Mendoza


   Hijo de aquel espíritu divino,
que de su ilustre cárcel desatado,
será siglos eternos laureado
sobre el zafir del cielo cristalino.

   Salid, salid al mundo, y peregrino
(que debe ser el bien comunicado)
en alas de la fama habréis andado
siendo émulo del Sol, igual camino.

   Si la lira de Tracia tiene asiento
en la saltas imágenes, y aun arde
atrevida su luz, ha hacer dos Soles.

   Vos perdéis su lugar por nacer tarde,
pero si estrella no, del firmamento,
sois luz de los Ingenios Españoles.



- VI -

De La rueda de la fortuna, Acto segundo - Teodosio


   Bosques oscuros, ¡ah! por peregrinos
merecíais los célebres pinceles
de Timantes, de Ceuxis y de Apeles,
tenidos en el mundo por divinos;

   cuyos frondosos y elevados pinos,
verdes hermosas hayas y laureles,
cipreses imitáis los chapiteles,
y os miráis en arroyos cristalinos;

   si de sombra servís a mi enemiga
cuando viene a las siestas con despojos  
de las fieras que mata en la espesura,

   decidme donde está, porque la siga,
si acaso de las hojas hacéis ojos
para mirad despacio su hermosura.



- VII -

De El Fénix de Salamanca. Acto segundo, Alejandra


   ¡Qué de espinas, amor, entre las flores
de tus deleites tienes escondidas,
y qué de días y horas desabridas
en el breve placer de tus favores!

   ¡Qué de pesares siembras entre amores
de glorias y esperanzas prometidas,
y qué de sobresaltos en las vidas
que asegurar pudieron sus temores!

   Si eres tan falso, Amor, ¡qué divertidos
nos llegamos a ti! ¿Qué dulce engaño
es ése con que, Amor, nos trae prendidos?

   Mas, ¡ay de mí!, que, conociendo el daño,
juzgamos tanto cuerdos los sentidos,
que tenemos por loco el desengaño.



- VIII -

De Los prodigios de la vara y capitán de Israel. Jornada primera, Faraón rey


   Moisés llevó mis armas por divisa,
en mi nombre, a Etiopía ha conquistado,
a que me pague parias, la ha obligado,
y de lo que ha pasado, aquí me avisa.

   Ofrécele su Reino la Etiopisa,
con Tarbis, finalmente, se ha casado,
y dice que por mí la ha repudiado,
y que sólo por verme, viene aprisa.

   Dejar mujer y un Reino ¡no lo entiendo!
o es inmensa lealtad, o traición suma,
palabra di a Termud de ser su amigo.

   Si no lo cumplo, mi persona ofenda,
si esto es lealtad, prevéngase la pluma,
y si es traición, prevéngase el castigo.



- IX -

Del autosacramental La jura del príncipe. Herejía


   Basta de resplandor, córrase el velo
del templo de Jerónimo sagrado,
pues águila no soy que ha remontado
atrevida a la luz el alto vuelo.

   Por manchar esos círculos anhelo;
no puedo, pero quedo consolado
con que también me come a mí el osado
que sin lágrimas llega al pan del cielo.

   ¡Oh néctar celestial, oh dulce aroma!
¡Que por cinco palabras maná llueva,  
que tenga el hombre vil tan alto idioma,

   que gusano de Dios a Dios se atreva,
que en el plato de Dios a Dios se coma,
que en la copa de Dios a Dios se beba!



- X -

De El esclavo del demonio. Acto segundo, Don Gil


   Si aprendo de la sutil nigromancia
que el católico llama barbarismo,
y excediendo las fuerzas de mí mismo
gozaré de Leonor un breve día,

   digo yo, don Gil Núñez de Atoguía,
sin temor de las penas del abismo,
que reniego del cielo y del bautismo,
perdiendo a Dios la fe y la cortesía.

   Su nombre borro ya de mi memoria.
Tu esclavo para siempre quedo hecho
por gozar de esta vida transitoria,

   y renuncio el legítimo derecho
que la Iglesia me da para la gloria
por la puerta que Dios abrió en su pecho.



- XI -

Acto tercero, Angelio


    Sale a la plaza el toro de Jarama
como furia cruel de los infiernos.
Tiemblan los hombres porque son no eternos,
cual huye, cual en alto se encarama.

   Herido el toro, en cólera se inflama.
Mármoles rompe con vidrios tiernos.
Hombres de bulto le echan a los cuernos,
y allí quiebra su furia, bufa y brama.

   Soberbia fiera soy, nada perdono;
tres partes derribé de las estrellas
para que al coso de este mundo bajen.

   Heridas tengo, y por vengarme de ellas
coger no puedo a Dios, que está en su trono,
y me vengo en el hombre, que es su imagen.



