lunes, 9 de marzo de 2015

VICENTE WENCESLAO QUEROL [15.166]


Vicente Wenceslao Querol

Vicente Wenceslao Querol Campos o Vicent Wenceslau Querol i Campos o Camps (n. Valencia el 30 de septiembre de 1836, m. Bétera, 24 de octubre de 1889), poeta español de expresión bilingüe en castellano y catalán valenciano, vinculado al Realismo.

Estudió latín en las Escuelas Pías y Derecho en la Universidad de Valencia, y trabajó como abogado. En 1855 obtuvo el premio del certamen poético que la Universidad de Valencia celebraba en el IV Centenario de la Canonización de San Vicente Ferrer y en 1856 leyó en la Academia de San Carlos su oda A las Bellas Artes, que le dio mucho renombre. Después fue publicando diversas poesías en castellano y catalán valenciano en El Miguelete, La Opinión, Las Provincias, El Pensamiento de Valencia, Revista de Valencia y La España Moderna. Fundó la Sociedad Poética La Estrella y, con su amigo y condiscípulo Teodoro Llorente Falcó, fue uno de los promotores del renacimiento literario valenciano al iniciar los juegos florales de Valencia (1859). Con él tradujo El Corsario y Childe Harold de Byron. En 1872 actuó como mantenedor de los Jocs florals de Barcelona, que presidirá en 1885, y participó como jurado en el certamen literario convocado por el milenario del monasterio de Montserrat.

En 1877 publicó el único libro poético que imprimió en vida, Rimas; ese mismo año se trasladó a Madrid para desempeñar diversos altos cargos en los ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y a Alicante. Vivió algún tiempo en París y fue miembro y presidente del Ateneo Científico de Valencia, así como secretario de la redacción de la revista de la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Entre otras distinciones, fue reconocido como Caballero de la Orden de Carlos III y de la de Cristo de Portugal.

Los críticos aprecian en la poesía de Querol el sesgo de Manuel José Quintana, pero abundan además en su escritura reminiscencias bíblicas y de clásicos y modernos (Bécquer, Núñez de Arce, Aleardi); su obra posee gran perfección formal y atrajo la atención de Miguel de Unamuno. Asimismo, Luis Guarner editó en los años sesenta y setenta del siglo XX gran parte de la obra de Querol en tres volúmenes con importante aparato crítico: Obres valencianes completes (1958), Poesías (1964) y Poesías desconocidas de Vicente W. Querol (1967). Años después lo consagró la monografía Poesía y verdad de Vicente W. Querol (1976).

Como anécdota, se suele atribuir a Dante Alighieri un verso que es en realidad suyo: "Quien sabe de dolor, todo lo sabe".

Notas

Vicente Wenceslao Querol, Poesías, ed. de Luis Guarner, Madrid: Espasa-Calpe, 1966, p. 149, verso núm. 9.

Obra

De las Rimas se hicieron dos ediciones, en 1877 y en 1891, prologadas respectivamente por Pedro Antonio de Alarcón y por su amigo Teodoro Llorente. A estos libros hay que añadir las Poesías desconocidas editadas por Luis Guarner, a quien se debe también el texto editado por la colección Clásicos Castellanos de Espasa-Calpe.

Su producción lírica puede clasificarse en debida a fuentes externas o a internas. Al primer grupo responden sus epístolas: las dirigidas a Alarcón sobre la poesía y a Gaspar Núñez de Arce como comentario a su libro Gritos de combate. También, sus odas "A María", "A Cristo", "A la Guerra de África", etcétera. Próximos a estos poemas están los filosóficos ("Golondrina de otoño", "A un filósofo cristiano"), los mitológicos, las canciones y las poesías de ocasión.

