martes, 8 de marzo de 2016

SANTIAGO PINTABONA [18.210]


SANTIAGO PINTABONA

Santiago Pintabona Nació en Buenos Aires en 1974. Publicó Campo Afuera, Nusud, 2000; La sedante del pacto, Tsé-Tsé, 2001;  Difícil Life, Imprenta Argentina de Poesía (IAP), 2004 y en colaboración  con Marcelo Galindo y Pablo Katchadjian, Los albañiles, IAP, 2005. Quiroga Tiger, 2007.



De Quiroga Tiger


LA ENSEÑANZA DEL PAISAJE (FRAGMENTOS)

Aún siendo el mayor de los pecadores
podrías recorrer el mar del error,
 en la nave de la Verdad.
Bhagavad Guita


1

El Mal,
como lo llaman ellos, incide en el aspecto de quienes una vez recuperados
          vuelven hacia la ciudad.
Las concentraciones de la nariz dan la pauta de la calidad
                 de vida,
antes de la operación, después de la operación, y a juzgar                         
             por el poco deporte
que realizan, parece inútil el uso de bolsos y
las precauciones
en general. Es bien sabido que la falta
           de trabajo produce descanso, y que el descanso
mal aprovechado
           produce aburrimiento. En los edificios
a medio terminar, en los hoteles del Tigre y en todas
las islas que contienen la vegetación en forma de plegaria
hace su trabajo
más allá del país y su     
          aglomeramiento o partición.
No es raro encontrar
un bolso en los malecones, un muchacho dormido
junto a una pala clavada. Los milagros son como islas, ritmos,
                     en el agua
           solidaria y comunal. Con ella llenan un balde,
bañan a un bebé o apagan un incendio,
       y siempre es un golpe más fuerte
el que viene del  agua aglomerada que se despista,
como los ángeles en el sunami
         no supieron nunca qué hacer
todavía espero
que me recojan. Estás pálido. Lo suficiente para humillarte, digo
 y me subo a la lancha. El río está blanco
            como una nube.
                   La embarcación avanza.
                  Una pareja besándose señala
la cercanía de las cabañas.
Ahora se morían las olas en la orilla
           y eran las cuatro con dos soles.
Pero la energía de cierto displacer
sonaba tristemente mientras la proa trozaba el espejo empañado.
Después, de las cabañas rodeadas de zarzas azules,
de los tilos arrinconados contra la costa.
Mucho después de armar
         el bolso, la ropa, los recuerdos. Pero
    el motivo se deshace a medida que avanzo,
              por eso te elegí a vos
 como confidente. Al acabar el verano las hojas invaden
             el agua blanquecina,
habitan el malecón y la gota.
El trabajo y el recuerdo piensan en el hospital:
nada podrá escapar del gesto fantasmal de nuestras aperturas.
             Al mediodía volvemos a la carne, por encima
del sexo las contracciones aumentan,
         aumenta el movimiento del aire. Pareciera
      que el río lechoso nos hablara por medio de giros o
de líneas parejas.
             Mientras el hambre
trae transpiración o desmemoria y lucidez extraña: todo esto
         que me quiere decir
horizontalmente la luz y no comprendo. El hospital del Tigre.
               Y al ser tan
simples las hojas y las raíces expuestas nos sentimos
       aterrados y hablamos del mediodía
       que arroja
su brisa atravesando las islas del Oeste.
Siguió el modelo del futuro para elegir cada vez,
              como al cruzar
           Montes de Oca nadie lo viera,
pintó un  nuevo amanecer con sangre a lo largo
de la pierna izquierda que permanecía  vendada.
       Alterado y acompañado por la honestidad
               ve la cortina y se asusta.
Vienen a conversar con vos.
                     Detrás  de los barbijos
como casas de castor: una madera mal plantada,
las piedras y
        el resplandor que marean. En un mismo
lugar el exponente de luz y el  maestro  de  medicina conversan
sobre las posibles soluciones para tu problema.
                    Pero al instante
abandonás la cama como si fuera domingo.
Toda la vida persiguiendo
                 la velocidad con la pierna que rompió
al haberla metido bajo el agua como a un bagre.
Entonces la velocidad se hace brillo
y la cama se transforma en un bote, nadie
         se sorprende de                           
ver un móvil tan débil.