- XII -

De La mesonera del cielo. Acto primero, Abrahán


   ¿Qué dichoso a ser viene aquel que huye
del babilón tumulto de la gente,
donde en la soledad está patente
lo que confunde al alma y la destruye!

   Aquí el león rugiente sí que arguye
para quien no le entiende agudamente,
mas como siempre arguye falsamente,
con pocos entimemas se concluye.

   Retíreme del mundo y su locura,
que aunque es cosa muy santa al matrimonio,
de Lucrecia temí la hermosura;

   y el desierto me da por testimonio,
que el huir la ocasión es piedra dura
para quebrar los ojos al demonio.



- XIII -

De Galán, valiente y discreto


   Flores que fueron pompa y alegría,
despertando el albor de la mañana,
a la tarde serán lástima vana,
muriendo a manos de la noche fría.

   Aquel carmín que al cielo desafía,
iris listado de oro, nieve y grana,
será escarmiento de la vida humana.
¡Tanto comprende el término de un día!

   A florecer las rosas madrugaron,
y para envejecerse florecieron,
cuna y sepulcro en un botón hallaron.

   Tales los hombres sus fortunas vieron.
En un día nacieron y expiraron
que pasados los siglos, horas fueron.



- XIV -

De El arpa de David. Jornada primera


DAVID

   (El alma se deleita si la veo).

MICOL

(Crece, cuando te mito mi locura).

DAVID

(Prisión del albedrío es su hermosura).

MICOL

(¡Cuidado!. Es el amor o devaneo.

DAVID

   (¿Qué siento? ¿Qué imagino? ¿Qué deseo?).

MICOL

(No me dejes, razón; tenme, cordura).

DAVID

(El mismo sol envidia luz tan pura).

MIDOL

(Si vence mi pasión, ¡qué gran trofeo!).

DAVID

   (Desmandados andáis, tímidos ojos).

MICOL

(Ojos, ¿por qué razón sois tan villanos?).

DAVID

(Antojos, sosegad).

MICOL

(Dejadme, antojos).

DAVID

   (Pensamientos de honor, seréis tiranos).

MICOL

(Pensamientos de honor, seréis despojos).

DAVID

(¡Crueles!)

MICOL

(¡Insufribles!)

DAVID

(¡Ciegos!)

MICOL

(¡Vanos!)




- XV -

Acto II, David


   Salen del mar en dilatados río
las aguas, y una vez con paso lento,
haciéndonos dudoso el movimiento,
bañan los prados y árboles sombríos;

   ahora cobrando caudalosos bríos
y en alas de cristal curso violento,
émulos del humano pensamiento,
del mar tornan a ser los peces fríos.

   De tierra nace el hombre y de esta suerte
a pasos mide el mundo peregrino,
ya con bien, ya con mal, ya en paz, ya en guerra.

   ¿De qué me sirvió, pues, huir la muerte
si al fin el hombre por cualquier camino,
volver tiene a su centro que es la tierra?



- XVI -

De El caballero sin nombre. Acto primero, Blanca


   ¡Oh, santa soledad, esposa activa
del gusto, del descanso y del sosiego,
a ti las llaves de mi pecho entrego
porque en libertad en tu corte viva!

   Me han dicho que el Amor tus gustos priva,
que acierta a ceñir armas, aunque ciego,
que tira flechas de amoroso fuego,
y a quien más se resiste, más cautiva.

   Mientras tuviere ser, tú eres mi dueño.
Sirva al Amor quien ama en hora buena;
no he desobedecer a quien desdeño.

   Con libertad en esta selva amena
libre del fiero Amor gozaré el sueño;
porque el amante, aún cuando duerme, pena.



- XVII -

Acto segundo, Gonzalo


   ¿Qué importa que la bala disparada
sobrepuje a las nubes con su vuelo
si, al caerse con más golpe en el suelo,
la he de postrar su indignación pesada?

   ¿Qué importa que la nave ya engolfada
en la borrasca con mortal recelo
amaine, arroje al mar y pida al cielo,
si al fin está a las olas condenada?

   ¿Qué importa, pues, que mi ánimo engañado
me prometa el valor en que me fundo,
si al fin me ha puesto en este triste estado?

   ¿Qué importa que por honra salga al mundo
si todo le persigue al desdichado
y yo soy en desdichas sin segundo?



- XVIII -

Acto segundo, Blanca


   Si cuando dejé el bosque no dejara
en él la libertad que estimo y quiero,
y de la rama de un roble grosero
con un retrato el alma do colgara,

   no pongo duda yo que me agradara
la corte, el rey, el noble, el caballero;
que en el palacio rico y lisonjero
la caza y primer vida sepultara.

   Mas, ¡ay!, que aquel retrato me ha robado
cuanto gusto tenía y dame enojos,  
sin él, la corte, el rey y su estado.

