Luis Javier Rodríguez
Los Ángeles EE.UU. Luis Javier Rodríguez es poeta laureado de la ciudad de Los Ángeles, California, desde 2014 y uno de los grandes pilares de la literatura chicana. Para Luis, poesía es el alma que habla, un acto profético y un poderoso medio para extender la presencia de cada uno de nosotros en el mundo. Rodríguez, además de poeta, es novelista y cuentista. También ha incursionado en la memoria y el cuento infantil.
Us Latino Poets en Español
Copatrocinado por el Smithsonian
Latino Virtual Museum
Luis Javier Rodríguez
Por Xánath Caraza
Una parte esencial de Luis Javier es que es activista para la comunidad, enfocándose en la construcción de la paz en zonas urbanas, deprimidas económicamente, en los Estados Unidos de Norteamérica. Ha sido mentor de muchos jóvenes y adultos, cura a través de la escritura siempre enfocándose en la paz tan necesaria en muchos de los barrios de las grandes urbes, donde muchos latinos y chicanos viven. Ha trabajado, no solo a través de talleres de creación literaria sino con toda una gama de actividades artísticas; ha creado espacios para promover el arte, la música, la danza, la pintura y la creación literaria, entre muchas otras actividades que responden a necesidades específicas de las diferentes comunidades urbanas de chicanos y latinos con quienes trabaja.
Al poeta le gusta definirse también como esposo, padre, abuelo y bisabuelo; la familia es uno de los pilares de su vida por la que lucha y para quien está presente día a día.
Rodriguez es autor de quince libros en todos los géneros previamente mencionados y otras tantas antologías. Entre sus libros están, su memoria y libro mejor vendido, Always Running, La Vida Loca, Gang Days in L.A. y su más reciente libro, una secuencia del anterior, It Calls You Back: An Odyssey Trhough Love, Addiction, Revolutions, and Healing.
Es director y fundador de la editorial Tía Chucha Press con veinticinco años de existencia. Es cofundador y presidente del Centro Cultural y Librería Tía Chucha en el Valle de San Fernando, California. Asimismo es coordinador y conciliador de The Network for Revolutionary Change. Luis está comprometido a limpiar, balancear y sanar el mundo. “Para lo esencial, unidad; para lo no esencial, libertad. Ante todo, compasión.”
He coincidido con Luis Javier Rodriguez en varias ocasiones. Es un ser comprometido con el mundo, el arte y la literatura. Un hombre con experiencias duras en su vida, las cuales le han permitido llegar a ser el íntegro ser humano que es hoy en día. Recientemente tuve una conversación vía email con él y acordamos en la selección de los poemas que a continuación he traducido para esta ocasión, “Como luz de luna al agua”, “Formas afiebradas” y “Baile o muerte”.
Como luz de luna al agua
(Para mis hijos menores, Rubén y Luis)
Rubén recuerda el día que traje a mamá
y a su hermanito a casa cuando tenía seis.
En el asiento trasero del auto dijo
que era un niño que parecía asiático
con cabello parado.
Chito—diminutivo para Luisito—se veía así
porque es parte Rarámuri y Huichol
pero mayormente de todo el universo.
Rubén se debió haber preguntado por galaxias de estrellas,
cantos de pájaros e historias que han sido soñadas
para moldear a este niño.
Cuando Chito llegó estoy seguro que Rubén sabía
que su mundo nunca sería el mismo.
Hasta entonces Rubén había sido nuestro hijo único.
Para mamá y papá él era el chillido
de los frenos del auto,
un suspiro para una broma mala,
el guante para la pelota
y ahora esto—un niño confundido observando
con detenimiento una carita de la tierra
enredada en una sábana azul cielo.
Le pregunté a Rubén que qué pensaba de su hermano.
Con ojos relucientes con la claridad de un niño de seis años,
contestó: “Oh, ya lo conocía—
vi a Chito cuando estaba en el estómago de mamá”.
Miré a Rubén con una mirada que a menudo doy
en respuesta a sus increíbles observaciones.
De alguna forma su declaración era verdadera.
Su hermano menor estaba en el aire,
preparándose a partir, el siguiente,
pacientemente esperando su turno.
Cuando crecieron, Chito siguió cada movimiento
de su hermano, entrando de lleno
en la densa esfera de Rubén.
Rubén nunca lo lastimó ni explotó
como los hermanos mayores
frecuentemente lo hacen.
Los chicos conectaron desde el principio
como colibríes a la flor,
como aliento al poema,
como luz de luna al agua,
hermanos desde el vientre.
Formas afiebradas
(Para José Montoya, David Henderson y Pedro Pietri
y para el primer recital de poesía al que asistí en el otoño de 1973)
Me la pasaba en un mundo engendrado en una aguja,
adicto a las drogas y a la vida loca,
y así, ahí estaba—en Berkeley
para mi primer recital de poesía.
Tenía dieciocho—con una bala, como decían.
Poco antes había volado en avión por primera vez.
Cierto, había sobrevivido media docena de asaltos,
golpizas de policías,
sobre dosis, navajas al cuello en las celdas de la cárcel,
ser desamparado en las calles frías y húmedas,
y palizas en las peleas del barrio—pero volar?
Me espantó de muerte.
Me senté allá en un café repleto de gente
sin saber qué esperar.
