Daniel Pradilla Rivero
(Caracas, Venezuela, 1975)
Ingeniero de Producción, especialista en códigos de barras, ha cultivado empíricamente una vocación narrativa. Articulista para revistas de informática e integrante del grupo de poetas Tokonoma. Co-Fundador del movimiento Poetas en Tránsito. Participó en los talleres de poesía y narrativa del CELARG, Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Caracas en el año 2000.
Editor de Panfleto Negro, revista mensual de poesía, narrativa y fotografía en Internet. Su poemario 10 Francos Belgas fue publicado por la editorial El pez Soluble en el año 2001. Ganador de la Bienal de Literatura Augusto Padrón, 2003.
Todos estos días
Todos estos días me levanto cansado
como consecuencia de este tiempo juntos
malhumorado y sin afeitar salgo a la calle
y me encuentro con la mujer de muchos
en ella veo tus ojos en otras cuencas
en todas tu caminar, el menear de tus cabellos
tú, la que no fuiste, te pareces a todas.
(De '10 francos belgas', Editorial El Pez Soluble, Caracas 2001)
Vivo en la calle de las mujeres culito apretao
la que no es de nacimiento lo termina siendo
tan pronto consigue al niño rico que la va a sacar de abajo.
Después de eso, ni siquiera voltean a mirarlo a uno
solo aprietan duro y aceleran el paso.
Zurdos: Poesía Última Latino Americana, Yanko González & Pedro Anaya (Recopiladores), Bartleby Editores, Madrid, 2005, 344 págs.
Los panas del 23 nos cuidan en la olla. No los conozco pero estamos, misma gente aunque sea mentira, nadie es misma gente. Una catarata de salsa negra cae desde la tarima, tan alta como los nombres que habitan en ella. Eddie le da unos codazos al instrumento, le monta el pie, lo tritura con las manos. Nada de eso se escucha, chocolate. Charlie Palmieri está vivo y se manifiesta como suele hacerlo, tocando perfecto.
Dios te salve poeta, lleno eres de texto
el poema es contigo.
Bendito seas entre todas las cervezas,
y bendito es el fruto de tu mente señor.
Santo Maelo, padre de la salsa,
ruega por nosotros los sordos,
ahora y en la hora de la candela,
Salud.
Severina Torres revive el arroz con coco que le preparaba a Ismael Rivera, frota la punta de sus dedos mientras dice "eso se armaba una fiesta allá adentro" y señala hacia el interior de la casa al tiempo que una morena hermosa, con esa indefinición que dan los dieciséis, pasa, apenas cubierta por una toalla, por el ángulo que domino de la casa. Soy el único que se da cuenta, ella, acostumbrada a que la vean, me mira impávida, parpadea y se pierde en una puerta.
La iglesia de San Felipe de Portobelo se derrumba a la derecha bajo millones de toneladas de música empaquetada. Adentro, el Nazareno más famoso del mundo sucumbe rodeado de oro y púrpura imperial.
Cuando la tarde languidece, renacen las sombras y el pueblo que vio pasar todo el oro de España es un lugar en donde, por ahora, se recuerda a un gran sonero. Ismael Rivera queda atrás, en alguna plaza de la memoria de un pueblo que muere en la selva tragado por la uniformidad cultural de occidente. Escapo de la desmemoria con un crucifijo y los ojos luminosos del Negrito Lindo de Portobelo velando un rollo en mi cerebro. Llevo adentro un cuento, un control, una victoria privada y clandestina sobre el olvido.
Yo que digo todo
que no tengo misterios con nadie
hace tiempo que pienso y no he podido entender
cómo es eso de callarse para parecer interesante
retener la intriga en la mirada de soslayo
como tú, mujer de escasas palabras
En el reverso de una factura,
durante una noche
blanca de celebración
en la capital de la muerte,
te extrañe contra tres mil
trescientos treinta bolívares.
Añoré tu maltrato, tus loqueras,
nuestro desencuentro.
Hoy hablé con una mujer que me puso vertiginoso con sus finales de palabra roncos, sus ¿por qué? -pausa- yo no muerdo de tigresa trajeada de negro con rayas grises que marcan sus curvas en mi memoria mientras esquivo frases y automóviles bajando al valle por la carretera panamericana.
Leyendo poesía por las autopistas de la capital
sin ver el camino hablando como loco
de cosas irresponsables irracionales prohibidas.
-Quiero ir a Rusia
luego agregó en voz baja
-contigo
A uno lo matan como un perro
y en vez de echar sangre,
echa las palabras que nunca dijo.
Cambiaron mi corazón por una papa
y es por eso que ahora nada me importa
cambiaría mi oficio por el de un carnicero
un degollador de cerdos gritones
hombre en delantal bañado en sangre
con el corazón vuelto un tubérculo.
En el intersticio de los asientos
una morena lee un instructivo
para emigrar a Barcelona.
Pavese en mis manos
da vida a los árboles
en los torrentes del Po.
Por debajo del puente Veracruz
pasa un río también.
A los lados del puente Veracruz
también hay árboles
sujetando del infinito a la ciudad.
Caracas también es una selva,
al Ávila y a mí nos gusta la residencia
y a veces nos encontramos
y a mí siempre se me olvida decirle:
quiero verte aparecer sobre edificios,
tocando cielo,
rompiendo nubes,
hasta que muera.
Los edificios de oficina
esas fábricas inmensas
de mujeres lindas
han decidido despachar toda la producción
mientras el resto
potenciales poetas del vértigo
miramos asombrados en las aceras.
Mantis. Mujer epifánica.
Seis religiones te describen
No te pongas sentimental con los vagabundos.
Cada quien adapta la fe a sus actos diarios,
a sus culpas no confesas.
Chacao es un hervidero de preocupación y algarabía en los rostros sudorosos de la gente. En la panadería, un hombre visiblemente invertido me invita a gastar su sueldo comenzando por un chocolate caliente, me odia cuando declino su oferta. Los tipos sentados en las aceras vestidos de nylon me miran a los ojos. Un policía lleva las manos ocupadas con la compra del día. En el metro me observan consternados mientras escribo, como si garabateara en la libreta con una ardilla muerta.
Dentro de poco
termina la última jornada
el ronquido del motor
me dormirá este tedio contra la ventana.
Llegaré
y todo estará quizás
un poco más antiguo
más derrotado, más cubierto
de este polvo
que son las cenizas del tiempo.
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