Alberto Acerete
Nació en Zaragoza en 1987.
Ha publicado El último verano (2010), Cartas de la guerra (2014) y Yo quiero bailar (La Bella Varsovia, 2015). Está incluido en la antología Tenían veinte años y estaban locos (edición de Luna Miguel; La Bella Varsovia, 2011) y sus poemas han sido traducidos al rumano.
Que la lluvia nos lame las entrañas
con su lengua que lija, su lengua que araña
y está aprendiendo a cortar.
Que las gotas vivas
nuestro cuerpo traspasan,
como si fuera la caliza
quien las empieza a llorar.
Y que la fuerza y nuestras ganas
buscan riego en el deporte:
rapel, cuerda
y al final el golpe.
Al final
no siempre está el golpe
(al final
no siempre estará tu golpe),
ni aunque el viento sople…
FEBRERO
Cómo explicarte,
si cada día vuelve a ser
y el error ya se me supone,
que no soy yo, sino el amor
el que a tus ojos me hace el mismo.
Y cómo te agradezco.
Cómo secar, papá,
ese dolor por mí
sin atreverme a rozar tu cara.
¿Y como diré,
la culpabilidad
de no poder salvarte?
CASTILLA
habría matado por llamarte
ahora
que mis padres han vuelto a gritar cuando entraba en casa
ahora
que no he respondido y he pensado
no voy a discutir porque os amo a pesar
de vuestro desprecio
te habría llamado para que me repitieses
que como el amor
el honor y la transigencia son un mar escarpado
contra el que se abocan
las generaciones
lo haría si no te imaginase con tu marido en la playa
te habrías sentido orgulloso de mí
me habrías respondido qué bien
y no habría necesitado recordarte
por ejemplo
cuando mi madre troceó mis fotos de carnet
y me retó a que las tirase a la basura
o cuando mi partida de bautismo
le sirvió para gritar
mi hijo era este
y no la mierda en la que te has convertido
no habría necesitado recordártelo porque
tú lo habrías hecho solo
¿recuerdas lo que te conté?
el otro día
apareció la misma partida de bautismo
y con ella el vocabulario repetido
entre los papeles de mi vida laboral
fue lo único que salvó mi padre
del destrozo
previo al cubo
te habría llamado
quiero llamarte
aún hoy
te llamaría siempre
pero he pensado que quizá nunca estuviste
que tampoco vas a estar
y que de marcar tu número no habría mañana
ojalá pudiese haberte oído
ojalá te hubiese escuchado decir
si bien no
que sientes orgullo
lo mismo que he pensado al rechazar la disputa
gracias
gracias
gracias
por haberme dado la vida
DI NO A LA LITERATURA
Es domingo. Llamaría verano a este exceso
de expectativas, aunque esté a punto de arroparme.
La cama de mis padres suple el terreno
del que se me arrancó. Supongo que me gustaría
hacer justicia al amor que recibí y, por tanto,
seguir echándolo de menos. Pero aquí
no hay nadie más. Diría que estoy bien
ahora que solo escucho una pelota ventana abajo, donde
tres palmos de persiana bloquean el exceso, donde
sobre el colchón, reposo la luz
en cuarentena. Al acelerarse el golpeo,
supongo a un niño botando un balón. Absolutamente, pienso,
todo se regenera. El edificio de enfrente que bloquea las nubes, sobre mi cristal,
crea una copia exacta. Me planteo
si empezar un libro y aprovecharme en el espacio. Me antepongo
a mí, precisamente por eso. Acabo de descubrir que no necesito
nuevas voces ni vidas fuera; no ahora que he empezado
a aceptarme en la mía. Me giro pensando que ojalá
no vuelva a necesitar la literatura. No volver a escribir,
lo agradecería tanto. No volver a recordar al hombre. No obstante,
me duermo asumiendo la realidad
en cada uno de sus términos. Poniéndome a mi altura,
me comunico. Me digo todo pasa y, por muy tratado que esté el amor,
también se olvida todo.
Cartas de la guerra
Alberto Acerete
CARTAS DE LA GUERRA
I
AL MARGEN DE MI BRUTALIDAD, DE MI FALTA DE TERNURA
António Lobo Antunes
[estado de la cuestión:]
puedo afirmar con certeza que una vez, aunque no durase apenas,
un hombre me quiso
sé que me quiso
del mismo modo en que sé
que las cartas que antónio lobo antunes
escribía a su esposa desde angola
son la única representación de amor universal
en la historia de la literatura
y lo sé porque ese hombre
el mío
igual que antónio antes
despertaba y con él me hacía despertar
y me convencía de ser yo mismo el que
con certeza
a él lo había despertado
pero no reside ahí
el amor verdadero
sé que una vez
y ciertamente, aunque fue breve
como breve es la pobreza
de quien pugna contra sí para reír mucho, un hombre habría dado
por mí su vida
y lo sé y lo afirmo y ciertamente puedo asegurarlo
porque al deponerse el día
y al instituirse antes
y en todas las horas que interminablemente metro a metro lo formaban
se preocupaba como antónio
lo hacía antiguo
por su esposa
y escribía para decirme
que descansase bien y preguntaba
que qué y que cuánto
y que cómo había comido
por tanto dése aquí
en la manutención
el amor verdadero
[declaración de la tesis:]
escuchadme:
ya que bien sabéis
que el afecto de humores espanta fama
me gustaría aclarar
que solo existe cuando alguien
universalmente
se preocupa
de que las horas y el sueño
rueguen por ti breve
y por ello de forma infinita
carta a carta, mano
a mano
o incorpóreamente hábil
que tras el trabajo
con calma
toda el hambre te constituya
y calmadamente entonces
sin literatura
siempre
él te solicite
que por favor tú hayas comido mucho
El Avión
Vuelvo, infectado de consciencia, a donde nací.
Las alas, paralelas a las fábricas
cerradas de debajo, son de la estabilidad.
Finjo sosiego y descubro vacíos
los asientos de los lados. Recuerdo a mi padre
que cuando pequeño, íbamos en pareja a.
Anhelo montes, niños corriendo, a encender
la estufa para la escuela, un hombre – e intermitencia
ideológica, graduación con la que al yo-
que al tacto éste es tu hogar.
No es ésta la vida que yo quiero: morder labio
y tragarse todo. ¿Aquélla sí?
Humillado por la tierra, es inútil. Resulto. Eres tú.
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