Al segundo tipo de impulsos, internos, responden sus Rimas, 14 poemas breves que cantan de modo rápido y a veces condensado sentimientos hondos sencillamente expresados, pero con ciertos dejos retóricos que desdicen de su tono e incluso moralejas ocasionales. Pero en este segundo grupo, sin embargo, se ubican sus poemas más celebrados, los de tema familiar. Reflejan una realidad cotidiana, quizá prosaica, pero no por ello menos entrañable. Dedica catorce "A la memoria de su hermana Adela", y quintetos de pie quebrado "A la Nochebuena", "A sus ancianos padres", "A un árbol", "Oración" etcétera. Aparece en estos poemas el tópico del hogar como refugio de las tempestades del mundo. "Ausente" es el broche de esta serie, una pintura sobria y familiar de su paisaje nativo. En su lírica amorosa, influida por Bécquer, destacan sus tres "Cartas a María".

El estilo de Querol tiende un tanto a la retórica clasicista, pero contó entre sus admiradores a Miguel de Unamuno, cuyos poemas hogareños le deben no poco.

Por demás, su poesía se asemeja a la de Aleardo Aleardi por su amor a las formas clásicas, modelando conceptos elevados y trascendentales.

Bibliografía

Rimas, 1877; 2.ª ed. imp. de M. Tello, 1891.
Poesías, ed. de Luis Guarner, Madrid: Espasa-Calpe, 1964.
Poesías desconocidas de Vicente W. Querol, ed. de Luis Guarner, Madrid: CSIC, 1967.
Obres valencianes completes, ed. de Luis Guarner, 1958.
El Corsario, poema de Lord Byron, traducido del inglés en verso castellano por Vicente W. Querol y Teodoro Llorente, Valencia, Imprenta de La Opinión, a cargo de J. Domenech, 1863; 2a ed. con prólogo de Luis Guarner en Los Poetas, núm. 65, Madrid, 1929.



A bordo

La mar, tras la borrasca, se estremecía sorda
del moribundo día a la dudosa luz,
cuando yo, sobre el puente, de pechos en la borda,
pensaba así, mirando la inmensidad azul:

Bajo la frágil tabla donde al azar me fío,
¿qué pasa en los abismos recónditos del mar?
¿Qué ley rige ese mundo desconocido y frío,
sumido en los horrores de eterna oscuridad?

¿Qué monstruos gigantescos vagan por él a solas
mudos, inquietos, ciegos, sin odio y sin amor?
¿Qué seres misteriosos, debajo de esas olas,
cruzan entre las sombras sin voz y sin rumor?

La Soledad inmensa, la Noche interminable
y el gran Silencio, eterno, rigen a par los tres
este escondido imperio del ancho mar instable,
que se estremece y gime debajo de mis pies.

Cuando la nave, herida por la cruel tormenta
su destrozado casco hunde en el mar voraz,
¿qué descubre en las aguas, por donde baja lenta,
el capitán que atado al roto mástil va?

¿Ve de los buques náufragos desde la edad remota,
sin velas y sin remos, sin rumbo y sin timón,
entre las densas nieblas pasar la negra flota
de Oriente al Occidente, del Sur al Septentrión?

¿Ve del antiguo pueblo, que sumergió precito
el agua del diluvio, alzarse de pie aún,
las torres y los templos de mármol y granito,
y el pórtico y los foros sin voz ni multitud?

¿Ve de los continentes el conmovido asiento,
y de las grandes islas el deleznable pie,
que grano a grano arranca el líquido elemento,
para en común naufragio sus restos envolver?

Lo que en tu seno ocultas, oh mar, la tierra ignora:
¿la tumba eres acaso de un mundo que murió?
¿O acaso eres la madre fecunda y creadora,
que en sus entrañas guarda de un mundo el embrión?

Hoy, no, como en los tiempos de la risueña Grecia,
con las sirenas pueblas tu inmensidad sin fin;
hoy, cuando en tus llanuras la tempestad arrecia,
no aplaca ya Neptuno tus ondas de zafir.

Hoy Venus ya no nace de tu ligera espuma;
Proteo sus rebaños no lleva por ti, oh mar;
y la verde Anfitrite, ceñida en tenue bruma,
no habita tus palacios de nácar y coral.

