TENY ALÓS
El poeta de Mendoza (Argentina) Teny Alós, de 54 años, murió el 26 Julio del 2013 víctima de un cáncer contra el que luchaba desde hace un año, pero que no impidió celebrar el 18 de junio la presentación de su último libro de poemas, Semillas de oceanidad.
Teny, nacido el 18 de febrero de 1959, había sido uno de los “agitadores” poéticos de fines de los ’80 en Mendoza, al integrar el grupo parapoético Las Malas Lenguas, con Patricia Rodón, Rubén Valle, Carlos Vallejo y Luis Ábrego.
Su obra es breve e intensa. Su primer libro, titulado Poemas, apareció en un lejano 1987, bajo el seudónimo de Hualpa. A ese libro le siguió uno que ha de estar entre lo mejor de su producción: Radio Chaplin, de 1991, ilustrado por Oscar Reina.
Luego hubo un largo silencio poético. Algunos de los poemas de Teny, sin embargo, y de sorpresa, adornaron a principios de este siglo algunas paredes céntricas de Mendoza. Parecía estar diciendo el escritor que seguía latiendo en él la poesía, y por ello también, en los albores del blog, despuntó su vicio en esas lides virtuales.
Hasta que en 2011, apareció un nuevo libro, de modesta difusión: La isla encendida, que lo regresaba a la letra impresa y encuadernada 20 años después.
En 2012, ya con el diagnóstico de su enfermedad declarado, regresaba a los recitales de poesía en el bar Los Tres Viejos, invitado por Dionisio Salas Astorga. Y en junio de este año, Semillas de oceanidad, un libro largamente “sembrado” en soledad, era presentado en el espacio Le Parc. Alós (quien ganaba su pan como empleado bancario) fue también un destacado personaje de la radio mendocina, con programas como Tatuaje falso y La sed de los peces. La semilla de su poesía, en fin, ha quedado sembrada.
02
Vivimos en la fiebre.
Somos felices allí.
Se nos termina el mundo allí.
Vivimos los días.
Nos resbalamos por ellos.
Caemos en sus oscuridades.
Afinamos en la nota de los sueños.
Somos melodía.
Melodía y ritmo.
Canciones que alimentan la soledad.
Que desenvainan el secreto de la especie.
Vivimos entre el desconsuelo
y la evidencia.
Uno de nosotros toca la campana y corremos al recreo.
Trabajar anestesia la pregunta
que nos trajo hasta aquí.
Esta noche
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
Esta noche no prevé revancha alguna.
Esta noche la fe es dinamita al fin de la mecha.
Esta noche lo que creo está supeditado a lo que siento.
Esta noche es noche de probanzas.
De anestesias vencidas.
De dolor dibujado en las entrañas.
Esta noche existir es despellejar viva tu acrobacia.
Es rellenar con insuficientes pesadillas el miedo.
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
Esta noche no tiene regreso.
Esta noche es necesaria toda la poesía.
Esta noche, todo apostado a la magia.
Esta noche lo que soy, lo que fui, busca un canal en la sed.
Un agujero en la libertad de tristeza.
Una grieta que habilite los pasados como albóndigas de carcajadas.
Esta noche no hay explicación que sirva.
No hay herida sin sal.
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
Si pienso que puedo transmitir algo con palabras, esta noche tengo que llegar a vos.
Esta noche tengo que ser capaz de inventar un artilugio que una la alegría de haberte tenido con esta penosa ausencia.
Esta noche lo inexplicable nos tiende un puente.
Esta noche estoy más muerto que vivo.
Esta noche estoy más cerca tuyo.
Esta noche transpiro jugos fríos.
Mi sangre reparte vinagres por todo el cuerpo.
Esta noche no tiene consuelo.
Esta noche no hay llamado que te salve.
Esta noche llorar es apenas una exacerbación, un manifiesto de centellas arrojadas a la inmensidad para que el universo sepa.
Esta noche soy guacho otra vez.