   Atéla a un roble duro por despojos;
mas, ¿de qué me sirvió dejarle atado
si están dentro las niñas de mis ojos?



- XIX -

Acto segundo, Blanca


   Noche, por ser oscura, a amor propicia,
si acaso tus estrellas hechas ojos
vieran que un hombre roba mis despojos,
de aqueste yerro calla su justicia.

   Cintia divina, así de la avaricia
de tu esposo Plutón y sus enojos,
libren los cielos tus cabellos rojos,
que calles si me roba el de Galicia.

   Paredes altas, no digáis las quejas
que me hace dar el ciego amor que encierro
si acaso tenéis lengua como orejas.

   Jardín, si de tus flores me destierro,
no lo digáis a nadie. Duras rejas
callad mis yerros, pues que yo soy hierro.



- XX -

De La casa del tahur. Acto primero, Isabela


   Al pacífico mar su leño entrega
marinero feliz, y en salvamento,
a pesar de las aguas y del viento,
coronado de flámulas navega.

   Otro se atreve al mar, y apenas llega
cuando sufre el rigor de este elemento.
Tal es a la mujer el casamiento;
una se salva en él, otra se anega.

   Vívese en paz amor y cuando hay ventura,
mas cuando el hado con rigor porfía,
¿qué puede la virtud y la hermosura?

   No sé que tal será la suerte mía;
sé que dice el proverbio: «Poco dura
en casa del tahúr el alegría.»



- XXI -

Acto segundo, Alejandro


   ¡Oh, hijos del Amor, reyes tiranos!
Envidia, confusión, rabia, tormento,
verdugos del valor, del pensamiento;
infiernos, inquietud, temores vanos;

   pensión sobre los ánimos humanos,
espuelas del prudente sufrimiento,
guerra entre voluntad y entendimiento
a quien nunca dan paz consejos sanos;

   ciegas sospechas, locas fantasías,
quiméricos antojos y desvelos,  
inmortal presunción, sombras, engaño;

   confusa oscuridad, desdichas mías,
imaginado mal, tiranos celos,
o la muerte me dais o el desengaño.



- XXII -

De El clavo de Jael. Acto primero, Jael


   En el Deuteronomio, yo deseo,
Dios de Abraham, si puedo sin ofensa,
de tu divina ley, dar recompensa
a Ever de la aflicción en justo empleo.

   Agradecida estoy a Ever Fineo;
mas o se agravie tu deidad inmensa,
pues para tu justicia no hay defensa;
temo tu enojo y tu justicia leo.

   Tu, gran legislador Moisés divino,
que a Dios hablaste con serena cara,
muéstrame de estas dudas el camino.

   Milagros muestra tu divina vara;
que al abrir una peña no imagino
que iguale a una duda que declara.



- XXIII -

De El conde de Alarcos. Acto tercero, Conde


   Más te aborrezco yo, pues en el prado
donde nacen tal vez hermosas flores
no introducen espinas ni rigores
como en aquél que abrojos ha llevado.

   Los dos somos así, tu pecho airado
campaña ha sido que produjo amores,
y mis desprecios han de ser mayores
que estérilmente fui mármol helado.

   Forma no se introduce fácilmente
donde otra alguna vez se ha introducido,
tarde el amor aborrecer consiente.

   No quise, aborrecí. Tú me has querido.
Ser tuvo lo que fue y es evidente
que nunca tuvo ser lo que no ha sido.



- XXIV-

De Cuatro milagros de amor. Acto tercero, Fernando


   ¿Viste de un monte las espaldas llenas
de rizos anchos de la intacta nieve?
¿Viste una fuente donde el alba bebe
escondida en celajes de azucena?

   ¿Viste en espumas, viste en las arenas
reflejos del rubí que el cielo mueve?
¿O al cisne en su candor cuando se atreve
a competir la voz de las sirenas?

   Más cándido, más puro, más brillante
es el amor que anima el alma mía
si honesto da otras formas al amante

   y otras especies en la mente cría.
Sombras son de mi amor puro y constante
la nieve, el sol, la fuente, el cisne, el día.



- XXV -

De Examinarse de rey. Acto tercero, Domingo


   Un mar y una garita me hacen roncha;
un mar y una garita son mi mancha.
De amor tengo en el alma una gran plancha,
tanto que el alma con amor se troncha.

   A no ser viejo aquello de la concha,
viniera a pelo aquí con una ensancha.
Mi afición se destroza con ser ancha,
no des troncha, si des troncha, no destronca.

   Parta mi amor que ya ufano relincha,
porque la fuerza de su amor es muncha.
Dispara su arcabuz. Pega la mecha.

   Revienta el fuego; que sus manos hincha,
y ya con su salta, amor no puncha,
ancha, uncha, hincha, honcha, y hencha.