Mas, cual la antigua Venus, hoy de tus aguas brota,
al beso del sol cálido, blanco vapor sutil
que engendra, cuando en lluvia desciende gota a gota,
los frutos del octubre, las rosas del abril.

De ti, cual de Neptuno, la nube que camina
al viento y luz cambiando de forma y de color,
el río turbulento, la fuente cristalina
y el solitario lago los tributarios son.

Te hablo, y con un gemido parece que respondes,
y finjo que mi suerte como la tuya es;
que algún dolor inmenso dentro del seno escondes,
como el que en mi alma triste escondo yo también.

Naufragio de esperanzas, ruinas del bien ausente
y sombras y terrores, el hombre, como tú,
encubre: él, bajo el velo de su serena frente;
tú, bajo el falso velo de tu sereno azul.



A orilla del mar

Blanca, gallarda, envuelta
por la bruma del mar,
la vela al soplo de la tarde suelta,
la nave lejos va.

Boga, boga y se pierde
cuando muere la luz,
allá donde se juntan la mar verde
y el horizonte azul.

¿De qué remotas zonas
viene con rumbo audaz?
¿El viento que hincha sus tendidas lonas,
donde la llevará?

¿Trae el profundo seno
con el oro y marfil,
y con la seda y las esencias lleno
del oriental confín?

¿O entre sus bordas cierra
los que el odio engendró,
monstruos de bronce a los que da la guerra
su atronadora voz?

¿Verá del ancho puerto
la alegre multitud,
o el negro abismo de la mar abierto
será su tumba aún?

Buscando nuevos lares
de la fortuna en pos,
¿dieron, los que allí van, a sus hogares
el triste último adiós?

¿O desde la alta prora
buscan el techo fiel,
en donde se ha contado hora por hora
su tardanza cruel?

Blanca, gallarda, envuelta
por la bruma del mar,
la vela al soplo de la tarde suelta,
la nave lejos va.

Boga, boga y se pierde
cuando muere la luz,
allá donde se juntan la mar verde
y el horizonte azul.

Yo, imagen suya, ignoro
mi origen y mi fin;
si breves dichas o perpetuo lloro
me guarda el porvenir.

Mi alma y ella los mismos
destinos correrán,
yo en dudas y ella entre los dos abismos
del cielo y de la mar.



Al tiempo que pasa

¡Huye el tiempo veloz! Rápido avanza
llevando en raudo vuelo
la ilusión, la hermosura y la esperanza,
el grato afán, y el incansable anhelo.
¡Huye el tiempo veloz! ¿Quién su carrera
podrá atajar? ¡Ni el ruego, ni el suspiro
del amor o el dolor! La primavera
llega, y en veloz giro
pasa ya, y los ardores del verano
huyen con el retoño
del árbol tierno, cuando anuncia cano
al triste invierno, el moribundo otoño.



Anacreóntica

Cuando en un breve instante
del desdén al cariño
tú pasas inconstante,
sé por qué Amor es niño.

Cuando de infiel te acusa
mi entendimiento, y luego
mi corazón te excusa,
sé por qué Amor es ciego.

Cuando tras pasión nueva
de mí huyes veleidosa,
sé por qué el Amor lleva
alas de mariposa.

Y cuando mi esperanza
muere y en celos ardo,
sé por qué el Amor lanza
su ponzoñoso dardo.



Canción a la luna

Vedla ya allí: cual punto diamantino
brilló en la enhiesta cumbre
del pardo monte, y su fulgor divino
esparce en torno soñolienta lumbre.
A su temblante rayo cristalino
estremecido el viento se dilata;
la húmeda sombra se recoge en pliegues
al hondo valle, y su raudal de plata
mueve bullendo el plácido arroyuelo;
tiende la brisa de la noche el vuelo
que en la hojarasca, en lánguido murmullo,
largo susurra, y gime solitaria
la tórtola doliente,
que da de amor el postrimer arrullo.
Todo el espacio conmovido siente,
Luna, a tu luz, un lánguido embeleso,
cual casta virgen a quien dio el esposo
en la noche de amor el primer beso.