Esta noche el mundo se me rompe en mil pedazos.
Esta noche los recuerdos están desteñidos.
Esta noche exijo más.
Esta noche la vida parece una caricatura mal pintada.
Esta noche está todo en juego.
Esta noche es a todo o nada.
No hay cementerio que calme.
No hay voz que llegue hasta donde están desayunando tus rapiñas.
Esta noche todo es negro.
Esta noche nada tiene sentido.
Veinte años doliendo calladamente, calando mi hombría, garrapiñando en mis ganas.
Veinte años diciendo papá a los precipicios de la mente.
Veinte años de la paliza más brutal que me dieron.
Veinte años de insomnios incurables.
Esta noche me pesa en los testículos.
Esta noche es una avería insalvable.
Esta noche tengo que ir y mirar a los ojos a mi madre y decirle ya sé, los dos sabemos.
Y abrazarla para que las esquirlas del cosmos no nos vacíen los ojos.
Esta noche.
Ahora.
Continencias
Viven en el fondo de mis ojos.
En los rincones más insospechados.
Se esparcen por mi cuerpo como una rebelión.
Como una sospecha de vándalos,
como un idioma nuevo, como un himno sarcástico.
Se burlan de mí.
Desconciertan mis centros nerviosos.
Van y vienen
por dentro de las palabras que mi boca pronuncia.
Traen imágenes incontrolables de marineros ahogados.
De revolucionarios encerrados,
de hemisferios insoportables.
Con un ímpetu poderoso navegan por mis países bajos.
Con ardores de otros cielos confluyen en cruces aturdidas.
Mis rumbos perdidos, mis luces discutidas.
Son un rumor en mi alma.
Pequeños estigmas sobrevivientes de extrañas batallas
que no me dejan abandonarme
a la cizaña bestial
de mi destino insignificante.
Se fueron
con una postal de un lejano y rugoso Dorrego
como vuelven hoy.
Como nubes inexpresables.
Como penas minúsculas.
Como pensamientos transplantados.
Como impulsos innobles.
Como besos de invierno.
Parten dejando rastros de milagros imposibles.
Son flores de un funeral desprevenido.
Navíos estropeados en otra travesía.
Viejo maderamen del que bajan
los buitres celestes y fucsias de mi conciencia.
Ya vienen por mí.
Semema
Aun callada,
la quiero.
Independiente,
con la mirada
devorando lejanías
inconfesas.
Aun fumando,
la quiero.
Dormida,
la quiero.
Aun perdida,
la quiero.
Tenaz,
solitaria,
esperanzada.
Como hembra,
la quiero.
Como luna.
Aun distraída,
la quiero.
Valiente,
atrevida,
inocente.
Con sed,
la quiero.
Con apuro.
A mordiscones.
Las otras mujeres
I
Abandonan un amante que blande en silencio la culpa de su rosa sádica.
Cartílago de luciérnagas
escribiendo en la última pared de la noche
una carta apócrifa
que deja atrás
sus propios gritos
ahogados.
Los límites de su llanto
encierran una felicidad ciega,
arrojada al barro.
Bajo el tinglado de la desilusión,
una intención se tizna de palabras a destiempo,
de besos mal apuntados,
de respuestas descorazonadas.
Moneda con cara de insomnio
y del otro lado,
la sed que extraña el veneno.
Ya se sabe, no sobran alegrías.
Pica boletos la tristeza bajo un cielo desconsolado.
II
Luna llena de las alcantarillas.
Pedazo de estopa que frota corazones pendientes de sentencia.
Ansiedad del frasco por encontrar su cuchara y su enfermo.
Potrillo torpe mirando desde el establo la lluvia ácida.
Escenario de luces contradictorias,
de inalcanzables planetas suburbanos.
Luna llena en la ventana de la servidumbre cama adentro.
Barrilete pendiendo en la mano de un chico que corre baldío adentro.
Vela que destella en el viento de océanos perdidos.