¿Poesía? Nunca antes había oído de ésta.
Oh, había escrito líneas:
viñetas, imágenes, miedos, pensamientos.
No sabía que fueran poemas.
No tenía idea de lo que era un poema.
El primero al micrófono fue José Montoya
con oraciones chicanas de viejos pachucos,
amores complicados y solos de guitarra
y manos indias en harina de maíz.
Después David Henderson en el escenario,
calles urbanas negras brillando, miradas racistas,
furia de los Black Panther y cocina sureña.
Por último Pedro Pietry al escenario—palabra
nuyorriquense meister, bombardeando con
experiencias del Barrio, con poemas en
cabinas telefónicas y sabiduría de la vida
que nos hizo reír y sacudirnos.
Nunca había escuchado la palabra así,
más música que habla,
más imágenes afiebradas que oraciones,
más Che y Malcom que Shakespeare.
Estos poemas vinieron por mí,
enlazaron mi garganta,
demandaron mis ahorros de vida
llevándome de viaje al crepúsculo.
Estos poemas eran garabatos en grafiti
a lo largo de callejones y túneles desparramado con basura
en mi cuerpo, la metadona metafórica para vomitar heroína
en la corriente sanguínea, la línea de vida que ya tenía dentro
de mí y no lo sabía.
Estos poemas fueron palos de billar, planchas oscurecidas,
un giro de rayos de sol después de la tumba,
gritos ennegrecidos de sangre tras las cortinas rotas,
un niño chillando sin que nadie le ayude.
Fueron esencia de mujer después de
haber hecho el amor, un toque dulce de la mano al rostro,
cascadas de cabello sobre la almohada
un gemido durante un beso largo.
Estos poemas fueron intentos ensombrecidos,
dudas inesperadas, lamentos sin luto,
luna sin cielo,
melodías desconocidas…
la caída que sucede cuando
empujas la navaja en la muñeca.
Vinieron por mí cuando me hundía en mi suicidio
mientras inquietamente me movía en una silla,
me picaba bajo la piel,
cuando me preguntaba por qué vine.
José, David y Pedro—
nunca fui el mismo después de esto.
Vinieron por mí y nunca los dejé ir.
Vinieron por mí y transpiré poemas
desde entonces. Vinieron por mí—y todas mis adicciones,
mis malditas mentiras, mis máscaras caídas,
mis esposas molestas, mis hijos olvidados,
amigos enojados y falla tras falla
nunca pude dejarlos ir.
Baile o muerte
(Para el pueblo Rarámuri de Chihuahua, México)
1.
Cuando el mundo detenga sus rituales colectivos
ignore los cargos quemado-rojizos
de sus heridos y traicionados;
cuando presione los versos de la vida
y detenga las celebraciones que marcan
los pasos ascendentes hacia la conciencia;
cuando impida las sutiles encantaciones de la tierra,
are en los salvajes terrenos abiertos del corazón,
bloquee el nacimiento creativo de las profundidades del alma;
cuando fuerce nuestro hogar, nuestra tierra, para convertirse
en barro mucoso de cualquier energía mortal que pueda quemarse
fuerce el tropiezo de glaciares, a los bosques ceder,
a los océanos revolverse; cuando los diamantes, el oro, el petróleo, los autos—
y hogares demasiado grandes para diez familias,
dejen solo a uno—pueden explotar,
y el respeto, la dignidad, la comunidad
sean difíciles de encontrar…
será entonces cuando alguien
deba bailar
para evitar que todo
muera.
2.
En la Barranca del cobre de la vieja Chihuahua,
alrededor de ocho mil Rarámuris viven
escondidos entre las piedras volcánicas y pinos—
una de las últimas tribus residentes de las cuevas en el mundo.
Visité los Rarámuris un verano mexicano
con un amigo navajo,
que quería ver con sus propios ojos a esta tribu cohesiva y ancestral,
que existía de la manera que su gente lo había hecho más de cien años atrás.
Dormimos en cuevas,
lavamos y cocinamos sin electricidad,
enfrentamos gruñidos de perros sarnosos.
También conocimos gente del maíz remarcablemente tímida
pero calmada y conectada.
La mayoría de los Rarámuris estaban desesperados:
Hambrientos, olvidados, perseguidos.
Las cuevas eran su último refugio.
3.
Entre los Rarámuris más tradicionales
existe un concepto—bailar o morir.
Siente que deben llevar a cabo rituales
para el resto de nosotros, ya que nuestra tan
llamada civilización ha olvidado lo que sabía.
Hemos perdido nuestra esencia a la industria,
al capital, al trabajo robado.
Hemos olvidado cómo respetar y honrar relaciones,
la naturaleza dentro y alrededor de nosotros,
y cómo estas relaciones balanceadas
traen abundancia y renovación.
Le hemos dado la espalda a estas leyes,
forzando a la tierra a ir más allá de sus capacidades curativas,
colocando necesidades superficiales por encima de los profundamente humano,
lo hecho por el hombre o la locura humana por encima de lo natural,
lo cual siempre hace sentido,
siempre rima,
siempre razona.
Podemos salvar el mundo todavía
pero alguien tiene que proteger las canciones,
las invocaciones,
las delicias.
Alguien debe seguir bailando.
.
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