Busque en tu disco refulgente el sabio
la causa de tu luz, la mancha opaca,
la fuerza que te impele y tu camino;
y diga al hombre su ufanado labio,
como una prueba de su ciencia flaca,
la ley de tu destino.
¿Qué importa su palabra? Ante mis ojos
eres el áureo coche
do lenta cruza por el alta esfera
la reina de la noche,
marcando con luceros su carrera;
eres del manto que la noche viste,
de luz bordado sobre tarde triste,
el diamantino broche;
eres el ángel del amor, que vela
su misterio profundo
con esa sombra que el amante anhela:
¡Quién sabe! ¿Será acaso
que cuando el sol desciende hacia el ocaso,
adormecido el mundo
sueña entonces tu cándida hermosura,
y es un sueño no más tu imagen pura?

De dulce paz y del silencio amiga,
reina del corazón, ¡cómo enamoras!
¡Con qué placer, siguiendo tu camino,
breves contemplo resbalar las horas!
Cuando en tu luz tranquila
se clava mi pupila,
allá en el fondo de mi pecho siento
brotar un sentimiento
de ternura inefable,
cual mezcla de tristeza y de contento;
siento que se alza en la conciencia mía
la voz de mi pasado,
áspera voz de la virtud austera,
que, condenando la pasada vía,
me marca en lo futuro mi carrera.

Y tú, elevada por el blando vuelo
del ángel que te guía,
llegas por fin a la mitad del cielo,
luz derramando en la extensión vacía.
De los astros la inmensa muchedumbre
se ha borrado a tu paso,
y tiembla sola tu igualada lumbre
del Oriente al Ocaso.
¡Paz en la inmensidad! ¡Reinas señora!
¡Oh! Si mi pecho enamorado fuera,
en la cándida luz que tu faz dora
la pura imagen de mis sueños viera,
y en esos rayos de flotante plata
viera su casto velo,
y en la paz que derramas por el cielo
la paz que en sus miradas se retrata.

Fínjome ver por los cercanos mares
pasar la nave, que a la costa llega,
y oigo que al canto de la musa griega,
un pueblo todo te levanta altares.
Ese tiempo pasó: roto contemplo
hoy, con amarga pena,
tu soberano templo
sepultado en la arena.
Pero tú no has pasado; tú iluminas
con tu eterno esplendor y lumbre pura
sus informes ruinas;
y yo que, triste al contemplarlas, lloro,
idólatra, cual soy, de tu hermosura,
aún, Luna, yo te adoro.

Canción, del ruiseñor de voz sonora
que trina por la noche en la espesura,
órnate con las galas,
y con sus prestas alas
a Edeta vuela, donde noble dama
te acogerá benigna, canción triste,
que ella, cual yo, las soledades ama.




Carta a mis hermanas

Desde el antiguo hogar, donde corrieron,
para nunca volver, los dulces años
de nuestra infancia, donde eterno vive
vuestro recuerdo, hermanas, arrasados
en lágrimas mis ojos, os escribo
palabras, ¡ay! que escucharéis con llanto.

¡Todo subsiste como entonces!... Penden
aún de la alta pared los viejos cuadros
de los Santos Doctores, cuyas negras
pupilas, en mí fijas, con extraño
mirar parecen conocerme. El péndulo
del reló suena en el oscuro ángulo,
como una voz amiga que me cuenta
lo que pasó en mi ausencia. El ancho patio
cubren las yerbas, y la mansa fuente
llora en él con susurro solitario
nuestro infiel abandono. ¡En torno de ella,
cuántas veces, sus aguas agitando,
de la nave de corcho, entre las olas,
fingimos los horrores del naufragio!
¡Y cuantas veces las alegres risas
a su constante murmurar mezclamos!

Mudas están las salas, y está mudo
el largo corredor; y las que al paso
abro, cerradas puertas, con gemidos
plañideros responden que, entre el vago
silencio, suenan como a voces tristes
de las muertas memorias del pasado.
El comedor de las alegres fiestas,
sin luz, y sin vajilla, y sin el blanco
mantel, y sin los gritos clamorosos
de las felices horas. El retrato
del abuelo preside silencioso
a la desierta mesa que otros años
circundó su familia, hoy desparcida
como las hojas del otoño lánguido.
Aún del hogar las pálidas pavesas
son del tiempo que huyó el único rastro:
imagen fiel, con sus cenizas frías,
de aquel perdido bien porque lloramos.