3.

       Era la cama veintitrés y las cortinas azules no dejaban
pasar la luz, no sabía si era la tarde o la madrugada,
seguí oyendo
          los gritos y viendo
        mi sangre sobre la cuerina. No podía ser más veloz.
Se dice que entré sin respirar, a verme en el agua de la orilla mientras
        armabas tus bolsos. Saludé, el pañuelo conmovió al puerto,
puerto humilde,
                   unas tablas
y la escalera que podía romperse.
                      Muertos de serenidad al escuchar
                 el motor, compitiendo
con los mirlos y la mismísima corriente
que rozaba la proa y la estela que dejaba detrás.
Entonces tomé
la raicilla con las manos y la saqué del barro,
anegada, hubiera
                       muerto.
La puse en tierra seca, debajo de un arbusto.
          Moví la cabeza: vi millones de raicillas anilladas entre sí.
               De lejos parecía tierra firme, ir es un pantano. Entonces tomé
       otra raicilla con las manos. A fuerza de cultura llegué
              hasta aquí,
pero esto no responde a tus preguntas. Estás centralizado
                    en una excusa que te permita seguir,
comprendo, si fuera invierno podrías solazarte
                   bajo el poncho, pero no tenés poncho,
apenas un saco color salmón, con el que recorrés los barrios
           pobres donde la tristeza sonríe. Y este
es un milagro que no puede definirse al oír, el ruido
                del agua alrededor de la lancha,
mientras la última hora te parece infinita como la corriente que te lleva,
                 del puerto a las islas,
donde las hortensias se mojan las rodillas.
Fue sin duda esclarecedor,
     tu silencio. Cupo la posibilidad de un accidente.



Un descuido profesional. Pero al besarla sintió por primera vez
      la contextura del aire
en una oración larga, dura, pronunciada por la Mente.
Nadie lo discute,
                     es el número uno, en unos de los
tantos grupos de los que solés hablar,
lo que aprueban todos,
           lo que imitan que lo mantienen. Es un ermitaño
del siglo veintiuno que tiene un televisor para sentarse.
La embarcación
                  rodea una isla y se mete
en un riacho, donde las ramas cuelgan hasta doblarse,
y el agua es ahora negra como no tener con qué,
aquí ya no hay hortensias, se escuchan los mirlos
            y está la presunción
de que hay un lenguado debajo.
Aunque no nos interese el río sigue.
Salir del río sería tomar
entre las manos arena y en la Mente
un paisaje de corazones azules.
Me bajo pero no lo abandono,
este malestar me inspira como pocas
              cosas lo pueden hacer,
veo la hilera de hortensias,
         los sauces en conjuntos pequeños por detrás de las zarzas,             
                   tilos.
Veo la casilla rodeada de perros.
        Los perros anuncian el trabajo,
y el trabajo anuncia a la angustia, porque el silencio
                   está
                   arrancando las hojas
   y esparciéndolas por el suelo. Y aunque sanen mi herida
                sé que no tiene fin,
                    y que los
motivos por los que me curan son apenas una pretensión
                  de equilibrio comunal,
una manía de conducir a la fe
                                que no tiene fe
y que no trabaja para la vida hacia un modelo           
                 deportivo.
                        Mi sonrisa,
                claro que la recuerdo.
Observo que la embarcación comienza
                    a deslizarse más rápido,
la corriente a nuestro favor levanta la popa y la empuja con las manos.
                La casilla no está lejos,
cinco minutos de caminata y alcanzo la loma.
Sobre la loma está la casilla,
sobre la casilla hay un mirlo de cabeza rojiza.
Entonces sentí la emoción que corría por mis brazos,
                 apreté el botón, me recosté y miré hacia la ventana.
             Las casas y los edificios pequeños
apretados donde algunos vidrios reflejaban el sol de las islas.


