lunes, 2 de marzo de 2015

IGNACIA DE LARA HENRÍQUEZ [15.126]


Ignacia de Lara Henríquez 

Nace en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de agosto de 1880, falleció el 1 de septiembre de 1940 y fue la tercera de un total de ocho hermanos. Su padre era de origen sevillano, si bien, se instaló en la finca de la Condesa, del Valle de Jinámar, desde muy joven y se casó con la teldense Victoria Henríquez Rivero.

Ignacia de Lara Henríquez, ha sido durante muchos años, al igual que nuestra Hilda Zudán, una gran desconocida, tal vez por la influencia sexista en el ámbito de la literatura que como en la sociedad en general, se diera con frecuencia hasta mediados del siglo XX. Para conocer otros aspectos sobre la vida y obra de esta poetisa y escritora teldense de adopción, hemos tenido que recurrir  a la obra titulada “Antología poética de Ignacia de Lara: 1880-1940”, editada en el año 1988 por la Real Sociedad Económica de Amigos del País y escrita por don Antonio María González Padrón, actual Cronista Oficial de la Ciudad de Telde, quien tras un exhaustivo estudio ha dividido la obra en “temas religiosos”, “temas intimistas”, “temas varios” y “cantares”.
De este libro se puede extraer las siguientes notas biográficas escritas por González Padrón bajo la denominación de “Estudio biográfico-estilístico”; y el poema titulado “Tristeza”, datado en la nochebuena del año 1932 y clasificado dentro de los “temas intimistas”.

En los primeros años de su adolescencia ingresó como alumna en el colegio dominico de San José, donde la honda influencia recibida hace que la religiosidad sea la constante más apreciable de su vida y de su obra. Unos años más tarde finalizaría Magisterio y paralelamente, su educación y formación se vería también reforzada gracias a las tertulias que al amparo de los muros de la casa familiar y contando con la permanente dirección de su madre, reúne a la flor de las letras canarias como Alonso Quesada, Tomás Morales o Luis Doreste Silva.

La sólida cultura que posee, transmitida por sus padres y confirmada gracias a sus autores preferidos como Bécquer, Rosalía de Castro, Quevedo, Góngora, Espronceda y Rubén Darío, está fuertemente influenciada por Tomás Morales, Salvador Rueda, Villaespesa o Marquina.

La obra de Ignacia es bastante intimista y es incluida en “Historia de la literatura canaria”, por Artíles y Quintana, en el grupo de los “poetas intimistas”, junto a Montiano Placeres, Juan Millares Carló y Luis Benítez Inglott. Pero lo más significante de toda su obra, es un imperecedero sello de dolor, impregnado de angustia y melancolía.

Ignacia, mujer de carácter valiente y apasionado, con gran carga de humanismo cristiano, tiene clara conciencia de lo que es ser mujer y por ello luchó de forma constante para que todas las mujeres de su tierra salieran de un letargo de siglos y fuesen ocupando los lugares que por derecho les correspondían en una sociedad más justa. Durante los años de 1931 a 1936 se dedicó a la política, con una participación activa en la vida pública, que se afianza por una firme convicción de fe católica y teniendo como arma preferida sus inmaculados versos.

En esta biografía, escrita por González Padrón, se hace mención a 3 obras publicadas a lo largo de la vida de Ignacia: Al colegio dominico “mi colegio”, como cariñosamente lo califica la escritora, dedica su primer libro, que llevaba por título “Tiré del recuerdo... y como cerezas”, publicado en la capital grancanaria en 1922.

Francisco González Díaz, en el prólogo que realizará al segundo libro de Ignacia, “Para el perdón y para el olvido”, que ve la luz en la capital catalana en 1924, escribe de Ignacia: “No aspira a deslumbrar ni a perturbar con su libro, sino a conmover.” Tomás Morales, a su vez, dice de los versos de la poetisa: “Ponen un aire ingenuo de ternura y bondad.”

A los dos libros ya reseñados se les une un tercero bajo el título genérico de “Cantares”, publicado como el primero en Las Palmas de Gran Canaria en 1926. No debiendo olvidar las continuas aportaciones a periódicos y revistas, tanto locales como nacionales.

Se pudiera concluir que Ignacia de Lara cultivó la poesía y la prosa con maestría, en la primera se sumerge amistosamente entre los componentes de la Escuela Lírica de Telde, influyendo notablemente en la poesía de Montiano Placeres y de Julián Torón, mientras que en la prosa, escribe cuentos y artículos periodísticos en pro de la liberación y avance de la mujer en la sociedad que le tocó vivir.

Tras una vida llena de pesares, de trabajos y de horas amargas, su final viene de manos de una enfermedad. Un cáncer acaba con su vida el 1 de septiembre de 1940 en su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria. Unos días más tarde se publica en la prensa su “Soneto póstumo” junto a otro de Luis Doreste Silva llamado “A Ignacia de Lara, en el adiós a su vida”.




IGNACIA DE LARA (Las Palmas de Gran Canaria. 1880-1940).

Nació poeta, soñadora y triste. Amó a Dios sobre todas las cosas. Vivió escribiendo. Escribió, viviendo, versos, cuentos, artículos... Repartió a manos llenas amor y alegría para los demás. Se reservó el dolor para sí misma. Con su propia vida repitió incansablemente el Mensaje que dos mil años atrás nos legara Jesucristo: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”.

El Tiempo no podrá borrar su memoria.