Pasé esta noche en el antiguo lecho,
y, cuando el sueño bienhechor mis párpados
cerró tras largo insomnio, las visiones
de los lejanos tiempos me asaltaron:
os vi... niñas, os vi, como en los días
de la gozosa edad, cuando en mis brazos
os levanté para mirar los nidos
en la pared del huerto, o bien del árbol
para arrancar los codiciados frutos
antes de sazonarse. ¡Ah!, ¡cuán amargo
fue luego el despertar!... ¡Que con vosotras
ella estaba también, con sus dorados
rizos, y azules ojos, y su frente
pálida y blanca!... En mis convulsos labios
sonó el grito de ¡Adela! y aquel grito
rompió mi vano sueño. Acongojado
corrí del lecho hacia la estancia triste
donde en mis brazos expiró, y llorando
aguardé que, a la luz de la mañana,
la sombra huyese del recuerdo infausto.

[...]

¡Mis libros! Los queridos compañeros
de mi perdida juventud; los que algo
guardan entre sus páginas del puro
amor de mi niñez; los que engendraron
en mí el ansia de gloria, inútil gloria
no lograda jamás; los que el arcano
saben, tal vez, de mis febriles sueños;
los que regué con mi abundoso llanto;
los que, en largas vigilias solitarias,
de Dios, del mundo y del dolor me hablaron...
Aquí están polvorosos y esparcidos
sin mi piadoso afecto. Humilde esclavo
hoy de afanes terrenos; bajo el yugo
doblada la cerviz, y uncido al carro
de los vencidos de la suerte, evoco
como protesta indómita, aquel rayo
de luz, que de los cielos desprendido
bañaba aquí mi frente, cuando al sacro
numen de la adorada poësía
di mi existencia entera en holocausto.

¡Todo subsiste como entonces!... Cubren
el cenador del huerto los naranjos
llenos de rojos frutos, y en sus copas
buscan refugio los alegres pájaros
cuando la tarde expira. La palmera
plantada por mi padre, con sus ramos
salva la cerca del jardín. Ha muerto
la verde pasionaria cuyos vástagos,
con sus azules flores, la ventana
de vuestro cuarto orlaban, y sin pámpanos
entrelazan las parras sus sarmientos
por los secos cañizos encorvados.
¡Todo subsiste como entonces!... Suena
el esquilón del viejo campanario
de la contigua iglesia, y suenan lentos
del transeúnte los medidos pasos
por la desierta calle. Las vecinas
charlan en el portal. Cantan los gallos
su repetido alerta. El golpe rudo
del martillo en el yunque oigo lejano,
y sueño, al fin, que de mi tierna infancia
el curso han vuelto a renovar los hados.

Sólo vosotras me faltáis; y basta
vuestra ausencia no más, para que rápidos
ansíe que vengan los cercanos días
de mi regreso. Los antiguos lazos
de estas dulces memorias han podido
mi espíritu agobiar; pero en mi ánimo
puede más vuestro afecto. A donde el soplo
me lleve de la suerte, con las manos
apoyadas en mi hombro, iréis conmigo
por las ignotas sendas; y si al patrio
hogar volvemos, en los tristes días
de la vejez, bajo el dintel que ansiamos
de la paterna casa, encontraremos
al casto amor sobre el umbral sentado.



Orfeo

¡De Ovidio los dulces versos
qué tristes lecciones guardan!

Cuando la tarde las sombras
prolonga de las montañas,
yo, al pie de los viejos olmos
que el arroyo copia y baña,
leí de Orfeo y de Eurídice,
meditabundo la fábula.