La sombra del árbol se hacía más grande, que el árbol mismo.
Qué pensé.                   
       Nada, el agua
ya turbia por el atardecer se volvía misteriosa. Caminaba esquivando
               las cañas
intentando ir derecho,
la noche sería una casilla sin luz sostenida por la tierra.
Te lo digo porque te oía conversar,
te pasabas un pañuelo por la frente,
quiero refrescarte,
con el recuerdo del calor de la casilla,
con el recuerdo de una barca que gira sin sentido,
                  pero que roza todos los sentidos al girar.
Adonde mire
veo multiplicarse, las florecillas turquesas
              de las santaritas.
El agua que aquí es más clara define el valor de la mañana.
                      Si estuvieras conmigo no conversaríamos,
tomaríamos té sin pensar en las madres,
                       diríamos que un padre
es aquello que separa las cañas, sólo lo necesario para avanzar,
sólo lo necesario para avanzar. ¡¡¡Cuántas de tus bravatas
                        tienen ahora
                     sentido para mí!!  Estoy aquí para
contarte que existe un lugar en el mundo,
un lugar muy grande y lejano y otra vez grande.
Todo esto es nuestro, te leo los labios                         
                como si estuviéramos enamorados.
Entonces comprendí la insistencia de la emoción
y lo que ella quería que yo hiciera.
              Me propuse entrar y dejarme llevar
                por las hortensias,
                 las santaritas, las cañas,
los tilos y las zarzas azules. Tantas transformaciones para ser
                   un recién nacido. No tengo
un río que sea mío, tampoco sientes tú que tienes
lo que quieres.
Las manos, tal como las conocemos nosotros,
         son un par de dioses delirantes.
Esto es realidad y a ti te asusta.
Hay que seguir,
sacarse los anillos
y entrar en los colores divinizados por la divergencia.


Mi pierna requería descanso, asegurado, mentalmente dispuesto
                me preparé
para unos días de reposo, por las ventanas enormes veía
las estrellas difusas por la luz de la ciudad.
                      Y no parecía ser distinto a lo demás,
           ejemplo y reflexión,
yo dormía y saboreaban mi sangre, se sabe:
un hospital presume todo, y de todo presume.
Más: el espejo del río asegura que nos vemos bien.
El otoño es un día virulento, la primavera
                  con su anillo de bodas y el invierno ya viejo,
sin nietos, sin hijos y sin mujer, se miran pasar.
El verano parece diferente,
        su aspecto es el de una primavera para siempre.
Vemos los tilos instalados, firmes. De mucho
me deshice para llegar hasta aquí, es importante saber elegir
entre lo útil y lo que nos sirve,
nos parecemos tanto a lo que necesitamos
que no logramos desvincularnos al instante,
                      como es necesaria el agua para el pez,
y la luz genuina que filtra la hoja que todavía no cae.
Estoy en el cielo destrozado como un rostro,
     purificado de la mezcla de paciencia y malestares,
estoy acompañado
                     por un fuego que no arde,
a pocos pasos del río donde también hay estrellas.
                Un momento de estupidez y todo se transforma.

Considerá, entonces,
que la madrugada y el oxígeno serán necesarios,
cuando saltes esa cerca que te tiene detenido.
El odio por el cielo es normal,
el aburrimiento y la ira son hermanos,
la enfermedad y el poder son parientes lejanos.
Ninguna pregunta, ese no es tu problema.
La compañía casi continua,
a través de tus brazos tu alejado lugar,
volver a dormir para siempre cada noche y
soportar a tus amigos y los caprichos
de la realidad que te rodea. Pero esto se está poniendo difícil,
                   y tus brazos no parecen dar abasto,
con toda la mercancía que sube
                         y la mercancía que baja, vieja ya, en la saliva,
                             en la orina.
Grave es no amar, la emoción no es sólo un líquido
       que chorrea de tu Mente.
La autocompasión te puede llevar a viejo.


En parte la orilla y en parte el río mismo marcan el progreso,
no sabemos qué es atrás pero lo señalamos,
hoy que la isla cumple años deberías estar,
                       los miles
de colores de las ramas confirman la información. Y bajás
                         porque te
esperan en la orilla, y  eso no es ser valiente, sabés,
que lo que sigue es un juego de niños frente al
verdadero paseo que
                    te prometiste. Esta es tu forma,
             ¿cuál podría ser
si no? el río serpentea y está siempre en fuga,
visto desde el  Norte,
desde el Sur parece que siempre está llegando.
Hace muchos años que estás cabeza abajo.



6.