Me resulta misteriosamente curiosos observar cómo una persona que en su vida y en su obra pareció siempre anticiparse (al dolor, al desencanto, incluso a su propia muerte), pudiera estar también íntimamente convencida de que la esperaba, pronto, un destino de olvido. Como si al dejar escrito su admirable Soneto Póstumo, hubiera hecho desaparecer la llave de su futuro, en el conocimiento de las generaciones que seguirían sucediéndose en su mismo ambiente isleño. Tal vez lo presentía, temerosa al propio tiempo de su certidumbre, lo mismo que presintió tantas y tantas cosas... Las agudísimas antenas de su hipersensibilidad pudieron convertirla en agorera de su futuro. Esta pobre mujer desconocida es un verso suyo (p. 11).

(...)



IV

La luna y el mar 


...que el mar le da a mi mar su semejanza...

Continúa Jordé con sus recuerdos:

Gustábale a Ignacia de Lara el espectáculo del océano en horas vespertinas, y al muelle acudía a contemplar la superficie marítima, el cielo con fugitivas nubes que el ocaso enrojecía, los horizontes que determinaban su melancólico aislamiento y barcos que entraban y salían del puerto. Seguramente en esas tardes seguiría soñando para aliviar la carga de sus cuitas, y en las composiciones que su musa le dictaba refléjanse sus penas y palpita la emoción honda que sentía.

El mar... Cuántas veces repitió aquella estrofa de Tomás Morales: “El mar es como un viejo camarada de infancia, al cual estoy unido con un salvaje amor...” Lo amó, lo admiró y lo hizo tan suyo, que en casi todos sus versos hay algo sabor salino –también es así el de las lágrimas- y de la cristalina imagen del mar. Compara con él el alma de un poeta: “el mar sin orillas de tu inmensidad interior”. Demuestra así su apego al océano: “De las orillas de este mar nadie podrá borrarme. Aunque salpiquen todas las espumas”. Comenta así unos versos manuscritos: “Estoy queriendo poner una ola marginal y no puedo. Toda la fantasía se me ha hecho un rizo de espumas. Siento la melancolía que ante una playa remota tiene un pañuelo que flota para decirnos adiós. ¿Quién se va? ¿Qué se va?” Desborda su emoción de lectora con otros versos espontáneos:


Yo no sé qué rumor tiene esta orilla.
El alma que perciba la cantiga serena
anclará las amarras y plegará las velas,
y quebrará la quilla por varar en la prieta
blandura de la arena...


Siempre la imagen marina, el infinito horizonte, la clara ola acuarelando sus emociones, diluyendo mansamente, a veces, sus dolores en el azul; resistiendo bravamente, otras, los embates irreversibles a los que tan acostumbrada estaba, estuvo siempre.

Con el contrapunto pálido de la luna. “¡Luna! ¡Noche de la luna! ¡¡¡Mis noches!!! Tengo celos de los que han de verte cuando yo ya no tenga luz en la mirada”.

“¡Si todas las cosas tuvieran color de luna!”, parece suspirar en una nota marginal a una lectura, “tratando de esconder –dice- la acotación admirativa como los piratas escondían sus tesoros en el corazón de los océanos”.

Frente al mar es el título de un largo poema, del que entresaco algunos versos:



Me he quedado de espaldas a la Vida
y medio en vela estoy, medio dormida...

Tiene tanto tu ser, tanto, de abismo
¡que he soñado si el mar serás tú mismo!

Darte quisiera un beso largo, largo,
pero besas tan frío, tan amargo,
que de mi afán reprimes el exceso...
como muere el amor, así tu beso. 

... que el mar le da a mi mar su semejanza...
Y con tu ser mi esencia confundida
seré más que el dolor, más que la muerte,
quiero enterrar mi muerte entre tu vida...
(pp.47-48)


[María Dolores de la Fe. Fragmentos de su libro Ignacia de Lara (Esbozo de una personalidad desde la lejanía). El Museo Canario. Las Palmas de Gran Canaria. 1980.]





TRISTEZA

¡A la par que la tierra irá llenando
las ya desiertas cuencas de mis ojos,
de sus arterias seguirá lanzando
el borbotón de los claveles rojos!

Y seguirá la roca acantilada
irguiéndose gentil, medio velada
a veces por las brumas,
y seguirá tenaz el oleaje
lanzándose furioso al abordaje
con sus garras de espumas.

Mi parcela de lumbre, indiferente
el sol repartirá serenamente
al renacer el día,
y el borbotón de luz cada mañana
arrancará el cristal de mi ventana
chispazos de alegría.

Los suspiros irán diciendo al viento
las estrofas que dicta el sentimiento
a cada corazón,
y habrá una ardiente pulsación gigante
arrancando de un pecho palpitante
un grito de emoción.

¡La primavera seguirá tornando
en cada año amorosa celebrando
sus nupcias con el sol,
y habrá cantos de amor entre el ramaje
y teñirán la gloria del paisaje
ocasos de arrebol!

¡Cuando apagada esté mi ardiente hoguera
podrá el destino hacer que esté a mi vera
un rosal florecido,
y en bandadas al sol irá volando
como lluvia de pétalos girando
la floración del nido!

¡Volverá con su puro y grato ambiente
con su atracción de hogar, dulce y caliente
¡la alegre Nochebuena!
y del abuelo al nieto eslabonado
quedará el cerco familiar cerrado
en torno de la cena.

El eco de mi cantar lanzado al viento
volteará diluyéndose su acento
allá en la lejanía,
la luz después desplegará su gama...
¡un aliento de nardos y retama
irá aromando el día!

Las almas soñadoras, que son ascua,
en todo alegre amanecer de Pascua
algún calor pondrán,
en el recuerdo sepultado y yerto
del triste pelotón de los que han muerto
¡y nunca volverán!

A esas almas suplico en mi agonía
que al llegar esa fiesta ¡que fue mía!
evoquen mi memoria;
¡esa limosna espiritual les pido!
para cuando me vaya hacia el olvido...
¡sin nombre y sin historia!

(24 de diciembre de 1932)












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