Al hondo averno desciende
el bello cantor de Tracia,
diciendo al son de la lira
las concertadas palabras,
y al resplandor de su frente
la eterna noche se rasga,
y al eco de su voz dulce
el duelo eterno se aplaca.

Por la faz de las Euménides,
ruedan las primeras lágrimas;
Tántalo olvida las ondas
de las fugitivas aguas;
Ixión detiene su rueda;
los buitres, que las entrañas
de Ticio devoran, cesan
el cruel festín; con sus ánforas
vacías al canto atienden
de Belo las hijas pálidas,
y hasta Sísifo sentado
sobre su peñón descansa.

Absorto el báratro escucha
las enamoradas ansias
que, con cadencioso metro,
la lira de Orfeo exhala;
y él, de Eurídice seguido,
por entre las sombras pasa,
robando al tártaro aquélla
que es la mitad de su alma.
Ya dejó el antro; ya mira
lejana la luz del alba;
ya puso un pie de Aqueronte
sobre la temida barca:
¿Por qué enmudeció su lira?...
¿Por qué su canción se apaga?...
¡Roto el encanto del himno
que las contenía esclavas,
de nuevo las negras Furias
a Eurídice le arrebatan!

-Yo pensé: La poesía
baja así al fondo del alma,
antro donde las pasiones,
cual fieros monstruos, batallan.
A su resplandor celeste
los duros tormentos paran,
y, rescatado el espíritu,
desplega libre las alas
para volar hacia donde
la inspirada voz le llama;
pero, al apagarse lentas
las vibraciones del arpa,
mueren con ellas las breves
horas de amor y esperanza.



En la muerte de una joven

No muere el sol en el cenit, ni el río
entre los anchos campos, que fecunda
con sesgo curso, agota
su sonoro caudal, ni el cierzo frío
las verdes frondas del abril azota.
¡Bien tras del monte arde
vaga la luz del día
cuando declina la callada tarde;
bien por la estéril playa
sus turbias aguas la corriente envía
donde la ola del mar gime y desmaya;
bien en las ramas, que al pasar despoja
de su retoño tierno,
silba el viento en los árboles sin hoja
en las noches glaciales del invierno!

¡Bien a la vejez trémula
la amarga ley de fenecer!... Sucumba
quien, del poder vital roto el imperio,
la cana frente dobla, y de la tumba,
triste asilo de paz, ama el misterio;
que ese lúgubre asilo,
cuando a él se llega con la frente mustia,
sitio es en donde la sufrida angustia
cede y descansa el ánimo intranquilo.
Sólo tras de la suerte
de esa transformación, dulce y divina,
hacia el dintel oscuro de la muerte
la ancianidad camina,
desatando los lazos con que aduna
su doble ser la desigual fortuna;
y a par que fluye al corazón más lenta
la sangre, cobra el corazón más calma,
y es más lodo la carne macilenta,
más espíritu el alma.

Pero, cuando temprana
la edad corona con los negros rizos
la clara frente, y brilla
en la tersa mejilla
el sonrosado albor de la mañana;
forman nido en el seno los hechizos;
sonora la voz canta;
vela el naciente amor casto los ojos;
mueve la danza alegre la ágil planta;
vive la risa entre los labios rojos,
y todo al soplo de la muerte espira,
¡ah!, la energía brava
del alma estalla en impotente ira,
de un loco azar al comprenderse esclava.

¿Quién sabe?... Del ignoto
porvenir, ella, los tupidos velos
ya con su mano juvenil ha roto.
¡Feliz si halló en el término remoto
la puerta azul de los cristianos cielos!




El genio

«Quien coja audaz el fruto de la ciencia
perderá el Paraíso.»
Tal fue del cielo eterna la sentencia.
¡Ay!, ¡infeliz de aquel a quien consume
la llama de su genio! ¡Ay de quien quiso
ceñir laurel amargo y sin perfume!
Que hoy no evita la frente que lo lleva,
cual otro tiempo, el rayo; hoy es la fama
un crimen: ¡ay del que a su altar se atreva!
Quien roba el fuego a Dios, gime protervo
atado a estéril roca: en él se ceba,
buitre voraz, el infortunio acerbo.
¡Funesto don! ¡Llorad los que en el alma
ansia sentís de tan fugaz victoria!
Cuerdos los hombres dieron igual palma,
que al martirio, a la gloria.