Acordes de una guitarra que desafina en otro infierno.
Emociones encerradas en una caja de zapatos
que un borrachín va pateando de regreso a ninguna parte.
Luna llena de los náufragos.
De los proverbios vacilantes.
De los pueblos en guerra.
De los sepias de un buen fernet.
Minúsculo experimento del universo que abre llagas en la soledad.
Francotirador despierto en la tregua pactada.
Luna llena sin compás y sin geometría.
Mensaje traicionado por las luces de la ciudad.
Gorriones enamorados
en los aposentos hostiles
de una viña invernal.
Palabra callada que busca casa entre los escombros.
Luna llena.
Cabriola en el espíritu de las solitarias.
III
Tienen los ojos llenos de preguntas.
Los silencios afilados como bayonetas.
Pequeños surcos de leche turbia.
Un perdigón aterrizado en la yema de la traición.
Quizá entendieron mal.
Tal vez cerraron los brazos antes de encontrar el cuerpo.
Vienen de un lugar desconocido: ellas mismas.
Y dejan espacio para que los monstruos inconmensurables
de cada noche
les mojen los labios.
Sal de poros castigados.
Piel retorcida en secreto por un sueño mitad posible.
Caparazón rojo de cangrejo preso.
Pañuelo negro donde se secan rencores agitados.
Mujeres que se aferraron a todo el día
mientras se les escapaban
cada uno de los instantes.
No aprendieron jamás
dónde termina el zapato,
dónde empieza su huella.
Cantimplora vacía
que les deja paralítico el aliento.
Áspera la lengua.
Víctimas de su ley, se desploman.
Líquido sol de las venas que se detiene.
Y nadie a mano.
Sólo ellas,
caminando en la siesta
de un invierno con gusto a canela.
IV
Vientos del corral remueven lo humano que hay en el dolor.
Estalactitas de odio,
en pechos todavía firmes,
nublan los periódicos y los carteles de peligro.
El televisor permanece encendido,
para nadie,
en la última habitación.
Ronronea vagamente noticias
y amores imposibles entre venezolanos.
De un sorbo,
tragan media dosis de una promesa que, saben,
no cumplirán.
La furia de aquellas voces angelicales
impresiona sangrientamente sobre la piel.
Están solas otra vez frente al viejo espejo.
Y la que las mira detrás del vidrio, en su encierro, sonríe sin verlas.
Amenazante
El peso azul de los ojos.
Las preguntas como nubarrones.
Como precipicios incendiados.
Los pergaminos de la conciencia
rugiendo como leones hambrientos.
Sombra corta de un nombre
que acaricia los olvidos.
Los cielos amenazantes del entrecejo.
La forma del entusiasmo
recortada en el mapa
del capitalismo salvaje.
La especificidad negra de las lágrimas escurridas.
El ansia como sueño picado.
Como mala respuesta.
La noche como un crucigrama
desangelado del corazón.
Cartílago despavorido del insomnio.
El hambre sin calma.
La sed de los bares.
Extrañar con las manos
lo que no se encuentra
al despertar del desconsuelo.
Celos
El talle
de la soledad
es apretado.
Sin escote,
sin muslos a la vista.
La soledad
es una solterona
con poco que esconder.
La risa
de la soledad
tiene dientes amarillos,
mal aliento,
sofocantes pedos.
La soledad
te busca
para ignorarte.
Te habla
para no escucharte.
Los temores
de la soledad
necesitan verte,
cada tanto,
para comprobar
que no escapaste.
Tango
Malevo
I
No dice nada.
Arranca al parque esa inexpresividad de domingo atardecido;
su índole cae de cuajo.
No piensa nada.
Arcano trajín del solitario,
amargo crimen que no se despega de los labios.
La calesita perturba,
seduce ese compás
con su danza de tonos ligeros.
La borra de la ecuación se asienta sobre el alma.
Y va repitiendo,
en los vagones vacíos del insomnio,
cuervitos de una soledad
que desembocan en una calle a la que no quiere volver.