- XXVI -

De El mártir de Madrid. Acto tercero, Pedro


   Muriendo en cruz, mi Dios, por culpa mía,
hicieron sentimiento los mortales;
las luces se eclipsaron celestiales,
montes estremeció la tierra fría.

   Rasgóse el velo santo, y a porfía
se quebraron los duros pedernales;
sucedan en mí mismo estas señales
cuando yo muera en cruz antes del día.

   Quebrántese la piedra de este pecho
a vuestro amor divino endurecida,
y mis ojos se eclipsen con el llanto.

   Mi corazón se rasgue y ya deshecho,
estremézcase el alma al dar la vida,
temiendo el tribunal de Dios tan santo.



- XXVII -

De No hay burlas con las mujeres. Acto segundo, Laura


   Blando hechizo de amor, dulce veneno,
que en la viveza de mi pecho ardiente
introduciste artificiosamente
tanta ponzoña en vaso tan ameno,

   si ya en las llamas de tu fuego peno,
si el duro yugo el corazón no siente,
y a la ley de tu imperio está obediente,
aunque es imperio de violencias lleno,

   ¿por qué con tiranía me condenas
después de hallar el bien que he deseado  
a que arrastre en tus triunfos más cadenas?

   Y, creciendo cuidado a mi cuidado
cuando el alivio ofreces de mis penas,
¿me haces penar en un amor callado?



- XXVIII -

Acto segundo, Mauricio


   Figura que, pasando el tiempo engaña,
flor que marchita el caluroso estío,
ampolla hecha en el agua ya por frío,
correo de la muerte, débil caña;

   sombra que hace tela de una araña,
ave ligera, despeñado río,
hoja del agua y veloz navío
que navega este mar a tierra extraña;

   un punto indivisible, un breve sueño,
corrido sueño y muerte prolongada
es la vida del hombre desabrida.

   ¡Miserable de mí!, si es tan pequeño
el curso de mi edad, que es casi nada,
¿por qué pasé tan mal tan corta vida?



- XXIX -

De La vida y muerte de la monja de Portugal. Acto primero, Luzbel


   Tiran a un perro con violenta mano
piedra, en castigo de que rabia o muerde,
si bien huye el rigor no el tiempo pierde
el diestro brazo sin tirarla en vano.

   Mas viendo, al fin, el animal villano
que a quien se la tiró no coge, en verde
espuma el canto masca, que recuerde
es justo del dolor fiero inhumano.

   Piedra es el hombre, si por él desmedra
de la gracia de Dios, y los lucientes
coros muralla de su débil hiedra.

   Y así, yo con mortales accidentes,
tengo, si cojo esta arrojada piedra,
de hacer menuda arena con los dientes.



- XXX -

De La adversa fortuna de don Bernardo de Cabrera. Acto primero, Lope


   Aquí soñé a veces un tesoro,
que amarlo pude yo, no merecello;
jacinto y cristal cándido y bello,
perlas, rubíes y madejas de oro.

   Los ojos de la Infanta a quien adoro,
los labios encendidos, el cabello,
dientes menudos, torneado el cuello,
que organiza una voz de ángel sonoro.

   La riqueza era mucha, yo su dueño,
y en medio de esta buena suerte
rompió el gallo la voz del león temido.

   ¡Oh, nunca despertara de este sueño!
Que es un engaño regalada muerte,
y el desengaño desdichada vida.



- XXXI -

De La adversa fortuna de don Álvaro de Luna. Acto tercero, Álvaro


   Un filósofo griego ha dividido
la humana suerte en cuatro, porque es una
la que sigue feliz desde la cuna
al hombre hasta el sepulcro, y otra ha sido

   la que infeliz y adversa le ha seguido
del nacer al morir siempre importuna.
Con uno fue piadosa la fortuna;
tardó y al declinar su voz ha oído.

   Con otro tuvo el curso presuroso;
vino ha la juventud y le ha negado
a la vejez el gusto y el reposo.

   La cuarta diferencia me ha tocado,
y si en el mundo he sido el más dichoso,
¿quién duda que soy ya el más desdichado?



- XXII -

De El animal profeta. Acto tercero, Laurencia


   Si Federico aquesta noche intenta
mostrar la fuerza de su amor gallardo,
con razón dudo, temo y me acobardo
viendo que Julián de mí se ausenta.

   Ajeno amor batalla me presenta,
pero con mi valor vencerla aguardo;
ya el cielo se reboza el manto pardo
y en vez de luz la oscuridad ostenta.

   De mi casa la puerta cerrar quiero
y prevenirme de arma mi honor piensa;
mas estas armas no serán de acero

   sino de no querer hacer ofensa
al santo honor, que con aquesto espero
tener al mismo cielo en mi defensa.







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