Rimas 


Rima I

A orillas del ancho río
se levanta un árbol muerto,
que arraiga en húmeda tierra
y alza los brazos al cielo.
¿Para qué pasan las aguas
su pie nudoso lamiendo?
¿Para qué las tibias brisas
de abril le prodigan besos?
¿Para qué en las ramas secas
detiene el pájaro el vuelo?
Ni henchirá el tronco la savia,
ni hojas moverán los vientos,
ni el dulce fruto o el nido
hallará el ave allí dentro.
..........................................
¡Savia, frutos, nidos, hojas!
¡Vida, amor, nobles intentos!



Rima II

Para saltar las piedras del torrente
que a nuestros pies bullía,
sobre mi mano ardiente
puso su mano fría.

Breve instante las aguas cristalinas
copiáronla en su centro,
como si aún las ondinas
morasen allí dentro.

Hoy, cuando cruzo la corriente a solas,
aún el raudal de plata
de las trémulas olas
miro si la retrata.



Rima III

¿Porque a la cumbre de la ciencia subes,
juzgas que no te engañas?
¿Quién no creyó montañas a las nubes
y nubes las montañas?



Rima IV - Al río Valira

Detrás del tronco del añoso sauce
el soldado español puesto en acecho
ve indiferente su sangrienta fauce
cómo hunde el lobo en su raudal estrecho.
Pero si un hombre al codiciado cauce
baja, su bala le atraviesa el pecho.
Que hoy nuestra raza, en la que el odio impera,
niega al hermano lo que da a la fiera.



Rima V

Nuestras ideas y pasiones copia
la mujer en su alma;
mas la rudeza varonil endulza
y suaviza al copiarlas.

Así la luna en los dormidos cielos
brilla con luz prestada;
pero el fuego del sol que la ilumina.
trueca en rayos de plata.




Rima VI

Callad ya, sonoras trovas.
Laúd, permanece mudo.
Morid, risas, con que necio
la orfandad del alma insulto.
La vid con alegres pámpanos
preserva los tiernos frutos
del rayo del sol, del viento
y de los chubascos turbios;
mas si el labriego la priva
de sus racimos maduros,
al soplo del cierzo entrega
la vid sus pámpanos mustios.




Rima VII

De tu hipócrita fe roto ya el velo,
hoy con vergüenza mi pasión escondo.
Fingir supiste el amoroso anhelo,
cual copiar sabe el cenagoso fondo
de charca vil la claridad del cielo.




Rima VIII

Cruzaba contigo el valle
a la hora en que las últimas
luces de la tarde el cielo
con rojas tintas alumbran,
cuando, al llegar a la fuente
que bajo el nogal murmura,
encontramos a una hermosa
gitanilla vagabunda.
-«¿No querrá el buen caballero
que en las líneas que se cruzan
sobre su diestra, adivine
cuál es su suerte futura?»
Tendí mi mano riendo,
mientras que, con honda angustia,
tú interrogabas los ojos
de la pitonisa muda.
-«Vos iréis -dijo la maga-
de un soñado bien en busca,
loco tras de un imposible.
que no habéis de lograr nunca.»
Yo escuché entonces un leve
suspiro del alma tuya
pasar llevando en sus alas
la afirmación de tus dudas.
-«Vos iréis por luengas tierras,
juguete de la fortuna,
hasta que en lejanos climas
una hermosa niña rubia
os aprisione en los lazos
de aquel amor que no dura
más que lo que duran breves
la juventud y hermosura.»
Tú doblaste sobre el pecho
la pálida frente mustia,
y apoyaste sobre mi hombro
las trémulas manos juntas.
-«No fiéis del falso amigo
que el traidor puñal aguza,
ni de la mujer querida
que miente el amor que os jura.»
En sollozos comprimidos
rompió al fin tu pena aguda,
y de tus nublados ojos
cayó el llanto en blanda lluvia.
Sentados junto a la fuente
nos vio la naciente luna,
oprimiendo con mi brazo
yo tu delgada cintura,
doblando tu la cabeza
entre risueña y confusa,
y escuchando estas palabras,
que ojalá no olvides nunca:
-«El porvenir de mi vida
sólo ha de ser obra tuya:
tu amor sencillo y eterno
será mi buenaventura.»