Mi respuesta no es Dios. Tu respuesta no está
en el desierto de
                      Atacama.
                     La solución no sería
dibujar un círculo en la arena y sentarte a esperar.
La solución es que me
                        aceptes como
compañero y confíes en mi ignorancia.
                        Mi pobreza está llena de posibilidades.
 De las veces en que me propuse ayudarte ninguna fallé,
cierto, y mi cansancio todavía
                        no encaja en ninguna
clase de desesperación. Duro como un vidrio.
                       Sólo hay una manera
de detenerme, y sabés de qué estoy hablando
                      en cuanto a mi
aventura y su final. Su final es tu sonrisa. ¡Me emociona tanto
  pensar
                  en el regreso! ¡Qué charla que
vamos a tener! En tanto, procurá no estar sólo,
          sostené tu esperanza y
no claudiques. A mí me esperan unas semanas de barro y
 movimiento.
Me encargo, la próxima espero que puedas ayudarme,
                    sé que estás verde,
                  pero existe un alimento que no se degrada
y que permanece y se recupera por la bondad de tu boca.
Hay aquí tantas alusiones a tu problema
                que me es imposible dar un paso atrás.
                         Sólo la belleza nos
obliga, la costa que se acerca y se aleja nos obliga,
a pensar en
             nuestras manos como
un par de cosas importantes. Comprendés que así como se hace un tejido,
                 una manta para transitar
por las montañas más altas, se hace una mermelada de durazno. A veces
                   hace calor, otras nieva copiosamente y las casas
 parecen dueñas del volumen.
Aunque escuches a los perros desde la
 orilla, no es
seguro que haya alguien que te atienda. El frío filoso me rodea,
           camino para mantener el
                     calor, tu problema
regresa a mí cuando junto a la senda,
          veo el esqueleto de un
                  pajarito. Recuerdo
la cuerina y entonces,
veo tu rostro iluminado por mi promesa.
          Te doy un té y no podemos evitar
referirnos a las madres.
El malhumor resalta que la idea que tenemos
ahora de la vida es insatisfactoria.
                    A esto se suman, el cansancio por la
                hora, y por el corazón, el           
                cansancio de la sangre.
Podemos hacer de esta vida la Burbuja de Sumatra,
o podemos trasladarnos y disentir,
o aflojarnos el cinturón,
cruzar diez veces la frontera,               
aunque nada de esto
            garantiza nada.
El vacío que sale de las tazas nos envuelve por completo.
 No sé dónde está. Conseguí
averiguar la zona, la región donde posiblemente
                     encuentre a alguien
capaz de contestar. La pregunta no es compleja,
por el contrario, es muy simple.
                      De todos modos y ya
que yo tengo dinero hago lo que se me ocurre.
La respuesta es compleja.
Salvar la sangre que te enciende y colorea tus ojos es mi obsesión.
             Si fueras un hombre ya,
               entrarías por esta misma frase,
                         o en una pausa cualquiera,
a este mundo donde la duda florece
y descarga su emotividad,
dedicada enteramente a cuidarnos. En el baño
                me peino y me lavo.
                     El piso empatrullado sostiene
                     la cama y la mesa
de luz, pero yo estoy hundido.¡Mirá la comida que me dan!
  Siento furia,
ese es mi problema, tengo furia por no poder caminar,
y sentir que a tanto
                       vagabundeo no le he dedicado la
                       suficiente atención.
Después de la respuesta no entendí,
               en cambio me sentí calmado
cuando me llegó
            la siguiente pregunta.
El médico se jactaba de haber partido la manzana.                         
                      En tanto siga costando tanto no quiero volver
  al tema. Tengo
la fruta entre mis manos y debo responder. Exigente. Nunca
 oí un pedido tan
genuino y general, algo así como cómo debe ser
la “Clave del Amor”.
                      Arturo y yo
seguimos buscando. No sé. Hace años que no lo veo,
                no tomó la lancha el día aquél. Dame
un motivo para no seguir.
                La presión se transfigura
              cuando los pajonales podridos pasan
como nubes por debajo del muelle.
El hambre hipnótico
realiza su trabajo y se hace de lo necesario. Pasan dos
  lanchas
con rumbo
                        desconocido. Los motores
se escuchan todavía después de que las lanchas desaparecen.
Atraviesan la maleza en monos de sonido.
Han tomado un curso menor,
y lo grande del río comunica su enseñanza en el ostinatto del marrón.
¡¡Cuántas aves cruzan de un lado
 al otro del río,
durante un largo silencio manchado de colores brillantes!!
Los nidos quién
                sabe donde están, pero el
espacio de la utilidad es claramente el aire poblado de perfumes.
                      Sacáte la corona y poné los pies
              sobre la tierra. La lluvia
que ahora está marcando, el fin
 de una aventura
dentro de otra gran aventura, el cansancio del cuerpo que no
                          admite ningún
argumento. Fuera de toda certidumbre tus pies saben,
 lo que tu boca
no sabe es que yo llevo ya seis semanas sin jugar,
porque buscar en
                donde nadie perdió nada
parece estúpido, en cambio me consta que regularmente
se triunfa por acciones como la mía. Subo
a la lancha. Son las cinco y media.