Atraviesa el espejo al galope de sus fantasmas.
Devuelve una lágrima
que se estrella
contra el fortín incendiado de la mirada.
Estalla la pecera.
El tango despierta en la emanación de porcelanas de su corazón.
Bajo fondo
II
Esperan una señal indescifrable para atacar.
La noche recorre
con su lengua lasciva
las acertijas palabras
de una ciudad que alguna vez les perteneció.
Son un puñado de sombras que se entrecruzan lentamente.
Han secuestrado a la nostalgia
y la arrastran, jadeando, a su guarida.
La refriega ululante de una sirena
les recuerda que han atravesado el alambrado.
No les conviene ser vistos.
Van, como una delación, separando sensaciones.
Las calles los aman.
Ellos necesitan esa mirada caliente en la piel.
Son el graffiti surrealista sobre la pared ferozmente blanca.
El sonido natural del bisturí en la carne viva.
El fotógrafo
III
Es un hombrecito en puntas de pie,
un esquimal tratando de aprenderse el prospecto de un bronceador,
un paracaidista virtual gritándole procacidades a las aves en pleno vuelo,
un pingüino cruzando (como monje autoflagelado) el Sahara,
una metáfora intentando tramoyar los significados
deliberadamente a su favor.
De repente detiene su voracidad
y congela las imágenes
elegantes, perversas, irrenunciables,
apunta con su corazón a la lente mágica,
pretendiendo hurgar en los secretos insepultos,
en los oasis espectrales que nadie ve.
Se sorprende fisgoneando en la cerradura de su propia puerta.
Frecuencia modulada de la incertidumbre que lo tiene en la mira.
La luna lo mira con piedad y también con lujuria,
abre en su silueta el deseo eterno de la sed cortesana.
Su ojo ciego sabe con ironía
que sólo lo salvarán su intuición o su impaciencia.
Las madrugadas le taladran el costado bandoneón de la energía
con disparos sordos de óxido que recibe en su energúmeno sable.
Saltan caprichosamente los vahídos del sol
sobre el lomo de una diosa de pantalones negros.
Ella ríe a la superficie de la inocencia,
donde los misterios flotan indemnes
para el ángel tuerto que suspira regocijado de latidos indoloros.
El día baña augurios en sus lágrimas secas.
Lastres indefensos,
fuera de foco,
afilando el arpegio de los recuerdos.
Una aurora de quietudes soplonas
girando su pálida sombrilla
para que el flash perenne del arco iris
refleje e imprima en la memoria psico
un movimiento en verdadero.
Ella
IV
Toca el timbre de su piel.
Ella está allí,
esperando que su sexo canibalice los humores
y salpique el húmedo incendio con semen certero.
Las horas recorren cuerpos desnudos
bifurcados, entre las sábanas,
por ríos pedregosos de canto silvestre.
Se trata de perseguir crudas imágenes que nunca fueron ciertas,
se trata de no llegar a buen puerto, de repetir lo irrepetible.
De alcanzar un pueblo fantasma donde la luz ha encallado.
La fantasía apuesta todo al aliento de su dragón.
Incesante
Con el estómago.
Con las palabras
en el estómago.
Con la memoria
en el lagrimal,
en lo no lógico,
en los tigres.
En el espejo.
Tu vientre se le ocurre al asombro,
se le ocurre al cielo perdido,
coral que se bate
con el amor de los desesperados.
Mi espíritu se estrangula como un grito
por vagar solo
lejos de su propio precio.
La ciudad
es un río
que no me acerca ni enciende,
la arena que olvidó lo escrito,
la lana que ya no podrá abrigarme.
Agua y sol
extendidos
sobre mi cuerpo
aletargado.
La ciudad arrincona
respuestas entrecortadas, como si llorase.
Una caricatura roída,
acariciando mi corazón.
Exploro tu silencio incesante
entre los autos y la otra gente.
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