Rima IX - A...

Nunca sabrás tal vez que yo te adoro;
nunca tú en mi semblante
verás las huellas del amargo lloro
del dulce lloro que por ti derramo,
ni mi labio arrogante
nunca osará esta frase, que devoro,
junto a tu oído pronunciar: «Te amo.»




Rima X

En las grietas de la vieja torre
polvo al pasar el huracán dejó;
trajo el ave en su pico la semilla;
cayó la lluvia y, cuando vino el sol,
entre las piedras de la torre antigua
brotó una flor.

Tú has sido para mí, niña inocente,
el viento, el ave que pasó veloz,
la gota de agua, el sol de primavera
cuya fecunda y misteriosa acción
entre las ruinas de mi ser engendra
nuevo el amor.




Rima XI

¿Ves esa lámpara triste
que en la olvidada capilla
del viejo templo cristiano,
junto a la Virgen bendita,
las sombras apenas vence,
pero inalterable brilla?
Siglos hace que sus rayos
ante la imagen vacilan;
siglos vendrán... y ella siempre
arderá blanca y tranquila.
No alumbró nunca el insomnio
de desvelada codicia,
ni la estremecieron nunca
los cánticos de la orgía.
Clara estrella sin ocaso,
como la del Norte, fija;
sagrada luz que no muere
cual muere la luz del día.
Amor la encendió, y de entonces
el devoto amor la cuida;
y, símbolo de una eterna
pasión, única y sencilla,
vivirá mientras la imagen
a que da sus lumbres, viva.
........................................
Yo sé di un alma que arde
por ti en casto amor, oh niña,
como la lámpara triste
de la olvidada capilla.




Rima XII

Si la humana razón con lumbre intensa
el fondo incierto de las causas busca,
la duda engendra, que, cual niebla densa,
al alma envuelve y la conciencia ofusca.

Cuando el sol tropical sobre el inquieto
Ponto su rayo vibrador envía,
no alumbra el fondo de la mar secreto;
pero engendra el vapor que enturbia el día.




Rima XIII

Con venenosa mentira
quisieron turbar la calma
con que tu pecho respira;
pero el rayo de su ira
murió en la paz de tu alma.

Si arrojáis, acaso, alguna
piedra en el estanque lleno,
baja hasta hundirse en el cieno,
y el cristal de la laguna
torna a cerrarse sereno.




Rima XIV

Del lodazal de la tierra
el sol, con cálidos rayos,
sabe engendrar los vapores
que llevan por los espacios
la grande voz de los truenos
y el brillo de los relámpagos.

Los tenues vapores grises
que enturbian los cielos claros,
al soplo del cierzo frío
en blanda lluvia trocados,
bajan de nuevo a la tierra
para convertirse en fango.

Alma mía, cuando el fuego
te abrasa, del entusiasmo,
libre hasta, los cielos subes;
pero, cuando el desengaño
te hiere frío, desciendes
triste a la cárcel de barro.




GOLONDRINA DE OTOÑO

Del norte huyendo las glaciales brumas,
de África busca el prolongado estío,
y rauda pasa, las azules plumas
rozando leve en el cristal del río.

Si atrás pudiera yo, corazón mío,
dejar así el dolor con que me abrumas,
el nido huyendo de mi hogar vacío,
surcara, oh mar, tus pérfidas espumas.

Pero ella ve el turbión que se avecina
y va a otros climas de apacible calma,
porque remonta hasta el cenit su vuelo.

Yo imitaré a esa pobre golondrina
y hallaré la perdida paz del alma
subiendo en alas de la fe hasta el cielo. 









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