9.

A partir del día once se ven los resultados, el cuerpo empieza
                         a transformarse en oso. Y algunas de sus señales
son muy características. Por ejemplo en el pecho.
         Nos recuperamos pronto y comenzamos a planear nuestra próxima aventura,
ya que el entorno es otro,
  al final       
de las manos, podrías combinar esto con los diarios,
para obtener la mejor interpretación de la época.
No te interesa.                   
Ok, dejame tomarte de las manos, relajate,
aquí está la época,
con sus héroes que resultan ser muy poco prácticos,
                      están embobados por la brisa primaveral
que los visita. La piel no se opone jamás. Los ojos no se oponen jamás.                           
Nos mareamos y sentimos alegría. Pensabas
que preguntando te ibas a salvar del esfuerzo pero
no es así, por fin estás dando al parecer,
               una reacción positiva
           al responder a mis comentarios sobre la     
                                     averiguación       
                                     que estoy haciendo.
     Te lo agradezco, es bueno distinguir,
si uno está solo o si lo han abandonado.
Mi humor está muy poderoso. Si no hubiese vuelto
             tendría una idea muy diferente sobre tu preocupación. Pero resulta
                           que me siento fuerte como un motor, y mi cuerpo
                   es una lancha que avanza contra la corriente.
Los pajonales podridos nos         
anuncian la opinión de la naturaleza,
         esto es belleza me digo, y termino riendo como un jovencito.
Al acabar el traslado tomamos el equipaje, la mochila,
                            los bolsos de mano, la bolsitas
con comida. Lo que viene es una incursión todavía más intensa de 
                          lo que fue hasta ahora.
Pero tengo certidumbre, la escena es especial,
la embarcación avanza y badea todas las complicaciones del Paraná.
               De rodillas es investigar, caminar es investigar, entre los sauces
nuevos en la nueva ribera, del nuevo perfume de
                          las flores nuevas que consigue que olvidemos el mareo,
por tanta realidad suprasensible. Comprendo que sólo a vos te interesan:
las casillas que brillan en el medio de la noche,
                los perros angustiados que corren rodeando la luz,
las zarzas que sabemos azules pero
                           están agrisadas y tumbadas.
La luna estropea todo
y en la complacencia de un amanecer imposible
nos refugiamos juntos,
         comemos,
hablamos de las madres
y del atavismo mortal de nuestras propias visiones.
                Tenemos que recuperarnos. Todavía no visitamos
los altos y presentimos bien. Allí donde los isleños son
más rudos todavía que en las cercanías donde estamos:
función de fuerza,
               sorda y de zarza ardiendo,
la palabra colgando de otro palo.
         Estamos necesitando un cambio de comunidad
y no nos atrevemos a decirlo, en cambio
                  utilizamos todas nuestras fuerzas
para transformarnos a nosotros,
un disparate bastante extendido que no se sabe de
dónde viene. A cambio el río tiene un origen,
                      y podemos rastrearlo hasta congelarnos.
Esto es bien sabido, lo que no se sabe es que detrás de
la luna y el viento ciclotímico
hay un refuerzo de vida para detener al río,
                      para tomarlo con las manos y ponerlo de pie.
Su altura no puede medirse,
y el escándalo complica el goce de los gestos
de una cultura como esa.

Publicado originalmente en http://santiagopintabona.blogspot.pe/



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